sábado, 30 de diciembre de 2017

Cooperación voluntaria, involuntaria y obligatoria

Como indica la experiencia, el vinculo productor-consumidor se mantiene por mucho tiempo si los intercambios comerciales se establecen bajo un criterio orientado a lograr un beneficio simultáneo entre ambas partes intervinientes. En caso de que alguna de las partes intente “sacar ventajas”, es decir, beneficiarse unilateralmente, el vínculo se interrumpe por cuanto alguien actuó en forma egoísta, o no cooperativa. Ludwig von Mises escribió: “En el marco de la cooperación social brotan, a veces, entre los distintos miembros actuantes, sentimientos de simpatía y amistad y una como sensación de común pertenencia. Tal disposición espiritual viene a ser manantial de placenteras y sublimes experiencias humanas. Dichos sentimientos constituyen precioso aderezo a la vida, elevando la especie animal hombre a la auténtica condición humana. Ahora bien, no fueron, como hubo quien supuso, tales experiencias anímicas las que produjeron las relaciones sociales. Antes al contrario, aquéllas no son más que fruto de la propia cooperación social, y sólo a su amparo medran; ni son anteriores a la aparición de las relaciones sociales ni tampoco semilla de las mismas”.

“Nunca cabe olvidar que el rasgo característico de la sociedad humana es la cooperación deliberada; la sociedad es fruto de la acción humana, es decir, del propósito consciente de alcanzar un fin…Es el resultado de acogerse deliberadamente a una ley universal determinante de la evolución cósmica, la que predica la mayor productividad de la labor bajo el signo de la división del trabajo. Como sucede en cualquier otro supuesto de acción, este percatarse de la operación de una ley natural viene a ponerse al servicio de los esfuerzos del hombre deseoso de mejorar sus condiciones de vida” (De “La acción humana”-Editorial Sopec SA-Madrid 1968).

No todas las personas tienen la predisposición a beneficiarse simultáneamente con los demás, ya que debe primeramente esmerarse en adquirir el hábito de ser un servidor que coopera con los demás ya que el fruto de su trabajo ha de ser un bien que, por lo general, ha de consumir o utilizar otra persona. De ahí que todo productor tiene en su mente la idea de que es el consumidor quien orientará la calidad y la cantidad de su producción. El citado autor escribió: “El beneficio del empresario brota de su capacidad para prever, con mayor justeza que los demás, la futura demanda de los consumidores. La empresa con fin lucrativo hállase inexorablemente sometida a la soberanía de los consumidores. Las pérdidas y las ganancias constituyen los resortes gracias a los cuales el imperio de los consumidores gobierna el mercado”.

El proceso de la cooperación social tiende a desvirtuarse cuando el productor deja buscar la calidad de sus productos por cuanto su objetivo exclusivo es la obtención de ganancias. Si bien las ganancias son una medida de la efectividad que posee como productor, las ganancias en sí mismas, alejadas de todo objetivo cooperativo, resulta ser un objetivo egoísta, propio de la persona poco cooperativa. José Ortega y Gasset escribió: “El egoísmo consiste en no servir a nada fuera de sí, en no trascender de sí mismo. El egoísta es un hombre sin ideal” (Citado en el “Diccionario del Lenguaje Filosófico” de Paul Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1967).

En toda sociedad real nos encontramos con hombres que poseen, en distinto grado, dosis de cooperación y de egoísmo. Cuando los niveles de egoísmo son tolerables, los efectos de sus acciones no difieren esencialmente del hombre cooperador. Ello se debe a que, en la búsqueda de ganancias, advierte que su conveniencia consiste en servir de la mejor manera a sus clientes, aunque tenga que esforzarse en ello. Mientras que en el caso ideal tenemos la cooperación voluntaria, cuando aparece el egoísmo aparece también cierta cooperación involuntaria, o poco voluntaria. La ganancia debe ser considerada como un efecto o consecuencia, y no como una finalidad.

Cuando los niveles de egoísmo escapan al control de la razón, se producen excesos que llevan a la especulación e incluso al delito. Los principales promotores de las ideologías totalitarias son precisamente quienes, aprovechando la libertad inherente al mercado, la utilizan para realizar sus fechorías. José Ingenieros criticaba tales excesos, a la vez que se esperanzaba con el remedio socialista, que resultó peor que la enfermedad: “Todos los moralistas, sin distinción de escuelas, coincidían, pocos años antes de la guerra [Primera Guerra Mundial], en señalar una progresiva corrupción de la moral práctica en las naciones más caracterizadas por su desarrollo capitalista. Una fiebre de lucro y de especulación minaba los sentimientos de solidaridad social. En ciertas clases sociales, divorciadas de todo trabajo útil para la sociedad, los hábitos de holgazanería y parasitismo tornaban cada vez más inescrupulosa la lucha por la vida entre los hombres”.

“Esas pequeñas minorías de elementos antisociales imponían leyes y costumbres en cada país, constituyendo plutocracias u oligarquías privilegiadas que detentaban el mecanismo institucional del Estado; la política y las finanzas se combinaban para legalizar los acaparamientos, proveedurías, proteccionismos, trustificaciones y otros cien resortes de especulación a expensas de las clases productoras. El categórico «¡Enriqueceos!, honesta o deshonestamente» habíase decidido ya por el segundo término de la disyuntiva; el capitalismo, como sistema, no era la acumulación de capital por el trabajo propio, sino por la explotación del trabajo ajeno” (De “Los tiempos nuevos”-Editorial Tor SRL-Buenos Aires 1956).

Ante la difundida idea de que el egoísmo es la actitud adecuada para lograr los buenos resultados del capitalismo, o economía de mercado, se advierte una postura que contradice lo expuesto por Ludwig von Mises y el sentido común. Puede decirse que la competencia en el mercado tiende a suavizar los egoísmos normales existentes en las personas reales; algo muy distinto a la promoción del egoísmo como virtud.

Además de la cooperación voluntaria y de la involuntaria, con el socialismo surge la cooperación obligatoria, ya que en este caso es el Estado el que obliga a trabajar a todo individuo para redistribuir luego los frutos de ese trabajo comunitario. Bajo el socialismo el individuo pierde los incentivos materiales y también los espirituales, ya que no puede decirse que alguien coopera con la sociedad cuando su acción no es voluntaria, sino ejercida bajo coerción estatal. Carlos Alberto Montaner describe la situación en Cuba: “El castrismo ha agravado la percepción popular del Estado. Hoy el Estado, en cualquiera de sus manifestaciones, es un enemigo al que se le puede –cuando se puede- engañar, robar o perjudicar sin que esto produzca en el cubano la menor crisis de conciencia. El Estado no se percibe como una empresa común perfeccionable, sino como una torpe, extraña, ajena y arbitraria estructura de poder que suministra pocos bienes y malos servicios mientras demanda incómodas y mal pagadas jornadas de trabajo, y –lo que es peor- constantes ceremonias rituales de adhesión ideológica, expresadas por medio de desfiles, actos, reuniones, aburridísimos «círculos de estudio» en los que se analiza con devoción hasta la última coma de los discursos del Comandante, aplausos serviles, trabajo voluntario o abyectas y frecuentes sonrisas aquiescentes”.

“No es de extrañar, dada esta percepción del Estado, que millones de cubanos se entreguen sin remordimiento a la tarea de destruir el medio social en que viven. El castrismo ha provocado la total alienación de los cubanos en tanto que ciudadanos, convirtiéndolos en legiones de destructivos vándalos. Centros escolares, oficinas, medios públicos de transporte, modernas o rústicas herramientas de trabajo, nada escapa al poder destructor de un pueblo que no se identifica con el pavoroso Estado que día a día le oprime y le obliga a las más denigrantes genuflexiones”.

“Debido a ello, la noción del bien común es muy débil o no existe. La propiedad pública es una incomprensible abstracción. Sólo el perímetro individual, por razones del más arraigado egoísmo, merece cuidado y respeto. Este Midas al revés que ha resultado ser Fidel Castro intentó acabar revolucionariamente con la deshonestidad de un puñado de políticos que solía robar al Estado, pero lo que ha logrado es que millones de cubanos se conviertan en enemigos y expoliadores irreconciliables de ese mismo Estado”.

“Quien con el comunismo quiso aumentar la conciencia ciudadana de los cubanos, ha provocado el surgimiento de un individualismo feroz e ingobernable que lima y desbasta implacablemente cualquier común esfuerzo constructivo. Superada algún día la trágica anécdota del castrismo, ¿cómo se reinstaura entre los cubanos una percepción del Estado mínimamente saludable? ¿Cómo se convence a millones de seres secularmente insurgidos contra un Estado que aborrecen, de que la convivencia en libertad sólo es posible conjugando deberes y derechos, protegiendo la parcela pública con el mismo respeto con que se protege la privada? Me temo que esas preguntas no tienen una respuesta fácil. Es más, me temo que ni siquiera tienen respuesta. No existe fórmula segura para revitalizar la conciencia cívica” (De “Fidel Castro y la revolución cubana”-Globus-Madrid 1994).

Algunos optimistas suponen que la economía de mercado genera las actitudes cooperativas, mientras que, en realidad, son las actitudes cooperativas previamente existentes las que permiten adaptarnos luego al sistema cooperativo constituido por la economía de mercado.

viernes, 29 de diciembre de 2017

El pasado como fundamento de la esperanza o la desesperanza futura

De la misma manera en que algunos individuos se aferran a algún atributo hereditario o cultural que les permitirá afrontar el futuro con mayor seguridad, los diversos pueblos en crisis se aferran a épocas de esplendor para intentar alcanzarlas nuevamente. Así como un individuo que tiene abuelos rusos asumirá la creencia de poseer los dones adecuados para llegar a ser campeón mundial de ajedrez, aun cuando poco o nada tenga que ver este aspecto hereditario con su capacidad para ese deporte, los distintos pueblos buscan en su pasado aspectos exitosos que los motivarán para reencontrarlos en el futuro.

Existen también individuos que llevan presentes en la memoria las incomodidades y sufrimientos pasados intentando compensarlos, a veces, en forma desmedida, incluso hasta llegar a adoptar una actitud vengativa hacia un medio social al que culpan por todos sus males, siendo la actitud típica del resentido social. Román J. Lombille hace un paralelo entre el boxeador José María Gatica y Eva Perón, escribiendo al respecto: “Boxeador desleal, rencoroso, que concitaba el odio del público ensañándose con el rival caído e infringiendo todas las normas. Esa era su venganza, la manifestación de su resentimiento por los años de infancia envilecida –allá en San Luis-, de lustrabotas humillado, de chango mendicante”.

“El de María Eva Duarte fue otro complejo, paralelo en otra napa social. Nadie se vengó tanto (mientras fue hada bienhechora), nadie humilló tanto (mientras dignificaba), nadie atesoró tanto (mientras era dama de los humildes)” (De “Eva, la predestinada”-Ediciones Gure-Buenos Aires 1956).

En cuanto a Eva Duarte, puede decirse que hacía recaer en algunos sectores de la sociedad todo su descontento por sus padecimientos pasados, sin advertir que su situación familiar se debió principalmente a la irresponsabilidad de un padre que se desligó de sus deberes de progenitor, ya que tenía una familia legal y otra clandestina, padeciendo esta última diversas inseguridades económicas. Entre las motivaciones del recrudecimiento de la actual violencia urbana, se encuentra el resentimiento social de quienes sufren el desamparo familiar en una época en que predominan los intentos por desfigurar el lugar esencial de la familia como núcleo social básico. Lombille escribió: “Para Eva, el objetivo vital de su existencia era tener dinero, atesorar, acumular, sin darse jamás por satisfecha, aunque los depósitos en dólares crecieran en Estados Unidos, en Suiza, en Italia, en el Brasil, en España. El mundo estaba, para ella, construido sobre esas bases y ella no estaba dispuesta a conmoverlo ni destruirlo. Su éxito estribaba en tener más, mucho más dinero que sus antiguos vecinos de Junín, más que los Duarte, estancieros que la despreciaron, más que sus antiguos conocidos en la intimidad de su vida doliente de sacrificada social, más que los oligarcas que en sus tiempos de aventura la menospreciaron y mal pagaron. Eva era incapaz de suponer que ese mundo podría estar mal organizado. De allí su carencia de verdadera dinamita revolucionaria”.

