martes, 2 de mayo de 2017

Fe vs. Diálogo interreligioso

La fe, como base de la religión, impide que las diversas religiones en conflicto puedan llegar a algún acuerdo ya que todas consideran tener su fundamento en lo sobrenatural. Mientras ninguna se decida a descender al naturalismo, el diálogo será imposible, manteniéndose su influencia generadora de divisiones y conflictos.

Las religiones morales no defienden su superioridad según los resultados alcanzados en la conducta de sus adeptos, por cuanto, pareciera, tal objetivo resulta menos importante que el mantenimiento de los dogmas que sustentan la creencia respectiva. Mientras que el mal gobernante defiende su legitimidad aduciendo el cumplimiento de la ley electoral, en lugar de considerar la eficacia de su gestión, las diversas religiones defienden su legitimidad sobrenatural relegando la efectividad de sus prédicas. W. H. van de Pol escribió: “¿Existe realmente una base común para un diálogo de las religiones pleno de significado y fructífero? Muchos lo negarán, ya sea sobre bases apriorísticas y sin el menor conocimiento real de las religiones que son rechazadas a priori”.

“El impedimento más insuperable de un diálogo es el fenómeno de la ortodoxia. Justamente porque en la religión todo gira alrededor de lo más importante que puede sucederle al hombre, resulta insoportable el pensamiento de que las propias prácticas y convicciones religiosas sean atacables e ineficaces, y dignas de confianza y verdaderas las de los demás”.

“Es evidente que éste es el telón de fondo del fanatismo religioso, las guerras de religión, la persecución de los que no creen lo mismo y la limitación de la libertad religiosa. Todo esto está inspirado, en el fondo, en la autodefensa ante la angustia existencial, por no hallarse realmente seguros y resguardados en la propia religión” (De “El final del cristianismo convencional”-Ediciones Carlos Lohlé-Buenos Aires 1969).

Quien está convencido de la veracidad y eficacia de su propia religión, no temerá las opiniones adversas y lamentará que los opositores no adhieran a la misma, ya que por ello seguirán padeciendo las consecuencias de haber adoptado otras religiones menos eficaces. Este es el caso del absurdo reproche de algunos cristianos contra los judíos por no haber aceptado a Cristo, siendo los principales perjudicados quienes perdieron la posibilidad de orientarse moralmente según el criterio evangélico, aun cuando puedan, dentro de su religión, llegar a comportamientos similares al de los cristianos, ya que esencialmente se trata de una misma religión.

Es esencial reconocer que la religión implica un aspecto cultural y tradicional de los pueblos, y que no deben negarse los derechos a mantener vivas esas tradiciones. Sin embargo, es esencial dejar de lado aquellos aspectos que desvirtúan la esencia y la dignidad del hombre al adoptar posturas marcadamente competitivas. Las religiones producen conflictos en el mismo sentido en que lo hacen los nacionalismos. El citado autor agrega: “Los que han nacido y se han educado en las religiones correspondientes, dudan tan poco de la verdad y de la autoridad de sus libros sagrados como los cristianos de la verdad y la autoridad de la Biblia. En todas las religiones se practica la exégesis de los textos sagrados y sobre ellos ha surgido una doctrina o teología. En todas partes nos encontramos con la ortodoxia y hay concilios para preservar y asegurar la doctrina genuina; en todas partes se encuentra el sectarismo como fenómeno; en todas partes hay un tipo de protestante que hace caer todo el acento en la lectura y meditación del texto santo, y un tipo católico, que deja gran lugar al culto, las devociones y toda clase de prácticas religiosas. Cada una de las religiones mundiales está representada en las universidades de su país por una facultad teológica. En todas las religiones, los entendidos en la doctrina velan por la integridad de la religión, a menudo, en colaboración con el Estado”.

“En ninguno de estos aspectos difiere el cristianismo de las otras religiones. Pero también son las mismas las formas en que se expresa la vida religiosa, tanto individual como de las comunidades: oración y ofrenda, predicación y meditación, adoración y honras. Junto a ello, hay que considerar que, como consecuencia de la actual situación mundial, la secularización creciente y la amenaza de lo que Tillich llama cuasi-religiones [ideologías totalitarias], todas las religiones se encuentran en una crisis de magnitud desconocida hasta ahora, y deben luchar contra problemas semejantes. Tanto en esta situación común en que se hallan todas las religiones como en los múltiples puntos de coincidencia, hay una base común para el diálogo de las religiones. Este diálogo supone una actitud de amor y comprensión para con el prójimo. Sólo donde lleva la voz dominante el interés propio o una actitud vital egoísta, se puede ver un peligro en las demás religiones y considerarse mutuamente como enemigos”.

