miércoles, 30 de agosto de 2017

Patriotismo vs. Nacionalismo

La actitud adoptada por un individuo, en su ámbito familiar, tiende a repetirse en el ámbito social e incluso en el de los pueblos y naciones. Este es el caso del egoísta, que puede acentuar su egoísmo a medida que se aleja del ámbito familiar. Por ejemplo, una persona que se interesa exclusivamente por su persona y, a lo sumo, por sus familiares directos, seguramente que se identificará con las tendencias nacionalistas. De ahí que el nacionalismo implique un egoísmo colectivo, mientras que las actitudes cooperativas conducirán al patriotismo. Así como el egoísmo difiere del amor, el nacionalismo diferirá del patriotismo. Jean Lacroix escribió: “En su propia esencia, la función de la patria consiste en transportar a la categoría de lo «público» los sentimientos nacidos en la de lo «privado»”.

El patriota ama a su patria sin adoptar una actitud negativa hacia otros países. De ahí que el patriota se identifique con el internacionalista, siendo su principal atributo el hecho de sentirse ciudadano del mundo. Es un caso similar al de quien ama a muchas personas como síntoma de su actitud hacia sus familiares, ya que tal respuesta no se debilita ni se gasta por la extensión. Por el contrario, el nacionalista, que valora a su país con exclusividad y muy poco, o nada, a los demás países, da lugar a dudas respecto del afecto auténtico destinado a sus propios allegados. Enrique de Gandía escribió: “El problema de la nacionalidad, en la Argentina, ha sido encarado de muy distintas maneras. Unos autores lo han creído esencialmente racial; otros, económico, y otros, militar. En forma inconsciente, desde la colonia y, sobre todo, después de 1810, se ha basado en la concepción de la tierra como Patria y de la idea, inevitable, del odio al extranjero. El desprecio a los españoles, italianos y europeos en general ha sido casi unánime en otros tiempos” (Del Prólogo de “La nacionalidad argentina” de L. J. Paez Allende-Sociedad Impresora Americana-Buenos Aires 1945).

El futbolista Alfredo Distéfano comentaba, con cierto orgullo, que tenía dos patrias: Argentina y España, siendo un típico caso de patriotismo. También los inmigrantes llegados a nuestro país adoptaban, en su mayor parte, una actitud de agradecimiento hacia la tierra que les permitió realizar sus proyectos y sus vidas. Luego, los hijos de inmigrantes también sentían como propia la tierra de sus padres. Esta tendencia, que resulta positiva por cuanto es la consecuencia de la actitud cooperativa predominante, es vista en forma negativa por los nacionalistas, quienes niegan en cierta forma el doble patriotismo aduciendo haber traicionado a la única patria (la de nacimiento) que deberían valorar con exclusividad.

Por tener una abuela inglesa, Jorge Luis Borges tuvo una predisposición favorable a Inglaterra, algo mal visto por los sectores nacionalistas. Si a los detractores de Borges se les preguntara si les parece bien que los hijos o nietos de argentinos radicados en el extranjero sientan también como suya la patria de sus ancestros, posiblemente responderán afirmativamente. Martín Hadis escribió: “Hablando de su vocación de escritor, Borges afirmó una vez: «Mi destino es literario. Recibí esto como una herencia…En mi casa siempre se entendió que yo debía ser el escritor, que yo tenía que realizar el destino literario negado a mis mayores»”. “¿A qué mayores se refiere Borges? ¿De dónde proviene esta herencia? En numerosas ocasiones el mismo Borges explica que su vocación literaria tiene origen en el lado inglés de su familia. Los responsables de transmitir esta formación intelectual al futuro escritor fueron su padre, Jorge Guillermo, y la madre de este último, Frances Haslam”.

“Pero, a su vez, ¿de quién la heredaron ellos? Ni el mismo Borges ni ninguno de sus críticos o biógrafos sabían hasta ahora que esta herencia es mucho más antigua de lo que se supone. Jorge Luis Borges desciende, por su rama paterna, de un verdadero clan, hasta hoy desconocido, de pastores, escritores, maestros, científicos, editores y libreros ingleses”. “Traída a nuestro país por «una trama de azarosas circunstancias», la abuela inglesa de Borges, Frances Haslam, se encargó de refundar esa dinastía intelectual en suelo argentino. Su nieto, Jorge Luis Borges, creció para convertirse, sin saberlo, en el sucesor y más destacado representante de ese linaje erudito” (De “Literatos y excéntricos”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2006).

Los sectores nacionalistas, anti-británicos especialmente, nunca “le perdonaron” a Borges haber tenido una abuela inglesa y haber seguido una tradición intelectual. Si por ellos fuera, Borges no debería haber trascendido las fronteras de su país, por lo que hubieran preferido quitarle a la Argentina la posibilidad de hacer un aporte importante a la literatura universal.

Mientras que el nacionalista estima que todo escritor debe referirse casi exclusivamente a lo nacional, al gaucho por ejemplo, se sostiene, desde el punto de vista internacionalista, que los diversos países deben destacarse de los demás por hacer mejores y más cantidad de aportes a la cultura universal. Uno de sus acérrimos detractores, Jorge Abelardo Ramos, escribió: “Todo el irrealismo militante de Borges es el seudónimo estético que utiliza para insistir en que no pertenece a la literatura argentina, sino a una forma sutil de penetración dialectal de la cultura imperialista europea en nuestro país”. “No se trata de que Borges no sea patriota. De lo que se trata es que es un patriota inglés, francés, alemán”. “A partir de 1930 fue voluntariamente y decididamente un escritor extranjero” (De “Antiborges” de Martín Lafforgue-Javier Vergara Editor-Buenos Aires 1999).

El mencionado Ramos, de orientación política izquierdista, apoyó al gobierno de Héctor Cámpora en 1973; un gobierno integrado por terroristas que intentaban que la Argentina cayera en la órbita soviética. Tales personajes no deberían ser considerados “argentinos” por cuanto avalaban la destrucción material, social y humana de su país de nacimiento, aunque también tuviesen “dos patrias” (Cuba y la URSS).

La idea de superioridad propia e inferioridad ajena, ya sea en cuestiones de nacionalidad, raza, religión o clase social, hacen que a veces el “inferior” no sea como el “superior” lo imagina, debiendo éste aceptar incluso la superioridad del “inferior”, creando la típica reacción de quien descubre diferencias esenciales entre teoría (o creencia) y realidad. Para los fanáticos constituye un enigma sin solución. Este es el caso del ideólogo racial nazi Alfred Rosenberg, partidario de la supremacía aria. Irvin D. Yalom escribió: “A los dieciséis años, Alfred Rosenberg recibe un castigo escolar por sus comentarios antisemitas: memorizar pasajes de Spinoza tomados de la autobiografía de Goethe. Rosenberg se sorprende al descubrir que Goethe, su ídolo, admiraba al filósofo judío. Mucho después de su graduación, sigue obsesionado con este enigma. ¿Por qué el gran poeta alemán pudo haberse sentido inspirado por un miembro de la raza que él desprecia hasta el punto de querer destruirla?”.

“Con el tiempo, Rosenberg se transformó en un servidor leal de Hitler y el principal autor de la política racista del Tercer Reich. Sin embargo, no conseguía olvidar a Spinoza” (De “El enigma Spinoza”-Emecé-Buenos Aires 2012).

Los diversos sistemas políticos tienden a desvirtuarse en otros menos eficaces, como es el caso de la aristocracia que degenera en oligarquía o la democracia que se convierte en demagogia. También las ideologías dominantes, como el nacionalismo extremo, pueden conducir al totalitarismo. El totalitarismo se establece en un país como un imperialismo interno, que puede llegar a convertirse en un imperialismo agresor en contra de otros países. Esta degeneración resulta ser consecuencia del egoísmo colectivo extremo. Cuando aparece el imperialismo interno, se establece la división abrupta de la sociedad que ha de quedar constituida por amigos y enemigos.

Hay países que veneran a quienes mostraron ausencia de patriotismo al promover el odio colectivo, como es el caso de Eva Perón, a quien muchos autores califican como “la mujer más amada y más odiada de la Argentina”. La mayor parte de quienes la amaban, se caracterizaban precisamente por odiar intensamente al sector que la odiaba. Es oportuno mencionar que quien ama a los pobres, no tiene ninguna necesidad de inculcarles el odio hacia otros sectores de la sociedad.

Juan D. Perón, por otra parte, alguna vez ordenó quemar una bandera argentina para culpar de esa acción a un grupo de estudiantes católicos opositores. La patria, para Perón, poco y nada significaba, de ahí que ese sentimiento ausente se manifestó de esa forma. Tal suceso es tan sólo una muestra casi insignificante comparada con el daño que le hizo al país sembrando el odio a nivel colectivo. Puede decirse que el “prócer máximo” de muchos argentinos, no fue patriota ni tampoco nacionalista, ya que sólo fue peronista.

Los nacionalismos se manifiestan en algunos pueblos más que en otros; incluso se aparecen aun bajo distintas formas de gobierno. Así, la expansión imperialista de la Unión Soviética tuvo sus antecedentes en ideas establecidas por algunos intelectuales del siglo XIX. “Para realizar su misión, Rusia debe concentrarse en el desarrollo de sus propios recursos espirituales. Pero esa tarea no la realizará por sí sola. Así lo afirma Danilevsky: «Pues para todo eslavo, ruso, checo, serbio, croata, esloveno, eslovaco, búlgaro según Dios y su Santa Iglesia, la idea del eslavismo debe ser la más excelsa, más aun que cualquier bien terreno pues no podrá alcanzar ninguno de ellos si carece de esa idea, si no existe una tierra eslava intelectual, nacional y políticamente independiente»”.

“En Dostoyevski también se agrega una particular visión de la expansión rusa en Asia, la cual le sirve como alivio para su complejo de inferioridad respecto de Europa. Con el orgullo herido pero desafiante, el que fue tanto genial escritor como nefasto ideólogo constata que en Europa «nos recibieron por pura lástima», mientras que «en Asia iremos como señores»”.

“La ambición expansiva…no se detiene en los umbrales del mundo eslavo, sino que se proyecta hacia lo universal. Así dice Dostoyevski en el mes de enero de 1877: «con el auge de la idea rusa o eslava tenemos algo universal y terminante que si bien no soluciona todos los destinos humanos, trae en sí el principio del fin de toda la historia anterior de la humanidad europea»” (De “El miedo y la esperanza” de Cristian Buchrucker y otros-EDIUNC-Mendoza 1999).

La idea perseguida por muchas generaciones humanas, la de establecer una paz universal duradera, nunca tuvo éxito por cuanto siempre se trató de establecer bajo el mando de algún pueblo o de algún líder que pretendía imponer al resto de la humanidad su propio criterio y sus propias creencias. De ahí que esa paz universal y duradera sólo se podrá lograr luego de que se establezca una verdadera unión entre los hombres, quienes contemplarán y acatarán las leyes eternas de Dios; la ley natural que rige sobre todos y cada uno de nosotros.

lunes, 28 de agosto de 2017

Semejanzas entre los totalitarismos teológicos y políticos

Luego de los resultados negativos que produjeron los diversos totalitarismos políticos surgidos en el siglo XX, se pensaba que tales sistemas habrían de ser desterrados para siempre. Sin embargo, existe una “tentación totalitaria” que surge en forma natural en la mente de muchos hombres. Jean-François Revel expresó: “No me asombra el fracaso del socialismo. Lo que sí me sorprendió siempre es lo siguiente: ¿Por qué, si es tan evidente que el comunismo es un fracaso, hay tantos individuos de los países democráticos occidentales que quieren el totalitarismo? ¿Por qué el terrorismo que hubo en la Argentina, en Uruguay y en Perú, para imponer un tipo de régimen que cualquiera sabe que es más bárbaro que cualquier democracia por imperfecta que sea? Para resumirlo, mi pregunta de fondo es siempre la misma: ¿Por qué existe la tentación totalitaria?”.

“En realidad, lo que sucede es que en el hombre coexisten, a la vez, la inclinación a la democracia como la inclinación al totalitarismo. ¿Qué es, por lo tanto, la democracia? Un sistema capaz de crear instituciones que tornan imposible la manifestación de la tentación totalitaria. Se ha tenido éxito en desarrollar esas instituciones que establecen contrapesos de poder en las principales democracias occidentales que conocemos. Falta aún desarrollarlas en otros sectores del planeta que están sometidos al totalitarismo o que sufren su amenaza” (Entrevista en “Testimonios de nuestra época” de Germán Sopeña-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1991).

Puede decirse que el hombre necesita tanto de libertad como de seguridad. Los casos extremos son los del hombre que depende sólo de su trabajo personal para subsistir, como le ocurre a la mayoría, sin disponer de reservas monetarias ni a veces de parientes o amistades que puedan ayudarlo en caso de quedar imposibilitado circunstancialmente de poder realizar su trabajo. El otro caso extremo es el de quien está detenido en una cárcel disponiendo de vivienda y comida segura, aunque careciendo de libertad. De ahí que, quienes tienen suficiente confianza en sus aptitudes laborales, prefieran la libertad aún cuando tengan poca seguridad, mientras que quienes desconfían de sus aptitudes laborales prefieran resignar la libertad con tal de disponer de seguridad.

