sábado, 5 de noviembre de 2016

Intercambios y beneficio simultáneo

La economía de mercado, no sólo recibe el nombre de “capitalismo” por parte de su más acérrimo detractor, Karl Marx, ya que también su divulgación proviene generalmente de sus seguidores; difusión que no ha de ser “gratuita”, ya que previamente se lo distorsiona para que quede casi irreconocible.

La base de la economía de mercado es el intercambio de bienes y servicios entre dos personas. Tal intercambio se establece cuando ambas partes se benefician en forma simultánea. Ello da lugar al surgimiento de un vínculo comercial estable. Aunque hay veces en que uno de los participantes estafa al otro, o lo que entrega en el intercambio no resulta ser del agrado de quien lo recibe, siendo un vínculo inestable que se ha de interrumpir en el futuro.

El marxista interpreta que siempre, en todo intercambio, alguien se beneficia y alguien se perjudica, por lo cual, aduce, se hace necesaria la intervención del Estado para solucionar el conflicto, pudiéndose simbolizar ambas situaciones de la siguiente manera:

Capitalismo: A intercambia con B
Socialismo: A y B entregan sus bienes al Estado; luego, el Estado los redistribuye a A y B

Esto último implica que la producción será confiscada por el Estado, o bien lo serán los medios de producción, o las ganancias generadas por esos medios. Dependiendo de cuál sea la forma predominante, se tienen las distintas variantes de socialismo: nacional-socialismo, comunismo o socialdemocracia.

Cabe preguntarse acerca de cómo actúa el ser humano en forma espontánea una vez que intenta intercambiar sus productos: ¿busca a alguien con quien intercambiarlos? O, luego de encontrarlo, ¿buscan a un tercero para entregarles sus productos para que éste los redistribuya con “justicia” (y sin costo alguno para los productores)? Todo parece indicar que el ser humano actúa buscando el beneficio simultáneo entre productor y consumidor, sin necesidad de un intermediario, que poco o nada produce.

Si la naturaleza humana no se adapta a la propuesta socialista, ello poco significa. Mediante la fe en Marx nada es imposible; de ahí una respuesta típica del marxista: “Si el marxismo no se adapta a la naturaleza humana, debemos cambiar la naturaleza humana”.

La postura marxista antes mencionada, vuelve a aplicarse cuando los participantes del intercambio son los países X e Y, ya que se supone también que en este intercambio se beneficia uno y se perjudica el otro (se supone que el que se beneficia es el país poderoso). De ahí la conclusión general de que el capitalismo puede funcionar sólo mediante la explotación laboral del fuerte contra el débil (empresario vs. empleado) o bien bajo el colonialismo impuesto por el país fuerte contra el débil.

Para evitar los intercambios entre países, se proponen economías nacionales cerradas. De ahí que quienes promueven el comercio internacional, en los países subdesarrollados, serán calificados de cipayos, antipatrias, traidores, etc. Como la descripción básica establecida por el marxismo no es compatible con la realidad, es posible encontrar contradicciones lógicas en sus pronunciamientos. Este es el caso de Cuba, que en vez de agradecer a los EEUU por bloquearla económicamente (ya que todo país socialista se autoabastece, o bien comercia con otro país socialista), le protesta por haberle facilitado el cierre económico (elegido por ser un Estado socialista). Las circunstancias adversas, sin embargo, les obliga a establecer el comercio con otros países.

La idea de “vivir con lo nuestro” ha sido bastante difundida. Sin embargo, su adopción tiene sus inconvenientes. Supongamos que quien necesita un cepillo de dientes se decide a fabricarlo en lugar de comprarlo ya hecho. Seguramente ha de perder mucho tiempo, incluso impidiéndole realizar el trabajo que mejor conoce. Tampoco parece factible que su cepillo sea tan adecuado como el fabricado por el especialista. De ahí que, seguramente, la gente opinará que su decisión ha sido incorrecta, recordándole que por algo la mayoría de las personas acepta la división o especialización del trabajo y el posterior intercambio en el mercado.

La misma persona que recomienda no fabricar cepillos de diente en forma particular, sino comprarlos al especialista, recomienda que un país fabrique todo lo necesario (y no sólo lo que mejor sabe producir) para evitar el comercio internacional. De esa forma se producen, por lo general, bienes más caros y de peor calidad. Por supuesto que no existe inconveniente alguno si algún país es capaz de ser “especialista en todos los rubros”, en cuyo caso sería aceptable el aislamiento comercial.

Otra de las razones por la cual se sugiere evitar el comercio internacional, radica en que, aun cuando se establezca un intercambio beneficioso para ambas partes, se está “beneficiando al enemigo”, de ahí que conviene incluso renunciar al beneficio propio con tal de que el “enemigo” no se beneficie.

La omnipotencia del marxismo incluye la propuesta de abolición del mercado, es decir, la abolición de las millones de decisiones diarias que los habitantes de un país realizan para establecer intercambios, para ser reemplazadas por las sabias decisiones del marxista a cargo del Estado.

