lunes, 21 de agosto de 2017

Modelo de hombre vs. Modelo de sociedad

Cuando una sociedad entra en crisis, surgen diversas opiniones respecto a una posible solución. Mientras que unos piensan en el individuo ideal que debemos adoptar como meta, otros piensan en una sociedad ideal como objetivo al que deberíamos llegar en el futuro. Como ejemplo de la primera postura se tiene al cristianismo, mientras que, como ejemplo de la segunda, puede mencionarse al marxismo. Así, el hombre nuevo cristiano es el hombre cooperativo que comparte las penas y las alegrías de los demás como propias, mientras que el hombre nuevo soviético es el que se adapta al lema “De cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades”.

El hombre nuevo propuesto por Cristo es el que genera una sociedad denominada simbólicamente como el Reino de Dios, de la cual no existe una descripción precisa por cuanto se trata del efecto que se produce luego de que la mayoría de los hombres acata los mandamientos bíblicos. Por el contrario, el hombre nuevo soviético es el que ha de surgir luego de establecer el socialismo; sociedad caracterizada por la abolición de la propiedad privada de los medios de producción. Manuel García Pelayo escribió: “Las concepciones políticas operaban con arreglo a un sistema de pensamiento que podemos llamar arquetípico, es decir, que partía del supuesto de que hay un modelo permanente de las cosas bajo cuya pauta habían de ser comprendidas y organizadas de modo que la misión del hombre no consistía en inventar nuevas formas, sino en descubrir el sentido del modelo y en tratar de realizarlo”.

“Junto a esta concepción cósmica del Reino de Dios está la del pueblo hebreo como una comunidad político religiosa gobernada por Dios mismo. El hombre ha tratado siempre de eludir, de neutralizar o de sublimar el hecho terrible y radical de estar sometido a otro hombre. Y la primera de las soluciones ofrecidas ha sido la teocracia: ningún hombre mandará sobre otro, pues su dignidad y libertad sólo permite la sumisión al señorío de Dios” (De “El Reino de Dios, arquetipo político”-Revista de Occidente-Madrid 1959).

Cada ser humano se une a los demás a través de un vínculo, siendo el vínculo algo que une y algo que se comparte. Si no existe ese vínculo, no existe sociedad, sino un simple agrupamiento de seres humanos. Mientras que la sociedad propuesta por el cristianismo adopta a los afectos como vínculo interpersonal, el socialismo propone para ese fin a los medios de producción. En la sociedad cristiana se busca que cada ser humano sea tratado como un integrante de su propia familia, mientras que en el socialismo cada ser humano ha de ser un socio con quien se han de realizar diversos trabajos.

Mientras que el cristianismo dirige sus prédicas a cada individuo, para producir una mejora ética generalizada, el socialismo posterga la supuesta mejora ética para después de logrado el socialismo, ya que antes debe colaborar con la destrucción de la sociedad existente. De ahí que Lenín expresara: “Moral es lo que favorece el advenimiento del socialismo; inmoral lo contrario”.

El cristianismo propone una sociedad que adopta como vínculo de unión entre los hombres a un proceso natural como la empatía. El marxismo, en cambio, propone un vínculo material: el trabajo, si bien también puede considerarse como natural ya que es el utilizado por las hormigas y las abejas, siendo éste el precio que se paga por tratar de establecer una “sociedad humana” sin apenas contemplar los atributos propios del hombre, siendo éste quien deberá “transformarse” para adaptarse al socialismo. Si el sufrimiento implica una desadaptación al orden natural, el socialismo es el medio adecuado para ese logro negativo.

Entre las herejías consideradas por el socialismo se encuentra el simple hecho de trabajar por cuenta propia y tener ambiciones individuales, ya que de esa forma se “destruye” el vínculo de unión propuesto. Al desconocer el vínculo afectivo que une a las sociedades verdaderamente humanas, se sacrifica la libertad personal y se limita la efectividad de la economía. La búsqueda de ganancias y la acumulación de capital productivo (ahorro) son miradas también como un grave pecado antisocial.

Para establecer una economía estatal centralmente planificada, el gobierno autoritario socialista requiere de la obediencia incondicional de todos los miembros de la sociedad, de lo contrario la planificación pierde su eficacia. De ahí que la promovida “igualdad” entre los hombres sea una consecuencia directa del lugar subalterno que ocupa la mayoría. En este caso puede hacerse una analogía con una colmena: la abeja reina (el Partido Comunista) produce los huevos, que son cuidados por las abejas obreras (la clase trabajadora) quienes también producen los alimentos. Los zánganos (la burocracia estatal) fecundan a la reina y luego mueren por cuanto no saben alimentarse por sus propios medios.

La diferencia entre los modelos propuestos involucra a la elección del tipo de gobierno que se ejercerá sobre todo individuo. La forma elemental de gobierno del hombre sobre el hombre puede simbolizarse así: H1 => H. En donde H1 es el “gobernante” de H. Se advierte, como primera conclusión, que se establece un vínculo no igualitario. Este gobierno tiende a mejorar si se lo reemplaza por leyes humanas establecidas previamente: LH => H. Sin embargo, si tales leyes poco o nada tienen en cuenta a la ley natural, no existe una mejora perceptible. Recordemos que bajo el régimen nazi era el propio Hitler quien dictaba o decidía las leyes del Estado. De ahí que las formas anteriores se adaptan a un sistema totalitario.