Estas dos necesidades básicas del hombre están vinculadas también a las preferencias religiosas. Así, el hombre que prioriza la libertad preferiría vivir en un mundo regido por leyes invariantes para poder prever con certeza los efectos de sus decisiones. Por el contrario, quien prioriza la seguridad se complace en pensar que existe un Dios que interviene en los acontecimientos cotidianos protegiéndonos incluso de los efectos de nuestras desafortunadas decisiones.

El mundo real funciona en forma independiente de nuestros deseos y de nuestras hipótesis descriptivas. Sin embargo, tales deseos e hipótesis tienden a transformarse en casi certezas ya que actuamos en función de la visión que tenemos de la realidad, antes que por la realidad misma. El hombre que prefiere la libertad y busca la seguridad en las posibilidades que esa libertad le otorga, puede llegar a admitir la existencia de un orden natural en el cual no existen intervenciones de Dios en los acontecimientos cotidianos. Por el contrario, quienes poco confían en sus capacidades individuales, encuentran cierta tranquilidad pensando que existe un Dios que interviene en cada instante y en cada acto de su vida.

La creencia que supone un Dios que interviene en nuestra vida cotidiana, que podríamos llamar “todo en Dios”, o totalitarismo teológico, resulta similar a la que genera el deseo de disponer de un Estado que interviene en todos los acontecimientos de nuestra vida; de donde surge el totalitarismo político (“todo en el Estado”). Como la tendencia hacia el ateísmo siempre ha sido importante, el totalitarismo político ha reemplazado paulatinamente al totalitarismo teológico. Luigi Sturzo escribió: “La definición del totalitarismo fue dada por Mussolini en el año 1926: «Nada fuera o sobre el Estado, nada contra el Estado, todo dentro del Estado, todo para el Estado». La misma palabra ‘totalitarismo’ nació entonces, y se deriva del concepto fascista del Estado y la vida” (De “¿Subsistirá la democracia?”-Editorial Difusión SA-Buenos Aires 1947).

Los sistemas totalitarios, con partido único, finalmente dependen de las decisiones de una sola persona. Si esa persona padece de alguna deficiencia psicológica, los padecimientos se trasladarán a toda la población, como ocurrió en los casos de Mao, Stalin e Hitler (los mayores asesinos colectivos mencionados en orden descendente). De ahí que los sistemas totalitarios, que hacen ilusionar a la gente sobre cierta seguridad futura, son en realidad los más inseguros.

Los intercambios de ruegos por concesiones, que se establecían con los dioses paganos, en la actualidad se transforman en homenajes y pedidos al líder totalitario. De ahí que algunos autores califican a los totalitarismos como neopaganismos. La religión moral, por el contrario, sostiene que lo que nos ha de suceder dependerá esencialmente de nuestra conducta, sugiriendo (u ordenando) el cumplimiento de los mandamientos, quedando los acontecimientos fortuitos fuera de los merecimientos morales. Como decía Jorge Luis Borges: “Ciego a las culpas, el destino puede ser despiadado con las mínimas distracciones”.

Tanto las religiones paganas como los totalitarismos pueden definirse como intentos del hombre por establecer órdenes sociales que ignoran las leyes naturales que rigen el orden natural, incluidos los seres humanos. Por ello son conducentes a establecer gobiernos humanos incompatibles con el orden natural. Thomas F. Woodlock escribió: “Hace más de un siglo, Joseph de Maistre pintó al hombre en actitud de rebeldía, enfrentándose a Dios para decirle que el mundo era suyo, y que se proponía conducirlo a su antojo; a lo que respondió Dios: «¡Sea!». El poeta inglés Swinburne, a mediados del siglo XIX cantó este himno de su época. «Gloria al hombre en las alturas», y el hombre creyendo haber realizado su intento, estableció su reino en la Ciudad del Hombre” (De “¿Subsistirá la democracia?”).

Adviértase que la pregunta: ¿subsistirá la democracia?, se formulaba con insistencia en los primeros decenios del siglo XX cuando predominaba la idea de que los totalitarismos (fascismo, nazismo, socialismo) habrían de suplantarla. La “experimentación” necesaria para mostrar esa imposibilidad tuvo un costo para la humanidad de algunos centenares de millones de vidas y las mayores catástrofes sociales de toda la historia.

Las democracias son relativamente recientes, ya que lo habitual implicaba alguna forma de gobierno autoritario. Aunque había diferencias por cuanto los totalitarismos del siglo XX avasallaron no sólo las libertades para la acción individual sino que incluso limitaron las libertades asociadas al pensamiento. Revel expresó: “En el magnífico libro de Octavio Paz sobre Sor Juana Inés de la Cruz hay una descripción del México colonial del siglo XVII donde se explica muy bien que el virrey español de aquel entonces tenía mucho menos poder que un presidente actual de México. Es cierto que aquél no era un sistema de elección democrática; pero también es cierto que los cabildos o las cortes judiciales eran verdaderos contrapesos al poder central. E incluso Francia de antes de la Revolución, la monarquía no era el poder absoluto que se ha caricaturizado después. Las cortes judiciales –denominadas Parlamentos- disponían de una autonomía muy grande. Fue justamente la independencia del Parlamento de Burdeos la que originó en Montesquieu su idea de la necesaria división de poderes. De allí tomó también Jefferson, el notable defensor norteamericano de la división de poderes, que era un gran lector de Montesquieu”.

“El totalitarismo del siglo XX no es una derivación de otros absolutismos conocidos en la Edad Media o la Edad Antigua. Por el contrario, es un sistema que abolió totalmente la sociedad civil, que quiere determinar hasta los mínimos detalles de la educación o la vida familiar y que, por lo tanto, retira toda autonomía a la sociedad y al individuo, algo que nunca llegó a producirse en siglos anteriores en tal magnitud”.

A pesar de los desastres y fracasos del socialismo, existe en muchos países una intensa labor intelectual orientada a reestablecerlo utilizando medios democráticos. El caso de Venezuela es representativo de esa tendencia. Revel agrega: “Las posibilidades del totalitarismo son muy vastas, porque el hombre es un genio para fabricar sistemas falsos. Una vez que ha ideado un sistema, el hombre lo quiere aplicar a cualquier costo, y una vez que ha logrado la aplicación, aun si no marcha, el hombre rechaza la evidencia de que no marcha. En una escala más limitada y más al alcance de su país, ¿no es lo que ha pasado con el peronismo, que nunca funcionó y que sin embargo hasta hoy pretende ser aplicado por quienes se dicen peronistas?”.

Cuando nos enteramos de los atentados terroristas islámicos, surgen de la memoria los atentados terroristas de los años 70 impulsados en Latinoamérica por Fidel Castro, con el apoyo de la URSS. En ambos casos motivados por las ambiciones de una futura expansión universal. Tanto el totalitarismo político como el teocrático, basan su legitimidad en creencias sectoriales que apuntan a la destrucción de la civilización tal como la conocemos. De ahí surge cierta simpatía de los sectores socialistas hacia los islámicos manifestada con festejos por atentados como el de las torres de Nueva York.

Mientras algunos pueblos, como el venezolano, padecen situaciones angustiantes debido a gobiernos totalitarios, la continuidad de tal situación de vulnerabilidad es defendida por quienes se oponen a intervenciones militares de otros países. A la vez, aceptan intervenciones militares extranjeras, como la de Cuba, por cuanto permite la continuidad de la opresión. Esta asimetría se vislumbra también en la actitud de los totalitarismos teocráticos, ya que en los países musulmanes, al menos en la mayoría de ellos, está prohibida toda religión que no sea la de Mahoma, mientras que en los países cristianos exigen poder desarrollar sus actividades religiosas aduciendo sus derechos civiles amparados por el multiculturalismo reinante. Así como el totalitarismo político se ampara en la democracia, para destruirla posteriormente, el totalitarismo teocrático se ampara en la libertad democrática para destruirla posteriormente. Revel agrega: “Las tendencias al totalitarismo existirán siempre. Si queremos extirparlo por completo del planeta deberíamos llegar a una noción aún bastante utópica que es la de una democracia mundial, es decir la aceptación de una posibilidad de intervención internacional a favor de las democracias y en contra de los totalitarismos. Por mi parte, considero totalmente inaceptable que si el dictador Mengistu masacra a miles de sus compatriotas etíopes, no existe un procedimiento internacional que nos autorice a intervenir con la fuerza contra esa manifestación evidente de totalitarismo. No creo yo que sea inmoral suprimir a un Ceausescu, que no tiene ningún derecho, ninguna legitimidad para asesinar a sus conciudadanos en nombre de la autodeterminación de los pueblos”.

sábado, 26 de agosto de 2017

El pensamiento de James Buchanan

Por Germán Sopeña

Podría aplicarse a James Buchanan aquella conocida paradoja, digna de Borges, que dice: “Era un hombre tan inteligente que sólo tuvo dos o tres ideas en su vida”.

Desde hace más de treinta años James Buchanan trabaja en torno de una sola idea central: la acción pública en el campo económico. Así acuñó un concepto ya famoso: la ‘public choice’ (opción pública) que es casi una escuela del pensamiento. De neto corte clásico, Buchanan sostiene a la vez la necesidad de fijar reglas claras para que se desarrolle el mercado así como advierte sobre los límites que operan en todo momento de intervención central que vaya más allá de la simple definición del marco de acción general.

Sus trabajos son poco conocidos, sin embargo, en el idioma castellano. La Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas (ESEADE) es uno de los pocos canales que han publicado trabajos de Buchanan –en su revista semestral Libertas- años antes que el profesor norteamericano fuera distinguido con el Premio Nobel de 1986.

Invitado a Buenos Aires por la ESEADE, James Buchanan sintetizó, en diálogo con La Nación, sus principales puntos de vista en materia económica.

G.S.: ¿Cómo definiría su interés central en la economía?
J.B.: -Durante más de tres décadas me he dedicado a la investigación de lo que comúnmente se llama la “opción pública” (public choice) que comprende la aplicación de métodos de análisis económico referidos a procesos de decisión de sectores políticos. Esto es, analizar el comportamiento de los individuos como participantes de un esquema político, ya sea como funcionarios, actores políticos o técnicos vinculados con el Gobierno. Asimismo, estudiamos las instituciones dentro de las cuales se generan comportamientos de tipo público.

G.S.: Al analizar el comportamiento económico de una sociedad determinada, ¿presta usted mayor atención a los procesos de decisión política que tienen una consecuencia económica o considera más importante el comportamiento económico espontáneo de la sociedad, lo que llamaríamos comúnmente “el mercado”?
J.B.: Me parece importante entender que las reacciones espontáneas del mercado están siempre referidas, o aun limitadas, por esa suerte de “paraguas legal” o marco institucional de acción que siempre estará definido a partir de ciertas opciones políticas adoptadas previamente. Dentro de ese paraguas legal es evidente que el mercado coordina espontáneamente sus adaptaciones a las necesidades. Pero lo que nos ha mostrado también el estudio de la ‘public choice’ durante años es que si bien el mercado depende de tal marco político-legal, por separado es poco lo que pueden hacer las decisiones adoptadas políticamente para obtener reales cambios en el funcionamiento de dicho mercado. Los responsables políticos lo intentan a menudo, queriendo forzar situaciones, pero la experiencia produce casi siempre resultados muy distintos a los que esperaban producir.

G.S.: ¿Qué analizar con prioridad entonces: las decisiones políticas –y sus errores- o el mercado?
J.B.: Déjeme plantearlo de este modo. Para mí, todo comienza con el individuo. Lo importante del ‘public choice’ es recordar también que son decisiones adoptadas por individuos particulares bajo circunstancias particulares. Lo interesante es observar en cada caso por qué los individuos se sienten inclinados a adoptar tales o cuales decisiones económicas que luego toman carácter público. Ése es un poco mi punto central de observación.

G.S.: Para usted, ¿es el análisis económico imperfecto por definición? ¿O se pueden lograr diagnósticos precisos en materia económica?
J.B.: El análisis económico sólo puede brindar una comprensión como para hacer previsiones generales sobre lo que puede llegar a suceder si uno trata de adoptar tal determinación o tal otra. Pero predicciones específicas o análisis muy exactos es algo que, obviamente, no se puede hacer en economía.

G.S.: Los 40 años que pasaron desde la posguerra hasta hoy mostraron un periodo de gran prosperidad en los países industriales, seguido luego por una crisis recesiva que alcanzó a todo el mundo. ¿Hasta dónde influyeron análisis o teorías equivocadas?
J.B.: Definitivamente creo que recién ahora estamos saliendo de un esquema teórico que predominó durante el periodo que usted cita. Llamo a ese esquema mental una visión romántica de lo que los gobiernos pueden hacer, lo cual fue la causa de la mayor parte de los problemas que hoy observamos en todo el mundo. En particular, me refiero al predominio de la teoría económica keynesiana y su visión macroeconómica que, esencialmente, creía en modelos de control de la economía que eran simplemente inapropiados y hasta irreales.