En el ámbito de la política encontramos también el resentimiento colectivo que tiende a denigrar el pasado nacional hasta desconocer los aspectos positivos que hubiese podido tener. Esto ocurre en la Argentina cuando muchos minimizan el hecho de que este país haya ocupado alguna vez el 7mo lugar entre los países del mundo. En este caso se aduce que “había desigualdad social”, aunque los porcentajes de pobreza eran mucho menores que los actuales.

La actitud destructiva hacia el pasado también ha estado vigente en otros países. Carlos Alberto Montaner escribió sobre su Cuba natal: “No contento con ofrecer un presente de privaciones y fracasos, no contento con destruir la esperanza de un futuro mejor, desalojando del corazón cívico de los cubanos una de sus mejores virtudes, el castrismo también ha demolido el pasado republicano, calificando de «pseudo república» el país que existió entre 1902 y 1959”.

“En esa ruina social a que ha sido reducida Cuba, ni siquiera es posible la noción de «renacimiento», esa útil idea de «resurgimiento nacional» que sirve a los países en sus horas críticas, porque renacer o resurgir implica siempre un estadio anterior de plenitud ciudadana en el que ya tampoco creen los cubanos. Y no se trata sólo de que los cubanos aborrezcan su presente y tengan serias sospechas sobre su futuro, sino que también les han enseñado a aborrecer su pasado, lo que apenas deja espacio para hincar la rodilla y soportar el esfuerzo descomunal de restañar las heridas e intentar reconstruir la nación”.

“Numerosos países a lo largo de la historia –Japón, Alemania, España, Italia- han tenido que sobreponerse a terribles catástrofes políticas, pero siempre contaron con un legendario Siglo de Oro, con una Arcadia feliz que pudiera servir de punto de referencia en la búsqueda de Utopía. Y es que todo país necesita alimentarse de esta sana mitología para trazar su derrotero histórico. El castrismo ha privado a los cubanos de ese vital recurso” (De “Fidel Castro y la Revolución Cubana”-Globus-Madrid 1994).

El resentimiento social de Fidel Castro no sólo lo lleva a denigrar el pasado cubano, sino a toda la civilización occidental, por lo cual adopta para su país la “cultura soviética”, en franca actitud de sometimiento a ese imperialismo. Su padre, español, combatió contra los estadounidenses en la época de la independencia cubana, transmitiendo a sus hijos el odio a todo lo que tenga que ver con EEUU. Incluso el odio se hizo extensivo a la religión cristiana y al capitalismo, como si cristianismo y capitalismo fuesen inventos norteamericanos. Montaner escribe al respecto: “En Cuba hubo un verdadero bombardeo de cultura «oriental». La Unión Soviética, mientras duró, fue algo así como la nueva y adoptiva Madre Patria, mientras los países del Este parecían vecinos antillanos…Había algo demencial en este afán de olvidar el entorno histórico y cultural de la Isla. Demencial y alienante. Demencial porque insensiblemente se estaban ignorando los más obvios perfiles de nacionalidad y la historia. Alienante, porque con todo servilismo se estaba copiando la «mise-en-scène» rusa”.

“Me imagino que dos factores dispararon a la revolución por ese camino absurdo: primero, la imitación. Todos los satélites europeos practicaban la más servil imitación de la metrópoli; segundo, el deseo de borrar de la memoria del cubano todo vestigio del anterior entorno sociocultural. Cuando se hablaba de EEUU era (es) para mencionar a sus gánsters o sus crímenes vietnamitas. Cuando se habla de Latinoamérica, es para destacar los progresos hechos por el poder de los grupos afines al castrismo o para subrayar las favelas y los niños desamparados. Lo demás se ignoraba y se sustituía por unas misteriosas historias polacas o rumanas”.

“Es evidente que de todas las agresiones al sentido común en estos años azarosos y delirantes, ésta ha sido una de las mayores. Hágase cargo el lector de que mañana su país suscribe una fórmula revolucionaria de origen, tradición y «entourage» neozelandés. Supóngase que desde mañana el cine, la prensa, la radio comienzan masivamente a darle información épica de ese remoto universo. Usted se quedaría estupefacto; esa palabra, por cierto, tiene la misma raíz que estúpido y que estupefaciente”.

El odio transmitido de padre a hijo, fue posteriormente transmitido por Fidel Castro a sus miles de seguidores y terroristas de los distintos países latinoamericanos. Todo parece indicar que, todavía, los destinos de los pueblos siguen determinados por las psicologías particulares y los caprichos de sus líderes más influyentes. Sigue vigente aquello de que, si la nariz de Cleopatra hubiese sido menos atractiva, la historia de la humanidad hubiese sido distinta.

jueves, 28 de diciembre de 2017

El imperialismo económico

A lo largo y a lo ancho de la América Latina se escuchan protestas contra el imperialismo y la globalización económica. Se aduce que el comercio internacional es la causa de nuestro atraso por cuanto en todo intercambio comercial se beneficiaría el sector poderoso perjudicando al débil. De ahí que todos nuestros problemas se solucionarían con la simple decisión de suprimir todo tipo de intercambio comercial. Carlos Alberto Montaner escribió: “El agravio más curioso atribuido a la globalización es el robo del chocolate. Se lo escuché por televisión a un indignado ciudadano durante las gloriosas jornadas revolucionarias de Cancún con motivo de una cumbre de la Organización Mundial del Comercio: «No podemos permitir que las multinacionales vengan y nos roben nuestra riqueza, como hicieron con el chocolate»”.

“Los latinoamericanos, pues, debemos exigir que nos devuelvan el chocolate, la papa, el ají, el tabaco y el tomate, productos todos oriundos de América. A cambio, renunciaremos al azúcar, el café, la cebolla, las naranjas, las uvas y otros vegetales imperialistas traídos a nuestro suelo por los poderes coloniales junto con las vacas, los caballos y los burros…”.

“Mientras los globofóbicos [anti-globalización] opinan que los tiburones norteamericanos esperan con las fauces abiertas para tragarse a las sardinas latinoamericanas, la verdad profunda es que la causa de la integración económica entre las dos grandes sociedades del hemisferio tiene muy pocos partidarios en EEUU. Los sindicatos norteamericanos no quieren esos pactos. Los ciudadanos corrientes y molientes tampoco, porque vagamente los asocian a la llegada de nuevos inmigrantes”.

“El comercio exterior norteamericano pesa poco en el conjunto de la economía, menos del 15 por ciento, y de ese porcentaje, apenas un 7 por ciento se realiza con América Latina” (De “Las columnas de la libertad”-Edhasa-Buenos Aires 2007).

En China, con la ayuda de empresas multinacionales, se logró en pocos años disminuir el nivel de pobreza en grandes sectores de la población. No parece que exista un método distinto para eliminar la pobreza en los países latinoamericanos. Sin embargo, la izquierda política ha convencido a la mayoría de sus ciudadanos que es el imperialismo económico, que aún perdura, el principal responsable de la pobreza generalizada. Es decir, por alguna causa desconocida, las mismas empresas que ayudan a los chinos a salir de la pobreza, son las que en Latinoamérica “nos ayudan” a mantener y profundizar la pobreza.

Las empresas multinacionales pueden comerciar desde sus lugares de origen con los diversos países, o bien pueden instalarse en los diversos países para producir y exportar. Quienes se oponen al comercio internacional aduciendo la posibilidad de un imperialismo económico negativo, han “solucionado” algunas veces tal problema mediante la expropiación masiva de empresas extranjeras, como es el caso de Cuba. Pero el imperialismo económico podría seguir “perjudicando” desde el exterior a través del comercio internacional. Ese aspecto, sin embargo, fue “solucionado” de inmediato mediante el bloqueo económico de EEUU hacia Cuba en represalia por la confiscación de las empresas estadounidenses en la isla. Sintetizando el método anti-imperialista adoptado en Cuba:

Eliminación de empresas imperialistas en Cuba: expropiación masiva de empresas
Eliminación de vínculos comerciales con los EEUU: bloqueo comercial

Este ha sido el método drástico para eliminar las posibilidades del imperialismo económico de ejercer su influencia en un país, que así ha quedado “liberado” del imperialismo opresor y que incluso ha promovido guerrillas revolucionarias en toda América Latina para que en esos países prosigan los pasos liberadores de los cubanos.

Y aquí viene lo sorprendente, lo increíble y lo irracional: el propio Fidel Castro adujo que el atraso económico de su país de debió al “bloqueo económico” norteamericano. Carlos Alberto Montaner escribió: “En cuanto al embargo, bueno es que se recuerde que apenas se trata de una prohibición a los ciudadanos norteamericanos de que no gasten dólares en Cuba, o a las compañías de esa nacionalidad de que no comercien con la isla. Prohibición que se originó a principios de la década de los sesenta como consecuencia de las confiscaciones sin indemnización de las compañías norteamericanas”.

“Por supuesto, ese embargo no le impide al gobierno de La Habana comerciar con el resto de los países del mundo, y vender o comprar todo género de mercancías. De ese comercio sin límites pueden dar fe los españoles o los argentinos, a quienes el gobierno de Castro ha dejado de pagarles más de mil millones de dólares, así como los franceses, los japoneses, los mexicanos o los canadienses. Más aún: incluso las compañías norteamericanas radicadas fuera de Estados Unidos no cesan de venderle o comprarle al gobierno de Castro cuando tiene algo que vender”.

“En 1990, ese comercio con los odiados yanquis ascendió a más de 500 millones de dólares hasta que la Ley Torricelli prohibió ese tipo de transacciones, en beneficio de los exportadores de otros países. Lo que ya no venden las compañías yanquis ahora lo venden los franceses, españoles o de cualquier otra bandera. La Ley Torricelli a quien fundamentalmente perjudica es a los exportadores norteamericanos. De manera que la excusa del embargo, hay que tomarla como eso: como una coartada poco seria para intentar justificar una catástrofe económica sin precedentes en la isla de Cuba” (De “Víspera del final: Fidel Castro y la Revolución Cubana”-Globus-Madrid 1994).

martes, 26 de diciembre de 2017

¿Es el egoísmo una virtud?

Quienes adhieren al liberalismo y se sienten integrantes de ese sector ideológico, pueden a veces sentirse confundidos respecto de la actitud del egoísmo, siendo un caso semejante al del niño que escucha decir al padre que es un defecto mientras que la madre le dice que es una virtud. Uno de los padres del liberalismo, Ludwig von Mises, repite frecuentemente la palabra “cooperación”, sugiriendo que toda acción humana, especialmente en el ámbito de la economía, debe ser orientada por una actitud cooperativa. Sin embargo, una destacada difusora del pensamiento liberal, como Ayn Rand, adopta un desconcertante título para uno de sus libros: “La virtud del egoísmo”.

Teniendo presente la vinculación necesaria que debe existir entre las diversas ramas de la ciencia social, debería considerarse al egoísmo como un defecto, tal como se lo considera en psicología social o en la religión moral, además de la tradición y las costumbres vigentes en la mayoría de las sociedades. Ayn Rand escribió al respecto: “En el uso popular, la palabra «egoísmo» es sinónimo de maldad: la imagen que evoca es la de un bruto sanguinario capaz de pisotear un sinnúmero de cadáveres para lograr sus fines, que no se preocupa por ningún ser viviente y que sólo persigue la satisfacción de caprichos súbitos e insensatos”.

“Sin embargo, el significado exacto de la palabra «egoísmo» y su definición de acuerdo con el diccionario [la autora se refiere a diccionarios de lengua inglesa] es: La preocupación por los intereses personales. Este concepto no incluye una calificación moral: no nos dice si la preocupación sobre lo que a uno le interesa es buena o mala, ni qué es lo que constituye los intereses reales del hombre. La respuesta a esa pregunta corresponde a la ética” (De “La virtud del egoísmo”-Grito Sagrado Editorial-Buenos Aires 2007).

