viernes, 31 de marzo de 2017

De las creencias medievales al inmanentismo

Así como los gobiernos de las naciones evolucionan desde formas autoritarias, en las cuales un poder central y unipersonal dirige al resto, hasta conformar un gobierno despersonalizado (el de las leyes), en la religión monoteísta la evolución se establece a partir de la creencia en un Dios que inspira temor, hasta la existencia de un orden natural regido por leyes naturales invariantes a las cuales nos debemos adaptar. Quienes no aceptan la posible existencia de un orden autoorganizado y suponen que es imprescindible la existencia de un Dios que dirija al universo, hacen recordar a los socialistas, quienes no aceptan la existencia del proceso autoorganizado del mercado y suponen que es imprescindible la existencia de un Estado que dirija la economía.

Mientras que el temor, tanto individual como colectivo, es un instinto y una actitud necesaria para nuestra supervivencia, siempre que sea moderado, tiende a perder su eficacia tanto cuando es excesivo como cuando es exiguo. En este caso favorece los excesos que se cometen por cuanto no existe ningún freno moral para el infractor, por cuanto no cree en el Dios personal que interviene en los acontecimientos cotidianos ni tampoco en un orden natural provisto de cierta justicia implícita. Si los hombres creyeran en un castigo divino, como respuesta a sus crímenes y perversidades, posiblemente éstos disminuirían. Miguel de Cervantes Saavedra escribió, poniendo en boca de Don Quijote: “Primeramente ¡oh hijo! has de temer a Dios, porque en el temerle está la sabiduría, y siendo sabio no podrás errar en nada. Lo segundo, has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que pueda imaginarse. De conocerte, saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey…” (Citado en “Crisol” de Irma Verissimo-Editorial Codex SA-Buenos Aires 1968).

El vínculo existente entre los principales actores de la vida, Dios y el hombre, ha ido evolucionando lentamente con el tiempo, aunque también ha habido retrocesos. Se advierte, sin embargo, una tendencia que va desde el Dios personal al Dios naturaleza, o del Dios trascendente al Dios inmanente; evolución que puede establecerse también en el cristianismo, si bien por el momento no parece factible.

El punto de partida, para la inserción del cristianismo en Occidente, es el reemplazo paulatino de las religiones paganas que predominaban en el Imperio Romano. De ahí que la religión moral poco se diferenciaba de aquellas, incluso haciendo suponer a muchos que la nueva religión exigía que los rituales y plegarias fueran dirigidas al Dios verdadero en lugar de tener como destino a los dioses paganos, adoptando el creyente una actitud individual esencialmente similar. La sombra del paganismo se fue proyectando en el tiempo sobre la religión moral. Luis Maldonado escribió: “El fragmento histórico que estudiamos es limitado. Empieza y acaba con la Edad Media, ¿Por qué? Primero, porque creo que es el tiempo en que se gesta y forja el núcleo casi intemporal de eso que llamamos catolicismo popular. Segundo, porque parece que al concluir la Edad Media el catolicismo popular queda prácticamente congelado. Todo lo que experimenta después serán fenómenos de reacción, de abultamiento o de contracción”.

“Tal congelación es un fenómeno apasionante…Según diversos autores…la causa es la consumación de un divorcio entre lo popular y lo oficial en la Iglesia. Durante el Medioevo ambos elementos se armonizan y fecundan. La jerarquía garantiza y respeta la libertad del pueblo en la expresión de sus sentimientos y vivencias religiosas. De ahí la vitalidad de unos y de otros. Pero a partir del siglo XIV se inicia un proceso de desconfianza y de reyertas mutuas” (De “Génesis del catolicismo popular”-Ediciones Cristiandad SL-Madrid 1979).

En cierta forma, la Iglesia medieval compite con las religiones paganas de los bárbaros, adoptando alguna de sus formas, hasta llegar a competir también con los poderes feudales de la época. El citado autor agrega: “Las iglesias monásticas del siglo XI son cubiertas de oro y piedras preciosas. Los monjes convencen a los grandes señores para que consagren a Dios parte de sus tesoros (sus joyas, alhajas, su oro). La casa de Dios refulge rutilante más que el trono de los reyes. Los altares, los relicarios, las cruces….aparecen llenos de vistosidad, como una ornamentación que deslumbra a los fieles”.

“En medio de gentes muy pobres y frecuentemente sumidas en la miseria, la Iglesia acopia estos tesoros, que emplea para darle realce a sus ritos; ritos que va convirtiendo en ceremonias cada vez más fastuosas, hasta superar las de las cortes feudales”.

Las reacciones no tardan en surgir y aparecen los grupos mendicantes que proponen una vida sencilla y opuesta a la riqueza y la ostentación. Sin embargo, ello no constituye la solución definitiva. San Francisco de Asís observa en su propio padre una desmedida ambición material y reacciona optando por renunciar a toda riqueza. Pero la pobreza extrema no es lo opuesto al egoísmo ni tampoco resulta ser una virtud. No existe una relación de causa y efecto entre virtud y pobreza ni tampoco entre pecado y riqueza, por cuanto existen ricos que lo son como consecuencia de generar muchas riquezas, mientras otros lo son por robar al Estado y a la sociedad. También existen pobres virtuosos que no tuvieron habilidad o suerte para salir de su situación, mientras que hay pobres que simplemente son vagos e irresponsables.

Otro de los errores que se observan en la Iglesia medieval es la prioridad de las directivas de los predicadores sobre los mandamientos bíblicos. “Desde el «compelle intrare», que obliga a bautizarse, hasta la gravedad que revisten los mandatos del clero ante el pueblo, tenemos toda una línea involutiva sumamente grave”. “Parece que el primer «deber» del cristiano no es la fe, sino la obediencia a los obispos. Los mandamientos de la Iglesia parecen primar sobre los de Dios”.

La religión moral sufre cierta paganización, entendiendo tal proceso como la creencia en un Dios que actúa, piensa y siente como un líder totalitario que favorece sólo a quien lo adula. Luis Maldonado escribe al respecto: “Magia, en su sentido habitual, es la religión que degenera en una relación contractual con Dios, basada en el «do ut des», es decir, en un intento de domesticación de la Divinidad. Toda religión tiende a convertirse en una religión ritualista, con vistas a asediar la Trascendencia, hacerla a nuestra medida y ponerla a nuestra disposición (transmutarla en «disponible»)”.

“Toda esta línea llega al cristianismo medieval popular a través de lo germánico…Efectivamente, la concepción germánica y celta, como por lo demás la de otras muchas religiones paganas, transmite la imagen de un Dios todopoderoso, sujeto de acciones «mágicas» sobre la realidad natural. Dios lo puede «todo». Es el señor de las leyes del universo y puede cambiarlas si se le pide insistentemente, si se le ruega en forma adecuada”.

“Es significativa la carta de Gregorio VII a los daneses, que golpeaban a los sacerdotes católicos por su impotencia en evitar la tempestad. El papa escribe, siguiendo también la misma corriente: «Si Dios no escucha la petición es que no se le pide de modo adecuado»”.

Cristo, previendo la desvirtuación de su religión, expresó: “Porque Dios sabe que os hace falta antes de que se lo pidáis”. En la actualidad, con tal de no tomarse la molestia de cumplir con los mandamientos bíblicos, el creyente supone que Dios, mediante telepatía, advierte quienes tienen fe en él y quienes no, y de ahí que no hagan falta los rituales. El poder de la oración, por otra parte, se puede describir considerando que se trata de un proceso mental originado en los diversos individuos, sin suponer que es Dios el que concede los beneficios pedidos. “No se olvide que un término y un concepto que llena toda la Edad Media, lo feudal, proviene de la raíz «fides», fe. El sistema feudal, cristalización típica del espíritu germánico, es un sistema basado en la fe que se otorgan mutuamente el señor y el vasallo. Pues bien, esa relación de fe, mejor, de fidelidad, se proyecta en la Edad Media sobre la que une a Dios y al creyente”.

Cuando el Dios que imaginan los hombres, no escucha, o no atiende los pedidos efectuados, o no advierte nuestros pensamientos favorables, se lo “disculpa” por cuanto se supone que ha de recibir muchos pedidos simultáneamente y es por ello que no puede atenderlos a todos. De ahí que la atención recae en los santos, que no son seguidos por sus virtudes y sus ejemplos, sino que son considerados intermediarios más accesibles. “En cada «vida» se reconoce el poder particular de un determinado santo y la fuerza que deriva de su santidad también específica. Pero a la vez se subraya siempre que el poder divino es el que realmente opera. El santo es presentado como un intermediario de doble dirección. Es manifestación, oráculo de la voluntad de Dios respecto del fiel y, portavoz a la vez, del fiel que se dirige a Dios. Los «poderes» del santo no emanan nunca directamente de él. No es él quien gobierna los acontecimientos ni interviene directamente en ellos. A diferencia, por ejemplo, del mago”.

Una corrección que apunta hacia el cristianismo original se produce con los franciscanos, aunque, en la actualidad, la Iglesia sigue considerando, previamente a la canonización, que el candidato ha favorecido la intervención divina a través de un milagro comprobable. “San Francisco de Asís, en el siglo XIII, tendrá que introducir su correctivo crítico. Por eso, al menos en vida, no se presentará como taumaturgo. Su canonización fue provocada por su modo de comportarse, no por sus prodigios. Francisco será un intento poderoso, dentro del medio popular, de superar lo mágico y afirmar lo cristiano”.

El primer paso importante que se da hacia la religión natural, o deísmo, es el establecido por Pierre Teilhard de Chardin, que busca un acercamiento entre religión y ciencia, adoptando en cierta forma el inmanentismo (Universo = Dios = Naturaleza) aunque en una forma poco explícita. Es separado de la Iglesia, como sacerdote, por cuanto la Iglesia mantiene su adhesión al trascendentalismo (Universo = Dios + Naturaleza). Lo de Teilhard es considerado una herejía.

En realidad, el error que comete Teilhard, no es el intento de compatibilizar ciencia y religión, sino de considerar al marxismo como “la ciencia” que debe compatibilizarse con el cristianismo. Este gran error abrió las puertas de la Iglesia al marxismo-leninismo; una ideología perversa que es profesada, entre otros, por los dos mayores asesinos de toda la historia: Mao-Tse-Tung y Stalin, que incluso superan a Hitler en la cantidad de asesinatos masivos ajenos a los derivados de una contienda bélica. Tal ideología promueve la unificación del poder económico, político, militar, social, cultural, etc., en una sola persona, produciendo resultados catastróficos en cuanto esa persona se aparta de la normalidad psicológica.

Es por ello que a la deformación del cristianismo original, que la Iglesia mantiene desde la época medieval, como una forma cercana al paganismo, se le suma ahora una deformación mayor, que es la satanización asociada al marxismo-leninismo en su versión denominada “teología de la liberación”.

La debilidad de la Iglesia se advierte en aquellas sociedades en las que sus integrantes se identifican como creyentes y católicos, mientras que dichas sociedades alcanzan simultáneamente altos índices de corrupción. Ello se debe simplemente a que se ha rechazado la prioridad establecida por el propio Cristo, que implica el cumplimento de los mandamientos bíblicos antes que la adhesión a una postura filosófica respecto a cómo funciona nuestro universo.

martes, 28 de marzo de 2017

Fe vs. Prueba y error

Una de las formas en que se establece el conocimiento es la basada en la fe o confianza en quien emite cierta información. La fe puede ser positiva y es el caso en que el receptor cree todo lo que se le dice, o bien puede ser una fe negativa en que se duda o se rechaza todo lo que diga o escriba cierto individuo, incluso adoptándolo como referencia para creer todo lo contrario. Cuando la fe es total, sin la menor posibilidad de duda, el creyente se acerca peligrosamente al fanatismo. Henri Poincaré escribió: “Dudar de todo o creerlo todo, son dos soluciones igualmente cómodas, pues tanto una como la otra nos eximen de reflexionar”.

