martes, 31 de enero de 2017

Los pronósticos de Alexis de Tocqueville

Como carta de presentación de un analista político no hay nada mejor que haber hecho una predicción que habría de cumplirse en el futuro. En el caso de Alexis de Tocqueville, cuya vida se desarrolla en Francia, durante la primera mitad del siglo XIX (1805 a 1859), intuye tanto el predominio que EEUU y Rusia habrán de tener en el siglo XX como la vigencia del Estado de Bienestar. En cuanto al primer pronóstico escribió: “Hay hoy en la Tierra dos grandes pueblos que, habiendo partido de puntos diferentes, parecen avanzar sobre un mismo fin. Son los rusos y los angloamericanos. Los dos han crecido en la oscuridad y mientras las miradas de los hombres estaban ocupadas en otra parte, se colocaron de golpe en la primera fila de las naciones, y el mundo conoció al mismo tiempo su crecimiento y su grandeza. Todos los demás pueblos parecen haber llegado, poco más o menos, a los límites que fijó la Naturaleza, y no tener ahora otra cosa que conservar. Aquéllas, en cambio, están en crecimiento. Rusia es, de todas las naciones europeas, aquella cuya población aumenta proporcionalmente de modo más rápido. Para alcanzar su fin, el norteamericano descansa en el interés personal y deja obrar, sin dirigirlas, la fuerza y la razón de los individuos. El ruso concentra de alguna manera en un hombre todo el poder de la sociedad. El uno tiene como principal medio de acción la libertad; el otro la servidumbre. Su punto de partida es diferente, sus caminos son diversos; sin embargo, los dos parecen llamados por un secreto designio de la Providencia, a tener en sus manos los destinos de la mitad del mundo”.

Mariano Grondona comenta al respecto: “Esto fue escrito en 1834. Cuando Ortega lo comentó dijo que la profecía es posible para un pensador que sepa distinguir las variables más profundas que operan en una sociedad. Tocqueville hablaba de la Rusia de los zares, pero su predicción es perfectamente aplicable a la Rusia del Kremlin. Es que, en un nivel de suficiente profundidad, Europa o América, China o Rusia, son fieles a sí mismas más allá de los cambios, superficiales, de sus regímenes políticos” (De “Los pensadores de la libertad”–Editorial Sudamericana SA–Buenos Aires 1986)

En cuanto a la segunda predicción, Tocqueville escribió: “Quiero imaginar bajo qué nuevos rasgos podría producirse el despotismo en el mundo. Veo una multitud de hombres iguales o semejantes, que giran constantemente sobre sí mismos para procurarse placeres vulgares con los que llenan su alma. Cada uno de ellos, retirado aparte y como extraño al destino de los demás. Sus hijos y amigos particulares forman, para él, toda la especie humana. Por encima de ellos, se levanta un poder inmenso y tutelar que es el único encargado de procurar sus goces y de velar por su suerte. Ese poder es absoluto, detallado, previsor y suave. Se parecería al poder paterno si, como éste, tuviera por fin preparar a los hombres para la edad viril. Pero, por el contrario, no persigue más que fijarlos irrevocablemente en la infancia. Le gusta que los ciudadanos gocen, con tal de que no piensen más que en gozar. Trabaja gustosamente para su felicidad, provee y asegura sus necesidades, conduce sus negocios, dirige su industria, regula sus sucesiones. ¡Qué lástima que no pueda quitarles enteramente la molestia de pensar y el trabajo de vivir”.

Grondona comenta al respecto: “Sería difícil igualar a Tocqueville hoy, un siglo y medio más tarde, en esta descripción de una sociedad democrática que, sin embargo, ha ido delegando en el Estado casi enteramente su libertad. He aquí otro pasaje significativo: “Hay ciertas naciones de Europa en las que el ciudadano se considera como una especie de colono indiferente al destino del lugar que habita. Los mayores cambios sobrevienen en su país sin su concurso. Ni siquiera sabe lo que ha pasado, tiene barruntos….Más aún, la fortuna de su pueblo, la policía de su calle, la suerte de su Iglesia o su presbiterio, no lo afectan. Piensa que todas estas cosas no le pertenecen a él de manera alguna; que pertenecen a un extraño poder que se llama gobierno. Por otra parte, este hombre, aunque ha hecho un sacrificio tan completo de su libre arbitrio, no ama la obediencia más que cualquiera. Se somete, es verdad, al capricho de un empleado; pero se complace en desafiar la ley como un enemigo vencido en cuanto la fuerza se retira. Así se le ve oscilar constantemente, entre la servidumbre y la licencia”.

Mientras que en la Francia de comienzos del siglo XIX recién se va constituyendo una débil democracia, o bien se van afirmando de a poco las ideas que las sustentan, luego de la caída de la monarquía con la Revolución Francesa, Tocqueville se traslada un año a los Estados Unidos para observar una democracia que se va construyendo sin que antes en ese país hubiese habido una monarquía; algo inédito y digno de verse.

Mientras que en la etapa monárquica no existe igualdad social, y la libertad sólo tiene vigencia para la clase gobernante, la democracia tiene como finalidad generalizar la igualdad de todo el pueblo para compatibilizarla con la libertad, objetivos nada fáciles de cumplir. Martín Zetterbaum escribió: “La publicación en 1835 de la primera parte de «La democracia en América» estableció a Alexis de Tocqueville como uno de los analistas sobresalientes del problema de la democracia. Tocqueville fue el primer escritor de los tiempos modernos que emprendió una investigación global del modo en que el principio democrático –la igualdad- funciona como causa primera formando o afectando todo aspecto de la vida dentro de la sociedad”.

“La ‘Democracia’ de Tocqueville está dedicada explícitamente a hacer una exposición del modo en que una condición social particular, una condición de igualdad, se ha hecho sentir en las instituciones políticas de la nación, y en las costumbres, modales y hábitos intelectuales de los ciudadanos. El estado social es la causa de que un régimen tenga sus propias características particulares. Esto no equivale a decir que el estado social lo explica todo en una sociedad, pues las costumbres anteriores y los factores geográficos, entre otros, también desempeñan un papel al forjar el régimen. Pero en ningún caso duradero estos factores secundarios ocultarán o frustrarán la operación del principio fundamental. El estado social forma opiniones, modifica pasiones y sentimientos, determina las metas que hay que buscar, el tipo de hombre que se admira, el lenguaje que se emplea y, en última instancia, el carácter de los hombres a los que reúne”.

“Ese estado social que es el principio motor de los regimenes democráticos es la condición de igualdad. Según Tocqueville, éste es el «hecho fundamental del que parecen derivarse todos los demás». El pensamiento político de Tocqueville se origina con el reconocimiento y la aceptación del triunfo inevitable del principio de igualdad. No sólo el curso de los últimos 800 años ha tenido un propósito (conducente al triunfo de la igualdad) sino que, asimismo, analizando la historia y los hechos del hombre, Tocqueville ve una expresión de la voluntad divina. El desarrollo de la igualdad de condiciones es un hecho providencial” (En “Historia de la filosofía política” de L. Strauss y J. Cropsey-Fondo de Cultura Económica-México 1996).

El fundamento del cristianismo, el mandamiento del amor al prójimo, es esencialmente un llamado a adoptar una actitud igualitaria en la que hemos de considerar lo que le sucede a los demás con una atención y dedicación similar a la que le damos a nuestros propios asuntos. De ahí que este principio haya de ser tenido en cuenta por Tocqueville, quien escribió: “Si largas observaciones y meditaciones sinceras conducen a los hombres de nuestros días a reconocer que el desarrollo gradual y progresivo de la igualdad es, a la vez, el pasado y el porvenir de su historia, el sólo descubrimiento dará a su desarrollo el carácter sagrado de la voluntad del supremo Maestro. Querer detener la democracia parecerá entonces luchar contra Dios mismo. Entonces no queda a las naciones más solución que acomodarse al estado que les impone la Providencia”.

Las ideas de libertad ya se venían difundiendo desde el siglo anterior. El problema esencial de la política, en adelante, consistirá en compatibilizar libertad con igualdad. Mariano Grondona escribió: “El siglo XVIII es el de la irrupción victoriosa de la idea de la libertad. En el siglo XIX avanzan las ideas sociales; la idea de la libertad empieza a estar a la defensiva contra movimientos de raíz democrática y finalmente socialista. El liberalismo, que empezó como una avanzada contra el corporativismo medieval, se encontró en este siglo con que lo cuestionaban otras formas de colectivismo”.

“Ante la actitud hostil que acosa al liberalismo, Tocqueville representa un pensador egregio y típico del «liberalismo a la defensiva». La esperanza de Tocqueville es salvar la idea de la libertad frente al predominio inminente de la igualdad, que es el nuevo ideal de su tiempo. También Stuart Mill reacciona frente al movimiento igualitario que viene avanzando, pero de una manera diferente. Tocqueville reacciona preguntándose cómo se puede salvar la libertad ante la inevitable igualdad”.

“Cuando Tocqueville habla de «democracia» no se refiere a una forma de gobierno sino a la «creciente igualación de las condiciones». La democracia es un proceso social. Lo que ve en 1835, es el comienzo del movimiento que llevará a la homogeneización. Por supuesto, detrás de esta gradual y creciente igualación de las condiciones está la idea rectora de la igualdad, valor-eje de la democracia”.

El liberalismo compatibiliza libertad con igualdad a través de una “igualdad condicional”, ya que propone una igualdad en las condiciones sociales iniciales para que, luego, cada individuo, haciendo uso de su libertad, realice sus proyectos individuales compatibles con los fines sociales. Por el contrario, los sistemas socialistas promueven una “igualdad incondicional”, ya que buscan la igualdad del punto de llegada en lugar de la igualdad del punto de partida, ignorando totalmente la libertad. Grondona escribió: “Lo que ocurre en tiempos de Tocqueville es que el liberalismo, que había anulado a la monarquía absoluta, es amenazado por un nuevo movimiento que no tiene a la libertad como valor-eje. La burguesía tenía en mente la idea de la libertad, que implica la idea de la competencia. Si hay libertad, cada uno llega hasta donde puede. Si uno dice esto hoy, parece oligarca. Pero en su momento la idea de la libertad fue revolucionaria: que cada uno llegara hasta donde pudiera y no hasta donde su nacimiento lo había predestinado, era una proposición innovadora, audaz, en el siglo XVIII. Pero el liberalismo, después de haber dado ese salto hacia la libertad, se encontró en el siglo XIX con que los perdedores de la competencia también entraban en el sistema político. Nacen así dos actitudes básicas que perduran en nuestros días”.

“El inexorable movimiento hacia la igualación de las condiciones, piensa Tocqueville, podrá respetar la subsistencia de la libertad o no. La democracia es irresistible, pero se la puede orientar hacia una democracia despótica o hacia una democracia liberal. La libertad, en el límite, puede ser salvada”.

sábado, 28 de enero de 2017

Los mensajes del rostro

Entre los mensajes gestuales aparecen los que provienen del rostro, como es el caso de la expresión de la mirada. A través de esa expresión podemos darnos una idea de la personalidad de un individuo. Si sus apariencias poco o nada tuviesen que ver con la realidad de esa persona, no habría forma de conocerla, por lo que viviríamos desconfiando de todo el mundo, siendo éste el caso de quienes tienen poca aptitud para conocer a las personas a través del lenguaje gestual.

Incluso se puede aventurar una hipótesis afirmando que las apariencias son objetivas, y que en ellas se refleja la verdadera personalidad, si bien no nos resulta sencillo poder conocerlas adecuadamente, y aun teniendo en cuenta que la persona poco amable tratará de fingir ser todo lo opuesto, como ocurre con la mayor parte de las personas que fingen personalidades distintas a las auténticas, por cuanto resulta más sencillo aparentar que mejorar.

