miércoles, 8 de marzo de 2017

La efectividad ideológica de lo simple

Toda ideología, al estar orientada a promover la acción humana, será efectiva sólo si resulta accesible a la mayor parte de los integrantes de la sociedad. Por ello deberá ser simple y concreta, de lo contrario carecerá de sentido práctico y de la eficacia requerida para resolver los problemas morales.

Por lo general se confunde profundidad con complejidad, por lo que se sospecha de un mensaje, por todos entendible, que se trata de una información carente de profundidad, lo que no siempre ha de ser así. Si consideramos el caso del Mahatma Gandhi, con su prédica y su acción pública, se advierte que se trataba de una persona simple que pudo sintetizar sus ideas luego de una dura y larga experiencia de luchar contra la opresión racista en Sudáfrica y luego contra la opresión colonialista en la India.

Trataba de transmitir a los demás la esencia de su propia personalidad debiendo primeramente establecer cierta introspección psicológica para intentar luego traducirla en palabras y transmitirla a todo el pueblo. Para ello debió realizar un extenso trabajo de mejoramiento personal individual que fue poniendo en práctica tanto en Sudáfrica como en la India. Alain Decaux escribió: “Hay una palabra que resume toda su acción, que él mismo ha forjado inspirándose en los libros santos: Satyagraha. Con demasiada frecuencia se la traduce como «no violencia», lo que es a la vez tan auténtico como inexacto. En 1920, Gandhi lo explicaba en The Report of the Indian Congreso: cuando el alma abraza la verdad, adquiere una fuerza que hay que saber utilizar para poder librar al adversario de su error, empleando siempre la paciencia y la simpatía a fin de despertar en él cierto sentimiento de hidalguía” (De “Destinos fabulosos”-Editorial Atlántida SA-Buenos Aires 1989).

En lugar de intentar resolver los conflictos raciales recurriendo a la violencia, trata de hacer entender a sus compatriotas que ellos también eran discriminadores a través de la exclusión de los intocables, la casta inferior india. Decaux agrega: “No hacen falta más que unas pocas semanas para que el tímido M. K. Gandhi se convierta en lo que las autoridades locales llaman un «agitador». Reúne en una salita a lo más granado de la colonia india de África del Sur pero no los incita a la rebelión, como lo hubiera hecho precisamente un verdadero agitador. Por el contrario, ninguno de los concurrentes hubiera supuesto que se expresaría en esos términos: -Todos ustedes se sienten perseguidos –exclama- pero ustedes son también perseguidores. Ciertamente, el orden social no es más que un aspecto del orden cósmico. Pero una sociedad fundada sobre la distinción de castas y de parias es contraria al orden natural. Por lo tanto, no se quejen; comiencen por mostrarse mejores que los demás para forzarlos a que los respeten”.

Gandhi no sólo construye su personalidad a partir de sus propias experiencias personales, sino que también extrae consejos de libros religiosos como el Bhagavadgita. “Como ocurre con casi todos los libros santos, el Gita es susceptible de interpretaciones radicalmente diferentes. Gandhi ha querido descubrir allí al hombre ideal, el Karma Yoghi perfecto: «Un hombre piadoso que no cela a nadie, que es una fuente de misericordia, que no conoce el egoísmo, que es desinteresado, que considera de la misma manera al calor y al frío, a la felicidad y a la miseria, que siempre perdona, que siempre está satisfecho, cuyas resoluciones son firmes, que ha consagrado su pensamiento y su alma a Dios, que no causa temor, que no tiene miedo de los demás, que no triunfa, no se aflige, no tiembla, que es puro, hábil para la acción pero insensible a ella en sí misma, que renuncia a todos los frutos buenos o malos de su actividad, que trata de la misma manera a sus amigos y a sus adversarios, que es indiferente al respeto o a la irreverencia, que no se deja envanecer por los elogios, que no se deprime cuando se habla mal de él, que ama el silencio y la soledad, que posee una razón disciplinada»”.

Para difundir la verdad y la justicia, no sólo se requiere establecer una sólida personalidad, sino, además, de una perseverancia tenaz. Debido a su intensa lucha contra las injusticias, Gandhi sufre reiteradas detenciones; estimándose en unos 2.089 los días en que estuvo detenido tanto en las cárceles inglesas en la India como en las de Sudáfrica (algo menos que 6 años de su vida).

También en el caso de Cristo se advierte sencillez en su mensaje y tenacidad con la que encara su acción. Romano Guardini escribe al respecto: “Si comparamos sus pensamientos con los de otras personalidades religiosas, parecen, en su mayor parte muy sencillos, al menos tal y como los hallamos en los evangelios sinópticos. Claro que, si tomamos la palabra «sencillo» en el sentido de «fácilmente comprensible» o de «primitivo», entonces desaparece, al observar un poco más”.

José Luis Martín Descalzo comenta la expresión anterior: “Es cierto, las palabras de Jesús son tan claras y transparentes como la superficie del agua de un pozo. Sólo bajando nuestro cubo hasta el fondo, podemos percibir su verdadera hondura. ¿Hay algo más «elemental» que la parábola del hijo pródigo? ¿Hay algo más vertiginosamente profundo?”.

“Y es que –como señala el mismo Guardini- el «pensamiento de Jesús no analiza, ni construye, sino que presenta realidades básicas y ello de una manera que ilumina e intranquiliza a la vez»”.