En el caso de las ideologías propagadas mediante la fe, ya sea porque esa haya sido la intención del líder o bien porque esa fue la respuesta de sus seguidores, tal conjunto de ideas tiende a reemplazar la realidad y se produce cierta sumisión que aparece junto al gobierno mental del ideólogo sobre el individuo. Héctor Ricardo Leis escribió: “La ideología impedía ver la realidad. Yo fui comunista, peronista, socialista, socialdemócrata, verde, liberal. Ahora no soy nada de eso. Pasé por todas. Ahora puedo ver la realidad. El que antepone su ideología, el que dice «yo siempre fui peronista» o «yo siempre fui socialista» no ve la realidad. ¡Hay tanta ideología en la Argentina! La noción de ideología en la Argentina representa un sentimiento negativo, un sentimiento de violencia, de ganas de matar al otro. En la Argentina la ideología está asociada a la violencia y a la incapacidad para ver la realidad” (De “El Diálogo” de G. Fernández Meijide y H. R. Leis-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2015).

Por lo general, se considera que existe un antagonismo entre fe y razón. En realidad, todo el mundo razona, aunque unos lo hacen adoptando la fe como punto de partida y otros lo hacen en base a la realidad, a la que se llega por medio de “conjeturas y refutaciones”, que es el proceso adoptado por la ciencia experimental. Tal proceso no sólo se lo utiliza para establecer nuevos conocimientos sino también para aprender algo ya establecido. En el primer caso, el razonamiento se emplea como una justificación de lo que previamente se cree o acepta; en el segundo caso el razonamiento se utiliza para ampliar el conocimiento o bien para sustentarlo con una base más segura.

Durante la mayor parte de la historia, el hombre ha razonado en base a la fe. Incluso en la actualidad, una época en la que sólo aparentemente predomina el pensamiento científico, se sigue con el pensamiento tradicional, llegándose al extremo contradictorio de basarse en la “fe en la ciencia”. Si bien se valoran los avances científicos y los adelantos tecnológicos basados en la ciencia, el pensamiento de la mayoría sigue estando basado en las opiniones de diversos líderes en lugar de basarse en la propia realidad. El Papa Pío XII expresó: “Pueblo y multitud amorfa o, como suele decirse, masa, son dos conceptos diferentes. 1º El pueblo vive y se mueve con vida propia; la masa es de por sí inerte y no puede ser movida sino desde fuera. 2º El pueblo vive de la plenitud de vida de los hombres que lo componen, cada uno de los cuales (en su propio puesto y a su manera) es una persona consciente de sus propias responsabilidades y convicciones”.

“La masa, por el contrario, espera del impulso exterior, fácil juguete en las manos de cualquiera que sepa manejar sus instintos o sus impresiones, pronta para seguir alternadamente hoy esta bandera, mañana aquella otra”.

En cuanto a la población argentina, Nicolás Márquez escribió: “¿Cuál de estas dos nociones (pueblo o masa) es la que le cabe a la Argentina? Va de suyo que no hay una comunidad puramente «masa» ni puramente «pueblo», puesto que siempre se efectúa una fusión entre ambos factores. Lo que en verdad hay es una tendencia prevaleciente. Entonces la pregunta ha de ser: ¿cuál de los dos conceptos predomina en la Argentina?”.

“Si lo que impera es la masa, es obvio que quien posea los medios de comunicación y la información va a imponer su opinión a una multitud de personas que, errantemente se desplazan por la vida sin rumbo y aferrados a la pereza mental. En este sentido, los manipuladores de información, opinólogos y recolectores de votos, no dejarán de abrumar con un mensaje que al ser acatado gratuitamente y sin el menor discernimiento, es luego portado y transportado por una masa nómade que deambula inciertamente, siempre a la espera de impulsos exógenos “ (De “La otra parte de la verdad”-Mar del Plata 2004).

Una vez que se produce el fenómeno de la rebelión de las masas, descrito por José Ortega y Gasset, las masas podrán producir resultados catastróficos si son motivadas por el odio impartido por políticos populistas, antes que democráticos. De ahí que la forma concreta para una mejora generalizada de las sociedades actuales consiste en tratar de que el ciudadano que piensa en base a la realidad predomine sobre la masa que actúa en base a estímulos exteriores que, por lo general, no son los mejores.

El método de prueba y error presupone el previo conocimiento de la información ya verificada por la experiencia. De lo contrario, no tendría sentido comenzar “desde cero” para redescubrir todo lo que ya se conoce. Además, cuando se habla de adoptar como referencia la realidad, se considera adoptar como referencia las leyes naturales que rigen todo lo existente. De todas maneras, en el proceso del conocimiento resulta conveniente confiar en quienes imparten la instrucción a recibir, sólo que uno debe tener siempre presente que debemos tener puestos los ojos sobre la propia realidad.

Supongamos que se lee en la Biblia una frase como la siguiente: “Todos los árboles poseen hojas de color verde”. Quien adopta como referencia a la Biblia, acepta tal afirmación sin apenas dudar un poco, porque ni siquiera se molestará en traer desde su memoria alguna experiencia pasada que le indique que también existen árboles con hojas de color diferente al indicado. También es posible que en otro individuo, que lee la frase mencionada, le surjan imágenes de experiencias pasadas en las cuales advierte que, también hay árboles con hojas de otro color, o que son verdes sólo en verano.

Mientras el primero muestra una fe ciega en la Biblia, sin plantearse la menor duda, el segundo se pregunta si una expresión bíblica implica un símbolo o una realidad concreta, ya que razona en base a la realidad para darle sentido a lo que lee. Estas dos actitudes representan la diferencia entre lo que algunos autores denominan el “cristianismo convencional” (basado en la fe incondicional en quienes escribieron la Biblia inspirados en Dios) y el cristianismo del futuro (basado en un pensamiento que toma como referencia las leyes naturales que Dios ha utilizado para hacer al mundo).

El cristianismo convencional, o tradicional, se basa justamente en ciertas convenciones o acuerdos entre sus difusores respecto a la interpretación de algunos puntos poco claros de la Biblia, con la consiguiente pretensión de que tales acuerdos fuesen adoptados masivamente en el futuro. Sin embargo, tales pretensiones, posiblemente, impidieron que los creyentes se sintieran cómodos antes esa alternativa. W. H. van de Pol escribió: “Siempre me ha sorprendido que los teólogos no cambien más a menudo de Iglesia o al menos de modalidad y dirección religiosa, por lo menos no tan a menudo como el común de la gente. Pareciera que el estudio, para la mayoría, sólo les sirve para certificar la justicia de fundamentos y testimonios que están irremediablemente fijos de antemano. Los hechos recientemente descubiertos y los nuevos argumentos se consideran peligrosos, como si fueran a hacer tambalear la creencia religiosa que fue dada de una vez para siempre. Nos sentimos ligados de por vida a estas creencias y queremos protegerlas y defenderlas a cualquier precio”.

“La primera característica y la más notable del convencionalismo religioso es su incontrovertibilidad, en virtud de la cual, sin reflexión ulterior, se acepta y se practica lo que ha sido enseñado y prescrito. En cuanto asoma una duda acerca de esta incontrovertibilidad, se acaba, en principio, el convencionalismo. Cuando en una comunidad religiosa alguien comienza a reflexionar sobre lo que en esa comunidad se enseña y practica desde el punto de vista religioso, en ese individuo ha sido atacado el convencionalismo y empieza a peligrar con él el convencionalismo de toda la comunidad. Esto no significa necesariamente que también desaparezcan la doctrina y la práctica pertinentes. Pero éstas han perdido su carácter convencional desde el momento en que ya no nos atamos a ellas ni las consideramos incontestables por el solo hecho de no haber oído o practicado otra cosa desde niños” (De “El final del cristianismo convencional”-Ediciones Carlos Lohlé-Buenos Aires 1969).

El caso histórico más destacado, en materia de anticonvencionalismo, fue el de Baruch de Spinoza, expulsado de la comunidad judía de su época, al adoptar como referencia el mundo real para darle así sentido a lo que indican los Libros Sagrados. Su postura implica afirmar: «Tal párrafo del Antiguo Testamento significa tal cosa porque el mundo real funciona de tal manera», en lugar de la tradicional postura que afirmaba: «Para entender cómo funciona el mundo real, no debes mirar la realidad sino leer el Antiguo Testamento». El papel de la Biblia ha de ser el de constituir una ayuda para ver mejor la realidad.

Si adoptamos como referencia la propia realidad, como en el caso del pensamiento científico, existen posibilidades de lograr acuerdos entre los integrantes de un mismo grupo religioso y entre integrantes de diversas religiones. Por el contrario, el convencionalismo predominante en casi todos los sectores, impide cualquier acuerdo promoviendo las divisiones y los antagonismos que se observan. Van de Pol agrega: “Es casi obvio que el convencionalismo religioso es un serio obstáculo para un contacto fructífero entre miembros de distintas comunidades religiosas. El punto de vista del otro se considera tan evidentemente inadmisible como nos parece irrefutable nuestra propia opinión”.

“No pocas veces esto se hace evidente a través de la manera en que se relacionan compañeros no avezados en un primer contacto ecuménico, suponiendo que se hayan decidido a tal encuentro. Lo mismo se manifiesta si pensamos en las veces que nos equivocamos al defender una convicción como propia, personal e independiente, mientras en realidad, aunque sin saberlo, nos encontramos todavía dentro de una visión convencional, que es la del grupo al que pertenecemos –una visión que a veces perdura durante siglos sin ser nunca más controlada o corregida-”.

“Muchas veces no creemos ni pensamos de una manera tan independiente y personal como imaginamos. Estamos limitados y determinados por las convenciones mucho más de lo que nosotros mismos sospechamos; productos de nuestro medio, hijos de nuestro tiempo, esclavos de una u otra moda en el terreno religioso o teológico. ¡Vivimos, pensamos y creemos desde uno u otro aislamiento espiritual sin ser claramente conscientes de ello!”.

sábado, 25 de marzo de 2017

Sabotaje a la sociedad

Cuando en una sociedad predominan el egoísmo, el odio y la indiferencia, sus integrantes están conspirando contra el grupo social, aunque en una forma involuntaria. En cambio, cuando lo hacen en una forma consciente y voluntaria, puede decirse que están saboteando a la sociedad. Entre los principales saboteadores se encuentran los marxistas-leninistas, que ven en cada sociedad una económica capitalista a pesar de que muchas veces no sea más que un simple mercantilismo, y, por fidelidad a su ideología, se sienten obligados a destruirla.

Mientras que, en la revolucionaria y primera etapa, la idea general implicaba tomar el poder por las armas para generar luego un cambio de mentalidad hasta llegar al “hombre nuevo soviético”, en una segunda etapa aparece la postura de Antonio Gramsci quien proponía lograr primeramente al “hombre nuevo socialista” para, acceder luego fácilmente al poder, sin necesidad de revolución alguna, que es la actual forma combativa adoptada por los diversos movimientos marxistas.

Podría pensarse que los sucesivos fracasos del socialismo harían desistir a muchos de la necesidad de imponerlo, y que por ello las revoluciones han quedado como parte de un pasado violento. Sin embargo, se advierte que, en realidad, persisten los proyectos destructivos de la sociedad capitalista aunque esta vez a través de la propuesta de Gramsci. Este ideólogo italiano escribió: “La Intelligenza tiene que apoderarse de la educación, de la cultura y de los medios de comunicación social, para desde allí apoderarse del poder político y con él dominar la sociedad civil”.

