jueves, 16 de febrero de 2017

Compatibilidad entre deísmo y teísmo

Existen dos posturas religiosas aparentemente irreconciliables que son el deísmo, o religión natural, y el teísmo, o religión revelada. La primera proviene de la visión de un Dios inmanente, que se identifica con el mundo; la segunda se identifica con un Dios trascendente, que está fuera del mundo. Ambas posturas se pueden simbolizar de la siguiente forma:

Religión natural (deísmo, monismo inmanente):

Universo = Dios = Naturaleza

Religión revelada (teísmo, dualismo trascendente):

Universo = Dios + Naturaleza

Para los adeptos a la religión revelada, preocupados esencialmente por atribuir legitimidad a su propia religión y negársela a las demás, encuentran en la religión natural una forma deplorable y perniciosa de religión, incluso no la consideran como religión. Michele Federico Sciacca escribió: “El Dios-Causa de la metafísica racionalista, que conserva y rige el Universo, se aleja siempre del Dios-Persona para identificarse con el Dios-Ley, ley suprema del Universo. El sistema de Newton reconoce en el mundo un orden eterno, como también lo reconoce Leibniz. Tal orden, en la metafísica racionalista y en la ciencia de los siglos XVII y XVIII, se va haciendo gradual pero inexorablemente autónomo hasta rehusar cualquier apoyo divino, porque no lo necesita. La Razón absoluta del Cosmos es identificada con el Dios-Causa o Ley del Universo; así, pues, la Razón absoluta o Dios vienen a identificarse con la Naturaleza. Spinoza, en efecto, el filósofo más coherente del racionalismo moderno, llegó implacablemente a esta conclusión”.

“Si bien se considera, es éste el triunfo de Aristóteles y del aristotelismo: un Dios-Causa del Universo, un Dios puramente cosmológico que no puede ser el Dios-Persona del Cristianismo y que está siempre dispuesto, como pura causa o Ley suprema de la Naturaleza y de su orden, a identificarse con ella. El panteísmo inmanentista difícilmente puede evitarse dentro de esta postura, y así el racionalismo moderno, influido por la metafísica de Aristóteles y por la ciencia moderna, no lo evitó”.

“La civilización occidental y mediterránea se ha formado sobre la base de la filosofía clásica y de la Revelación cristiana. Ahora bien, su pensamiento es dualista, metafísicamente dualista: existe esta realidad (nuestro mundo) y otra Realidad trascendente. Dualista es el pensamiento cristiano: la realidad de Dios y la realidad del mundo, Dios trasciende el mundo libremente creado por Él. La metafísica de la civilización occidental es, pues, dualista y teísta. El monismo y el inmanentismo son, por lo tanto, la negación del fundamento metafísico de nuestra civilización. He aquí por qué el pensamiento moderno y contemporáneo, cuya característica es el inmanentismo, la ha puesto históricamente en crisis, y he aquí también por qué, a nuestro juicio, es posible resolver la crisis y salvar nuestra civilización con sólo reconstruir la metafísica dualista y teísta, que es su fundamento. O se consigue esto o, durante mucho tiempo, se oscurecerá en el mundo toda luz de civilización” (De “Historia de la Filosofía”-Editorial Luis Miracle SA-Barcelona 1962).

Si nos atenemos a la facilidad o a la dificultad que tiene nuestra mente para aceptar un mundo creado o bien uno que siempre existió, se advierte que es igualmente ilógica una creación a partir de la nada que un mundo sin un principio en el tiempo. De todas formas, la moderna cosmología considera que existió un origen del universo, si bien prescindiendo de la necesidad de un Dios exterior al mundo que dirigiera el proceso, ya que para ello bastaba un conjunto de leyes naturales asociadas a la materia primordial que habría de dar lugar, mediante la evolución posterior, a todo el universo existente, incluida la vida inteligente. Con ella, el universo toma conciencia de sí mismo. Todo parece indicar que el orden natural exige del hombre todo su potencial anímico e intelectual como un precio que dicho orden nos impone como precio por nuestra supervivencia. De ahí que la religión haya surgido del hombre y no de Dios. Si surgiera de Dios, el hombre tendría poco o ningún mérito en el proceso de la evolución cultural en vistas a una adaptación a dicho orden.

A pesar de la postura irreconciliable de algunos teístas respecto del deísmo, como la sostenida por Sciacca, se vislumbra cierta posibilidad conciliatoria teniendo en cuenta el concepto de ley natural, como vínculo invariante entre causa y efecto. Nuestra vida es posible en un mundo en el que todo responde de igual manera en iguales circunstancias, es decir, un mismo efecto sigue a una misma causa, al menos en el mundo macroscópico de nuestra vida cotidiana. Si así no fuera, estaríamos desconcertados por cuanto no podríamos prever ni siquiera el futuro inmediato. De ahí que la existencia de una ley natural invariante es un requisito necesario para permitir nuestra adaptación al medio y nuestra supervivencia.

En el caso de las personas sucede otro tanto. Si no tuviésemos una respuesta estable, o actitud característica, no podríamos prever el posible comportamiento de los demás y mucho menos sus posibles respuestas. Nuestro crecimiento moral se va construyendo de a poco a medida que vamos advirtiendo los efectos negativos que algunas acciones o expresiones propias inducen en los demás. De esa forma, las vamos dejamos de lado y optamos por mantener y acentuar aquellas acciones o expresiones que provocan una respuesta positiva en los demás. No es otra cosa que el método de prueba y error que aplicamos consciente o inconscientemente durante la mayor parte de nuestra vida. De esa forma vamos construyendo de a poco nuestra propia actitud característica.

