domingo, 30 de abril de 2017

Conociendo al Anticristo

La mayor parte de las religiones paganas era moralmente neutra, ya que consistían en creencias por las cuales la relación del creyente con los dioses les servia para solucionar los casos de emergencia. La religión judeocristiana adopta una postura netamente moral tratando de orientar al hombre por la senda del bien. Finalmente, para cubrir el espectro religioso, surge la religión del inmoralismo, o religión atea, que predica todo lo opuesto al cristianismo.

Con la caída del comunismo, desaparece la iglesia visible de la religión atea, mientras queda una enorme iglesia invisible a lo largo y a lo ancho del mundo. Ello se debe a que la fe es casi indestructible y sólo las mentes razonables, que han podido observar de cerca la sociedad prometida, han podido, no sin mucho esfuerzo, poder evadirse de esa falsa creencia. Max Eastman escribió: “Nunca he tenido un momento de vacilación o remordimiento acerca de la decisión –sólo acerca de la inconcebible cantidad de tiempo que necesité para alcanzarla-. Cuando soy denunciado como un desertor por los verdaderos creyentes me ruborizo, pero sólo porque me llevó tanto tiempo desertar. Lamento con tristeza los preciosos veinte años que pasé revolviendo y haciendo embrollos con esta idea, que de haber tenido bastante claridad mental y fuerza moral podía haber comprendido cuando fui a Rusia en 1922”.

El Anticristo es una figura bíblica que simboliza la aparición y el predominio temporal de la religión de la inmoralidad. Mientras que el cristianismo afirma su sustento en la Trinidad (el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo), la religión atea se sustenta en una trinidad similar: el padre (Marx), el hijo (Lenin) y el espíritu satánico (Stalin). A continuación se menciona un escrito del citado autor:

LA RELIGIÓN DEL INMORALISMO

Por Max Eastman

Desde la muerte de Stalin se ha hecho necesario encontrar un nuevo foco para nuestra hostilidad hacia el comportamiento inescrupuloso e inhumano de los comunistas. Quisiera que se enfocara la verdadera causa del mal: el marxismo. Se gastan muchos argumentos entre los intelectuales de Occidente con el deseo de eximir a Marx de la responsabilidad de este retorno a la barbarie. La Realpolitik en el sentido malo de la palabra, no nació con Marx. Pero la cosa peculiar contra la cual luchamos, el que la gente especializada en la búsqueda del ideal en las relaciones humanas deje a un lado las normas morales, sí nació con Marx. Él es la fuente de origen de las costumbres morales así como de la economía de los bolcheviques rusos y es el padrino de los liberales [izquierdistas para los EEUU] delincuentes de todos los países.

La idea de que Marx era un mediador benigno y noble de las esperanzas y tristezas de los hombres, que se «horrorizaría» de las tretas y la duplicidad de los comunistas de hoy en día, es tan falsa como difundida. Marx tenía mal carácter. Sus mejores panegiristas no pueden casi inventar una sola virtud para atribuirle salvo, es cierto, tenacidad y coraje moral. Si alguna vez tuvo un gesto de generosidad, éste no se encuentra registrado. Era un niño mimado, completamente indisciplinado, vano, dejado y egoísta. Está listo en todo momento a obrar con odio rencoroso. Podía ser tortuoso, desleal, estirado, antidemocrático, antisemita, antinegro. Era por costumbre un parásito, un intrigante, un fanático tiránico que prefería hundir su partido a verlo triunfar bajo otro jefe.

Todos estos rasgos están impresos en los registros de su vida, y por sobre todo en su correspondencia privada con su alter ego e incansable viejo pagano Friedrich Engels. Existen trozos de esta correspondencia tan repugnantes para una persona de sensibilidad democrática que tuvieron que ser suprimidos para mantener vivo el mito del bondadoso Karl Marx, campeón de los pisoteados y de la hermandad humana. Para dar un ejemplo: descubrieron que Ferdinand Lassalle, quien está eclipsando a Marx como jefe de un genuino movimiento de la clase trabajadora en Alemania, no sólo era un judío al que llamaron «el pequeño judío», «Izzy el patán»,…etc., sino también «un negro judío». «Es perfectamente obvio, escribió Marx, que por la forma de su cabeza y la manera que le crece el pelo desciende de los negros que se unieron a Moisés en el viaje a Egipto, salvo que a lo mejor su madre o su abuela tuvieran relaciones con un negro». Sólo los bolcheviques rusos, que apoyaban la religión de la inmoralidad con un candor bárbaro inimaginable en un europeo caballeresco, pudieron tener el atrevimiento de publicar estas cartas sin expurgarlas.