Si el hombre posee una actitud característica mediante la cual responde de igual manera en iguales circunstancias, necesariamente ha de estar asociada a un criterio ético. Recordemos que la psicología social reconoce dos tendencias básicas en las acciones humanas: cooperación y competencia. Podemos ejemplificar todas las actitudes posibles considerando el caso de una persona que sufre un accidente en la vía pública. Quienes observan el hecho y comparten parcial o totalmente su sufrimiento, muestran una actitud cooperativa por la cual tienden a compartir las penas y las alegrías ajenas como propias (amor). Por el contrario, quienes sienten alguna satisfacción al ver a otra persona sufrir, tienden a responder con alegría propia ante el mal ajeno y también con tristeza propia ante el bien ajeno (odio). Finalmente tenemos el caso del egoísta, alguien que sólo se interesa por su propia persona y por sus familiares, quien poco o nada se siente afectado por el accidentado desconocido. También tenemos el caso del indiferente, que poco o nada se preocupa por él mismo y por los demás.

Se advierte que estas actitudes básicas del hombre (amor, odio, egoísmo e indiferencia) cubren todas las respuestas posibles, si bien no se tiene en cuenta la intensidad emocional de dichas respuestas, que puede variar significativamente entre las distintas personas. De ahí surge una ética natural asociada al Bien (la cooperación: el amor) y al Mal: (la mala competencia: odio y egoísmo) y la indiferencia (que a la larga se asocia al Mal).

La ética cristiana resulta compatible con la ética natural, ya que con el “Amarás al prójimo como a ti mismo” se nos sugiere preocuparnos tanto por nuestros intereses personales como por los de los demás. De ahí que la actitud del egoísmo, que si bien no siempre produce perjuicios a los demás, a la larga tiende a producir inconvenientes en la familia y en la sociedad. El mandamiento bíblico mencionado ya aparece en el Antiguo Testamento (en Levítico 19:18), de donde tiene sentido aquello de que la civilización occidental se fundamenta en la tradición judeo-cristiana, cuya eficacia se advierte en los resultados concretos que derivan de adoptar tal actitud.

Todo ser humano presenta una actitud característica, o actitud predominante, de tal manera que el egoísta, por ejemplo, lo será en toda circunstancia, ya se trate que esté en una reunión de amigos o esté haciendo intercambios en un ámbito comercial. Ello no indica que tal persona ha de ser egoísta toda su vida, ya que, al tomar plena conciencia de los efectos de sus acciones, alguna vez podrá orientarse hacia posturas cooperativas.

Es muy distinto afirmar que “el egoísmo es necesario para el funcionamiento del sistema capitalista” que decir que “el sistema capitalista puede funcionar aceptablemente a pesar del egoísmo humano”. Como el egoísmo es parte de nuestra naturaleza humana, necesitamos sistemas económicos y políticos que se adapten al hombre real, con sus virtudes y defectos. De ahí que la competencia en el mercado, entre hombres predominantemente egoístas, pueda funcionar aceptablemente. Ello se debe a que, si un empresario egoísta aumenta los precios excesivamente, o paga muy poco a sus empleados, pronto se quedará sin clientes y sin empleados (y sin empresa). De ahí que la competencia del mercado lo obligará a reducir su egoísmo hasta niveles normales.

En el caso de ausencia de competencia, en sociedades con poca cantidad de empresarios, no puede hablarse de “mercado” ni de “competencia” ni de “capitalismo”; los egoísmos no atenuados hacen visibles los efectos perniciosos que pueden aparecer. Aun así, la existencia de pocos empresarios egoístas es mejor que la ausencia total de empresarios, en cuyo caso la economía de esa sociedad será muy poco efectiva.

Si el egoísmo fuese el fundamento del capitalismo, sería mejor que todos los miembros de la sociedad fueran egoístas. Por el contrario, el capitalismo, al promover la competencia, busca atenuar el inevitable egoísmo existente de manera de que predomine la cooperación, haciendo que los intereses individuales sean compatibles con los intereses colectivos. Lamentablemente, el capitalismo promovido junto al egoísmo y no junto con la cooperación, tiene pocas posibilidades de ser aceptado masivamente por cuanto, como lo reconoce la propia Ayn Rand, “en el uso popular, la palabra «egoísmo» es sinónimo de maldad”.

El promovido egoísmo es el blanco perfecto que necesitan los detractores del capitalismo para su descalificación. Ernest Hello escribió: “Existe una clase de hombres que dan la impresión de creer que el mal es una cosa que es necesario usar, pero del cual hay que cuidarse de abusar, que el bien completo sería monótono y exclusivo, que el mal, tomado a pequeñas dosis y mezclado con el bien por una mano discreta y delicada, tiene sus ventajas y sus encantos. En el orden de la religión, esta disposición del espíritu lleva al protestantismo. En el orden de la política, ella conduce al liberalismo” (De “El siglo”-Editorial Difusión SA-Buenos Aires 1943).

Si nos atenemos al acto básico de la economía, que es el intercambio en el mercado, se observa que, para que perdure en el tiempo, debe establecerse para beneficio de ambas partes. Por el contrario, si en un intercambio el vendedor se beneficia mientras que el comprador se perjudica, o a la inversa, el vínculo comercial tiende a no perdurar. Como la base de la propuesta liberal implica un beneficio simultáneo entre ambas partes, es evidente que promueve la cooperación propuesta por Ludwig von Mises y no el egoísmo propuesto por Ayn Rand.

Seguramente que la escritora mencionada habría estado de acuerdo con la propuesta de Mises. Sin embargo, todo parece indicar que se trata de una desafortunada elección de términos, o un análisis conceptual poco efectivo, que para nada malogran sus claras exposiciones acerca de las ventajas del capitalismo respecto del socialismo.

Otro de los errores frecuentes consiste en suponer que el típico empresario capitalista es alguien motivado por el lujo, el consumo ostentoso o el poder. El capital productivo nace del ahorro, y el ahorro nace del trabajo y de la renuncia a un bienestar en el presente para asegurar un bienestar futuro. El trabajo y el ahorro, junto con el intercambio comercial que favorece a todos los participantes, requiere del predominio de una actitud cooperativa, en lugar de egoísta. De todas formas, debe decirse que, de la misma manera en que la mayor parte de los cristianos poco se preocupa por cumplir con los mandamientos bíblicos, la mayoría de los empresarios poco se preocupa por cumplir con los “mandamientos liberales”. Así como no debe descalificarse a ética cristiana por no ser tan efectiva como sería deseable, tampoco debe descalificarse al sistema capitalista por las acciones concretas del empresario real.

Si el liberalismo ha de tener un fundamento ético, como corresponde a toda postura que incide en las conductas individuales, debe necesariamente apoyarse en una actitud reconocida por todos como una virtud y no en una actitud reconocida como un defecto. Carlos Moyano Llerena escribió respecto del liberalismo: “La idea central de su doctrina consiste esencialmente en la exaltación de la libertad individual del hombre, que dirige su conducta solamente por su propia razón sin admitirse interferencia alguna en el proceso. En los primeros autores había un reconocimiento de la ley natural, incluso de su origen divino. Pero luego la confianza irrestricta en la razón humana lleva a rechazar los valores y la trascendencia, así como las limitaciones de la tradición y de la autoridad”.

“Algunos liberales modernos, como Friedrich A. Hayek, tienen una concepción diferente. A juicio de este autor «depender exclusivamente del discernimiento racional como fundamento suficiente para la acción humana es un serio error intelectual». En su opinión la tradición de las reglas morales «contiene guías para la acción humana que la razón por sí sola no podría haber descubierto y justificado nunca». Esa tradición sería el producto de un proceso de selección cultural, «que sigue siendo un tesoro al que la razón no puede reemplazar», aunque la fe en sus principios «se ha ido desmoronando progresivamente durante las últimas generaciones, en forma alarmante»”.

“El origen de esa tradición moral común de una sociedad se encontraría en un proceso de evolución cultural basado en una ‘selección grupal’, distinta de la mecánica de la selección biológica darviniana. La tradición ética así construida tendería a hacer posible «aumentar la producción de vidas o mantenerlas». Como se ve, se trata de un planteo sustancialmente diferente al de la corriente principal del liberalismo” (De “El capitalismo en el siglo XXI”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1996).

domingo, 24 de diciembre de 2017

Conservadorismo y tradición vs. Revolución

Las diversas tendencias políticas y sociales adoptan, ya sea en forma en forma explícita o implícita, una postura respecto al vínculo existente entre evolución biológica, evolución cultural e innovación cultural. Podría decirse que todos los planteos asociados a estos aspectos, no son más que deducciones lógicas del fundamento adoptado, si bien algunas veces puede no haber coherencia lógica.

Entre las posturas más conocidas encontramos la de Jean Jacques Rousseau, quien considera que la evolución cultural, a cargo del hombre, sólo logra empeorar el nivel de adaptación logrado por la evolución biológica, de donde surge la conocida figura del “buen salvaje”, el hombre primitivo todavía no contaminado por la cultura posterior. Aun cuando en las épocas de Rousseau no se hablaba todavía de evolución biológica, se puede sintetizar su postura de la siguiente manera:

Sociedad = Evolución biológica – Evolución cultural

El ideal, para este autor, consiste en dejar de lado las innovaciones culturales establecidas para retroceder hasta tiempos primitivos en los que el hombre actuaba naturalmente.

Una postura bastante más amplia es la del conservadorismo, que tiene en cuenta tanto las leyes naturales que rigen nuestra conducta (efectos de la evolución biológica) como también las tradiciones establecidas por las generaciones posteriores (efectos de la evolución cultural). A partir de este fundamento pueden sugerirse innovaciones culturales sucesivas:

Sociedad = Evolución biológica + Evolución cultural + Innovación

A manera de síntesis, Juan Pablo Ramis describe los principales atributos del pensamiento conservador: “Según William R. Harbour, las notas centrales del pensamiento conservador son las siguientes:

- Dios es el centro de todas las cosas y existe un orden moral absoluto del universo dispuesto por Dios (humanismo teocéntrico).
- La naturaleza moral humana está trágicamente afectada y su razón es limitada (se opone al optimismo antropológico del liberalismo y del radicalismo democrático). Por otra parte, cree que el hombre es un ser naturalmente religioso y que la religión es un requerimiento esencial de la sociedad (defensa de la tradición judeo-cristiana).
- En política, el conservadorismo rechaza el ordenamiento de la sociedad a través de principios abstractos. En este sentido, pone su confianza en la tradición y la historia de un pueblo.
- Se opone a la revolución y a las transformaciones abruptas para producir una recreación del hombre y la sociedad, y favorece las reformas para realizar cambios.
- Se opone a la revolución y a las transformaciones abruptas para producir una recreación del hombre y la sociedad, y favorece las reformas para realizar cambios.
- Posee una orientación elitista: sólo los individuos capacitados pueden conducir una sociedad. Acepta la democracia, pero teme un régimen donde las mayorías avasallen los derechos del hombre. Estos derechos no son fruto de un pensamiento programático abstracto, ni se origina en arreglos contractuales, sino que derivan de leyes naturales. Afirma también que las prácticas tradicionales están muy próximas a la ley natural”
(De “El conservadorismo de Agustín Álvarez en sus primeras obras” en “Los hombres y las ideas” de M. S. Páramo de Isleño y L. J. Ferraro (compiladoras)-Facultad de Filosofía y Letras-Universidad Nacional de Cuyo-Mendoza 1998).

El punto de partida mencionado es inobjetable, ya que no sólo se tienen en cuentas las leyes naturales (o leyes de Dios) sino también la realidad social inmediata, si bien tales leyes son adoptadas en forma indirecta a través de determinada religión.

Esto contrasta con las tendencias revolucionarias que tienden a ignorar las tradiciones e incluso las leyes naturales que rigen la conducta humana, por cuanto, como en el caso del marxismo, el hombre actuaría esencialmente en base a la influencia del medio, mientras se minimiza su herencia genética. Tal postura podría simbolizarse como sigue:

Sociedad = Evolución cultural – Revolución

La revolución marxista busca la destrucción violenta del orden social anterior, tal como lo promovía el propio Karl Marx. Una vez establecido el socialismo, se impone la utopía socialista a partir de la cual no existirán posteriores innovaciones ya que se llega al fin de la historia; y todo ello mediante el simple camino de la abolición de la propiedad privada de los medios de producción.