G.S.: ¿Una solución no keynesiana era posible en los años de recesión de la década del ’30?
J.B.: Suponer que la solución keynesiana era lo único viable es lo que hizo tan popular su teoría aún muchos años después de la década del ’30, cuando probablemente el mismo Keynes hubiera cambiado radicalmente de pensamiento. Pero, además, yo creo que existía otra alternativa distinta y muy superior a la propuesta por Keynes. Ella hubiera consistido en una reforma fundamental de nuestras instituciones monetarias básicas dirigida a prevenir cualquier intento de intervención fiscal por medio de la provisión de dinero.

G.S.: Aunque generalmente se acusa a la teoría keynesiana de haber sentado las bases de una inflación crónica, nadie podía prever, en cambio, las hiperinflaciones que se conocieron en países como los de América Latina. ¿Cuál es su análisis frente a los casos de alta inflación?
J.B.: No tengo gran experiencia en casos de alta inflación, pero creo que algunas raíces son comunes. La inflación es siempre el resultado de una falta de previsión en cuanto al valor del signo monetario de una economía. Si no se defiende ante todo la estabilidad de la moneda, siempre se pagará el precio de una inflación creciente. Por cierto, sigo pensando que tanto en mi país como en todos los demás necesitamos con urgencia una reforma de las instituciones monetarias como para obtener una real previsión del comportamiento de cada moneda.

G.S.: ¿En qué medidas concretas piensa usted al plantear una reforma sustancial de las instituciones monetarias?
J.B.: Se puede reestructurar el sistema en tal forma que se puede obtener una estabilidad en el valor real de la moneda. En otras palabras, que usted pueda comprar con un austral exactamente los mismos bienes hoy que en 1995 o en el 2000. Si uno puede prever ese comportamiento de la moneda, todas las decisiones económicas tendrán resultados más efectivos. Para ello, contestando al centro de su pregunta, creo que es necesario definir a cada moneda respecto de un patrón definido, que puede ser una canasta de productos o lo que se quiera, pero algo concreto de lo cual las instituciones monetarias no podrán apartarse bajo ningún concepto.

G.S.: Una visión clásica como la de Jacques Rueff, por ejemplo, ha sostenido que la moneda no es nada por sí misma sino que es en realidad el reflejo del funcionamiento de una economía. O sea, que no puede haber moneda estable con una economía débil. ¿Qué resultado podría tener en ese caso proponerse la estabilidad de una moneda si la economía no sirve de sustento?
J.B.: Debo decir que no comparto esa afirmación. Creo que el patrón monetario de un país puede ser algo tan definido como una yarda o un metro, una referencia fija adoptada por definición. Es la responsabilidad de los gobiernos garantizar ese valor fijo. Usted puede decirme, lógicamente, que los gobiernos jamás hacen esto por razones políticas. Correcto, por eso pienso que se debe fijar el valor de una moneda en referencia con un patrón, como una definida cantidad de oro, trigo o lo que sea.

G.S.: ¿Usted cree posible un retorno al sistema internacional del patrón oro?
J.B.: No hay duda de que podríamos hacerlo. Existe una discusión en este momento en los EEUU en torno de este punto. Y yo creo que el dólar debería estar definitivamente atado a una referencia de valor real, aunque no sea oro en sí.

G.S.: Luego de tantas experiencias de teoría económica en los últimos 100 años, ¿cree que la visión global de Adam Smith sigue siendo más actual que nunca, como se sostiene hoy en distintos círculos universitarios?
J.B.: Ciertamente, creo que el tipo de comprensión de Adam Smith sobre cómo trabaja una economía nos da un instrumento siempre válido para definir mejor las instituciones que deben asegurar el mejor comportamiento del mercado. Es también una buena defensa para entender que el Estado no posee las posibilidades de interferir en todo sin que ello resulte en claros perjuicios económicos. Con el análisis del ‘public choice’ hemos tratado de señalar siempre los límites a esta acción del Estado sobre la realidad económica.

G.S.: Sin embargo, el Estado ha intervenido activamente en la economía e todos los países del mundo y recién ahora se trata de dar marcha atrás en ese proceso. ¿Qué expectativas percibe usted en lo que se denomina generalmente como la tendencia hacia la desregulación?
J.B.: Lamentablemente, una vez que el Estado ha intervenido es difícil desregular o destrabar actividades cuando todo está muy atado. Se hace evidente que transferir actividades del sector público al sector privado es bastante difícil en cualquier país del mundo.

G.S.: ¿El mayor inconveniente es que la acción de desregular es, al fin y al cabo, una regulación que debe adoptar el propio Estado?
J.B.: Ciertamente. Ésa es tarea del Estado y creo que allí también se vislumbra toda la importancia de la definición de Adam Smith cuando estableció que le corresponde fijar las reglas de juego más adecuadas para que luego el mercado trabaje espontáneamente. No hay que pensar tampoco en la posibilidad de una anarquía total en materia económica. En ese sentido soy un hobbesiano y creo en la función del Estado para fijar las reglas de juego.

(De “Testimonios de nuestra época”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1991).

viernes, 25 de agosto de 2017

La Marcha de San Lorenzo y su autor

CAYETANO ALBERTO SILVA

Por Marcos de Estrada

Este moreno inolvidable y olvidado, músico de patriota inspiración, ha sido el autor de una marcha militar imperecedera, no sólo para los argentinos sino para el mundo europeo. Excepcional como melodía, al punto de merecer la distinción de haber sido ejecutada, en la última guerra europea, para inflamar el espíritu de los soldados germanos, y en Inglaterra, con solemne gallardía, durante la Coronación del monarca Jorge V.

Cayetano Alberto Silva, uruguayo por nacimiento, hijo y nieto de esclavos, nació en la ciudad de San Carlos de Maldonado, el 7 de agosto de 1868, pero, a pesar de esa contingencia, debemos considerarlo como un hijo de la República Argentina, pues en ella vivió, a ella dedicó sus afanes y en ella constituyó su hogar.

San Carlos es una población situada en la confluencia de los arroyos de Maldonado y San Carlos, a 15 kilómetros de Maldonado y 165 de Montevideo. Fue fundada por algunas familias llevadas por Cevallos en 1763, con el nombre de Maldonado Chico; en 1768 trocó su nombre por el de San Carlos.

Cayetano Alberto Silva mostró poseer, desde niño, una vocación tan profunda por la música que sus padres resolvieron hacerle estudiar con el maestro Filindo Reinaldo, director de la banda municipal de esa ciudad y profesor de piano. Pronto ingresaría en ese conjunto como ejecutante de pistón. Tuvo que interrumpir sus estudios primarios porque su pasión era la música y debía al mismo tiempo ayudar a su madre en los quehaceres del hogar. En 1878, cuando contaba diez años de edad, sus padres se trasladaron a Buenos Aires en donde se radicaron definitivamente.

Aprendió entonces a tocar el violín. Con unas cuantas lecciones, impartidas por su propio padre –cumplía entonces quince años de edad-, como sus condiciones para la música eran tan excepcionales, fue enviado al Conservatorio Castelli, en el cual pudo perfeccionar sus estudios y convertirse en un consumado pianista.

A los 17 años de edad, informado de que era necesario un ejecutante de corno en la banda del Regimiento N° 7 de Infantería, se dedicó a estudiar afanosamente dicho instrumento y finamente logró el cargo. Pero lo más extraordinario no terminó ahí. Unos años más tarde se le designaba director de dicha orquesta en la que permaneció hasta 1898. A continuación, desempeñó la dirección de otras bandas militares como la de los Regimientos 9, 3, 6 y 15 de Infantería con sede en Buenos Aires, Campo de Mayo, San Juan, Río Cuarto y Mendoza.

Su cultura musical llegó a ser tal que, mientras se hallaba instalado en Venado Tuerto, implantó allí un Centro Lírico de Obreros y al mismo tiempo ejerció el cargo de maestro de primeras letras y de música en la Sociedad Italiana. Tenía una auténtica devoción por la música y una incansable ambición de instruir al prójimo. Se consagró a congregar jóvenes ociosos para infundirles conocimientos musicales y llegó a organizar pequeñas orquestas de aficionados. Establecido en la ciudad de Mendoza, fundó allí la banda de la Corporación de Bomberos y también desempeñó una cátedra como profesor de música en la escuela José Federico Moreno a la que consagró un himno.

Durante esos años compuso distintas obras que dedicó a instituciones de la provincia cuyana. Pero no compuso exclusivamente obras militares, sino que aprovechó su inspiración para plasmar obras musicales de variada índole: llegó a musicalizar piezas de teatro; una de las más aplaudidas fue Canillita de Florencio Sánchez.

Con el transcurso de los años su vida comenzó a ser dificultosa. La extrema pobreza le estrechó dolorosamente, a pesar de sostener un constante duelo con la fatalidad. Una postrer y desagradable circunstancia empeoraría las cosas y haría trizas su ánimo incansable ocasionándole el mal que acabaría con su existencia. Para consolarle, alguien le anunció que lo nombrarían director de la Banda de Rosario –él debió pensar que en realidad era más merecedor que nadie de recibir esa distinción, que además en esos momentos representaba una ayuda indispensable-. Pero mediaron intereses creados y fue designada otra persona. Su desencanto fue tal que decayó aún más, hasta enfermar seriamente. Por último, su maravilloso espíritu desestimado se extinguió en la ciudad de Rosario el 12 de enero de 1920, a la edad de 51 años.

Dieciocho años antes de ese injusto desenlace, este ilustre africano, que consagró su existencia a la Argentina, había escrito la excelsa Marcha de San Lorenzo para el pueblo argentino, dedicada al General Pablo Ricchieri, con letra de Carlos J. Benielli, que cedió a una casa editora porteña por el precio de cincuenta pesos.

Sus composiciones más conocidas permanecen inalterables en la sensibilidad argentina: Río Negro, marcha dedicada al General Julio A. Roca, en homenaje a su campaña al Desierto; Estelita, marcha; Marineritas, vals; Juanita, mazurca; Anglo-Boers, marcha dedicada a la colectividad anglo-argentina de Venado Tuerto; 22 de Julio, marcha, dedicada al General Nicolás Lavalle; Monterrey, marcha; San Jenaro, marcha dedicada a la Sociedad Italiana de San Jenaro, y Curupaytí, marcha dedicada a la oficialidad de los Regimientos 3 y 4 de Infantería, que se canta en las escuelas y colegios y en los actos patrióticos; se le nombra también con el título de Tuyutí.

La Marcha de San Lorenzo, su obra máxima, marcial, rítmica, vigorosa y ardiente, jamás superada en la Argentina –como el Tipperary para los ingleses y Sambre et meuse para los franceses- es la melodía que infunde y exalta el mayor fervor patriótico en los pechos argentinos. Fue ejecutada por primera vez el 30 de octubre de 1902 en la inauguración del monumento al General San Martín en la ciudad de Santa Fe. Asistió el presidente de la República, General Julio A. Roca y su ministro de Guerra, General Pablo Ricchieri.

El historiador Diego A. de Santillán apunta: «Se convirtió, junto con el Himno Nacional, en la canción patriótica más seleccionada para las escuelas, los repertorios militares y actos públicos solemnes».

El 16 de octubre de 1964, la Municipalidad de la ciudad de San Lorenzo, en la provincia de Santa Fe, descubrió una modesta placa de bronce donada al municipio por la Sociedad Evocativa Argentina, de Buenos Aires. Asistieron los hijos del insigne músico, una delegación de esa sociedad, delegaciones del Regimiento de Granaderos a Caballo de San Martín, de escuelas nacionales, provinciales e instituciones culturales, y la Banda Militar del Regimiento 11 de Infantería General Juan Gregorio de Las Heras, de Rosario.

Ese mismo mes y año el ilustre escritor Jorge Luis Borges, acompañado por la señora María Esther Vázquez, llegó al Buckingham Palace en el preciso instante del cambio de guardia de honor. Con asombro y emoción el eminente hombre de letras oyó la ejecución de la Marcha de San Lorenzo en el momento de llevarse a cabo el reemplazo del servicio de custodia real. Vázquez, en sus «Imágenes, Memorias y Diálogos sobre Borges», anota: “«Febo asoma, María Esther, Febo asoma», en un rapto emotivo”.

La nación, toda, está en deuda inexcusable con el ilustre maestro Cayetano Alberto Silva. Construyamos en su memoria, en la capital de la República, un monumento de enaltecimiento y gratitud. Y que ese día resuenen con brío los acordes inmortales y patrióticos de la Marcha de San Lorenzo y los de la Marcha Curupaytí.

