domingo, 21 de mayo de 2017

Irracionalismo en la universidad

El alumno que ingresa a una facultad de humanidades se ilusiona con recibir conocimientos importantes en la rama de estudios que haya elegido. Sin embargo, a veces no advierte que lo que allí se enseña es una versión sofistica de subjetivismo y de relativismo cognitivo que poco o nada tiene que ver con el concepto de “universidad”, palabra que en cierta forma nos induce a creer que no sólo es un lugar en donde se imparte un conocimiento completo sobre gran parte de la realidad sino que también tendrá una validez universal. Algunos considerarán posteriormente que han sido estafados en sus esperanzas y otros se amoldarán a la mentalidad reinante, posiblemente engañados por el medio formativo en el que están insertos. Mario Bunge escribió: “Hasta mediados de la década de 1960, quien quisiera dedicarse al misticismo o al pensamiento marginal, al fraude intelectual o al antiintelectualismo, tenía que hacerlo fuera de las sagradas arboledas de la academia. Durante casi dos siglos antes de esa época, la universidad había sido una institución de aprendizaje superior, donde las personas cultivaban el intelecto, se dedicaban al debate racional, buscaban la verdad, la aplicaban o la enseñaban lo mejor que sabían”.

“De vez en cuando, se descubría algún traidor en uno de esos valores, pero inmediatamente se lo desactivaba por el ridículo o el ostracismo. Y acá o allá, algún profesor, una vez que tenía asegurado su puesto, se negaba a aprender nada nuevo y se convertía así, rápidamente, en obsoleto. Pero era rara la vez que un retraso era mayor de un par de décadas, solía conservar su capacidad para participar en un debate racional y para distinguir entre lo que es genuino conocimiento y el mero disparate, y no se le ocurría proclamar la superioridad de las tripas sobre el cerebro o del instinto sobre la razón, salvo que fuera un filósofo irracionalista, claro está”.

“Ahora ya no es así. Durante las tres décadas pasadas, aproximadamente, muchas universidades se han visto infiltradas, aunque no atrapadas, por los enemigos del rigor conceptual y de la evidencia empírica: los que proclaman que no hay una verdad objetiva (de ahí el «todo vale»); los que hacen pasar la opinión política como ciencia, y los que se dedican a una falsa erudición. No se trata de pensadores heterodoxos originales: simplemente ignoran e incluso desprecian por completo el pensamiento riguroso y la experimentación”.

“No son incomprendidos Galileos castigados por los poderes establecidos por proponer teorías o métodos atrevidos y nuevos. Por el contrario, hoy en día a muchos haraganes e impostores intelectuales se les ha dado empleos permanentes, se les ha permitido enseñar basura en nombre de la libertad de cátedra, y ven publicados sus escritos falsos, incluso carentes de sentido, en revistas académicas y editoriales universitarias de acrisolado prestigio. Más aún, muchos de ellos han adquirido poder suficiente para censurar la genuina erudición académica. Han introducido un caballo de Troya en la ciudadela académica con la intención de destruir la cultura superior desde dentro”.

“Los enemigos académicos de la propia «raison d'être» de la universidad, que no es otra cosa que la búsqueda y difusión de la verdad, pueden agruparse en dos bandos: los anticientíficos, que con frecuencia se llaman «posmodernos», y los seudocientíficos. Los primeros enseñan que no hay verdades universales ni objetivas, mientras que los seudocientíficos académicos introducen de contrabando conceptos borrosos, conjeturas extravagantes o incluso ideología como si fueran descubrimientos científicos. Ambas bandas actúan bajo la protección de la libertad de cátedra y a menudo también a costa del contribuyente. ¿Deben continuar utilizando estos privilegios, extraviando a incontables estudiantes y abusando de los fondos públicos para calumniar la búsqueda de la verdad, o deben ser expulsados del templo de la enseñanza superior?” (De “La relación entre la sociología y la filosofía”-Editorial EDAF SA-Madrid 2000).

Entre los “pecados” intelectuales de mayor peligrosidad encontramos el subjetivismo y el relativismo cognitivo, principios que se oponen a la existencia de una verdad objetiva, que ha de ser la finalidad a lograr, mientras nos conformamos con acercarnos paulatinamente hacia ella. El citado autor agrega: “En el curso de las últimas décadas han reaparecido en filosofía y en ciencias sociales dos antiguas tendencias que creíamos enterradas por la Revolución Científica del siglo XVII. Ellas son el subjetivismo y el relativismo. Según el primero, no hay hechos objetivos: nosotros mismos somos autores, individual o colectivamente, de todo cuanto ocurre. Todo sería subjetivo, cada cual o cada grupo tendría su propio mundo: no habría un mundo compartido por todos. Conforme al relativismo, tampoco hay verdades objetivas: lo que tú crees es tan cierto como lo que yo creo. Todo sería relativo, todo daría igual, todo valdría”.

“En general, casi todos los científicos admiten, explícita o tácitamente, que las teorías y sus constituyentes son construidas, pero sólo los subjetivistas sostienen que también los hechos mismos son construidos”. “Si los hechos y las teorías fuesen lo mismo, no podríamos utilizar ningún hecho para poner a prueba las teorías, y ninguna teoría serviría para guiar la búsqueda de nuevos hechos. Puesto que los auténticos científicos ponen a prueba sus teorías contrastándolas con los hechos a que ellas se refieren, y a menudo las usan para explorar la realidad, es falso que no haya diferencias entre hechos y teorías”.

