viernes, 14 de octubre de 2016

Ortega y Gasset y los discursos políticos

El intelectual, tanto como el político, tienen la obligación moral de buscar y difundir la verdad para capacitar al pueblo acerca de lo concerniente al Estado y sus vínculos con los individuos. Mientras que el intelectual es el teórico de la política, el político es el que la ejerce, buscando lo práctico y lo concreto. No se descarta que el intelectual tenga aptitudes prácticas ni que el político tenga aptitudes intelectuales.

Estos objetivos no se cumplen cuando se prioriza la búsqueda del éxito electoral quedando la verdad relegada y encubierta con discursos que sólo buscan convencer a quienes emitirán el voto. La formación política de los ciudadanos se deja de lado, incluso recurriendo a la bajeza de incentivar el odio entre sectores como táctica eficaz para salir airosos de la contienda electoral.

Un filósofo que se dedicó por un tiempo a la política fue José Ortega y Gasset, de cuyos discursos se pueden extraer varias enseñanzas. Se mencionan a continuación algunos párrafos del discurso que pronunciara en la ciudad de León en 1931: “¿Queréis gente de León, queréis que hablemos un poco en serio de la España que hay que hacer?”.

“Con profunda vergüenza asisto a la campaña electoral que se está llevando a cabo en toda la Península. Trátase nada menos que de unas elecciones constituyentes y movilizamos civilmente al país para que elija los hombres que van a fabricar un nuevo Estado. Un nuevo Estado es un gigantesco edificio que se empieza a construir, y sabed que no hay edificación posible si no existe en la cabeza del que ha de hacerla un plano previo de líneas rigurosas”.

“Pues bien, gentes de León, me parece vergonzoso y yo creo que os parecerá a vosotros también, si razonáis un momento, que, salvo ejemplares excepciones, los cientos de discursos pronunciados en España no enuncian una sola idea clara, definida sobre la figura de ese Estado nuevo que hay que hacer. En vez de eso se han pronunciado palabras hueras, vanas. Se han prometido al pueblo español cosas fantásticas, sin que piensen por un momento si se pueden realizar, porque eso, la realización de sus promesas, importa poco a los políticos que buscan sólo halagar a las muchedumbres que les escuchan, con palabras tremebundas y excitándolas, para que, así, borrachas, inconscientes, vayan como un rebaño de ovejas a las urnas, o como un rebaño de búfalos a la revolución”.

“A eso se llama democracia, y cuando se les inculpa por esa conducta, dicen que a las masas no se les puede hablar de asuntos difíciles, porque las masas no los entienden. Esa es la idea que tienen de las masas esos pseudodemócratas; pero yo os digo que la idea más difícil del mundo puede ser expuesta de manera que la comprenda el entendimiento más humilde y el alma más inculta, si el que la expone la piensa antes de verdad y pone un poco de calor, un poco de entusiasmo para transmitirla al prójimo menos ilustrado”.

“La política democrática es sin duda algo que se hace por el pueblo. Toda la verdadera política democrática tiene que ser educación y enseñanza del pueblo; no hay, pues, excusas: los que no comunican al pueblo con precisión sus ideas sobre el Estado que van a hacer es que no las tienen y, hallándose por dentro vacíos, transmiten a las muchedumbres esas vacuidades interiores en sus discursos. Esto es lo que no puede ser, esto es de lo que tenemos todos que protestar”.

“Ya sabéis cómo se llama el aparato que el orador emplea para provocar automáticamente los aplausos de la multitud: se llama latiguillo. El latiguillo es arma de los demagogos. Por eso, cuando el público asista a un acto de ésos, debe llevar pintada en la fantasía la imagen de un látigo, y así no se atreverá el orador a tratar a esa multitud que le escucha, como a un animal, y hacer restallar sobre sus lomos la tralla envilecedora de sus palabras. Yo podría hacer eso que hacen los demás, pero no quiero hacerlo, porque yo no entro en la política por gusto, sino arrastrado por mis convicciones históricas. No estoy dispuesto a aceptarlo, y en este primer acto político que realizo, protesto solemnemente ante el país del tono poco formal que se ha dado, por culpa de unos y de otros, a la naciente democracia republicana española desde que advino el nuevo régimen” (De “Discursos políticos”-Alianza Editorial SA-Madrid 1974).