Los especialistas distinguen la cara del rostro, siendo la primera la base corporal que sustenta gran variedad de modificaciones. Carlos Castilla del Pino escribió: “Cada cual «tiene su cara», que, además de los cinco órganos de los sentidos, posee veintisiete músculos bajo la superficie, que son los que marcan sus rasgos. La cara, con los rasgos que muestra, se mantiene durante espacios de tiempo mayores o menores. La cara del niño, adolescente, joven, adulto o anciano es, en cada etapa de la vida, duradera”.

“Sobre esa cara con sus rasgos de relativa permanencia aparece el rostro. El rostro se hace para cada situación, para cada interacción con algún otro, otro animado (otra persona, un animal) u otro inanimado (un paisaje, un cuadro, una música). Se dice coloquialmente que para cada situación ponemos una cara distinta. En realidad, la cara es la misma, pero hemos hecho y ofrecido rostros distintos. El rostro es la cara en movimiento, un movimiento que tiene una finalidad, la de mostrar al otro nuestras actitudes del momento, circunstanciales”.

“La cara se define por sus rasgos y, por lo tanto, por su estabilidad; el rostro lo definimos por el gesto, es decir, por su versatilidad” (De “Conducta y actitudes”-Tusquets Editores SA-Buenos Aires 2010).

De la misma manera en que el físico-culturista va construyendo su cuerpo mediante ejercicios especializados, cada persona va construyendo un rostro a partir de la reiteración de actitudes. De la misma manera en que el músculo entrenado del cuerpo se desarrolla más que el no entrenado, los músculos entrenados del rostro, afines a la sonrisa, por ejemplo, tienden a desarrollarse más que otros menos asiduamente entrenados. Mientras que la construcción del cuerpo (body-building) se logra mediante la gimnasia progresiva con pesas, el rostro agradable se ha de lograr mediante el hábito de actitudes cooperativas hacia las demás personas.

En cuanto a la mirada, el citado autor escribió: “La potencia expresiva del rostro se multiplica en los ojos (la mirada) y la boca”. “La lectura el rostro es fundamental para comunicarnos, y para saber a qué atenernos respecto del otro. Por eso miramos más a la mirada del otro que al resto del rostro, como si en la mirada estuviera su secreto, su verdad”.

“Hay una prueba concluyente de la importancia que conferimos al proceso de lectura –tómese esta palabra en una acepción figurada- de los rostros. La utilización de la tomografía de emisión de positrones ha demostrado que para la identificación de un rostro se activa prácticamente la totalidad del córtex cerebral, incluso la circunvolución límbica, que es la encargada del dispositivo emocional, cada vez que alguien se enfrenta con otro”.

Mientras que la cara trae los rastros de la evolución biológica y de la herencia familiar, el rostro trae tanto los rastros de la influencia familiar como de la social. Seguramente, la expresión de un rostro no ha de ser la misma si un individuo desarrolla su vida en un ambiente familiar favorable a uno complejo o coercitivo.

En la actualidad, como en otras épocas, la gente le da mucha importancia a su aspecto exterior y a la belleza física, olvidando muchas veces que el mayor atractivo de una persona puede estar en su mirada y en la expresión del rostro, que tiene mucho que ver con la belleza interior antes que con la adquirida artificialmente. No es una actitud demasiado distinta a la de quienes buscan una “felicidad artificial” consumiendo drogas en lugar de buscar respuestas satisfactorias en el vínculo afectivo con otros seres vivientes.

La respuesta, o actitud característica, que todo hombre presenta ha de variar en función de las distintas interacciones con otras personas. De ahí que para definirla con cierta precisión deberíamos observarla en diversas circunstancias, y aun en circunstancias adversas o extremas; situaciones en que a veces no podríamos prever nuestras propias respuestas. “Hay personas en las que el control de sus expresiones es de tal índole que parece que tienen siempre la misma cara: la de severo, reservado, místico, tímido, matón o bobo. Su limitada capacidad para la formación de rostros, a veces incluso en situaciones excepcionales e inesperadas, como una catástrofe. Todos tenemos experiencia de la incomodidad que estos sujetos deparan. Porque con alguien que siempre tiene la misma cara, ¿nos podemos mostrar versátiles? Con un fiscal que hace de fiscal y hasta sobreactúa de fiscal es difícil poder mostrar rostros distintos y hemos de contener nuestra versatilidad y presentar siempre el mismo rostro, de inocente, de compungido. No deja de ser curioso que una gran mayoría de los sometidos a juicio muestren durante éste un rostro con el que convencer a fiscales y jueces de que «en el fondo» son buenas personas”.

“Por el contrario, hay personas versátiles, quizá demasiado versátiles, capaces de conformar rostros dispares en un corto espacio de tiempo: no sabemos a qué atenernos con esos sujetos que llegan a una reunión y se expresan de manera distinta con cada uno de los que allí están. ¿Cómo es posible que a mí me haya dirigido una expresión tal sólo cortés, y de pronto, al que estaba a mi lado, una expresión alegre, de cordialidad; y al siguiente una expresión reverencial, y al que viene después de distanciamiento? Esa versatilidad se nos antoja una mentira, una falsedad, una hipocresía; y seguramente no lo es. Ante cada cual compone el gesto que considera adecuado”. “El rostro es la expresión de la cara en un momento dado. Por eso, mientras la cara se ve, el rostro, además, hay que mirarlo, «leerlo», esto es, interpretarlo”.

Así como algunos investigadores trataron de encontrar algún detalle esencial en el cerebro de Albert Einstein, y no lo lograron, debido a que el pensamiento radica en los agrupamientos neuronales y sus vínculos, hubo quienes intentaron reconstruir el rostro de Cristo a partir de ciertas huellas aparecidas en el manto sagrado. En un caso se buscaba el origen de su inteligencia, en el otro caso se buscaba la expresión de su personalidad, aunque con dudosas conclusiones.

En el lenguaje de los gestos, aparecen algunos que tienen validez universal, debido seguramente a un origen biológico, mientras que otros tienen validez sectorial, debido seguramente a aspectos convencionales o culturales. Uno de los primeros trabajos de Víktor Frankl consistió en interpretar el gesto de afirmación con el movimiento hacia arriba y debajo de la cara, como cuando hemos aceptado un alimento de nuestro agrado, mientras que el gesto de negación consiste en un movimiento con la boca cerrada hacia ambos lados, como cuando rechazamos un alimento que nos desagrada. En ambos caso se trata de gestos universales.

La comunicación gestual no resulta del todo segura puesto que hay quienes modifican su rostro hábilmente con intenciones de engañar a los demás. Castilla del Pino agrega: “¿Qué se nos quiere decir con ese rostro que se nos ofrece, que alguien ha construido para nosotros? Quien sonríe, ¿nos sonríe de verdad o es una sonrisa de ficción? A lo largo de la vida aprendemos a detectar, en la expresión de un rostro, qué hay de sinceridad, qué de juego social y qué de ficción, y nos equivocamos muchas veces”.

“El problema de la fiabilidad de aquel con quien nos relacionamos es fundamental en la vida de todo ser humano. Nuestra intimidad es incomunicable. Por eso, nos apesadumbramos en ocasiones no ser creídos con lo que expresamos”.

“Se puede decir sin exageración que todo rostro no es un problema, porque en ese caso podría tener una solución, sino un enigma, y, como tal, irresoluble. ¿Por qué? Porque la lectura de un rostro no es un mero deletreo (tiene los ojos así, el pelo de esta manera, la nariz de esta anchura y longitud, es decir, evidencias), sino una interpretación”.

“Charles Darwin, en su precioso y fundamental libro ‘La expresión de las emociones en los animales y en el hombre’, que coincidió (hacia 1870) con la aparición de la fotografía, recogió una serie de instantáneas de expresiones en hombres y mujeres. Las envió a personas de las que tenía sobrados motivos para pensar que eran inteligentes, perspicaces y estudiosas de estos temas. Quedó perplejo: ninguna de las interpretaciones coincidió con las otras. Cada uno proyectaba en la fotografía del rostro ajeno su interpretación”.

La imposibilidad de que los demás puedan conocernos con cierta exactitud no deja de ser una ventaja por cuanto de esa forma nos sentimos protegidos de los demás. “¿Qué pasaría en este mundo si no mantuviésemos un alto grado de opacidad, aun sin proponérnoslo? Pues nada más ni nada menos que seríamos transparentes, que iríamos por la vida desnudos, absolutamente indefensos, despojados de intimidad. Nos desasosiega que la persona que amamos esté incapacitada para detectar cuánto la amamos y lo sincero que es nuestro amor. Pero ése es el precio que pagamos por que la persona a la que detestamos esté igualmente incapacitada para saber a ciencia cierta hasta qué punto la despreciamos o hasta odiamos. En suma, que las cosas están bien como están”.

Por lo general, tratamos de lograr una buena imagen social, aunque muchas veces no lo conseguimos ya que ello no depende enteramente de nosotros, sino de la imagen que los demás se forman de nosotros. “La identidad de alguien no es, como tendemos a pensar, la que él parece ofrecernos (ésa es, en todo caso, la identidad deseable por él), sino la que, a pesar de él, le concedemos. Ya lo dijo William James a finales del siglo XIX: «Nuestra imagen social está en la mente de los demás». Por eso, cada uno de nosotros goza o padece la identidad que los demás le atribuyen, lejos, quizá, de la que desearía que se formasen. Y en ello no puede haber unanimidad. Aunque le depare perplejidad al retratado, el pintor es el que lo ve, y retrata lo que ve, unas veces con el gusto y otras con el disgusto del retratado”.

Posiblemente en estas “injusticias” que comete el observador podamos encontrar un indicio de que no debemos realizar nuestra vida basados en la esperanza de recibir reconocimientos, sino que debemos realizarla pensando en el bien común.

viernes, 27 de enero de 2017

Librepensadores vs. fanáticos

Especialmente en los ámbitos de la religión y la política, se pueden encontrar dos posturas extremas; la del librepensador, que adopta como referencia la propia realidad, y la del fanático, que se somete a una creencia, o un dogma, careciendo de pensamiento propio y de creatividad. Mientras que, para el primero, la verdad está al final de una cuidadosa elaboración mental de la información disponible, el segundo se considera poseedor definitivo de la verdad.

André Gide expresa la actitud del librepensador ante el dogmatismo. Respecto de “El Capital”, de Karl Marx, escribió: “Sin otro deseo que convencerme a mí mismo, y aun ceder y aprender: pero cada vez que volvía a él me sentía como dolorido y con la inteligencia como magullada por instrumentos de tortura…Lo que especialmente me disgusta en él es su teoría y todo lo que tiene de artificial, si no de irracional…falaz e inhumano. Creo que gran parte del prestigio de Marx procede del hecho de ser difícil de entender, con lo que el marxismo requiere una iniciación, y generalmente sólo se lo conoce mediante intermediarios. Es como la misa en latín: los que menos la comprenden, más la reverencian”.

“Tanto el catolicismo como el comunismo exigen –o, al menos, procuran- la sumisión de la mente. Cansados de las luchas de ayer, los jóvenes (y muchos de sus mayores) buscan –y creen haber encontrado- en tal sumisión descanso, seguridad y alivio intelectual…Es así como, sin ser realmente consciente de ello, o sabiéndolo demasiado tarde, van a contribuir a la derrota, la retirada y el destierro del espíritu, para implantar alguna forma de totalitarismo que no será mejor que el nazismo contra el que están luchando”.

“El mundo sólo será salvado, si es que puede serlo, por los insumisos. Sin ellos, se desmoronaría nuestra civilización, nuestra cultura, lo que amamos y lo que da a nuestra presencia sobre la Tierra su secreta justificación” (Citado en “Interpretaciones de la vida” de Will y Ariel Durant-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1973).