Ante la tendencia destructiva de poner en duda y discutir todo tipo de hábito tradicionalmente vigente, por la cual se busca cambiarlo por el cambio mismo, Agustín Álvarez escribía: “Las costumbres sociales representan, pues, como las costumbres individuales, modos automáticos de obrar, resueltos por la experiencia que nos economiza el embarazo de las deliberaciones y los peligros del error en el 20, 30, 50 o 90 por ciento de nuestros actos, dejándonos el uso de la razón para los actos extraordinarios o anormales. Un pueblo sin costumbres, obligado a deliberar, discutir y razonar introspectivamente todos sus actos, es algo así como el loco que pierde la experiencia del exterior y las costumbres rutinarias, y anda bajo el impulso interno de su espíritu desvencijado, haciendo no lo que ha aprendido a hacer sino lo que le parece mejor en el momento de obrar” (De “South América”-Buenos Aires 1933).

Mientras que el conservadorismo tiene la precaución de razonar en base a las leyes naturales que rigen al hombre, y al estado cultural de la sociedad, los revolucionarios y los políticos embaucadores establecen razonamientos sin fundamentos firmes. Álvarez agrega: “La raza latina tiene la deplorable especialidad de estos políticos pleitistas, razonadores en el vacío del fuero interno, fabricantes empedernidos de manifiestos, programas y teorías, estadistas verbales que se desenvuelven en la pura fantasía, aislados de la realidad de las cosas por una impenetrable atmósfera de causas y efectos de conciencia y cuyo más alto representante fue el abogado Robespierre que instauró en 1793 el culto de la Razón, entre los escalofríos del Terror”.

“Porque la razón es un motivo interno que puede acomodarse a la oportunidad exterior o ser totalmente independiente de ella. El observador esclavo de los hechos, que prescinde de su razón para buscar la razón de ellos, puede, a veces, encontrarla. El razonador que constituye a su propia razón interna en señora del mundo exterior, tiene forzosamente que considerar a los hechos como esclavos sumisos de la divinidad superior que reside en su persona y tratarlos como a tales, castigando sus extravíos, los de los hechos, como atentados a la razón, con el rigor absolutista del jacobino, del comunista, del socialista, del anarquista”.

El conservadorismo, con mucha aceptación en sectores estadounidenses, presenta aspectos comunes con el liberalismo europeo, aunque también presenta diferencias. Mientras que el liberal considera a la libertad como un valor absoluto y prioritario, el conservador la observa como un instrumento de orden económico. Mientras el liberal establece en el individuo su punto de partida descriptivo, el conservador lo hace con toda la nación. La mayor coincidencia se establece en el común rechazo del socialismo, el estatismo y el totalitarismo.

jueves, 21 de diciembre de 2017

Producir luego distribuir vs. Distribuir luego producir

Un gran sector de la población considera equivalentes “justicia social” e “igualdad económica”. Por ello supone que la misión de todo gobierno debe consistir en hacer todo lo que esté a su alcance para lograr tal igualdad, es decir, no es el individuo quien tiene que ocuparse y preocuparse por producir más y mejor, sino que es tarea del Estado quitarle a los que más tienen para achicar la diferencia con el resto.

Una almacenera, separada, con dos hijos a cargo, se quejaba debido a que, luego de hacer el esfuerzo de pagar durante treinta años sus aportes jubilatorios, observó que su vecina, que durante esos años miraba la televisión mientras tomate mate, recibió una jubilación similar, sin haber hecho ningún aporte previo. La desfinanciación del sistema jubilatorio, que debe recurrir a otros sectores de la economía, es una consecuencia de haber adoptado el criterio de “distribuir luego producir”, ya que promueve la igualdad económica a cualquier costo para luego esperar que el sector productivo se haga cargo de los desajustes presupuestarios.

Como ejemplo de tal actitud pude mencionarse una respuesta de Juan D. Perón, quien expresó: “El tema del cálculo económico no nos interesa; nosotros proclamamos los derechos sociales de la jubilación del ama de casa; las cuestiones actuariales que las arreglen los que vengan dentro de cincuenta años”. Por otra parte, Alan García Pérez expresaba: “Otros gobiernos, otras ideologías y otros sectores sociales postularon que si el Gobierno recibe 100 sólo debe gastar 100. Nosotros decimos que si el Gobierno recibe 100, puede gastar 110, 115, porque con esos quince habrá crédito para el campesino” (Citas en el “Manual del perfecto idiota latinoamericano” de P. A. Mendoza, C. A. Montaner y Á. Vargas Llosa-Plaza & Janés Editores SA-Barcelona 1996).

Para que un sistema jubilatorio sea viable, debe haber 4 trabajadores aportantes por cada jubilado, mientras que en la Argentina actual esa relación es de 1,07 a 1, es decir, hay casi tantos jubilados como trabajadores que aportan. Con el tiempo, es posible que incluso haya más jubilados que trabajadores, por lo cual sólo unos pocos jubilados podrán vivir aceptablemente de su jubilación. Por el contrario, si esa mayoría podrá subsistir, quizá será a costa de una emisión monetaria excesiva; emisión que produce inflación y aumenta la pobreza en otros sectores.

La persona que trabaja y logra bastante dinero, según el criterio de la “justicia social”, crea desigualdad económica y es por ello que el sector productivo sea considerado como el mayor creador de injusticias sociales, a menos que les sean confiscadas por el Estado. Para promover la igualdad económica, durante el kirchnerismo se procedió a conceder más de 3.000.000 de jubilaciones sin aportes, la mayor parte asignadas a personas que no las necesitaban, como en el caso de la observadora televisiva que tomaba mate.

También desde el Estado, pensando siempre en la “justicia social”, a quienes no tenían trabajo, se les otorgó un puesto en el Estado, incrementándose notablemente este proceso durante el kirchnerismo. Tal es así que se estima en más de 1.500.000 el exceso de empleados públicos en todo el país. Luego, ingenuamente, se piensa que desde el exterior llegarán las inversiones necesarias para aportar lo necesario para cubrir el severo desajuste fiscal existente. A ello deben agregarse miles de desocupados crónicos que viven a costa del resto de la sociedad, a través de planes sociales, y que poco o nada hacen por lograr un trabajo productivo.

Quienes proponen “producir luego distribuir”, piensan en función de la economía y, sobre todo, en base a cierto sentido común. Por el contrario, quienes proponen “distribuir luego producir”, esperan que el Estado confisque las ganancias del sector productivo, es decir, suponen que se les puede confiscar ganancias en forma ilimitada; algo carente de sentido y lejano a la realidad. Durante el proceso confiscatorio, las empresas dejan primero de invertir y luego tratan de irse a otros países con menores cargas impositivas y menores gastos laborales, como es el caso de los excesos que van a parar en gran parte a los sindicalistas argentinos.

Mucha gente cree que los países progresan cuando tienen gobernantes que distribuyen regalos y dinero entre los pobres, al estilo de Eva Perón. Incluso los Kirchner distribuyeron mucho más que eso; puestos de trabajo estatales y jubilaciones sin aportes, sin diferenciar entre quienes los necesitaban y quienes no. De ahí que, en el futuro, los políticos que pretendan revertir la situación y hacer que la gente adopte nuevamente la cultura del trabajo y del ahorro, serán rechazados y aborrecidos por la mayoría de la población. Se observa el surgimiento de cierto “populismo inducido” en quienes deben continuar con los vicios populistas si quieren tener cierto apoyo electoral.

De la misma forma en que resulta absurdo tratar de ponerse de acuerdo con un creyente en seres extraterrestres que nos visitan en forma casi cotidiana, ya que por lo general ignora toda ley física o natural, y adopta un pensamiento mágico en donde “todo vale”, intentar ponerse de acuerdo con quienes ignoran completamente las leyes de la economía resulta ser una pérdida de tiempo, siendo ésta la base cognitiva de la grieta existente en la sociedad.

domingo, 17 de diciembre de 2017

Reforma Universitaria y usurpación ideológica

La decadencia de la Argentina no sólo se ha manifestado en el ámbito de la política o de la economía, sino también en lo que atañe a la educación, especialmente en el caso de los altos estudios. La universidad, en lugar de ser el templo de la cultura y del saber, con el tiempo fue usurpada hasta llegar a ser el valuarte y cuna de una subversión orientada a expandir el comunismo en todo el planeta.

En la actualidad, cuando el marxismo ha abandonado las tácticas violentas, mantiene un accionar orientado a la destrucción de la sociedad capitalista tratando de implantar el socialismo bajo un disfraz democrático. De ahí que todavía siga con su misión usurpadora impulsada especialmente desde las facultades de humanidades y ciencias sociales. Francisco J. Vocos escribió: “La llamada Reforma Universitaria enseguida mostró su verdadera naturaleza política, de raigambre marxista, que utilizó las altas casas de estudio para formar las vanguardias de la revolución social que pretendía realizar en la América Latina. El marxismo internacional aprovechó el largo proceso de caída de la Universidad para precipitar la crisis y arrastrar a las juventudes a la revolución que había consumado en Rusia y continuaba propagando por el mundo. Todo lo que estaba contenido en sus principios comunistas (orientación que prevaleció sobre la de algunos intelectuales laicistas o liberales que inicialmente la prohijaron) se vino cumpliendo sistemáticamente desde 1918, llevando el ensayo revolucionario hasta sus últimas consecuencias” (De “El problema universitario”-Cruz y Fierro Editores-Buenos Aires 1981).

Ningún científico auténtico promueve sus hipótesis y teorías aduciendo que se trata de investigaciones “científicas”, ya que, quien conoce el método de la ciencia experimental, sabe perfectamente que toda hipótesis puede ser compatible, o bien incompatible, con la realidad, en cuyo caso deberá ser abandonada o reelaborada. Los que poco o nada conocen de ciencia, por el contrario, suponen que el método científico conduce necesariamente al éxito, tal como lo sugiere el marxismo, mientras rechazan la ciencia auténtica (o verificada experimentalmente) calificándola como simple “ideología”, ya que no concuerda con el marxismo, aunque concuerda con la realidad a describir.

La Universidad argentina ha pasado por varias etapas que van desde la teológica, a la filosófica, científica, profesional, burocrática y, finalmente, política. Teniendo presente la universalidad de la ciencia experimental, y los resultados obtenidos, debería ser la ciencia el fundamento de los contenidos y del conocimiento impartido. Debería, además, estar al servicio de la sociedad y de la nación en lugar de estar orientada hacia la destrucción de la “injusta sociedad capitalista” tal como se advierte en la actualidad.

En el mejor de los casos, la universidad actual prepara especialistas, o profesionales, muy limitados respecto de la cultura general, por lo que ello implica desvirtuar los fines esenciales, que implica la preparación cultural integral del individuo. El especialista es el que sabe “todo de nada”, en oposición al enciclopedista que sabe “nada de todo”, por lo cual el caso intermedio resulta el más aconsejable. Juan Lazarte escribió: “En las famosas universidades de Oxford y Cambridge el estudiante recibe un tipo general educativo que va más al desenvolvimiento de la personalidad que al conocimiento científico. Educación total humana, equilibrando las fuerzas en que se desarrolla la personalidad. Tal vez por este aspecto peculiar los hijos del «alma mater» de estas universidades son ingleses de primera clase en general, llevando esta característica al mundo” (De “Laicismo y libertad”-Editorial Cátedra Lisandro de la Torre-Buenos Aires 1959).

La decadencia universitaria se vislumbra a partir de la adhesión incondicional de “intelectuales” que optaron por promover la destrucción social y material de su propia nación buscando el engrandecimiento de su patria de adopción, la Unión Soviética. Francisco J. Vocos escribe al respecto: “Los fines revolucionarios, trastornando toda la concepción de la vida universitaria; convirtiendo las altas casas de estudios en simples campos de experimentación o de adiestramiento para la lucha; sacando al estudiante de su sitio para asignarle un papel preponderante en la actividad revolucionaria, han configurado la Universidad como vanguardia de una empresa política de vastos alcances; la organización de América Latina según el molde de las repúblicas soviéticas”.

