miércoles, 29 de noviembre de 2017

El pensamiento de Robert Lucas

Puede decirse que la ciencia económica evolucionó desde la contabilidad y las estadísticas, en la cual se resaltaban los aspectos cuantitativos de la producción y el consumo, hasta la psicología, en la que el interés recae en el comportamiento del individuo. Mientras que en épocas pasadas se sostenía que los sistemas de producción y distribución constituían el factor preponderante de la economía, se advierte en la actualidad que los sistemas son eficaces en cuanto permiten el libre accionar humano y que el capital humano en acción resulta finalmente el principal factor de la producción.

UN PREMIO NOBEL PARA USTED

Por Carlos Alberto Montaner

Robert Lucas, el Premio Nobel de Economía de 1995, mereció con creces el galardón. Al señor Lucas lo distinguieron por trabajar con acierto en la hipótesis de las expectativas racionales. (Le ruego que no se asuste. Siga leyendo porque el tema no es tan complicado como parece y usted, además, verá cómo lo afecta). Grosso modo, esta escuela de análisis ha podido demostrar que, en donde funcionan la libertad y el mercado, los seres humanos reaccionan inteligentemente y toman o revocan sus decisiones a partir de una información cambiante que transforma constantemente el panorama económico.

¿Qué quiere decir esta aparente simpleza y en dónde radica su valor? Quiere decir que las predicciones de los econometristas, tan en boga desde los años cincuenta, han perdido casi todo su valor. Las tablas de input-output de Leontieff –Nobel también, por cierto-, que pretendían reflejar en gigantescas ecuaciones las actividades comerciales de regiones, países y hasta del planeta completo, y que supuestamente podían servirnos para adivinar el comportamiento económico futuro con sólo analizar en el terreno de las matemáticas lo que sucedía cuando subían o bajaban los precios o la oferta y la demanda de determinados productos, han demostrado su minuciosa inutilidad. ¿Por qué? Porque las expectativas racionales de las personas –o de los «agentes económicos», como ahora se dice-, siempre a la búsqueda de optimizar los beneficios, cambian constantemente a la luz de la información disponible y del juicio subjetivo que ésta le merece. Los políticos y los tecnócratas, pues, ya no pueden continuar soñando con las manipulaciones macroeconómicas porque, sencillamente, no nos conducen adonde se pretende.

La síntesis última de este debate –y es aquí donde usted, lector, participa de la discusión- nos remite a la única pregunta seria que hizo la ciencia económica desde que a fines del siglo XVIII nuestro padre Adam Smith bautizara a la criatura: cómo se crea la riqueza de las personas y de las naciones. O –por la otra punta- por qué muchas personas y naciones son terriblemente pobres. Y ese debate, casi desde sus inicios, ha generado dos grandes visiones: una teñida de mecanicismo, generalmente expresada en un lenguaje matemático, que busca su respuesta en las ciencias exactas; y otra, mucho más cerca de las ciencias sociales, que convierte al ser humano, siempre impredecible y rodeado de incertidumbres, en el objeto de su análisis. Los primeros, de cierta manera, coinciden con una percepción socialista en el diagnóstico y en las recetas. Los segundos son francamente liberales en el sentido que se le da en Europa y América Latina a esta palabra.

Afortunadamente, desde hace un cuarto de siglo los hechos parecen darles la razón a los pensadores liberales, y de ahí la constelación de premios Nobel procedentes de esta escuela de pensamiento: Hayek, por su persuasiva defensa de la libertad personal como elemento básico para la creación de riqueza; Buchanan, por sus fundadas advertencias sobre el peligroso papel que suele desempeñar el gobierno cuando intenta establecer por decreto la justicia social; Coase, por la demostración del peso que tienen la seguridad jurídica y la confianza en el desarrollo de los pueblos; Becker, por el papel tremendamente importante de los valores y las costumbres para explicar el grado de prosperidad o miseria que afectan a las gentes; Friedman, por establecer de una manera irrefutable las funestas consecuencias inflacionistas que provocan las manipulaciones políticas de la masa monetaria cuando se ignoran las realidades del mercado.

No hay duda: el éxito o el fracaso de las sociedades radica en las personas. En lo que esas personas creen, saben o aprenden, en las instituciones que han segregado, en los valores que suscriben, en los mitos y estereotipos que mantienen, y en las formas en que se relacionan. Y ese oscuro amasijo de racionalidad y emociones, totalmente insondable, cuya pista se pierde en el pasado histórico y se reconstituye en la carga genética, determina cómo se percibe la realidad y, por ende, cómo se formulan las expectativas racionales que luego determinan nuestra conducta económica.

¿Adónde nos precipita esta conclusión? A la certeza de que, si queremos cambiar nuestro destino personal y el de la sociedad en la que vivimos, no hay otro camino que el muy largo de poner el acento en la formación de capital humano hasta parir una masa crítica de ciudadanos portadores de los valores, las creencias y la información que hacen posible el milagro de gozar de una vida pacífica en medio de una prosperidad creciente. Los problemas de fondo no están en los partidos políticos ni se resuelven con fórmulas mágicas. Están en el corazón de las personas. Los economistas no pueden decirnos lo que hay que hacer para multiplicar las riquezas. Es eso, fundamentalmente, lo que se deriva de cuanto han escrito Lucas y los otros grandes pensadores liberales con una admirable dosis de humildad. Y es eso, exacta y paradójicamente, por lo que les han concedido el premio Nobel.

(De “Las columnas de la libertad”-Edhasa-Buenos Aires 2007)

martes, 28 de noviembre de 2017

¿Es el sufrimiento el camino hacia la felicidad futura?

Es bastante frecuente escuchar expresiones tales como que debemos “sacrificarnos” para lograr éxito en el futuro o bien para ayudar a los demás. La palabra “sacrificio” la asociamos a alguna forma de sufrimiento en lugar de asociarla a alguna forma de incomodidad. Es importante distinguir entre ambas, ya que en cierta forma alejamos a las personas del cumplimiento de sus deberes, ya que son revestidos de un carácter “doloroso”, mientras que nuestra naturaleza humana nos presiona al logro de mayores niveles de felicidad.

Es un error frecuente considerar como un sacrificio el hecho de finalizar una carrera universitaria, ya que la adquisición de conocimientos ayuda a lograr cierto atractivo intelectual y personal, resultando una tarea exigente que produce beneficios de diversos tipos. Quien sufre, o se sacrifica, estudiando una carrera universitaria, es el que no posee una vocación definida por la especialidad elegida, o es incapaz de valorar las ventajas que su capacitación le permitirá lograr en el futuro.

Dedicación, trabajo y disciplina son conceptos que no deben asociarse al sufrimiento, ya que las motivaciones y las esperanzas de un futuro mejor compensan los pequeños o los grandes inconvenientes y las incomodidades cotidianas. Incluso una etapa preparatoria como los estudios mencionados, debe considerarse como una finalidad en sí misma, y no sólo como una etapa previa a otra posterior.

Respecto de la Madre Teresa de Calcuta, se dice que tuvo el “mérito de sacrificar su vida” por los demás, por lo que se la propone como un ejemplo a seguir. En realidad es un ejemplo a seguir porque no tuvo el “mérito” mencionado, ya que fue feliz ayudando a los demás, cumpliendo al pie de la letra el “Amarás al prójimo como a ti mismo”, compartiendo las penas y alegrías ajenas como propias. Desde el cristianismo se confunde el verdadero sacrificio que tuvieron que hacer los primeros cristianos para imponer la, entonces, nueva religión, con las ventajas que tuvo el resto de las generaciones, ya que pudieron lograr un elevado grado de felicidad en cuanto fueron capaces de cumplir dicho mandamiento.

La fe religiosa implica, en cierta forma, creer en la garantía que ofrece la religión de compensar en el más allá los sacrificios hechos en esta vida, especialmente en el caso de los primeros cristianos. Para los restantes, la fe implica creer en la garantía que la religión ofrece como medio para alcanzar la felicidad junto a la inmortalidad posterior. Como el mandamiento es el mismo, se han de lograr, o no, ambas cosas simultáneamente, en caso de que exista la vida de ultratumba.

Mientras que el cristianismo exigía a los primeros cristianos dar hasta su vida por la religión, el Islam considera que el sacrificio ha de implicar, además, ser impuesto a los infieles, ya que promete compensar a quienes defienden la fe con la espada. No sólo llegan a sacrificar sus propias vidas sino también las de los infieles. El marxismo, por otra parte, propone sacrificar la vida del revolucionario junta a las vidas de los integrantes de toda una clase social (la burguesía) con la esperanza de establecer el paraíso socialista. Puede hacerse una síntesis de las posturas mencionadas:

Cristianismo primitivo: exige el auto-sacrificio que será compensado con la vida eterna.
Cristianismo normal: ofrece la felicidad y la vida eterna a quien cumple con los mandamientos
Islam: impone sacrificar la vida del creyente junto a la de los infieles (quienes irán al infierno), mientras que el creyente irá al paraíso
Marxismo: impone el sacrificio del revolucionario junto a toda una clase social en caso de rechazar la instauración del socialismo.

El marxismo es la religión del odio, ya que sugiere, como primer paso, la destrucción de la sociedad tradicional. En el Manifiesto Comunista se afirma: “Los comunistas desdeñan disimular sus ideas y proyectos. Declaran abiertamente que no pueden alcanzar sus objetivos más que destruyendo por la violencia el antiguo orden social. ¡Tiemblan las clases dirigentes a la idea de una revolución comunista”. Víctor Massuh escribe al respecto: “Marx mismo cierra significativamente su libro «Miseria de la filosofía» con los siguientes versos de George Sand: «Lucha o muerte; guerra sangrienta o nada. Así está la cuestión implacablemente planteada»”.

“A partir de la obra y la prédica de Marx, la violencia aparece como la condición misma del cambio revolucionario. Con ello se quiere advertir, sobre todo, que ya no se piensa en modificar partes de la sociedad, sino totalmente. La magnitud de la violencia asegura la profundidad del cambio. Esto hace que la doctrina de Marx se caracterice por un fuerte rasgo apocalíptico, que no podemos dejar de lado por su enorme significación”.

“Las revoluciones anteriores se remiten al triunfo de una clase sobre otra, apenas sustituyen grupos dominantes dentro de un mismo contexto histórico. Pero la revolución social suprime todo el contexto, elimina para siempre la posibilidad de la opresión, procura «liberar al mismo tiempo y para siempre a la sociedad entera de la explotación, de la opresión y de la lucha de clases» (Manifiesto comunista)”.

“«La violencia, agrega Marx, es la partera de toda sociedad vieja preñada de una nueva». Ella no sólo viene a ser el instrumento de una destrucción completa sino de una creación completa también. La violencia de Marx es apocalíptica porque arrasa un mundo viejo y barre con él, es redentora porque libera al hombre de sus alienaciones y lo rehumaniza, y es creadora puesto que engendra un nuevo orden” (De “La libertad y la violencia”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1976).

En realidad, el cuadro apocalíptico que aparece en la Biblia no debería ser interpretado como efecto de la acción de Dios que castiga a los hombres, sino de la barbarie promovida por individuos como Marx, Lenin, Stalin, Hitler y otros líderes totalitarios que con sus ideas promovieron los asesinatos masivos de decenas de millones de personas. Respecto de la violencia política, Massuh escribió: “Me limito a examinar la violencia como forma de acción política, es decir, como aquel comportamiento que trata de integrar sus componentes irracionales en el marco de cierta racionalidad histórica, en el seno de una exigencia normativa supraindividual. Me refiero a la que es asumida por grupos o individuos y puede definirse como la imposición, por la fuerza, de una voluntad sobre otra. La violencia es el modo por el cual yo avasallo la voluntad de otro, invado su mundo, sus pautas sociales y sus intereses, su estilo de vida, sus valores, y trato de someterlo a mi arbitrio. Implica, además, poseer ciertos instrumentos de coacción que pueden tener un carácter destructivo e intimidatorio; en este último caso se procura paralizar al adversario mediante el terror, se intenta destruir su capacidad de resistir y se busca que ceda por el reconocimiento de su impotencia. Y cuando todo este ejercicio es asumido con miras a la realización de definidos objetivos históricos, entonces la violencia aparece como una elección del hombre, como el camino de su dignificación”.