(De “Argentinos de origen africano”-EUDEBA-Buenos Aires 1979)

El peligro de los “rectos” y los “justos”

A lo largo de la historia han aparecido personajes influyentes caracterizados por una enfermiza obsesión por su superioridad moral e intelectual que les habría posibilitado conocer la verdad con exclusividad y otorgarles legitimidad como gobernantes. Incluso se rodeaban de seguidores obsecuentes y mediocres, alejando a quienes pudieran superarlos. Sus ínfulas y su soberbia surgían como compensación de una inferioridad inconsciente que los asediaba en forma permanente. Mark Bowden escribió: “Las personas más peligrosas del mundo son las rectas, y cuando tienen verdadero poder, ¡cuidado!”.

El hombre “perfecto”, que pretende gobernar a los imperfectos, no advierte que su supuesta perfección debería implicar hacer el bien a los demás, y en la medida suficiente, no bastando sólo con no hacer el mal. Y si existe alguien cercano a esa perfección, lo primero que hace es renunciar al intento de gobernar a otros hombres por cuanto el hombre libre ha de ser aquel gobernado por las leyes naturales, o leyes de Dios. Existe una frase que dice: “Dime de qué te jactas y te diré de qué careces”.

Si alguien hace el bien debe ser digno de emulación, ya que quien favorece a los demás, recibe su recompensa espiritual en el mismo momento en que lo hace, sin necesidad de mostrar su virtuosismo a los demás. Maurice Merleau Ponty escribió: “Como decía Montaigne, «entre nosotros, son cosas que siempre ví en singular acuerdo: las opiniones supercelestes y las costumbres subterráneas». Un cierto culto ostentoso de los valores, de la pureza moral, del hombre interior está secretamente emparentado con la violencia, el odio, el fanatismo…” (De “Humanismo y terror”-Ediciones Leviatán-Buenos Aires 1956).

El soberbio no sólo se siente perfecto sino también sabio. De ahí que ese trastorno psicológico se advierta frecuentemente en los ámbitos de la política y de la religión. Este es el caso de quienes aprenden de memoria algún libro sagrado para sentirse perfectos y sabios al mismo tiempo. Sólo basta que adquieran algo de poder para que comiencen a manifestar sus defectos.

Mientras que en otras épocas la falsa perfección y sabiduría eran exclusivas de personajes aislados, en los últimos tiempos ese trastorno involucra a los adherentes a las ideologías totalitarias, como es el marxismo. Se sienten los únicos capacitados para ejercer el poder social y de ahí la pretensión de abolir la propiedad privada para administrarla una vez estatizada, por ser ellos los únicos capacitados. Bajo la aparente búsqueda de la igualdad, esconden ilimitadas ambiciones de poder. Gustave Le Bon escribió: “El concepto de igualdad encubre frecuentemente sentimientos que son contrarios por completo a su verdadero significado. En tales casos representa, en realidad, una necesidad imperiosa de comprobar que nadie se halla por encima de nosotros, y un deseo, no menos intenso, de darse cuenta de que alguien está por debajo de nosotros”.

“Parece que no se puede ser un apóstol de la revolución sin sentir la necesidad de matar a alguien o a algo. Esto es una ley psicológica casi universal…El terror debería ser considerado como un procedimiento general de destrucción y no como un mero medio de defensa” (Citado en “Dictadores” de Gustav Bychowski-Editorial Mateu-Barcelona 1963).

El revolucionario Maximilien Robespierre constituye un caso representativo de quien padece el trastorno psicológico mencionado. Gustav Bychowski escribió: “Trató de justificar las matanzas de setiembre, contribuyendo así a preparar el camino para el método de gobierno que Robespierre formuló con toda claridad cuando dijo que la defensa de la República exigía el aniquilamiento de toda la oposición”.

“Esta actitud fanática se demostró evidentemente por la política seguida por «el Incorruptible» y su colaborador el archicriminal Lebon. Éste llevó a cabo las órdenes de Robespierre con obediencia ciega, colocando los deseos de su jefe sobre toda otra clase de consideraciones. Robespierre, obrando bajo el convencimiento fanático de que él solo representaba la verdad y la virtud absolutas, vio toda la realidad circundante como un posible instrumento para realizar sus fines superiores y consideró justificado cualquier acto con tal que sirviese a sus propósitos”.

“Su principal criterio para juzgar la moral de los demás fue el grado en que éstos participaban de sus ideas. Los ideales de justicia y de libertad fueron, poco a poco, confundiéndose por completo con sus propios ideales. Pero, como un historiador observa juiciosamente, «si la libertad y Robespierre fueran la misma cosa, entonces la libertad sería la tiranía»”.

“Así empezó el proceso, de un fanatismo típico, de convertir el mundo en el escenario de una lucha entre las fuerzas de la luz y las de la oscuridad”. “Robespierre fue convirtiéndose gradualmente en un amargo censor de la humanidad. Exageró la existencia del mal, de la oposición y del peligro, hasta tal extremo que prescindió por completo de dar importancia a la virtud, a la cooperación y a la confianza de los hombres. Adquirió la costumbre siniestra de anotar los nombres de las personas que por una u otra razón incurrían en su desagrado. Estas listas de nombres le proporcionaron el material para las futuras ejecuciones. Las listas se hacían cada vez mayores a medida que se hacían también más amargas e intolerantes sus opiniones sobre las diferentes personas”.

“Se consideró a sí mismo como el arquetipo de la virtud y no perdonó nunca a los demás los defectos que encontró en ellos. Nunca le fue difícil hallar una justificación a los actos de violencia cometidos en nombre de la virtud y de la libertad. Por otra parte perdonó las conductas más feroces en tanto los culpables le fueran leales”.

En la actualidad puede contemplarse con tristeza un émulo de Robespierre, aunque no ha logrado todavía igualar a su maestro; se trata del peligroso Nicolás Maduro. La gravedad de la situación no implica que existan personajes con esas características psicológicas, sino el apoyo explícito e implícito que reciben desde sectores como la izquierda política internacional e incluso de los propios gobernantes del Vaticano.

Mientras que algunos personajes nefastos de la política cometen sus tropelías en nombre de la virtud y de la verdad, diferentes sectores políticos totalitarios avanzan hacia el poder bajo el escudo del respeto por la democracia y la búsqueda de la libertad. Massimo Salvadori escribió: “Si atendemos a las manifestaciones de miles de paladines, recibimos la impresión de que todos tratamos de llegar al mismo destino. Los derechistas e izquierdistas, los blancos, negros y pardos, todos hablan de libertad y democracia, progreso, prosperidad y paz. Dentro de cien años, los historiadores que estudien el siglo XX, sin compartir sus emociones y pasiones, se preguntarán intrigados: ¿cómo es posible que personas que coincidían en tantos puntos se odiaran entre sí hasta el extremo de perpetrar las más grandes matanzas conocidas en la historia humana?”.

“«Todos los hombres están dotados de libertad», dice la Declaración de la Independencia Norteamericana de 1776. «Todos los hombres son libres», escribieron los franceses en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, en 1789. «La revolución se llamará…libertad», proclamó el fundador del fascismo, en 1919. «El fascismo salva nuestra libertad», cantaban los jóvenes italianos; «El día de la libertad…ha llegado», contestaba el eco de los fascistas alemanes. En 1956, el Partido Comunista Norteamericano lanzó un manifiesto preconizando «el incremento de la libertad humana y de las libertades personales»”.

“«La verdadera democracia», proclamada a gritos en Nuremberg, reanima al ídolo frenético, cuyos adeptos –desde Chicago a Tokio y, asimismo, en Alemania- se cuentan por centenares de millones. «La verdadera democracia», dice el eco que viene de las salas del Kremlin por voz del insano líder adorado por la mayoría de los rusos y por decenas de millones de comunistas de todas partes. Durante los últimos quince años, todos los nuevos órdenes que aspiran a un despotismo más eficiente, la ola de los Firsters de los EEUU [grupos aislacionistas], el comunismo nacional yugoslavo y el nacionalismo egipcio, se pusieron todos la etiqueta de «verdadera democracia»”.

“Tenemos el privilegio de emplear las palabras como nos parece. Pero hemos ido demasiado lejos. Muchos de nosotros nos hemos convertido en una especie de ovejas llevadas al borde de un precipicio por palabras aceptadas sin juicio crítico, que levantan nuestras esperanzas y confortan nuestras almas. En nombre de la libertad obtenemos la tiranía y en nombre de la democracia, el gobierno unipersonal, en nombre de la paz, Moscú se ha pasado varios años preparándose para la guerra; en nombre de la prosperidad, Pekín reduce el standard de vida de los chinos (como el fascismo redujo el de los italianos); en nombre del progreso, los comunistas hacen revivir el colectivismo de las comunidades precivilizadas; los tradicionalistas, el corporativismo de los gremios medievales; y los nacionalistas, el etnocentrismo de los pueblos de la Antigüedad, para los cuales los extranjeros son bárbaros”.

“Puede haber doscientas definiciones de libertad y otras tantas de democracia. Debemos ver claro en nuestro espíritu que la subordinación propugnada por Rousseau (y los jacobinos y comunistas) de la voluntad individual a una voluntad general o colectiva, no es libertad; ni lo es la identificación que hace Buckley (y los cristianos tradicionalistas) entre libertad y salvación; ni la obediencia de Hegel (y los nacionalistas y fascistas) a un Estado todopoderoso que todo lo abarca”.

“Necesitamos poner en claro en nuestro espíritu que democracia no es exactamente igual a igualdad (en el autoritario Imperio Otomano hubo la sociedad más igualitaria de los últimos quinientos años); ni lo es la voluntad de la mayoría (las grandes y verdaderas mayorías no hicieron democrática a la Alemania de Hitler); ni lo es la devoción y entusiasmo de las masas del pueblo a un gobierno paternal e ilustrado”.

“¿Qué son, pues, la libertad y la democracia? Libertad es la libre elección, la decisión propia de cada individuo respecto de la marcha de su acción. Democracia es la organización de la libertad; las instituciones mediante las cuales se realiza la libertad de los miembros de la comunidad políticamente organizada. Democracia liberal es la expresión correcta para designar a la democracia como organización de la libertad; su rasgo importante es el modo cómo libertad e igualdad están entrelazadas. (Digan lo que quieran los teóricos, la evidencia histórica –la experiencia del género humano- muestra que mientras la libertad sin igualdad es un privilegio y tarde o temprano conduce a la destrucción de las instituciones libres, la igualdad sin libertad es franca tiranía)”.

“Es posible que los tradicionalistas, los nacionalistas y los comunistas se odien entre sí; pero más odian aún a la democracia liberal, porque tienen en común su odio a la libertad. En nuestra Edad Moderna, la democracia liberal nació entre las naciones del Atlántico Norte. Mas eso es un accidente histórico, que no tiene mayor importancia que para los cristianos el origen judío de Jesús o para los budistas el origen ario de Gautama. La libertad no es occidental sino universal; la democracia liberal no es occidental sino que pertenece a la gente de todos los continentes, que ponen la libertad por encima de todo” (De “Democracia liberal”-Editorial Índice-Buenos Aires 1964).

miércoles, 23 de agosto de 2017

Crisis de la sociedad ¿o del hombre?

Cuando una sociedad entra en crisis, se advierte que nada escapa a esa condición, como en el caso de la política, la economía, la cultura, la ciencia, el deporte, la educación, etc. Ya que todos estos ámbitos se sustentan en individuos, y están todos en crisis, se llega a la conclusión de que los defectos individuales predominan sobre las virtudes; es decir, predominan las actitudes competitivas y negligentes sobre aquellas de tipo cooperativas.

Como toda enfermedad, la enfermedad social está provista de defensas que se oponen a los remedios que pretenden desterrarla. La principal defensa implica el encubrimiento que proviene de gran parte de los intelectuales, quienes tienden a ignorar los defectos individuales ya que por lo general piensan en base a grupos sociales como entidades independientes de los individuos que los componen. De ahí que asocian las crisis a los defectos (que también existen) de los diversos sistemas organizativos sugiriendo cambiarlos por otros mejores, sin apenas promover en los individuos un cambio en sus conductas.

Distinguiendo entre los filósofos sociales que profundizan acerca de las causas de las crisis y los sociólogos que repiten lo que se pone de moda, o que adoptan lo que mejor entienden, Pitirim A. Sorokin escribe: “Cualesquiera que sean sus errores, esta escuela no elude los problemas verdaderamente cruciales. Por esta razón, aun sus errores tienen que ser igualmente más fructíferos que las trivialidades correctas o las perogrulladas penosamente exactas de la gran mayoría de los «investigadores» precisos de las disciplinas sociales y humanistas de hoy” (De “Las filosofías sociales de nuestra época de crisis”-Aguilar SA de Ediciones-Madrid 1954).