El librepensamiento, limitado y restringido sólo por el veredicto de la propia realidad, es combatido por el pensamiento único, sustentado por el dogmatismo y el control de quien impone, desde el Estado o desde el poder, las creencias elaboradas por quienes son incapaces de confrontarlas con otros pensamientos y con la propia realidad. Bertrand Russell escribió: “La libertad de opinión está estrechamente relacionada con la libertad de palabra, pero tiene mayor alcance. La Inquisición investigó, mediante la tortura, las opiniones secretas que los hombres trataban de guardar para sí. Cuando los hombres confesaban opiniones heterodoxas, eran castigados aun cuando no se probase que antes las hubieran expuesto. Dicha práctica ha sido restablecida en los países dictatoriales como Alemania, Italia y Rusia [se refiere al nazismo, fascismo y comunismo]. En cada caso, la razón es que el gobierno no se siente seguro. Una de las más importantes condiciones de libertad, en materia de opinión, como en otras materias, es la seguridad gubernamental”.

“Se puede decir que el pensamiento es libre cuando está expuesto a la libre competencia de las ideas, es decir, cuando todas las creencias pueden tener libertad de expresión, y no hay unidas a ellas ventajas o desventajas legales o pecuniarias” (Del “Diccionario del Hombre Contemporáneo”-Santiago Rueda Editor-Buenos Aires 1963).

En los sistemas totalitarios, en los cuales el Estado prohíbe disentir de sus directivas y elaborar pensamientos propios, surge de sus gobernantes la sospecha de complot o rebelión, lo que promueve las purgas preventivas contra los sospechosos. Tanto en el caso de la religión como en el de la política, la violencia surge necesariamente de la previa restricción de la libertad de pensamiento. Lo que resulta sorprendente, en todo esto, es que el socialista critica lo que la Iglesia promovía hace varios siglos atrás, mientras simultáneamente admite y apoya algunos regimenes actuales, o recientes, en donde la acción inquisitorial se acentuó notablemente. Zbigniew K. Brzezinski escribió: “El ciudadano totalitario vive en realidad una vida sumamente nerviosa. Está constantemente empeñado en alcanzar fines inalcanzables”.

“Presencia la eliminación o exterminio de sus conciudadanos, que han pasado a convertirse en «enemigos del pueblo». Y un sistema que combina la certidumbre ideológica con la conducción infalible sólo conoce un camino para desembarazarse de los obstáculos que encuentra a su paso: sacarlos. La infalibilidad en la conducción siempre significa que aquellos a quienes se purga tienen que haber estado excesivamente equivocados e implica que no se puede poner en tela de juicio ningún sacrificio, que no se debe lamentar ninguna eliminación y que no se debe escatimar derramamientos de sangre. El acierto histórico justificará la brutalidad transitoria”.

“La consecuencia característica del aislamiento de la jefatura totalitaria es la constante sospecha y, por ende, los constantes esfuerzos por eliminar las causas de esa sospecha. Cierto tipo de dirigente totalitario, comprendiendo astutamente la característica coercitiva del apoyo aparentemente unánime de que goza su régimen, busca enemigos reales, imaginarios o aún potenciales de su organización y procede a liquidarlos. La historia de la Unión Soviética, por ejemplo, es una singular colección de presuntos complots, conspiraciones y traiciones que culmina con las célebres purgas de 1936-38. Un dirigente totalitario así, no puede evitar una sensación de pánico porque para él frecuentemente lo real es lo desconocido, y lo conocido inspira temor”.

“De este modo la jefatura totalitaria se encuentra en una situación en cierto modo dual: disfrutando del poder absoluto, se ve obligada a recurrir a él por el hecho mismo de que lo posee. La posesión del poder aísla; el aislamiento fomenta la inseguridad; la inseguridad fomenta el recelo y el miedo; el recelo y el miedo fomentan la violencia. Por esta razón el totalitarismo ha sido caracterizado por muchos expertos en ciencias políticas como un sistema de terror: se ve obligado a amedrentar debido a la naturaleza a él inherente” (De “La purga permanente”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1958).

Por lo general, la sumisión que se impone a sí mismo el fanático, respecto de sus superiores, ha de ser la misma que impone, o trata de imponer, a los de menor rango jerárquico. El mundo real poco le importa, por cuanto en su mente ha sido desplazado, como referencia, por la ideología en cuestión. Mientras que el cristianismo original consiste en unos pocos mandamientos de fácil entendimiento y de difícil cumplimiento, la mayor parte de sus seguidores olvidaron la prioridad inicial y reemplazaron lo que Cristo dijo a los hombres por lo que los hombres dicen sobre Cristo, de donde surgen los dogmas de difícil entendimiento y de dudosa utilidad. Ignacio de Loyola expresó: “Por esta razón, si aparece blanco a nuestros ojos algo que la Iglesia ha definido como negro, debemos también declarar que es negro” (De “Ejercicios espirituales”).

Cuando la herejía se castiga con la muerte, aparece la posibilidad de encontrar herejes donde se los quiera encontrar, y más todavía cuando no se contemple la ley natural (de donde surgen los mandamientos bíblicos) sino que la referencia adoptada es originada en convenciones y disputas filosóficas. Santo Tomás de Aquino escribió: “Acerca de los herejes deben considerarse dos aspectos: uno por parte de ellos; otro por parte de la Iglesia. Por parte de ellos está el pecado, por lo que no sólo merecieron ser separados de la Iglesia por la excomunión, sino aun ser excluidos del mundo por la muerte; pues mucho más grave es corromper la fe, vida del alma, que falsificar la moneda, con que se sustenta la vida temporal. Y si tales falsificadores y otros malhechores justamente son entregados sin más a la muerte por los príncipes seglares, con más razón los herejes, al momento de ser convictos de herejía, podían no sólo ser excomulgados sino ser entregados a justa pena de muerte” (Citado en “Crítica de la religión y la filosofía” de Walter Kaufmann-Fondo de Cultura Económica-México 1983).

En la actualidad es posible advertir los deseos de exclusión que mantienen algunos fanáticos católicos, ya que si alguien emite una opinión que no coincide con sus creencias personales, se apresura a decir: “usted no es católico”. Incluso califica como “no cristiano” al sector protestante. Si ser cristiano implica cumplir, o al menos, intentar cumplir, los mandamientos de Cristo, resulta evidente la injustificada exclusión anterior.

El fanático religioso se asemeja un tanto al fanático del fútbol, personificado en el “barra brava”. Este tipo de aficionado tiende a desplazar a la persona normal, ya que, ante la violencia impuesta por los fanáticos, debe dejar de concurrir a la cancha. El fanático religioso supone que, mientras menos cristianos existan, mayor será su mérito para acceder a la “vida eterna”. “El fanatismo comporta la entrega exagerada y desmedida a una idea. Significa, por tanto, una exaltación de la inteligencia y de la voluntad. La exaltación fanática en la línea de la inteligencia es la obcecación; la exaltación de la voluntad, la terquedad”.

“Se ha considerado como componentes del fanatismo los tres elementos siguientes: obcecación extrema y rigidez temperamental, fuerte impulso a la acción (por ejemplo, al nivel de la propaganda) e impasibilidad ante el sufrimiento ajeno, fácilmente transformable en crueldad. Por otra parte, el fanatismo es contagioso: sobre todo en el fenómeno de masas” (Del “Diccionario de Ciencias Sociales”-Instituto de Estudios Políticos-Madrid 1975).

La soberbia está considerada como el principal pecado capital, siendo el fanático esencialmente soberbio, ya que no sólo se considera dueño de la verdad sino también depositario exclusivo del bien. De ahí la similar soberbia de los fanáticos totalitarios y religiosos. Nicola Abbagnano escribió: “La palabra fanatismo se ha usado a partir del siglo XVIII, en sustitución y a la vez que «entusiasmo» para indicar el estado de exaltación del que se cree penetrado por Dios y, por tanto, inmune al error y al mal. En el uso moderno y contemporáneo, fanatismo ha sustituido a «entusiasmo», para indicar la certeza de quien habla a nombre de un principio absoluto y que, por lo tanto, pretende que sus palabras tengan esta misma calidad de absoluto” (Del “Diccionario de Filosofía”-Fondo de Cultura Económica SA-México 1986).

El deterioro de la religión moral se establece principalmente cuando cae en manos de fanáticos que la conducen hacia un vulgar paganismo asociado a la superstición y a la irracionalidad. Así como el Islam ha caído en manos de quienes pretenden imponer un totalitarismo teocrático, la Iglesia Católica se identifica con la ideología promotora de la mayor catástrofe social de toda la historia de la humanidad; el marxismo-leninismo.

miércoles, 25 de enero de 2017

La envidia colectiva

La prédica constante y permanente en contra del comercio internacional y de la natural dependencia económica subsiguiente, interpretada como colonialismo o imperialismo que el país fuerte impone al débil, hace que un gran sector de la población lleve una vida dominada por la envidia, o el odio, ya que se le hace ver que todas sus penurias se deben a tal proceso de intercambio. También se atribuye el bienestar económico de los pueblos desarrollados a la sustracción indebida de riquezas hacia los países pobres. Adicionalmente se predica un odio intenso hacia los sectores locales cuando logran cierto éxito económico considerándolos colaboradores del imperialismo opresor.

La envidia delata una vida de dependencia respecto de la persona, o personas, envidiadas. De ahí que no resulte fácil detectarla. Sin embargo, se puede advertir su existencia cuando ciertos sectores manifiestan haber “festejado” los atentados terroristas en Nueva York, o cuando muere un empresario se escuchan voces tales como “uno menos”, o cuando en un hecho de violencia urbana muere el familiar de un empresario, se escuchan voces legitimadoras tales como “o robó antes o robó ahora”. Lo de la dominación extranjera constituye una profecía de autocumplida, ya que se establece la peor dependencia que pueda existir: la de los envidiosos respecto del pueblo envidiado. Juan Luis Vives escribió: “Quien tiene envidia pone gran trabajo en impedir que se manifieste…cosa que trae consigo grandes molestias corporales: palidez lívida, consunción, ojos hundidos, aspecto torvo y degenerado”.

“Con razón han afirmado algunos que la envidia es una cosa muy justa porque lleva consigo el suplicio que merece el envidioso” (Citado en “Conductas y actitudes” de Carlos Castilla del Pino-Tusquets Editores SA-Buenos Aires 2010).

Los objetivos explícitos del socialismo apuntan a la destrucción del sistema capitalista junto a la sociedad democrática, a los que se los difama buscando anular todos sus valores. Para llevar a las masas hacia una actitud destructiva, se les inculca el odio de clases, u odio entre sectores sociales. Carlos Castilla del Pino escribió: “El envidioso busca la destrucción del envidiado, pero la destrucción de su imagen, no necesariamente del cuerpo físico del envidiado. Porque aun desaparecido de este mundo, su imagen «persigue» (es su «sombra») al envidioso, en la medida en que ésta es de él y persiste incluso después de muerto. En el asesinato de Abel cometido por Caín la sombra de Abel subsiste tras su muerte”.

“Éste es el motivo de que, más que la muerte del envidiado, lo que realmente satisface, cuando menos en parte, es su «caída en desgracia», porque ello puede significar la pérdida de los atributos por los que antes se le envidiaban. Era ése el objetivo de la envidia: no que el envidiado no existiera, ni que fuera desgraciado en otros aspectos, sino que quedase situado por debajo del envidioso”.

“Se le puede, llegado este caso, compadecer, una vez sobrepasada la etapa preliminar de alegría por la desgracia ajena. En esta situación, el envidioso, «liberado» de la persecución de la sombra del envidiado, puede ahora compadecerlo, al menos por algunos momentos, porque al fin y a la postre siempre pensó que «es ahí donde siempre debiera haber permanecido»”.

“La presencia del componente envidioso dificulta, cuando no anula, toda otra forma de interacción con el envidiado y, en último término, hasta con los demás. Schopenhauer habla del muro que la envidia establece entre el yo y el tú, y cómo la envidia, por la ineludible necesidad de ser ocultada, se convierte en una pasión solitaria. La envidia priva al que la padece de una productiva relación con el envidiado, y también con aquellos a los que se les predica la destrucción del mismo. Porque ante el envidioso acaban los demás por precaverse y distanciarse, en la medida en que se advierte su maldad y su capacidad solapada para destruir al que envidia y, llegado el caso, a cualquier otro a quien potencialmente pudiese envidiar. ¿Quién garantiza que la envidia que ahora siente hacia P no se vuelva alguna vez hacia otros, y trate, de la misma manera, de destruirlos?”.