Existe algo incomprensible en el mundo actual. Por un lado, cuando surge un movimiento político nazi, o cuando tiene posibilidad de ganar unas elecciones, surgen protestas, indignación y temor en los diversos ámbitos sociales. Ello se justifica por la simple evaluación de la actuación de los nazis durante el siglo XX y por las violentas directivas que surgen de los escritos de Adolf Hitler. Sin embargo, cuando surge un movimiento socialista o gana una elección, las reacciones son completamente diferentes, a pesar de que la cantidad de asesinatos promovidos por los comunistas, durante el siglo XX, fue entre 4 y 5 veces superior a la promovida por los nazis. El “creyente” en Marx, al seguir sus “científicas” directivas, procede a destruir la impura sociedad capitalista por cuanto supone que de ello surgirá espontáneamente un mundo y una sociedad mejor, aunque en realidad sólo produce víctimas inocentes al por mayor. Carlos Alberto Montaner escribió: “En 1848, hace más de ciento cincuenta años, cuando Europa se estremecía en medio de una revolución que sacudió todas las estructuras políticas, Marx dio a conocer su breve ensayo y vaticinó que un día, para él no muy lejano, los proletarios del mundo, unidos, crearían sobre la Tierra el paraíso comunista. Marx, qué duda cabe, ardía en deseos de justicia y estaba persuadido de que había dado con el modo definitivo de implantar la felicidad y la prosperidad entre los hombres”.

“Siglo y medio más tarde, apareció en las librerías de lengua española un excelente balance de lo que fue ese sueño comunista. se titula «El libro negro del comunismo» y en un tomazo de ochocientas sesenta y cinco páginas legibles y muy bien organizadas, publicado por Planeta-Espasa, la historia de esta utopía se resume en una cifra pavorosa: cien millones de muertos. Una carnicería mayor que la suma de todas las guerras registradas por los historiadores desde el brumoso episodio de la «Ilíada» hasta las últimas barbaridades balcánicas. Los realizadores de este inventario de horrores son respetadísimos miembros de la comunidad universitaria francesa, y los encabeza Stéphane Courtois, el editor de la revista «Communisme», una de las mayores autoridades del mundo en esta triste materia” (De “Las columnas de la libertad”-Edhasa-Buenos Aires 2007).

La violencia parece no ser el camino hacia la felicidad futura. Por el contrario, es el camino seguro del sufrimiento. Pero esta elección conciente que realizan muchas personas, no surge de una ignorancia de lo que ha pasado históricamente con los intentos totalitarios, sino que apuestan a la destrucción de una humanidad a la que odian y de la cual quisieran ver su fin.

sábado, 25 de noviembre de 2017

Peornismo, o gobierno de los peores

En la ciencia política se habla del gobierno de los mejores, del gobierno del pueblo y de otras formas políticas, sin advertir que también puede hablarse del gobierno de los peores, que podría muy bien denominarse “peornismo”, utilizando la forma simbólica con que Fernando A. Iglesias designa al peronismo; movimiento político que se identificó plenamente con el gobierno de los peores, ya que no sólo constituyó un movimiento totalitario, sino que su líder elegía a sus funcionarios, no teniendo presentes sus capacidades individuales para la gestión del Estado, sino en función de su obsecuencia y obediencia a sus directivas. El mencionado autor escribió: “El peronismo ha sido, por una parte, el representante local de lo peor del campo político mundial; y por la otra, el aparato de consolidación política de las peores características de la sociedad nacional; el verdadero hecho maldito del país burgués mencionado por el compañero Cooke”.

“La oposición (entendida como oposición al peronismo) representa al conjunto de la sociedad nacional, con sus virtudes y defectos. El peronismo, en cambio, representa sólo lo peor de ella; su arribismo oportunista, su sectarismo providencialista, su mesianismo demagógico, su falta de respeto por la ley y las instituciones, su sumisión serial a sucesivos salvadores de la Patria, su autoritarismo, su gregarismo anti-individualista y a la vez egoísta, su completa falta de autocrítica, su dependencia del Estado, su victimismo y resignación, su fanático cinismo y su cínico fanatismo, su resentimiento, su necrofilia, su tendencia al egoísmo y a la unanimidad, su corporativismo disfrazado de solidaridad, su apego por las mentiras y las falsas ilusiones” (De “Es el peronismo, estúpido”-Galerna-Buenos Aires 2015).

Italia, país en el que la mayoría de los periodistas e intelectuales dijo la verdad sobre Mussolini, relegó al fascismo como un error histórico, al igual que Alemania lo hizo con Hitler y el nazismo, mientras que en la Argentina ha predominado la tendencia a encubrir al peronismo asegurando su continuidad y la del subdesarrollo correspondiente. Es importante conocer lo bueno, para alcanzarlo; y también lo malo, para evitarlo. Así como muchos han leído “El Príncipe”, de Maquiavelo, para seguir sus nefastos consejos, otros lo leyeron para detectarlos a tiempo. Una gran parte de los políticos y militares argentinos, en lugar de aprender de los errores de Perón, para evitarlos, intentaron por el contrario a emularlo. Nicolás Maquiavelo escribió al respecto (en una carta a un amigo): “Llego ahora a la última rama de la acusación: que enseño villanías a los príncipes y cómo esclavizar a los hombres. Si alguien lee mi libro…con imparcialidad y caridad corrientes, se apercibirá fácilmente de que no abrigo la intención de recomendar al mundo, ni el gobierno ni los hombres que en él he descrito y mucho menos la de enseñar a los hombres cómo pisotear a hombres buenos y a todo lo que es sagrado y venerable en la Tierra, leyes, religión, honradez y demás. Si he sido un poco demasiado preciso al describir esos monstruos en todos sus aspectos y colores, espero que la humanidad podrá reconocerlos para mejor evitarlos, ya que mi tratado es, al mismo tiempo, una sátira contra ellos, y una descripción de su verdadero carácter…” (Citado en “La revolución de los directores” de James Burnham-Editorial Claridad SA-Buenos Aires 1943).

El peronismo fue calificado como un “fascismo de las clases bajas”, ya que esencialmente consistió en promover el odio entre los sectores más pobres en contra de la clase media y de los sectores adinerados. Incluso con la intención de desplazar del lugar social alcanzado por méritos propios. Seymour Martin Lipset escribió: “A diferencia de las tendencias antidemocráticas del ala derecha, que se apoyaban en los estratos más acomodados y tradicionalistas, y de aquellas tendencias que preferimos llamar fascismo «verdadero» -autoritarismo centrista apoyado en las clases medias liberales, fundamentalmente los trabajadores independientes-, el peronismo, en gran parte como los partidos marxistas, se orientó hacia las clases más pobres, principalmente los trabajadores urbanos, pero también hacia la población rural empobrecida” (De “El hombre político”-EUDEBA-Buenos Aires 1963).

Elena Castelli describe a grandes rasgos el proceso peronista: “El enriquecimiento personal, primer gran error de Perón y origen de toda la cadena que se sucederá luego. Para lograrlo tuvo que rodearse de colaboradores que le fueran absolutamente adictos, obedientes, más que capaces, y favorecer en ellos también la ocasión para el lucro ilícito”.

“El espectáculo no pudo ser más grotesco, más que las autoridades de un Estado civilizado esto era un festín de buitres hambrientos; con la diferencia que en vez de picotazos para arrebatarse el mejor bocado se utilizó la adulación extrema, el endiosamiento, el servilismo en su más alta expresión, homenajes pediluviales con cualquier motivo que daban ocasión a los mayores excesos”.

“El pueblo observa que los designados para cargos de mayor responsabilidad son seleccionados por incapacidad manifiesta y otras cualidades personales ajenas a las virtudes. Al asombro sigue la observación atenta y se descubre la causa: deben ser ciegos y obedientes. Ciegos son por su ignorancia, sólo ven a su lado que se les brinda la ocasión de enriquecerse superlativamente según sus ambiciones y que su única tarea es obedecer”.

“Toda esta maquinación se cubre con el velo de que es el pueblo el que gobierna y por eso se eligen representantes de las más bajas esferas sociales”. “A los seis años de estos comienzos se nota, por los mismos que dieron vida a tales desmanes un puritanismo grotesco. Llenas en todo cuanto es posible las propias arcas hacen alarde de desprendimiento, de honestidad, de honradez. Perón renuncia a su sueldo (¡!) manoseada artimaña demagógica realizada por Rosas y otros más. Pero hasta los más ignorantes ya descubrieron el juego; la «industria» del funcionario público se extendió rápidamente y aquellos que no tenían virtudes que perder treparon hasta escalar las posiciones que dan pingües ganancias. Ya los diques están rotos, el ejemplo cundió rápidamente y nadie de sanos principios ocupará un cargo público, pues sabe que deja en él su probidad, su honradez”.

“Hay sagacidad, hay rapidez, hay astucia, hay perspicacia, destreza, habilidad, previsión para el cambio rápido, para la acción oportuna. Es que quien está al frente de nuestro destino es militar y ha debido estudiar estrategia y táctica en el arte de hacer la guerra (o para hacer de la guerra un arte). Todos sus conocimientos técnicos están al servicio de esta pobre guerra que hace contra su patria: «Hay que distraer al enemigo, esto le resta fuerza»” (De “Segunda tiranía”-D’Accurzio-Mendoza 1955).

La labor de encubrimiento, junto a la actitud aparentemente pacífica de olvidar el pasado, permitieron la reedición del peronismo, esta vez en manos del kirchnerismo. Ante un atroz aumento del exceso de funcionarios estatales designados “legalmente”, puede afirmarse que resultará casi imposible para los gobiernos futuros revertir la situación. A la trampa populista se le agrega la cínica exigencia de esperar que un gobierno no peronista arregle las fechorías kirchneristas, por lo cual se lo culpará de todos los errores preparando el regreso futuro de alguna variante del peronismo. La intelectualidad y el periodismo, como siempre, acompañarán el proceso con la actitud encubridora de siempre.

El gobierno de los peores es en realidad el gobierno de las masas a través de su sumisión incondicional a los mandatos de un líder totalitario. La citada autora agrega: “Cuando el individuo entre en una multitud su estructura psíquica sufre modificaciones hasta acomodarse con la de la masa, deja su personalidad individual y adquiere la del grupo. Desciende desde su desarrollo alcanzado hasta la base común a todos y adquiere las características propias de la misma: al deseo de superación individual se opone el sentimiento primitivo de potencia invencible del grupo y entonces todos los instintos, ese «substratum» inconsciente formado por los residuos ancestrales que constituyen el alma de la raza, que aisladamente está adormecido, dominado por el poder del espíritu, quedan sueltos: desaparece la personalidad consciente y en su lugar predomina la inconsciente: puede ceder a los más bajos instintos crueles, brutales y destructores por la influencia del medio, porque su razonamiento está enmudecido y acallada su responsabilidad. La masa impone sus cualidades”.

El proceso de la rebelión de las masas, descrito por Ortega y Gasset, encuadra con el fenómeno peronista. El psicólogo William Mac Dougall sintetiza atributos y comportamiento del hombre masa: “Tal masa es sobre manera excitable, impulsiva, apasionada, versátil, indecisa y también inclinada a llegar en su acción a los mayores extremos; accesible sólo a las pasiones violentas y a los sentimientos elementales, extraordinariamente fácil de sugestionar, superficial en sus reflexiones, violenta en sus juicios, capaz de asimilar tan sólo argumentos y conclusiones más simples e imperfectos, fácil de conducir y conmover. Carece de todo sentimiento de responsabilidad y respetabilidad, y se halla siempre pronta a dejarse arrastrar por la conciencia de su fuerza hasta violencias propias de un poder absoluto e irresponsable”.