La sociedad en crisis se defiende de las críticas adversas descalificando a quienes repiten sugerencias morales aplicadas en el pasado aduciendo su falta de originalidad, por cuanto niegan que lo que funciona bien en una época puede muy bien servir para otras épocas. Eduardo A. Valdovinos escribió: “No tengo pretensiones de originalidad. El afán de originalidad depara mucho mal a la ciencia y al arte porque impele a desdeñar las más simples evidencias. Pero es preferible repetir una vieja verdad olvidada que inventar una teoría para halago personal. De todas maneras, la frivolidad de la vida moderna demuestra cabalmente que las voces vertidas no han resultado suficientes para apartar al hombre del mal camino y, siendo así, la continuidad de la prédica no resulta excesiva. Compréndase que con tales razones no persigo eludir responsabilidades por mis ideas personales escudándolas en las de mis predecesores, pues aquéllas y éstas, íntimamente entrelazadas, conforman el campo de mis convicciones sin distinción alguna” (De “La crisis moral”-Editorial Troquel SA-Buenos Aires 1965).

Expresiones tales como “todos somos pecadores”, tienden a justificar los defectos personales que, agregados unos a otros, derivan luego en las crisis sociales y en la “caída de las civilizaciones”. Es evidente que todos tenemos defectos, aunque existen dos actitudes distinguibles, que pueden observarse cotidianamente en los conductores de automóviles. En un caso tenemos al individuo cauteloso y responsable que se esfuerza por no cometer errores, aunque alguna vez, a pesar suyo, los ha de cometer. En el otro caso tenemos al conductor irresponsable y temerario que pone en riesgo su propia vida, y la de los demás, jactándose incluso de su actitud. Los dos cometen errores, pero el primero actúa en forma civilizada no así el segundo. Valdovinos agrega: “Estamos acostumbrados a oír que errar es humano y que nadie es perfecto; consecuentemente, nos hemos hecho a la idea de que nuestro perfeccionamiento moral encuentra una valla en la viciosa conformación humana. No nos detenemos a pensar hasta qué punto nuestras claudicaciones son producto de errores que pudimos evitar; es más fácil atribuirlas a la imposición de un determinismo ineluctable. Existe una cobarde resignación frente a los desaciertos habituales y una estólida pretensión de justificarlos racionalmente”.

El relativismo cultural actúa como un camuflaje de la crisis moral por cuanto establece que todas las culturas son igualmente legítimas y respetables, por lo cual, toda sociedad en decadencia moral no es más que otra sociedad distinta a la que antes fue, por lo cual se disolvería la crisis supuesta.

El mayor escollo para salir de una crisis la constituye el relativismo moral, que descarta la existencia de una moral objetiva válida para todos los tiempos y para todos los pueblos. Sus defensores advierten que en un mismo pueblo, la escala de valores adoptada cambia con las épocas, lo cual es cierto, pero no advierten que las consecuencias de esos cambios también cambian. De ahí que pueda afirmarse que las mismas actitudes producen los mismos efectos, en forma independiente del lugar y de la época, por lo cual el relativismo moral sólo sirve para desorientar a todo individuo impidiéndole realizar esfuerzos para lograr el bien y evitar el mal. Para colmo se acepta también la validez del relativismo cognitivo, por el cual no existiría una verdad común a todos los hombres. Esta desorientación constituye el principal síntoma mostrado por los individuos que componen una sociedad en crisis. Alexander Solyenitzin escribió: “El comunismo nunca ocultó su negación de los conceptos morales absolutos. Se mofa de las nociones de bien y mal como categorías absolutas. Considera la moralidad como un fenómeno relativo a la clase. Según las circunstancias y el ambiente político, cualquier acción, incluyendo el asesinato de millares de seres humanos, puede ser mala como puede ser buena. Depende de la ideología de clase que lo alimente”.

“El comunismo ha progresado. Logró contagiar a todo el mundo con esta noción del bien y del mal. Ahora no sólo los comunistas están convencidos de esto. En una sociedad progresista se considera inconveniente usar seriamente las palabras bien y mal. El comunismo supo inculcarnos a todos la idea de que tales nociones son anticuadas y ridículas. Pero si nos quitan la noción de bien y mal, ¿qué nos queda? Nos quedan sólo las combinaciones vitales. Descendemos al mundo animal. Y por esto, la teoría y la práctica del comunismo son absolutamente inhumanas” (De “En la lucha por la libertad”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1976).

El predominio del relativismo moral lleva a la sociedad al reino del “todo vale”, a un egoísmo cínico, ilimitado y grotesco, ya que todo individuo tiende a orientarse por el principio del placer. Se dejan de lado los valores morales (o afectivos) y también los intelectuales. Aparece así el hombre mutilado por propia decisión. Apunta a las satisfacciones que deleitan al cuerpo y a los sentidos dejando de lado los aspectos afectivos y mentales. El ser humano mutilado espiritualmente, deja de ser un alma y una mente sustentadas por un cuerpo, sino un cuerpo que adicionalmente trae incorporados algunos procesos empáticos e intelectuales a los que poco uso les da.

Además de las defensas que la sociedad mantiene para continuar su situación de crisis, aparecen las ideologías que tratan de estimularla, como algunas surgidas en el ámbito de la política y la religión. Las principales están asociadas a los totalitarismos, como el político (marxismo) y el teocrático (islamismo). Mientras que el marxismo pretende introducirse por métodos democráticos promoviendo el odio entre sectores sociales, el islamismo hace otro tanto promoviendo el odio hacia quienes profesan otras religiones, como acontece en Europa.

El creyente musulmán no trata de adaptarse a las leyes y costumbres de los pueblos a donde va, ni tampoco trata de mantenerse en su lugar de origen por cuanto tiene ambiciones expansionistas. Por ello presiona a los pueblos originarios a adoptar su propio estilo de vida. La periodista Oriana Fallaci escribió: “En este planeta nadie defiende su identidad y se niega a integrarse tanto como los musulmanes. Nadie. Porque Mahoma prohíbe la integración. La castiga. Si no lo sabe, échele un vistazo al Corán. Que le trascriban las suras que la prohíben, que la castigan. Mientras tanto le reproduzco un par de ellas. Ésta, por ejemplo: «Alá no permite a sus fieles hacer amistad con los infieles. La amistad produce afecto, atracción espiritual. Inclina hacia la moral y el modo de vivir de los infieles, y las ideas de los infieles son contrarias a la Sharia. Conducen a la pérdida de la independencia, de la hegemonía, su meta es superarnos. Y el Islam supera. No se deja superar». O esta otra: «No seáis débiles con el enemigo. No le ofrezcáis la paz. Especialmente mientras tengáis la superioridad. Matad a los infieles dondequiera que se encuentren. Asediadlos, combatidlos con todo tipo de trampas». En otras palabras, según el Corán tenemos que ser nosotros los que nos integremos. Nosotros los que aceptemos sus leyes, sus costumbres, su maldita Sharia [moral islámica]” (De “La Fuerza de la Razón”-Editorial El Ateneo-Buenos Aires 2004).

Una posible solución a la crisis individual y social implica la orientación hacia una adaptación al orden natural acatando sus principios subyacentes, que conforman su espíritu, que no difiere esencialmente de la voluntad de Dios invocada por las diversas religiones. El hombre en crisis parece ignorar la principal referencia de su vida: Dios, en su versión de Dios personal o como materialización de las leyes naturales que rigen todo lo existente.

Víktor Frankl afirmaba que el principal problema que aflige al hombre actual es la carencia de un sentido de la vida. La desorientación que proviene de esa ausencia puede llevar al individuo al suicidio. Al respecto escribió: “Las estadísticas han demostrado que, entre los estudiantes americanos, el suicidio ocupa –a renglón seguido de los accidentes de tráfico- el segundo lugar entre las causas más frecuentes de defunciones. El número de intentos de suicidio (no seguidos de la muerte) es quince veces más elevado”.

“Me presentaron una notable estadística, referida a 60 estudiantes de la Idaho State University, en la que se les preguntaba con gran minuciosidad por el motivo que les había empujado al intento de suicidio. De ella se desprende que el 85 % de los encuestados no veían ya ningún sentido en sus vidas. Lo curioso es que el 93 % gozaba de excelente salud física y psíquica, tenían buena situación económica, se entendían perfectamente con su familia y estaban satisfechos de sus progresos en los estudios” (De “Ante el vacío existencial”-Editorial Herder SA-Barcelona 1986).

Mientras en el pasado todo individuo encontraba en la religión una guía moral adecuada y, principalmente, un sentido de la vida, el hombre actual, poco adepto a la religión, no encontró su reemplazo y ahí, posiblemente, radique la causa primera de toda crisis y el principio de su solución. También la religión está en crisis, por lo que el primer paso para una mejora ética generalizada ha de provenir de una renovación religiosa que, por el momento, sólo se vislumbra en las profecías bíblicas de cumplimiento futuro.

lunes, 21 de agosto de 2017

Modelo de hombre vs. Modelo de sociedad

Cuando una sociedad entra en crisis, surgen diversas opiniones respecto a una posible solución. Mientras que unos piensan en el individuo ideal que debemos adoptar como meta, otros piensan en una sociedad ideal como objetivo al que deberíamos llegar en el futuro. Como ejemplo de la primera postura se tiene al cristianismo, mientras que, como ejemplo de la segunda, puede mencionarse al marxismo. Así, el hombre nuevo cristiano es el hombre cooperativo que comparte las penas y las alegrías de los demás como propias, mientras que el hombre nuevo soviético es el que se adapta al lema “De cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades”.

El hombre nuevo propuesto por Cristo es el que genera una sociedad denominada simbólicamente como el Reino de Dios, de la cual no existe una descripción precisa por cuanto se trata del efecto que se produce luego de que la mayoría de los hombres acata los mandamientos bíblicos. Por el contrario, el hombre nuevo soviético es el que ha de surgir luego de establecer el socialismo; sociedad caracterizada por la abolición de la propiedad privada de los medios de producción. Manuel García Pelayo escribió: “Las concepciones políticas operaban con arreglo a un sistema de pensamiento que podemos llamar arquetípico, es decir, que partía del supuesto de que hay un modelo permanente de las cosas bajo cuya pauta habían de ser comprendidas y organizadas de modo que la misión del hombre no consistía en inventar nuevas formas, sino en descubrir el sentido del modelo y en tratar de realizarlo”.

“Junto a esta concepción cósmica del Reino de Dios está la del pueblo hebreo como una comunidad político religiosa gobernada por Dios mismo. El hombre ha tratado siempre de eludir, de neutralizar o de sublimar el hecho terrible y radical de estar sometido a otro hombre. Y la primera de las soluciones ofrecidas ha sido la teocracia: ningún hombre mandará sobre otro, pues su dignidad y libertad sólo permite la sumisión al señorío de Dios” (De “El Reino de Dios, arquetipo político”-Revista de Occidente-Madrid 1959).

Cada ser humano se une a los demás a través de un vínculo, siendo el vínculo algo que une y algo que se comparte. Si no existe ese vínculo, no existe sociedad, sino un simple agrupamiento de seres humanos. Mientras que la sociedad propuesta por el cristianismo adopta a los afectos como vínculo interpersonal, el socialismo propone para ese fin a los medios de producción. En la sociedad cristiana se busca que cada ser humano sea tratado como un integrante de su propia familia, mientras que en el socialismo cada ser humano ha de ser un socio con quien se han de realizar diversos trabajos.

Mientras que el cristianismo dirige sus prédicas a cada individuo, para producir una mejora ética generalizada, el socialismo posterga la supuesta mejora ética para después de logrado el socialismo, ya que antes debe colaborar con la destrucción de la sociedad existente. De ahí que Lenín expresara: “Moral es lo que favorece el advenimiento del socialismo; inmoral lo contrario”.

El cristianismo propone una sociedad que adopta como vínculo de unión entre los hombres a un proceso natural como la empatía. El marxismo, en cambio, propone un vínculo material: el trabajo, si bien también puede considerarse como natural ya que es el utilizado por las hormigas y las abejas, siendo éste el precio que se paga por tratar de establecer una “sociedad humana” sin apenas contemplar los atributos propios del hombre, siendo éste quien deberá “transformarse” para adaptarse al socialismo. Si el sufrimiento implica una desadaptación al orden natural, el socialismo es el medio adecuado para ese logro negativo.

Entre las herejías consideradas por el socialismo se encuentra el simple hecho de trabajar por cuenta propia y tener ambiciones individuales, ya que de esa forma se “destruye” el vínculo de unión propuesto. Al desconocer el vínculo afectivo que une a las sociedades verdaderamente humanas, se sacrifica la libertad personal y se limita la efectividad de la economía. La búsqueda de ganancias y la acumulación de capital productivo (ahorro) son miradas también como un grave pecado antisocial.

Para establecer una economía estatal centralmente planificada, el gobierno autoritario socialista requiere de la obediencia incondicional de todos los miembros de la sociedad, de lo contrario la planificación pierde su eficacia. De ahí que la promovida “igualdad” entre los hombres sea una consecuencia directa del lugar subalterno que ocupa la mayoría. En este caso puede hacerse una analogía con una colmena: la abeja reina (el Partido Comunista) produce los huevos, que son cuidados por las abejas obreras (la clase trabajadora) quienes también producen los alimentos. Los zánganos (la burocracia estatal) fecundan a la reina y luego mueren por cuanto no saben alimentarse por sus propios medios.