La táctica revolucionaria implicaba destruir las instituciones de una sociedad junto a los opositores considerados “irrecuperables” por cuanto se advertía la imposibilidad de que adoptaran la mentalidad adecuada al socialismo. Carlos Manuel Acuña escribió: “Uno de los lemas que se difundieron sostenía que «hay que destruir para luego construir». Sugestivamente no se convirtió en una exclusividad de estos estudiantes combativos, pues a lo largo de los años setenta fue voceado por las distintas organizaciones subversivas de nuestro país y del Uruguay donde, más precisos, sostenían que «hay que hacer tabla rasa con todo lo que existe y únicamente sobre las ruinas que queden, se podrá levantar el mundo que deseamos»”.

En cuanto a la nueva metodología, el citado autor escribió: “Básicamente, a la inversa del proyecto revolucionario y violento, Gramsci –claramente anticatólico- sostenía que a las sociedades había que conquistarlas desde adentro, transformando o suprimiendo paulatinamente sus contenidos culturales para luego producir la transformación. Entre los mecanismos instrumentales, proponía el control de los medios de comunicación, la inserción lenta pero sostenida, de nuevos valores y principios, la destrucción de los límites morales que sostienen el orden establecido, desacralizar a la sociedad, desnaturalizar los componentes de ese orden, especialmente las fuerzas encargadas de custodiarlo, modificar el concepto de propiedad e iniciar un proceso de deterioro hasta alcanzar el momento del reemplazo. Propiciaba lo que de manera difusa se da en llamar Hombre Nuevo” (De “Por amor al odio” Tomo II-Ediciones del Pórtico-Buenos Aires 2003).

Por otra parte, Plinio Correa de Oliveira escribió: “El proceso revolucionario se da en dos velocidades diversas. Una rápida, está destinada generalmente al fracaso en el plano inmediato. La otra ha sido habitualmente coronada por el éxito, y es mucho más lenta…”.

“Es necesario estudiar el papel de cada una de esas velocidades en la marcha de la revolución. Se diría que los movimientos más veloces son inútiles. Sin embargo, no es verdad, la explosión de esos extremismos levantan un estandarte, crea un punto de mira fijo que, por su propio radicalismo, fascina a los moderados, y hacia el cual éstos se van encaminando lentamente. Así, el socialismo repudia al comunismo pero lo admira en silencio y tiende hacia él” “El fracaso de los extremistas es, pues, sólo aparente. Ellos colaboran indirecta pero poderosamente, con la revolución, atrayendo en forma paulatina a la multitud incontable de los «prudentes», de los «moderados» y de los mediocres, para la realización de sus culpables y exacerbados devaneos” (De “Revolución y contrarrevolución”).

Por lo general, los familiares de los terroristas de los 70 nunca culpan a los ideólogos que indujeron a sus hijos a adoptar el camino de la violencia, ya que el primer eslabón del terrorismo y de la posterior represión es, justamente, el ideólogo. Pablo Giussani escribió: “Adriana murió en una tarde de 1977, despedazada por una bomba que le estalló en las manos mientras ella se aprestaba a colocarla en una comisaría…Con horror pienso en el trágico fin de Adriana y en la personalidad de quien pudo haberla programado para esta inmolación. Si luego trato de asignarle un rostro y un nombre a esta personalidad, encuentro entre sus identidades posibles la de Paco, mi viejo amigo Paco Urondo (terrorista que terminó suicidándose con cianuro al ser sorprendido por la policía en 1976). Rostros que incluyen el mío, y los de toda una generación que pregonó la dialéctica de las ametralladoras, en un rapto de frivolidad que más tarde sería asimilado en términos librescos por sus hijos” (De “Montoneros. La soberbia armada”-Editorial Sudamericana-Planeta SA-Buenos Aires 1984).

La primer victima de la ideología marxista-leninista es la verdad histórica. Por lo general se relata una historia en la que los militares matan a los “jóvenes idealistas” casi por deporte y diversión, mientras que poco o nada se habla de los casi 21.000 atentados, los casi 750 secuestros extorsivos y los casi 1.000 asesinatos que provocaron. Ernesto Sábato, uno de los autores del “Nunca más”, expresaba en 1978: “La inmensa mayoría de los argentinos rogaba casi por favor que las Fuerzas Armadas tomaran el poder. Todos nosotros deseábamos que se terminara ese vergonzoso gobierno de mafiosos”.

“Desgraciadamente ocurrió que el desorden general, el crimen y el desastre eran tan grandes que los nuevos mandatarios no alcanzaban ya a superarlos con los medios del Estado de derecho…los extremistas de izquierda habían llevado a cabo los más infames secuestros y los crímenes monstruosos más repugnantes…Sin duda alguna, en los últimos meses, muchas cosas han mejorado en nuestro país; las bandas terroristas han sido puestas en gran parte bajo control” (Citado en “La otra parte de la verdad” de Nicolás Márquez-Buenos Aires 2007).

Por otra parte, Héctor Ricardo Leis, ex Montonero, escribió: “La guerra civil en la Argentina ocurrió entre 1973 y 1976. Durante ese periodo hubo un estado de anarquía propio de la guerra civil. Todos se mataban en la calle de la peor forma, unos a otros. Morían más de un lado, morían menos de otro. No había ley ni justicia. Ahí hubo guerra. Lo que yo sostengo es que los guerrilleros no tuvimos legitimidad durante un gobierno constitucional para continuar la guerra que habíamos iniciado con Onganía. Pero Videla tuvo legitimidad. Tal como le dijo Videla a Ceferino Reato, él pudo haber hecho lo mismo con Isabel o sin Isabel”.

“Lo que no podemos discutir es que Videla contaba con la legitimidad necesaria para poner fin a un estado de anarquía que no iba a llevar a ningún lugar. Estaba claro que no íbamos a derrotar a los militares en la medida que el pueblo no tomó partido por nosotros de la forma en que esperábamos. Eventualmente podríamos haber triunfado. No estaba decretado en el cielo que no podríamos triunfar. Pero eso no dependía de nuestra voluntad armada, dependía del pueblo y de que decidiera volverse para nuestro lado” (De “El diálogo” de G. Fernández Meijide y H. R. Leis-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2015).

Tanto terroristas como militares emplearon métodos de exterminio. Por ello, las críticas que generalmente se les hacen a las Fuerzas Armadas parecen provenir en realidad del hecho de que evitaron la plena destrucción material y humana de la sociedad, ya que constituían el único medio posible para finalizar el estado de guerra interno. Lo lamentable del caso es que, si uno realiza en la actualidad una encuesta en la población respecto a si le parece bien o mal la interrupción del gobierno de Isabel Perón, posiblemente cerca de un 80% afirmaría haber preferido la continuidad del gobierno elegido en las urnas; lo que implicaba haber preferido la destrucción total del país en manos de los terroristas y la instalación posterior de un gobierno socialista y totalitario. La efectividad de la campaña ideológica se hace evidente, ya que incluso muestra una capacidad para hacer que la gente prefiera incluso su propia autodestrucción, que es en definitiva la actitud que indujeron en cada uno de los terroristas que incorporaron a sus filas.

La actitud del socialista es muy distinta en la etapa destructiva de la sociedad a la que adopta en la etapa constructiva, una vez conquistado el poder. En el primer caso, protesta cuando no se le permite expresar reclamos por sus derechos, si bien estos reclamos son utilizados muchas veces para crear a aumentar conflictos ya existentes. Por el contrario, cuando el socialista conquista el poder, todo reclamo ante su gobierno es restringido e, incluso, castigado. Así, cuando es interceptada una carta en la que Alexander Solyenitsin critica a Stalin, fue condenado a ocho años de trabajos forzados.

La gran mayoría de los periodistas e intelectuales argentinos parece estar decidida a encubrir las acciones de los terroristas de los 70 como también a estimular el “marxismo cultural”, que no es otra cosa que la continuidad de la acción destructiva que la izquierda política adopta frente a la educación, la justicia, la seguridad, etc., y, sobre todo, ante la mentalidad generalizada de la sociedad, en donde el odio destructivo hacia todo lo que implique civilización occidental es estimulado hasta niveles inverosímiles. Leis agrega: “Para una investigación sobre los tiempos de Onganía entrevisté a muchos intelectuales de izquierda y derecha, revisé publicaciones en las que escribían. Los intelectuales de izquierda siempre estaban en contra de la violencia del Estado contra los guerrilleros. Pero de la violencia de los guerrilleros contra el Estado no decían nada”.

“Recién en Brasil percibo a los derechos humanos como el lugar que tengo para repensarme. Fue un ancla para pensar correctamente los derechos humanos. Ahí me dije: «Los derechos humanos son los derechos para todos». Y percibí que yo había violado los derechos humanos, algo que no era muy común entre otros refugiados. Pude entender que los militares violaban los derechos humanos. Que los estaban violando más ellos que nosotros. Pero que la ley se aplicaba a todos. De esa manera fui construyendo y reconstruyendo mi propia visión del mundo. No hubo oportunismo de mi parte. Yo no me puse en el lugar de víctima. Me puse en el lugar de sobreviviente. Logré salir y voy a pensar todo otra vez. Pensé: «Soy un sobreviviente. Es una nueva vida, la gané. Voy a pensar todo de otra forma»”.

jueves, 23 de marzo de 2017

La memoria dividida

Estando la sociedad argentina dividida ideológicamente en dos sectores antagónicos, no resulta extraño que tal división involucre a la propia memoria histórica, ya que el pasado es interpretado y relatado en distinta forma según los diversos sectores en pugna. No resulta sencillo, sin embargo, advertir cuál es el factor que motiva los desencuentros, ya que no parece provenir de un problema originado según la clase social de los involucrados, sino que implica una división de tipo moral, ya que el antagonismo se produce aun entre miembros de una misma familia.

Como ejemplo de tal división podemos mencionar el caso de los Alsogaray, uno de cuyos miembros, el economista Álvaro C., fue una figura representativa entre quienes trataron de impulsar la economía capitalista en el país, mientras que dos de sus sobrinos, hijos de su hermano militar Julio, pertenecieron a un grupo armado marxista, perdiendo uno de ellos la vida en esa condición.

Mientras que en algunos países europeos existen grupos intelectuales surgidos de ambientes aristocráticos, en la Argentina existen grupos pseudo-aristocráticos cuyo principal mérito es haber heredado alguna fortuna lograda mediante las habilidades empresariales de sus antepasados, en el mejor de los casos, o bien bajo sus aptitudes para congraciarse con los gobernantes de turno. Tal es así que varios de los integrantes de Montoneros pertenecían a ese sector social. Juan José Sebreli escribió: “La base social de Montoneros era de clase alta, clase media y algunos sectores lumpen, no abundaban en cambio los obreros. Entre los doce miembros fundadores sólo había un obrero y éste provenía de la militancia católica”.

“La auto-denominación de Montoneros define la actitud reaccionaria, proclive a las utopías retrospectivas, al anticapitalismo romántico: las montoneras habían sido un desorganizado movimiento de masas campesinas del siglo XIX que, conducidas por poderosos terratenientes, defendían formas rudimentarias de producción rural destinadas a desaparecer ante el avance del capitalismo”.

“El origen de los modernos montoneros estaba en la doctrina, igualmente anticapitalista romántica, de ciertos sectores de la Iglesia” (De “Crítica de las ideas políticas argentinas”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2002).

La escritora Silvina Bullrich advierte la decadencia de ese sector de la sociedad que en otras épocas contribuyó al engrandecimiento del país. Al respecto escribió: “Era socia del Ocean Club y porque había dejado de pagar durante dos veranos por estar casada con Marcelo [Dupont], negaron mi condición de socia. Fue un escándalo bajo, vil, indigno de lo que debería ser una clase dirigente, pero no supo serlo, de ahí todos los males de nuestro país. Esa oligarquía débil, incapaz de responderse entre sí, trajo daños irreparables, dejó instaurarse dos gobiernos peronistas, consiguió que sus hijos se convirtieran en guerrilleros y que el peronismo, con Cámpora como Presidente de la República, ganara en el Barrio Norte cuando las últimas elecciones [en 1973]” (De “La gran burguesa” de Cristina Mucci-Grupo Editorial Norma-Buenos Aires 2003).