“Inclinada, por naturaleza, a todos los excesos, la multitud no reacciona sino a estímulos muy intensos. Para influir sobre ella es inútil argumentar lógicamente, no comprenderá. En cambio será preciso presentar imágenes de vivos colores y repetir una y otra vez la misma cosa. Se muestra muy accesible al poder verdaderamente mágico de las palabras las cuales son capaces de despertar en el alma colectiva las más violentas tempestades como de apaciguarlas de inmediato”. “Y por último, las multitudes no han conocido jamás la sed de la verdad; demandan ilusiones, dan siempre preferencia a lo irreal” (Citado en “Segunda tiranía”).

La inteligencia de un líder democrático se refleja en su capacidad de influir sobre ciudadanos normales diciendo la verdad, mientras que la supuesta inteligencia de un líder totalitario se refleja en su capacidad de influir sobre las masas utilizando mentiras.

El peronismo deja como herencia el derroche de recursos económicos y humanos, el exceso de funcionarios y empleos públicos, el inicio de la etapa de la inflación crónica y es el creador indiscutible del odio de las masas contra los sectores democráticos. Como también otros partidos y gobiernos cometieron algunos de sus errores, y ante un razonamiento propio de adolescentes, se afirmará que los errores compartidos no son errores, por lo que la predisposición a superar la era peronista no parece ser la requerida para superar las actuales circunstancias.

martes, 21 de noviembre de 2017

La predictibilidad de las matemáticas

Una persona que no sepa realizar cálculos aritméticos, no podría saber cuántas bolsas con 6 manzanas podría llenar si dispone de 120 de ellas. Sabemos que 6 x 20 = 120, por lo que la respuesta es 20 bolsas. En este ejemplo advertimos que, una vez que disponemos de la información de la cantidad total de manzanas disponibles, podemos prever, sin necesidad de agruparlas, la cantidad de grupos de 6 manzanas, lo que constituye una forma elemental de predicción. Se advierte, a partir de la aritmética, lo que sucede en el mundo real sin necesidad de realizar agrupamientos concretos.

Lo interesante en este caso radica en que, en otras ocasiones, cuando asociamos un ente matemático a una magnitud física, como masa, volumen, fuerza, etc., y encontramos un vínculo entre ellas, es posible conocer de antemano, realizando deducciones matemáticas, las cantidades de esas magnitudes que intervendrán en los fenómenos físicos reales. Incluso de esa manera será posible prever la existencia de fenómenos no conocidos aún. Por ejemplo, se sabe que la “intensidad de corriente eléctrica en un circuito es directamente proporcional a la tensión aplicada e inversamente proporcional a la resistencia eléctrica en dicho circuito”. Los miles de millones de circuitos eléctricos que existen a lo largo y a lo ancho del mundo siguen estrictamente esta ley de la naturaleza (Ley de Ohm) de tal manera que, conocidas dos de esas magnitudes, puede calcularse la otra. También aquí existe predictibilidad de las matemáticas.

Cuando algunos astrónomos observaron ciertas perturbaciones en la trayectoria del planeta Urano, intuyeron que debía existir otro planeta, desconocido aún, y que, por los efectos gravitacionales producidos, sería el causante de esas perturbaciones. Disponiendo de las leyes de la mecánica y de la gravitación universal de Newton, pudieron realizar cálculos precisos y prever así el lugar y el momento en que podría observarse el nuevo planeta, como ocurrió con Neptuno.

Una variante de la utilización de las matemáticas consistió en observar ciertas leyes de la física, advertir que “algo les faltaba”, incluir ese algo, y luego verificar que dicho cambio realmente existía en el mundo real. James Clerk Maxwell advirtió que las leyes conocidas del electromagnetismo mostraban un rol diferente cumplido por el campo eléctrico respecto del cumplido por el campo magnético; y que si ese rol fuese el mismo, existiría la posibilidad de que tales campos de fuerza pudieran propagarse en forma de ondas. Agrega el término matemático faltante y, posteriormente, se llega a la conclusión de que efectivamente existían las ondas electromagnéticas.

Es interesante advertir que dichas ondas, que permiten establecer comunicaciones inalámbricas (radio, televisión, etc.) son descubiertas utilizando lápiz y papel antes de verificar su existencia. De ahí que pueda ponerse en duda su posible descubrimiento por medios intuitivos, dado lo alejado que está dicho fenómeno de las observaciones cotidianas. Si bien la luz, que es también una propagación electromagnética, es algo observable a simple vista, no parece sencillo que alguien hubiese pensado que se trataba de una propagación de campos eléctricos y magnéticos variables sin disponer de las leyes matemáticas que los rigen.

En los inicios del siglo XX, las leyes matemáticas que describían la distribución de energía entre las distintas frecuencias de la radiación existente dentro de una cavidad cerrada, no concordaban con los resultados experimentales. Esta vez había que “corregir” matemáticamente esas leyes para que hubiese correspondencia entre teoría y realidad. Mientras que Maxwell había ampliado las leyes del electromagnetismo previendo la existencia de un fenómeno concreto, Max Planck corrige las leyes de la termodinámica a ciegas, con el único propósito de restablecer tal correspondencia. Si lograba su objetivo, tendría luego que encontrar el significado físico subyacente a la innovación realizada. Esta es la manera en que entra en la física la constante de acción de Planck, que es la mínima cantidad de acción (Acción = Energía x Tiempo) que interviene en un fenómeno físico. Tal discontinuidad de la cantidad de acción interviniente en los fenómenos naturales, seguramente hubiese pasado inadvertida si no hubiese surgido a partir de una predicción matemática.

Por ser el reposo y el movimiento rectilíneo uniforme equivalentes e indistinguibles, las leyes de la física deberían tener una misma forma matemática si las describimos en un sistema de coordenadas (x, y, z) en reposo que si lo hacemos respecto de un sistema de coordenadas en movimiento rectilíneo uniforme respecto del primero. A las leyes conocidas de la física había que aplicarles ciertas correcciones, o transformaciones, para que fueran matemáticamente idénticas en ambos casos.

Albert Einstein encuentra una inconsistencia en la física de su tiempo, ya que las leyes de la mecánica mantenían su misma forma matemática si se les aplicaba la “transformación de Galileo”, mientras que las leyes del electromagnetismo mantenían su misma forma matemática si se les aplicaba la “transformación de Lorentz”. Einstein pensaba que no existían fenómenos mecánicos ni fenómenos electromagnéticos puros, sino sólo fenómenos naturales. De ahí que todas las leyes de la física deberían resultar invariantes respecto de una de las dos transformaciones vigentes en la física.

Guiado por razonamientos matemáticos, Einstein pensaba que el dilema podría solucionarse cambiando las leyes de la mecánica para que mantuvieran su misma forma matemática con la transformación de Lorentz, o bien cambiando las leyes del electromagnetismo para que mantuvieran su misma forma con la transformación de Galileo. Lo primero no llevaba a incompatibilidades observables mientras que lo segundo era incompatible con la realidad. De ahí que cambia, o corrige, las leyes de la mecánica advirtiendo que la masa inercial de un cuerpo no es constante sino que cambia con la velocidad. Mediante cálculos posteriores, advierte que la energía y la masa eran equivalentes (E = m c²), resultado poco accesible a una predicción intuitiva.

Se llegó también a la conclusión de que el ordenamiento espacial y el temporal, de un mismo fenómeno, para los diversos observadores en movimiento, eran distintos, mientras que lo común para todos era el intervalo espacio-tiempo de 4 dimensiones (x, y, z, t), con el tiempo cumpliendo un rol similar al del espacio.

Galileo había advertido que todos los cuerpos físicos caen con una misma aceleración en el campo gravitacional terrestre, en forma independiente a su masa, aunque despreciando los efectos del aire. Debido a que Einstein había estudiado en detalle la forma matemática de las leyes físicas descritas en sistemas de coordenadas en movimiento rectilíneo uniforme, tuvo la idea de describir los fenómenos gravitacionales vinculándolos a sistema de coordenadas acelerados. Finalmente, tras ardua tarea, logra publicar la Teoría de la Relatividad Generalizada, que coincide con la gravitación newtoniana en campos gravitacionales débiles, pudiendo describir adecuadamente los fenómenos gravitacionales en campos intensos, donde la gravitación newtoniana falla.

Esta vez no busca corregir leyes para hacerlas compatibles con los diversos sistemas de coordenadas, sino que elabora matemáticamente un intervalo espacio-tiempo distorsionado por la presencia de masas gravitacionales y energía, constituyendo tal distorsión la causa de los diversos efectos gravitacionales.

Con la nueva teoría gravitacional, Alexander Friedmann y George Lemaitre llegan a la conclusión, mediante deducciones matemáticas, que nuestro universo debe expandirse. Tal predicción fue confirmada experimentalmente cuando pudieron observarse los indicios de la expansión de las galaxias.

Al existir ciertas semejanzas matemáticas entre la óptica geométrica y la mecánica, Louis de Broglie supuso que había allí algo más que una simple coincidencia, llegando finalmente a predecir en forma teórica la existencia de las ondas de materia, asociadas a las micropartículas que poseen masa. Al respecto escribió: “Esta analogía entre la dinámica clásica de los corpúsculos y la óptica geométrica, tan claramente puesta en evidencia por los trabajos de Hamilton, y luego por los un poco posteriores de Jacobi, hasta entonces sólo habían parecido una curiosa equivalencia analítica que permitía desarrollar en forma muy elegante y a menudo muy útil las teorías generales de la dinámica….Llegué inmediatamente a convencerme de que era preciso, al contrario, intentar desenvolver el paralelismo entre la dinámica corpuscular y la propagación de las ondas dándole un sentido físico y haciendo intervenir en ellos a los quanta” (De “Física y microfísica”-Espasa-Calpe Argentina SA-Buenos Aires 1951).

Las relaciones matemáticas entre magnitudes físicas pueden considerarse como atributos únicos y objetivos que caracterizan a los fenómenos naturales. Incluso podría pensarse que si, en civilizaciones inteligentes extraterrestres, describieran los fenómenos naturales, llegarían a leyes físicas similares, difiriendo sólo en la simbología empleada para representar los diversos entes matemáticos.

Las matemáticas no son como una herramienta que ayuda al científico a resolver sus problemas, sino que son como una brújula que lo orienta hacia objetivos que no pudo definir con claridad. Las herramientas responden a la voluntad del hombre, mientras que el hombre debe responder a las directivas de la brújula. Louis de Broglie escribió: “Guiado por sus intuiciones personales, impulsado por la fuerza interna de las analogías matemáticas, es arrastrado, casi a pesar suyo, a una senda de la cual él mismo ignora adónde lo conducirá por último. Teniendo hábitos espirituales debidos en gran parte a las enseñanzas recibidas y a las ideas que reinan a su alrededor, a menudo duda en romper con ellos y se esfuerza en conciliarlos con las nuevas ideas cuya necesidad advierte. Sin embargo, poco a poco se ve constreñido a llegar a interpretaciones que al principio no había previsto absolutamente y de las cuales termina muchas veces por estar más convencido cuanto más tiempo intentó en vano huirlas”.

lunes, 20 de noviembre de 2017

El difamado burgués

El típico burgués es el pequeño o mediano empresario que, en caso de ser exitoso con su emprendimiento, puede llegar a ser un gran empresario. El sector empresarial, denominado por los sectores de izquierda como “la burguesía”, es la base económica de una sociedad por cuanto produce bienes y servicios y da trabajo a mucha gente. Un país con pocos empresarios, será un país con poca, o ninguna, competencia empresarial y con mercados subdesarrollados; por lo que será, justamente, un país subdesarrollado.