La diferencia entre los modelos propuestos involucra a la elección del tipo de gobierno que se ejercerá sobre todo individuo. La forma elemental de gobierno del hombre sobre el hombre puede simbolizarse así: H1 => H. En donde H1 es el “gobernante” de H. Se advierte, como primera conclusión, que se establece un vínculo no igualitario. Este gobierno tiende a mejorar si se lo reemplaza por leyes humanas establecidas previamente: LH => H. Sin embargo, si tales leyes poco o nada tienen en cuenta a la ley natural, no existe una mejora perceptible. Recordemos que bajo el régimen nazi era el propio Hitler quien dictaba o decidía las leyes del Estado. De ahí que las formas anteriores se adaptan a un sistema totalitario.

Los sistemas monárquicos, por otra parte, podían simbolizarse de la siguiente forma: D => H1 => H. En este caso, el monarca H1 debía responder por sus actos a Dios (D), mientras que, como su cargo provenía de Dios, podía adoptar decisiones irrevocables respecto de los demás hombres. Como las interpretaciones de la voluntad de Dios eran subjetivas, tal teocracia indirecta tenía serias limitaciones.

Un paso adelante se logra con el liberalismo, y la democracia, cuya propuesta puede simbolizarse así: LN => LH => H, en donde, en lugar de suponer un Dios que interviene en los acontecimientos humanos, se adopta como referencia la ley natural (LN). Para permitir la libertad del hombre respecto de sus semejantes, se busca un gobierno a través de las leyes humanas (LH), siempre y cuando éstas sean compatibles con la ley natural. De lo contrario se podría caer en los excesos de los diversos totalitarismos.

Finalmente, suponiendo una mejora para el futuro, se ha de llegar a una teocracia directa, en la cual el hombre será gobernado por la ley natural, que ha sido explicitada en una forma accesible para todos. Esta vez el símbolo será: LN => H. En donde todo individuo, al intentar adoptar una actitud cooperativa, se orienta por la ley natural (LN) pudiendo liberarse de la influencia perturbadora de otros hombres. Es oportuno mencionar que el autogobierno personal es equivalente al gobierno de Dios sobre su persona, por cuanto se trata de una decisión consciente y voluntaria. Puede hacerse un resumen de estas posibilidades:

H1 => H, LH => H Totalitarismos
D => H1 => H Monarquías (teocracias indirectas)
LN => LH => H Liberalismo (democracia)
LN => H Autogobierno (teocracia directa)

Mientras que los modelos de sociedad propuestos tienden a ser legitimados por la sociología, aun cuando sean establecidos con total ignorancia de las leyes psicológicas que gobiernan las acciones humanas, los modelos de hombre tienden a ser legitimados por la psicología social, que es la rama de la ciencia social que se ocupa preferentemente de las actitudes. Más aún, es posible decir que la labor del científico social se reduce a describir las actitudes básicas del hombre para elegir finalmente la que nos orienta hacia la cooperación.

La actitud, definida como una relación entre respuesta y estímulo, caracteriza a cada individuo y es el vínculo concreto que existe entre individuo y sociedad. Es posible describir las diversas actitudes, en base a una desigual proporción entre individuos, de las cuatro actitudes básicas que cubren todas las respuestas afectivas posibles. Así, supongamos que alguien sufre un accidente: alguien compartirá ese dolor (amor), alguien se alegrará (odio), otro será indiferente (egoísmo) mientras que a otro nada le interesa (negligencia). Estas actitudes básicas responden a las dos tendencias principales que orientan nuestras acciones: cooperación y competencia. Eligiendo a la primera, se elige la tendencia cooperativa, el autogobierno y la teocracia directa antes mencionada.

Todo parece indicar que las preferencias de la gente se orientan hacia las sociedades que más se acercan al predominio del autogobierno, tal es así que la gente huye (cuando puede) de los regímenes socialistas tratando de refugiarse en los países capitalistas. Incluso los políticos socialistas que buscan refugio en el exterior, casi nunca eligen a Cuba, sino a los EEUU. En cuanto a la mentalidad imperante en las primeras etapas de este último país, Adolf A. Berle escribió: “Se aceptaba perfectamente la idea de que el sirviente honrado debía ser bien pagado y salir de su condición de servidor para elevarse a la de empresario rico. Que el comerciante acumulara una fortuna, está perfectamente de acuerdo con la teoría de que el trabajador era digno de su sueldo, y de que el Señor velaría por la fortuna de sus fieles servidores”.

“Naturalmente, el hecho de hacer dinero no significaba necesariamente que el interesado hubiera sido un verdadero servidor del Señor, pues también el diablo podía ayudar; pero a su debido tiempo los inescrutables procesos de la justicia divina se encargarían de dilucidarlo. Prima facie, la prosperidad debida a la actividad económica, no se consideraba como prueba de culpabilidad. Por el contrario, demostraba más bien que el Señor destinaba a los afortunados a mayores empresas y a más altos servicios”.

“Esto no significaba, sin embargo, que el afortunado, una vez recibida su recompensa, pudiera obrar a su capricho. Por el contrario, cuanto mayor fuera la recompensa, tanto mayor era la obligación. En el acto mismo de recibirse la recompensa por la virtud, era convocado al mayor servicio del más grande ideal, esto es, al servicio de la comunidad con arreglo al sistema de valores a la sazón dominante. La ética protestante no socializaba en lo más mínimo la producción, pero imponía servicios al ingreso y utilidades de una manera raras veces igualada en la historia”.

“Sin duda, no existía una obligación directa en cuanto a lo que había de hacerse con la abundancia derivada de un buen salario o de elevadas utilidades. El principio general era: «Amarás al prójimo como a ti mismo»; y el derecho y los profetas insistían en este corolario del Primer Mandamiento. Era incumbencia de los adeptos del sistema de ética el buscar las circunstancias y la forma en que había de manifestarse ese amor impersonal y altruista” (De “La República económica norteamericana”-Tipográfica Editora Argentina-Buenos Aires 1968).

sábado, 19 de agosto de 2017

Religión de la creencia vs. Religión de la evidencia

A la religión tradicional podemos denominarla como la “religión de la creencia”, ya que proclama que la verdad ha sido confiada por el Creador a algunos elegidos que tienen como misión orientar al resto de los hombres con la sabiduría que de Él proviene. Ese resto deberá abstenerse de indagar por su propia cuenta acerca de esa verdad, por cuanto puede contradecirla, debiendo acatarla bajo el riesgo de un posible castigo eterno en caso de no hacerlo.

La religión de la creencia, o de la fe, tiene varios inconvenientes por cuanto siempre aparecen individuos que aducen ser los “verdaderos” elegidos, por lo cual no existe un criterio, inherente a este tipo de religión, capaz de permitirnos adoptar a uno y rechazar al resto, porque todos dicen cosas similares. Este es un caso análogo al de los políticos, que pronuncian palabras semejantes, pero, mientras unos dicen la verdad, los otros mienten. Sin embargo, mirando lo que hacen los gobernantes, podremos finalmente advertir si dijeron o no la verdad (aunque a veces lo sepamos demasiado tarde), mientras que en el caso de la religión resulta casi imposible advertir la veracidad o la falsedad de las promesas realizadas, especialmente cuando se trata acerca de promesas de ultratumba, no así en el caso de las normas éticas sugeridas.

En nuestra época, el nivel de conocimientos aportado por la ciencia experimental nos permite afirmar, con pocas dudas, que todo lo existente está regido por leyes naturales, y que estas leyes son accesibles, en principio, a la indagación científica. Desde las diminutas partículas fundamentales, hasta los pequeños organismos y el propio ser humano, todo está regido por leyes naturales invariantes. Esta invariancia en el tiempo y el espacio puede advertirse cuando se extrapolan hacia el pasado y hacia lo muy lejano, las leyes de la física, comprobándose que mantienen su validez.

Ello implica que las leyes naturales (como vínculos invariantes entre causas y efectos) constituyen una instancia superior respecto de la cual debe toda religión ser compatible. Aun cuando pueda decirse que la religión tradicional “sólo es verificable en el más allá”, debe tenerse presente que el camino hacia ese “más allá” implica el cumplimiento de mandamientos en el “más acá”. En el caso del cristianismo, los efectos del cumplimiento del mandamiento del amor al prójimo son verificables observando el grado de felicidad logrado.

Al constituir dicho mandamiento una adaptación del hombre a la elemental ley psicológica de la empatía, se observa que resulta compatible con la instancia superior antes considerada. Por ello Cristo indicaba que “por sus frutos los conoceréis”, como criterio para distinguir entre verdaderos y falsos profetas, es decir, el profeta verdadero tiene en cuenta las leyes naturales mientras que el falso profeta no las tiene en cuenta. Jaime Balmes escribió: “Aquí no hay [término] medio: o la religión procede de una revelación primitiva, o de una inspiración de la naturaleza: en uno u otro caso hallamos su origen divino: si hay revelación, Dios ha hablado al hombre; si no la hay, Dios ha escrito la religión en el fondo de nuestra alma. Es indudable que la religión no puede ser invención humana, y que, a pesar de la desfigurada y adulterada que la vemos en diferentes tiempos y países, se descubre en el fondo del corazón humano un sentimiento descendido de lo alto: a través de las monstruosidades que nos presenta la historia, columbramos la huella de una revelación primitiva” (De “El criterio”-Editorial Difusión-Buenos Aires 1952)

Muchos predicadores cristianos parecen ignorar la simplicidad de la empatía, la cual nos permite compartir las penas y las alegrías de los demás como propias. Tal fenómeno psicológico, simple e inmediato, no requiere de una revelación directa desde Dios hacia un enviado. De ahí que, para darle un justificativo al proceso de la revelación, los predicadores aducen que el amor al prójimo implica un proceso mucho más complejo, inaccesible al individuo común y sólo accesible a los “elevados”; los que están vinculados a lo sobrenatural. Por ello establecen luego planteos de tipo filosófico que resultan inaccesibles al hombre común, careciendo de toda utilidad debido a la ambigüedad y oscuridad de sus deducciones.

Cuando en religión se habla de la fe, se sobreentiende que se trata del medio cognitivo para acceder a lo sobrenatural. Rajos Rolda escribe al respecto: “La Fe es el conocimiento cierto y perfecto de lo sobrenatural llevado a cabo por el entendimiento en cuanto inmaterial y divino. El conocimiento sobrenatural es un modo de conocer que excede a las fuerzas de la razón humana; puede darse por la Fe y por visión; concretamente es el orden de la Gracia; por ejemplo, un acto de Fe”.

“La Fe es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha dicho y revelado; es lo que tiene una persona respecto de algo que, a pesar de no estar siéndole evidente, es afirmado con seguridad por ella; comienza por un acto, un acto de conciencia: el de asentir con seguridad, sin ver la razón intrínseca de que ese algo sea verdadero. Opinar y creer son actos esencialmente diferentes; lo primero es una afirmación insegura, con cierto temor a equivocarse; la ausencia de ese temor es esencialmente la Fe” (De “L‘Etat c‘est moi”-Editorial Dunken-Buenos Aires 2008).

Mientras que la religión tradicional requiere de la existencia de una interacción entre el hombre y lo sobrenatural, la religión de la evidencia (o religión natural) no se distingue esencialmente de la ciencia experimental, rechazando la hipótesis de lo sobrenatural por cuanto advierte que no hace falta complicar lo simple. Si tenemos en cuenta que la ciencia experimental describe las leyes naturales, o leyes de Dios, constituye una forma directa de conocer a Dios, a través de su obra. De ahí que, en lugar de suponer la existencia de un Dios que interviene en los acontecimientos humanos y se comunica con algunos hombres a través de lo sobrenatural, supone un mundo ordenado mediante leyes naturales invariantes al cual nos debemos adaptar. Así, el Reino de Dios sobre el hombre es interpretado como el gobierno de Dios a través de las leyes naturales, que se instalará plenamente cuando el hombre se disponga a acatar dichas leyes, es decir, cuando el hombre se decida a compartir las penas y las alegrías ajenas como propias.

A quienes se oponen a la religión natural por cuanto no coincide con sus creencias y opiniones personales, se les puede recordar que tienen todo el derecho a seguir manteniendo y predicando sus ideas. A la vez, se les puede preguntar acerca de cuánto tiempo consideran necesario para hacer que la mayoría de los seres humanos adopten el “mandamiento empático” que permitirá el resurgimiento del hombre. Todo indica que los antagonismos y divisiones que generan las religiones de la fe no tienen solución en ese ámbito, ya que sólo la descripción y el entendimiento de las leyes naturales constituye el camino efectivo y seguro para la supervivencia de la humanidad.

