viernes, 25 de agosto de 2017

El peligro de los “rectos” y los “justos”

A lo largo de la historia han aparecido personajes influyentes caracterizados por una enfermiza obsesión por su superioridad moral e intelectual que les habría posibilitado conocer la verdad con exclusividad y otorgarles legitimidad como gobernantes. Incluso se rodeaban de seguidores obsecuentes y mediocres, alejando a quienes pudieran superarlos. Sus ínfulas y su soberbia surgían como compensación de una inferioridad inconsciente que los asediaba en forma permanente. Mark Bowden escribió: “Las personas más peligrosas del mundo son las rectas, y cuando tienen verdadero poder, ¡cuidado!”.

El hombre “perfecto”, que pretende gobernar a los imperfectos, no advierte que su supuesta perfección debería implicar hacer el bien a los demás, y en la medida suficiente, no bastando sólo con no hacer el mal. Y si existe alguien cercano a esa perfección, lo primero que hace es renunciar al intento de gobernar a otros hombres por cuanto el hombre libre ha de ser aquel gobernado por las leyes naturales, o leyes de Dios. Existe una frase que dice: “Dime de qué te jactas y te diré de qué careces”.

Si alguien hace el bien debe ser digno de emulación, ya que quien favorece a los demás, recibe su recompensa espiritual en el mismo momento en que lo hace, sin necesidad de mostrar su virtuosismo a los demás. Maurice Merleau Ponty escribió: “Como decía Montaigne, «entre nosotros, son cosas que siempre ví en singular acuerdo: las opiniones supercelestes y las costumbres subterráneas». Un cierto culto ostentoso de los valores, de la pureza moral, del hombre interior está secretamente emparentado con la violencia, el odio, el fanatismo…” (De “Humanismo y terror”-Ediciones Leviatán-Buenos Aires 1956).

El soberbio no sólo se siente perfecto sino también sabio. De ahí que ese trastorno psicológico se advierta frecuentemente en los ámbitos de la política y de la religión. Este es el caso de quienes aprenden de memoria algún libro sagrado para sentirse perfectos y sabios al mismo tiempo. Sólo basta que adquieran algo de poder para que comiencen a manifestar sus defectos.

Mientras que en otras épocas la falsa perfección y sabiduría eran exclusivas de personajes aislados, en los últimos tiempos ese trastorno involucra a los adherentes a las ideologías totalitarias, como es el marxismo. Se sienten los únicos capacitados para ejercer el poder social y de ahí la pretensión de abolir la propiedad privada para administrarla una vez estatizada, por ser ellos los únicos capacitados. Bajo la aparente búsqueda de la igualdad, esconden ilimitadas ambiciones de poder. Gustave Le Bon escribió: “El concepto de igualdad encubre frecuentemente sentimientos que son contrarios por completo a su verdadero significado. En tales casos representa, en realidad, una necesidad imperiosa de comprobar que nadie se halla por encima de nosotros, y un deseo, no menos intenso, de darse cuenta de que alguien está por debajo de nosotros”.

“Parece que no se puede ser un apóstol de la revolución sin sentir la necesidad de matar a alguien o a algo. Esto es una ley psicológica casi universal…El terror debería ser considerado como un procedimiento general de destrucción y no como un mero medio de defensa” (Citado en “Dictadores” de Gustav Bychowski-Editorial Mateu-Barcelona 1963).

El revolucionario Maximilien Robespierre constituye un caso representativo de quien padece el trastorno psicológico mencionado. Gustav Bychowski escribió: “Trató de justificar las matanzas de setiembre, contribuyendo así a preparar el camino para el método de gobierno que Robespierre formuló con toda claridad cuando dijo que la defensa de la República exigía el aniquilamiento de toda la oposición”.

“Esta actitud fanática se demostró evidentemente por la política seguida por «el Incorruptible» y su colaborador el archicriminal Lebon. Éste llevó a cabo las órdenes de Robespierre con obediencia ciega, colocando los deseos de su jefe sobre toda otra clase de consideraciones. Robespierre, obrando bajo el convencimiento fanático de que él solo representaba la verdad y la virtud absolutas, vio toda la realidad circundante como un posible instrumento para realizar sus fines superiores y consideró justificado cualquier acto con tal que sirviese a sus propósitos”.

“Su principal criterio para juzgar la moral de los demás fue el grado en que éstos participaban de sus ideas. Los ideales de justicia y de libertad fueron, poco a poco, confundiéndose por completo con sus propios ideales. Pero, como un historiador observa juiciosamente, «si la libertad y Robespierre fueran la misma cosa, entonces la libertad sería la tiranía»”.

“Así empezó el proceso, de un fanatismo típico, de convertir el mundo en el escenario de una lucha entre las fuerzas de la luz y las de la oscuridad”. “Robespierre fue convirtiéndose gradualmente en un amargo censor de la humanidad. Exageró la existencia del mal, de la oposición y del peligro, hasta tal extremo que prescindió por completo de dar importancia a la virtud, a la cooperación y a la confianza de los hombres. Adquirió la costumbre siniestra de anotar los nombres de las personas que por una u otra razón incurrían en su desagrado. Estas listas de nombres le proporcionaron el material para las futuras ejecuciones. Las listas se hacían cada vez mayores a medida que se hacían también más amargas e intolerantes sus opiniones sobre las diferentes personas”.

“Se consideró a sí mismo como el arquetipo de la virtud y no perdonó nunca a los demás los defectos que encontró en ellos. Nunca le fue difícil hallar una justificación a los actos de violencia cometidos en nombre de la virtud y de la libertad. Por otra parte perdonó las conductas más feroces en tanto los culpables le fueran leales”.

