jueves, 12 de enero de 2017

La crisis del éxito

Gran parte de los conflictos sociales de nuestra época surgen de la creencia errónea de que el egoísta exitoso puede alcanzar la felicidad por cuanto ésta dependería esencialmente de la disponibilidad de recursos económicos. Luego, se aduce que el Estado debería redistribuir “la felicidad” en forma equitativa. Tal creencia va asociada, por lo general, a la envidia; que perturba y envenena la vida de quienes la padecen.

La persona egoísta es incapaz de compartir las penas y las alegrías ajenas, y por ello el nivel de felicidad logrado ha de estar limitado a todo lo que excluya su emotividad. De ahí que la envidia por esta situación surge en quienes también son egoístas, ya que poco o nada valoran los aspectos afectivos del ser humano. Michel Quoist escribió: “El drama del hombre moderno radica en la posibilidad que tiene, cada vez más, de poseer los bienes materiales. Olvida la esencia de los mismos y da todo el valor a su posesión. Esta facilidad –tan limitada todavía en muchos, pero aún para éstos, generadora, si no vigilan, de deseos también completamente absorbentes- acumula en el corazón del hombre una insaciable hambre de gozo”.

“Obcecado, engañado, olvida el hombre que su verdadera grandeza no puede consistir en la altura de su pedestal, sino en la profundidad de su alma abierta a lo divino. No crece ya; y menos mal aún, si no queda un día definitivamente aplastado por el peso de su trono efímero”.

La creencia generalizada de que la felicidad depende sólo de los recursos económicos disponibles instala en la sociedad una escala de valores humana, o artificial, que promueve el egoísmo y la correspondiente envidia en quienes no logran alcanzar los objetivos buscados por la mayoría. Además de ésta, existe una escala de valores natural, impuesta por el orden natural, por la cual el mayor nivel de felicidad está asociado a la posesión de valores afectivos que dan lugar, además, a los valores éticos correspondientes.

La crisis del éxito se da como consecuencia de haber triunfado en el logro de lo que la mayoría anhela y valora, mientras que el éxito verdadero, compatible con el orden natural, no ha de estar asociado a crisis alguna. En el primer caso, al estar motivados por cuestiones competitivas, siempre se lograrán menos recursos económicos que otros hombres, por lo cual el descontento correspondiente lo llevará a buscar nuevas metas materiales. Quoist agrega: “Toda la psicología dinámica moderna nos dice y todo el Evangelio nos enseña que hay dos grandes fuerzas opuestas que se disputan al hombre: una fuerza de expansión y de relación que se llama «amor» e impele a salir de sí mismo para formar las comunidades y luego el hogar, hasta llegar a la Humanidad, y una fuerza de retroceso y aislamiento que se llama «egoísmo» e impele a replegarse en sí con la engañosa y eterna ilusión de un éxito individual”.

Si todo el bienestar humano dependiera de la disponibilidad de bienes económicos, y poco o nada de los valores morales, entonces la solución de todos nuestros males vendría del ámbito de la economía. Toda discusión al respecto recaerá en las ventajas y las desventajas que ofrecen el capitalismo y el socialismo. Sin embargo, el hombre no es un simple animal que sólo necesita alimentos para su cuerpo, ya que también requiere de alimentos afectivos e intelectuales. Incluso los animalitos domésticos requieren de nuestro afecto como un requerimiento básico para su supervivencia. El citado autor agrega: “El hombre produce siempre más y, eternamente hambriento, se arroja sobre esos bienes sin quedar jamás satisfecho. Círculo infernal donde las necesidades aumentan con una rapidez mayor a aquella con que las cosas nacen, y donde el hombre, esclavo, se inclina para recoger los frutos de la materia y acaba de caer de rodillas ante estos nuevos ídolos. Helo aquí, escindido en su ser profundo, condenado a la lucha contra sus hermanos, queriendo cada uno, ya como individuo, ya como colectividad, cosechar por cuenta y riesgo propios y guardar para gozar” (De “Triunfo”-Editorial Estela SA-Barcelona 1966).

El desajuste entre lo que el hombre y la sociedad consideran como “éxito” y lo que el orden natural exige del hombre, nos ha conducido a una perturbación mental que requiere de la ayuda de especialistas o bien de la “escapatoria” momentánea que brinda el consumo de drogas alucinógenas. “El progreso de las enfermedades mentales, de toda suerte de desequilibrios, nos ofrecen un trágico balance de la salud del hombre moderno: los «salvajes» necesitan médicos para sus cuerpos; pero los hombres «civilizados» tienen necesidad de un ejército cada vez más numeroso de psicoanalistas, de psicoterapeutas, de psiquiatras, para intentar salvar su espíritu”.

“El hombre atomizado es aquel cuya sensualidad está exasperada: la emotividad, la sensibilidad, la imaginación, enloquecidas: todas sus potencias indisciplinadas obran sin orientación, buscando cada una por su lado su propia satisfacción, prescindiendo de las leyes del espíritu y del ideal. Es, propiamente hablando, la explosión y la dispersión de lo que constituye el ser profundo del hombre. No hay ya hombre. Llegar a hombre es recoger todas las fuerzas, reordenarlas en función de su valor respectivo, someterlas al espíritu”.