“Está de moda declararse «constructivista», o sea, sostener que los hechos sociales e incluso naturales son «construcciones sociales». Por ejemplo, se habla de la «construcción social de la realidad»…..Semejante subjetivismo colectivista es muy cómodo porque, en lugar de estudiar los hechos mismos y las ideas que animan a los actores sociales o a los intelectuales, uno puede limitarse a estudiar textos o inscripciones. Siguiendo a Heidegger, Derrida ha llegado a afirmar que nada existe fuera de algún texto. El significado y el valor de verdad de las afirmaciones (datos e hipótesis) contenidos en dichos textos no les interesan a estas gentes. (Me resisto a llamarlos filósofos, porque el auténtico filósofo procura expresarse con claridad y buscar la verdad)”.

“Los constructivistas han reemplazado el concepto de descubrimiento por el de construcción social. Colón y Vasco da Gama, Faraday y Cajal, y todos los demás infelices que creían haber descubierto algo importante habrían sido víctimas de engaños: no hicieron sino participar de alguna «construcción social». La vieja fórmula de Schopenhauer, «El mundo es mi representación», no ha variado mucho. Ahora es «El mundo es nuestra construcción»”.

“Los relativistas no creen en la verdad, y por ello no debe extrañar que no la busquen. Sin embargo, creen en sus propios dogmas, sin advertir la paradoja del relativismo: si el relativismo es verdadero, entonces es falso, ya que no es sino un producto efímero de un grupo social transitorio. Siendo así, ¿por qué habríamos de aceptarlo el lector y yo, si pertenecemos a una tribu diferente de la de los relativistas?” (De “Elogio de la curiosidad”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1998).

El oscurantismo de las humanidades comienza con Kant cuando sostiene que la ciencia y la razón son ineficaces para describir el comportamiento del hombre. Luego aparece la dialéctica hegeliana con su extraña lucha de los opuestos. Finalmente surge el posmodernismo como la meta final de la irracionalidad (suponiendo que en el futuro no ha de aparecer algo peor). Mario Bunge escribió: “El posmodernismo es la última ola del romanticismo. Está de moda en parte porque las ilusiones y promesas de mi generación no han sido cumplidas, y en parte porque es la puerta ancha. En efecto, la flojera es más fácil que el rigor, y la inacción es más fácil que la acción. Además, el irracionalismo es favorecido por las fuerzas más reaccionarias, las que medran con la ignorancia y la falta de voluntad para atacar los problemas sociales de manera racional y realista. Como dijera Isaac Asimos, es mucho más fácil y menos peligroso condenar la ciencia y la técnica que rebelarse contra el orden social: lo primero sólo exige ignorancia y no pone en peligro la libertad personal ni, aun menos, la vida” (De “Sistemas sociales y Filosofía”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1995).

Da la impresión con que sólo describir actitudes irracionales uno comienza a poner los pies en el mundo de las perturbaciones mentales. Cuando el ciudadano común queda desconcertado por las aplicaciones políticas de las elucubraciones de algunos intelectuales, debe advertir que se trata de personas irracionales por elección, con fuerte formación en el subjetivismo y en el relativismo, y que se oponen firmemente tanto al sentido común como a la ciencia experimental.

Herbert Marcuse, junto a otros filósofos de la Escuela de Frankfurt, advierte que tales intelectuales, junto al delincuente urbano, pueden muy bien colaborar en la destrucción de la sociedad capitalista para promover la instauración del socialismo. Stephen R. C. Hicks escribió: “La primera tarea del revolucionario es ponerse a buscar a esos individuos y esas energías en los márgenes de la sociedad: el paria, el desordenado y el prohibido, cualquier persona y cualquier cosa que la estructura de poder del capitalismo aún no ha tenido éxito de mercantilizar y dominar por completo. Todos esos elementos marginados y desechados serán «irracionales», «inmorales» y hasta «criminales», especialmente según la definición capitalista, pero eso es precisamente lo que el revolucionario necesita”.

“Dada la omnipresente dominación del capitalismo, la vanguardia revolucionaria puede venir sólo de esos marginados intelectuales, especialmente entre los estudiantes más jóvenes, los que son capaces de «vincular la liberación con la disolución de la percepción ordinaria y ordenada» y que, por lo tanto, pueden ver la realidad de la opresión a través de la apariencia de paz,….como para conmocionar la estructura de poder capitalista, de modo que revele su verdadera naturaleza, y así destronar y desplazar el sistema, dejando el camino abierto para una renovación de la humanidad a través del socialismo”.

“El reinado de Marcuse, como el filósofo preeminente de la nueva izquierda, señaló un fuerte viraje hacia la irracionalidad y la violencia entre los izquierdistas más jóvenes. «Marx, Marcuse, Mao» se convirtieron en la nueva Trinidad y el eslogan bajo el cual reunirse. Como fue proclamado en una bandera de estudiantes involucrados en el cierre de la Universidad de Roma: «Marx es el profeta, Marcuse es su intérprete y Mao es la espada»”.

“Si uno es enemigo «académico» del capitalismo, entonces sus armas y sus tácticas no son las del político, el activista, el revolucionario o el terrorista. Las únicas armas posibles de los académicos son las palabras. Y si la epistemología de uno sostiene que las palabras no guardan relación con la verdad o con la realidad, y que no son de ningún modo cognitivas, entonces en la batalla contra el capitalismo las palabras sólo pueden ser un arma «retórica». La epistemología posmoderna se integrará con la política posmoderna” (De “Explicando el posmodernismo, la crisis del socialismo”-Barbarroja Lib-Buenos Aires 2014).

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