jueves, 1 de marzo de 2018

La ineficacia de la prédica liberal

Luego de la caída del muro de Berlín y del Imperio soviético, parecía que la lucha ideológica entre capitalismo y socialismo llegaría a su fin. Sin embargo, a pesar de los fracasos y de las catástrofes socialistas, la prédica marxista continúa como si tales acontecimientos nunca hubiesen ocurrido. De ahí surge una primera enseñanza: la prédica liberal debe dirigirse a personas no “contaminadas” por ideas marxistas, o apenas “contaminadas”, a fin de evitar una posible conversión al totalitarismo. Armando Ribas escribió: “La lucha entre socialismo y capitalismo, es una lucha entre dos concepciones de la vida fundamentales en las cuales una reconoce el derecho del individuo a su propia felicidad y se admite que el interés privado no es contrario al interés general. La otra cree que el interés privado es contrario al interés general y la gente que cree que el interés privado es contrario al interés general va a vivir oprimida por la burocracia que crea, y que, supuestamente, defendiendo los intereses generales, hace que los burócratas conviertan en intereses generales los que no son más que sus intereses particulares” (De “Los desafíos a la sociedad abierta”-Varios Autores-Ameghino Editora SA-Rosario 1999).

Recordemos los casos de aquellos intelectuales que, luego de varios años de participación activa dentro del Partido Comunista, pudieron liberarse de su influencia, como le ocurrió a Arthur Koestler, quien renuncia al Partido luego de unos 8 años de planteos ideológicos intensos. Si a un intelectual, que busca la verdad, le llevó tanto tiempo renunciar a una ideología totalitaria, podemos imaginar las dificultades que se le presentan al individuo común, motivado por cierto fanatismo, para que adquiera la libertad mental necesaria para ver la realidad con sus propios ojos. Richard Crossman escribió al respecto: “Hecho el renunciamiento, el espíritu, en vez de obrar libremente, se convierte en servidor de una finalidad superior e incuestionable. Negar la verdad es un acto de servicio. Por eso, desde luego, resulta inútil discutir cualquier aspecto de la política con un comunista. Todo contacto intelectual auténtico que se tiene con él involucra un desafío a su religión fundamental, una lucha por su alma. Porque es mucho más fácil para él depositar la ofrenda de su orgullo espiritual en el altar de la revolución mundial que retirarlo” (De la Introducción de “El Dios que fracasó”- Varios Autores-Plaza & Janes SA-Buenos Aires 1964).

Gran parte de la información que disponemos del socialismo y de las tácticas ideológicas empleadas para su difusión, se debe a aquellos intelectuales que vivieron en países comunistas o bien que participaron en actividades orientadas hacia la expansión soviética. Arthur Koestler escribió: “A fin de cuentas, nosotros, los ex-comunistas, somos los únicos hombres de vuestro bando que sabemos todo lo que hay que saber sobre eso”.

Al renunciar al Partido Comunista alemán, Koestler incluye en un discurso tres frases elocuentes. Al respecto escribió: “El tema de la conferencia era la situación de España; no contenía una sola palabra de crítica al partido ni a Rusia. Pero había allí tres frases, elegidas deliberadamente porque para la gente normal eran perogrulladas y para los comunistas una declaración de guerra. La primera era: «Ningún movimiento, partido o persona puede reclamar el privilegio de la infalibilidad». La segunda: «Apaciguar al enemigo es algo tan estúpido como perseguir al amigo que busca nuestro propio objetivo por un camino distinto». La tercera era una cita de Thomas Mann: «Una verdad dañina es mejor que una mentira útil»” (De “El Dios que fracasó”).

En una lucha ideológica se requiere conocer tanto la postura que se defiende como la que se ataca. De ahí que resulte positivo entablar vínculos con otros intelectuales liberales para afianzar los conocimientos adquiridos. Joseph L. Lagrange decía que uno realmente conoce un tema “cuando es capaz de explicárselo a la primera persona que encuentre por la calle”. Alberto Benegas Lynch (h) escribió: “Algunos liberales mantienen que «no debemos estar hablando entre nosotros», que el contenido de la filosofía liberal debe dirigirse a otras audiencias fuera de los que «ya la conocemos». Esto, así, está mal planteado. Debe comprenderse que las cosas están como están debido a que nosotros, los liberales, no somos lo suficientemente idóneos en la transmisión de principios. Tenemos que hacer mejor nuestro ‘home-work’. Tenemos que «quemarnos las pestañas». Tenemos que modificar el lenguaje. En resumen, somos ineficientes”.

“Para revertir esto, resulta un buen camino hacernos la autocrítica en lugar de criticar a los demás porque no entienden. No son los demás que no entienden, somos nosotros que no entendemos lo suficiente y, por ende, no nos hacemos entender en el grado necesario. Esta autocrítica tiene dos ventajas: primero, calma nuestro fastidio porque siempre tendemos a ser más benévolos con nosotros mismos que con el prójimo y, segundo, nos obliga a «sacarle mejor la punta al lápiz», a afinar la puntería. Es un error adoptar la política del erudito que sabe y sólo mira a su costado, diciendo que son los otros los que no comprenden”.