Existen varias propuestas para la mejora social, como es el caso del conocimiento propio, o introspección, que nos hace conscientes de nuestros errores. Otra alternativa consiste en establecer el socialismo para que los envidiosos no tengan la posibilidad de envidiar el éxito ajeno por cuanto en esa sociedad está prohibido todo éxito individual y permitidos sólo los colectivos. Para el citado autor, sin embargo, la envidia resulta muy difícil de superar. De ahí que resulte vana toda tentativa de hacer cambiar de postura al socialista auténtico, por lo que sólo tiene sentido práctico anticiparse ante las personas normales para que no sean afectadas por su influencia. “La envidia es crónica e incurable. Lo he afirmado antes: la envidia es una manera de instalarse en el mundo. Quien alguna vez ha tenido la experiencia dolorosa de la envidia está ya definitivamente contaminado por ella. Porque le desvela a sí mismo, en su intimidad, la secreta deficiencia, aquella por la que, aunque muy oculta, puede ser herido en la aparentemente más inofensiva interacción. Y una vez lastimado en su autoestima, el envidioso, más y más sensibilizado y susceptible, permanecerá constantemente alerta”.

“La envidia dura toda la vida del envidioso, que, para su tormento, vive en y para la envidia. Cualesquiera que sean las gratificaciones externas que el envidioso obtenga, persistirá la envidia. Porque aquéllas no son suficientes, ni provienen de aquellos a quienes considera capaces de valorarle en sus verdaderos términos. Digámoslo una vez más: el envidioso no dejará de serlo por lo que ya posee; seguirá siéndolo por lo que carece y ha de carecer siempre, a saber; ser como el envidiado”.

En las sociedades en crisis, donde predomina el hombre-masa y la ausencia de valores éticos, los políticos populistas y totalitarios se caracterizan por despertar el odio en los sectores populares con fines netamente electorales. Los convencen de que no son culpables de nada y de que la culpa de todos sus males la tienen los sectores adinerados, o los imperialismos extranjeros. El envidioso se siente justificado en su actitud y liberado de toda responsabilidad personal. Juan José López Ibor escribió: “Hace años que Ortega publicó su libro más famoso y quizá el más logrado [La rebelión de las masas]. Lo importante del libro de Ortega no es que denunciase el advenimiento de las masas, como una consecuencia del incremento de la población del mundo, sino su empobrecimiento ético. El hombre-masa para Ortega es un hombre inmoral o amoral. Es difícil, en verdad, que en el hombre-masa crezcan sus valores éticos cuando la «masificación» trae consigo la pérdida de la libertad y de la forma”.

“La masa es el instinto. Ya hace tiempo que los sociólogos y psicólogos señalaron la fusión a través de los estratos inferiores de la persona que se establece en las multitudes. De ahí su violencia apersonal. Ortega agregó nuevas dimensiones a este esquema, sobre todo el señalado antes con la dimensión ética. Para que el hombre-masa sea posible, es necesaria una vida racionalizada. No es, pues, un problema de inteligencia. Se puede ser hombre-masa a pesar de pertenecer a los estratos más o menos intelectuales de una sociedad. Sobre todo ahora, en que la misión del intelectual se considera, en tantos meridianos, libre de todo imperativo ético”.

“El hombre-masa se halla muy propicio a dejarse irrigar por cualquier sistema de planificación. Ocurre con él como con el hombre multitudinario. Ya los viejos trabajos de psicología colectiva habían puesto de manifiesto que, la mal llamada «alma de las multitudes» no consiste más que en un contagio afectivo. La anulación de los planos superiores de la personalidad permitía la hipertrofia de los planos instintivo-afectivos; de esta manera se crea una solidaridad entre los componentes de la multitud que la hace operar como un ente único, expresión de una presunta alma única. En la acción colectiva se ganaba en violencia y a veces en eficacia. Se perdía, en cambio, lo más egregio de la actividad humana: la posibilidad de crear valores espirituales y culturales. Se perdía la forma”.

“En la crisis contemporánea se tiene la impresión de haber tocado un punto más hondo que en anteriores crisis históricas. Incluso parece que en crisis históricas pasadas existía, más que un sentimiento de temor por el decaimiento y destrucción de los valores entonces vigentes, una alegría por la aurora de otros nuevos. Eran crisis cargadas de esperanza”.

“La característica esencial de la crisis presente consiste, precisamente, en la ausencia de esperanza. No se ve por ninguna parte apuntar valores nuevos, dibujarse una nueva imagen del hombre. La literatura actual, en lo que tiene de más específico como expresión del modo de sentir del hombre contemporáneo, es una literatura nihilista. Pocas veces, quizá nunca en el curso de la historia, se ha logrado una expresión más profunda y más poética al mismo tiempo del proceso de desintegración de la personalidad humana” (De “Rebeldes”-Ediciones Rialp SA-Madrid 1965).

La exaltación populista del odio puede conducir a la destrucción de sociedades y naciones cuando se sale de control, como es el caso de la actual Venezuela. El citado autor agrega: “Los sentimientos se contagian más que las infecciones. De este contagio afectivo surgen las explosiones multitudinarias. Pero el hecho es aún más complejo, porque no es que una persona o núcleo de personas difunda un estado de ánimo contagiando a los circundantes, sino que, a su vez, vuelve a recibir la emanación de ellos como en una operación de encendido mutuo. Veamos lo que ocurre en una asamblea política: el orador caldea el ambiente, pero el ambiente también lo caldea a él. Se establece así una especie de marea anímica colectiva que crece, implacablemente, y a veces peligrosamente, incluso contra la voluntad del que la determinó”.

Mientras que el politiquero se dirige siempre al hombre-masa para buscar su apoyo en vista a realizar sus propias ambiciones personales o sectoriales, denigrándolo al inculcarle el odio populista, el político genuino se dirige siempre al ciudadano personalizado para orientarlo hacia metas que benefician a todos. Como ejemplos del primer tipo tenemos a Perón y Eva, los Castro, los Kirchner, Chávez, Maduro, etc. Como ejemplo del segundo tipo tenemos al Mahatma Gandhi quien liberó a la India del sometimiento británico, fortaleciendo a todo individuo mediante una mejora ética generalizada. Gandhi escribió: “Para ver cara a cara al espíritu de la verdad universal que todo lo penetra, uno debe ser capaz de amar a la más vil criatura como a sí mismo. Y el hombre que aspira a eso no puede permitirse quedar afuera de ningún campo de la vida. Por eso es que mi devoción por la verdad me ha llevado al campo de la política. Puedo afirmar sin el menor titubeo, y aun así con total humildad, que aquellos que dicen que la religión no tiene nada que ver con la política no saben lo que la religión significa” (De “Pensamientos escogidos” por R. Attenborough-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1983).

martes, 24 de enero de 2017

La desigualdad productiva

La desigualdad social, en una sociedad libre, es una consecuencia directa de una previa desigualdad productiva, que a su vez depende de las distintas aptitudes y aspiraciones económicas y sociales individuales. Aun cuando desde el Estado se les brinde iguales posibilidades para el futuro laboral, a través de una educación pública gratuita, algunos aprovecharán los medios que se les ofrecen mientras que otros los desaprovecharán perdiendo incluso su propio tiempo.

Podemos establecer una clasificación de las personas según sus aptitudes productivas:

a- Emprendedores: producen para ellos y para los demás.
b- Poco emprendedores: producen a lo sumo para ellos y para su familia.
c- Negligentes: producen menos de lo que consumen.

Casi siempre se habla de la desigualdad social o económica; desde le punto de vista liberal, tal desigualdad existe debido esencialmente a que los sectores negligentes poco o nada producen. Desde el punto de vista socialista, por el contrario, se supone que la desigualdad social es promovida por el sector de los emprendedores, y de ahí las críticas y ataques al sector empresarial, e incluso al sistema capitalista.

Si estamos de acuerdo en que la pobreza y la miseria no son situaciones agradables ni recomendables, resulta evidente que lo ideal es que existan muchos emprendedores y pocos negligentes. O al menos, la cantidad de emprendedores suficientes como para compensar los aportes deficitarios de los negligentes. Quienes se oponen y combaten al sector de los emprendedores, no buscan reducir la pobreza y la miseria, sino que tratan de derribarlos para ocupar su lugar y usurpar sus pertenencias para dominar luego al resto de la sociedad. Tal ha sido siempre el accionar de los promotores del socialismo.

Se critica muchas veces a quienes tienen “ambiciones materiales” ya que tales ambiciones los hacen producir mayor cantidad de riquezas que las necesarias para una vida normal. Tales críticas serían justificadas en sociedades en donde la mayoría produce al menos lo que consume. Sin embargo, en sociedades con muchos sectores negligentes, o poco aptos para la producción, combatir a los emprendedores implica tratar de favorecer la pobreza.

La promoción de la pobreza y de la ignorancia se la emplea con fines políticos, como es el de buscar el acceso al poder ante situaciones de crisis severas. Otras veces se promueve la pobreza teniendo presente la vida de San Francisco de Asís, para quien la pobreza extrema era considerada una virtud, ya que el hombre que se desprende de toda ambición material tiene el tiempo y la mente disponibles para establecer vínculos afectivos con los demás seres humanos.

En las sociedades actuales, si la mayoría adoptase una postura similar, y el medio de vida radique en la limosna que se ha de recibir de los demás, llegaríamos a una situación calamitosa en lugar de virtuosa. San Francisco adopta esa postura extrema para oponerse al ejemplo paterno; el de un industrial textil que explota laboralmente a sus obreros en una alocada búsqueda de ilimitadas ganancias monetarias. Quienes proponen una sociedad de mendicantes tratan de conducirnos a una sociedad negligente en la cual la miseria no tardará en reinar. “Entre todos los fabricantes de miseria, probablemente de los más perniciosos –y los mejor intencionados-, sean algunos miembros de la estructura religiosa católica. Y la razón de esta dañina potencialidad radica en la capacidad que tienen como maestros de jóvenes y como orientadores de la opinión pública”.

“Sostienen ideas equivocadas y las enarbolan con la pasión de quienes se creen poseedores de la verdad final. Son capaces de identificar correctamente los problemas, pero proponen modos contraproducentes de afrontarlos. No es una cuestión de maldad, sino de ignorancia”.

“Pablo VI consigna las tres fobias que, por razones morales, una y otra vez fustiga el catolicismo: la búsqueda del lucro, la competencia y la propiedad privada”.

“Sin el afán de lucro, sin la voluntad de sobresalir, las personas no consiguen prosperar. ¿Conocía Pablo VI lo que sucedía en las dictaduras comunistas, en las que se había demonizado el afán de lucro? ¿No sabía de esas muchedumbres impasibles, apáticamente marginadas de la actividad económica por la falta de motivaciones? ¿Sería cierto, como en 1905 escribió Max Weber, que las comunidades protestantes son más ricas que las católicas porque cultivan una ética de trabajo que no penaliza el afán de lucro, siempre que se mantenga dentro de los límites que marca la ley? Y si el «afán de lucro» forma parte de la ética del trabajo que impulsa la creación de riquezas, lo que se traduce en una formas más ricas de vida, ¿cómo aspirar lógicamente a los niveles de confort y prosperidad que caracterizan a las sociedades ricas si se renuncia al resorte psicológico que mejor la propicia?” (De “Fabricantes de miseria” de P. A. Mendoza, C. A. Montaner y Á. Vargas Llosa-Plaza & Janés Editores SA-Barcelona 1998).

Si al anti-afán de riquezas, la anti-competencia económica y la anti-propiedad privada propiciadas desde las épocas de Pablo VI, le agregamos la adhesión de Francisco al relativismo moral y a la “ley de Marx” (todos los ricos son malos y todos los pobres son buenos), se advierte una casi total identificación de la Iglesia Católica con el marxismo-leninismo. De ahí la expresión del propio Francisco al afirmar que “son los marxistas los que piensan como cristianos”.