“No hay en su pensamiento inquietudes filosóficas o metafísicas. Desde ese aspecto, muchos otros textos de fundadores religiosos parecen más profundos, más elaborados, más bellos, incluso. Pero Jesús jamás hace teorías. Nada nos dice sobre el origen del mundo, sobre la naturaleza de Dios y su esencia, jamás habla como un teólogo o como un filósofo. Refiere de la verdad como hablaría de una casa. Siempre con el más riguroso realismo. Sus palabras son un puro camino que va desde los hechos hacia la acción. Sus pensamientos no quieren investigar, explicar, razonar, mucho menos elaborar construcciones teóricas, se limita a anunciar el amor de Dios y la llegada de su Reino con el mismo gesto sencillo con el que alguien nos dice: mira, esto es un árbol. Su pensamiento está constituido en lo esencial y no necesita retóricas”.

“Sus preceptos son secos, incisivos y sencillos: «Reconcíliate con tu hermano (Mt 5,24). No juréis en absoluto (Mt 5,34). No resistáis al mal y si alguien te golpea en la mejilla derecha, muéstrale la izquierda (Mt 5,39). Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen (Mt 5,44). Cuando hagas limosna, que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha (Mt 6,3)»”.

“En rigor, Jesús no dice grandes cosas nuevas y mucho menos verdades exotéricas e incomprensibles; no trata de llamar la atención con ideas desconcertantes y novedosas. Dice cosas racionales, que ayuden sencillamente a la gente a vivir. Aclara ideas que ya se sabían, pero que los hombres no terminaban de ver o de formular. San Agustín lo afirmaba sin rodeos: «La substancia de lo que hoy se llama cristianismo estaba ya presente en los antiguos y no faltó desde los inicios del género humano hasta que Cristo vino en la carne. Desde entonces en adelante, la verdadera religión, que ya existía, comenzó a llamarse religión cristiana»”.

“Jesús, además, da razones de lo que dice, nada impone por capricho. Y sus razones son más de sentido común, de buen sentido, que altas elucubraciones filosóficas. Si manda amar a los enemigos, explica que es porque todos somos hijos de un mismo Padre (Mt 5,45); si pide que hagamos bien a todos, razona que es porque todos queremos que los demás nos hagan bien a nosotros (Lc 6,33); si está prohibido el adulterio, comenta que es porque Dios creó una sola pareja y la unió para siempre (Mc 10,6); si pide que tengamos confianza en el Padre, lo hace recordándonos que él cuida hasta de los pájaros del campo (Mt 12,11)”.

“Y todo esto lo dice en el más sencillo de los lenguajes. Jesús nunca habla para intelectuales. Usa un vocabulario y un estilo apto para un pueblo integrado por campesinos, artesanos, pastores y soldados. Y eso es precisamente lo que hace que su palabra haya traspasado siglos y fronteras. Podemos pensar que lo hubiera sido –como dice Claude Tresmontant- «si su palabra, llegado el momento de ser vertida a todas las lenguas humanas hubiera estado envuelta en el ropaje del lenguaje erudito, rico, complejo, en un lenguaje ‘mandarín’, fruto de una larga tradición y civilización de gentes ilustradas…¿Cómo habría sido traducido y comunicado, a lo largo de los siglos, al selvático africano, al campesino chino, al pescador irlandés, al granjero americano, al mozo de los cafés de París o Londres?»”.

“Realmente: la «pobreza» del lenguaje evangélico es la condición de su capacidad de expansión «universal». Sí, en cambio, hubiera estado arropada por la riqueza de un lenguaje demasiado evolucionado, habría permanecido prisionera de la civilización en cuyo seno nació y no habría podido ser comprendida por la totalidad de los hombres. No habría sido verdaderamente católica” (De “Vida y misterio de Jesús de Nazaret”-Ediciones Sígueme SA-Salamanca 1986). La sencillez del mensaje evangélico contrasta con la complejidad que puede encontrarse en cualquier libro de teología cristiana. Los emisores secundarios del cristianismo, en lugar de transmitir las prédicas originales en las que Cristo se dirige a todos los hombres, las reemplazan por lo que los teólogos dicen sobre Cristo. Han transformado la religión moral en una filosofía en la cual no existe mérito por cumplir con los mandamientos bíblicos sino por adoptar determinada postura filosófica acerca de cómo funciona el mundo y la sociedad.

Se advierte, además, que de la simplicidad del mensaje dirigido a cada integrante de la humanidad se ha pasado a una ideología compatible esencialmente con la “sabiduría popular”. Es así que se ha llegado al extremo de introducir en la Iglesia nada más ni nada menos que la ideología que directa o indirectamente promovió el asesinato masivo de unas cien millones de personas en todo el mundo: el marxismo-leninismo. Bajo el título de Teología de la Liberación, en lugar de promover la liberación del hombre respecto de sus pecados, promueve liberar a los pobres (exentos de defectos) de los ricos (exentos de virtudes). Aun cuando en muchas sociedades predomine la clase media (ni pobres ni ricos) se sigue insistiendo en describir a los individuos según la clase social económica a la que se lo asigna para atribuirle luego los atributos (reales o imaginarios) predominantes del grupo.

Aun en una “sociedad” extremadamente desigual, como un campo de concentración nazi, Víktor Frankl pudo observar la existencia de guardias que ayudaban a los prisioneros y también de prisioneros que colaboraban con los jerarcas de la prisión. Al respecto escribió: “De todo lo expuesto debemos sacar la conclusión de que hay dos razas de hombres en el mundo y nada más que dos: la «raza» de los hombres decentes y la raza de los indecentes. Ambos se encuentran en todas partes y en todas las capas sociales. Ningún grupo se compone de hombres decentes o de hombres indecentes, así sin más ni más. En este sentido ningún grupo es de «pura raza» y, por ello, a veces se podía encontrar, entre los guardias, a alguna persona decente” (De “El hombre en busca de sentido”-Herder-Barcelona 1982).

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