Podría afirmarse, aunque con cierta cautela, que la grieta social que afecta a la sociedad argentina radica en un enfrentamiento entre individuos identificados con la clase media, con cierta vocación democrática, frente a individuos que se identifican con un sector totalitario y peronista al que poco le costó pasarse del nazi-fascismo de los 40 al marxismo-leninismo de los 70. Si bien muchos consideran que el nazi-fascismo es ideológicamente opuesto al marxismo-leninismo, desde un punto de vista democrático se observan como si fuesen dos grupos mafiosos que se disputan el poder, teniendo muchos aspectos en común.

Si tuviésemos que elegir las figuras más representativas de ambos sectores, es decir, el democrático y el totalitario, encontramos al Premio Nobel Bernardo A. Houssay como lo opuesto al tirano Juan D. Perón.

La persecución a la gente decente, que se produjo durante el peronismo, tuvo algunos antecedentes en el accionar de los militares nazi-fascistas amigos y colegas de Perón. Virgilio G. Foglia relata un atentado contra la vida de Houssay en 1943: “Pero lo más grave fue la colocación de una bomba en su casa que explotó y causó daños materiales considerables sin lesionarlo por el hecho de haber cambiado de lugar segundos antes. La bomba estaba colocada en el marco de la ventana de su escritorio en su casa particular en la planta baja y él trabajaba sentado en una silla pegada a ese marco” (De “Bernardo A. Houssay. Su vida y su obra”-Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales-Buenos Aires 1981).

Los grupos extremistas, como Montoneros y el ERP, tuvieron el apoyo directo de Cuba e indirecto de la URSS, por lo cual el conflicto armado de los 70 no se pareció a una guerra civil, sino que fue un conflicto vinculado a la guerra fría y a los intentos de expansión del entonces Imperio Soviético. De ahí que el sector que inicia la agresión armada contra la Nación no debe considerarse local, sino internacional. Juan B. Yofre escribió: “Muchos observarán que trato la situación interna cubana. El papel de Fidel, en primer lugar. Luego, el Che Guevara con su fracasada fórmula: guerrilla-revolución-triunfo-socialismo, sembrando de muerte por donde pasaba. En todos lados, lo mismo, sin reparar en los costos. Hablaba de principios morales mientras fusilaba sin desdén. De no intervención, mientras se colaba donde podía. Llegó a privilegiar una invasión con extranjeros en su propio país. Ahí está, hoy reivindicado con su imagen en la Galería de Patriotas Latinoamericanos de la Casa de Gobierno. Un mensaje tétrico para las futuras generaciones o una muestra de frivolidad suicida” (De “Fue Cuba”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2014).

El “ritual” de iniciación en Montoneros exigía del futuro miembro el asesinato en la vía pública de un policía para quitarle el arma reglamentaria. Con ello se advertía la intención de exterminar a quienes se interpusieran a las ambiciones de los posteriormente denominados “jóvenes idealistas”. La reacción de policías y militares fue similar, ya que, por el simple instinto de supervivencia, adoptaron también la idea del exterminio del sector agresor. De ahí el nombre de “guerra sucia” con que luego se la designó. Incluso se afirma que unos de los líderes revolucionarios, Mario Roberto Santucho, estimaba en un millón la cantidad de asesinatos preventivos, contra posibles opositores, que se necesitaría realizar para la inminente implantación del socialismo en la Argentina. También Santucho pertenecía a una familia tradicional; originaria de Santiago del Estero.

Entre los promotores de la guerrilla marxista-leninista estaban también algunos sectores de la Iglesia, aunque seguía existiendo la tradicional Iglesia Católica cristiana, que era defendida por intelectuales como Carlos A. Sacheri, quien, por esa razón, fue asesinado en los años 70 por integrantes de uno de los grupos subversivos. Sacheri escribió, presagiando en cierta forma su propio destino: “Mientras el Tercermundismo pueda desarrollar libremente su obra de demolición de la autoridad y de los valores cristianos, el marxismo se extenderá dentro de la Iglesia, dando dramática actualidad a lo que denunciara Georges Bernanos: «Seremos fusilados por curas bolcheviques»…Quien quiera entender, entienda…” (De “La Iglesia clandestina”-Ediciones del Cruzamante-Buenos Aires 1977).

No se vislumbra la posibilidad de que la grieta que divide a la sociedad argentina se vaya a reducir, ya que los sectores totalitarios no admiten culpa alguna. Incluso se le ha restado todo valor e importancia a las victimas de la guerrilla, aceptándose tácitamente que no tenían derecho a la vida aunque por todas partes pregonan los “derechos humanos”. Por el contrario, los homenajes y las indemnizaciones son destinados a los caídos que pertenecían al bando agresor.

En la actualidad (2017) podemos observar, no sin cierto asombro, algunos programas de la televisión estatal en los que aparecen algunos terroristas de los 70, que fueran integrantes de Montoneros o del ERP, manteniendo sus posturas iniciales, sin reconocer culpa alguna, y promoviendo además la ideología que tantas muertes produjo. Si se sugiere un “nunca más” a la reacción brutal, se debe exigir también un “nunca más” a la acción brutal de quienes iniciaron el conflicto.

En pocos países (si es que ha habido alguno) se ha dado el caso de que importantes sectores de la población reivindiquen la acción violenta de grupos foráneos que intentaron destruir la nación para hacerla dependiente de un sanguinario imperio, como lo fue el soviético. Cometieron unos 21.000 atentados contra la propiedad, unos 750 secuestros extorsivos y alrededor de 1.000 asesinatos de individuos pertenecientes al bando argentino. Mientras el futbolista Alfredo Distefano afirmaba, con cierto orgullo, tener dos patrias, Argentina y España, los sectores de izquierda parecen haber tenido también dos patrias: Cuba y la Unión Soviética, renunciando a la Argentina, a la que trataron de destruir material y humanamente.

Si bien muchos recomiendan mirar al futuro antes que al pasado, resulta conveniente seguir mirando nuestra historia para mostrar la realidad de los hechos y para que quienes fueron engañados con versiones incompletas de lo sucedido, salgan del engaño. El sector que avala el terrorismo marxista ni siquiera reconoce el rotundo fracaso del socialismo que pretendían imponernos por la fuerza del odio y de las armas. Por algo será que sólo tres países en el mundo todavía lo mantienen en vigencia (Corea del Norte, Cuba y Venezuela).

Si se elige al azar una semana de los años 70, con la guerrilla en pleno (en este caso una del mes de Mayo de 1973), se podrá apreciar una sucesión de actos delictivos como los que a continuación se mencionan:

18 de Mayo: Secuestro de Enrique Fridman, empresario, liberado previo pago de rescate.
Atentado con explosivos al Distrito Militar San Juan.
Atentado con explosivos a Coca-Cola de San Juan.
20 de Mayo: Asesinato de Juan Carlos Allegari, aspirante a agente policial
21 de Mayo: Secuestro de Oscar Ricardo Castell, empresario liberado previo pago de rescate
22 de Mayo: Asesinato de Dirk H. Kloosterman, Secretario General de SMATA
23 de Mayo: Emboscada y tiroteo contra Luis Giovanelli, Noemí Darrin y Luis Cianelli, directivos de Ford. Todos fueron heridos. El primero murió el 25 de Junio de 1973.
Secuestro de Aaron Bellinson, gerente de BABIC SA.
24 de Mayo: Atentado con explosivos en el domicilio de Raúl Teruel, universitario, en Santiago del Estero
(De “Por amor al odio” de Carlos Manuel Acuña-Ediciones del Pórtico-Buenos Aires 2000).

Para confirmar la afirmación previa de que la grieta social responde esencialmente a una división de la sociedad por causas morales, se hace evidente que una acción destructiva como la ejemplificada, sólo puede ser apoyada, admirada y festejada por quienes odian a la sociedad a tal extremo que legitiman el secuestro o el asesinato de personas comunes y corrientes, como policías, empleados o gremialistas.

miércoles, 22 de marzo de 2017

Causas posibles del deterioro educativo

Entre los aspectos observables que han ido reduciendo notablemente el nivel educativo y cultural de los alumnos, tanto de escuelas primarias como secundarias, se pueden mencionar los siguientes:

1- Pobre valoración social del conocimiento

Cuando la educación es valorada sólo como un medio que permite ganar dinero, se pierden los estímulos necesarios para que el alumno adopte el hábito de la lectura y del autoaprendizaje. Incluso se ha llegado al extremo de que el mejor alumno reciba burlas de sus compañeros por cuanto se supone que “se la pasa todo el día estudiando”.
Por el contrario, el atractivo personal de un individuo depende bastante de sus aptitudes intelectuales, ya que toda conversación con alguien instruido se hace interesante y fructífera, por cuanto algo nuevo se ha de aprender.

2- Eliminación de premios y sanciones

Los estímulos y las sanciones han sido eliminados por cuanto el estímulo eleva y la sanción rebaja, atentado contra el anhelado igualitarismo (que se lo confunde con la igualdad). La abolición del sistema de amonestaciones produce en las escuelas los mismos efectos que la despenalización de delitos en la sociedad. En el primer caso promueve la indisciplina, mientras en el segundo caso promueve la delincuencia.
Quien aboga por las amonestaciones, no es una persona represiva, como se supone, ya que en épocas pasadas, cuando cada alumno sabía que tenía límites ante sus acciones antirreglamentarias, las expulsiones eran poco frecuentes. En la actualidad, por el contrario, ante la ausencia evidente de límites, la indisciplina perturba casi totalmente el desarrollo normal de una clase, impidiendo que sea fructífera aun para el alumno interesado en aprender.
El grave problema de la burla se resolvería, o atenuaría bastante, con las amonestaciones y una posterior expulsión del alumno violento (si es que resulta de interés proteger a las víctimas de esta situación y de impedir que el burlesco siga por un camino que lo podrá llevar a la delincuencia).

3- Predominio de los derechos sobre los deberes

Al exigir de los demás el respeto de nuestros derechos, relegamos en nuestra mente nuestros deberes, por lo cual no se cumplirán, como tampoco se respetarán los derechos de los demás. De ahí que, en lugar de buscarse la igualdad, predomina el egoísmo es su forma más déspota, ya que incluso tal mentalidad lleva a algunos padres a agredir a los maestros de sus hijos.

4- Desplazamiento de la prioridad de los contenidos

Ante el surgimiento de las nuevas tecnologías de la información, se cree erróneamente que el alumno ya dispone de abundantes fuentes de conocimiento y que por ello la labor del docente debe ser distinta a la que tenía en otras épocas. Sin embargo, el alumno siempre ha de aprender un tema cuando el docente se lo transmite con ciertos detalles y con la coherencia lógica necesaria para su asimilación (en forma independiente a las miles de páginas de Internet en donde aparezca el tema en cuestión).
Las ideas propias, o creativas, podrán surgir sólo en una etapa posterior a aquella en la que recibe el “conocimiento prefabricado”, como irónicamente se denomina al transmitido bajo el método tradicional; que resulta mucho más efectivo que el actual.

5- Reemplazo del entrenamiento mental por la calculadora

La excesiva utilización de calculadoras impide que el alumno realice el entrenamiento mental necesario para todo razonamiento, y sobre cualquier tema. Ante la pregunta de por qué seguir sacando cuentas mentalmente si existe la calculadora, se puede responder de por qué seguir caminando si existen las sillas de ruedas. La utilización de calculadoras en la primaria, y aun en los primeros años de la secundaria, resulta ser una especie de sacrilegio contra el entrenamiento mental.
El analfabetismo matemático, especialmente el aritmético, impide que una persona pueda hacer estimaciones mentales simples cuando las circunstancias lo requieren, estando totalmente perdidos en caso de no disponer de una calculadora.