En la actualidad puede contemplarse con tristeza un émulo de Robespierre, aunque no ha logrado todavía igualar a su maestro; se trata del peligroso Nicolás Maduro. La gravedad de la situación no implica que existan personajes con esas características psicológicas, sino el apoyo explícito e implícito que reciben desde sectores como la izquierda política internacional e incluso de los propios gobernantes del Vaticano.

Mientras que algunos personajes nefastos de la política cometen sus tropelías en nombre de la virtud y de la verdad, diferentes sectores políticos totalitarios avanzan hacia el poder bajo el escudo del respeto por la democracia y la búsqueda de la libertad. Massimo Salvadori escribió: “Si atendemos a las manifestaciones de miles de paladines, recibimos la impresión de que todos tratamos de llegar al mismo destino. Los derechistas e izquierdistas, los blancos, negros y pardos, todos hablan de libertad y democracia, progreso, prosperidad y paz. Dentro de cien años, los historiadores que estudien el siglo XX, sin compartir sus emociones y pasiones, se preguntarán intrigados: ¿cómo es posible que personas que coincidían en tantos puntos se odiaran entre sí hasta el extremo de perpetrar las más grandes matanzas conocidas en la historia humana?”.

“«Todos los hombres están dotados de libertad», dice la Declaración de la Independencia Norteamericana de 1776. «Todos los hombres son libres», escribieron los franceses en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, en 1789. «La revolución se llamará…libertad», proclamó el fundador del fascismo, en 1919. «El fascismo salva nuestra libertad», cantaban los jóvenes italianos; «El día de la libertad…ha llegado», contestaba el eco de los fascistas alemanes. En 1956, el Partido Comunista Norteamericano lanzó un manifiesto preconizando «el incremento de la libertad humana y de las libertades personales»”.

“«La verdadera democracia», proclamada a gritos en Nuremberg, reanima al ídolo frenético, cuyos adeptos –desde Chicago a Tokio y, asimismo, en Alemania- se cuentan por centenares de millones. «La verdadera democracia», dice el eco que viene de las salas del Kremlin por voz del insano líder adorado por la mayoría de los rusos y por decenas de millones de comunistas de todas partes. Durante los últimos quince años, todos los nuevos órdenes que aspiran a un despotismo más eficiente, la ola de los Firsters de los EEUU [grupos aislacionistas], el comunismo nacional yugoslavo y el nacionalismo egipcio, se pusieron todos la etiqueta de «verdadera democracia»”.

“Tenemos el privilegio de emplear las palabras como nos parece. Pero hemos ido demasiado lejos. Muchos de nosotros nos hemos convertido en una especie de ovejas llevadas al borde de un precipicio por palabras aceptadas sin juicio crítico, que levantan nuestras esperanzas y confortan nuestras almas. En nombre de la libertad obtenemos la tiranía y en nombre de la democracia, el gobierno unipersonal, en nombre de la paz, Moscú se ha pasado varios años preparándose para la guerra; en nombre de la prosperidad, Pekín reduce el standard de vida de los chinos (como el fascismo redujo el de los italianos); en nombre del progreso, los comunistas hacen revivir el colectivismo de las comunidades precivilizadas; los tradicionalistas, el corporativismo de los gremios medievales; y los nacionalistas, el etnocentrismo de los pueblos de la Antigüedad, para los cuales los extranjeros son bárbaros”.

“Puede haber doscientas definiciones de libertad y otras tantas de democracia. Debemos ver claro en nuestro espíritu que la subordinación propugnada por Rousseau (y los jacobinos y comunistas) de la voluntad individual a una voluntad general o colectiva, no es libertad; ni lo es la identificación que hace Buckley (y los cristianos tradicionalistas) entre libertad y salvación; ni la obediencia de Hegel (y los nacionalistas y fascistas) a un Estado todopoderoso que todo lo abarca”.

“Necesitamos poner en claro en nuestro espíritu que democracia no es exactamente igual a igualdad (en el autoritario Imperio Otomano hubo la sociedad más igualitaria de los últimos quinientos años); ni lo es la voluntad de la mayoría (las grandes y verdaderas mayorías no hicieron democrática a la Alemania de Hitler); ni lo es la devoción y entusiasmo de las masas del pueblo a un gobierno paternal e ilustrado”.

“¿Qué son, pues, la libertad y la democracia? Libertad es la libre elección, la decisión propia de cada individuo respecto de la marcha de su acción. Democracia es la organización de la libertad; las instituciones mediante las cuales se realiza la libertad de los miembros de la comunidad políticamente organizada. Democracia liberal es la expresión correcta para designar a la democracia como organización de la libertad; su rasgo importante es el modo cómo libertad e igualdad están entrelazadas. (Digan lo que quieran los teóricos, la evidencia histórica –la experiencia del género humano- muestra que mientras la libertad sin igualdad es un privilegio y tarde o temprano conduce a la destrucción de las instituciones libres, la igualdad sin libertad es franca tiranía)”.

“Es posible que los tradicionalistas, los nacionalistas y los comunistas se odien entre sí; pero más odian aún a la democracia liberal, porque tienen en común su odio a la libertad. En nuestra Edad Moderna, la democracia liberal nació entre las naciones del Atlántico Norte. Mas eso es un accidente histórico, que no tiene mayor importancia que para los cristianos el origen judío de Jesús o para los budistas el origen ario de Gautama. La libertad no es occidental sino universal; la democracia liberal no es occidental sino que pertenece a la gente de todos los continentes, que ponen la libertad por encima de todo” (De “Democracia liberal”-Editorial Índice-Buenos Aires 1964).

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