Este planteo resulta inobjetable teniendo presente las propias profecías bíblicas, ya que predicen un cambio importante en el futuro. Si actualmente predomina la religión de la fe y de lo sobrenatural, el cambio importante ha de conducir a la religión de lo evidente y de lo natural. De lo contrario, no ha de haber ningún cambio esencial por lo que tampoco la profecía bíblica ha de ser verdadera (los que promueven la fe en la Biblia no creen entonces en la validez de la profecía apocalíptica por cuanto tampoco creen en el cambio que la ha de justificar).

El filósofo romano Epicteto advirtió hace varios siglos respecto de la diferencia existente entre el conocimiento puramente contemplativo y aquél que nos sugiere acciones accesibles a nuestras decisiones. Debemos distinguir entre religión moral y religión contemplativa. La primera implica priorizar nuestra actitud cooperativa mientras que la segunda implica priorizar nuestra actitud cognitiva. Incluso se ha llegado al extremo de considerar que la virtud del creyente está asociada a la postura filosófica adoptada en lugar de vincularla al cumplimiento de los mandamientos. Se puede ser creyente sin cumplir con los mandamientos, mientras que se puede ser no creyente y cumplir con ellos. Jaime Balmes escribió: “Son muchas y muy varias las religiones que dominan en los diferentes puntos de la Tierra: ¿sería posible que todas fuesen verdaderas? El sí y el no, con respecto a una misma cosa, no puede ser verdadero a un mismo tiempo. Los judíos dicen que el Mesías no ha venido, los cristianos afirman que sí; los musulmanes respetan a Mahoma como insigne profeta, los cristianos le miran como solemne impostor; los católicos sostienen que la Iglesia es infalible en puntos de dogma y de moral, los protestantes lo niegan; la verdad no puede estar por ambas partes, unos y otros se engañan. Luego es un absurdo decir que todas las religiones son verdaderas”.

Desde el punto de vista de la religión natural se sostiene que el resurgimiento moral del hombre no sólo requiere del conocimiento y acatamiento de la ley natural, sino también de una decidida búsqueda de una mejora intelectual, ya que la predisposición a mantener nuestra mente ocupada con pensamientos importantes, deja poco tiempo y lugar para el pensamiento superfluo e incluso negativo hacia los demás. De ahí que el amor a Dios puede interpretarse, no como un proceso empático similar al destinado a los demás seres humanos, sino como “el amor intelectual de Dios” propuesto por Baruch de Spinoza.

El predominio de la religión moral sobre la religión contemplativa implica un todo coherente con la ética y con las ciencias que estudian al hombre. Jaime Balmes escribe al respecto: “Las ideas morales no se nos han dado como objetos de pura contemplación, sino como reglas de conducta: no son especulativas, son eminentemente prácticas: por esto no necesitan del análisis científico para que puedan regir al individuo y a la sociedad. Antes de las escuelas filosóficas había moralidad en los individuos y en los pueblos”.

“Así, pues, al entrar en el examen de la moral, es preciso considerar que se trata de un hecho; las teorías no serán verdaderas si no están acordes con él. La filosofía debe explicarle, no alterarle; pues no se ocupa de un objeto que ella haya inventado y que puede modificar, sino de un hecho que se le da para que lo examine. Por ese motivo, los elementos constitutivos de las ideas morales es necesario buscarlos en la razón, en la conciencia, en el sentido común. Siendo reguladores de la conducta del hombre, no pueden estar en contradicción con los medios perceptivos del humano linaje: debiendo dominar en la conciencia, han de encontrarse en la conciencia misma”.

“La razón, el sentido común, la conciencia, no son exclusivo patrimonio de los filósofos: pertenecen a todos los hombres, por lo que la filosofía moral debe comenzar interrogando al linaje humano, para que de la respuesta pueda sacar qué es lo que se entiende por moral o inmoral, y cuáles son las condiciones constitutivas de estas propiedades” (De “Ética”-Editorial TOR-Buenos Aires 1947).

jueves, 17 de agosto de 2017

1917-2017 Centenario de la Revolución Rusa

La palabra “revolución”, en el ámbito de la política, da la idea de un cambio abrupto desde un despotismo hacia alguna forma democrática, o bien desde una democracia hacia alguna forma de despotismo. De ahí que la Revolución Rusa, en este sentido, parece haber constituido un cambio desde un despotismo monárquico a uno totalitario, con pocas variantes para quienes los debieron padecer.

La mayor parte de la población rusa anhelaba mejoras sociales ante la opresión del sistema monárquico de los zares; ambición que fue traicionada por Lenín y sus seguidores en forma semejante a la traición que sufrió el pueblo cubano unos cuarenta años después, cuando es sometido por un totalitarismo bastante peor que la dictadura de Fulgencio Batista. Recordemos que la Revolución Cubana tuvo mucho apoyo inicial por cuanto se aspiraba a derrocar esa dictadura y no a instalar el comunismo.

Una revolución comunista implica que el proletariado (los que trabajan junto a sus hijos) se rebela contra la explotación laboral de la burguesía (los dueños de los medios de producción), tal la impulsada por el marxismo. Sin embargo, en la Rusia anterior a la revolución, no existía un sistema capitalista sino un sistema similar a un feudalismo. Por ello, la “revolución comunista” de Rusia, no fue revolución (sino un cambio de despotismo), ni fue comunista, tal como el marxismo-leninismo ha intentado hacer creer para exaltar las aptitudes proféticas de Marx. Y cuando existe un capitalismo desarrollado, no hace falta ninguna revolución. Alan Moorehead escribió: “Inclusive al presente, en un mundo familiarizado con los dictadores y las camarillas gobernantes, es un poco difícil comprender plenamente cuán absoluto era el poder de los zares rusos cuando nació Nicolás en 1868. El Zar ocupaba su puesto como jefe de Estado con la misma naturalidad con que un padre asume la responsabilidad por su familia, y la idea del derecho divino de los reyes era algo más que una supervivencia de la época medieval; era un dogma en el que se creía apasionadamente, y no sólo la familia imperial misma. Para la gran mayoría del pueblo ruso ajeno a la corte era también un dogma tan inalterable y absoluto como el Manifiesto Comunista y la tesis de Lenín lo han sido posteriormente para los bolcheviques”.

“La tradición mogólica sobrevivía todavía con gran fuerza en la década de 1860 y la naturaleza misma de los rusos –la indolencia y pereza de los campesinos y la falta de cultura entre la nobleza- puede haber hecho inevitable que hubiera un gobernante central y que tuviera que gobernar mediante la fuerza y la violencia. Se podría decir, por supuesto, que ese atraso les fue impuesto a los rusos por la fuerza, que fue una tiranía de los zares la que convirtió a la mayoría de ellos en una raza de esclavos anónimos, pero no por eso dejaba de ser cierto que se trataba de un Estado que servía de presa al Zar y a un pequeño grupo de nobles y burócratas que lo gobernaban en su beneficio exclusivo”.

“El campesino era un siervo que no podía tener otra ambición que la de morir temprana y pacíficamente o sobrevivir con un mínimo de trabajo, impuestos, hambres y palizas. El grupo gobernante poseía toda la riqueza, gozaba de todos los privilegios y monopolizaba todo el poder político, y no se proponía ceder ninguna de sus prerrogativas. Consideraba que los campesinos (alrededor del 95% de la población) eran poco más que animales a los que no se podía confiar la menor responsabilidad” (De “La Revolución Rusa”-Ediciones Peuser-Buenos Aires 1959).

La abolición de la propiedad privada de los medios de producción (y a veces de todo tipo de propiedad), propuesta tanto por el marxismo como por los socialismos utópicos, al ser impuesto contra la voluntad de gran parte de la población (como lo propone el marxismo) despierta rechazos y genera conflictos que sólo pueden ser sofocados mediante un régimen de terror. La uniformidad requerida por la planificación estatal de la economía anula las metas y libertades individuales, surgiendo un sistema similar al de una cárcel a la cual sólo puede adaptarse un pequeño sector de la sociedad.

Los diversos personajes al mando del régimen socialista imponían sus criterios personales hasta que, finalmente, al acceder una persona normal, que pretendía abolir el terror, el sistema se disuelve. Leonid Gosman escribió: “No ser amado por su pueblo fue también un mérito de Gorbachov. El régimen «orwelliano» que primaba en la URSS, exigía que el pueblo amara a sus dirigentes. Terror, miedo y amor, no eran términos antagónicos. Se amaba al dirigente porque se le temía a causa del terror. Desapareciendo el terror y el miedo, desaparecía el amor” (Citado en “El orden del caos” de Fernando Mires-Libros de la Araucaria SA-Buenos Aires 2005).

Bajo el dogma del “derecho que otorga la historia”, las etapas del socialismo soviético estuvieron ligadas a las distintas personalidades que lo gobernaron y fueron resumidas en una ficción popular. Fernando Mires escribió: “La imaginación popular resolvió el problema de la periodización con un chiste que es más o menos así: a un tren le es imposible continuar debido a que faltan rieles. ¿Qué hace Lenin? Decreta un domingo rojo voluntario a los soviets a fin de construir más rieles. ¿Qué hace Stalin? Deporta a un pueblo, lo hace construir rieles y después manda fusilar a todos con el fin de que «el imperialismo» no se entere de que en la URSS faltaban rieles. ¿Qué hace Kruschev? Ordena poner los rieles de atrás, adelante. Y al regresar, lo mismo. ¿Qué hace Breznev? Ordena cerrar las cortinas de los vagones y que los pasajeros se muevan hacia atrás y adelante como si el tren estuviera funcionando. ¿Qué hace Gorbachov? Abre una ventana y grita desesperado ¡No hay rieles! ¡No hay rieles!....Me han contado que el chiste continuó: ¿Qué hace Yelsin? Pues, vendió el tren para comprar rieles”.

En cuanto a los lemas, o paradigmas, salientes en cada periodo, el mencionado autor escribe: “Si hubiera que buscar una fórmula clave para designar el sentido de las reformas propuestas originariamente ella es: informática + democratización o, en la terminología de Gorbachov, Perestroika + Glasnost. Esa fórmula buscaba expresarla Gorbachov en otra, aún mucho más llamativa: La Segunda Revolución, que es precisamente el subtítulo de su libro escrito en 1987: Perestroika. La primera revolución era naturalmente la de octubre de 1917. La de Gorbachov y una fracción bastante numerosa del PCUS [Partido Comunista de la Unión Soviética], buscaba establecer continuidad con la primera, y cumplir el sueño leninista-estalinista-kruscheviano de desarrollar las fuerzas productivas y transformar la Unión Soviética en una potencia moderna”.

“En este sentido la fracción gorbachiana no se apartaba un ápice de la ideología modernizadora de sus principales predecesores. No olvidemos que para Lenín el socialismo era electrificación + soviets. Para Stalin había sido Gulag + industria pesada. Para Kruschev era conquista del espacio + bomba atómica. En esa carrera loca para emular al enemigo, al «capitalismo imperialista», sólo la era de Breznev echaba a perder el juego, pues su política no estaba dirigida a desarrollar las fuerzas productivas, como al mantenimiento precario del orden establecido”.

“Es por eso que en sus primeros momentos, los cañones ideológicos de Gorbachov estaban dirigidos no contra el estalinismo, sino contra el periodo Breznev, bautizado como la estagnación, lo que en cierto modo implicaba una justificación ideológica indirecta del estalinismo. Y en efecto: la ideología del bolchevismo, aún presente en los años ochenta, podía tolerar los crímenes de Stalin y Lenín, pero no la falta de «crecimiento económico». Debido a esa razón, la constatación del principal asesor económico de Gorbachov, Abel Aganbegian, relativa a que el último plan económico (1981-1985) arrojaba un saldo de cero, no podía sino constituir un escándalo político en el interior de la «Nomenklatura». El desarrollo de las fuerzas productivas era, entre otros puntos, parte de la racionalidad interna del marxismo soviético; «la guerra económica» que, a fin de cuentas, debía de ser tanto o más decisiva que la política o la militar frente al «mundo capitalista»”.

Puede decirse que la política adoptada desde la Revolución fue una política maquiavélica, ya que a los gobernantes sólo les interesaba el poder y muy poco el bienestar de la población. Ello se debió a dos factores principales: a la búsqueda de objetivos colectivos (en lugar de individuales) y a la persistente competencia con el enemigo (el capitalismo). Sin embargo, la mayor crítica hacia el capitalismo, realizada por los socialistas, implica justamente su característica competitiva, sin advertir que la competencia en el mercado es una competencia para una mejor cooperación con el consumidor. De ahí que puede hacerse la siguiente síntesis: URSS = Poder + Terror + Expansión imperialista

La instauración del socialismo en Rusia se debió a varios factores, como el deterioro de al imagen de la monarquía zarista en épocas de la Primera Guerra Mundial, cuando los consejos del trastornado monje Rasputin, sobre la supersticiosa esposa del zar, influían en forma alarmante sobre los destinos de la nación. También los revolucionarios tuvieron un fuerte apoyo de Alemania, por cuanto a ese país, en guerra contra Rusia y otros países, esperaban la retirada de las tropas rusas de esa guerra.