Cuando se desea destruir una nación, ya sea capitalista (con mercados desarrollados) o bien mercantilista (con ausencia de mercados competitivos), se comienza descalificando y difamando a todo el sector empresarial suponiendo que necesariamente “explota laboral de los trabajadores” (lo que puede ser parcialmente cierto cuando no existe competencia). La explotación mencionada se debería esencialmente a la desigualdad social entre empresario y trabajador por cuanto, según los socialistas, el empresario debería compartir con sus empleados todas las ventajas económicas y sociales logradas, sin tener en cuenta que el empresario se ha capacitado, ha trabajado arduamente para establecer su empresa y corre siempre el riesgo de fracasar con su emprendimiento.

Proclaman una sociedad igualitaria para la época de la cosecha, pero no para la época de la siembra. Mientras que la empresa no tiene ninguna seguridad en cuanto a su supervivencia, se supone que el empresario deberá dar seguridad laboral a todos sus empleados. Para colmo, cuando tiene que cerrar sus puertas, el empresario corre el riesgo de que sea declarada “empresa recuperada” y pierda toda su inversión, como ocurre en la Argentina. Al burgués se le asigna la obligación de producir y compartir sus beneficios “según su capacidad”, mientras que al trabajador se le asigna el derecho de compartir beneficios “según sus necesidades”. Como ello es imposible de cumplir, surge la propuesta de establecer el socialismo. Las empresas pasarán a manos del Estado y serán dirigidas por políticos con poca o ninguna capacidad empresarial y con pocos méritos laborales. El derrumbe económico será inevitable.

En las sociedades capitalistas y en las mercantilistas, la gente se indigna cuando se entera de algún empresario exitoso, enriquecido por sus aptitudes empresariales y su eficacia. Sin embargo, el ciudadano común poco problema se hace cuando desde el Estado se otorgan jubilaciones de privilegio a miles de políticos y ex-funcionarios, cuyos montos, en algunos casos, llegan a 52 veces el importe de una jubilación mínima, como ocurre en la Argentina. Esta es una variante socialismo en la cual no se expropian las empresas, pero se expropia gran parte de sus ganancias (vía impuestos), que va a parar al sector privilegiado.

Los movimientos totalitarios se fundamentan esencialmente en la envidia. Mientras que los socialistas establecen una discriminación social contra los sectores que logran cierto éxito empresarial, en la Alemania y en la Austria nazis, centraban su discriminación contra grupos étnicos exitosos, como es el caso de los judíos. Stefan Zweig describe a su propia familia, caracterizada por su aptitud empresarial y su capacidad de trabajo, que condujo al éxito económico y social, pero que atrajo el repudio de los sectores poco adeptos a la creatividad y la responsabilidad empresarial, como ocurre en muchos países. Al respecto escribió: “Mientras mi abuelo, como representante típico de la época anterior, sólo servía al comercio intermedio con productos manufacturados, mi padre dio resueltamente el paso hacia los tiempos nuevos, fundando a los treinta años de edad, en el norte de Bohemia, una pequeña fábrica de tejidos que con el correr de los años se convirtió poco a poco y prudentemente en una empresa respetable”.

“Esta manera cautelosa de engrandecimiento, no obstante la coyuntura seductoramente favorable, correspondía en absoluto al espíritu de la época. Coincidía, además, y de modo especial, con el carácter reservado y de ningún modo ávido de mi padre. Él había abrazado el credo de su época: Safety first; prefería poseer una empresa «sólida» -ésta era también una palabra favorita de aquellos tiempos-, mantenida con sus propias fuerzas económicas, a darle grandes dimensiones sobre la base de créditos bancarios o hipotecas”.

“El único orgullo de su vida consistía en que jamás su nombre figuraba al pie de un pagaré o de una letra y sólo quedaba registrado en el debe de su banco –que, desde luego, era el mejor fundamentado-, el banco de los Rothschild, el Kreditanstalt. Cualquier ganancia con la más leve sombra de riesgo, le repugnaba, y en todos sus años jamás participó de negocios ajenos. Si, no obstante, llegó poco a poco a ser rico, y cada vez lo fue más, no lo debió de ningún modo a especulaciones atrevidas o a operaciones que probasen una visión particularmente amplia, sino que lo debió a la adaptación al método común de aquel tiempo previsor, según el cual nunca se gastaba más que una parte modesta de los recursos, para agregar, por consiguiente, año tras año, un importe cada vez más considerable al capital”.

“Como la mayoría de los hombres de su generación, mi padre hubiera considerado como terrible disipador a quien consumiera despreocupadamente la mitad de sus entradas sin «pensar en el porvenir» -que éste era otro de los conceptos continuamente invocados en aquella era de seguridad. Gracias a esta constante retención de los beneficios, en aquella época de creciente prosperidad, en que, por otra parte, el Estado no pensaba ni remotamente en reclamar, ni aún de los réditos más importantes, sino un pequeño porcentaje en concepto de impuestos, y en que además los valores industriales y del Estado reportaban unos intereses muy crecidos, el hacerse más rico representaba para el hombre de fortuna, en rigor, nada más que un esfuerzo pasivo”.

“Y valía la pena hacerlo. Aún no se robaba, como en tiempos de la inflación, a los ahorrativos; no se engañaba a los prudentes, y precisamente los más pacientes, los que no especulaban, lograban los mejores beneficios. Gracias a esta adaptación al sistema común de su tiempo, se podía considerar a mi padre, al llegar a los cincuenta años de edad, como un hombre de mucha fortuna, aun de acuerdo al concepto internacional. Pero el modo de vivir de nuestra familia seguía muy despacio al aumento cada vez más rápido de su fortuna. Se permitía poco a poco pequeñas comodidades; nos trasladamos de una casa pequeña a otra mayor; alquilábamos durante la primavera un coche para pasear por las tardes; viajábamos en segunda clase, en coche cama; pero sólo a los cincuenta años se permitió mi padre, por primera vez, el lujo de pasar en invierno un mes en Niza, en compañía de mi madre” (De “El mundo de ayer”-Editorial Claridad-Buenos Aires 1942).

El ideólogo marxista dirá que, en realidad, la riqueza lograda por el mencionado empresario no se debió a su iniciativa personal, a su buena gestión empresarial, a su moderación, al hábito de ahorrar e invertir, a prever el futuro, a adaptarse a la libertad económica de la Austria de fines del siglo XIX e inicios del XX, sino, exclusivamente al robo que continuamente le hizo a sus empleados mediante el proceso denominado plusvalía, ya que, para Marx, el único factor que determina el valor de una mercancía es el trabajo manual requerido para su fabricación. De ahí que tal ideólogo sostiene que sería justo expropiar la empresa para que sea parte de la sociedad.

Si se expropia la empresa, se comete una injusticia porque se desconocen los méritos de su creador. Aunque tampoco serán los empleados los nuevos dueños, ya que los medios de producción serán parte del Estado, que habrá de ser dirigido por políticos marxistas, quienes dispondrán a su criterio y antojo de lo que fue realizado por gestión y trabajo ajeno. Los trabajadores serán utilizados por los ideólogos revolucionarios para realizar el traspaso de las empresas desde sus dueños a la clase dirigente que tomará el poder en nombre de esos trabajadores. Las consecuencias de esta barbarie son por todos conocidas. Sin embargo, la prédica intensiva y generalizada puede cambiar la realidad en la mayoría de las mentes individuales.

sábado, 18 de noviembre de 2017

La violencia y sus causas

Las acciones humanas dependen esencialmente de dos factores principales: herencia genética e influencia cultural. La herencia genética, de donde proviene nuestra “naturaleza humana”, es el resultado de millones de años de evolución biológica, mientras que la influencia cultural está asociada al proceso de adaptación cultural que surgió hace algunos miles de años. Mientras que la naturaleza humana está definida por un conjunto de atributos típicos, la influencia cultural presenta avances y retrocesos que impiden que el proceso adaptativo progrese en forma sostenida. Si la violencia fuera esencialmente “natural”, no habría solución posible para los conflictos humanos. En cambio, al depender de aspectos culturales, es posible alcanzar la solución esperada. Salvador E. Luria escribió respecto del lenguaje: “La experiencia personal podía ser comunicada a otros mediante la palabra oral a fin de suscitar admiración, pasar avisos o enseñar técnicas valiosas, y esta comunicación no era tal sólo horizontal, entre miembros de una generación, sino vertical, de una generación a la siguiente. Por primera vez en la historia de la vida pudo ser transmitido a la prole, para su educación, el fruto de la experiencia acumulada. Al lado de la evolución biológica –la acumulación de diferencias entre genes-, había comenzado la evolución cultural: la acumulación de experiencias e ideas en forma simbólica”.

“En la especie Homo Sapiens acababa de surgir una nueva forma de adaptación, mucho más rápida que la morosa selección natural. La inteligencia era capaz de acumular conocimiento y procurar con ello una aptitud de nuevo cuño, permitiendo así al hombre modificar su medio antes que limitarse a ser seleccionado por él. Asociado con la inapreciable evolución de la mano humana, la más primorosa y delicada de todas las herramientas, el desarrollo de la inteligencia permitió al hombre extender su especie sobre la Tierra, desde los trópicos a las regiones polares, haciendo del planeta entero su dominio” (De “La vida, experimento inacabado”-Alianza Editorial SA-Madrid 1975).

No son pocos los autores que piensan que la violencia surge de nuestra propia naturaleza humana y que la generamos individualmente, en mayor o menor cantidad, siendo a veces necesario descargarla de alguna manera, resultando inevitable que exista cierta dosis de violencia en la mayoría de nosotros. Santiago Genovés y Jacques F. Passy escribieron: “¿Es la agresividad algo biológicamente determinado o es más bien el resultado de una cada día mayor presión cultural y tecnológica a la que no sabemos cómo adaptarnos? «Algunos fisiólogos hablan de la agresión como si constituyese algo así como una batería eléctrica que una vez cargada tiene, por fuerza, que descargarse. Si bien es cierto que experimentalmente podemos producir comportamiento violento y/o antisocial en diversos animales tanto como en el hombre, la realidad es que dicho comportamiento no es más el producto de impulsos ‘innatos’que la música de una sonata para piano es ‘innata’ al piano. Posiblemente contenemos tanta agresividad como el radiorreceptor contiene la música que de él sale….». Así piensa un gran hombre de ciencia, P. H. Klopfer” (De “Comportamiento y violencia”-Editorial Diana SA-México 1976).

Por otra parte, la neurobióloga Rita Levi-Montalcini escribió: “¿Representa la perpetuación de las guerras y las matanzas, actividades funestas y exclusivas de nuestra especie, una consecuencia inevitable de una agresividad irreductible y transmitida por vía genética, como afirman los etiólogos y los sociobiólogos, que han gozado en las últimas décadas de amplio consenso? ¿O es que se trata de un resultado de factores no sólo biológicos, sino también sociales y culturales, que en nuestra especie, y sólo en ella, determinan la conducta de los individuos y de las masas?” (De “Elogio de la imperfección”-Ediciones B SA-Barcelona 1989).

Para Arthur Koestler, la agresividad del hombre depende de un “afán excesivo de trascendencia”. De ahí que, si así fuese, los conflictos se generarían por un afán desmedido de trascendencia individual. En caso de no lograrlo, produciría cierta disconformidad personal y baja autoestima, por lo que la solución habría de buscarla asociándose a grupos con diversas finalidades, incluso finalidades que no favorecen la adaptación ni la supervivencia. Al respecto escribió: “Uno de los rasgos principales de la condición humana es la necesidad perentoria de identificarse con un grupo social o un sistema de creencias que es ajeno a la razón, a los intereses del individuo e incluso al instinto de conservación…Lo cual nos lleva a la conclusión, en contraste con la opinión preponderante, de que el problema de nuestra especie no es un exceso de agresividad defensiva, sino un afán excesivo de trascendencia”.