El objetivo del socialismo implica la corrección de los errores del capitalismo. Y si no aparecen los errores supuestos, entonces se los inventa. Este es el caso del consumismo, es decir, el consumo indiscriminado de objetos de escasa o dudosa utilidad motivado por razones aun más dudosas, que se asocia injustamente al capitalismo. Sin embargo, la innovación introducida por el capitalismo implica justamente retraer el consumo para favorecer el ahorro. El capital productivo surge del ahorro, que es lo opuesto al dispendio y al consumismo. Miguel Anxo Bustos Boubeta escribió: “El ahorro es el valor principal del capitalismo y sin el cual éste no podría existir en las dimensiones actuales. Consiste en diferir el consumo de bienes presentes para poder disponer de consumos futuros, bien porque podamos prever que van a escasear en el futuro, bien por obtener algún tipo de lucro de tal abstención. Sin ahorro previo no pueden ser financiados bienes de capital y, por tanto, no se podría haber incrementado el nivel de vida hasta los estándares actuales. El ahorro es una virtud que precisa de disciplina interior en el sentido de ser capaces de doblegar nuestros impulsos de disfrutar placeres presentes”.

“Las sociedades capitalistas nacen entre poblaciones con una preferencia temporal muy baja, como ocurrió en la época victoriana en Inglaterra. Era una sociedad puritana y frugal que valoraba muy poco los placeres presentes y pensaba a largo plazo, en el porvenir. Fue una combinación de valores religiosos, sociales y económicos que confluyeron en una de las sociedades más frugales que vieron los tiempos. De esa frugalidad, y no de las colonias como se suele decir (muchos países las tuvieron antes, como España y Portugal, y no devinieron capitalistas, más bien lo contrario) fue de donde se consiguió generar el capital necesario para financiar el primitivo desarrollo industrial, que luego se extendería al resto de Europa” (De http://xoandelugo.org ).

También se aduce que el capitalismo requiere de la desocupación laboral para que exista una apreciable oferta laboral de manera de que se reduzca el nivel de los sueldos. Sin embargo, el empresario tiene en los empleados un capital humano valioso, que no se ha de arriesgar a perder por pagarles bajos sueldos, con el agravante que podrán ir luego a trabajar a las empresas competidoras. Por el contrario, se observa que, aun con bastante desocupación, las empresas optan por no incorporar nuevos empleados debidos a las presiones de los sindicalistas, que extorsionan a las empresas a pagar sueldos bastante mayores a los sugeridos por el mercado laboral. A eso se le suman las cargas sociales impuestas por el Estado que tienden a desanimar al empresario a incorporar nuevos trabajadores.

La competencia entre productores tiende a la reducción de los precios y a la mejora de la calidad de los productos. De ahí que, como era de esperar, los marxistas critican su existencia, imaginando que el monopolio estatal ha de eliminar todos los males de la sociedad.

La mayor parte del conocimiento económico asociado a la “sabiduría popular” resulta errónea, ya que repite esencialmente las prédicas y difamaciones del sector marxista. Raramente un país subdesarrollado podrá salir de su decadencia si sigue viviendo en la mentira. Si son muy pocos los que se preocupan por conocer y difundir la verdad, nada bueno podrá esperarse en el futuro. Ludwig von Mises escribió: “Democracia significa autodeterminación. ¿Cómo puede el pueblo determinar sus propios asuntos si permanece excesivamente indiferente a formarse juicio propio e independiente de los problemas políticos y económicos? La democracia no es un bien que la gente pueda disfrutar tranquilamente, sino un tesoro que tiene que ser defendido y conquistado cada día con tenaz esfuerzo” (De “Burocracia”-Unión Editorial SA-Madrid 2005).

Mientras que el científico auténtico, que busca la verdad, actualiza sus conocimientos a medida que surgen innovaciones, el marxista mantiene todavía la creencia en los fundamentos establecidos por Marx en el siglo XIX, cuando estaba en vigencia la teoría del valor-trabajo establecida por David Ricardo. Sigue repitiendo lo que fue refutado a finales de ese siglo mediante la teoría del valor subjetivo, mientras denomina despectivamente como “ideología” a la ciencia económica actualizada. Murray N. Rothbard escribió: “Tal ricardiana teoría fue llevada por Marx a su conclusión lógica: si el valor procedía única y exclusivamente de la cantidad de trabajo dedicado a la producción, el interés y beneficio que capitalistas y empresarios de la misma derivaban no podían ser sino plusvalía, injustamente detraída a la legítima retribución del trabajador”.

“Los clásicos no sólo fueron incapaces de explicar satisfactoriamente y justificar el beneficio empresarial. Al analizar la distribución de los resultados de la producción, entre las diferentes clases, concluyeron que había de producirse una lucha permanente entre las mismas, es decir, entre salarios, beneficios y rentas, pues implacablemente habían de pugnar entre sí, por sus respectivas cuotas, trabajadores, capitalistas y terratenientes” (De “Lo esencial de Mises”-Unión Editorial SA-Madrid 1974).

Incluso Lenin, desconociendo el funcionamiento de la empresa capitalista y la gestión empresarial, supone que la gestión burocrática ha de servir igualmente para orientar al sector productivo. Propone “Organizar toda la economía nacional como el servicio de Correos”, transformar la sociedad entera “en una oficina y una fábrica” y convertir a todos los ciudadanos en “empleados del Estado”.

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