Existen muchos ejemplos de personas exitosas que siguen desarrollando una vida normal luego de haberse destacado en alguna actividad humana. También existen muchos casos de personas que, luego de haber alcanzado la cima del éxito, comienzan una etapa autodestructiva que incluso termina con sus vidas. Ambos tipos de casos deben ser tenidos en cuenta, ya que nuestra meta adaptativa al orden natural requiere conocer tanto los caminos correctos como los incorrectos, para afianzarse en los primeros rechazando los otros.

Un divulgador de la ciencia comentaba el caso de dos amigos que, durante años, se juntaban a jugar al golf. En cierta oportunidad, y debido a que el otro nunca había comentado nada al respecto, uno de ellos le pregunta a un tercero, conocedor de ambos: “¿A que se dedica este John Bardeen?”. Por la pregunta efectuada, se advierte que el único ganador de dos Premios Nobel de Física y uno de los realizadores del “invento del siglo XX” (el transistor) poco interés parece haber tenido por ser reconocido cotidianamente por sus importantes logros. “Bardeen, Brattain y Shockley recibieron el Premio Nobel de Física en 1956 por la creación del transistor de contacto puntual. En 1972 volvió a recibir el mismo galardón, en esta ocasión compartido con Cooper y Schrieffer, por la elaboración de la primera teoría satisfactoria sobre la superconductividad, ahora denominada teoría BCS. Bardeen se convertía así en el primer científico galardonado en dos ocasiones con el Nobel de Física” (Del “Diccionario básico de científicos” de David Millar y otros-Editorial Tecnos SA-Madrid 1994).

Como ejemplo de personajes exitosos que no pudieron o no supieron adaptarse a los riesgos que conlleva la fama, puede mencionarse a Elvis Presley; un cantante que, con méritos propios, logró ascender a la cima de la popularidad. Raúl Alberto García escribió acerca de su niñez: “Y se metía en los barrios negros, quizá buscando el peligro de lo prohibido, tal vez tentado por su extraña sonoridad, acaso llamado ya por su propio destino. En esos villorrios de extramuros se hacía jazz y blues. Nada de música country, típica de los blancos de ascendencia básicamente irlandesa. Nada de baladas nostálgicas de cuño medieval o posvictoriano, propias de los anglosajones. Allí todo era puro ritmo y movimiento, bronces sin sordina y tambores locos, pianos acribillados y pies voladores, alegría desbordante o lamento desgarrador, sin medias tintas. El fragor animal de la selva, la frescura brutal de las cataratas, el empuje ilimitado del viento huracanado”.

“A Elvis todo esto le fascinaba, lo dejaba sin aliento y con el corazón en la boca, feliz de estar vivo y ahí, espiando por las ventanas las fiestas de los negros. Todavía no sabía porqué, pero ya ansiaba hacer todo eso”.

“Lo cierto es que Elvis, cuando todavía no era el Rey, puso en marcha algo completamente nuevo. Cuando menos, para el gran público blanco, y lo supiese él o no. Se llamaba rock and roll y lo habían inventado los afroamericanos, sí, pero el trasvasamiento cultural pasó por Elvis: el primero en morder la manzana prohibida, el audaz carapálida que se sacudió y echó a rodar la roca, el demonio en persona” (De “Elvis Presley”-Cinco Ediciones y Contenidos-Buenos Aires 2004).

Luego de haber realizado una carrera exitosa y de haber filmado más de treinta películas, comienza la etapa de decadencia. No acepta (o lo hace de malas ganas) el ascenso de los Beatles al primer lugar que él ocupaba en el pasado. Los excesos en la comida y la soledad que provino de su separación matrimonial, lo llevan a depender de las drogas. El citado autor agrega: “Desesperado por las agobiantes dimensiones que adquiría su obesidad y, sobre todo, por la reciente escasez de aire en los pulmones a la hora de cantar, ingería cantidades ilimitadas de estimulantes, o barbitúricos, o alcaloides, o como quiera que se les llamase a las drogas en aquellos días. Drogas blandas y drogas pesadas, por cierto, que él se las arreglaba para comprar y consumir sin que nadie pudiese evitarlo. Y este dato sí que es correcto. Llevaba, de su casa a su camarín y viceversa, una maleta de inexpugnable metal plateado, con una llave de la que sólo él tenía copia, y a la que a nadie permitía cargar por él”.

También su madre, ante la obesidad, consumía drogas autorecetadas. Como su hijo, fallece con algo más de cuarenta años. “Elvis y su madre Gladys fallecieron el mismo mes [en distintos años], con un par de días de diferencia. Y él tenía casi la misma edad que ella al momento de la muerte, considerando que menos de cuatro años de distancia temporal no son demasiados. Máxime teniendo en cuenta que la obesidad de uno y otra los emparentaba más que nunca, como si un caprichoso destino metabólico los hubiese unido para siempre en una sola e indisoluble masa corporal”.

En todas las épocas, hay hombres que tienen en cuenta las leyes naturales, o leyes de Dios, evitando caer en excesos y llevando una vida sencilla aun cuando las circunstancias permitan no hacerlo. También hay otros hombres que se orientan por la escala de valores impuesta por la mayoría. La sabiduría popular siempre ha estado lejos de la sabiduría de Dios, o del orden natural.