6- Reemplazo de los libros

La televisión, como Internet, dispone de figuras de alta calidad que han desplazado a los libros sin figuras en la preferencia de muchos niños y jóvenes. Ambos medios de comunicación no nos exigen el ejercicio mental de conformar nuestras propias imágenes mentales, como en el caso del libro sin figuras. De la misma manera en que el uso excesivo de calculadoras impide el desarrollo de habilidades matemáticas y lógicas, el uso excesivo de la televisión e Internet impide el desarrollo de las habilidades imaginativas, e incluso del razonamiento normal.
Una de las consecuencias inmediatas de este uso excesivo es la pobre comprensión de textos de quienes están acostumbrados a no tener que asociar una imagen mental, surgida de su mente, ante cada palabra o párrafo que leen. En definitiva; produce los mismos efectos no saber leer que no leer nunca.

7- Utilización de la escuela para el adoctrinamiento partidario

Como al frente de los Ministerios de Educación está casi siempre un político antes que un docente (aunque disponga del titulo respectivo), se ha priorizado en las escuelas la enseñanza de una tergiversada versión de la economía de mercado (capitalismo), de la globalización, de los alimentos transgénicos, etc., como la promoción partidaria de políticas populistas y redistributivas.

8- Priorización del método al contenido

En algunas facultades que preparan docentes para el nivel secundario, se advierte que, aproximadamente, entre un 40 y un 50% de las materias son pedagógicas, reduciendo drásticamente la carga horaria de las materias propias de la especialidad. Luego, el tiempo asignado por el futuro docente para la asimilación de los contenidos que luego ha de transmitir, se ve ampliamente reducido, y de ahí seguramente su nivel no será el óptimo. Todo indica que el criterio predominante es darle trabajo a los docentes de Ciencias de la Educación en lugar de pensar en las necesidades de los alumnos y de la sociedad.
También en estos casos se imparte adoctrinamiento político que prepara al docente para promover en las escuelas un sistema político-económico que ha sido abandonado por la casi totalidad de los países del mundo.

9- Desprecio por los métodos educativos del pasado

Si un docente utiliza con frecuencia el pizarrón o hace un dictado, será criticado por usar métodos anticuados, aunque en el pasado no existían los graves problemas de la actualidad. Si un docente sintetiza un tema en el pizarrón y el alumno lo copia en su carpeta, habrá escuchado el tema una vez, lo habrá leído una vez, lo habrá escrito una vez y lo habrá releído antes de la evaluación correspondiente. A menos que el alumno se desinterese por el tema, son cuatros instancias que seguramente le habrán permitido al alumno formarse una idea adecuada del tema.

10- Autosabotaje de sus estudios

Varios son los alumnos que tratan de aprender lo menos posible y de hacer trampas en las evaluaciones, convirtiendo sus estudios en una gran pérdida de tiempo y contribuyendo a una gran pérdida de recursos económicos por parte de la sociedad.
Cuando la diversión y la vagancia son los mayores “valores” aceptados y divulgados en una sociedad, el alumno piensa todo el tiempo en tales “valores” menospreciando el conocimiento impartido en la escuela.

11- Elección del conocimiento “útil”

Con el pretexto del alumno de que algún tema o materia no le ha de servir en el futuro, ya que se dedicará a un trabajo poco vinculado, dejará de lado importantes conocimientos que hacen a la cultura general y a su formación personal. No faltarán los docentes que han de compartir ese criterio dejando de enseñar o de exigir adecuadamente aquellos temas descartados por los alumnos.
Por lo general, todos los conocimientos impartidos tienen su importancia y el alumno debe tratar de salir de la escuela con un amplio abanico de saberes que le permitirá en el futuro seguir alguna carrera universitaria o dedicarse a algún trabajo.
Cuando un periodista, con mucho “sentido práctico”, le pregunta a Luis F. Leloir para qué servían sus investigaciones, recibe como respuesta: “Para ganar el Premio Nobel”, ya que el periodista ignoraba que toda innovación científica, a la corta o a la larga, tendrá alguna aplicación concreta, además de ampliar el conocimiento dentro de la propia rama de la ciencia.

12- Desorientación ante el relativismo

La tarea educativa, en su aspecto formativo de la personalidad individual, se ve cada día más difícil de realizar debido al relativismo moral, ya que al docente cada vez le cuesta más afirmar que “esto está bien” o “esto está mal” por cuanto se considera que no existe el Bien y el Mal en un sentido objetivo. Se supone que tampoco existe una verdad única, sobre determinado aspecto de la realidad, por lo cual tampoco se la ha de buscar (relativismo cognitivo), mientras que tampoco debería buscarse una cultura definida por cuanto se acepta el relativismo cultural.
Si no existen metas tales como el Bien, la verdad y una cultura óptima, no es posible orientar a los estudiantes hacia ciertos ideales que en otras épocas eran definidos con bastante claridad.

martes, 21 de marzo de 2017

La ética necesaria para el capitalismo

Por lo general se supone que cualquier sistema económico puede dar buenos resultados si se parte de un nivel moral adecuado. Sin embargo, tal expresión tiene poco sentido a menos que se especifique a qué tipo de ética nos referimos. Si consideramos que existe una ética natural, entendiendo como tal la que promueve una actitud cooperativa y desalienta las actitudes competitivas y negligentes, entonces puede decirse que existe un sistema económico que mejor se adapta a dicha ética.

Otro aspecto a tener en cuenta es la existencia de poblaciones reales, en lugar de ideales. Y en toda población real existe una fuerte dosis de egoísmo. La economía de mercado ha tenido en cuenta dicho aspecto de la sociedad real y ha propuesto la competencia económica para anularlo parcialmente, al menos en su aspecto económico. Así como una alegría compartida es doble alegría y un dolor compartido es medio dolor, puede decirse que egoísmos enfrentados son medio egoísmo, mientras que varios egoísmos enfrentados (y en competencia) tienden a anularse. Ludwig von Mises escribió: “El mercado no es un lugar, una cosa o una entidad colectiva. Es un proceso impulsado por la interacción de los distintos individuos que cooperan bajo el sistema de la división del trabajo”.

“Cada uno, al actuar en el mercado, sirve a sus conciudadanos. Por otra parte, nuestros conciudadanos nos sirven. Cada uno es tanto un medio como un fin en sí mismo, un fin último para sí mismo y un medio para los otros que se esfuerzan por alcanzar sus propios fines”. “En la economía de mercado, todo hombre es libre, nadie está sujeto a un déspota. El individuo se integra a un sistema cooperativo espontáneamente. El mercado lo dirige y le dice en qué forma puede promover mejor su propio bienestar así como el de otras personas” (Citado en “Libertad: un sistema de fronteras móviles” de Enrique Arenz-Juan José Zuccoli Editor-Mar del Plata 1986).

La neutralización del egoísmo es una ventaja de la economía de mercado por cuanto cada empresario, o cada comerciante, deben tratar de vender a mejor precio y mejor calidad sus productos, para no perder ventas ni tampoco clientes. Se trata de una competencia cooperativa por cuanto todos se benefician con ella, especialmente el cliente. La competencia no cooperativa, o destructiva, se manifiesta cuando existen pocos participantes en la producción o en el comercio, estableciéndose monopolios que estimulan las ambiciones del único oferente en desmedro de los consumidores. En este caso, egoísmo no enfrentado con otro, tiende a ser doble egoísmo. Aun así, resulta mejor disponer de un monopolio que de la ausencia de empresas, ya que en ese caso la sociedad carecería de elementos necesarios para el consumo y también de fuentes de trabajo. Puede simbolizarse en forma breve el fundamento de la economía de mercado o sistema capitalista:

Capitalismo = Trabajo + Ahorro productivo + Libertad económica

Teniendo presente la definición dada por Álvaro C. Alsogaray:

Libertad económica = Libertad para comprar y vender + Competencia + Autorregulación de los precios

Disponemos de los elementos necesarios para describir una economía de mercado (a los que habría que agregar la propiedad privada de los medios de producción y una adecuada adaptación a la ética natural).

La capacidad, o aptitud laboral, de un individuo requiere de cierta preparación previa y de una actitud favorable hacia la sociedad de la que forma parte. Mientras que el hábito del trabajo resulta una virtud, o es el reflejo de una virtud moral, la negligencia o ineptitud laboral resultan ser fallas morales en las personas que poseen una salud normal.

Por otra parte, la voluntad para el ahorro surge de cierta disciplina por la cual el individuo que la posee tiende a sacrificar parte de sus comodidades presentes contemplado su seguridad futura, lo que implica cierta previsión del futuro y una responsabilidad social adecuada. Podemos decir que el individuo responde a la sociedad, desde un punto de vista económico, con el trabajo y el ahorro productivo, en donde se advierte que ambos atributos requieren de cierto nivel moral adecuado.

Si la sociedad, a través de sus representantes, se decide a otorgar a cada integrante la libertad para producir, comprar y vender, posibilita la formación de un mercado, que consiste en un proceso autorregulado del que surge un precio para cada mercancía. El precio de mercado actúa como una señal que aporta información, tanto a productores como a consumidores, indicándoles la conveniencia, o no, de producir, invertir, o consumir.

Una forma diferente para reducir o eliminar el egoísmo existente en las sociedades reales es el propuesto por el socialismo. En ese caso aplica la eliminación de la propiedad privada de los medios de producción. Una forma alternativa de socialismo es la socialdemocracia, en cuyo caso se procede a la confiscación parcial de las ganancias de las empresas para ser redistribuidas fuera del proceso del mercado.

Al no distinguir entre competencia cooperativa y competencia destructiva, tales sistemas buscan anular toda competencia, por lo que promueven necesariamente la conformación de un monopolio estatal. Esta vez el Estado (o quienes lo dirigen) están en condiciones de ejercer una explotación laboral similar a la establecida por el empresario privado monopólico, quien no tiene competencia. Por ello, el socialismo acentúa todos los errores atribuidos en forma difamatoria al capitalismo, por cuanto la economía de mercado se opone a todo tipo de monopolio (para evitar justamente una posible explotación laboral) siendo en realidad el socialismo el que la promueve mediante el monopolio estatal.

En una economía de mercado, cada uno produce lo más posible para intercambiar la producción propia con la producción de otros, predominando un criterio cooperativo: “A cada uno según lo que produzca”. Ello contempla algo elemental; ya que cada ser humano tiene un solo cuerpo que alimentar y un solo cuerpo para vestir, todo el excedente que produzca será destinado, por intercambio, al resto de la sociedad. De esa forma existen motivaciones materiales (produce para sí mismo) como también motivaciones espirituales (produce para los demás) previo intercambio.

Bajo el socialismo, por el contrario, predomina un criterio altruista: “De cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades”. Se trata de motivar espiritualmente a cada individuo anulando previamente toda motivación material. Mientras el egoísmo no limitado por la competencia implica beneficiarse uno mismo desinteresándose por los demás, el altruismo implica sacrificarse uno mismo para beneficiar a los demás, por lo cual, a la larga, ambas situaciones producen resultados similares. De ahí la ventaja del intercambio que beneficia a ambas partes, que es la base de una economía libre.

Como el trabajo y el ahorro requieren de cierta disciplina individual, el sistema capitalista tiende a ser tergiversado por quienes, evitando adaptarse, buscan vivir a costa del trabajo y del ahorro ajeno. Es por ello que cada intento de perturbar el proceso del mercado hace que el sistema “reaccione” empeorando las cosas. Así, quienes pretenden “crear riquezas” reemplazando el trabajo por la emisión monetaria, no advierten que ello habrá de provocar en posterior efecto indeseable de la inflación.