Si consideramos, aceptando la postura teísta, que Dios es una persona, o que se parece a una persona, imaginamos que responde de igual manera en iguales circunstancias, es decir, lo imaginamos constituido con una actitud característica definida e invariante. Suponemos que un ser eterno ha tenido suficiente tiempo como para ir conformando una personalidad adecuada a su función.

Tanto las personas como las cosas, como se dijo, responden de igual manera en iguales circunstancias, de ahí que todo lo existente esté regido por alguna ley natural; tal la visión que nos permite adoptar la ciencia experimental de nuestros días. Luego, resulta equivalente la postura de quien cree en un universo regido por leyes naturales invariantes a la postura de quien cree en un universo regido por un Dios que posee una actitud característica definida. Esta idea ya fue tenida en cuenta por René Descartes. Al respecto, Franklin L. Baumer escribió: “Fuese lo que fuese, Dios seguía siendo, ante todo, «inmutable» para la mayoría en el siglo XVII. Desde luego, en la idea de plenitud hay una sugestión de que Dios actúa de maneras nuevas y distintas, de un Dios fecundo, que crea, generosamente, infinidad de seres y de mundos. Pero para todo el que tomara en serio el nuevo orden de la naturaleza, era esencial que Dios mismo no cambiara, como después querrían hacerle cambiar los hegelianos”.

“Descartes insistió en la «inmutabilidad de Dios», en sus ‘Principios de filosofía’. Sabemos, escribió Descartes, no sólo que Dios es «inamovible por naturaleza» sino que «actúa de una manera que nunca cambia». «Por el hecho de que Dios no está sujeto al cambio y que siempre actúa de la misma manera, podemos llegar al conocimiento de ciertas reglas a las que yo llamo las leyes de la naturaleza»”.

“Es obvia la conexión, en el cerebro de Descartes entran los dos, entre Dios y las leyes de la naturaleza. La inmutabilidad de Dios garantiza la confiabilidad de la naturaleza (considerada como obra de Dios), y por tanto, la certidumbre científica. Esta interconexión también era cierta para Spinoza y Leibniz, aun cuando tenían ideas distintas acerca de Dios y de su relación con la naturaleza. Hasta entonces, el hincapié seguía, claramente, en el ser de Dios, no en su devenir” (De “El pensamiento europeo moderno”-Fondo de Cultura Económica SA-México 1985).

La creencia en un Dios que interviene en los acontecimientos humanos, como lo establece el teísmo, presenta el inconveniente en que puede fácilmente convertirse en un vulgar paganismo, ya que se acepta que lo que le acontece a cada individuo no depende tanto de su actitud moral como de la forma en que es capaz de pedirle a Dios que le conceda lo que necesita. De ahí que Cristo expresó: “Dios ya sabe que os hace falta antes de que se lo pidáis”, para hacer inefectiva tal distorsión.

En cuanto a los milagros relatados en la Biblia, no son atribuidos por Cristo a intervenciones directas de Dios por cuanto señala que es la fe del individuo la que produjo el milagro, o el acontecimiento con reducidas probabilidades de ocurrencia. Es por ello que, una religión sin intervenciones de Dios, no es otra cosa que una religión natural. El cristianismo, interpretado tanto como una religión teísta o como una religión natural, puede inducir en el individuo una actitud similar, mientras que, por el contrario, para los filósofos y los teólogos existen diferencias insalvables. Por ello cabe preguntarse si la religión de Cristo fue establecida para todos los hombres o sólo para los filósofos y los teólogos. Leonard Mlodinow escribió: “La Enciclopedia católica advierte explícitamente que no creer en la revelación cristiana «no sólo implica error intelectual, sino también cierto grado de perversidad moral», y que «la duda en relación a la religión cristiana es equivalente a su rechazo total»” (De “Guerra de dos mundos” de D. Chopra y L. Mlodinow-Aguilar-Buenos Aires 2014).

Se puede creer en la revelación cristiana sin cumplir con los mandamientos y también se puede cumplir con los mandamientos sin creer en la revelación cristiana. Este es el punto central: ¿es el cristianismo una filosofía en la cual el objetivo y el mérito radican prioritariamente en las creencias en los dogmas adoptados por la Iglesia o bien se trata de una religión inserta en el proceso de adaptación cultural del hombre al orden natural?

Teniendo presente las profecías bíblicas del Apocalipsis, que esencialmente amplían la profecía del propio Cristo acerca de su segunda venida, cabe la siguiente pregunta: ¿qué cambios va a haber en el futuro del cristianismo? Si hasta ahora se lo ha interpretado como una religión teísta, mientras que la ciencia experimental ha confirmado que el mundo real funciona como lo sostienen los deístas (o más cercanamente), es de esperar que en el futuro toda religión tienda a constituirse en una religión natural. Y si es posible una unificación de religiones, seguramente ha de ser en su versión deísta.

La teocracia indirecta, que toma como referencia los libros sagrados, se ha de convertir en una teocracia directa que toma como referencia la ley natural. La actitud característica no sólo ha de ser un vínculo entre individuo y sociedad, sino también entre el individuo y Dios, identificado con el orden natural.

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