“Tenemos que mirar dentro nuestro y, dadas nuestras limitaciones, corregir nuestros defectos. Este proceso nunca debe abandonarse. Cuando estemos en condiciones, nuestra luz brillará y el brillo siempre llama la atención en la oscuridad, atrae, señala el camino e ilumina a otros. Permanentemente debemos prepararnos y capacitarnos, el resto se da por añadidura. Si nuestras luces no atraen quiere decir que la luz es tenue y nuestros focos opacos” (De “Liberalismo para liberales”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1986).

Entre los errores advertidos en la prédica liberal se encuentra el economismo, o economicismo, idea esencialmente marxista, por la cual se supone que un sistema económico adecuado (socialismo para el marxista, libre mercado para el liberal) basta y sobra para resolver todos los problemas humanos y sociales. La economía, de esa forma, limitaría la importancia de las demás ciencias sociales de las cuales hasta se podría prescindir. Incluso se sostiene que la economía de mercado llevaría implícita cierta ética que habría de desplegarse hasta abarcar los demás ámbitos de la vida social.

En una época en que predomina la ciencia experimental, algunos sectores liberales sostienen que el fundamento de la economía liberal no es experimental, sino lógico y racional, como es el fundamento de las matemáticas. Sin embargo, teniendo presente que la economía describe esencialmente la “acción humana”, debe advertirse que existen teorías de la acción que permiten fundamentar la economía en principios verificables y accesibles a la observación. (Ver http://fundamentos2011.blogspot.com)

Las acciones humanas, desplegadas en el mercado, requieren de una actitud ética previa, ya que el intercambio cooperativo, que beneficia a ambas partes intervinientes, no perdurará sin esa actitud. La actitud cooperativa es esencialmente la promovida por el cristianismo bajo el “Amarás al prójimo como a ti mismo”. Sin embargo, varios sectores liberales lo rechazan por provenir de la religión interpretando que la libertad implica aceptar lo que uno quiera y no tanto lo que mejores resultados produce.

Libertad implica “ser esclavo de las leyes”, es decir, de las leyes naturales descritas por la ciencia experimental, que coinciden con las leyes de Dios de la religión. Según Friedrich Hayek, libertad significa no depender de otros hombres, es decir, no gobernar a otros ni ser gobernado por otros, lo que implica cierta igualdad social, sugerencia que resulta enteramente compatible con la moral cristiana, ya que el buscado Reino de Dios implica justamente el gobierno de Dios a través de las leyes naturales en reemplazo del gobierno del hombre sobre el hombre. Sin embargo, en la lucha ideológica, tales sectores liberales “le han obsequiado” la religión al marxismo, como en el caso de la Iglesia Católica con su Teología de la Liberación.

Cuando se habla de cristianismo, debe considerarse esencialmente a los Evangelios y a la ética cristiana, dejando de lado lo sobrenatural, que incluso puede interpretarse como simbología bíblica. Mientras tanto, desde las altas esferas del Vaticano se difunde una ideología anticapitalista y prosocialista. Para colmo, los sectores liberales consideran al egoísmo como una virtud, sosteniendo que no es la cooperación promovida por Ludwig von Mises el fundamento de la economía de mercado, sino “la virtud del egoísmo”, lo que produce un abierto rechazo en el resto de la sociedad.

El hombre libre, no sujeto a restricciones impuestas por otros hombres, orientado por una actitud cooperativa, tiende naturalmente a la especialización laboral y al posterior intercambio. Tiende también al ahorro previendo el futuro. Ello implica que, tanto la libertad como la cooperación, son los motores que impulsan a la sociedad. Como esto no se da en una forma deseable o necesaria, surgen los economistas y los científicos sociales tratando de optimizar el sistema natural indicando cuáles son las actitudes que favorecen el progreso social, que no difieren esencialmente de las necesarias para lograr un mejor nivel de adaptación al orden natural.

Si algunos sectores liberales están empecinados en mantenerse fuera de las ciencias sociales, de la ciencia experimental y alejados de la religión natural, seguirán limitados a promover cierto tipo de economía relegando el lugar prioritario al que no deberían renunciar, y mucho menos para dejarlo en manos de los sectores totalitarios.

1 comentario:

Ensoñaciones Diurnas dijo...

Una idea alternativa: tal vez la ineficacia liberal venga por el lado de que el liberalismo político es el resultado de la experiencia negativa del totalitarismo: es algo aprendido (con sudor, lágrimas y sangre... mucha sangre), en tanto que la mentalidad totalitaria/partisana es algo que más o menos se da de manera natural en nuestra especie (especialmente en la juventud). De ahí, la pelea entre razón y emociones: entre experiencia e idealismo