Cuando se pretende reemplazar el ahorro productivo por la casi ilimitada concesión de créditos bancarios, el sistema reacciona con las crisis periódicas que aparecen con los ciclos de la economía, según la opinión de Mises. Tanto la inflación como las crisis periódicas son el precio que las sociedades pagan al intentar reemplazar comportamientos éticos virtuosos, como la laboriosidad y el hábito del ahorro, intentando suplantarlos por alguna forma de manipulación monetaria. Puede decirse que se puede engañar a mucha gente mediante tales maniobras, pero es el propio sistema autorregulado el que se “rebela” cuando no se respeta su buen funcionamiento.

Mientras que los hábitos del trabajo y del ahorro son atributos accesibles al individuo, la aceptación o el rechazo de la libertad económica surgen de decisiones de toda la sociedad. De ahí que las diferentes posturas políticas consisten esencialmente en la adopción de una entre las dos direcciones posibles que orientarán a la sociedad mirando hacia el futuro: la adopción de una economía capitalista o bien la adopción de una economía socialista (o su variante socialdemócrata). En este caso se advierte la preferencia de individuos que buscan vivir a costa de los demás a través del Estado mientras rechazan la posibilidad del trabajo y del ahorro individual como medios principales para sus realizaciones personales.

Una de las claves para que todo individuo adopte una actitud cooperativa, implica buscar un trabajo agradable. Y para ello es necesario que se capacite, mediante la educación principalmente. Bernardo A. Houssay expresó: “Trabajar en algo que interesa o apasiona es un placer, es una de las felicidades humanas más grandes. El trabajo es la diversión más barata y permite ser útil a sus semejantes” De “Bernardo A. Houssay. Su vida y su obra”-Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales-Buenos Aires 1981).

No debe extrañar que una persona decente y trabajadora como el Premio Nobel Houssay haya tenido conflictos con los gobiernos totalitarios o populistas, como el de Perón, todavía aclamados por importantes sectores de la sociedad. Luis F. Leloir escribió sobre Houssay: “En política era más bien conservador, pero nunca tuvo actuación. Odiaba la ineficiencia, el desorden, la mentira y los slogans”. “Contrariamente a lo que creíamos, el Premio Nobel no representó mayor cambio en las condiciones de trabajo. Las autoridades de entonces [1947] no demostraron ningún interés, sino que probablemente se sintieron molestas con el premio que recibía un opositor acérrimo al régimen imperante”.

Es frecuente la opinión de que el egoísmo es la actitud necesaria para el buen funcionamiento del capitalismo. Ello es un error, ya que lo correcto implica decir que puede funcionar bien a pesar del egoísmo humano, bajo la circunstancia antes mencionada de la compensación entre diversos egoísmos por la competencia en el mercado. Un empresario egoísta, a la corta o a la larga habrá de perjudicar a sus socios, empleados, clientes o a la sociedad en general. Por el contrario, como lo afirma Mises, el capitalismo es un proceso orientado por la cooperación que complementa la previa división o especialización del trabajo.

A veces no se distingue la débil frontera entre el amor propio, que es una virtud, y el egoísmo, que es un defecto, por lo que se trataría de un problema de definición de palabras. Enrique Arenz escribió: “Decididamente, venimos al mundo con la impronta de nuestro Ego y con una saludable y natural tendencia al egoísmo, que no es otra cosa que amor por nosotros mismos, pero no un amor inmoderado –como dice el diccionario- sino humano, puro y racional”.

domingo, 19 de marzo de 2017

La planificación liberal

Por Álvaro C. Alsogaray

Según la concepción liberal, el ordenamiento económico no puede ser establecido por ninguna autoridad burocrática central porque ésta, por inteligente que sea y aunque disponga de los medios adecuados (hoy se podría hablar de computadoras), resulta absolutamente incapaz de prever o de establecer en cada instante el conjunto casi infinito de factores en juego. Con lo cual es inevitable que se generen roces y fricciones internas determinantes de un bajísimo rendimiento del conjunto, a la manera de lo que ocurre en una máquina anticuada, a la cual le faltan algunos elementos y a la que no se ha podido lubricar.

La mente humana, aun ayudada por los más modernos elementos de cálculos conocidos, no puede plantear y resolver el conjunto de ecuaciones simultáneas que se generan a cada instante en el seno de una economía evolucionada. La única manera de encarar el problema sería reducir el número de datos y de incógnitas a un mínimo compatible con las limitaciones citadas. Pero ello exige regimentar las necesidades y los deseos y en consecuencia, restringir la libertad de los individuos.

Si el ordenamiento económico no es establecido imperativamente por ninguna autoridad central, es evidente entonces que resulta necesario disponer de algún otro principio ordenador. Para la doctrina liberal ese principio ordenador es el Mercado, el cual, en última instancia, expresa los deseos y la voluntad de los individuos.

Dentro de una economía ordenada por el Mercado, es el consumidor el que determina, a través de su decisión de comprar o de abstenerse de hacerlo, qué es lo que se debe producir. No está en manos de ningún burócrata fijar la cantidad o cuota de lo que se puede adquirir, ni tampoco la calidad o la naturaleza del producto que se ofrece al público. Además, el consumidor es el que establece su propia escala de valores y el que decide si habrá de mejorar su vestimenta o si comprará una heladera en cuotas, si enviará a sus hijos a estudiar a un colegio particular pago o si desea educarlos en un instituto oficial gratis para destinar la economía que así realiza a mejorar su vivienda, o simplemente a prolongar sus vacaciones, etcétera.

Esta libertad de los individuos de elegir obliga a los productores de bienes y servicios a prestar permanente atención a sus deseos y gustos y a tratar de ajustarse a ellos. Si el productor no pone a disposición del consumidor lo que éste desea, por cierto que no podrá vender sus artículos y tendrá que desaparecer como tal, por lo menos en el rubro que ha elegido. De esta manera, la producción está auténticamente al servicio del consumo y todo aquel que no cumpla con la función social de producir en condiciones adecuadas lo que los demás desean, no tendrá la oportunidad de obligar o –para usar la dialéctica marxista- de “explotar” a nadie, aunque sea propietario de los medios de producción.

Este mecanismo funciona así en virtud de tres principios o leyes básicas del Mercado: la libertad de comprar y de vender, la competencia y la autorregulación de los precios. Estos tres factores provocan el efecto ya señalado de colocar la producción al servicio del individuo y ordenan la sociedad de una manera determinada sin necesidad de que ninguna autoridad burocrática central establezca, como ocurre en la economía socialista, un plan, que obligue a todos a proceder y a comportarse, de grado o de fuerza, conforme a los dictados de funcionarios que representan o encarnan aquella autoridad.

Es evidente que para que el Mercado, con sus tres principios básicos –libertad para comprar y vender, competencia y autorregulación de los precios-, pueda realmente producir un ordenamiento de la vida económica, no debe haber interferencias que le impidan que funcione plenamente. Éste es el verdadero sentido que tiene la expresión “libertad económica”, a la cual los abusos de algunos de sus usufructuarios y la propaganda socialista se han encargado, durante décadas, de desprestigiar. La libertad económica correctamente interpretada –y aun la expresión de “dejar hacer, dejar pasar” con que se trató de esquematizarla y divulgarla en los primeros tiempos –significa, desde el punto de vista técnico, la eliminación de todas las trabas que impidan el funcionamiento del Mercado para que éste pueda desempeñar su papel ordenador. Y esto parece altamente deseable y, sobre todo, grato a los espíritus libres que rechacen todo género de dictaduras.

Sin embargo, las cosas no son tan simples. Ni la libertad económica ni tampoco las libertades políticas, espirituales y morales, son bienes o estados que se dan espontáneamente, constituyendo derechos inalienables respetados por todos y contra cuyo cercenamiento se está a cubierto en forma natural. Por el contrario, la historia del hombre se caracteriza por una lucha permanente en procura de esas libertades o en defensa de las mismas. De las restricciones y de los tabúes que caracterizan las vidas de las tribus y de las sociedades primitivas, se ha ido avanzando poco a poco hacia un mayor grado de libertad individual. Pero esta libertad ha sido y es constantemente atacada por factores regresivos, como lo prueba el hecho de que aun en pleno siglo XX existan en sociedades evolucionadas formas distintas de servidumbre y hasta de esclavitud. Ello es especialmente cierto en lo que hace a la “libertad económica”, que los socialistas consideran precisamente como el símbolo de la “explotación” y del “predominio de los privilegiados”, y que un número de no socialistas, ganados por la propaganda de aquéllos, combaten sin entender lo que significa creyendo que así defienden mejor sus intereses individuales que, naturalmente, identifican con los intereses de la colectividad. El Mercado, como principio ordenador de la actividad económica dentro de la sociedad libre no resuelve, por supuesto, todos los problemas, pero lleva a un ordenamiento espontáneo que, además de tomar en cuenta de la mejor manera posible los innumerables factores que juegan en una economía moderna altamente evolucionada, reúne algunas otras características notables que vale la pena destacar.

En primer lugar está el factor eficiencia. El sistema no tiene las rigideces del método burocrático socialista. Toda la actividad económica se desarrolla fluidamente en una autoadaptación constante de los distintos factores en juego que interaccionan en forma simultánea. Ello excluye la necesidad tan característica de los regimenes socialistas-dirigistas de demorar todo hasta que los funcionarios, dentro de sus limitaciones, puedan resolver sobre cada uno de los problemas. Hace innecesario, por ejemplo, que el comité o el burócrata de turno fije el precio que habrá de pagarse por la caña de azúcar elaborada uno o dos años antes o, como ocurrió alguna vez en la Argentina, el número de “hojas de apio que debe contener cada atado de verdurita”, o cualquier otra de las decisiones que es necesario esperar cuando son los empleados del gobierno los que fijan los detalles de la vida diaria conforme a un plan.

Esa permanente y casi instantánea acomodación de los factores económicos que asegura el Mercado frente a las circunstancias particulares de cada momento, determina un funcionamiento del conjunto altamente eficiente debido a la falta de trabas, de pérdidas de tiempo, de roces internos, etc. Todo funciona como una máquina bien lubricada, que camina en forma suave, sin estridencias ni fricciones y que, cualquiera que sea su complejidad, produce en forma simple y con un elevado rendimiento.

En segundo término, el sistema de Mercado es un sistema sin corrupción. No dependiendo de la posibilidad de comprar y de vender sino de los deseos del público y de la competencia, no existe otra manera de obtener beneficios que la de encontrar la forma de satisfacer mejor que otros la demanda. El productor –y para usar otra vez la dialéctica marxista-, el “capitalista explotador” que domina los medios de producción, está colocado frente a un árbitro imparcial e inexorable, que es el público consumidor, y sometido a una ley no menos tiránica que es la de la competencia.

O acierta con los gustos y los deseos del comprador y concurre a satisfacerlos a menor precio y mejor calidad que otros productores, o es expulsado del Mercado. No tiene manera de escapar a esa regla corrompiendo a nadie. En cambio, bajo los regimenes y planes en que todo depende de los funcionarios, tal posibilidad existe y en la práctica es ejercitada en amplia escala. Por ejemplo, cuando la importación está sometida a un régimen de cuotas y la asignación de un permiso depende de la voluntad de un funcionario, de inmediato queda abierto el camino a la corrupción.

No es que todos los funcionarios sean venales y que todos estén dispuestos a vender su conciencia: es que el sistema mismo conduce a un efecto análogo. Aun cuando una cuota haya sido bien adjudicada –y jamás podrá establecerse una regla suficientemente imparcial como para determinar cuándo una adjudicación está bien y cuándo está mal-, el beneficiario de esa cuota, que representa un verdadero privilegio, podrá negociarla realizando ganancias fuera de toda medida.