En realidad, el afán de lucro y la competencia se han mantenido en los sistemas comunistas, incluso bastante acentuados en las clases dirigentes y en los miembros del Partido Comunista, mientras se le prohibían los estímulos materiales a la clase trabajadora para eliminar tales afanes y posible competencia, algo que debería tener en cuenta el actual Papa socialista.

Si se considera pecaminoso el “afán de riquezas”, se limita la productividad de los emprendedores y se estimula la vagancia del negligente, quien la confunde con su “espiritualidad” al lograr apenas una pobre solvencia económica. Martín Krause escribió: “La motivación «espiritual» es la que logra alinear los objetivos de los miembros de la organización con los del emprendedor [en una empresa] por voluntad propia y sin que sea necesaria una remuneración material por ello. Para el emprendedor tiene la aparente ventaja de que no es «costosa», no hay que pagarla, aunque muchas veces se gasta no poco dinero para conseguirla. Además, tiene la desventaja de que no es fácil de obtener y menos aún de sostener”.

“Tal vez uno de los mejores ejemplos de este tipo de alineación sea el de Alexei G. Stajanov, un minero de la Unión Soviética. En agosto de 1935 el comisario político de la mina de carbón de Irminio Central, Konstantin Petrov, manifestó su preocupación porque no se estaban alcanzando las metas de producción establecidas en el Plan Quinquenal, y no era extraño que eso pudiera costarle una «transferencia» a Siberia. Stajanov bajó el 30 de agosto a la mina y en un turno de seis horas de trabajo extrajo el 10% de la producción diaria de carbón, 102 toneladas. A partir de allí se convirtió en el trabajador «modelo» de la Unión Soviética, el símbolo del «hombre nuevo» que entregaba todo de sí por la causa de la revolución”.

“Por cierto que el «hombre nuevo» duró poco como minero, ya que para trabajar de ejemplo, recorriendo y alentando a todos los trabajadores del país, fue nombrado «Jefe de Emulación Socialista del Trabajo» en el Comisariado Popular del Carbón y ya nunca más tuvo que bajar a una mina”.

“Stajanov quiso ser el arquetipo de este tipo de motivación, pero los mismos comunistas, con todo su afán y empeño por alcanzar una sociedad igualitaria, se dieron cuenta de que el espíritu del «hombre nuevo» iba en contra de la naturaleza humana. Pues al final del día, alguno de sus compañeros, ahora parte del movimiento de trabajadores estajanovistas, se habrá preguntado: ¿Vale la pena tanto esfuerzo cuando en definitiva me llevo la misma paga que antes y tampoco obtengo el reconocimiento y la fama de Alexei? ¿Acaso no me llevo lo mismo si trabajo como antes, esto es, a desgano?”.

“Uno de los grandes cambios introducidos en la Unión Soviética por Nikita Kruschev, en la década de 1950, fue el regreso a los incentivos materiales, tan resistidos porque generarían diferencias de ingresos relacionadas con la productividad de cada uno. Irónicamente, éstas abundaban entre los jerarcas estatales y partidarios (la llamada nomenklatura) y el resto de la población, ya que remuneración «material» no es solamente un sueldo, sino también tener acceso a las mejores viviendas, las mejores escuelas y otros privilegios”.

“En definitiva, sería interesante para el emprendedor si pudiera desatar y sostener una «fiebre» estajanovista entre sus colaboradores pues alcanzaría el máximo de ellos al mínimo costo; pero para sostener tal cosa sería necesario generar un «hombre nuevo» cuyas necesidades materiales no existiesen, con lo cual no sería humano” (De “Economía para emprendedores”-Aguilar-Buenos Aires 2004).

Si alguien construye 50 viviendas a lo largo de su vida, sólo podrá habitar una de ellas. El resto será vendido o alquilado beneficiando al resto de la sociedad. El socialista lo considerará un “egoísta” motivado por el “afán de riquezas” ya que genera “desigualdad social”. Por el contrario, quien tiene sólo “ambiciones espirituales”, a lo sumo construirá, o hará construir, su propia vivienda. Teniendo en cuenta los resultados logrados, el egoísta será este último, justamente por carecer de “afán de riquezas”.

El emprendedor, aquel que tiene iniciativa, es el principal artífice de la producción. Martín Krause escribió al respecto: “Quizás el economista más conocido por los emprendedores sea Joseph Schumpeter. En especial es famosa su frase sobre la «destrucción creativa» del emprendedor que genera nuevas industrias que van reemplazando a otras antiguas”.

“Schumpeter pensaba que el emprendedor rompía el equilibrio de la economía mediante su innovación creadora. En cambio, otro austriaco, Ludwig von Mises y su alumno, Israel Kirzner, entendieron que la acción del emprendedor tiende a equilibrar. La diferencia entre ambos puntos de vista tiene importancia para la economía. Schumpeter atribuía al emprendedor la generación de los ciclos económicos de auge y recesión, mientras que para Mises éstos se originan en las políticas monetarias de los bancos centrales”.

“Salvo en lo que se refiere a las causas de los ciclos económicos, podríamos decir que las visiones de Schumpeter y Kirzner son similares en cuanto atribuyen a la función del emprendedor esa capacidad de ver lo que otros no ven, de tener iniciativa y creatividad. Hay, sin embargo, una diferencia adicional: para Schumpeter, esa habilidad está restringida a muy pocos, a esos innovadores revolucionarios que cambian el panorama por completo, mientras que para Kirzner esa misma perspicacia estaría presente en todos, sólo que en distintas medidas”.

sábado, 21 de enero de 2017

Teocentrismo vs. antropocentrismo

Es posible describir algunas de las posturas religiosas y filosóficas teniendo en cuenta los dos extremos entre los que se las podría ubicar. Uno de los extremos está constituido por el teocentrismo (Dios en el centro), una visión en la que predomina la atención en Dios sin apenas considerar al hombre. En el otro extremo encontramos al antropocentrismo (el hombre en el centro), una visión que considera al ser humano como centro de atención mientras poco o nada se tiene en cuenta a Dios. Como ejemplo de teocentrismo encontramos a la Europa medieval, mientras que, como ejemplo de antropocentrismo, pueden mencionarse los totalitarismos europeos del siglo XX.

Es indudable que la postura ideal ha de ser una intermedia, o equilibrada, en la cual se les da similar importancia a Dios y al hombre y, sobre todo, se advierte una situación de armonía entre ambos centros de atención. Este es el caso del cristianismo en religión y del spinocismo en filosofía.

En la actualidad, ante el avance de la ciencia, podemos precisar con más detalle ambos extremos. Asociado al teocentrismo, tenemos al hombre surgido de la Creación (o de la evolución biológica), en quien se hallan las “huellas de Dios” (o del proceso evolutivo). También encontramos al hombre como “creación humana” y en el cual se advierten las “huellas del proceso cultural”. Luego, el teocentrismo considera con preponderancia la naturaleza humana como fruto de la evolución biológica (o de la creación divina), mientras descarta un tanto la evolución cultural. En el otro extremo encontramos el antropocentrismo, que supone inexistente la naturaleza humana y considera que el hombre surge esencialmente de la evolución cultural. La mayor parte de las restantes posturas se encuentra entre ambos extremos.

Una síntesis de ambas posturas aparece bajo el título de Humanismo, citada a continuación: “Humanismo: actitud filosófica que hace del hombre el valor supremo, y trata de luchar contra cuanto puede empobrecerlo, oprimirlo, «alienarlo». El humanismo, que es menos una doctrina constante que una preocupación común a numerosos autores, debe entenderse en dos sentidos distintos, y hasta opuestos desde ciertos puntos de vista:
- En sentido clásico el humanismo se refiere a un modelo, a un arquetipo: el hombre «eterno», que hay que saber descubrir bajo sus variaciones históricas o psicológicas, y a quien es preciso defender contra la injusticia, el error, el desorden y la violencia. Este humanismo postula, pues, la existencia de una «naturaleza humana» permanente dentro de sus propios límites.
- En sentido moderno, concepción filosófica que hace del hombre «la medida de todas las cosas», es decir, la fuente de los valores, y que lo define esencialmente -«existencialmente» más bien- por la libertad. No existe, pues, naturaleza humana, ya que el hombre es lo que se hace a sí mismo: a lo sumo, existe una «condición» humana. El existencialismo, el surrealismo y el marxismo, en su interpretación tradicional, son a este respecto humanismos auténticos” (De “La Filosofía” de André Noiray y otros-Ediciones Mensajero-Bilbao 1974).

Podemos considerar al hombre, en una analogía con una computadora, compuesto por un hardware (circuiterío) que hemos adquirido mediante el proceso de evolución biológica. Además, poseemos un software (programación), que hemos adquirido mediante el proceso de evolución cultural, por medio de la influencia social. Mientras el teocentrismo parece olvidar el software, el antropocentrismo parece olvidar el hardware. Una descripción adecuada del hombre debe contemplar ambos aspectos, de la misma manera en que debe hacerlo quien pretende describir una computadora.

En cuanto a la evolución biológica, Jean Rostand escribió: “Contrariamente a la creencia popular, el hombre ha dejado de evolucionar hace mucho tiempo. El Hombre de hoy, el Hombre del siglo XX, el Hombre que somos, no difiere esencialmente del Hombre que vivía hace unos cien mil años en las cavernas del Cuaternario, y cuyos vestigios óseos e instrumental rudimentario los paleontólogos han exhumado”.

“Toda la porción de historia humana transcurrida desde aquella edad remota no ha alterado nada o casi nada el estado morfológico y fisiológico de nuestra especie; y, en realidad, la enorme diferencia que existe entre el viejo tallador de sílex y su heredero moderno no es sino la obra de la civilización, es decir, de la cultura gradualmente acumulada y transmitida por la tradición social. Desde el origen de la especie, el hombre era igual al que iba a sobrevenir. Llevaba consigo en estado virtual, todo lo que iba a desarrollarse y fructificar en técnica, ciencia, arte, filosofía, religión”.

“A tal grado que, si por un prodigio se pudiera hacer resurgir en nuestros días a un recién nacido de esos tiempos idos, para criarlo y educarlo como a uno de los nuestros, se convertiría en un hombre semejante a nosotros, un hombre que en nada, ni en su aspecto, ni en su conducta, ni en su pensamiento íntimo, se denunciaría como un extraño entre nosotros, como un aparecido del pasado; en un hombre sin ninguna dificultad particular para iniciarse en las complejidades y refinamientos de nuestras costumbres; un hombre que, hallándose cara a cara con las manifestaciones más avanzadas de la mente o de la estética, podría opinar tan bien como cualquiera a propósito del existencialismo o explicar la pintura de Picasso…” (De “¿Es posible modificar al hombre?”-Editorial La Isla SRL-Buenos Aires 1962).

Mientras que el hombre, biológicamente hablando, no cambia esencialmente en el tiempo, la imagen que tenemos de Dios, sí lo hace. Uno de esos cambios consiste en pasar de los dioses especializados (politeísmo) al Dios único (monoteísmo). El otro cambio, aún más importante, es el del Dios personal omnipotente, asociado a fuerzas sobrenaturales poderosas, al “Dios información”, identificado con las leyes naturales que rigen todo lo existente. Aquella prohibición bíblica de no hacer representaciones de Dios, seguramente contempla la posibilidad del “Dios información”, ya que la ley natural no admite una imagen concreta, sino que se la puede representar simbólicamente como una relación abstracta entre causas y efectos.

Si se observa el funcionamiento de una empresa, se advierte que lo más importante no es la cantidad de maquinarias que posea, sino la habilidad mental de quienes la dirigen. Si se trata de una empresa constructora, puede decirse que la empresa puede estar constituida por una sola persona; la que es capaz de contratar, o subcontratar, a los distintos especialistas, para la construcción de un edificio. No es necesario que disponga de sus propios equipos de construcción. En forma semejante, el Dios requerido para la realización del mundo, es un Dios que se destaca por su sabiduría, o por su capacidad para disponer adecuadamente de la materia o la energía disponible en el universo, hasta identificarse con sus leyes.