Cuando la universidad pasa a ser una extensión de los partidos políticos, las intrigas, bajezas y desvergüenzas de los comités pasan a la universidad. La “universidad democrática” llega al extremo de ser gobernada por los alumnos, aunque indirectamente por los ideólogos marxistas. Vocos escribe al respecto: “Si la democracia postula el gobierno de la mayoría y en la Universidad la mayoría está constituida por los estudiantes, el gobierno de la Universidad debe pertenecer a los estudiantes. La Reforma proclamó el principio de la soberanía estudiantil y su derecho a gobernar la Universidad. Y no solamente lo afirmó, sino que lo impuso inicialmente por la violencia, apoderándose de la Universidad de Córdoba y nombrando como autoridades un triunvirato de estudiantes. La inspiración marxista les había sugerido los medios, y los estudiantes cordobeses se lanzaron a la conquista del gobierno de la Universidad por la acción violenta”.

Alguien podrá aducir que en los países comunistas no son los estudiantes precisamente quienes gobiernan las universidades. Al respecto debe decirse que es distinto el marxista en el poder que el marxista persiguiendo el poder. En el primer caso establece un gobierno personal absoluto, eterno e indiscutible, mientras que en el segundo caso intenta destruir, por cualquier medio posible, al “injusto sistema capitalista”.

En épocas más recientes, como la década de los 70, las universidades argentinas, en su gran mayoría, no sólo fueron usurpadas ideológicamente, sino también convertidas en guaridas de terroristas urbanos. La actividad académica pasó a un segundo plano y desde los propios rectorados se apoyó a la guerrilla combativa. Gustavo Landívar escribió: “Los profesores Ortega Peña y Luis Duhalde, verdaderos ideólogos del marxismo, impusieron un sistema en la Facultad de Derecho que luego iba a adoptarse en otras facultades. Eran los exámenes de grupo, en donde una docena de estudiantes, aproximadamente, debían rendir su materia. Al efecto uno solo de ellos exponía sus conocimientos, y si el profesor lo creía conveniente podía interrogar a los restantes, aunque esto no se hacía si se notaba cierta falta de conocimiento. Los exámenes de grupo fueron mostrados como una de las «conquistas revolucionarias» más importantes del siglo, y muchísimos estudiantes acogieron la idea con simpatía. Muy pocos estaban al tanto de que esa facilidad en los estudios tenía como objeto entregar a la sociedad a profesionales ineptos, con lo que se contribuía a la subversión de los valores”.

“Entre las medidas más insólitas que se tomaron recordamos la abolición de toda diferencia jerárquica. Es decir, la tan mentada «igualdad» del marxismo. De tal modo, el salón de profesores, que estaba destinado al descanso de los docentes y cuya tranquilidad les permitía preparar las clases y corregir los exámenes, fue abierto para los estudiantes y los no docentes. Y así fue que prácticamente se tomaron por asalto esas instalaciones. Era un espectáculo frecuente ver a alumnos y ordenanzas de la Facultad cómodamente apoltronados en los sillones, mientras que los profesores no tenían un lugar donde sentarse” (De “La universidad de la violencia”-Ediciones Depalma-Buenos Aires 1980).

El propia Editorial de la Universidad de Buenos Aires (Eudeba) se encargaba de editar libros de apoyo para la acción terrorista. Landívar escribe al respecto: “Eudeba, pese a su prohibición expresa, continuaba publicando libros marxistas –se publicaron 140.000 ejemplares a un costo de 470 millones de pesos de entonces-; cada vez había más aulas convertidas en arsenales de la guerrilla; cada día se producía un nuevo atentado terrorista cuyo origen era la propia Universidad; periódicamente era agredido un profesor o un estudiante que no aceptaba las directivas de los activistas. No pasaba una jornada sin que se hubiese interrumpido algún curso, y los «cuerpos de delegados» llegaban continuamente a su despacho del rectorado [de Vicente Solano Lima] para reclamar la imposición de medidas radicales”.

En las distintas universidades se sucedían los decanos que provenían de la “izquierda peronista” o bien de la “derecha peronista”. Es interesante el caso ocurrido en la Universidad Tecnológica Nacional-Regional Mendoza, cuando uno de sus alumnos, que se distinguía por preparar primitivos y groseros festejos para quienes se recibían de ingenieros, conocido como “el loco Seijo”, en un lapso de unos seis meses, aproximadamente, pasó de ser un alumno, al recibirse normalmente, hasta llegar a convertirse en Decano de dicha facultad. La politiquería había desplazado a la ciencia para establecerse firmemente en las universidades argentinas. La decadencia prolongada que sufrimos como nación es una consecuencia necesaria e inevitable de las preferencias políticas predominantes en la sociedad.

sábado, 16 de diciembre de 2017

Mentalidad argentina = 20% liberal + 80% populista

La Argentina padece un largo periodo de estancamiento e incluso, de retroceso. Los distintos diagnósticos de nuestra enfermedad social nos llevan a sugerir remedios políticos o bien económicos, mientras que, en realidad, debemos enfocar nuestra atención en las ideas dominantes, que son esencialmente las que determinan el accionar posterior de la sociedad.

Hace treinta años, Carlos Moyano Llerena insinuaba una especie de radiografía de nuestra mentalidad generalizada predominante, teniendo sus escritos plena vigencia y actualidad, lo que hace sospechar que en ese lapso no hemos mejorado en lo más mínimo.

COMPETENCIA, ELITISMO Y DEPENDENCIA

Por Carlos Moyano Llerena

Un gobierno que se proponga con seriedad impulsar el crecimiento económico debe dedicarse esencialmente a aplicar una política que promueva la competencia. Es decir, que premie el éxito de los mejores, de los más productivos, de los que al mismo tiempo que aumentan sus ganancias benefician a la comunidad.

Debe reconocerse, sin embargo, que es precisamente este punto del éxito de los mejores el que más grandes resistencias despierta en la sociedad argentina, tanto en lo que se refiere a los individuos como a las empresas. Porque en la ideología del populismo que prevalece hoy en más del 80% del electorado del país hay dos obsesiones fundamentales que se relacionan con este tema.

En primer término está la tendencia al igualitarismo, considerado como la esencia de la justicia social. Y en segundo lugar, la tendencia a la autarquía, considerada como la clave de la independencia económica.

Infortunadamente, para aumentar la competencia es ineludible aceptar la existencia de algunos mejores, que deben ser premiados, y aceptar también la apertura de la economía que obligue a la mayor eficacia de las actividades locales. Por lo tanto, quien se atreva a defender estos puntos de vista corre el riesgo de ser acusado de oponerse a los dos nobles objetivos sociales de la justicia y de la independencia. Y de estar promoviendo dos abominaciones intolerables como serían el elitismo y la dependencia.

En otras palabras, la opinión general considerará que se está frente a un conservador anacrónico, que quiere retornar a épocas pretéritas en las que había una pequeña elite del poder y del dinero, que creía tener el encargo divino de gobernar a las masas y, sobre todo, de enseñarles cuál era su lugar. Al mismo tiempo, esos dirigentes encontraban su posición íntimamente ligada al éxito del comercio internacional y de las inversiones extranjeras, lo que orientaba la línea de sus intereses.

Todo esto puede haber sido cierto, pero ahora se trata de una situación enteramente distinta. La cuestión no es retornar al siglo XIX, sino prepararse para entrar en el siglo XXI.

La promoción de la excelencia

El ideal de la igualdad entre los seres humanos es un espléndido objetivo que se ha planteado siempre en la historia. Las sociedades esclavistas o sometidas a un régimen de castas o de discriminaciones raciales muestran hasta qué punto nos resulta repugnante la noción de que se hagan diferenciaciones sustanciales entre los hombres. Su mera condición de tales determina una dignidad esencial que no admite desigualdades. El cristianismo lo proclamó como una extraña novedad hace ya dos mil años, y la Revolución Francesa quiso traducirlo al campo político hace doscientos años.

Pero una cosa es la igualdad de los hombres en lo esencial de su destino trascendente y de su condición de miembros de la sociedad, y otra muy distinta es la identidad de las características y de las posibilidades de cada sujeto individual. Éstas dependen de factores genéticos y de circunstancias ambientales que muestran una inevitable diversidad.

Frente a este hecho incontrovertible caben dos actitudes: o bien pretender que cada ser humano alcance el máximo desarrollo que le sea posible, su más alto nivel de excelencia con las desigualdades consiguientes, o bien procurar una general uniformidad que, por cierto, solamente podrá buscarse en un bajo nivel de calidades.

Hoy día es frecuente creer que el ideal de una sociedad justa es alcanzar una igualdad absoluta en todos los aspectos de la vida, y muy especialmente en el plano económico. Este sería un mérito propio de las sociedades comunistas, y en particular del maoísmo. Pero esta misma noción se ha difundido también en las naciones de Occidente.

En realidad, la justicia social puede reclamar que todos alcancen una condición económica mínima, que es exigida por la dignidad humana, y que variará según tiempo y lugar. Se debe reclamar también que se asegure una igualdad de oportunidades para que todos cumplan sus mayores posibilidades de desarrollo personal. Pero lo que no se puede pretender es que, en nombre de una confusa idea de la justicia, se implante un igualitarismo inhumano, en una forzada nivelación hacia lo inferior.

La opinión pública argentina acepta la competencia en el deporte, y premia a los triunfadores. También aprecia al médico más prestigioso, o al producto de más calidad y más barato. Pero, curiosamente, sostiene que competir para que los mejores ingresen en la Universidad es una retrógrada pretensión elitista. Y que retribuir mejor a los trabajadores más eficaces atenta contra la igualdad que exigiría la justicia. Lo cual explica la oposición sindical a los premios por productividad o por «presentismo» o a las calificaciones del personal, y su propósito de procurar que las diferencias de las retribuciones según capacidades sean lo más estrechas posibles. Todo lo cual conduce, lógicamente, a una defectuosa utilización de la fuerza laboral.

La Argentina aislada

En la medida en que se valora el principio de la soberanía nacional resulta evidente la necesidad de consolidar la autonomía en el campo económico. Pero las ideas en boga interpretan que cualquier intercambio con las grandes potencias ha de resultar fatalmente perjudicial para nuestros intereses, y nos someterá a una situación de dependencia, la cual se convierte en la causa básica de nuestra pobreza.

Los intelectuales marxistas son los principales difusores de esta tesis entre los países del Tercer Mundo. Aplican así las enseñanzas de Lenin, promoviendo las corrientes antioccidentales. Exaltan las bondades de una política que tiende a la autarquía, antes que ser víctimas de los imperialismos y de las empresas multinacionales.

La teoría de la dependencia no sabe explicar la prosperidad de Canadá, a pesar de su íntima vinculación con la economía de los Estados Unidos. Tampoco puede aclarar por qué países muy chicos, como Suiza o Suecia, de gran apertura al comercio exterior, han alcanzado los más altos niveles de vida y tienen el privilegio de una excepcional autonomía en su política internacional.

Resulta en verdad sorprendente que se nieguen con tanto desparpajo las obvias ventajas de las relaciones económicas con el exterior, y que ello pueda ser aceptado con tanta facilidad, sobre todo cuando no hay disposición para soportar la austeridad que todo aislamiento implica. Lo que sucede es que muchos países atrasados sienten la necesidad de echar la culpa a otros por su situación, y encuentran aquí un satisfactorio argumento para encubrir su incapacidad. A lo que cabe agregar que hay un infantil patriotismo que se manifiesta en el orgullo de consumir manufacturas nacionales, suprimiendo la competencia de las importaciones. El orgullo debería ser mucho más legítimo si viéramos que otros países demandan con interés nuestra producción industrial.

El fracaso de los planes

Si queremos salir del estancamiento hay que procurar que la competencia interna y externa obliguen a elevar la productividad. Pero ningún programa de gobierno que persiga este propósito podrá tener éxito mientras la gran mayoría de la opinión pública rechace la competencia por considerarla contraria a la justicia social y a la independencia económica.