Otro caso: si se coloca en manos de funcionarios de bancos del Estado la facultad de otorgar o no créditos en función de una política “dirigista”, como por ejemplo la del “desarrollo forzado” y no en relación a los requerimientos del Mercado y a la solvencia de los clientes, es inevitable que tales créditos se concedan atendiendo a intereses políticos, o a influencias gubernamentales, o al monto de la comisión que el beneficiario esté dispuesto a pagar. El “desarrollo” no es en ese caso sino la excusa para justificar un privilegio otorgado a unos pocos. Y como estos dos ejemplos es posible citar otros que demuestran que, cuando es una autoridad discrecional la que reparte favores, la corrupción es inevitable. Inversamente, cuando es el Mercado el que, actuando ciega e imparcialmente, distribuye según las capacidades y habilidades de cada uno, la corrupción resulta imposible.

Dentro de los regimenes dirigistas se configuran así innumerables pequeños o grandes monopolios de hecho en perjuicio del consumidor, que premian a los más audaces o a los que mejor se someten a los dictados de la autoridad política, con el agravante que ninguno de esos beneficiarios se sentirá afectado en su conciencia ni considerará que está cometiendo un delito. Por el contrario, esos beneficiarios podrán presentarse públicamente como grandes hombres de negocios que han sido capaces en poco tiempo de reunir una fortuna o aun de construir un verdadero imperio industrial o comercial. Un régimen de tal tipo, que permite desviaciones de esa clase, bien puede ser calificado como un régimen de “corrupción organizada o institucionalizada”. Y es en este sentido que el sistema de Mercado está, como se ha dicho, libre de corrupción. Esto no quiere decir que dentro del régimen de Mercado no existan quienes tratan de violar las reglas del juego. Siempre habrá bajo cualquier sistema contrabandistas, estafadores, simuladores y elementos antisociales de toda clase, pero tendrán que presentarse ante la sociedad como tales y serán repudiados como delincuentes y no admirados como “grandes empresarios”, según ocurre bajo los regimenes dirigistas.

En tercer lugar está el hecho ya señalado de que el individuo es dueño, dentro de su propia esfera, de decidir y de elegir conforme a su propia escala de valores. Esto incluye la posibilidad de buscar el trabajo que mejor se adapte a sus propios gustos y capacidades y de cambiarlo por otro si así lo desea y se le presenta la oportunidad. Esa búsqueda de fines propios, individuales, que dependen de la naturaleza de cada uno, y esa tranquilidad subconsciente de que existe la posibilidad de proceder sin necesidad de someterse a las órdenes que la oficina determina como moral y deseable, es tal vez lo que mejor define y produce en cada uno esa sensación que se conoce como “libertad”.

Por último –e indudablemente como cuestión principal-, el hecho de que la vida económica esté ordenada por un principio –el Mercado- como factor abstracto, impersonal e imparcial y no por funcionarios con poder para decidir sobre el comportamiento individual de cada uno, garantiza de la mejor manera posible el respeto a las libertades individuales y a la dignidad de las personas.

(De “Política y economía en Latinoamérica”-Editorial Atlántida-Buenos Aires 1969)

viernes, 17 de marzo de 2017

Hambre vs. alimentos transgénicos

La población mundial crece a razón de unos cien millones de habitantes por año (exceso de nacimientos sobre defunciones). Como la superficie disponible para la agricultura se mantiene invariable, o bien se reduce ante la necesidad de terrenos disponibles para nuevas viviendas, la única opción posible (hasta el momento) para evitar el hambre, implica recurrir a las nuevas tecnologías agro-alimenticias para lograr rendimientos por hectárea mucho mayores que los obtenidos por los métodos tradicionales.

Si se sigue con las técnicas tradicionales, se estaría optando por el hambre generalizado en importantes sectores de la población mundial. De ahí que, aun con ciertos riesgos, la elaboración de alimentos transgénicos aparece como la mejor alternativa. Quienes se oponen a dichas tecnologías promueven directa o indirectamente la concreción de una catástrofe alimenticia sin precedentes; por lo que se les sugiere proponer una mejor solución, en cuyo caso seguramente habrá de ser aceptada.

Los promotores del hambre están generalmente orientados por una actitud anti-empresarial y anti-capitalista, amparándose en un falso interés por la salud de la población y la conservación del medio ambiente. Suponen que el empresario es perverso por naturaleza. De ahí que todo Estado debería proteger al resto de la población de esa “clase social maligna”. De esta creencia surgen actitudes típicas, como la de quien afirma, sobre cualquier resultado económico, deportivo o político, que “está todo arreglado”, es decir, que los poderes ocultos de las multinacionales han determinado previamente el resultado de un mundial de fútbol, de una crisis o de un acto electoral (lo que en algunos casos puede ser cierto).

Otra expresión frecuente, asociada a todo acontecimiento, de cualquier índole, que tenga trascendencia pública, es que ha sido promovido en forma premeditada por el gobierno de turno (aliado a las empresas) para “desviar la atención” de la gente con la intención de evitar que piense por un tiempo en la situación económica y social. También se supone que los periodistas que no se oponen a las grandes empresas han sido previamente “comprados” con la nefasta finalidad de engañar al público, por lo que rechazan sistemáticamente todo lo que afirmen.

Esta postura pesimista predomina en quienes, además, se oponen a las tecnologías que promueven la elaboración de alimentos genéticamente modificados. Recientemente, un grupo numeroso de científicos manifestó su oposición a la labor de Greenpeace. Como no se puede decir que se trate de gente ignorante, seguramente se aducirá que tales científicos fueron “comprados”, o sobornados, por las empresas biotecnológicas. La carta abierta, firmada por más de 100 galardonados con el Premio Nobel, afirma: “Llamamos a Greenpeace que cese y desista en su campaña contra el arroz dorado específicamente, y a los cultivos y alimentos mejorados a través de la biotecnología en general”.

“Llamamos a los gobiernos del mundo a rechazar la campaña contra el arroz dorado específicamente, y a los cultivos y alimentos mejorados a través de la biotecnología en general; y a hacer todo lo posible para oponerse a las acciones de Greenpeace y acelerar el acceso de agricultores a todas las herramientas de la biología moderna, especialmente las semillas mejoradas a través de la biotecnología. La oposición basada en la emoción y el dogma en contradicción con los datos debe ser detenida”

“¿Cuántas personas pobres en el mundo deben morir antes de considerar esto como un «crimen contra la humanidad»?” (De www.chilebio.cl/?p=5366).

En la página web antes mencionada se escribe al respecto: “Los galardonados exigen específicamente que Greenpeace detenga sus ataques contra el arroz dorado, que ha sido genéticamente mejorado para producir betacaroteno, un precursor de la vitamina A, como una manera de prevenir millones de muertes y casos de ceguera cada año en los países pobres donde el arroz es el alimento básico (y carece de vitamina A). La deficiencia de esta vitamina causa ceguera en alrededor de 250.000 y 500.000 niños cada año, la mitad de los cuales muere dentro de los 12 meses, según la Organización Mundial de la Salud. Un estudio realizado por investigadores alemanes en 2014 estimó que la oposición activista a la liberación del arroz dorado ha dado como resultado la pérdida de 1,4 millones de años de vida sólo en la India”.

Una manera eficaz de divulgación científica fue empleada por Galileo Galilei, quien transmitía sus ideas al público mediante diálogos entre personajes representativos de las tendencias en pugna. En forma similar, Francisco García Olmedo ha elaborado el siguiente diálogo entre defensores y detractores de los alimentos genéticamente modificados, y que se transcribe parcialmente:

MODERADOR: ¿A quien beneficia la biotecnología vegetal?
Sr. GREENWOOD: Es evidente que se beneficiarán de esta tecnología las mismas empresas multinacionales químicas que han protagonizado medio siglo de destrucción del medio ambiente.
Dr. COTTON: Es cierto que las multinacionales químicas se están transformando en empresas biológicas para beneficiarse de las promesas de la tercera revolución verde. Están cambiando para seguir donde estaban, como lo hacen las multinacionales de otros sectores. La industria y el comercio se han internacionalizado en las últimas décadas. Los posibles inconvenientes y ventajas de este cambio merecen un debate distinto, pero en ese debate las plantas transgénicas representarían una mera anécdota.

Sr. GREENWOOD: A mí no me cabe duda de que estamos ante una iniciativa exclusiva del capital transnacional que, motivado sólo por el afán de lucro, monopolizará los beneficios. Los ciudadanos deben oponerse a esta iniciativa.
Dr. COTTON: Niego tajantemente que las multinacionales sean las únicas que se beneficiarán de la nueva tecnología. Si ésta no beneficia al agricultor, al medio ambiente y al consumidor no será posible que a la larga haya beneficios para nadie.

Sr. GREENWOOD: Pero el Dr. Cotton no puede negar que, en las últimas décadas, las industrias que representa inundaron el mundo de herbicidas, fungicidas y otras sustancias tóxicas, y que la agricultura intensiva causa la erosión del suelo y la contaminación del agua y del aire.
Dr. COTTON: Ha sido la demanda de alimentos y de otros productos de consumo por parte de una población creciente –y no la industria- la que ha causado el deterioro ambiental. La industria ha suministrado con urgencia la mejor tecnología disponible para hacer frente a esta demanda creciente y ha salvado del hambre a millones de personas, aunque se hayan producido algunos efectos perjudiciales.

Sr. GREENWOOD: Insisto en que nuestros cuerpos mismos se han contaminado y nuestra salud se ha deteriorado en consecuencia. Hasta el hambre ha aumentado en el mundo.
Dr. COTTON: Es falso por completo que haya aumentado el hambre o la enfermedad a escala global. La disponibilidad de alimentos y la esperanza de vida han aumentado en la mayoría de los países. El hambre y la enfermedad existen en el mundo actual, pero, como todos sabemos, se deben a causas complejas que trascienden a la ciencia, la tecnología y la producción agrícola.

Sr. GREENWOOD: Sin embargo, las plagas y las enfermedades han duplicado los daños a las cosechas.
Dr. COTTON: Los daños a las cosechas pueden haberse duplicado, pero sólo porque el volumen de éstas se ha triplicado o cuadruplicado.

Sr. GREENWOOD: Tengo entendido que los insectos y agentes patógenos se han hecho resistentes a los tratamientos.
Dr. COTTON: Las plagas y microbios patógenos se han ido haciendo resistentes a los agentes fitosanitarios usados para combatirlos –como los antibióticos usados en clínica han inducido resistencia en ciertos patógenos humanos-, pero este problema no ha impedido que los plaguicidas –como los antibióticos- hayan salvado millones de vidas antes de perder su eficacia y tener que ser reemplazados por otros nuevos.

Sr. GREENWOOD: Pero la contaminación ambiental es un problema sin resolver. Lo que ahora prometen es más de lo mismo. La producción y comercialización de cosechas transgénicas deben ser prohibidas aunque sólo sea por estas razones, que no son las únicas.
Dr. COTTON: Las soluciones a los problemas que se plantean en este coloquio, incluida la contaminación, hay que buscarlas en la obtención de plantas transgénicas que sean susceptibles de ser protegidas con tratamientos menos agresivos y en la prospección de nuevos productos fitosanitarios que sean biodegradables y que se requiera dosis menores.
Todo indica que hay que aumentar la producción por unidad de superficie –para alimentar a la población humana futura con un mínimo deterioro del medio ambiente- y que buena parte de las tecnologías necesarias para conseguirlo están todavía por inventar. En este contexto, oponerse a la utilización de plantas transgénicas es una actitud suicida. Creo que en Europa andan ustedes dando vueltas sobre sí mismos. En Norteamérica y en Asia no está ocurriendo lo mismo. Ustedes verán.

Sr. GREENWOOD: La gran industria, en complicidad con los científicos, va a exponer alegremente al ser humano y a las restantes especies de la biosfera a peligros innecesarios al liberar plantas modificadas en su constitución genética.
Dr. COTTON: Por lo que a mí respecta, tengo que rechazar la acusación de irresponsabilidad. Mis colegas y yo no somos ni más alegres ni más tristes que otros grupos sociales y tenemos el mismo interés que otros seres humanos en dejar el mejor mundo posible a nuestra descendencia.