Debido a la existencia de ambos centros de atención, Dios y el hombre, la historia de la humanidad puede describirse en base al tipo de gobierno predominante, el de Dios o el del hombre. En la antigüedad, los gobiernos aducían constituir una teocracia (gobierno de Dios), siendo en realidad gobiernos humanos inspirados en Dios. En los últimos tiempos, por el contrario, se aceptan los gobiernos netamente humanos, que muchas veces ni siquiera tienen en cuenta nuestra naturaleza humana, heredada de la evolución biológica, lo que implica un fracaso que tarde o temprano llegará. Voltaire escribió: “Parece ser que las naciones antiguas fueron en su mayoría gobernadas por una especie de teocracia”. “Ni siquiera parece posible que entre las primeras poblaciones de cierta consideración haya habido otro gobierno que la teocracia: pues una vez que una nación ha elegido un dios tutelar, ese dios tiene sacerdotes. Esos sacerdotes dominan el espíritu de la nación; no pueden dominar sino en el nombre de su dios; consecuentemente, siempre le hacen hablar: recitan sus oráculos, y todo lo que se ejecuta es por orden expresa de Dios” (De “Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de las naciones”-Librería Hachette SA-Buenos Aires 1959).

El gobierno del hombre, que no contemple la naturaleza humana, implica una situación similar a la del programador de computadoras que no tenga en cuenta el hardware (circuiterío) de las mismas. Esto se ha manifestado en el caso de los totalitarismos, especialmente con el marxismo-leninismo y la absurda pretensión de crear al “hombre nuevo soviético” sin apenas tener presente la naturaleza humana, que se la ha desconocido o se la ha pretendido “transformar” según el criterio de los diversos “ingenieros sociales”. Algo similar ocurre con el totalitarismo teocrático islámico, que lucha por imponer su gobierno pero sin tener en cuenta la naturaleza humana. Son en definitiva gobiernos que aducen diferentes pretextos para imponer a los demás sus propios y macabros planes de dominación mental y material.

Mientras que en filosofía aparece un René Descartes que, con su “Pienso, luego existo”, adopta como punto de partida al hombre, en lugar de Dios, aunque sin reemplazarlo, Friedrich Nietzsche se propone reemplazarlo por el hombre. Víctor Massuh escribió al respecto: “El hombre creador reemplaza a Dios, legisla el bien y el mal, y «crea la meta del hombre y da a la tierra su sentido y su futuro»” (De “Agonías de la razón”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1994).

A manera de síntesis resulta oportuno citar a Michele Federico Sciacca, quien escribió: “Se puede decir que toda filosofía cristiana es humanística, en cuanto su problema central es el hombre y no la naturaleza física. El Cristianismo más que una cosmología es una antropología: no tiene un concepto cosmológico del hombre, como el mundo griego, sino una concepción antropológica del cosmos. La antropología cristiana es teocéntrica, esto es, en ella Dios es el fin del hombre y, a través del hombre, del universo entero”.

“Una antropología tal tiene su propia tensión dialéctica, con un particular y profundo equilibrio, precisamente en la relación de «tensión» entre el hombre y Dios, por la que el hombre tiende a Dios como a su fin sin anularse en Él; y Dios, también haciendo existir al hombre y proveyendo para él, no nos niega la autonomía ni la libertad intelectual, moral y espiritual”.

“Alterar este equilibrio es romper toda la economía del Cristianismo en dos sentidos opuestos: o en el sentido de un super-teologismo que tiende a la negación del hombre en la omnipotencia divina, o en el sentido de un super-humanismo que niega a Dios por afirmar sólo al hombre. Los dos elementos de la tensión dialéctica, en tal caso, se aíslan o como teocentrismo absoluto o como absoluto antropocentrismo, uno y otro ya no cristianos, aunque con sugerencias y motivos tomados del Cristianismo” (De “Qué es el humanismo”-Editorial Columba SA-Buenos Aires 1960).

jueves, 19 de enero de 2017

La riqueza en pocas manos

En los países socialistas, la mayor concentración de riqueza está asociada a la poseída por quienes dirigen al Estado, mientras que, en los países capitalistas, tal concentración recae en el sector empresarial. Como el Estado nada produce, ya que tampoco sabe hacerlo, la concentración socialista resulta negativa para la sociedad. En cambio, la disponibilidad de capitales productivos en manos de los empresarios permite el crecimiento económico de la sociedad.

En cuestiones ideológicas, sin embargo, no hay razones que valgan, ya que la adhesión al socialismo y la animadversión hacia el sector empresarial surgen de cuestiones emocionales, que hacen que gran parte de la sociedad vea las cosas al revés, esto es, desea que exista un poder político improductivo que expropie gran parte de las riquezas que produce el sector empresarial y la reparta igualitariamente, lo que implica que el sector productivo tenderá a desaparecer. Este deseo socialista apunta hacia el caos y la destrucción de la sociedad, como ocurre actualmente en Venezuela.

Quienes promueven la destrucción de las sociedades capitalistas, aducen que un pequeño porcentaje, digamos un 1% de la población, posee la misma cantidad de riquezas que el 50% menos favorecido. Si tenemos en cuenta que, en general, los países muy pobres carecen de un plantel adecuado de empresarios, tal asimetría no se debe a la culpabilidad de los empresarios existentes, sino a los que no lo son; a quienes no saben, no pueden, o no quieren producir para ellos y para los demás, y que muchas veces ni siquiera son capaces de producir lo que ellos mismos consumen.

Veamos el caso de un país como la India, que todavía tiene mucha gente viviendo en la extrema pobreza. En dicho país han surgido empresas exitosas como Tata, fabricante de automotores. Si comparamos los efectos simultáneos de producir con éxito y lograr muchas ganancias, con los efectos de la pobreza extrema, se llega a la conclusión de que en la India existe una alarmante “desigualdad social”, y que una sola persona, el dueño de la empresa Tata, posee riquezas equivalentes a la de 60 millones de indios, por dar una cifra.

Desde el punto de vista de la ciencia económica, se dirá que el culpable de la desigualdad no es el empresario exitoso, ya que produce riquezas y da trabajo a mucha gente, sino que la culpa es de quienes no son empresarios, o de la sociedad, o del Estado, que impiden, o no favorecen, el surgimiento de empresarios.

Desde el punto de vista socialista, por el contrario, se propondrá solucionar la situación repartiendo las ganancias de la empresa, o bien confiscándola por parte del Estado, para repartir las acciones entre esos 60 millones de carenciados. Las ganancias anuales que dan dichas acciones, no serán luego reinvertidas, sino consumidas por los nuevos adjudicatarios. Luego, una empresa sin inversiones no podrá crecer ni mantenerse en un mercado competitivo. Pronto habrá de ser desplazada por otras empresas.

Un empresario sin ganancias, por otra parte, tendrá poca predisposición para seguir produciendo. Al perder la mayoría de las acciones, el dueño de la empresa no podrá seguir dirigiéndola según su criterio, por lo que las acciones de la empresa tenderán a perder pronto su valor y en poco tiempo habrá de cerrar sus puertas. La redistribución socialista tiende a empeorar las cosas.

El socialista no promueve la distribución de las riquezas para beneficiar a los pobres, sino para perjudicar a los ricos. Cada vez que Hugo Chávez daba la orden “¡Exprópiese!”, producía algarabía en el sector socialista junto con el avance simultáneo del deterioro de la economía venezolana. La actitud del socialista cambiará, posiblemente, cuando el amor a sus hijos sea mayor que el odio al sector empresarial. Debe renunciar al ideal soviético de derribar al capitalismo para reemplazarlo por el socialismo. Debe dejar de sabotear las economías nacionales y de promover el odio anti-empresarial engañando a la gente al manifestar que el empresario “se queda con la riqueza que le corresponde a la gente” cuando en realidad es el que la produce.

Se dice que la discriminación social, o de clase, es la única discriminación aceptada por la ley y por la gente. Ayn Rand escribió: “Si un pequeño grupo de hombres fuera siempre considerado culpable, en cualquier enfrentamiento con algún otro grupo sin considerar las cuestiones o circunstancias involucradas, ¿llamaría a eso acoso? Si a ese grupo se le obligara a pagar siempre por los pecados, errores, o fracasos de cualquier otro grupo, ¿llamaría a eso acoso? Si ese grupo tuviese que vivir bajo un silencioso régimen de terror, bajo leyes especiales, a las cuales todas las otras personas fueran inmunes, leyes que el acusado no puede comprender o definir con anticipación y que el acusador siempre puede interpretar de la manera que a él le guste, ¿llamaría a eso acoso? Si este grupo fuera penalizado, no por sus fallas, sino por sus virtudes, no por su incompetencia, sino por su habilidad, no por sus fracasos, sino por sus logros y mientras mayor el logro, mayor la penalidad, ¿llamaría a eso persecución?”.

“Si su respuesta es «sí», entonces pregúntese qué clase de injusticia monstruosa usted disculpa, soporta, o está perpetrando. Ese grupo es el de los empresarios estadounidenses”.

“La defensa de los derechos de las minorías hoy es aclamada, virtualmente por todos, como un elevado principio moral. Pero este principio, que prohíbe la discriminación, es aplicado por la mayoría de los intelectuales «socialdemócratas» de una manera discriminatoria; es aplicado sólo a las minorías raciales o religiosas. No es aplicado a esa minoría pequeña, explotada, denunciada, indefensa, que conforman los empresarios”.

“Empero todos los aspectos desagradables, brutales de injusticia hacia las minorías raciales y religiosas están siendo ejercidos hoy hacia los hombres de negocios. Por ejemplo, considere la maldad de condenar a ciertos hombres y absolver a otros, sin una audiencia, sin considerar los hechos. Los «progresistas» de hoy consideran a un empresario culpable en cualquier conflicto con un gremio, sin importar los hechos o los asuntos implicados y se jactan de que no atravesarán una línea de piquete «con razón o sin ella»”.

“Considere la maldad de juzgar a las personas con un doble estándar y de negar a algunos los derechos concedidos a otros. Los «socialdemócratas» de hoy reconocen el derecho de los trabajadores (la mayoría) a su subsistencia (sus sueldos) pero niegan el derecho de los empresarios (la minoría) a su subsistencia (sus ganancias). Si los trabajadores luchan por sueldos más altos, esto es aclamado como «ganancias sociales», si los hombres de negocios luchan por ganancias más altas, esto es condenado como «codicia egoísta»”.

“Si el nivel de vida de los trabajadores es bajo, los «socialdemócratas» culpan a los empresarios; pero si los hombres de negocios tratan de mejorar su eficiencia económica, para expandir sus mercados y ampliar los ingresos económicos de sus empresas, haciendo así posibles sueldos más altos y precios más bajos, los mismos «socialdemócratas» lo denuncian como «mercantilistas»”.

“Siempre, en cualquier época, en cualquier cultura, o sociedad, se encuentra el fenómeno del prejuicio, la injusticia, la persecución y el odio ciego irracional hacia alguna minoría, la búsqueda de la pandilla que tiene algo que ganar con esa persecución, la búsqueda de aquellos que tienen un interés oculto en la destrucción de estas particulares victimas del sacrificio. Invariablemente, encontrará que la minoría acosada cumple la función de chivo expiatorio de algún movimiento que no quiere que se divulgue la naturaleza de sus fines personales”.

“Todo movimiento que busca esclavizar a un país, toda dictadura o toda dictadura en potencia, necesita alguna minoría como chivo expiatorio, a la cual poder culpar por los problemas de la nación y usarla como justificación de sus propias demandas de poderes dictatoriales. En la Rusia Soviética, el chivo expiatorio fue la burguesía; en la Alemania Nazi, fueron los judíos, en Estados Unidos, son los empresarios”.