En este rechazo convergen también, extrañamente juntos, los ideólogos de extrema izquierda y los defensores de los intereses empresarios, cobijados bajo el pseudo-patriotismo de la protección ilimitada de la producción nacional. Todo lo cual pone de relieve la magnitud de las fuerzas coaligadas que habrá que vencer si se quiere cambiar el orden existente.

Nada podrá intentarse mientras no se avance en la gran tarea de difundir la verdad y de poner en evidencia la irracionalidad de las supersticiones populistas. Esto requerirá una labor de reeducación muy prolongada. Por eso, lo mejor será comenzarla cuanto antes.

(Del Diario La Nación-Buenos Aires 27 de Julio de 1987).

La idolatría política

Cuando se instala un gobierno populista, que perjudica seriamente a toda una nación, recibe el apoyo y beneplácito en muchos sectores. Una primera conclusión indica que no todos los sectores son los perjudicados, ya que algunos se benefician, y de ahí el apoyo a dicho gobierno. Sin embargo, pueden observarse casos en que quienes se ven perjudicados económicamente también adhieren a ese gobierno. Y aquí es donde surge la posibilidad de explicar ese apoyo adicional por razones extraeconómicas, como es el caso de la idolatría política.

Puede citarse al peronismo como ejemplo, siendo un movimiento totalitario en el que muchos adeptos negaban su filiación sabiendo que se trataba de una tendencia nefasta para el país; proceso algo similar al fascismo en Italia. Jorge Luis Borges escribió: “Quince años han bastado para que las generaciones argentinas que no sobrellevaron o que por obra de su corta edad sobrellevaron de un modo vago el tedio y el horror de la dictadura, tengan ahora una imagen falsa de lo que fue aquella época. Nacido en 1899 puedo ofrecer a los lectores jóvenes un testimonio personal y preciso”.

“Decía Benedetto Croce que «no hay en Italia un solo fascista, todos se hacen los fascistas»”. “La observación es aplicable a nuestra república y a nuestro remedo vernáculo de fascismo. Ahora hay gente que afirma abiertamente: soy peronista. En los años de oprobio nadie se atrevía a formular en el diálogo algo semejante, declaración que lo hubiera puesto en ridículo. Quienes lo eran abiertamente se apresuraban a explicar que se habían afiliado al régimen porque les convenía, no porque lo pensaran en serio. El argentino suele carecer de conciencia moral, no intelectual; pasar por inmoral le importa menos que pasar por zonzo. La deshonestidad, según se sabe, goza de la veneración general y se llama «viveza criolla»” (Del Diario Los Andes-Mendoza 1970).

Como ejemplo de decisión gubernamental que beneficiaba a unos y perjudicaban a la mayoría, puede mencionarse la ley de alquileres peronista que congelaba los montos de las mensualidades en épocas de inflación. Ante la posibilidad de cobrar alquileres irrisorios, se paralizó totalmente la inversión en viviendas para alquilar. De esa manera, sólo se benefició quien ya alquilaba, mientras que el problema de la vivienda se agudizó para quienes necesitaban alquilar por primera vez. Aun en la actualidad no se ha logrado solucionar del déficit habitacional.

En una línea similar, durante el kirchnerismo se duplicó la cantidad de jubilados. La mayoría de los nuevos jubilados recibieron sus haberes sin haber nunca antes realizado aportes jubilatorios. Gran parte de los nuevos beneficiados no estaban en condiciones de indigencia o pobreza, por lo que tal derroche de recursos elevó los gastos del Estado de manera de requerir de una excesiva impresión monetaria con el consiguiente efecto inflacionario. El beneficio de un sector perjudicó seriamente al resto, como es el caso del sector más perjudicado por la inflación: los pobres y los indigentes.

El fenómeno de las idolatrías personales resulta frecuente en ámbitos tales como la música, el deporte o la religión, por lo que es común encontrar seguidores de un cantante exitoso o admiradores de un destacado futbolista. En forma semejante a aquella en que los padres se sienten plenamente realizados compartiendo el éxito de sus hijos, el ciudadano común tiende a compartir los éxitos y los fracasos de sus ídolos. Quienes renuncian, por distintos motivos, a lograr éxitos propios, en base a sus habilidades y esfuerzos personales, tienden a adoptar actitudes idólatras, no siendo la política una excepción.

Entre los aspectos negativos observados puede mencionarse una excesiva obsecuencia que hace perder de vista los objetivos sociales de la política ya que la actitud idólatra impide valorar las acciones del personaje idolatrado, desvirtuando incluso sus méritos. Tal es así que The Beatles dejaron de realizar actuaciones en público por cuanto sus seguidores incondicionales no distinguían entre una canción que a ellos les parecía muy buena, de una expresión momentánea surgida en alguna presentación. Los fanáticos valoraban tanto lo circunstancial y superfluo como lo que no lo era.

La idolatría política tiende a constituirse en un neopaganismo, ya que la actitud del creyente resulta similar a la del seguidor de las antiguas religiones en las que se intercambiaban ofrendas por concesiones recibidas, o supuestamente recibidas. El neopaganismo político se diferencia netamente de las religiones morales por cuanto en éstas son las acciones éticas, y no los pedidos hacia lo alto, las que orientan la vida del hombre.

Los habilidosos políticos populistas cumplen el papel de dioses paganos ya que, a través del Estado, realizan tareas de distribución gratuita para ganar gran cantidad de adeptos y por tiempos prolongados. Las distribuciones “gratuitas” alejan a las masas del hábito del trabajo y del ahorro, mientras que el intercambio de bienes por trabajo genuino las insertaría en una vida ética. De ahí que los gobiernos populistas sean típicos de los países subdesarrollados mientras que los gobiernos democráticos lo sean de los países desarrollados. La diferencia es similar a la existente entre los pueblos que adoptan religiones paganas (o que paganizaron la religión moral) y los pueblos que se adaptaron a la religión moral.

Una “diosa pagana” de la política fue Eva Perón, ya que no sólo redistribuía recursos económicos sin una contraprestación laboral, sino que, además, encarnaba la postura de quien está por encima de todos y que tiene la posibilidad de rebajar o incluso denigrar a todos aquellos que están por encima del nivel social de las masas y que son envidiados por éstas. Enrique Krauze escribió: “Siguiendo puntualmente la vieja tradición española del poder patrimonialista, el matrimonio Perón-Evita se comportaba como el dueño único y legítimo de Argentina. Toda la familia Duarte medró a la sombra de Eva; Juan fue el influyente y corrupto secretario de Perón, un cuñado de Eva fue senador, otro director de Aduanas y otro magistrado de la Corte de Justicia”.

“El Congreso era un apéndice de Perón y de Evita, quienes tranquilamente suprimieron la inmunidad parlamentaria. Cuando Evita visitó la Corte Suprema, su presidente le rogó con dulzura que no se sentara a su lado, en la zona reservada a los magistrados, sino con el público, junto a su esposa. En represalia, Evita lo hizo echar. Luego depuró al resto del Poder Judicial”.

“El populismo es en sí mismo un término neutro; al margen de la ideología, se puede aplicar a cualquier régimen que declarativamente pretenda trabajar en favor de las vastas mayorías empobrecidas y apele directamente a ellas, por encima de las instituciones. El peronismo fue seguramente el primer régimen populista de América Latina. Lo caracterizaron al menos tres rasgos: movilización vertical de las masas, tendencia a privilegiar la demanda social por encima de las energías productivas de la nación (con desastrosas consecuencias económicas) y, sobre todo, el culto al líder, al caudillo, en este caso a Juan y Eva”.

“Mucho antes de morir, Eva había convocado alrededor suyo una devoción sólo comparable, en el orbe hispánico, a la de las diversas advocaciones de la Virgen María. La idolatría llegó a extremos de histeria. La gente le escribía para «estar en su pensamiento». «Es como estar en el de Dios», decía una enferma de polio” (De “Redentores”-Debate-Buenos Aires 2012).

La “abanderada de los pobres” mostraba una inusual atracción por las riquezas, el lujo y la ostentación. El citado autor escribió: “Acumuló la fortuna que sentía merecer. Nada la calmaba porque su rencor social era agudísimo. Desplegar su riqueza y poder era su modo de emular y desafiar a la sociedad estratificada y rígida que la había despreciado”.

“Las joyas la enloquecían o, más bien, la nutrían y tranquilizaban, pero no desdeñaba el dinero cantante y sonante. Al morir poseía 1.200 plaquetas de oro y plata, tres lingotes de platino, 756 objetos de platería y orfebrería, 144 broches de marfil, una esmeralda de 40 kilates, 1.653 brillantes, 120 pulseras y 100 relojes de oro, collares y broches de platino, otras piedras preciosas, además de acciones e inmuebles, todo valuado en decenas de millones de dólares”.

Puede decirse, en pocas palabras, que el camino del regreso de la Argentina a la buena senda consiste esencialmente en un cambio desde el peronismo hacia el cristianismo.

domingo, 10 de diciembre de 2017

El muro ¿símbolo de nuestra época?

Un muro representa la imposibilidad de vincularnos con otras personas, o con la sociedad, ya que están del otro lado de una barrera ideológica infranqueable y que algunas veces se materializa con vallas, alambradas y fronteras que dividen en sectores a nuestro planeta. Por el contrario, el mundo ideal, surgido de las posibilidades que brindan las leyes naturales que nos rigen, y no meramente surgido de las diversas utopías sin fundamento que surgen de un absurdo subjetivismo, implica un planeta en el que podemos vincularnos con el resto de sus habitantes, no existiendo barreras creadas por los hombres que impiden la conformación de una verdadera comunidad humana.

Dos son los muros que simbolizan las tragedias humanas del siglo XX. El primero es el que individualmente levantamos a nuestro alrededor para protegernos de la temible sociedad que nos rodea: es el mostrado en la película “The Wall”, de Pink Floyd; el segundo es el Muro de Berlín, que nos hace recordar los totalitarismos de ese siglo. Roger Waters escribió: “En algunos sectores, entre los intelectualoides, existe una visión cínica de que los seres humanos, como entidad colectiva, son incapaces de desarrollar «humanismo», es decir, más amabilidad, más generosidad, más cooperación, mejor empatía con los demás”.

“No estoy de acuerdo. Desde mi punto de vista es demasiado prematuro para nuestra historia llegar a semejante conclusión: después de todo, somos una especie muy joven. Creo que por lo menos tenemos la chance de aspirar a algo mejor que a una lucha despiadada en ceremonia ritual como respuesta a nuestro miedo institucionalizado por el otro. Siento que es mi responsabilidad como artista expresar, aunque con cautela, mi optimismo y alentar a otros a hacer lo mismo. Citando al gran hombre: «Puedes decir que soy un soñador, pero no soy el único»”.

En la película mencionada, se evidencian algunos aspectos negativos en la vida de Roger Waters, como la muerte de su padre y la influencia de una madre sobre-protectora. También aparecen escenas de consumo de drogas y los subsiguientes problemas psicológicos, aunque esta vez son sugeridos por lo que le aconteció a Syd Barrett, otro de los integrantes de Pink Floyd. Cada uno de esos aspectos fue considerado como un ladrillo que conformaba la pared que separaba a Pink (el personaje de la película) del resto de la sociedad. Sebastián Duarte escribió: “Pink se reprime debido a los traumas que la vida le va deparando: la muerte de su padre en la Segunda Guerra Mundial, la sobreprotección materna, la opresión de la educación británica, los fracasos sentimentales, la presión de ser una figura famosa en el mundo de la música, su controvertido uso de drogas sumado a su asma, etc., son convertidos por él en «ladrillos de un muro» que lo aísla, construido con el fin de protegerse del mundo y de la vida, pero que lo conduce a un mundo de fantasía autodestructiva” (De “Pink Floyd. Derribando muros”-Distal SRL-Buenos Aires 2012).