Utilizo la palabra religión en un sentido preciso. Aunque descartó a Dios como un engaño y al paraíso como un señuelo, Marx no era escéptico o experimental por naturaleza. Sus hábitos de pensamiento requerían una creencia tanto en el paraíso como en un poder que seguramente nos llevaría hasta él. Ubicó el paraíso sobre la Tierra, llamándolo con nombres tan beatíficos como «El Reinado de la Libertad», la «Sociedad de los Libres e Iguales», la «Sociedad sin Clases», etc. Todo sería bienaventurado y armonioso allí, en una proporción que sobrepasaría hasta los sueños de los socialistas utópicos. No solamente desaparecerían todas las «causas de conflictos», todas las divisiones de casta y de clase, sino todas las divisiones entre ciudad y campo, entre cerebro y trabajador manual. Los hombres no estarían siquiera divididos en profesiones diferentes, como lo están en esta etapa de ascensión hacia el paraíso.

Parecería que sólo una deidad benigna podría garantizar un futuro así a la humanidad, y solamente enseñándonos una moralidad más alta podría Ella guiarnos hacia ese futuro. Pero Marx odiaba las deidades, y consideraba a las aspiraciones a alta moral como un obstáculo. El poder en el cual descansaba su fe en el paraíso que llegaría era la evolución rígida, feroz y sangrienta en un mundo «material» que, sin embargo, marcha misteriosamente «hacia arriba». Y se convenció de que, para ponernos a tono con un mundo así, debemos dejar a un lado los principios morales y embarcarnos en una guerra fraticida. Aunque sepultado en una montaña de racionalizaciones económicas que pretendían ser ciencia, esta fe mística y antimoral es la única contribución totalmente original de Karl Marx a la herencia de ideas del hombre.

Los comunistas creen en el hombre no como poder independiente, sino como parte constitutiva de un movimiento sobrehumanamente ordenado del universo. El movimiento dialéctico es su Dios, y es ese Dios que los exime de las leyes de la moralidad. La diferencia ente cristianismo y comunismo –la diferencia, quiero decir, que es vital en esta conexión- está entre una religión que enseña la salvación personal por medio de la comprensión y la amorosa bondad y una religión que predica la salvación social aplicando una moral de guerra a las relaciones pacíficas entre los hombres.

Marx estaba tan seguro de que el mundo iba a ser redimido por su propia evolución dialéctica, que no permitía a sus discípulos invocar las normas de los ideales morales. En verdad hablaba seriamente cuando dijo que los trabajadores no tenían «ningún ideal que realizar», y debían tan sólo participar de la lucha contemporánea. Expulsó gente de su partido comunista porque mencionaban en sus programas cosas como «amor», «justicia», «humanidad» y hasta la «moralidad» misma. «Delirios espirituales», «sentimentalismo pegajoso», llamaba a tales manifestaciones y purgaba a los asombrados autores como si hubieran cometido el más cobarde de los crímenes.

Esta fe mística en la evolución liberó a la mente de Marx y, ay, a su disposición natural, para que reemplazara la honesta campaña de persuasión pública por la cual otros evangelios se han propagado, con planes para engañar al público y llegar al poder por medio de artimañas. Fue Marx, y no Lenin, quien inventó la técnica de la «organización de frentes», el medio de pretender ser democrático para destruir la democracia, las despiadadas purgas de los miembros disidentes del partido, el empleo de calumnias personales en esta tarea.

Fueron Marx y Engels quienes adoptaron «la burla y el desprecio» como la principal fórmula de ataque contra los opositores al socialismo, introduciendo una literatura de vituperación que no tiene paralelo en la historia. Aun el golpe maestro de entregarles la tierra a los trabajadores «inicialmente» para sacársela cuando el poder estuviera asegurado, vino de la misma fuente. La introducción de un comportamiento tan falto de principios en un movimiento hacia fines más altos que el hombre podría alcanzar, fue enteramente trabajo de Marx y Engels. Lenin no agregó otra cosa más que la habilidad, y Stalin nada más que una instintiva y total indiferencia por las consecuencias.