Rita Levi-Montalcini opina al respecto: “Este afán de trascendencia, que se pone de manifiesto en la obediencia ciega y es uno de los rasgos principales del comportamiento humano, conduce a la aceptación estúpida. Estas tendencias innatas, más que el instinto agresivo como desahogo del llamado «imperativo territorial», son las responsables de la universalidad de la guerra en todas las sociedades humanas. El mismo autor afirma que «sin lenguaje no habría poesía, pero tampoco habría guerra». Con esta breve frase resume la condición unitaria del hombre. El lenguaje ha dotado al hombre del sistema más eficaz de comunicación para unir a los miembros de las tribus primitivas y, más tarde, a los de las sociedades más avanzadas, pero al mismo tiempo ha hecho que sean sumamente receptivos a los mensajes que proceden del medio circundante”.

“Es así como el lenguaje, supremo privilegio del hombre, que le ha abierto infinidad de horizontes mentales, también le arroja al abismo del oscurantismo cuando la palabra es usada por caudillos fanáticos o cínicos para incitar al odio, o cuando los símbolos provocan reacciones místicas e inhiben las facultades intelectuales del lejano descendiente del Australopithecus” (De “Tiempo de cambios”-Ediciones Península-Barcelona 2005).

El “afán desmedido de trascendencia” se materializa con el ingreso de un individuo a algún sector social o algún movimiento religioso, político o de otro tipo. A partir de ellos busca compartir su importancia y su trascendencia social. Este es el caso de los diversos nacionalismos, que por lo general constituyen una fuente segura de conflictos. Incluso algunos especialistas aducen que la motivación principal de los violadores radica en el hecho de intentar pertenecer al “selecto club de violadores”, un “prestigioso” grupo según la deformada escala de valores que orienta la vida de tales individuos.

Tanto los totalitarismos, como los diversos terrorismos, surgen esencialmente del odio masivo inducido por los ideólogos respectivos. La citada autora agrega: “En las últimas décadas del siglo pasado se han sucedido, en continuo aumento y en todos los continentes, sangrientos conflictos causados por dictadores y caudillos que recurrieron y recurren a «subterfugios momentáneos en la lucha por una hegemonía de corta duración» y fomentan el odio contra otras poblaciones señaladas como distintas o de raza inferior”.

“Un índice de la perversión del comportamiento humano se manifestó con toda su crudeza a propósito de los sucesos del 11 de septiembre de 2001. Mientras miles de personas sucumbían bajo toneladas de escombros de las Torres Gemelas en llamas, en otras partes del planeta los desheredados de la Tierra celebraban esta victoria. ¿Victoria o venganza contra los pueblos de Occidente, a quienes se consideraba culpables de la miseria que asola a los países del Sur?”.

“El regocijo de los desheredados de la Tierra se debía a que, a través de la acción terrorista, se había infligido un duro golpe a quienes consideraban responsables de sus sufrimientos, y por eso estaban ingenuamente convencidos de que la hegemonía terrorista traería el anhelado bienestar. La motivación de los terroristas es diferente. Para ellos, los pueblos de Occidente representan una cultura diametralmente opuesta a sus ideologías”.

El antídoto contra el veneno psicológico al que está expuesto el individuo común, consiste en la adopción de un individualismo que lo lleve a sentirse un ciudadano del mundo, renunciando a ser parte de subgrupos con intereses sectoriales y, sobre todo, dejando de ser obedientes incondicionales a los líderes de esos subgrupos de la sociedad. Tanto el marxismo, como algunos grupos islámicos, por ser ideologías incompatibles con la cultura occidental, son los principales promotores del odio y de la violencia destructiva. Sus adeptos, o victimas ideológicas, son quienes mayoritariamente festejaron, y festejan todavía, los diversos atentados terroristas contra personas comunes. La citada autora agrega: “En el siglo XXI irrumpen síndromes letales como el sida, el ébola y una epidemia quizá más mortífera, que se ha llamado «martiriomanía». Este nuevo síndrome difiere de los anteriores en el hecho de que no lo causa un agente externo –virus, bacterias o parásitos-, que podría ser neutralizado con vacunación o terapia farmacológica. Consiste en la devoción total y obediencia ciega a una causa o una ideología con la que se compromete el individuo, jurando cometer el acto suicida y homicida”. “La «martiriomanía» no se propaga por contacto, sino por un sistema de comunicación oral, el lenguaje, que predispone a millones de individuos a padecer privaciones, sufrimientos y la muerte en nombre de la ideología proclamada”.

“Este siniestro comportamiento de algunas personas, sobre todo jóvenes, se puede atajar, pues el hombre es un primate inteligente y su acción obedece no sólo a un rígido programa genético, sino también a su experiencia y capacidad cognitiva que en él alcanza el máximo desarrollo”. “Para ello la estrategia debe ser similar a la del terrorismo, que consiste en el reclutamiento de jóvenes, pero con fines diametralmente opuestos”.

La violencia social tiende a incrementarse cuando se la promueve desde los propios sectores estatales. Así, desde gran parte del sector judicial se afirma que la violencia urbana resulta “una justa venganza contra una sociedad que excluyó previamente al delincuente”. Se considera al terrorista como “joven idealista”, mientras el Estado indemniza a los familiares del terrorista caído como consecuencia de sus andanzas violentas, mientras que nunca se interesa por las víctimas de esa violencia.

La “gran idea”, promotora de la violencia sin fin, es la que aduce que los pobres carecen totalmente de defectos y que, por lo tanto no deben cambiar ni mejorar en lo más mínimo, mientras que los sectores productivos, por el contrario, carecen totalmente de virtudes, y sólo generan desigualdad social, siendo tal desigualdad la que finalmente promueve la violencia. Una vez instalada esta creencia, no hace falta que alguien dirija la rebelión armada de pobres contra ricos, sino que tal rebelión se ha de dar en forma espontánea, con distintos niveles de violencia, según la habilidad para convencer a las masas que tenga el ideólogo marxista o el sacerdote tercermundista.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Parusía

El acontecimiento más importante, en toda la historia de la humanidad (en caso de producirse), será el cumplimiento de la profecía del propio Cristo acerca de su Segunda Venida, o Parusía; palabra que significa “presencia”. En la actualidad, con conflictos de todo tipo, pareciera que tal acontecimiento implica la única opción para comenzar una nueva etapa de la humanidad. Tal etapa requiere de un mejoramiento ético e intelectual generalizado, que deberá involucrar a todo ser humano. Giovanni Papini escribió: “¿Cuándo volverá el Hijo del Hombre, sobre la nube, precedido por las tinieblas, anunciado por las clarinadas evangélicas? Nadie, declara Jesús, puede anunciar el día de su venida. El Hijo del Hombre es comparado a un relámpago que, repentinamente, cruza el cielo de oriente a occidente; a un ladrón que viene a escondidas, de noche; a un patrón que se ha ido lejos y regresa inesperadamente y sorprende a sus criados. Hay, pues, que vigilar y estar preparados. Purificaos, porque ignoráis cómo llega y ¡ay de quien no sea digno de presentársele! «Mirad por vosotros, no sea que vuestros corazones se carguen de glotonería y de embriaguez y de los afanes de esta vida, y se os eche encima de repente aquel día como un lazo: porque de esta manera vendrá sobre los habitantes de la Tierra entera» (Luc. 21.34.35)”.

Siendo la religión una cuestión ética, tenderá en el futuro a identificarse con la psicología y con las ciencias sociales. De ahí que, nos imaginamos, tal profecía ha de ser cumplida por alguien capaz de sintetizar eficazmente toda la información disponible sobre cuestiones éticas para hacerla accesible a la mayor parte de los seres humanos. Para lograr tal objetivo, esa síntesis deberá atraer la atención de numerosos lectores y divulgadores, constituyendo esencialmente una parte de las ciencias sociales.

Cuando aparezca el hábil sintetizador, deberá disponer previamente de material suficiente para establecer una ideología de adaptación al orden natural que resulte convincente y capaz de impulsar sentimientos y acciones para conformar los cimientos de una Segunda Era Cristiana y el establecimiento definitivo del Reino de Dios.

Tal Reino implica una adhesión masiva al cumplimiento del “Amarás al prójimo como a ti mismo”; considerado bajo el proceso natural de la empatía, por lo que significa intentar compartir las penas y las alegrías de quienes nos rodean como si fuesen propias. Si bien en la Biblia se dice que el cumplimiento de la profecía es cercano, podría ocurrir en un año, en cien o en mil. Debido a que el avance del conocimiento científico se ha acelerado en los últimos decenios, es posible que las condiciones actuales sean favorables para que se produzca en una época cercana. Papini agrega: “Pero si Jesús no anuncia el día, nos dice las cosas que han de acontecer antes de aquel día. Dos son estas cosas: que el Evangelio del Reino sea predicado a todos los pueblos y que los Gentiles no hollen más el suelo de Jerusalén. Estas dos condiciones se han cumplido en nuestros tiempos y, acaso, el gran día se aproxima. Ya no hay más en el mundo nación civilizada o tribu bárbara donde los descendientes de los Apóstoles no hayan predicado el Evangelio. Desde 1918 los turcos no mandan más en Jerusalén y se habla de una verdadera resurrección del antiguo Estado judío. Cuando, según las palabras de Oseas, los hijos de Israel, privados por tanto tiempo del rey y del altar, se conviertan al Hijo de David y vuelvan, temblando a la bondad del Señor, el fin de los tiempos está próximo”.

“Si las palabras de la segunda profecía de Jesús son verídicas como se han demostrado verídicas las palabras de la primera, la Parusía no debería estar lejos. Una vez más, en estos años, las naciones se han movido contra las naciones y la Tierra ha temblado haciendo estragos de vidas, y las pestes y carestías y las convulsiones han diezmado a los pueblos. Las palabras de Cristo, de un siglo a esta parte, son traducidas y predicadas en todas las lenguas. Soldados que creen en Cristo, aunque no todos fieles a los herederos de Pedro [se refiere a los británicos anglicanos], mandan en aquella ciudad que, después de su ruina, estuvo a merced de romanos, de persas, de árabes, de egipcios y de turcos” (De “Historia de Cristo”-Ediciones del Peregrino-Rosario 1984).

Si bien la Biblia utiliza analogías y simbolismos, se debe tratar de comprender su significado tomando como referencia el mundo real y las leyes naturales que lo rigen. Cuando se escribe, en la profecía apocalíptica, acerca del “fin de los tiempos”, implica el fin de una época mala (como fue el siglo XX con las grandes guerras y los totalitarismos) para dar inicio a una etapa mucho mejor. Los “castigos divinos” que aparecen en la Biblia, como las catástrofes mencionadas, son en realidad obra y decisión exclusivamente humana. “Pero los hombres no recuerdan a Jesús y su promesa. Viven como si el mundo tuviera que durar como hasta aquí, y no se muestran afanosos sino por sus intereses terrenales y carnales. «En efecto, dice Jesús, como en los días antes del diluvio estaban los hombres, comiendo y bebiendo y tomando maridos y mujeres, hasta el mismo día en que entró Noe en el arca, y no conocieron el diluvio hasta que vino y se llevó a todos; así será la venida del Hijo del Hombre. Así también en los días de Lot: comían y bebían, compraban y vendían, plantaban y hacían casas. Pero el día en que Lot salió de Sodoma, llovió fuego y azufre del cielo y los mató a todos. Lo mismo sucederá el día en que se manifieste el Hijo del Hombre»”.

Si ha de acontecer la Parusía, habrá de estar asociada a grandes cambios en la religión, o en la forma en que ha sido interpretada con preponderancia. Quienes creen que sólo habrá cambios leves, o simplemente burocráticos, en cierta forma niegan tal posible suceso ya que suponen que la actual decadencia religiosa ha de revertirse con pequeños cambios. Recordemos que toda propuesta debe tener validez para todos los hombres, incluso para los adeptos de otras religiones.