La idea de un planeta sin fronteras ha sido “generosamente” ofrecida por los diversos conquistadores e imperios, pero no para que todos los hombres nos guiáramos por las leyes naturales, o leyes de Dios, sino para ser gobernados por líderes al mando de esos imperios. El Muro de Berlín fue el símbolo de la separación existente entre el Imperio Soviético y el resto no dominado aún.

La barbarie totalitaria mantiene su vigencia a través de “intelectuales” embaucadores (y embaucados), obsecuentes con ideologías que poco o nada tienen de científicas, por cuanto poco o nada concuerdan con la realidad. Mientras que algunas décadas atrás confiaban en que la violencia era el camino que llevaba a la solución de los males sociales, en la actualidad utilizan el disfraz democrático para arribar a fines similares: el totalitarismo. Chantal Millon-Delsol escribió: “La extraordinaria ceguera histórica de los intelectuales occidentales representa uno de los enigmas de la historia de las ideas del siglo XX. Mientras Stalin asesinaba y deportaba millares de inocentes, los espíritus más destacados de Europa bendecían el sovietismo en nombre de los derechos del hombre”.

“Los testimonios contrarios nada podían: eran acusados de mentirosos y traidores. La ideología no aceptaba crítica alguna: se constituyó la crítica en crimen. Se produjo finalmente una situación asombrosa: en la Francia posterior a los «gloriosos treinta», es decir, en un país colmado de comodidades y libertad, los intelectuales en forma casi unánime, y la opinión pública detrás de ellos, confesaban una indulgencia sonriente frente a un régimen responsable de genocidios y de la desesperanza de todo un pueblo” (De “Las ideas políticas del siglo XX”-Editorial Docencia-Buenos Aires 1998).

Para ocultar la promoción de la violencia y el terror, los marxistas-leninistas adoptan la actitud de víctimas inocentes, como ocurrió en el caso de los guerrilleros de los setenta cuando relatan solamente la represión que sufrieron mientras que jamás hacen referencia alguna a los miles de atentados y a los cientos de secuestros y asesinatos por ellos cometidos. También el chavismo trata de encubrir la destrucción que ocasiona a Venezuela aduciendo defender al país del imperialismo de EEUU, victimizándose en forma cínica y descarada. La citada autora agrega: “Argumento del cerco, tomado en la propaganda stalinista: los soviéticos están hasta tal punto amenazados por los países capitalistas que apelan a todos los medios de defensa. Un régimen que tiene miedo ejerce la violencia. Este argumento está construido en forma artificial: desde 1917, ningún país amenaza a la URSS. Fue invadida por Hitler, pero Hitler invadió casi toda Europa: no hay entonces que hacer de ello un delirio de persecución”.

“Cuando el Ejército Rojo invadió Afganistán, a los reclutas se les decía que iban a pelear contra ejércitos chinos y americanos que intentaban entrar a través de cortes de barreras en las fronteras de la URSS. La invención del enemigo justifica los medios utilizados por el terror interior y el imperialismo exterior. Lo más creíble es que los occidentales, y entre ellos los más instruidos, se hayan prestado complacientes a semejantes delirios”.

Para mantener vigente la idea socialista, sus promotores culparon unánimemente a Stalin por la barbarie comunista, olvidando que Lenin fue quien creó los métodos utilizados desde los inicios del socialismo ruso. Alexander Solyenitsin escribió al respecto: “Fue Lenin quien despojó a los campesinos de la tierra, no Stalin. Lenin jamás borró de su programa la violencia y el terror, como elementos básicos de gobierno. «La dictadura –dice Lenin- es el poder estatal que se apoya directamente sobre la violencia». Y los campos de concentración y las represiones de la Cheka sin tribunal alguno fueron obras de Lenin…Lenin fue quien eliminó totalmente a la nobleza, al clero y a los estratos sociales dedicados al comercio, y puso a los sindicatos al servicio del Estado. Y toda la presión antiteísta, que como demuestra Agurski es el eje de la colectivización, la concibieron Lenin y Trotski”.

“Luego Stalin recogió de Trotski las ideas básicas: los ejércitos de obreros en trabajos forzados…; la superindustrialización sobre el aplastamiento de los derechos vitales del pueblo; la explotación de los campesinos…Lo único que Stalin hace por innovación propia, independientemente, es la represión masiva contra partes de su propio partido. ¡Por eso maldicen los comunistas sólo a Stalin!” (Citado en “Así sangraba la Argentina” de Antonio Petric-Ediciones Desalma-Buenos Aires 1980).

El siglo XX introduce una innovación respecto de los siglos anteriores, ya que, mientras que los antiguos conquistadores asesinaban sólo a los extranjeros que se oponían a sus ambiciosos planes de poder y dominio, como Napoleón, los totalitarios del siglo XX no sólo mataban extranjeros, sino también a sectores de su propia población, en cantidades aún mayores. En todos los casos, nunca faltaron “intelectuales” ni una opinión pública que dejara de aplaudir y admirar a tales nefastos personajes. Thérèse Delpech escribió: “La aceleración de la historia de la que somos herederos comenzó hace poco más de dos siglos. Desde entonces, la humanidad parece lanzada a una loca epopeya, cuyo curso comprende cada vez menos”.

“Con el talento de los rusos para el drama histórico, el autor de «La guerra y la paz» es el escritor que ha proporcionado la imagen más convulsiva sobre dicho devenir. Al referirse a las campañas de Napoleón ocurridas sesenta años antes, Lev Tolstoi no compartía el romanticismo con el que sus compatriotas solían referirse al Emperador. Esa cabalgada fantástica a través de Europa, que ilusionó a tantos grandes espíritus, sólo era para él una espantosa matanza: «Por razones conocidas o veladas, los franceses comienzan a matarse entre ellos. Este hecho es acompañado por su justificación: el bien de Francia, la libertad, la igualdad. Cuando dejan de matarse, aparecen la unidad del poder y la resistencia a Europa. Luego, masas humanas avanzan de Occidente a Oriente exterminando a sus prójimos. Se habla entonces de la gloria de Francia y de la bajeza de Inglaterra. Pero la historia muestra que estas justificaciones no tienen sentido. Todas ellas se contradicen, como lo prueba la masacre de millones de rusos para humillación de Inglaterra»”.

“Tolstoi no tenía forma de concebir las masacres que fueron cometidas después de su muerte, en su propio país o lejos de tierra rusa. Tampoco pudo oír las demenciales explicaciones esgrimidas como justificativo. De haber ocurrido así, es posible imaginar el sentimiento de horror que hubiera experimentado. Pero es notable que Tolstoi atribuya a la Revolución Francesa y a las campañas napoleónicas un papel que en los libros de historia casi siempre está reservado para la guerra de 1914: la salvajización de los europeos” (De “El retorno a la barbarie en el siglo XXI”-Editorial El Ateneo-Buenos Aires 2006).

viernes, 8 de diciembre de 2017

El mérito propio y la culpa ajena

Tanto en el proceso de adaptación biológica como en el de la adaptación cultural al orden natural, se emplea el método de prueba y error. El conocimiento humano avanza principalmente por medio de hipótesis descriptivas y de una posterior verificación experimental, mientras que el proceso de mejoramiento individual y social no ha de diferir esencialmente de este último. Sin embargo, es muy común encontrar personas, incluso sociedades y pueblos, que son incapaces de aprender de sus errores por cuanto atribuyen sus éxitos a méritos propios y sus fracasos a culpas ajenas.

El alumno tiende a decir: “me saqué un 10” o “me pusieron un 1”; pocas veces dirá “me pusieron un 10” o “me saqué un 1”. La mujer dirá: “elegí un gran marido” o “me tocó un pésimo marido”; pocas veces dirá “me tocó un excelente marido” o “elegí un pésimo marido”. En forma subconsciente surge la idea del mérito propio en el éxito y la culpa ajena, o el azar, en el fracaso. También los pueblos tienden a atribuir sus éxitos a méritos propios, mientras que los fracasos casi siempre son asignados a “ellos”, los extranjeros, con la colaboración de un sector interno “traidor”.

La aceptación y simpatía que despierta el socialismo en los países subdesarrollados se debe esencialmente a que los ideólogos marxistas hacen recaer todas las culpas en el sistema capitalista, el imperialismo norteamericano o el egoísmo de la burguesía. Luego, se le induce a los sectores humildes que sus problemas económicos y sociales no dependen de sus errores, ya que, como pobres, no tienen culpas ni defectos, y, por ello mismo, no deben cambiar en lo más mínimo, sino que, por el contrario, deben colaborar con la destrucción del sistema capitalista, es decir, con la sociedad existente, para instalar el tan aclamado paraíso socialista.

La asignación permanente del fracaso a las culpas ajenas, es el seguro camino hacia el fracaso personal y social, ya que el individuo, en lugar de tratar de enmendar sus errores e intentar cambiar sus actitudes erróneas, busca el cambio de los demás. Este es también el camino hacia la violencia, ya que todo error causa sufrimientos; y si el culpable de nuestro sufrimiento es otro, surgirá de inmediato una actitud adversa contra ese alguien. Ludwig von Mises escribió: “La «mentira piadosa» tiene doble utilidad para el neurótico. Le consuela, por un lado, de sus pasados fracasos, abriéndole, por otro, la perspectiva de futuros éxitos. En el caso del fallo social, el único que en estos momentos interesa, consuela al interesado la idea de que, si dejó de alcanzar las doradas ambiciones, ello no fue culpa suya, sino efecto obligado del defectuoso orden social prevaleciente”.

“El malcontento confía en que la desaparición del sistema le deparará el éxito que anteriormente no consiguiera. Vano, por eso, resulta evidenciable que la soñada utopía es inviable y que sólo sobre la sólida base de la propiedad privada de los medios de producción cabe cimentar una organización acogida a la división social del trabajo. El neurótico se aferra a su tan querida «mentira piadosa» y, en el trance de renunciar a ésta o a la lógica, sacrifica la segunda, pues la vida, sin el consuelo que el ideario socialista le proporciona, resultaría insoportable. Porque, como decíamos, el marxismo le asegura que de su personal fracaso no es él responsable; es la sociedad la culpable. Ello restaura en él la perdida fe, liberándole del sentimiento de inferioridad que, en otro caso, le acomplejaría” (De “Liberalismo”-Editorial Planeta-De Agostini SA-Barcelona 1994).

El marxismo atacó siempre al cristianismo, a quien dirigió, especialmente, aquello de que “la religión es el opio de los pueblos” (lo que adormece para hacer daño). Sin embargo, puede decirse también que “el marxismo es el veneno de los pueblos” (el que estimula el odio). Mises agrega: “El socialismo, para nuestros contemporáneos, constituye divino elixir frente a la adversidad; algo de lo que pasaba al devoto cristiano de otrora, que soportaba mejor las penas terrenales confiando en un feliz mundo ulterior, donde los últimos serían los primeros. La promesa socialista tiene, sin embargo, muy diferentes consecuencias, pues la cristiana inducía a las gentes a llevar una conducta virtuosa, confiando siempre en una vida eterna y una celestial recompensa. El partido, en cambio, exige a sus seguidores disciplina política absoluta, para acabar pagándoles con esperanzas fallidas e inalcanzables promesas”.

Con tal de lograr el poder y descalificar a sus rivales, los marxistas promueven tanto el relativismo moral, como el cognitivo y el cultural, aunque asociados a sus opositores, para reemplazarlos posteriormente por el absolutismo del materialismo dialéctico. Incluso promueven cierto relativismo lingüístico, ya que alteran y tergiversan arbitrariamente el significado de las palabras con tal de lograr ventajas ideológicas. Veamos un ejemplo: “La gente tendría que aprender que los jóvenes idealistas no cometían «crímenes», sino «ajusticiamientos», no robaban sino que recuperaban el dinero que los ricos le habían sacado a los oprimidos; no secuestraban, sino que custodiaban a sus enemigos en las «cárceles del pueblo», no usaban el terror, sino la violencia” (De “Ataque a la República” de Javier Vigo Leguizamón-Santa Fe 2007).