Los sistemas monárquicos, por otra parte, podían simbolizarse de la siguiente forma: D => H1 => H. En este caso, el monarca H1 debía responder por sus actos a Dios (D), mientras que, como su cargo provenía de Dios, podía adoptar decisiones irrevocables respecto de los demás hombres. Como las interpretaciones de la voluntad de Dios eran subjetivas, tal teocracia indirecta tenía serias limitaciones.

Un paso adelante se logra con el liberalismo, y la democracia, cuya propuesta puede simbolizarse así: LN => LH => H, en donde, en lugar de suponer un Dios que interviene en los acontecimientos humanos, se adopta como referencia la ley natural (LN). Para permitir la libertad del hombre respecto de sus semejantes, se busca un gobierno a través de las leyes humanas (LH), siempre y cuando éstas sean compatibles con la ley natural. De lo contrario se podría caer en los excesos de los diversos totalitarismos.

Finalmente, suponiendo una mejora para el futuro, se ha de llegar a una teocracia directa, en la cual el hombre será gobernado por la ley natural, que ha sido explicitada en una forma accesible para todos. Esta vez el símbolo será: LN => H. En donde todo individuo, al intentar adoptar una actitud cooperativa, se orienta por la ley natural (LN) pudiendo liberarse de la influencia perturbadora de otros hombres. Es oportuno mencionar que el autogobierno personal es equivalente al gobierno de Dios sobre su persona, por cuanto se trata de una decisión consciente y voluntaria. Puede hacerse un resumen de estas posibilidades:

H1 => H, LH => H Totalitarismos
D => H1 => H Monarquías (teocracias indirectas)
LN => LH => H Liberalismo (democracia)
LN => H Autogobierno (teocracia directa)

Mientras que los modelos de sociedad propuestos tienden a ser legitimados por la sociología, aun cuando sean establecidos con total ignorancia de las leyes psicológicas que gobiernan las acciones humanas, los modelos de hombre tienden a ser legitimados por la psicología social, que es la rama de la ciencia social que se ocupa preferentemente de las actitudes. Más aún, es posible decir que la labor del científico social se reduce a describir las actitudes básicas del hombre para elegir finalmente la que nos orienta hacia la cooperación.

La actitud, definida como una relación entre respuesta y estímulo, caracteriza a cada individuo y es el vínculo concreto que existe entre individuo y sociedad. Es posible describir las diversas actitudes, en base a una desigual proporción entre individuos, de las cuatro actitudes básicas que cubren todas las respuestas afectivas posibles. Así, supongamos que alguien sufre un accidente: alguien compartirá ese dolor (amor), alguien se alegrará (odio), otro será indiferente (egoísmo) mientras que a otro nada le interesa (negligencia). Estas actitudes básicas responden a las dos tendencias principales que orientan nuestras acciones: cooperación y competencia. Eligiendo a la primera, se elige la tendencia cooperativa, el autogobierno y la teocracia directa antes mencionada.

Todo parece indicar que las preferencias de la gente se orientan hacia las sociedades que más se acercan al predominio del autogobierno, tal es así que la gente huye (cuando puede) de los regímenes socialistas tratando de refugiarse en los países capitalistas. Incluso los políticos socialistas que buscan refugio en el exterior, casi nunca eligen a Cuba, sino a los EEUU. En cuanto a la mentalidad imperante en las primeras etapas de este último país, Adolf A. Berle escribió: “Se aceptaba perfectamente la idea de que el sirviente honrado debía ser bien pagado y salir de su condición de servidor para elevarse a la de empresario rico. Que el comerciante acumulara una fortuna, está perfectamente de acuerdo con la teoría de que el trabajador era digno de su sueldo, y de que el Señor velaría por la fortuna de sus fieles servidores”.

“Naturalmente, el hecho de hacer dinero no significaba necesariamente que el interesado hubiera sido un verdadero servidor del Señor, pues también el diablo podía ayudar; pero a su debido tiempo los inescrutables procesos de la justicia divina se encargarían de dilucidarlo. Prima facie, la prosperidad debida a la actividad económica, no se consideraba como prueba de culpabilidad. Por el contrario, demostraba más bien que el Señor destinaba a los afortunados a mayores empresas y a más altos servicios”.

“Esto no significaba, sin embargo, que el afortunado, una vez recibida su recompensa, pudiera obrar a su capricho. Por el contrario, cuanto mayor fuera la recompensa, tanto mayor era la obligación. En el acto mismo de recibirse la recompensa por la virtud, era convocado al mayor servicio del más grande ideal, esto es, al servicio de la comunidad con arreglo al sistema de valores a la sazón dominante. La ética protestante no socializaba en lo más mínimo la producción, pero imponía servicios al ingreso y utilidades de una manera raras veces igualada en la historia”.

“Sin duda, no existía una obligación directa en cuanto a lo que había de hacerse con la abundancia derivada de un buen salario o de elevadas utilidades. El principio general era: «Amarás al prójimo como a ti mismo»; y el derecho y los profetas insistían en este corolario del Primer Mandamiento. Era incumbencia de los adeptos del sistema de ética el buscar las circunstancias y la forma en que había de manifestarse ese amor impersonal y altruista” (De “La República económica norteamericana”-Tipográfica Editora Argentina-Buenos Aires 1968).

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