martes, 30 de mayo de 2017

Búsqueda del placer vs. Búsqueda de alegría

Existen pocas dudas acerca de que la felicidad es la finalidad que motiva las acciones de la mayor parte de los seres humanos. Sin embargo, el hombre adopta diversos caminos para alcanzar tal objetivo, siendo los principales el alcance del placer y el de la alegría. Mientras que el placer está asociado a nuestros sentidos y a nuestras comodidades, la alegría está asociada a nuestros sentimientos y emociones que surgen de la interacción con otras personas.

Para distinguir entre ambas tendencias, puede mencionarse el caso de la Madre Teresa de Calcuta, quien descarta completamente el placer y la comodidad personal para buscar “la alegría de darse a los demás”. Esto contrasta con la actitud consumista prevaleciente en las sociedades actuales en las que los individuos tienden a alejarse de los demás para refugiarse en el bienestar personal. La mencionada religiosa escribió: “Los pobres no tienen necesidad de nuestra compasión o de nuestra lástima. Los pobres tienen necesidad de nuestra ayuda y de nuestra asistencia. Es más lo que ellos nos dan que lo que les damos nosotros a ellos”.

“Tengo un recuerdo de los días terribles que atravesamos cuando millones de refugiados escapaban hacia la India. Pedí al gobierno indio que permitiese que algunas religiosas que acudieron de otras partes viniesen a ayudarnos a servir a los refugiados. Pasaron seis meses con nosotras, ofreciendo amor, servicio, ternura y cuidados a quienes los necesitaban. Cuando se fueron, dijeron todas que era mucho más lo que habían recibido que lo que habían podido dar” (De “La alegría de darse a los demás”-Editorial Planeta-De Agostini SA-Barcelona 1995).

Por lo general, se admira a la Madre Teresa por el “sacrificio” que hace por los demás, cuando en realidad logra un elevado grado de felicidad. El altruismo, que implica perjudicarse uno mismo para beneficiar a otros, surge cuando no existe empatía suficiente, y sólo se lo practica por un corto tiempo, mientras que la actitud de compartir las penas y las alegrías de los demás, es una tendencia que perdura en el tiempo.

La persona cuya felicidad depende sólo del placer, tiende a padecer las incomodidades como si fuesen un verdadero sufrimiento. Por el contrario, quien apunta hacia el logro de la alegría compartida, relativiza los efectos de las incomodidades materiales hasta minimizarlas al extremo. Todo parece indicar que es el propio orden natural, a través de la evolución, el que nos ha “propuesto” un camino mejor que otros, por lo que el hombre debe elegirlo mediante sus decisiones. Elegir el mejor camino, el de la alegría compartida, es el que asegurará nuestra supervivencia individual y social, mientras que elegir caminos alternativos nos aleja del sentido de la vida que nos impone dicho orden.

Quienes desconocen las propuestas religiosas, pueden encontrar en las ciencias humanas y sociales una confirmación de las sugerencias que desde la antigüedad provienen de la filosofía y de la religión. Así como la mayor parte de los psicólogos han dedicado sus esfuerzos a solucionar los problemas de salud mental, una minoría se ha dedicado a optimizar el comportamiento de las personas psíquicamente sanas, entre cuyos exponentes puede citarse a Abraham Maslow y Martin E. P. Seligman.

Christian Jarrett escribió: “Friedrich Nietzsche, el filósofo alemán del siglo XIX, dijo: «Lo que no nos mata nos hace más fuertes». Sus palabras serían un lema ideal para la psicología positiva, un movimiento dado a conocer por Martin Seligman, psicólogo de la Universidad de Pensilvania….Seligman se lamentaba de que la psicología se hubiese centrado durante tanto tiempo en los trastornos mentales y abogó por un enfoque positivo en los puntos fuertes y las virtudes de las personas”.

“En la actualidad, la subdisciplina de la psicología positiva tiene su propia revista, una organización internacional y conferencias regulares. La investigación en psicología positiva sugiere que el carácter de las personas se puede reforzar mediante las experiencias adversas (por ejemplo, sobrevivir a un desastre o convivir con una enfermedad). En el campo laboral se ha comprobado que la productividad aumenta cuando los jefes se centran en los puntos fuertes de sus empleados. En el contexto de la terapia, los investigadores han descubierto que resulta beneficioso que los terapeutas se dediquen a los puntos fuertes de sus pacientes y no sólo a sus problemas” (De “50 teorías psicológicas fascinantes y sugerentes”-Art Blume SL-Barcelona 2011).

Debido a que cada individuo tiene una predisposición definida hacia el logro de la felicidad, la psicología positiva busca que todo individuo alcance su nivel superior posible. Seligman escribió: “La búsqueda de la felicidad es un derecho legítimo de todo ser humano. Sin embargo, los datos científicos hacen que parezca poco probable que una persona cambie su nivel de felicidad de forma continua. Los estudios apuntan que cada uno de nosotros tiene un rango de felicidad determinado, al igual que sucede con el peso corporal. Por tanto, igual que quienes hacen régimen casi siempre recuperan los kilos perdidos, las personas tristes no son felices en forma duradera y las personas felices no se sienten tristes de forma duradera. No obstante, las nuevas investigaciones sobre la felicidad indican que ésta puede aumentarse de forma duradera. Además, el nuevo movimiento de la Psicología Positiva muestra que se puede llegar a vivir dentro de los límites más elevados del rango fijo de felicidad…” (De “La auténtica felicidad”-Zeta-Barcelona 2011).