“El progreso industrial de Estados Unidos, en el breve periodo de un siglo y medio, ha adquirido el carácter de leyenda: nunca ha sido igualado en ninguna parte de la Tierra, en ningún periodo de la historia. Los hombres de negocios estadounidenses, como clase, han demostrado el máximo genio productivo y los logros más espectaculares nunca registrados en la historia económica de la humanidad. ¿Qué recompensa recibieron de nuestra cultura y sus intelectuales? La posición de un chivo expiatorio de las maldades de los burócratas” (De “Capitalismo. El ideal desconocido”-Grito Sagrado Editorial-Buenos Aires 2008).

El odio hacia el empresario, en la Argentina, llegó a tal punto que, en los años 70, la guerrilla pro-soviética asesinó a varios empresarios o directivos de empresas tales como Fiat y Peugeot. El odio todo lo puede, menos mejorar la producción. Impulsados por la fe en la validez de la “ley de Marx” (los empresarios son explotadores y los empleados están exentos de defectos), se inicia la verdadera “lucha de clases”. Tampoco debe caerse en el extremo de confiar en la “anti-ley de Marx” (los empresarios son virtuosos y los empleados son vagos). A estos extremos se llega como consecuencia de establecer descripciones en base a grupos o clases, en lugar de tomar como referencia al individuo. De ahí las ventajas de la psicología social sobre la sociología.

Todo parece indicar que el odio hacia el empresario surge del odio al éxito, es decir, de la natural e histórica envidia que carcome la vida íntima de muchos hombres. Ludwig von Mises escribió: “La búsqueda de víctima propiciatoria constituye la reacción propia de las gentes que viven bajo un orden social que retribuye al individuo según sus merecimientos, en tanto y en cuanto ha contribuido al bienestar de sus semejantes y donde cada uno es el artífice de su propia suerte”.

“Dentro de aquel orden, cualquiera, cuyas ambiciones no han sido plenamente satisfechas, se convierte en un resentido ante el éxito de quienes alcanzaron mejores posiciones. Los menos inteligentes traducen sus sentimientos en calumnias y difamaciones. Los más hábiles no recurren a la calumnia. Prefieren enmascarar su odio tras elucubraciones filosóficas y formular el ideario del anticapitalismo con miras a ahogar aquella voz interior denunciadora de que su fracaso sólo a ellos les es imputable. Mantienen su acusación contra el capitalismo tan fanáticamente, por cuanto se hallan convencidos de la falsedad de su crítica”.

“El sufrimiento provocado por la frustración de las propias ambiciones es consustancial a todo orden social basado en la igualdad ante la ley. En realidad no es la igualdad ante la ley lo que origina tal padecer, sino el hecho de que precisamente la igualdad ante le ley hace resaltar la desigualdad existente entre los hombres por lo que se refiere a su vigor intelectual, fuerza de voluntad y capacidad de trabajo” (De “La mentalidad anticapitalista”-Fundaciion Ignacio Villalonga-Valencia 1957).

miércoles, 18 de enero de 2017

Enfermedad social y totalitarismo

De la misma manera en que pueden describirse las enfermedades del cuerpo como efectos favorecidos por la ausencia de defensas naturales suficientes, como es el caso de la anemia, las enfermedades sociales pueden describirse como efectos favorecidos por la ausencia de defensas morales suficientes, como es el caso de la anomia (ausencia de normas). Entre las consecuencias que siguen a la debilidad social pueden mencionarse “enfermedades sociales” como el caos y el totalitarismo.

Si bien esta sencilla analogía resulta fácil de comprender, los procesos sociales son bastante más complejos, aunque algo de cierto siempre se puede encontrar en esta analogía. Talcott Parsons escribió: “La característica general de la reacción típica del individuo frente a la anomia es la que suele definirse en términos psicológicos como estado de inseguridad. La personalidad no está organizada de una manera estable con relación a un sistema coherente de valores, objetivos y expectativas. Las actitudes propenden a vacilar entre la indecisión que paraliza la acción –y toda clase de escrúpulos e inhibiciones- y reacciones «predeterminadas» compulsivamente, que dotan a los objetivos y símbolos particulares de un exceso de odio, adhesión o entusiasmo que rebasa los límites de lo que es pertinente en esa situación dada”.

“La inseguridad generalizada se asocia generalmente a altos niveles de ansiedad y agresión, las cuales son, en un grado importante, «fluctuantes» en cuanto que no solamente brotan en una forma e intensidad apropiadas del miedo o de situaciones que provocan la ira, sino que pueden desplazarse a situaciones o símbolos remotamente relacionados con sus causas originarias” (Citado en “Pensamiento político moderno” de William Ebenstein-Taurus Ediciones SA-Madrid 1961).

Adolf Hitler describe el comportamiento de las masas carentes de orientación desplegando luego tácticas idóneas para gobernarlas: “La psicología de las multitudes no es sensible a lo débil ni a lo mediocre; se asemeja a la de la mujer, cuya emotividad obedece menos a razones de orden abstracto que a la tendencia instintiva hacia una fuerza que complemente su naturaleza, y de ahí que prefiera someterse al fuerte, mejor que dominar al débil. Del mismo modo, la masa se inclina más fácilmente hacia el que domina que hacia el que suplica, y se siente íntimamente más satisfecha con una doctrina intransigente que no admita paralelo que con el disfrute de una libertad que, por lo general, de poco le sirve… Lo que la masa quiere es el triunfo del más fuerte y la destrucción del débil o su incondicional sometimiento” (De “Mi lucha”, citado en “Pensamiento político moderno”).

Luego de hacer el diagnóstico de la situación, Hitler propone la forma de llegar a las masas para conducirlas según su criterio: “Toda propaganda ha de ser necesariamente popular y su nivel intelectual debe adaptarse a la capacidad receptiva del más limitado de aquellos a quienes va destinada. Por consiguiente, cuanto mayor sea la masa humana a la que se trata de llegar, más bajo habrá de ser su nivel puramente intelectual. Pero cuando se pretende extender su influencia a todo el pueblo, como sucede cuando hay que sostener una guerra, nunca será exagerada la prudencia para evitar que las formas de la propaganda sean excesivamente intelectuales”.

“Cuanto más modesto sea su lastre intelectual, cuanto más tenga en cuenta la emoción de las masas, tanto más efectiva será la propaganda. Y ésta es la mejor prueba de la fuerza de una campaña de propaganda, y no su éxito con unos cuantos eruditos o jóvenes estetas”.

“El arte de la propaganda reside en percatarse de las ideas emocionales de las masas y hallar, mediante una forma psicológicamente correcta, el modo de llegar a la atención y de ahí al corazón de las masas”.

“Una vez que hemos entendido la necesidad de que la propaganda se adapte a las grandes masas, podemos enunciar la siguiente regla: Es un error hacer una propaganda multilateral, como la instrucción científica, por ejemplo”.

“La receptividad de la gran masa es muy limitada, su facultad de comprensión es muy pequeña, pero es enorme su capacidad de olvido. Teniendo en cuenta estos hechos, toda propaganda eficaz debe concretarse en muy pocos puntos y saberlos explotar como convenga, hasta que el último hijo del pueblo pueda formarse una idea de lo que se pretende hacerle comprender con un slogan. En el momento en que la propaganda sacrifique este principio y trate de ser múltiple, se debilitará su eficacia, porque la masa no es capaz de retener ni asimilar todo lo que se le ofrece. Con ello disminuyen los resultados y acaban por ser enteramente nulos”.

En algunos países se ha prohibido la difusión de los escritos de Hitler con la intención de evitar el surgimiento de futuros tiranos. Aunque la difusión de los mismos también puede servir para que la sociedad genere “anticuerpos” para oponerse ante los primeros indicios de surgimiento de un líder populista o totalitario. Posiblemente ello habría permitido evitar el surgimiento del peronismo, del chavismo, del kirchnerismo y de otros movimientos de masas que han utilizado tácticas similares a las enunciadas por Hitler.

El líder nazi sugiere, además, la utilización de la mentira como táctica complementaria, que años antes pusieron en práctica Lenin y sus secuaces. Al respecto escribió: “Una mentira contiene siempre un cierto factor de credibilidad, puesto que la gran masa del pueblo, más que ser malvada conscientemente, tiende a dejarse corromper, y, debido a la simplicidad de su inteligencia, es más fácilmente victima de un engaño considerable que de una pequeña mentira. Todo el mundo miente en cosas sin importancia, pero se avergonzaría de mentiras demasiado grandes. Tal falsedad es inimaginable para la masa, que no piensa en la posibilidad de un descaro semejante en los demás; sí, aun cuando lleguen a conocer la verdad, dudarán y vacilarán y siempre creerán que hay algo de cierto en lo que se les dijo. Así, pues, siempre quedará algo de la mentira más descarada, hecho que conocen y explotan bien todos los virtuosos de la mentira y los grandes mixtificadores de este mundo”.

La idea directriz de los movimientos populistas y totalitarios es establecer la división de un pueblo en dos bandos antagónicos, lo que en la analogía anterior puede muy bien considerarse como un “cáncer social”. De ahí que los partidarios del líder sean considerados “amigos” mientras el resto serán los “enemigos”. Carl Schmitt escribió: “La distinción propiamente política es la distinción entre el amigo y el enemigo. Ella da a los actos y a los motivos humanos sentido político; a ella se refieren, en último término, todas las acciones y motivos políticos, y ella, hace posible una definición conceptual, una diferencia específica, un criterio”. “En cuanto este criterio no se deriva de ningún otro, representa, en lo político, lo mismo que la oposición relativamente autónoma del bien y el mal en la moral, lo bello y lo feo en la estética; lo útil y lo dañoso en la economía” (De “Pensamiento político moderno”).

Alexander Solyenitsin comentaba acerca la utilización de la mentira en la Unión Soviética. Ante una pregunta periodística acerca de cómo sus compatriotas podían prestarle apoyo, Solyenitsin respondió: “Con acciones físicas no, tan sólo: negándose a mentir, no participando personalmente en la mentira. Que cada uno deje de colaborar con la mentira en todos los sitios donde la vea; le obliguen a decirla, escribirla, citarla o firmarla, o sólo a votarla, o sólo a leerla. En nuestro país la mentira se ha convertido no sólo en categoría ética, sino también en un pilar del Estado. Al apartarnos de la mentira, realizamos un acto ético, no político, no enjuiciable penalmente, pero tendría una influencia inmediata en nuestra vida entera” (De “Memorias”-Librería Editorial Argos SA-Barcelona 1977).

El poder de la propaganda y la mentira es tan grande que incluso el terrorismo, principalmente el de izquierda, ha sido aceptado y apoyado por importantes sectores de la sociedad. El terrorista actúa como un torpe cirujano que empeora y hasta mata al paciente. Solyenitsin aduce que este proceso ya se había producido en su país en el siglo XIX, escribiendo al respecto: “Rusia ha realizado un salto histórico. Rusia, por su experiencia social, se ha colocado muy por delante del mundo entero. No quiero decir con esto que sea un país adelantado: al revés, es un país de esclavos. Pero la experiencia que hemos vivido, las vicisitudes que hemos atravesado, nos colocan en la extraña situación de poder contemplar todo lo que pasa actualmente en Occidente en nuestro propio pasado, y prever el futuro de Occidente en nuestra presente situación actual”.

“Todo cuanto ocurre aquí ya ha ocurrido en Rusia hace tiempo, hace muchos años. Es una perspectiva realmente de ciencia ficción: estamos viviendo los hechos que están ocurriendo en Occidente hoy, y sin embargo, recordamos que esto mismo ya nos pasó hace muchísimo tiempo a nosotros. En los años sesenta del siglo pasado [se refiere al XIX] el Emperador Alejandro II comenzó a llevar a cabo un vasto programa de reformas. Quería reorganizar paulatinamente a Rusia para implantar la libertad y el desarrollo. Pero un puñado de revolucionarios lanzó en 1861 una proclama en la que decían que querían reformas más radicales y más rápidas, que no podían ni querían esperar”.