Sr. GREENWOOD: Tomemos casos concretos…En primer lugar el caso de la soja resistente al herbicida glifosfato. Además de contener genes de petunia, de una bacteria y de un virus vegetal, contendrá residuos de glifosfato (Roundup), permitirá incrementar el uso indiscriminado de un herbicida tóxico y causará nuevas alergia. En cuanto al maíz resistente…….
Dr. COTTON: Usted acaba de hacer una caricatura tendenciosa de ambos casos. El glifosfato se ha venido usando con gran intensidad durante décadas porque es un herbicida muy eficaz, y precisamente porque es inocuo para el hombre y los animales, y porque es biodegradable. Es un herbicida muy compatible con el medio ambiente y yo le reto a que me documente algún incidente de toxicidad o de daño que se le pueda imputar. De hecho, está autorizado incluso para desecar cosechas antes de la recolección.
A pesar de su inocuidad, según las normas en vigor, sólo se tolera un nivel muy bajo de residuo en el producto recolectado, sea éste transgénico o no. A este respecto, esta norma basta para la soja transgénica. (De “La Tercera revolución verde”-Editorial Debate SA-Madrid 1998)

jueves, 16 de marzo de 2017

La mentalidad que favorece una paz duradera

La Psicología social considera dos tendencias básicas que orientan las acciones humanas: cooperación y competencia. De ahí que la mentalidad favorable para una paz duradera ha de priorizar la cooperación entre los seres humanos en desmedro de la competencia. Por el contrario, actitudes tales como el egoísmo, el odio y la negligencia, promoverán, tarde o temprano, distintas formas de conflictos, que van desde la violencia familiar a la social y, finalmente, a la guerra entre naciones.

La actitud cooperativa surge con cierta naturalidad de la visión del astrónomo, que fija sus pensamientos en espacios muy amplios y en tiempos muy largos. Cuando piensa en el ser humano, lo apreciará bajo una perspectiva que surge de alguien que lo observa desde “el espacio exterior” y lo verá como un integrante de la humanidad. No distinguirá subgrupos, como hacemos los demás, sino que observará sólo individuos regidos por las mismas leyes naturales y como integrantes de un único grupo que busca su supervivencia indagando la voluntad aparente del universo. Fred Hoyle escribió: “Siempre he creído que las guerras no se desencadenan a causa de las armas y las bombas, los barcos y los aviones, sino debido a los uniformes, las gorras y los cascos. Ojalá llegue el día en que todos los países del mundo se pongan de acuerdo en vestir los mismos uniformes y tocarse con cascos idénticos; entonces estaré seguro de que, por fin, se ha eliminado la guerra de la faz de la Tierra. Mientras no se lleva a la práctica este proyecto, lo primero que hace con su ejército toda nación, incluso antes de adquirir armas, es vestir a sus soldados con uniformes diferenciados y, por lo tanto, crear artificialmente una nueva «subespecie» de hombre que ha prestado juramento de destruir otra «subespecie» creada también artificialmente. A este tipo de situaciones debe enfrentarse el sentido moral del hombre” (De “El universo inteligente”-Ediciones Grijalbo SA-Barcelona 1984).

Mientras políticos y religiosos pugnan por hacer triunfar sus ideas o sus creencias, promueven nuevas divisiones entre los hombres. Aunque no todas las políticas ni todas las religiones son iguales, por lo que algunas de ellas serán compatibles con la realidad. De ahí que debamos esperar, especialmente de los astrónomos, que nos “contagien” un tanto con sus visiones universalistas. Carl Sagan escribió: “Nos encanta la compañía de los demás; nos preocupamos los unos de los otros. Cooperamos. El altruismo forma parte de nuestro ser. Hemos descifrado brillantemente algunas estructuras de la Naturaleza. Tenemos motivaciones suficientes para trabajar conjuntamente y somos capaces de idear el sistema adecuado. Si estamos dispuestos a incluir en nuestros cálculos una guerra nuclear y la destrucción total de nuestra sociedad global emergente, ¿no podríamos también imaginar la reestructuración total de nuestras sociedades?”. “¿No deberíamos pues estar dispuestos a explorar vigorosamente en cada nación posibles cambios básicos del sistema tradicional de hacer las cosas, un rediseño fundamental de las instituciones económicas, políticas, sociales y religiosas?”.

Mientras que las distintas figuras representativas de las naciones, de la religión y de la política, emiten mensajes dirigidos a un subgrupo de la humanidad, con una validez restringida o nula para el resto, Carl Sagan se pregunta: “Sabemos quién habla en nombre de las naciones. Pero ¿quién habla en nombre de la especie humana? ¿Quién habla en nombre de la Tierra?” (De “Cosmos”-Editorial Planeta SA-Barcelona 1980).

La cooperación económica es vista (aunque no por todos) como el principal promotor de la paz y el principal impedimento para la guerra entre naciones. Juan Bautista Alberdi escribía en el siglo XIX: “¿Queréis establecer la paz entre las naciones hasta hacerles de ella una necesidad de vida o muerte? Dejad que las naciones dependan unas de otras para subsistencia, comodidad y grandeza. ¿Por qué medio? Por el de una libertad completa dejada al comercio o cambio de sus productos y ventajas respectivas. La paz internacional de ese modo será para ellas el pan, el vestido, el bienestar, el alimento y el aire de cada día”.

“Esa dependencia mutua y recíproca, por el noble vínculo de los intereses, que deja intacta la soberanía de cada uno, no solamente aleja la guerra porque es destructora para todos, sino que también hace de todas las naciones una especie de nación universal, unificando y consolidando sus intereses, y facilita por este medio la institución de un poder internacional, destinado a reemplazar el triste recurso de la defensa propia en el juicio y decisión de los conflictos internacionales: recurso que en vez de suplir a la justicia, se acerca y confunde a menudo con el crimen”.

En oposición al libre comercio internacional aparecen los nacionalismos económicos que tienden a impedirlo. Alberdi agrega: “¿Creéis que haya inconvenientes en que una nación dependa de otra para la satisfacción de las necesidades de su vida civilizada? ¿Por qué razón?”.

“La industria de una nación que pide al gobierno protección contra la industria de otra nación que la hostiliza por su mera superioridad, saca al gobierno de su papel y da ella misma una prueba de cobardía vergonzosa”.

“El gobierno no ha sido instituido para el bien especial de este o de aquel oficio, sino para el bien del Estado todo entero. El gobierno no es el patrón y protector de los comerciantes o de los marinos, o de los fabricantes; es el mero guardián de las leyes, que protegen a todos por igual en el goce de su derecho”.

“Limitar o restringir la entrada de los bellos productos de fuera, para dar precio a los productos inferiores de casa, es como poner trabas a la entrada en el país de las bonitas mujeres extranjeras, para que se casen mejor las mujeres feas…”.

“¿Teméis los estragos sin sangre de la concurrencia comercial e industrial, y no teméis las batallas sangrientas de la guerra? Un país que ha vencido al extranjero en los campos de batalla, y que pide a su gobierno que proteja su inepcia e incapacidad por el brazo de la fuerza contra la sombra que le da brillo del extranjero, prueba una pusilanimidad inexplicable y vergonzosa”. “Si es gloria vencer al extranjero por la espada, mayor es vencerlo por el talento…” (De “El crimen de la guerra”-Editorial Palomino-La Plata 1947).

El proteccionismo económico generalmente viene acompañado de cierta negligencia laboral o productiva, que busca justificarlo. El citado autor escribió al respecto: “Cuando se dice que la riqueza nace del trabajo se entiende que del trabajo del hombre, pues trata la riqueza del hombre. En otros términos, la riqueza nace del hombre”. “Decir que hay tierras que producen algodón, seda, caña de azúcar, etc., es como decir que la máquina de vapor produce movimiento, el molino produce harina, el telar produce lienzo, etc.”.

“No es la máquina la que produce, sino el maquinista. La máquina es el instrumento de que se sirve el hombre para producir; y la tierra es una máquina como el arado mismo en manos del hombre, único productor”. “El hombre produce en proporción, no de la fertilidad del suelo que le sirve de instrumento, sino en proporción de la resistencia que el suelo le ofrece para que él produzca”.

“El suelo pobre produce al hombre rico, porque la pobreza del suelo estimula el trabajo del hombre, al que más tarde debe su riqueza”. “El suelo que produce sin trabajo, sólo fomenta hombres que no saben trabajar. No mueren de hambre, pero jamás son ricos. Son parásitos del suelo y viven como las plantas. La vida de las plantas naturalmente, no la vida digna del ente humano, que es el creador y hacedor de su propia riqueza”.

En estos pasajes, Alberdi en cierta forma presagia lo que ha de ser de la Argentina; país en el que se confunde la riqueza con los medios para lograrla. “La riqueza natural y espontánea de ciertos territorios es un escollo del que deben preservarse los pueblos inteligentes que los habitan. Todo pueblo que come de la limosna del suelo, será un pueblo de mendigos toda la vida…”. “La tierra es madre, el hombre es el padre de la riqueza. En la maternidad de la riqueza no hay generación espontánea. No hay producción si la tierra no es fecundada por el hombre. Trabajar es fecundar. El trabajo es la vida, es el goce, es la felicidad del hombre” (Citado en “Crisol” de Irma Verissimo-Editorial Codex SA-Buenos Aires 1968).

Así como existen estímulos para la cooperación, que buscan una paz duradera, existe también una promoción del odio entre sectores, o clases sociales, que favorece el conflicto permanente, tal como lo propone el socialismo. En lugar de estimular en cada individuo una igualdad productiva, se lo insta a exigir una igualdad en la satisfacción de sus necesidades. Se trata de una dependencia, no recíproca, entre los generadores de riquezas y los consumidores de las mismas. De ahí la expresión: “De cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad”.

Una sociedad basada en el odio entre sectores, surge del estímulo de la mentira y de la búsqueda de protección al envidioso, por lo cual el socialismo apunta a desvirtuar precisamente el sentido de la palabra “sociedad”, ya que trata de proteger al que padece un gran defecto en lugar de inducirle a abandonarlo. José Ingenieros escribió: “Entre las malas pasiones ninguna la aventaja. Plutarco lo decía ya –y lo repite La Rochefoucauld- que existen almas corrompidas, hasta jactarse de pasiones abominables; pero ninguna hay que haya tenido el coraje de confesarse envidiosa. Aunque la principal razón de ello está en que confesar la propia envidia implica, a la vez, declararse inferior al envidiado, no es menos cierto que se trata de una pasión tan abominable, y tan universalmente detestada, que avergüenza al más impúdico y se hace lo indecible por ocultarla”.

“En su estudio sobre los caracteres, Mantegazza opina que el envidioso pertenece a una especie moral raquítica, mezquina, a menudo abyecta, sólo digna de compasión o de desprecio. La falta de coraje le impide ser malo y se resigna a ser vil. Jamás confiesa lo que siente; cavila en rebajar a los otros, desesperanzado de la propia elevación. Le faltan las reacciones del odio; las expresa tartajeando y es incapaz de desahogarlas en ímpetus viriles. Vive con la boca amargada por una hiel que no consigue arrojar ni tragar. La cinta métrica empacha sus manos; sólo se afana por medir a los demás, en su anhelo desesperado de rebajarlos hasta su propia medida”. “Llevan todos el castigo de su culpa. El espartano Antístenes, al saber que le envidiaban, contestó con acierto: «Peor para ellos; tendrán que sufrir el doble tormento de sus males y de mis bienes…»” (Citado en “Crisol”).

En nuestra época, parece toda una novedad afirmar que una paz duradera se ha de lograr a partir de la drástica reducción de nuestras actitudes erróneas (egoísmo, odio y negligencia) y de una decidida búsqueda del predominio de una actitud de cooperación.