También influyeron los errores cometidos por los sectores rivales a Lenín, luego de la caída del gobierno zarista, como fue el caso de Alexandre Kerensky. Al respecto, Fabio V. X. Da Silveira escribió: “La personalidad y la vida de Kerensky se podrían resumir así: un sofisma para encubrir una traición. El sofisma: el mejor medio de desarmar al adversario es destruir su agresividad, y el mejor medio para destruir la agresividad consiste en atenderle indefinidamente sus exigencias. Así es que, jefe del gobierno ruso después de la caída del zarismo, Kerensky representó frente al comunismo una política de sucesivas concesiones. Fortalecidos gradualmente los bolcheviques por estas concesiones, aconteció lo inevitable: acabaron siendo lo suficientemente fuertes como para derribar a Kerensky y lo derribaron”.

“Socialista y enemigo acérrimo del régimen imperial, participó activamente en la Revolución de marzo de 1917 que obligó al Zar Nicolás II a abdicar. Al formarse el primer gobierno provisional, Kerensky es nombrado Ministro de Justicia. El 20 de julio del mismo año, asume el Poder como Primer Ministro con facultades dictatoriales”.

“Existía en esta ocasión gran divergencia entre las distintas corrientes izquierdistas. Los bolcheviques, cuyo líder era Lenín, son los más extremistas entre los socialistas, que en marzo tenían una fuerza enorme, pero que entonces estaban en completo desprestigio. Ninguno de sus periódicos circulaba, por el hecho de negarse a imprimirlos las tipografías. Sus principales líderes estaban fuera de acción: Lenín vivía prófugo, Trotsky y Stalin estaban presos”.

“Kornilov, general de gran prestigio y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, considerado como hombre de derecha, se dispuso a liquidar por completo el bolchevismo. Era la última oportunidad para hacerlo. Con toda razón acusa a Lenín del crimen de traición y propone un plan enérgico de acción. Kerensky, el socialista moderado, tenía reservas en cuanto a la posición ideológica de los bolcheviques, pero repudia la propuesta radical de Kornilov. Acaba indisponiéndose con éste y lo encarcela. Más o menos simultáneamente –la mayor de las incongruencias- pone en libertad a una serie de presos políticos de Siberia, entre los cuales se encontraba Stalin. Por concesión a los socialistas avanzados proclama la república. Casi enseguida Lenín vuelve a Rusia y el bolchevismo comienza a crecer de nuevo en prestigio. Kerensky inicia su decadencia política, víctima de su pusilanimidad. O de su connivencia….” (De “Frei, el Kerensky chileno”-Ediciones Cruzada-Buenos Aires 1968).

martes, 15 de agosto de 2017

Asociacionismo en psicología

Todo razonamiento implica una asociación de ideas mientras que las ideas están materializadas en imágenes mentales que llevamos depositadas en nuestra memoria. Este proceso elemental lo compartimos con otras especies del reino animal, lo que puede comprobarse en el caso de los animalitos domésticos, si bien existe una diferencia esencial por cuanto el animal relaciona lo que observa con lo que tiene en su memoria, mientras que el ser humano, además, puede relacionar información ubicada en distintos sectores de su memoria sin que esté involucrada información captada por los sentidos. Michel Denis escribió: “Esta escuela filosófica [asociacionista], en estrecha relación con el empirismo inglés de Locke y Hume, se basa en la convicción de que los acontecimientos de la vida mental provienen, más o menos directamente, de los sentidos. Las «ideas» son imágenes mentales que, con distintos grados de precisión, reproducen o representan sensaciones. Así pues, la imagen es un elemento esencial del pensamiento. La doctrina asociacionista explica el funcionamiento del espíritu humano mediante el establecimiento más o menos mecánico de relaciones entre las unidades mentales, que son las imágenes” (De “Las imágenes mentales”-Siglo XXI de España Editores SA-Madrid 1984).

El asociacionismo surge con Aristóteles y tiene una influencia duradera, si bien ha sido ampliado convenientemente. A manera de síntesis, Emilio Mira y López enuncia sus leyes básicas:

a- Ley de asociación por simultaneidad o continuidad temporal: Esta ley afirma que todos los contenidos psíquicos que han impresionado conjuntamente, o en rápida sucesión, nuestra conciencia tienden a ser más tarde evocados conjuntamente, o sea, que el recuerdo de uno cualquiera de ellos hace surgir los demás. Así, por ejemplo, el olor de una flor nos recuerda su imagen visual, el sonido de una campana nos evoca una iglesia o la misa, la vista de un despertador nos hace pensar en el esfuerzo matutino para acudir puntualmente al trabajo, etc.

b- Ley de la asociación por continuidad o contigüidad espacial: Según esta ley, los contenidos psíquicos correspondientes a objetos que han aparecido juntos o muy próximos en el espacio tienden a evocarse recíprocamente. Esto significa que dos cosas o personas que hemos visto en una misma área o sector del espacio quedan conectadas en nuestra mente de tal modo que la imagen de una nos hace pensar en la otra. Por ejemplo, la vista del mar, o su recuerdo, nos hace pensar en barcos, en peces o en gaviotas, la imagen de la Luna nos recuerda involuntariamente a Venus, a Pierrot, o a una pareja de enamorados (es claro que en este último caso la distancia real que separa las imágenes asociadas es muy grande, mas no lo es la distancia aparente).

c- Ley de la asociación por semejanzas o contrastes de forma: Todo cuanto se parece exteriormente o cuanto, inversamente, es opuesto externamente (y por ende puede ser complementario) tiende a evocarse de un modo conjunto. Así, objetos cuyo tamaño, color, forma o consistencia son semejantes, pueden aparecer seguidamente en nuestra conciencia, aun cuando no lo deseemos en ese momento. Pero también quedan asociados los objetos opuestos en su forma. En este caso la asociación se llama «contraste». Así, por ejemplo, la imagen de lo blanco nos hace pensar en la imagen de lo negro, del mismo modo como la imagen o la presencia de un pañuelo rojo nos hace pensar en la sangre.

d- Ley de asociación por semejanzas o contrastes de significado: Todo cuanto posee significados similares u opuestos tiende a ser evocado conjuntamente, aun cuando no se haya presentado con apariencias de semejanza o contraste ni haya estimulado nuestra mente por su proximidad en el tiempo o en el espacio. Sin duda esta ley es tanto más válida cuanto mayor es el desarrollo mental del individuo y cuanto mayor es su cultura y su poder de abstracción, pues a medida que progresamos y evolucionamos mentalmente nos vamos desprendiendo cada vez más de lo que podríamos denominar recursos ingenuos o primarios del pensamiento y vamos diferenciando la forma o apariencia de la sustancia o esencia de los objetos e imágenes reales.

Así, para un niño de 3 o 4 años o para un salvaje, la imagen o la presencia de una antena, por ejemplo, evocará la de un bambú, la de un poste o, quizás, la de un extraño arbusto, mientras que para un adulto civilizado evocará una conversación radiofónica, un programa de televisión, etc., del propio modo, si un niño o un salvaje oyen ruidos de un telégrafo Morse pensarán en algún animal escondido, pero no asociaran tales ruidos con un mensaje del hombre. (De “El pensamiento”-Editorial Kapeluz SA-Buenos Aires 1966).

El asociacionismo se amplía significativamente al considerar el vínculo existente entre causas y efectos, y también cuando existe cierta correlación de sucesos (vínculo frecuente pero no causal). La conocida experiencia de Iván Pavlov con el perro que escucha una campana cuando recibe comida y segrega saliva aun cuando no reciba comida y sólo escucha la campana, es una evidencia más del fenómeno asociativo.

Pero el pensamiento humano no se limita sólo a relacionar imágenes, ya que también puede relacionar símbolos, como es el caso de los números y de otros entes matemáticos. Así como todo ser humano asocia diversas imágenes en función de sus atributos, en el sentido antes indicado, es posible que también asocie diversos símbolos en función de los atributos propios que los caracterizan. Así como es posible encontrar leyes que rigen los pensamientos en base a imágenes (como las mencionadas), es posible encontrar leyes que rigen los pensamientos del tipo “verdadero” o “falso”, conocidas como lógica simbólica.

Es oportuno mencionar el hecho de que, en algunas personas, predomina netamente el razonamiento en base a imágenes mientras que en otros predomina el razonamiento en base a símbolos. Henri Poincaré lo advierte en el caso de los matemáticos: “Es imposible estudiar las obras de los grandes matemáticos, y aun las de los pequeños, sin observar y sin distinguir dos tendencias opuestas o, más bien, dos clases de espíritus enteramente diferentes. Unos están preocupados, ante todo, por la lógica; al leer sus trabajos, se siente la tentación de creer que no han avanzado sino paso a paso, con el método de un Vauban que lleva adelante sus trabajos de acceso a una fortaleza, sin abandonar nada al azar. Los otros se dejan guiar por la intuición y, desde el primer momento, hacen conquistas rápidas, pero a veces precarias, como osados caballeros de vanguardia”.

“No es la materia que tratan la que les impone uno u otro método. Si de los primeros se dice, a menudo, que son analistas, y si se llama geómetras a los otros, esto no impide que unos permanezcan analistas aun cuando estudien geometría, mientras que los otros son todavía geómetras, aun cuando se ocupen de análisis puro. Es la propia naturaleza de sus espíritus quien los hace lógicos o intuitivos, y no pueden despojarse de ella cuando abordan un asunto nuevo”. “Tampoco es la educación quien ha desarrollado en ellos una de las dos tendencias y ha sofocado a la otra. Se nace matemático, pero no se llega a serlo, y parece también que se nace geómetra o que se nace analista”.

“Mientras habla, Bertrand está siempre en acción; ora parece discutir con algún enemigo exterior, ora dibuja con un ademán las figuras que estudia. Evidentemente, él ve y trata de describir; por eso llama al ademán en su auxilio. Con Hermite ocurre todo lo contrario; sus ojos parecen huir del contacto con el mundo. No es fuera, es dentro donde busca la visión de la verdad” (De “El valor de la ciencia”-Espasa-Calpe Argentina SA-Buenos Aires 1947).

Tanto el pensamiento en base a imágenes como el establecido en base a símbolos deben disponer de información grabada en la memoria. Incluso el especialista necesita disponer de una memoria artificial constituida por su biblioteca personal. Es frecuente escuchar que Internet permite disponer de una memoria artificial colectiva que hace innecesarias las bibliotecas personales; incluso se exagera diciendo que Internet debe proveer el conocimiento y que el docente sólo debe acompañar el proceso de aprendizaje. Sin embargo, toda memoria artificial ha de cumplir eficazmente su función si se trata de una memoria “manejable” por el individuo, es decir, que puede lograr suficiente conocimiento de ella y que puede existir parcialmente en su memoria natural. El problema de Internet es que, al ser tan amplia, resulta poco manejable, al menos para el estudiante o el profesional poco adaptado.

Las operaciones que realiza la mente, para establecer el razonamiento, han de ser las mismas tanto si se trata de asociar imágenes como de asociar símbolos. De ahí que, en el caso de las imágenes disponemos de una operación básica que podemos denominar AGRUPAR, que implica una selección, por nuestra parte, de la información que habremos de llevar en la memoria y, además, de un agrupamiento interno espontáneo. Los agrupamientos neuronales se caracterizan por la activación de las neuronas vecinas cuando ha sido activada alguna de ellas en forma individual. Esto implica que la conversación o la lectura, sobre un tema en especial, tenderán a hacer surgir la respectiva información que llevamos depositada en la memoria.

La segunda operación ha de ser la de COMPARAR, la que nos permitirá establecer el proceso básico de “prueba y error”, típico de todo proceso evolutivo y de todo sistema complejo adaptativo, como es el hombre. Tanto el proceso del conocimiento como el de la creatividad son orientados por la propuesta personal de ciertas hipótesis que podrán ser comparadas con el objetivo a lograr, o a describir. Mientras que los animales pueden comparar las imágenes que se les presentan con aquellas que guardan en la memoria, como en el caso del reconocimiento de rostros y personas, el ser humano tiene la posibilidad de comparar diversas imágenes situadas en su memoria aun sin la presencia de ninguna imagen percibida por sus sentidos durante el proceso del razonamiento.

La asociación de ideas no es otra cosa que la comparación entre imágenes y símbolos ya existentes en la memoria. El conocimiento implica información acumulada que ha sido seleccionada en forma conveniente por cada individuo. Si esa información en fidedigna y compatible con la realidad, el individuo que la posee dispondrá de las mejores condiciones para continuar incrementado su nivel de conocimientos. De ahí que las estrategias educativas deben priorizar la transmisión de conocimientos por parte del docente en lugar de intentar que el alumno lo logre por sus propios medios durante las etapas estrictamente formativas. Sin este aporte del docente, el proceso del aprendizaje se verá truncado o bien limitado a las aptitudes y voluntades individuales hacia el autoaprendizaje.