Uno de los peligros que afronta el conjunto de las religiones es el predominio del relativismo religioso, ya que, al igual que el relativismo cultural, considera la igualitaria validez de todas las religiones, en forma independiente de sus contenidos y de sus resultados, por lo que Cristo dejaría de ser “la verdad, el camino y la vida”, siendo una postura igualmente válida a otras que promueven la guerra contra los infieles o cosas semejantes. Es especialmente en este caso en que se debe dar un paso descendente hacia el naturalismo, verificando la compatibilidad del mensaje religioso con la ley natural que rige todas y cada una de nuestras personalidades individuales.

No deberíamos ignorar que los seres humanos presentamos una actitud característica, o una respuesta típica que define nuestra individualidad. Por medio de tal actitud respondemos de igual manera en iguales circunstancias, al menos en una determinada etapa de nuestra vida. Sin embargo, esa respuesta característica puede cambiar notablemente en función de la influencia social recibida, como en el caso de la educación. La Psicología Social es la rama de las Ciencias Sociales que enfatiza tal concepto.

Si las principales tendencias de nuestra conducta implican la cooperación y la competencia, podemos encontrar ciertos atributos, o componentes afectivas, de nuestra actitud característica, por las cuales respondemos a esas dos tendencias mencionadas. Veremos que existen cuatro respuestas típicas posibles que cubren todas las posibilidades, siendo accesible a nuestras decisiones la elección de una ellas como la predominante.

Supongamos que observamos en la calle un accidente vial. Podemos compartir en ese momento el sufrimiento de los afectados por ese percance. O bien podemos ser indiferentes por cuanto nada tiene que ver con nosotros. O bien podemos alegrarnos que a un extraño le suceda algo malo. O, finalmente, podemos ser indiferentes porque no nos interesa lo que a nosotros mismos nos sucede y mucho menos a lo que les suceda a los demás.

En este caso, observamos que de las cuatro respuestas, sólo la primera responde a la cooperación, la segunda y la tercera a la competencia, y la cuarta a ninguna de ellas, por cuanto implica una indiferencia permanente. La primera respuesta es el amor, por el cual compartimos las tristezas y las alegrías ajenas como propias. La segunda es el egoísmo, por la cual sólo nos interesamos por cada uno de nosotros mismos. La tercera es el odio, por la cual sentimos tristeza por las alegrías ajenas y alegría por las tristezas ajenas. La cuarta sería éticamente neutra y es la indiferencia o negligencia.

El mandamiento cristiano del amor al prójimo nos induce a compartir las penas y las alegrías ajenas como propias, siendo esencialmente una elección entre cuatro actitudes posibles. De ahí que, cuando Cristo afirma la exclusividad y la superioridad de su enseña moral, se basa en la superioridad de los resultados del amor respecto del egoísmo, el odio y la negligencia.

El predominio de la actitud cooperativa en todos y cada uno de los seres humanos, es el objetivo que debemos alcanzar si es que aspiramos a la supervivencia de la especie humana. Resulta ser un mandamiento de origen natural, y no sobrenatural, por lo cual sería oportuna su generalización. Como en realidad a tal mandamiento se le ignora aun dentro del cristianismo, seria oportuno que fuese adoptado por todas las religiones, descartando la situación desagradable de renunciar a su propia religión. Por ser algo proveniente de las ciencias sociales, podría considerarse como un paso adelante que deberían dar todas las religiones.

Adviértase que todos los problemas sociales se deben al egoísmo, al odio y a la indiferencia, y que la única solución posible ha de ser aquella en que, en forma introspectiva, nos preguntamos si estamos intentando compartir las penas y las alegrías ajenas, o bien continuamos buscando nuestros objetivos y deseos sin importarnos lo que les suceda a los demás.

Cuando la economía de un país funciona mal, ello se debe principalmente al egoísmo de quien busca sólo sus ventajas personales, o a la negligencia de quienes poco o nada trabajan, o al odio de quienes difaman a todo aquel que los supera en la posesión de riquezas. La actitud cooperativa, al predominar, beneficiará a todo integrante de la sociedad estando el cambio social orientando por dicho objetivo.

Toda sugerencia ética propuesta se parece a un “pasajero” que debe ser conducido sobre un “vehículo”. Si tal sugerencia queda desligada del “vehículo” correspondiente, tendrá pocas posibilidades de ser aceptada y generalizada. De ahí que la religión tradicional debería ser el “vehículo” necesario e imprescindible para llegar a los resultados deseados. Ante la sencillez de algo tan elemental, accesible a nuestras decisiones y a nuestro entendimiento, no se vislumbra que haya de pasar inadvertido por los diversos sectores, a menos que conscientemente ignoren una ley natural simple y concreta. Ignorar la ley de Dios, o ley natural, implica adoptar una actitud esencialmente antirreligiosa, ya que la religión no es otra cosa que el medio que el hombre tiene para adaptarse a la voluntad aparente implícita en el orden natural, o bien, en el lenguaje tradicional, de adaptarse a la voluntad de Dios.

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