martes, 6 de marzo de 2018

Marx y la llave que abre las puertas del infierno

Las buenas ideas son aquellas que promueven cambios positivos en la humanidad; las malas ideas, que son, precisamente, malas, por cuanto promueven catástrofes sociales de gran magnitud, admiten como mejor ejemplo la idea elaborada por Karl Marx mediante la cual afirma que, en un sistema capitalista, necesariamente el empresario genera sus ganancias robándoselas a sus empleados. John Maynard Keynes escribió: “Las ideas de los economistas y filósofos políticos, tanto cuando son correctas como erróneas, tienen más poder de lo que comúnmente se entiende. De hecho, el mundo está dominado por ellas. Los hombres prácticos, que se creen exentos de cualquier influencia intelectual, son usualmente esclavos de algún economista difunto. Locos con autoridad, que escuchan voces en el aire, destilan su histeria de algún escritorzuelo académico de unos años antes. Estoy seguro que el poder de los intereses creados es vastamente exagerado cuando se lo compara con el gradual avance de las ideas. No, por cierto, en forma inmediata, pero luego de un cierto intervalo; porque en el campo de la economía y la filosofía política no hay muchos que sean influenciados por nuevas teorías luego de sus veinticinco o treinta años de edad, por lo que las ideas que los funcionarios públicos y políticos, y aun los activistas aplican a los eventos actuales no es probable que sean las últimas. Pero, tarde o temprano, son las ideas, y no los intereses creados las que son peligrosas para bien o para mal” (De la “Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero”-Editorial Planeta-De Agostini SA-Barcelona 1993).

Las deducciones que realiza Marx para llegar a la conclusión mencionada surgen de la teoría del valor aceptada en el siglo XIX, que postula que el valor de una mercancía viene dado por el trabajo que demandó su realización. Luego, como el trabajo era efectuado principalmente por los empleados, Marx deduce que las ganancias del empresario provienen totalmente de quienes efectúan el trabajo. Aún en actividades que requieran mucha mano de obra, existe un trabajo intelectual que orienta la actividad empresarial que fue desconocido por Marx. Incluso no existirían las empresas si alguien no las hubiese creado.

Ya en la época de Marx aparecen teorías del valor mejor ajustadas a la realidad, razón por la cual, se supone, Marx abandona la escritura de su libro “El capital”, por cuanto advierte su incompatibilidad con las nuevas teorías. Será Friedrich Engels quien se encarga de terminar y editar el libro inconcluso.

Las teorías subjetivistas del valor se ajustan mejor a la realidad por cuanto advierten que, por ejemplo, uno puede confeccionar un dispositivo, mediante arduas jornadas de trabajo, y sin embargo carecer de valor por cuanto nadie tiene interés en adquirirlo. De ahí que el valor, determinado por el consumidor, tiene en cuenta la utilidad y la escasez de determinada mercancía, independiente del trabajo requerido para su realización. A partir del ese valor subjetivo, el empresario optará por fabricarlo (si advierte posibilidades de lograr ganancias) o bien optará por no intentarlo (si advierte la posibilidad de tener pocas ganancias o, incluso, pérdidas).

El grueso error de Marx implica considerar que existe solamente un factor de la producción (el trabajo), ignorando la gestión empresarial, la innovación, el riesgo empresarial, el capital, etc. Si bien Marx establece su errónea teoría tomando los conocimientos vigentes en la ciencia económica de su época, se le puede “perdonar” ese error, y no así su prédica violenta, favorecedora de una interminable lucha de clases, mientras que tampoco resulta “perdonable” que parte de las generaciones actuales sigan fielmente las ideas de Marx, desconociendo teorías posteriores mejor adaptadas a la realidad y, sobre todo, minimizando las catástrofes sociales que el socialismo produjo a lo largo y a lo ancho del planeta.

También Marx razona en base a clases sociales, como lo hacían los economistas del siglo XIX. Con la teoría subjetiva del valor se inicia simultáneamente un análisis individual del comportamiento económico. Entre otros aspectos interesantes, se observa que, mientras que en el siglo XIX se suponía que el precio de un bien quedaba determinado por el costo del trabajo y de la materia prima, con la teoría subjetiva del valor se llega a la conclusión inversa, esto es, que el valor del trabajo y de la materia prima requeridos para la confección de cierto bien dependen finalmente del precio subjetivo que proviene del mercado.

Por ejemplo, mientras que antes se pensaba que el valor de un paquete de cigarrillos dependía del costo del trabajo para producirlo y del tabaco, en la actualidad se sostiene que el costo del tabaco y de ese trabajo dependen del valor subjetivo de los cigarrillos. Ello implica que, si por alguna razón, los fumadores dejaran de fumar, el costo del tabaco se reduciría hasta carecer de valor (excepto por alguna otra utilidad que pudiese tener).

En cierta forma, con el marxismo se repite la antigua competencia entre religión y ciencia, como en el caso de la Iglesia Católica cuando rechazaba las conclusiones científicas de Copérnico y de Galileo. Así, el marxismo se opone a la ciencia económica verificada, priorizando las creencias acerca de una supuesta infalibilidad de su “líder espiritual”. Ello se debe principalmente a que el botín a repartir entre los triunfadores de una revolución, implica poder y riquezas ilimitadas, atrayendo a políticos inescrupulosos y a delincuentes comunes que poco les interesa conocer la ciencia económica vigente.

Otra de las consecuencias de adoptar la teoría del valor-trabajo, para luego suprimir la propiedad privada de los medios de producción y establecer una “economía planificada”, es que es imposible planificar sin cálculo económico. Esta imposibilidad se debe a que, sin mercado, no existen los “precios de mercado” y el cálculo y la planificación son imposibles de realizar.

Seguramente que muchos se preguntarán por qué insistir tanto en teorías que se saben erróneas e inviables. La respuesta es que, en gran parte de los países, predominan fuerzas políticas que optan por teorías que les permita “redistribuir riquezas” desde el Estado para justificar plenamente su labor en política. Admiran las teorías económicas fallidas mientras rechazan las que concuerdan con la realidad y rechazan la verdad por cuanto con la mentira tienen mayores posibilidades de llegar al poder y de permanecer en el poder.

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