El citado autor se propone desterrar las ideas que tienden a describir toda actitud positiva como compensación de algún sentimiento negativo previamente existente; actitud típica de la psicología tradicional. “Al reflexionar sobre el motivo por el que Eleanor Roosevelt dedicó buena parte de su vida a ayudar a personas de raza negra, pobres y discapacitadas, Doris K. Goodwin llega a la conclusión de que fue «para compensar el narcisismo de su madre y el alcoholismo de su padre». Las motivaciones como obrar con justicia o cumplir con el deber se descartan por ser demasiado básicas; debe existir algún motivo encubierto y negativo que sustenta la bondad si se desea que el análisis resulte académicamente respetable”.

“La doctrina del pecado original es la manifestación más antigua de esta clase de dogma, pero tal idea no ha desaparecido en nuestro estado democrático y secular. Freud arrastró esta doctrina hasta la psicología del siglo XX, al definir toda la civilización –incluida la ética, la ciencia, la religión y el progreso tecnológico modernos- como una defensa compleja contra conflictos básicos relacionados con la sexualidad y la agresividad en la infancia”.

En cuanto al placer y la alegría, Seligman escribió: “El placer es la sensación agradable que resulta de la satisfacción de necesidades homeostáticas como el hambre, el deseo sexual y la comodidad física. La alegría designa los sentimientos agradables experimentados cuando se superan los límites de la homeostasis –cuando hacemos algo que supera lo que éramos antes- en una presentación atlética, una manifestación artística, una acción altruista, una conversación estimulante. La alegría, más que el placer, conduce al crecimiento personal y a la felicidad duradera. ¿Por qué, entonces, la mayoría de la gente busca el placer más que la alegría, aun cuando tiene la posibilidad?” (Citado en “Los nuevos Psi” de Catherine Meyer-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2010).

Cuando se habla de una conversión religiosa, debe señalarse que no es otra cosa que la renuncia a la búsqueda de placer para reemplazarla por la búsqueda de alegría, o la renuncia a una vida estética por la adopción de una vida ética. Sören Kierkegaard las considera incompatibles, de ahí el título de su obra “Enten-Eller” (O lo uno, o lo otro), refiriéndose a la incompatibilidad entre una vida y otra. Pablo Da Silveira escribió: “Kierkegaard quería enfrentar a sus lectores a una opción entre dos caminos divergentes, de los cuales solamente uno conducía a la moralidad. Y lo escandaloso era que, en lugar de pronunciarse desde el principio a favor de esta opción, Sören decidió explorar ambas vías hasta sus últimas consecuencias. Así construyó la imagen literariamente genial de una existencia que era al mismo tiempo inmoral y fascinante”.

“El personaje que creó Kierkegaard para describir la vida que se aparta de la moral se llama Juan el Seductor. Juan es un mujeriego refinado e inescrupuloso que sale a la caza de jovencitas y las incita a vivir aventuras perfectas. Su objetivo es «vivir estéticamente», es decir, vivir en una continua búsqueda de experiencias y de sensaciones, manteniéndose en un eterno presente que no se preocupa del tiempo. Se trata de ir de lo interesante a lo interesante, de sumergirse en el ahora, de disolver la vida en una serie de instantes agradables e inconexos. El seductor desconoce el compromiso y la responsabilidad. Busca permanentemente lo nuevo y, cuando lo que tiene entre manos pierde novedad, pasa rápidamente a otra cosa”.

“La otra respuesta consiste en lo que Sören llamaba la «vida ética», cuyo representante, el juez Wilhelm, nunca alcanzó la fama de su rival. «Vivir éticamente» significa vivir con el propósito de construir una vida moralmente buena. Por eso, el hombre que vive éticamente mira su vida como una unidad y se preocupa de su coherencia. Tiene que darse buenas explicaciones acerca de lo que ha hecho y tiene que hacer de su vida una historia con sentido” (De “Historias de filósofos”-Alfaguara-Buenos Aires 1997).

Las actuales sociedades en crisis están constituidas por individuos que están bastante más cerca de una vida estética que de una vida ética. La búsqueda del placer y del ocio, bajo las ideas del posmodernismo y del relativismo moral, y el rechazo de una ética y una finalidad objetivas, impuestas por el orden natural, ponen en evidencia la decadencia de los valores morales requeridos para el logro de un aceptable nivel de felicidad. De ahí que el primer eslabón en la secuencia de causas y efectos, que podrá llevarnos a superar la crisis, o la decadencia, depende esencialmente de la búsqueda individual de la alegría, que ha de ser luego compartida por los demás, y el rechazo paulatino de la búsqueda de placeres y comodidades, al menos como objetivos prioritarios de nuestra vida.

Los mejores sistemas políticos y económicos, que tienen bastante importancia, sólo podrán ser aceptados en cuanto la sociedad, mayoritariamente, adopte una vida ética. Por el contrario, cuando predomina la vida estética, o simplemente la vagancia y la irresponsabilidad, tendrán mayores posibilidades de triunfo los populismos y los totalitarismos, que se basan esencialmente en la extracción de riquezas a quienes las producen para redistribuirlas equitativamente entre quienes poco o nada contribuyen a su creación.

La conversión esperada del hombre actual implica que, en lugar de reclamar por sus derechos, intentar mejorar a los demás e intentar distribuir las riquezas ajenas, intente cumplir con sus deberes, trate de mejorarse a sí mismo e intente distribuir lo suyo.

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