Se puso en marcha una fuerza tan grande para santificar a Marx después de su muerte, y benevolizarlo, por decir así, que estas prácticas fueron en gran parte olvidadas entre los socialistas occidentales. Su religión de inmoralidad fue suavizada. Pero esta religión encontró un perfecto hogar en la mente de Lenin, ya que él se había formado bajo la influencia del ala terrorista del movimiento revolucionario ruso. Lenin era un ardiente admirador de Nechayev, un fanático furioso del 1870 que escribió el famoso documento llamado «Catecismo de un revolucionario». «El revolucionario es un hombre sentenciado…Él ha roto todo enlace con el orden social y con el mundo civilizado…Odia y desprecia la moralidad de su tiempo…Todo lo que promueva el éxito de la revolución es moral, todo lo que la estorbe es inmoral».

Nechayev fue denunciado hasta por su bastante violento colega, al anarquista Bakunin, como un fanático peligroso que «cuando es necesario rendir algún servicio a lo que él llama ‘la causa’…no se detiene en nada, mentiras, robos y hasta asesinatos». Pero Lenin asombró a sus primeros amigos defendiendo a este loco y honrando su memoria. Por lo tanto, antes de convertirse en marxista, Lenin había llegado por un camino emocional al rechazo de las normas morales que Marx dedujo de una pretendida ciencia de la historia. La confluencia de estos dos cursos de pensamiento resultó uno de los más grandes desastres para la humanidad.

Lenin era más crédulo y más específico que Marx y Engels al describir las bellezas de la vida en el paraíso hacia el cual su mundo dialéctico se dirigía. En su socialismo cada «hombre que empujaba una carretilla» y cada sirvienta tomarían parte de la función de gobierno. Era también más específico al describir las clases de conducta vil que deben ser empleadas para ir hacia delante. «Debemos estar listos para emplear los engaños, las mentiras, el incumplimiento de la ley, el ocultamiento de la verdad», exclamó. «Podemos y debemos escribir en un idioma que siembre entre las masas odio, reacción, burlas y cosas parecidas, hacia aquellos que no estén de acuerdo con nosotros».

Actuando de acuerdo a estos principios, Lenin utilizó mentiras calumniosas y asesinatos de caracteres; fomentó los robos de bancos y asaltos a mano armada como un medio de obtener fondos para el milenario. Sus discípulos han llevado la fe adelante, sin detenerse ante ningún crimen, desde el asesinato hasta el hambre planeada por el Estado y las masacres militares al por mayor.

Uno de los principales organizadores de los robos de bancos y asaltos fue Georgian Djugasshvili, que tomó en el partido el nombre de Stalin. La creencia marxista-leninista de que tales crímenes eran métodos de progreso hacia un milenario fue instilada en este joven desde el día de su rebelión contra la teoría cristiana. No tenía otra educación, otra concepción del mundo. Fue descrito una vez por el arzobispo Curley como «el mayor asesino de hombres de la historia», y el record, si se lo escribe calmosamente, puede confirmarlo [superado posteriormente por Mao].

Pero la verdad no dio ningún paso más allá de las implicaciones lógicas de una creencia devota en una conducta brutal y deshonrosa. Él simplemente continuó con la doctrina inventada por Karl Marx, de que para poder entrar en el «Reino de la Libertad» debemos dejar a un lado las normas morales. Debemos ubicar «el deber y el derecho…la verdad, moral y justicia», donde «no puedan hacer daño». O. según las palabras de Lenin (dirigidas a un Congreso de toda la Juventud Rusa): «Para nosotros la moralidad está subordinada completamente a los intereses de la lucha de clases del proletariado».

(Párrafos de “Reflexiones sobre el fracaso del socialismo”-Ediciones La Reja-Buenos Aires 1957).

2 comentarios:

zumo del tio dijo...

Excelente !!!!!como siempre. saludos.

Bdsp dijo...

Gracias por su opinión. Saludos