“Temiendo que el bienestar general pudiera provenir del rey, y no de ellos, proclamaron el terror”.

“En 1861 Alejandro II abolió la servidumbre de los campesinos; en 1864 reorganizó completamente la administración de justicia, llevando a cabo la gran reforma judicial. Pues bien, los revolucionarios intensificaron sus actos terroristas. Hubo siete atentados contra el zar, le daban caza como a una fiera. Y al final, en el año 1881, lo mataron”.

“Y después de esto, empezaron a matar primeros ministros, ministros del Interior, gobernadores civiles, gobernantes en general. Así empezó una guerra entre los revolucionarios y los círculos dirigentes del gobierno. Toda la opinión liberal no se oponía a los revolucionarios, antes por el contrario, los alentaba: cualquier asesinato a un estadista, de un ministro, la entusiasmaba, suscitaba su aplauso. A los revolucionarios les ayudaban a esconderse, a escapar, los celebraban como si no fuesen culpables de nada en absoluto”.

“Repito, esto ocurría en nuestro país en el siglo XIX, hace cien años, y esto es lo que está ocurriendo en toda Europa, en el mundo entero, hoy. Hemos sido testigos el otoño pasado de cómo la opinión occidental se indignaba mucho más por cinco terroristas españoles que por el aniquilamiento de sesenta millones de víctimas soviéticas. Vemos hoy cómo la opinión progresista exige reformas inmediatas, a toda costa, saluda los actos terroristas y se alegra de ellos” (De “Alerta a Occidente”-Ediciones Acervo-Barcelona 1978).

lunes, 16 de enero de 2017

Incoherencias lógicas y rechazo

Por lo general, las hipótesis incompatibles con la realidad muestran cierta incoherencia lógica que hace sospechar de su falsedad. Así, cuando Aristóteles afirmaba que una masa M caía antes que otra masa m, menor que la anterior, Galileo Galilei sospechaba de la falsedad del enunciado considerando que si juntaba ambas masas (M+m), el conjunto debería caer antes que M sola, por ser más masivo. Además, como m retardaría un poco a M, debería el conjunto caer después de hacerlo M sola. Antes de hacer alguna experiencia al respecto, Galileo podía inferir que la hipótesis aristotélica generaba una contradicción lógica, no resultando por ello compatible con la realidad. De ahí la conclusión posterior de que toda las masas caen a Tierra con la misma aceleración.

Si bien en la física moderna (cuántica y relativista) aparecen conceptos contra-intuitivos, la racionalidad se mantiene, ya que la coherencia lógica es reemplazada por la coherencia matemática, por lo cual las hipótesis incompatibles con la realidad tienden a hacerse evidentes en cuanto aparecen incoherencias matemáticas en la descripción respectiva. No se descarta, por cierto, la posibilidad de teorías erróneas aun cuando mantengan la coherencia mencionada, por cuanto este aspecto resulta ser algo necesario, pero no suficiente.

En cuestiones humanas y sociales aparece también, al menos en las mentes entrenadas, cierto rechazo cuando se advierten incoherencias lógicas evidentes. Tales incoherencias no permiten realizar razonamientos posteriores ya que la mente se bloquea y, aun cuando simpatice o sea de su agrado cierta hipótesis sobre el mundo real, será rechazada en forma instintiva.

Todo parece indicar que la mente “hereda” la coherencia interna existente en los fenómenos naturales y sociales. De ahí que Baruch de Spinoza escribió: “El orden y conexión de las ideas es el mismo orden y conexión de las cosas”. Incluso Georg W. Hegel afirmaba que “Todo lo real es lógico y todo lo lógico es real”. Podemos decir que todo lo real tiene coherencia lógica, si bien pueden establecerse hipótesis con cierta coherencia lógica que sin embargo no son parte de la realidad.

Una de las ideas más apreciadas por el hombre es aquella que afirma que Dios interviene en los acontecimientos humanos. Si en realidad lo hiciera, no habría tanto sufrimiento en el mundo, como existe en este momento o como ha existido durante la mayor parte de la historia de la humanidad. Si Dios cambiara levemente una causa previa a un accidente, se evitaría el sufrimiento que de por vida padecerán los familiares de las víctimas.

Gran parte de las creencias religiosas presentan incoherencias lógicas que son ignoradas por cuanto la idea resulta demasiado atractiva para dejarse de lado. Así, se habla tranquilamente de un “milagro”, o intervención de Dios, cuando en un accidente de aviación se salva una persona mientras mueren las 79 restantes. Si uno se pregunta por qué Dios salvó a una persona y no a las restantes, pudiendo hacerlo, se nos va a contestar diciendo que no debemos ser tan soberbios como para juzgar las acciones de Dios, cuando en realidad se está juzgando la veracidad de una hipótesis humana respecto de las posibles acciones de Dios.

Mientras mayores sean las incoherencias lógicas, mayores serán los “misterios” considerados por el creyente. Baruch de Spinoza escribió: “¿Nos extrañaremos, entonces, de que de la antigua religión no haya quedado más que el culto externo (con el que el vulgo parece adular a Dios, más bien que a adorarlo) y de que la fe ya no sea más que credulidad y prejuicios? Pero unos prejuicios que transforman a los hombres de racionales en brutos, puesto que impiden que cada uno use de su libre juicio y distinga lo verdadero de lo falso; se diría que fueron expresamente inventados para extinguir del todo la luz del entendimiento. ¡Dios mío!, la piedad y la religión consisten en absurdos arcanos. Y aquellos que desprecian completamente la razón y rechazan el entendimiento, son precisamente quienes cometen la iniquidad de creerse en posesión de la luz divina”.

“Claro que, si tuvieran el mínimo destello de esa luz, no desvariarían con tanta altivez, sino que aprenderían a rendir culto a Dios con más prudencia y se distinguirían, no por el odio que ahora tienen, sino por el amor hacia los demás; ni perseguirían tampoco con tanta animosidad a quienes no comparten sus opiniones, sino que más bien se compadecerían de ellos, si es que realmente temen por su salvación y no por su propia suerte”.

“Estos son, pues, los pensamientos que me embargaban: que la luz natural no sólo es despreciada, sino que muchos la condenan como fuente de impiedad; que las lucubraciones humanas son tenidas por enseñanzas divinas, y la credulidad por fe; que las controversias de los filósofos son debatidas con gran apasionamiento en la Iglesia y en la Corte; y que de ahí nacen los más crueles odios y disensiones, que fácilmente inducen a los hombres a la sedición, y otras muchísimas cosas…” (Del “Tratado teológico-político”-Ediciones Altaya SA-Barcelona 1994).

También en los movimientos políticos totalitarios aparecen incoherencias y contradicciones lógicas. De ahí que muchos se adaptan sometiéndose calladamente a la ideología respectiva, mientras que otros encuentran indigno y denigrante tal sometimiento. En forma semejante a la creencia en el “Dios bueno” que interviene en el mundo y “pone a prueba” a sus súbditos “concediéndoles” tremendos sufrimientos de por vida, el “Dios Stalin”, justo e igualitario, promueve asesinatos masivos entre los rebeldes que tratan de quitarle el puesto de mando. Mientras muchos se someten a la ideología partidaria, otros terminan alejándose del Partido Comunista.

Por lo general, las decisiones se adoptan en función del amor, del egoísmo o del odio hacia individuos o sectores de la sociedad, mientras que los razonamientos se emplean posteriormente para justificar tales decisiones. Bertrand Russell escribió: “No entiendo por «razón» ninguna facultad para determinar los fines de la vida. Los fines que un hombre persigue están determinados por sus deseos. Pero puede perseguirlos hábil o torpemente” (Del “Diccionario del hombre contemporáneo”-Santiago Rueda Editor-Buenos Aires 1963).

Así como en la religión se establecen conversiones desde el ateísmo a la fe, o a la inversa, el adepto a un partido político totalitario ingresa o se separa de la ideología política en cuestión. Ralph Giordano escribió: “Da igual donde vida el fiel adepto, ya sea Moscú o París…Su estado de indefensión, de entrega, de marasmo y de disposición a la autonegación y al sometimiento, toda esa quiebra de la personalidad viene determinada por un temor que comienza a adoptar formas cada vez más obsesivas: dejar de pertenecer al Partido. Esta magia ferviente y anónima, llamada «amor al Partido», es la clave de todo el comportamiento, en ella confluyen todos los hilos: ¡no existe ninguna alternativa al Partido! Esto desemboca en un callejón sin salida íntimo, una entrega incondicional y convierte en lógico el sometimiento. Y al mismo tiempo, de todas las metamorfosis se desarrolla la peor: la transformación del amante en su propia comisión de control” (Citado en “Lealtad y traición” de Franziska Augstein-Tusquets Editores SA-Buenos Aires 2010).

El marxismo utiliza el término “alienación” en sus críticas al capitalismo. Sin embargo, las incoherencias lógicas en que se incurre bajo tal ideología promueven en sus seguidores un estado mental de alejamiento de la realidad poco distinguible de una anormalidad psíquica. En el mencionado texto se lee: “Los héroes de la Revolución de octubre se habían convertido en «traidores», los luchadores contra el nazismo en «agentes del imperialismo». Mientras Stalin y su camarilla definieron la realidad, muchos comunistas vivieron en un mundo en el que cualquier bloc de notas podía transformarse de pronto en un manuscrito y cualquier manuscrito en una prueba de actividades contrarrevolucionarias”.

“En los años treinta Heinrich Mann se entrevistó en su exilio parisino con Walter Ulbricht, futuro presidente del Consejo de Estado de la RDA [República Democrática Alemana]. El Partido Comunista de Alemania pretendía nombrar a Mann presidente de un Gobierno alemán en el exilio. Pero la conversación no dio frutos. Heinrich Mann dijo más tarde que no podía forjar planes con un hombre que afirmaba que la mesa a la que te sentabas era en realidad un estanque de patos”.

“El mundo del estalinismo estaba equivocado. Y muchas personas que lo poblaban sufrieron una metamorfosis demencial. Se transformaron en funcionarios sin alma y comenzaron a equivocarse consigo mismos porque la disciplina del Partido no encajaba en su propio criterio. Muchos se adaptaron a la carencia de perspectiva. Y muchos otros sepultaron las preguntas críticas y se concentraron en la tarea inmediata…”.

“Había dos verdades, una compleja y otra para el pueblo. Sin embargo a muchos camaradas españoles intelectuales no se les ocurría encuadrarse dentro de la casta dominante. Al contrario, cuando ocultaban sus opiniones creían ser humildes trabajadores al servicio del proletariado, de la Historia y de la verdad. Se adaptaron a una conciencia escindida. Aquí radica el sectarismo de la tendencia dogmática del estalinismo. Los camaradas resolvían dialécticamente las contradicciones entre sus propios pensamientos y las directrices del partido, entre el ideal y la realidad. Gracias a la dialéctica, la noche se podía convertir en día en un abrir y cerrar de ojos. Hasta en la oscuridad más impenetrable se destacaba la cercanía del amanecer. Junto a la fe religiosa y el amor, la dialéctica es un instrumento único de dominación. El partido que se sirve de ella puede denominarse infalible y estar seguro de la lealtad de sus adeptos”.

El hombre dispone de dos medios para desvincularse de la humanidad: el odio y la mentira. Tiene además un medio adicional para desvincularse del orden natural: el irracionalismo, entendido este último como el abandono de la coherencia lógica como criterio para validar el pensamiento cotidiano; aun cuando este criterio no resulte suficiente. La religión sin coherencia lógica conduce al paganismo, mientras que la filosofía o la política, sin esa coherencia, puede conducir al totalitarismo. Heinrich Heine escribió: “Los conceptos filosóficos alimentados en el silencio del estudio de un académico pueden destruir toda una civilización”.

Los ataques hacia todo lo que implique ciencia experimental, capitalismo o civilización occidental, necesariamente involucran el odio, la mentira y la irracionalidad, no excluyendo por cierto las tendencias autodestructivas de quienes actúan en una forma poco consciente.