Si existe un solo Dios, o un solo orden natural, necesariamente deberá existir una sola religión, cuyos contenidos no han de diferir demasiado de los de las ciencias sociales (en aquellos aspectos verificados). De ahí que el cambio principal posiblemente sea el de la interpretación del cristianismo como una religión natural, que surge del hombre y no de Dios. Toda supuesta intervención de Dios en los acontecimientos humanos, excepto el de establecer las leyes que rigen todo lo existente, conduce necesariamente a contradicciones lógicas y abre la posibilidad al ingreso de todo tipo de formas paganas. George Santayana escribió: “Si Dios se ajustase a la moral humana, ¿podría ser bueno? Si estuviera obligado, por ejemplo, a obrar en toda ocasión como el buen samaritano, ningún hombre ni animal alguno sufriría jamás desgracia ninguna, con lo que quedaría abolido totalmente el orden de la Naturaleza y las presuposiciones de la moral humana, al abolir así al mundo bajo la presión de su supuesta conciencia humana, Dios aboliría sus propias funciones de creador, gobernador y padre, dejando de ser, por tanto, el objeto ideal de la religión” (De “La idea de Cristo en los Evangelios”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1966).

Entre los autores que se aventuran a suponer los cambios que vendrán, encontramos a Roger Hasseveldt, quien escribió: “Elementos que cambiarán: a) No existirá más la actual jerarquía de gobierno: papa, obispos, sacerdotes. Esta jerarquía será reemplazada por la igualdad de los hijos de Dios. O más bien, esta jerarquía será reemplazada por otra jerarquía, la de la santidad. Por lo mismo, ya no habrá leyes, ni obediencia a las mismas. b) No habrá más Sacramentos, ya que la vida divina estará definitivamente en el interior de los elegidos. c) La Fe desaparecerá para hacer lugar a la Visión de Dios. d) La Esperanza, igualmente, cederá su sitio a la Posesión de Dios. e) La mezcla actual de Buenos y Malos en la Iglesia de la Tierra se terminará, por la separación definitiva de Malos y Buenos. f) Igualmente, el pecado y la muerte habrán definitivamente desaparecido para los elegidos resucitados…” (De “El misterio de la Iglesia”-Educaciion y Vida-Buenos Aires 1964).

El citado autor llega a algunas conclusiones sosteniendo una continuidad de la religión teísta o revelada. De ahí que, al hacer una interpretación textual de la profecía, admite la posibilidad de una resurrección generalizada de los muertos, proceso que va en contra de las leyes naturales conocidas. Seguramente que tal resurrección ha de ser espiritual, y será para quienes han “muerto por el pecado” y necesitan “nacer de nuevo”.

La Segunda Venida ha de estar asociada al Juicio Final, es decir, a una descripción del hombre y de la sociedad de tipo axiomático, que constituirá un umbral de conocimientos que marcará una etapa similar a la establecida en la física con la aparición de la mecánica de Isaac Newton. Este ha de ser el requisito principal, ya que no sólo deberá promover una mejora ética generalizada sino también deberá producir una mejora en el nivel intelectual de la mayoría de las personas. Toda descripción o teoría de las ciencias sociales que no cumpla con estos requisitos, aún cuando sea en gran parte válida, constituirá un aporte a tener presente para una futura síntesis.

Quien finalmente logre encuadrarse dentro de los requisitos de la profecía, posiblemente ha de ser una persona éticamente normal, antes que excepcional, ya que deberá sugerir normas de convivencia adecuadas para personas normales, con virtudes y defectos. Es oportuno mencionar el caso de Adam Smith, quien da la impresión de no haber sentido ni conocido el odio, ya que en su “Tratado de los sentimientos morales” sólo describe el amor y el egoísmo; de ahí que su descripción sea incompleta.

La excepcionalidad, como se dijo, no ha de ser ética, sino esencialmente intelectual, ya que se deberá establecer una descripción que en forma convincente dé respuestas concretas a las opciones capitalismo-socialismo, democracia-totalitarismo, deísmo-teísmo, etc. Este objetivo habrá de lograrse, además, cuando la forma en que se exprese sea lo suficientemente clara y atractiva para el lector, que puede ser cualquier persona con una formación humanística no especializada. Así, aun cuando Baruch de Spinoza haya cumplido gran parte de tales requisitos, y aun cuando tuviese la hipotética posibilidad de escribir en la actualidad acerca de temas y problemas inexistentes en su época, su obra presenta una enorme dificultad para su comprensión por parte del lector no especializado y aun para el especialista.

Cada intento realizado para modificar la religión tradicional, será observado y considerado como una herejía. Sin embargo, la religión, con su estructura actual, resulta completamente ineficaz. Todo cambio o innovación podrá ser benéfico o perjudicial, pero proponer una continuidad de lo existente implica prolongar el sufrimiento de un gran sector de la humanidad. El intelectual debe intentar hacer todo lo posible para mejorar el mundo en que vive. Con ello logrará, al menos, tener la conciencia tranquila al haber hecho todo lo que estaba a su alcance.

domingo, 12 de noviembre de 2017

Cuál es peor: ¿la dictadura política o la económica?

Una dictadura política puede resultar peligrosa para los individuos ubicados en el sector opositor o disidente. De ahí que un cambio de gobierno, a través de elecciones libres, implique un factor de seguridad que permite limitar los excesos en que pudieran incurrir los gobernantes. Existen también las dictaduras económicas mediante las cuales el poder político de turno dispone de poder económico suficiente para tomar decisiones económicas que involucran a las empresas cuando éstas, en su mayoría, son propiedad del Estado. Muchos individuos advierten el peligro que entrañan las dictaduras políticas, sin advertir que las dictaduras económicas pueden ser aun más peligrosas.

Los principales sistemas políticos y económicos son tres: democracia política y económica (propuesta por el liberalismo), totalitarismo político y económico (propuesto por el marxismo-leninismo) y los sistemas híbridos: democracia política y totalitarismo económico (socialdemocracia) y totalitarismo político y democracia económica (dictaduras políticas diversas). Robert A. Solo escribió: “Se examinan tres formas opcionales de organización de las actividades económicas: mediante la libre elección individual en mercados competitivos; mediante los planes elaborados por autoridades políticas, y mediante las relaciones de grupos autónomos que negocian entre sí y regulan los precios de mercado, como lo hacen, por ejemplo, las grandes corporaciones o las organizaciones laborales. Estas tres formas se hallan entre los elementos constitutivos importantes de las economías vigentes en la actualidad. También podrían considerarse como los tipos ideales en todo enfoque del análisis comparativo de sistemas económicos” (De “Organizaciones Económicas y Sistemas Sociales”-Tipográfica Editora Argentina-Buenos Aires 1974).

La China actual constituye un ejemplo de nación gobernada por una dictadura política mientras que simultáneamente adopta una economía democrática (mercado). El ciudadano chino no puede elegir sus gobernantes pero puede decidir, con cada compra que realiza, el rumbo de la economía. Si muchos chinos eligen consumir determinados productos y rechazar otros, están decidiendo cotidianamente (como si se tratara de votos en un comicio eleccionario) sus preferencias mayoritarias.

Bajo una dictadura económica, como la establecida en los países socialistas, no pueden ejercer ninguna elección ya que la producción de las empresas estatales viene determinada por una planificación central del gobierno, que es en definitiva quien decide qué y cuánto han de producir de cada producto, que es lo que va a consumir la población. De inmediato se advierte el serio peligro que corre el opositor al gobierno por cuanto, por una simple decisión gubernamental, puede dejar sin alimentos a quienes se oponen al gobierno. Recordemos que gran parte de las masivas matanzas en la Unión Soviética, bajo el stalinismo, se realizaron excluyendo a los sectores rebeldes de la asignación de alimentos. Si bien el socialismo implica tanto una dictadura política como una económica, las posibilidades de represión son mayores bajo esta última forma de ejercer el poder.

Existen muchos partidos políticos que son democráticos en política y totalitarios en economía. Cuando predominan en un país, el Estado administra la mayor parte de las empresas. Ello facilita al gobernante de turno distribuir empleos estatales entre sus adeptos, a los que se sumarán luego los adeptos de los otros partidos cuando accedan al poder. Las empresas saturadas de empleados tienden a ser ineficaces y a dar pérdidas. Este “inofensivo” juego genera un enorme déficit fiscal, que es la principal causa de inflación, que ha de ser soportada por los sectores menos pudientes. Sin embargo, la mayoría cree que el puesto de trabajo estatal prescindible cumple una importante “función social” porque libera de la pobreza a varios trabajadores y a sus familias, sin tener en cuenta que estos beneficios sectoriales se generan junto a perjuicios que recaen en otros sectores, que son los pobres y que todo político dice defender.

En un banco que atiende el pago de pensiones y jubilaciones, es muy común observar a jubilados que sacan varios números para repartirlos luego a algunos que llegan después. Suponen que están haciendo su cotidiana obra de bien, sin tener en cuenta que están perjudicando a quienes ya padecen un largo tiempo de espera. La “función social” del pseudo-empleo estatal produce efectos similares. Lo grave del caso es que la distribución de cargos estatales es defendida, no por jubilados con una mentalidad disminuida por la vejez, sino por políticos, periodistas e intelectuales. Se cumple aquello de que “el subdesarrollo está en la mente”.

El estado calamitoso a que ha llegado la economía argentina puede reflejarse en el hecho de que, en la Biblioteca del Congreso Nacional, trabajan actualmente 1.700 empleados, ingresados la mayoría de ellos al finalizar el periodo kirchnerista. Seguramente podría funcionar bastante bien con una cantidad mucho menor. Se estima que a lo largo y a lo ancho del país existe un exceso de 1.500.000 empleados públicos. Así como las raíces de un árbol son proporcionales a la altura del mismo, la cantidad de pobres de una nación resulta proporcional a la cantidad de empleos públicos superfluos o en exceso.

Este flagelo social y económico viene desde hace varios años, acentuándose en el periodo kirchnerista. Varias décadas atrás, el exceso de empleados se concentraba en los ferrocarriles estatales. Álvaro Alsogaray, quien fuera ministro de economía, expresaba: “El gobierno está decidido a emprender una lucha tenaz contra este verdadero cáncer social. La causa de la inflación está en el déficit del presupuesto y el factor esencial de este déficit presupuestario es el déficit ferroviario”. “Este déficit ferroviario será atacado definitivamente. Con lo cual terminará el déficit presupuestario, con lo cual terminará la inflación” (De “Los ministros de economía” de Enrique Silberstein-Centro Editor de América Latina-Buenos Aires 1971).

La prolongada crisis económica y social de la Argentina, teniendo presente la mentalidad reinante, tiene pocas posibilidades de revertirse. Tal es así que, quienes trataron de solucionar el problema económico, y no pudieron hacerlo, fueron acusados como culpables de ese problema y ridiculizados públicamente. Enrique Silberstein escribió: “Para todos los que en el país han oído hablar de «moneda sana», «la última de las devaluaciones», «inflación contenida» y otras metáforas se ofrece en este libro una colección completa de figuras y figuritas vinculadas con el tema”. “El lector no dejará de conocer a sus grandes amigos Alsogaray, Pinedo, Krieger Vasena y Cía.; volverá a leer con emoción las declaraciones y los planes que formularon y se asombrará al comprobar hasta que punto se cumplieron”.

Debido a que los ferrocarriles argentinos, comprados por Perón a los ingleses, eran considerados como parte de la patria, fueron defendidos a ultranza de los cambios que se les quiso hacer. Si bien constituían un cáncer que absorbía recursos monetarios y humanos en desmedro del resto de la población y del resto de la economía, era un cáncer “bien nuestro”. Quienes quisieron erradicarlo fueron considerados cipayos, traidores a la patria y denostados públicamente por intelectuales, periodistas y políticos. Así nos fue, así nos va y así nos irá en el futuro.

