domingo, 16 de abril de 2017

La ciencia como herejía

Desde el punto de vista católico, el deísmo entra en el conjunto de las posturas heréticas cuando está asociado al cristianismo; o bien como una falsa religión si no lo está. Como la visión deísta coincide con la perspectiva científica de la realidad, se considera a la ciencia experimental como una herejía en cuanto contradice algún dogma de la Iglesia.

Resultan llamativos los ataques que recibe el deísta por el sólo hecho de diferir de la interpretación que de la Biblia hace la Iglesia, aun cuando acepte y ponga en práctica la moral cristiana. Incluso se justifican y encubren los desvíos morales de algunos sacerdotes aduciendo que “somos todos pecadores”, o que “son humanos”, mientras que resulta imperdonable todo desvío a la ortodoxia católica. José León Pagano (h) escribió: “Un Dios creador, sí, pero desentendido después de su obra que no gobierna a través de la Providencia, sino que deja librada al régimen de las leyes de la naturaleza. Por cierto no se explica en qué consiste esa naturaleza ni quien ha dictado las leyes que la rigen y ordenan. Es como si las leyes naturales se engendran a sí mismas. De ahí al relativismo media un breve paso”.

“Kant marcará a su turno la distinción entre teísmo y deísmo. Considera al primero como la creencia en una divinidad independiente y creadora del universo sobre el cual ejerce su providencia; y entiende por deísmo la simple creencia en una fuerza infinita y ciega, inherente a la materia y responsable de todos los fenómenos que provienen de ella. Esto último linda con el materialismo, para el cual todo se origina en la materia, por vía de la evolución, desde el big bang inicial. Claro es que esta teoría adolece de una pequeña falla: no nos dice dónde se engendró la materia…” (De “Veinte siglos de herejías”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2004).

Si se afirma que Dios creó la materia en base a ciertas leyes naturales, entonces el teísta quedará satisfecho. Si se le pregunta acerca de dónde surgió Dios, seguramente responderá que Dios es el punto de partida de todo razonamiento al respecto. Sin embargo, si se toma al orden natural y a las leyes que lo rigen, como punto de partida, las cosas no cambian demasiado, ya que el mundo seguirá consistiendo en una totalidad gobernada por leyes naturales invariantes, que son las que describe la ciencia experimental.

En realidad, la pregunta esencial implica la posibilidad de que Dios interrumpa o cambie tales leyes, o bien que no intervenga en el desarrollo del universo por cuanto todo está previsto e implícito en las mismas, haciendo innecesaria su intervención. De ahí que el teísmo, entonces, es la postura que admite intervenciones de Dios en nuestra vida cotidiana (a través de los milagros) mientras que el deísmo supone innecesaria tales intervenciones. Recordemos que Cristo advertía que Dios “ya sabe que os hace falta antes que se lo pidáis” y que, respecto de los milagros, afirmaba que era la fe del individuo quien obraba sin mencionar que fue Dios quien interrumpió la ley natural o quien cambió las condiciones iniciales en una secuencia de causas y efectos.

En cuanto a la expresión “De ahí al relativismo hay un solo paso”, pareciera que el autor no trata de desaprovechar la oportunidad para tergiversar una postura a la que no adhiere, por cuanto las leyes naturales que nos imponen un absolutismo moral, cognitivo y cultural, es el mismo para el teísta que para el deísta, siendo la única diferencia, como se dijo, la posibilidad de la interrupción de dichas leyes.

Otro de los ataques que recibe el deísmo, o religión natural, consiste en ser identificado con el panteísmo (todo es Dios), en donde tanto una serpiente como una piedra son consideradas como formas de Dios, algo que poco o nada tiene que ver con la creencia (o evidencia) de la existencia de leyes naturales que rigen todo lo existente, siendo la ley natural el vínculo invariante entre causas y efectos. El citado autor escribió: “El mismo pontífice [se refiere a Pío IX] había rechazado las proposiciones: no existe ser divino alguno, distinto de esta universidad de las cosas, y Dios es lo mismo que la naturaleza, y por lo tanto sujeto a cambios y que, en realidad, Dios se está haciendo en el hombre y en el mundo, y todo en Dios, y una sola y misma cosa son Dios y el mundo y, por ende, el espíritu de la materia, la necesidad y la libertad, lo verdadero y lo falso, el bien y el mal, lo justo y lo injusto. De acuerdo con esto debe negarse toda acción de Dios sobre los hombres y sobre el mundo. Como se ve, estos principios del naturalismo están emparentados también con el panteísmo”.

Con cierta animosidad difamatoria, el citado autor supone que el deísta es un relativista cognitivo y moral, al no distinguir entre verdadero y falso y entre el bien y el mal, cuando, por el contrario, la descripción de las componentes afectivas y cognitivas de la actitud característica de todo hombre, desde la Psicología social, descarta con elocuente evidencia tales supuestos relativismos asignados gratuitamente a la religión natural.

Los ataques al deísmo se hacen extensivos a la Ilustración y, como se dijo, a la propia ciencia experimental, bajo una general denominación de naturalismo. Pagano agrega: “La Ilustración llevó, como consecuencia natural, a desembocar en el naturalismo, que no es un sistema o una doctrina concreta, sino una tendencia, orientada a no aceptar nada que esté más allá de la naturaleza, por lo cual nada puede explicarse sino a través de las leyes que la gobiernan. En materia religiosa, el naturalismo rechaza lo sobrenatural y explica los hechos religiosos por la acción de las leyes naturales o por el influjo de lo divino, inmanente a la naturaleza”.