Para confirmar la veracidad de lo anterior debe tenerse presente la reciente (Diciembre 2017) acusación de traición a la Patria a quienes intentaron encubrir a los terroristas iraníes autores del atentado a la AMIA hace algunos años atrás. Sin embargo, pocas veces se han considerado “traidores a la Patria” a quienes encubrieron a los integrantes de Montoneros y del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), debido a que cometieron muchísimos más atentados y provocaron muchísimas más víctimas. En la Argentina se distingue todavía entre un “terrorismo bueno” (el que intenta establecer el socialismo) y el “terrorismo malo”, el que lleva otros fines. Mientras que la sociedad detesta a los terroristas iraníes, alaba a otros con mayor poder destructivo, como es el caso de Fidel Castro, Al respecto, Leguizamón escribió: “¿No ves como lo reverencian cada vez que visita la Argentina? ¿Acaso alguien le exige rendir cuentas por los miles de fusilamientos? ¿Algún juez se ha animado a ordenar su captura internacional por comandar la acción guerrillera en Latinoamérica?”.

Los terroristas de los 70 fueron las primeras víctimas de los intelectuales de izquierda, ya que, mediante sus libros y su influencia, los convirtieron en asesinos despiadados, mientras que, a la vez, fueron combatidos de la misma forma por los sectores que intentaban la defensa de las “sociedades injustas”. Uno de esos ideólogos es Noam Chomsky. Javier Vigo Leguizamón escribió: “En el afán de crear el «hombre nuevo», Pol Pot había decidido «purificar» su pueblo eliminando el 21% de su población”.

“¿Podría un defensor de los derechos humanos justificar semejante matanza? ¿Podría hacerlo un pacifista militante que convocara a miles de jóvenes a formar una cadena humana alrededor del Pentágono, imputándole ser la institución más atroz del planeta? La respuesta no se hizo esperar”.

“A pesar de estar al tanto de las terribles matanzas cometidas por los comunistas al llegar al poder, Chomsky se había empeñado en encontrar una «justificación» razonable. El pacifismo con que falsamente se había vestido, derrumbábase al leer: «No me parece que sea aceptable que condenemos el periodo de terror del Frente de Liberación Nacional, simplemente porque fue algo horrible. Creo que lo que tendríamos que hacer es preguntarnos por los costes comparativos, por espantoso que suene; y si queremos tomar una posición moral en este asunto (y creo que deberíamos hacerlo), tendremos que poner en una balanza cuáles fueron las consecuencias de que se usara el terror, y cuáles habrían sido de no haberse usado. Si es cierto que las consecuencias de no haber utilizado el terror hubieran sido que el campesinado vietnamita habría seguido viviendo como el de Filipinas, creo que, entonces, el terror estaría justificado».

«Puede que haya habido casos de violencia, pero han sido comprensibles, dadas las condiciones del cambio de régimen y de revolución social». «Lo ocurrido era algo que cabía esperar, un pequeño precio en comparación con los cambios positivos que había traído en nuevo gobierno de Pol Pot»”.

“¿Un pequeño precio? ¿Exterminar a casi toda la clase media incluyendo a funcionarios, profesores, intelectuales y artistas podía calificarse tan absurdamente? ¿Aniquilar a 68.000 monjes budistas; asesinar a 1,67 millones de personas, de una población total de 7,89 millones merecía tan sólo ese juicio moral para Chomsky?”.

Los medios violentos, para lograr mejoras, han fracasado en todas partes, ya que tales métodos surgen esencialmente de la creencia de que los culpables son los demás y de que los individuos mejoran luego de establecer cambios en la sociedad. Por el contrario, toda mejora individual y social se logra a partir del reconocimiento y corrección posterior de nuestras actitudes erróneas.

miércoles, 6 de diciembre de 2017

La esencia del capitalismo

La palabra “capitalismo” se asocia al concepto de “capital productivo” y se identifica con el ahorro productivo. La mentalidad capitalista se opone al “consumismo” ya que implica abstenerse de gastar dinero en bienes y servicios considerados superfluos priorizando la adquisición de bienes de producción. El ahorro, además, implica abstenerse de gastar en el presente pensando en el futuro.

El progreso económico individual proviene de la posibilidad de invertir la diferencia favorable entre lo que se gana y lo que se gasta, según la siguiente expresión cuantitativa:

Lo que se gana - Lo que se gasta = Lo que se ahorra

Al renunciar a todo lo que puede considerarse prescindible, el individuo adopta un estilo de vida simple, alejado de todo tipo de lujo y ostentación. De ahí que la esencia del capitalismo sea la mentalidad que lo favorece, que es la actitud del hombre trabajador y ahorrativo. Cuando, luego, se adviertan las diferencias económicas entre quienes adoptaron el camino del trabajo y el ahorro y quienes eligieron priorizar el presente al futuro, surgirán críticas de todo tipo hacia aquéllos, siendo la envidia la actitud menos favorable al capitalismo.

El ahorro no significa simplemente no gastar dinero, sino establecer prioridades productivas bajo el viejo criterio de que “la unión hace la fuerza”. En lugar de hacer varios pequeños gastos en cosas prescindibles, se prioriza la adquisición de una herramienta, por ejemplo, o de un libro que favorecerá el incremento de capital humano apto para la producción. Orison Swett Marden escribió: “El ahorro es el amigo del hombre y un factor potente de la civilización, porque su práctica enaltece conjuntamente la vida individual y colectiva, sosteniendo y conservando el bienestar de la humanidad”.

“La costumbre del ahorro es una de las señales del dominio propio, de la superioridad individual, pues demuestra que el hombre no es esclavo de sus pasiones ni víctima de sus apetitos ni juguete de su debilidad, sino que sabe gobernarse a sí mismo con tanta prudencia como administra su caudal”.

“Haciéndonos eco de las declamaciones de un notable economista, podemos afirmar que el ahorro no requiere valor extraordinario ni inteligencia descomunal ni virtudes sobrehumanas, sino solamente sentido común, talento natural y suficiente fuerza de voluntad para rechazar y resistir las acometidas de la tentación concupiscente”.

“Herbert Spencer dice que la diferencia más notable entre el hombre salvaje y el civilizado es que aquél vive al día sin pensar en el mañana y éste trata de prever el futuro” (De “Economía y Ahorro”-Editorial TOR SRL-Buenos Aires 1946).

También Juan Bautista Alberdi encuentra en las actitudes humanas las causas principales de la riqueza y de la pobreza: “La economía política, que es el estudio de esas causas morales de la riqueza, es una de las ciencias morales y sociales. Adam Smith dio con ella, estudiando y enseñando, como profesor, las ciencias de la filosofía moral”. “Los hechos en que consisten las dos causas naturales de la pobreza, son: la ausencia de trabajo, por la ociosidad u otra razón accidental, y el dispendio o la disipación de los productos del trabajo, por vicio o por error”.

“Ausentes, por cualquiera de estas causas, el trabajo y el ahorro, la pobreza es el resultado natural de esa situación, y ella coexiste con la posesión de los más felices climas y territorios, cuyos poseedores arrogantes pueden presentar el cómico espectáculo de una opulencia andrajosa”.

“El trabajo y el ahorro son esas causas naturales de la riqueza, como la ociosidad y el dispendio son las causas de la pobreza. Esas cuatro palabras expresan cuatro hechos a que está reducida toda la gran ciencia de Adam Smith” (De “Estudios económicos”-Librería La Facultad-Buenos Aires 1927).

En una investigación sociológica realizada en los EEUU, se llegó a la conclusión de que la mayoría de los millonarios en dólares lograron su posición económica en base al trabajo, al ahorro y a la capacidad de innovación. Thomas J. Stanley y William D. Danko escribieron: “La gente opulenta normalmente mantiene un estilo de vida que lleva a acumular dinero. En el transcurso de nuestras investigaciones, descubrimos siete denominadores comunes a quienes logran generar riqueza:

1- Viven muy por debajo de sus posibilidades
2- Invierten su tiempo, energía y dinero de una manera eficiente que lleva a generar riqueza
3- Consideran que la independencia económica es más importante que exhibir una posición social alta
4- No recibieron atención económica de los padres
5- Sus hijos adultos se autoabastecen económicamente
6- Son hábiles para detectar oportunidades en el mercado
7- Eligen la ocupación correcta
(De “El millonario de al lado”-Editorial Atlántida SA-Buenos Aires 1998).

La mayor parte de las personas realiza sus vidas bajo la elección de una escala de valores que ubica al dinero en un lugar prioritario. Cuando esas personas no logran sus metas, aducen estar orientados por cierta espiritualidad, aunque inexistente, mientras proceden a descalificar y a denigrar a quienes lograron lo que ellos no pudieron. Incluso llegan al extremo de simpatizar con el socialismo para que el Estado le quite riquezas a los que mucho trabajan y ahorran, para que las distribuya “equitativamente” entre los consumistas y dispendiosos.

Como la envidia predomina en la mayoría de los hombres, existe cierta simpatía por los líderes totalitarios que han de ser soportados por todos los integrantes de la sociedad, especialmente por aquellos que valoran su independencia económica. Giovanni Papini, en una imaginaria entrevista, pone en boca de Adolf Hitler: “Yo soy un hombre del pueblo, y conozco mejor que los señores y los politiqueros cuáles son los humores del pueblo. En los Estados modernos el pecado dominante es la envidia, ya sea de un Estado respecto a otro, ya de las clases entre sí dentro de cada país”.

“En las democracias, y a causa de la multiplicidad de cuerpos legislativos, de consejos y comisiones, los que mandan son demasiados, y sin embargo son demasiado pocos. La masa que se ve excluida, por eso mismo se siente atormentada por celos y envidias continuos. Si la suma del poder se concentra en manos de un solo hombre, entonces las envidias se atenúan y casi desaparecen”.

“El campesino, el obrero, el empleado inferior, el comerciante modesto, todos ellos saben que deben obedecer, pero saben también que incluso sus amos de ayer, banqueros, políticos, demagogos, nobles, están sometidos lo mismo que ellos a ese poder único. La dictadura restablece una cierta justicia de igualdad y aminora las torturas y sufrimientos causados por la envidia. Esto explica la fortuna de que gozan los jefes absolutos de nuestros tiempos y el favor rayano en adoración que les dispensan los países más diversos entre sí” (De “El libro negro”-Editorial Difusión-Buenos Aires 1952).

El éxito económico del emprendedor resulta imperdonable para los envidiosos. De ahí la difamación permanente hacia el sector creador mayoritario de la riqueza de una sociedad. Así como un edificio se destruye con eficacia ubicando explosivos en cada una de sus columnas, la sociedad se destruye eficazmente combatiendo al sector empresarial. Ludwig von Mises escribió: “No vale la pena hablar demasiado del resentimiento y de la envidiosa malevolencia. Está uno resentido cuando odia tanto que no le preocupa soportar daño personal grave con tal de que otro sufra también. Gran número de los enemigos del capitalismo saben perfectamente que su personal situación se perjudicaría bajo cualquier otro orden económico. Propugnan, sin embargo, la reforma, es decir, el socialismo, con pleno conocimiento de lo anterior, por suponer que los ricos, a quienes envidian, también, por su parte, padecerán. ¡Cuántas veces oímos decir que la penuria socialista resultará fácilmente soportable ya que, bajo tal sistema, todos sabrán que nadie disfruta de mayor bienestar!” (De “Liberalismo”-Editorial Planeta-De Agostini SA-Barcelona 1994).

Bajo el socialismo, la expresión cuantitativa se transforma en:

Lo que se recibe del Estado – Lo que se consume = 0

Cada individuo se ve liberado de las preocupaciones del trabajo y del ahorro, por cuanto es el Estado quien le ha de proveer de lo necesario. La ausencia de incentivos para el trabajo y la eliminación del sector empresarial, reducen el nivel productivo y la disponibilidad de bienes, por lo cual la mayor parte de la población tiene que recurrir al intercambio y la producción en la economía marginal, o mercado negro. Los resultados del socialismo son por todos conocidos, pero la vigencia del ideal socialista se mantiene por cuanto la envidia es una actitud propia de nuestra naturaleza humana que resulta imposible de anular, si bien es posible compensar o relegar a niveles aceptables.