Hasta el momento, Mauricio Macri parece no querer o no poder enfrentar el problema esencial del subdesarrollo nacional. Pareciera suponer que la llegada de capitales extranjeros ayudará a reducir el déficit del Estado con un crecimiento de la economía, pero no da señales de intentar reciclar o desplazar o disminuir la cantidad de empleos superfluos. No busca eliminar el cáncer social sino financiarlo adecuadamente.

viernes, 10 de noviembre de 2017

No a los nuevos puestos de trabajo

En los países subdesarrollados se tiene como hábito o costumbre poner gran cantidad de trabas para la formación de nuevas empresas y para la creación de nuevos puestos de trabajo, es decir, de trabajo productivo, por cuanto resulta sencillo ingresar al Estado para realizar trabajos improductivos, o pseudotrabajos, que implican una carga para el resto de la sociedad.

Los políticos de mayor aceptación son aquellos que promueven leyes favorables para el trabajador y desfavorables para las empresas, en lugar de promover leyes favorables para todos. Este es el caso de Perón, recordado por “beneficiar a los trabajadores”, aclarando que tales “trabajadores” debían ser peronistas y estar afiliados al Partido Justicialista. De lo contrario eran marginados y hasta expulsados de sus trabajos estatales. Quien quisiera mantener el puesto laboral y progresar en su trabajo, debía afiliarse al partido del líder totalitario.

Supongamos que el sueldo de un trabajador, en determinado rubro y según el mercado laboral, es de 1.000 unidades monetarias. Como efecto de la presión o de la extorsión sindicalista, y de las leyes sociales populistas, este sueldo se elevará hasta 1.800 unidades monetarias. Los trabajadores estarán contentos, como así también los sindicalistas, ya que reciben mayores aportes por empleado. Pero los empresarios tendrán menor predisposición y menores posibilidades para incorporar nuevos trabajadores. Quienes no tienen empleo, verán cerradas todas las puertas para su incorporación al campo laboral.

La acción de políticos y sindicalistas que tienden a favorecer al sector que ya tiene trabajo, y a impedir el ingreso de los desocupados, ha tenido como consecuencia inmediata la creación de puestos de trabajo informales, que en la Argentina alcanza a un tercio de la población laboralmente activa. También han favorecido la contratación de trabajadores independientes, es decir, en lugar de tener empleados nuevos, las empresas contratan a trabajadores que realizan prestaciones fuera del vinculo ocupacional empresa-empleado. El trabajo permanente, en relación de dependencia, cada vez es más escaso y sólo es conseguido por quienes realizan tareas especializadas y muy poco prescindibles.

Otro sector que promueve la desocupación, la precariedad laboral y el trabajo independiente es el de los abogados especializados en cuestiones laborales. A fin de tener más trabajo y mayores ganancias, han promovido la denominada “industria del juicio laboral”. Mayormente adherentes al pensamiento marxista, demonizan a las empresas para justificar su tarea depredadora contra el sector productivo. También desde el Poder Judicial se atenta contra las empresas, ya que existen fallos anti-empresariales que otorgan indemnizaciones tres o cuatro veces mayores que las pedidas por los demandantes.

Como siempre ocurre, ignorar el sistema de mercado, tanto en lo laboral como en los demás aspectos de la economía, produce “soluciones” que tienden a empeorar las cosas, es decir, las correcciones al mercado tienden a acentuar los problemas en lugar de solucionarlos.

jueves, 9 de noviembre de 2017

Coincidencias éticas de las diversas religiones

Las religiones han sido históricamente una importante fuente de conflictos. Sin embargo, si nos atenemos a las sugerencias morales establecidas por cada una de ellas, se advertirán ciertas coincidencias que permiten vislumbrar acuerdos futuros; siempre y cuando tales sugerencias predominen sobre otros aspectos menos importantes de la religión. A continuación se mencionan algunas normas de convivencia en las que se advierte una misma idea subyacente:

Brahmanismo: “Ésta es la suma del deber: no hagas a otros lo que te produciría dolor que te hicieran a ti” (Mahabharata 5:1517)
Budismo: “No lastimes a los otros de la forma en que a ti te lastimaría” (Udanavaarga 5:18)
Cristianismo: “Cuánto quisiereis que os hagan a vosotros los hombres, hacédselos vosotros a ellos” (Mateo 7:12)
Confucionismo: “Haz a los otros lo que tú desearíais que te hicieran” (Analectos 15:23)
Islam: “Ninguno de vosotros es un creyente hasta que desee para su hermano lo que desea para sí mismo” (Sunan).
Judaísmo: “Lo que te es odioso no se lo hagas a tu prójimo. Ésa es toda la Ley; es resto es comentario” (Talmud, Shabbat 31ª)
Taoísmo: “Considera el beneficio de tu prójimo como tu propio beneficio y las pérdidas de tu prójimo como tus propias pérdidas” (Taishang, Kan-ying P’ien)
(Citado en “El prójimo” de Pacho O’Donnell-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2001).

En todas y cada una de estas sugerencias éticas está latente la igualdad de los hombres y la existencia de la empatía, proceso psicológico por el cual podemos ubicarnos imaginariamente en los sentimientos y en los pensamientos de los demás. Debido a que todos los líderes religiosos observan una misma naturaleza humana, que se mantiene esencialmente invariable en el tiempo, aparece cierta similitud en la manera en que proponen una optimización de nuestro comportamiento.

Otros podrán decir que alguien fue el primero en advertir este proceso y que los demás lo imitaron diciendo cosas parecidas, mientras que alguien, posiblemente, dirá que Dios reveló algo similar a cada uno de sus enviados. Sin embargo, resulta más simple suponer que, aun cuando no hubiera contacto entre los diversos predicadores, las coincidencias habrían de aparecer tarde o temprano.

Desde el punto de vista de la supervivencia de la humanidad, sería adecuado que prevaleciera este tipo de coincidencias. Sin embargo, desde el punto de vista de los representantes de las diversas religiones surgiría cierta decepción, ya que harían todo lo posible para mostrar que su propia religión es diferente y superior a las otras.

Las ideas simples, como aquellas que sugieren “hacer a los demás lo que queremos que los demás hagan por nosotros”, si bien son muy efectivas, resultan “aburridas” o “tediosas” para quienes dedicaron su vida a la religión y de ahí la necesidad de enmascarar tales sugerencias éticas bajo una gran cantidad de mitos, misterios, tradiciones e incoherencias lógicas. Baruch de Spinoza escribió: “La misma Escritura enseña clarísimamente en muchos pasajes qué debe hacer cualquiera para obedecer a Dios, a saber, que toda la ley consiste exclusivamente en el amor al prójimo. Por tanto, nadie puede negar que quien ama al prójimo como a sí mismo por mandato de Dios, es realmente obediente y feliz según la ley; y que, al revés, quien le odia o desprecia, es rebelde y contumaz. Finalmente, todos reconocen que la Escritura fue escrita y divulgada, no sólo para los expertos, sino para todos los hombres de cualquier edad y género. Esto basta para demostrar con toda evidencia que nosotros no estamos obligados, por mandato de la Escritura, a creer nada más que aquello que es absolutamente necesario para cumplir este precepto del amor”.

“La luz natural no sólo es despreciada, sino que muchos la condenan como fuente de impiedad; que las lucubraciones humanas son tenidas por enseñanzas divinas, y la credulidad por fe; que las controversias de los filósofos son debatidas con gran apasionamiento en la Iglesia y en la Corte; y que de ahí nacen los más crueles odios y disensiones, y otras muchísimas cosas, que sería demasiado prolijo enumerar aquí…”.

“Tanto han podido la ambición y el crimen, que se ha puesto la religión, no tanto para seguir las enseñanzas del Espíritu Santo, cuanto en defender las invenciones de los hombres; más aún, la religión no se reduce a la caridad, sino a difundir discordias entre los hombres y a propagar el odio más funesto, que disimulan con el falso nombre de celo divino y de fervor ardiente. A estos males se añade la superstición, que enseña a los hombres a despreciar la razón y la naturaleza y a admirar y venerar únicamente lo que contradice a ambas” (De “Tratado teológico-político”-Ediciones Altaya SA-Barcelona 1994)

El científico auténtico es el que siente orgullo por haber podido colaborar con el avance del conocimiento humano sin menospreciar los aportes realizados por otros científicos. Sin embargo, el progreso de la ciencia se ha producido no sólo por las contribuciones de los científicos auténticos, en el sentido indicado, sino también por los de los egoístas y competitivos que no toleran compartir sus éxitos con los demás. De ahí que se hayan producido penosos conflictos, tal como el ocurrido entre quienes tuvieron la enorme satisfacción de haber salvado a varias generaciones de los efectos de la poliomielitis, como es el caso de Jonas Salk y de Albert Sabin. Hubo entre ellos un serio enfrentamiento por cuanto, especialmente Sabin, criticó severamente el trabajo de Salk dudando incluso de sus méritos científicos. En cambio, los iniciadores de la teoría de la evolución por selección natural, Charles Darwin y Alfred Wallace, se hicieron amigos al conocer el similar trabajo científico establecido por un colega.

La autenticidad del científico no difiere esencialmente de la del religioso. Albert Einstein escribió: “Algunos hombres se dedican a la ciencia, pero no todos lo hacen por amor a la ciencia misma. Hay algunos que entran en su templo porque se les ofrece la oportunidad de desplegar sus talentos particulares. Para esta clase de hombres de ciencia es una especie de deporte en cuya práctica hallan regocijo, lo mismo que el atleta se regocija con la ejecución de sus proezas musculares. Y hay otro tipo de hombres que penetra en el templo para ofrendar su masa cerebral con la esperanza de asegurarse un buen pago”.

“Estos hombres son científicos tal sólo por una circunstancia fortuita que se presentó cuando elegían su carrera. Si las circunstancias hubieran sido diferentes podrían haber sido políticos o magníficos hombres de negocios. Si descendiera un ángel del Señor y expulsara del Templo de la Ciencia a todos aquellos que pertenecen a las categorías mencionadas, temo que el templo apareciera casi vacío. Pocos fieles quedarían, algunos de los viejos tiempos, algunos de nuestros días. Entre estos últimos se hallaría nuestro Max Planck. He aquí por qué siento tanta estima por él”.

“Me doy cuenta de que esa decisión significa la expulsión de algunas gentes dignas que han construido una gran parte, quizás la mayor, del Templo de la Ciencia, pero al mismo tiempo hay que convenir que si los hombres que se han dedicado a la ciencia pertenecieran tan sólo a esas dos categorías, el edificio nunca hubiera adquirido las grandiosas proporciones que exhibe al presente, igual que un bosque jamás podría crecer si sólo se compusiera de enredaderas” (Del Prólogo de “¿Adónde va la ciencia” de Max Planck-Editorial Losada SA-Buenos Aires 1961).

La actitud prevaleciente en muchos religiosos parece coincidir con aquella de Albert Sabin. El religioso, en lugar de buscar la felicidad como consecuencia de realizar acciones orientadoras hacia los demás hombres, se preocupa más por descalificar a sus colegas de su misma religión y de otras religiones, tratando siempre de acentuar las diferencias antes que las coincidencias. Jan Amos Comenius escribió: “Las principales causas de división entre los hombres son tres: 1. Las diferencias de opinión: no somos capaces de pensar de la misma manera acerca de las mismas cosas; 2. Los odios: no estamos dispuestos a admitir opiniones diferentes acerca de las mismas cosas sin que la amistad se resienta; por eso nuestras divergencias de opinión nos dan un sentimiento apasionado de prevención mutua; 3. Las injusticias y las persecuciones francas: que son producto de nuestros odios, para nuestra desdicha común”.

“El primer conflicto proviene del espíritu, el segundo de la voluntad y de los sentimientos, el tercero de las fuerzas que se oponen secreta o francamente en vista de la destrucción mutua. ¡Oh! Si estuviera permitido develar las intrigas hostiles de la filosofía, de la religión, de la política, y de los negocios privados, sólo veríamos intentos y esfuerzos crueles y sin fin de subversión mutua, como la lucha de las selvas contra el mar y la de las olas del mar contra las selvas, así como está escrito en el cuarto libro de Esdras…”.