Si consideramos que el amor al prójimo propuesto por Cristo no es otra cosa que una propuesta a acentuar el proceso de la empatía, por medio de la cual debemos intentar compartir las penas y las alegrías de los demás como propias, se observa que tal mandamiento es algo simple y observable, accesible a nuestras decisiones y a nuestro entendimiento, y que atribuirle un origen sobrenatural, sólo sirve para alejar al hombre de la moral natural cuyo cumplimiento fue el principal objetivo de las predicas cristianas.

No todo científico ha de ser necesariamente deísta, por cuanto los hay también ateos y teístas. Incluso Isaac Newton no descartaba la posibilidad de una intervención de Dios en el sistema planetario solar para corregir ciertas irregularidades en las órbitas de Júpiter y Saturno, escribiendo al respecto: “Un destino ciego no habría podido nunca hacer mover a todos los planetas de manera tan regular, excepto por ciertas desigualdades que pueden provenir de la acción mutua entre los planetas y los cometas, desigualdades que probablemente irán en aumento por mucho tiempo, hasta que finalmente el sistema tendrá necesidad de ser puesto de nuevo en orden por su creador”.

Posteriormente, Pierre Simón de Laplace, basándose en las leyes de Newton, comprobó que tales irregularidades se corregirían sin la intervención supuesta, respondiendo a Napoleón ante una pregunta sobre el tema: “No he tenido necesidad de esas hipótesis”.

Recuérdese que la Biblia describe la lucha histórica entre el Bien y el Mal, y no es un tratado de filosofía que trata de imponer determinada visión sobre el mundo. Galileo Galilei decía que “la Biblia indica cómo ir al Cielo y no cómo está compuesto el Cielo”. Aun cuando el sistema heliocéntrico de Copérnico desmintió algunos pasajes bíblicos, al igual que la teoría de Darwin, muchos católicos todavía parecen no advertir que la religión es una cuestión de moral y no de ciencia ni de filosofía.

No debe pensarse que la postura deísta busca reemplazar al cristianismo original en la búsqueda de una especie de nueva religión científica, sino que trata de fortalecerla compatibilizándola con la ciencia experimental a través de una posible reinterpretación a la luz de la visión que nos brinda el progreso científico. Intentos tales como los de Auguste Comte no son aconsejables. Camile Flammarion escribió: “No podemos dejar de confesar que el día en que hemos leído en Auguste Comte que la ciencia había concedido el retiro al Padre de la Naturaleza, y que acababa de acompañar a Dios hasta sus fronteras, dándole las gracias por sus servicios interinos, nos hemos sentido algún tanto lastimados por la vanidad del dios Comte, y nos hemos dejado llevar del deseo de discutir el fondo científico de semejante pretensión” (Citado en “Veinte siglos de herejías”).

La Iglesia actual en cierta forma hace recordar el caso del médico que no es capaz de curar al paciente e impide que otros médicos lo hagan, por cuanto se considera más importante que el enfermo desvirtuando su profesión. Se ha llegado así al extremo de que resulta más importante lo que la Iglesia dice sobre Cristo que lo que Cristo dijo a los hombres. Incluso muestra cierta tibieza cuando trata el tema de la economía y la política, al situarse distante tanto de la democracia política y económica (liberalismo) como del totalitarismo político y económico (socialismo), aun cuando en la actualidad se dispone de suficiente información sobre los resultados logrados por ambos sistemas.

Cuando ataca a ambos, se suma a la actitud destructiva socialista en contra del capitalismo, mientras que, de mala gana, critica a las tendencias socialistas, llegando a identificarse con ellas a través de la Teología de la Liberación, cuyos máximos difusores reciben el beneplácito del Papa Francisco. En este caso se rechaza la ciencia económica, con la cual se identifica el liberalismo, para promover un totalitarismo pseudo-democrático que ha fallado en todas partes y que poco o nada tiene de científico. Juan Pablo II escribió: “El problema del trabajo ha sido planteado en el contexto del gran conflicto, que en la época del desarrollo industrial y junto con éste se ha manifestado entre «el mundo del capital» y el «mundo del trabajo», es decir, entre el grupo restringido, pero muy influyente, de los empresarios, propietarios o poseedores de los medios de producción y la más vasta multitud de gente que no disponía de esos medios, y que participaba, en cambio, en el proceso productivo exclusivamente mediante el trabajo. Tal conflicto ha surgido por el hecho de que los trabajadores, ofreciendo sus fuerzas para el trabajo, las ponían a disposición del grupo de empresarios, y que éste, guiado por el principio del máximo rendimiento, trataba de establecer el salario más bajo posible para el trabajo realizado por los obreros. A esto hay que añadir también otros elementos de explotación, unidos a la falta de seguridad en el trabajo…” (De “Laborem Exercens”-Ediciones Paulinas-Santiago de Chile 1988).

En este caso, no se tiene en cuenta la movilidad social existente en las economías de mercado desarrolladas, por lo cual algunos trabajadores pueden convertirse en empresarios. En cuanto al pago de mínimos salarios, debe advertirse que el capital humano (empleados) es muchas veces el mayor capital que posee una empresa, no estando interesada en perderlo por pagar sueldos insuficientes. Además, la explotación laboral no es algo propio de todos los empresarios, tal como lo afirma el marxismo-leninismo, con el pretexto de establecer posteriormente, bajo el socialismo, la explotación del hombre por el Estado.

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