viernes, 11 de agosto de 2017

El derrumbe moral de la izquierda política

Durante las primeras etapas del socialismo (siglo XIX), predomina en sus adeptos la idea de establecer compensaciones sociales, a los trabajadores, no contempladas en el proceso del mercado. La libertad inherente a una economía de libre mercado hace necesaria la existencia de leyes laborales que impidan excesos que puedan surgir del sector empresarial, especialmente cuando los mercados son poco desarrollados y la competencia empresarial no alcanza para limitar los egoísmos puestos en juego en toda competencia.

La izquierda política carece de sentido sin su oponente: el capitalismo, o economía de mercado. De ahí que todos sus planteamientos estén asociados a su mejoramiento, o bien a su destrucción y posterior reemplazo por el socialismo. “El sentido del socialismo, tanto lógica como sociológicamente, sólo puede ser entendido como contraste con el individualismo”. “El ataque contra el individualismo empezó a cobrar fuerza desde la perspectiva católica y socialista. Bonald y de Maistre, ambos teócratas, militaron contra el «protestantismo político» y afirmaron que el hombre sólo existe para la sociedad”. “Contra la atomización y el «egoísmo» de la sociedad, como Saint-Simon gustaba de decir, los críticos sociales propusieron un nuevo orden basado en la asociación, la armonía y el altruismo y, finalmente, la palabra que acabó imponiéndose a todas ellas: el socialismo” (De la “Enciclopedia Internacional de las Ciencias Sociales”-Aguilar SA de Ediciones-Madrid 1977).

Desde sus inicios aparece cierta tergiversación de la realidad social por cuanto lo opuesto al individualismo no es el altruismo, como se aduce generalmente, sino el colectivismo, por el cual se avanza hacia el hombre-masa, es decir, el hombre despojado de sus atributos morales e intelectuales. No es lo mismo una virtud, como es el individualismo, que un defecto, como lo es el egoísmo. Y si la economía de mercado puede funcionar a pesar del egoísmo de los hombres, ello no implica que el liberalismo lo promueva, y mucho menos que lo genere. Como consecuencia de tal tergiversación, el socialismo propone uniformar, desde el Estado, un ejército de hombres-masa indiferenciados. H. G. Wells ironiza al respecto: “Un Estado organizado tan seguro y poderoso como la ciencia moderna…El individualismo significaba confusión, una multitud de pequeños personajes aislados e indisciplinados, obstinándose en hacer las cosas desorganizadamente, cada uno a su manera…El Estado organizado habría de terminar con la confusión para siempre”.

Puede establecerse una síntesis de los objetivos y medios de las diferentes tendencias políticas:

1- Mejorar la sociedad a través del mejoramiento ético individual (propuesta liberal)
2- Mejorar la sociedad a través del colectivismo sin destruir el sistema capitalista (socialdemocracia)
3- Mejorar la sociedad previa destrucción violenta del sistema capitalista (marxismo-leninismo)
4- Mejorar la sociedad previa destrucción cultural e ideológica de la sociedad (marxismo cultural)

Los ideales tradicionales de justicia se van dejando de lado cuando los sectores socialistas ya no exigen compensaciones razonables sino que buscan mejoras sectoriales que exceden las posibilidades económicas empresariales, no tanto de las grandes empresas, sino de las pequeñas y de las que podrán surgir en el futuro. Con empresas que no pueden crecer y con otras que no podrán surgir, la desocupación, la pobreza y el subdesarrollo serán las consecuencias inevitables de tales exigencias.

La igualdad es el valor promovido por los socialistas; una igualdad esencialmente económica. Esta igualdad la proponen repartiendo equitativamente la cosecha, sin que previamente hayan propuesto una igualdad para la tarea de la siembra. Por ello se cae en una situación de injusticia, ya que, en lugar de proteger al trabajador de la explotación laboral ejercida por el sector empresarial, se promueve la explotación del sector empresarial, por parte del Estado, del sector de los empleados y de los obreros. Incluso admiten una postura totalitaria promoviendo la “dictadura del proletariado”.

Los socialistas basan sus planteos en teorías económicas vigentes a comienzos del siglo XIX, cuando se admitía que el valor de un bien dependía del trabajo empleado para su realización. Eran épocas en las que el factor de la producción más importante era el trabajo manual. En la actualidad, por el contrario, el trabajo manual y rutinario “compite” con otros factores como la tecnología, el capital, la gestión empresarial y la información asociada al trabajo mental innovador, de ahí que la distribución igualitaria no contempla los méritos ni las capacidades laborales individuales.

Ante una legislación laboral que resulte muy buena para el empleado, pero mala para el empleador, la oferta de nuevos empleos será muy limitada. Incluso tal legislación promueve la vigencia de contratos temporales por lo cual los empleos permanentes tienden a ser reemplazados por los transitorios. El avance desmedido hacia la “seguridad social y laboral” a veces logra efectos totalmente opuestos a los buscados.

Entre los defectos morales advertidos en los adeptos al socialismo encontramos la difamación hacia los sectores productivos, lo que constituye una permanente siembra de odio y de discriminación social que promueve el antagonismo entre sectores sociales. Puede observarse además la tendencia a “ser generosos repartiendo lo ajeno”, aunque nunca de lo propio. Si los socialistas se interesaran por los pobres, tal como pregonan, se dedicarían a trabajar y a producir personalmente para poder repartir con dignidad y orgullo lo realizado por sus propios medios.