“Califico de inhumanos los conflictos de esta categoría; pues el hombre, que ha sido creado a imagen de Dios, debe ser bueno, amable y generalmente pacífico. Pero cuando el hombre se separa del hombre, cuando es incapaz de soportar a su prójimo, cuando un hombre se enfurece con otro, asistimos a una verdadera decadencia de la humanidad. Es un comportamiento que no puede observarse en ninguna especie de criaturas mudas, salvo en los perros salvajes, cuya naturaleza es también la de irritarse mutuamente, ladrar, morderse unos a otros y luchar por un hueso para roer”.

“En consecuencia, si queremos que la inhumanidad dé paso a la humanidad, debemos buscar incansablemente los medios para alcanzar este objetivo. Esos medios son tres: primeramente los hombres deben dejar de confiar demasiado en sus sentidos y, teniendo en cuenta la fragilidad humana común, reconocer que es indigno de ellos abrumarse mutuamente con el odio por razones fútiles; deberán, en forma general, perdonarse las disputas, los daños y los perjuicios pasados. Llamaremos a esto borrar el pasado. Segundo, nadie debe imponer sus principios (filosóficos, teológicos o políticos) a quienquiera que sea: al contrario, cada uno debe permitir a todos los demás que hagan valer sus opiniones y gocen en paz de lo que les pertenece. Llamaremos a eso tolerancia mutua. Tercero, todos los hombres deberán tratar, en un esfuerzo común, de encontrar lo mejor para hacer, y, para lograrlo, conjugar sus reflexiones, sus aspiraciones y sus acciones. Es lo que llamaremos la conciliación” (Citado en “Paz en la Tierra”-UNESCO-Ediciones Revista Sur-Buenos Aires 1984).

domingo, 5 de noviembre de 2017

Sociofobia

Entre las diversas actitudes adoptadas respecto de la sociedad, puede mencionarse la “sociofobia”, que rechaza la sociedad existente, promueve su destrucción y su posterior reemplazo por otra diferente. La observación de los defectos en el comportamiento de las personas permite el surgimiento de coincidencias entre quienes buscan la mejora social y quienes buscan la destrucción de la sociedad, es decir, el punto de partida es similar, pero el punto de llegada es opuesto.

Puede decirse que los que buscan la mejora social son quienes tienen la autoridad moral suficiente como para realizar críticas constructivas, mientras que carece de tal autoridad quien no se siente parte de la sociedad que busca destruir. Ello se refleja en la forma de vincularse con la sociedad. El primero habla siempre de “nosotros”, incluyendo a todos los integrantes de la sociedad en que vive. El segundo habla siempre de “nosotros y ellos”, excluyendo de culpas al primer sector y atribuyendo toda culpabilidad al segundo sector considerado.

Cuando se acentúa la actitud adversa a la sociedad, se puede llegar a ser un sociópata, esto es, puede convertirse en alguien capaz de matar a algún integrante de la sociedad por el solo hecho de serlo, tal como lo hacen los terroristas. De la misma forma en que las buenas actitudes se promueven y se difunden a través de ejemplos, ideas y libros, las actitudes antisociales se difunden en forma similar. De ahí que sea siempre posible identificar a los ideólogos que promueven la violencia destructiva aun cuando se muestren como personas cultas y pacíficas.

Una de las formas en que se promueve la destrucción de una nación, implica una campaña de desprestigio o difamación premeditada de los próceres nacionales. En forma paralela, se procede a engrandecer la figura de algún personaje que haya intentado destruirla. Como ejemplo podemos mencionar al periodista Pacho O’Donnell quien afirmaba en un programa televisivo ciertas infidelidades matrimoniales que sufría el Gran. San Martín por parte de su esposa. De ahí que Remedios Escalada no haya sido, según esa versión, una mujer enfermiza al cuidado de su familia, como afirman los historiadores, sino una libertina que permitía que sus andanzas fuesen observadas hasta el extremo de llegar a conocerse en nuestros días. En otro programa televisivo, el citado periodista y escritor elogiaba a Ernesto Che Guevara, diciendo que fue un luchador que “murió por sus ideales” e incluso hace cierta comparación entre sus últimas frases y las pronunciadas por Cristo.

Las críticas a San Martín, cuando provienen de alguien con autoridad moral, como Juan Bautista Alberdi, que lo critica como militar y político, son dignas de ser tenidas en cuenta, y no producen rechazo por cuanto surgen de alguien que luchó toda su vida a favor del engrandecimiento de su patria. Alberdi nunca cae tan bajo como para la crítica íntima o personal del ilustre militar; incluso lo visita en Francia dejando constancia de cierta admiración por el héroe de la independencia, si bien con ciertas limitaciones.

Los sectores marxistas también criticaban a Cristo, aunque en la actualidad han tergiversado sus prédicas hasta convertirlo en un revolucionario más. En otras épocas, sus detractores decían que “Cristo no hizo nada” y que toda su vida consistió en adaptarse a la profecía realizada varios siglos antes. Sin embargo, en la profecía no aparece el “repertorio” de sus prédicas, de todos los mensajes que habría de pronunciar para la reforma y el afianzamiento de la religión moral.

Quienes promueven el mejoramiento de su nación son considerados “patriotas” a la vez que son considerados “traidores” quienes promovieron los objetivos cubano-soviéticos para afianzar el socialismo en todo el planeta. En realidad, debe admitirse que todo individuo ha de tener la libertad y el derecho de adoptar la nacionalidad o la patria que crea conveniente, por lo cual, la condición de extranjero no resulta en sí misma detestable. Sin embargo, el rechazo surge cuando el extranjero intenta la destrucción material y humana de otro país.

Jean-François Revel establecía cierta analogía entre la luz que nos llega desde estrellas distantes aun cuando algunas de ellas han dejado de emitirla, y la adhesión incondicional a la expansión del socialismo aun cuando la URSS ha dejado de existir. La actitud destructiva hacia la nación se mantiene indemne en quienes renunciaron a la nacionalidad argentina para adoptar la cubano-soviética. En realidad, tal renuncia y adopción posterior no ha de ser reconocida por esos sectores: Sin embargo, si tenemos en cuenta aquello de que “por sus frutos los conoceréis”, resulta ser una aberración denominar “argentinos” a quienes pretendieron destruir a la Argentina promoviendo y ejecutando más de 20 mil atentados contra la propiedad, más de 700 secuestros extorsivos y más de 800 asesinatos durante la década de los 70.

La campaña destructiva sigue vigente. En el ámbito callejero se escucha calumniar a San Martín como “pedófilo”, por cuanto se casó con una menor, si bien en esa época era una costumbre. También se destinan descalificaciones al Gral. Roca, a Sarmiento, a Cristóbal Colon y otros. Hace algunos años atrás, cuando se difunde el SIDA, no faltaron las almas curiosas e inquisitivas que pedían una exhumación de los restos del Gral. Belgrano por cuanto suponían que había muerto de esa enfermedad debido posiblemente a costumbres íntimas desordenadas.

Mientras denigran a cuanto prócer aparece en la historia nacional, intentan engrandecer las figuras destructivas de la civilización occidental y cristiana. Incluso Pablo Neruda escribe versos en homenaje a Stalin, aun cuando tal tirano tenga el “honor” de ser el segundo mayor asesino de la historia universal (después de Mao y aun sobre Hitler). Todo indica que en la escala de valores de los revolucionarios aparecen en primer lugar quienes fueron los más exitosos destructores de sociedades y poblaciones.

Se comenta que Osama Bin Laden, el terrorista planificador del atentado de las torres de Nueva York, en una temprana estadía en Inglaterra, advierte defectos morales en los integrantes de la sociedad británica. Como tales defectos constituyen una especie de enfermedad social, decide posteriormente combatirla. Mientras que el buen médico elimina la enfermedad sin afectar al enfermo, el terrorista pretende eliminar la enfermedad eliminando previamente al enfermo.

Debido a que la observación de los defectos humanos es similar entre quienes desean destruir la sociedad y quienes desean repararla, es frecuente que los primeros arrastren a los segundos aunque éstos a veces adviertan el error demasiado tarde. Éste parece haber sido el caso del movimiento destructor de Francia conocido como Mayo del 68. Este acontecimiento sirve, además, para detectar mediante una simple pregunta si una persona adolece de sociofobia o bien se trata de una persona normal. En el primer caso se mostrará favorable hacia ese acontecimiento mientras que en el segundo caso lo rechazará. Raymond Aron expresó: “Encontraba absolutamente indigno que unas hordas de chiquilines derrocaran al gobierno, al régimen y a la Francia política”.

“Encontraba que esos estudiantes estaban destruyendo la antigua Universidad sin construir otra. Al mismo tiempo intentaban poner desorden en la economía francesa que, de todos modos, había sido reconstruida desde hacía una generación. Digamos que los acontecimientos de mayo de 1968 recordaban las jornadas revolucionarias del siglo XIX. Una vez más se tenía la sensación de que los franceses eran incapaces de efectuar reformas y capaces de tanto en tanto de hacer una revolución”.

“Existía también, en el mundo entero, un movimiento de rebelión de una parte de la juventud contra la sociedad establecida, rebelión que tomó la forma de una revolución estudiantil. Como Francia no tenía universidades sino una Universidad, la misma para todo el país, en vez de haber como en los Estados Unidos rebeliones sucesivas en las diferentes universidades, se produjo casi al mismo tiempo, de golpe, la rebelión en todas las universidades. Y luego hubo un fenómeno más misterioso, es decir las huelgas generalizadas” (De “El observador comprometido”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1983).

El requisito esencial para instalar el socialismo implica la destrucción previa de la sociedad capitalista; de ahí que los adherentes al socialismo manifiesten en todo diálogo ciertas actitudes destructivas. Es por ello que, al observar cualquier conflicto social, traten de hacerlo mucho mayor. Si existen grupos de mapuches que trabajan decentemente y grupos de mapuches que practican el terrorismo, entonces el socialista apoyará a estos últimos. Si existen conflictos matrimoniales y grupos feministas que proponen una abierta lucha en contra del género masculino, el socialista apoyará esta postura.

El socialismo podría muy bien denominarse “anticapitalismo” por cuanto ve en el capitalismo todo lo perverso y pecaminoso que pueda existir, y de ahí que todo socialista proponga que se haga todo lo contrario. Para los marxistas, el dinero es la causa de los grandes males sociales, por lo cual proponen su abolición. Recordemos que, bajo el socialismo, se utilizan libretas de abastecimiento para que cada ciudadano reciba lo que el Estado considera necesario y suficiente, resultando innecesario en este caso el empleo del dinero.

Sin dinero, se vuelve a la época del trueque imposibilitando muchos intercambios. Además, el mal uso del dinero es una cuestión moral, que atañe a las personas y no a las cosas. Karl Marx escribió: “[El dinero] transforma la fidelidad en infidelidad, el amor en odio, el odio en amor, la virtud en vicio, el vicio en virtud, al criado en amo, al amo en criado, el cretinismo en inteligencia, la inteligencia en cretinismo”.

“Como el dinero, que es el concepto existente y manifiesto del valor, confunde e intercambia todas las cosas, es entonces la confusión y la permutación universales de todas las cosas, por lo tanto el mundo al revés, la confusión y la permutación de todas las cualidades naturales y humanas” (Citado en “Los clínicos de las pasiones políticas” de Pierre Ansart-Ediciones Nueva Visión SAIC-Buenos Aires 1997).

Debido a que la economía de mercado se basa en la división o especialización del trabajo, para establecer posteriormente el intercambio en el mercado, el marxismo también propone la abolición de dicha especialización, por lo que debería volverse a las épocas del autoabastecimiento en las cuales cada uno produce sus alimentos, su vestimenta y todo lo demás. Anthony Giddens escribió: “En el análisis que hace Marx de la sociedad burguesa, encuentra dos fuentes de alienación…Las llamaré, para mayor facilidad, «alienación tecnológica» y «alienación de mercado», respectivamente. Ambas provienen de la división del trabajo que supone la producción capitalista” (De “Capitalismo y la moderna teoría social”-Idea Books SA-Barcelona 1998).