Otro defecto advertido implica la permanente emisión de mentiras respecto de lo que aconteció bajo el socialismo en la URSS, China, Cuba y otros países, y la negación de los éxitos del capitalismo en los países desarrollados. La permanente tarea difamatoria hacia todo lo que implique civilización Occidental, incluido el cristianismo, contempla el reemplazo de los valores éticos universales por otros esencialmente destructivos y perversos. Esto se advierte en el “culto de la personalidad” hacia el guerrillero Ernesto Che Guevara, quien expresó: “El odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una eficaz, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así: un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal” (Citado en “Por amor al odio” de Carlos Manuel Acuña-Ediciones del Pórtico-Buenos Aires 2000).

Lo que caracteriza a un psicópata es la carencia de empatía, ya que es incapaz de ubicarse en el lugar de otro y así poder compartir sus penas y alegrías. Puede decirse que gran parte de la sociedad idolatra a un psicópata que promueve abiertamente su severa limitación afectiva y psicológica. Cuando leemos en el Apocalipsis que las “estrellas caerán”, intuimos que no se refiere a un fenómeno astronómico sino a un fenómeno moral. Posiblemente no haya algo más grave y denigrante en cuestiones humanas que el seguimiento y la idolatría destinada a personajes violentos que sugieren que los hombres se conviertan en “frías máquinas de matar”.

Mientras que lo ético está asociado a una actitud cooperativa que surge de la predisposición de compartir las penas y las alegrías ajenas como propias, lo inmoral está asociado a la actitud destructiva del odio, ya que implica alegrarse del mal ajeno (que se manifiesta en la burla) y entristecerse por el bien ajeno (que implica la envidia). Cuando se afirma que existe un derrumbe moral de la izquierda política, se está diciendo que la mayor parte de los socialistas son admiradores del Che Guevara, o simpatizan con él, pero nunca se oponen a su esencia psicopática, ya que fue fiel con sus acciones a sus pensamientos, y estos a sus bajos sentimientos.

Este derrumbe moral podemos comprobarlo fácilmente en el caso de Venezuela y su destrucción premeditada y consciente por parte del chavismo gobernante. Mientras que muchos comunistas de los años 50 renunciaban al Partido Comunista, luego de conocerse los crímenes de Stalin y la represión soviética en Hungría, muy pocos izquierdistas manifiestan en la actualidad indignación alguna ante los atropellos y la violencia destructiva dirigida por Nicolás Maduro. Por el contrario, sólo se escuchan voces de apoyo ante esa deplorable gestión.

Así como los virus que generan enfermedades atacan con éxito los organismos con pocas defensas, la izquierda totalitaria avanza con éxito gracias a la poca predisposición de los hombres a vivir en la verdad y a la mala costumbre de olvidarla pronto. El olvido prematuro de las acciones y de los efectos que los totalitarismos producen, lleva a la repetición de situaciones de severo sufrimiento colectivo. Marco Tulio Cicerón advertía: “Las naciones que ignoran la historia están condenadas a repetir sus tragedias”.

También Stefan Zweig advierte sobre “La tragedia del olvido”, escribiendo al respecto: “Este impulso hacia la verdad, esta pasión por el conocimiento es algo innato en el hombre y en la humanidad, pero al mismo tiempo también lo es un contra-instinto que trabaja secretamente en dirección opuesta y que con su peso impide la ascensión hasta el infinito. Que esta voluntad inconsciente (y a menudo también consciente en hombres aislados, pueblos y generaciones enteras) de olvidar por la fuerza la verdad con tanta pena conquistada, de rechazar voluntariamente los progresos del conocimiento y volver a refugiarse en la antigua locura, más salvaje pero al mismo tiempo más cálida, existe no cabe ni siquiera ponerlo en duda”,

“En cada uno de nosotros, este instinto de rechazar la verdad actúa en oposición a nuestra conciencia, porque la verdad tiene el rostro de Medusa, hermoso y espantable a la vez, y, en nuestro recuerdo, entresacamos tal sólo lo agradable de cualesquiera experiencias, conservamos únicamente los rasgos simpáticos de ellas. Este proceso de selección y falseamiento unilaterales hace que todo hombre tienda a considerar su juventud como hermosa y todo pueblo repute a su pasado de grandioso. Es posible que este fortísimo impulso de embellecimiento, de idealización de la vida, represente, en la mayoría de los hombres, una condición previa para soportar la realidad y su propia existencia”.

Zweig relata lo que ocurre en Europa un año después de finalizada la Segunda Guerra Mundial: “Desde entonces ha transcurrido un año, un solo año, un año sin sangre y sin crimen. Y ya volvemos a vivir en medio de las viejas mentiras, en medio de la locura. Más que nunca, los Estados se abroquelan unos contra otros; los generales, incluso los vencidos, se convierten nuevamente en héroes…”. “Todos siguen hablando de la amenaza a la patria y al honor nacional, mas, como ellos mismos no creen, el mundo también se ha hecho desconfiado y la niebla grisácea de las mentiras se cierne sobre nuestros días. Nuestro mundo se ha hecho oscuro porque ellos se han refugiado en la oscuridad del olvido, porque no han querido seguir soportando por más tiempo la verdad que conocieron una vez” (De “Legado de Europa”-Editorial Juventud SA-Barcelona 1968).

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