Luego de exponer sus ideas y proyectos acerca del Estado español, vuelve a mencionar algunos criterios sobre el discurso y algunos consejos sobre la actitud que deberían adoptar los ciudadanos: “Siempre, en circunstancias como ésta, me doy cuenta de que las palabras son obesas, desalojan enorme volumen de tiempo; se pueden decir pocas en muchos minutos, y echo de menos que, así como existe una taquigrafía o una escritura abreviada, no existiese una taquifonía que permitiese a un hombre verter a los demás en una hora la cosecha de sus pensamientos. Pero ya que falta ese sistema abreviado del hablar y del oír, no tenemos más remedio que escoger una cosa, y ésa debe ser la mayor. ¿Cuál es la mayor? Sobre este punto no me cabe la menor duda”.

“Cuando os encontráis en un campo libre y os sentís perdidos y queréis orientaros para descubrir el sitio donde os halláis, vuestros ojos prescinden durante un momento de todo lo inmediato y pequeño, y van a buscar la enorme línea del horizonte. El horizonte es quien nos orienta, porque nuestra vida está siempre circunscripta, determinada y prisionera por un horizonte. Dentro de él cada cual puede moverse con mucha libertad; pero esa libertad es limitada por el horizonte. Cada época humana viene a ser eso, un horizonte rotundo, dentro del cual, medio libre, medio presa, se mueve la nación”.

“No hay ya en el mundo, queramos o no, ese lujo de la soledad, y la vida sólo es profunda cuando acepta las condiciones del destino de la vida presente. Notadlo bien, es algo que hay que hacer siempre en un mundo y en un tiempo determinado; la vida no es algo que nos permita elegir el mundo y la ocasión que vamos a vivir, sino que cada cual se encuentra caído en un mundo inexorable, y no hay, pues, más que aceptarlo”.

“La organización de la sociedad en pueblos de trabajadores, para mí, es algo que por lo pronto no roza la cuestión económica, no plantea siquiera el problema de capitalismo o socialismo, sino que es moral –y, más aún, ni siquiera moral, sino algo simplemente humano. Se trata de que el hombre europeo ha llegado a un punto de madurez que le hace no estimar al hombre que no trabaja. El trabajo puede ser intelectual o mecánico. Vosotros, socialistas, o quienes no sean socialistas ni aun demócratas, decidme si sabiendo como sabéis lo que es la convivencia entre los hombres, en la que todos colaboramos en la vida de los demás, decidme si en serio podéis estimar a un individuo que no se ocupa de nada. Y esa falta de estima no procede de razones morales, sino que estas consideraciones entran a jugar su papel por la convicción de que un hombre o una mujer que no se ocupa de nada pierden su energía íntima, se esfuman sus dotes, su talento, su capacidad. Esta fue la tragedia de las aristocracias, las que conquistaron sus privilegios y sus títulos trabajando incansablemente, mas luego sestearon en el ocio, fueron perdiendo todas las dotes y se fue venteando su energía y perdiendo fuerzas de seres vivientes”.

“El hombre europeo ha descubierto que el trabajo es la salvación del hombre y lo que presta firmeza a su personalidad, siempre fácil a descomponerse. El trabajo es la salvación”.

“En bien, pues, de cada español, es preciso obligar a que justifique su calidad de ciudadano probando que se ocupa suficientemente en algo; su trabajo u ocupación puede ser manual o el terrible esfuerzo del pensamiento; inclusive el capitalista puede ser un trabajador, si demuestra que se ocupa en crear con su dinero riqueza pública; pero es preciso que todos trabajen, y esto obligará a formular un Estatuto General del Trabajo, el cual defina esta obligación, para que, así, cada español, que hoy exhibe su cédula de vecino, sea menester que presente su cédula de trabajador”.

En cuanto a los revolucionarios, Ortega expresó: “Es preciso hacer constar, de la manera más explícita, que los revolucionarios españoles están algo anticuados. Repiten hoy lo que en otras partes se decía hace años, y no han querido aprovechar la experiencia que en los últimos tiempos han recogido los grandes revolucionarios de fuera, los que verdaderamente han hecho, o, por lo menos, iniciado, grandes subversiones sociales. Y esta experiencia, esta averiguación consiste sencillamente en que para la reforma social del mundo, las revoluciones de forma cruenta no sirven de nada o sirven de muy poco, y que el verdadero revolucionario lo que tiene que hacer es dejar de pronunciar vocablos retóricos y ponerse a estudiar economía. Porque, a la postre, han descubierto que es imposible mejorar decisivamente la situación del obrero y la estructura de la producción, si no se aumenta en grandes proporciones la riqueza pública. De esta suerte, inesperadamente, la revolución social se ha convertido en un gigantesco movimiento de construcción económica. a la negación ha sucedido la afirmación; al temple exclusivo de huelga acrimoniosa y acción directa, el entusiasmo por la creación industrial”.

No siempre el político es el responsable de la respuesta que recibe del pueblo, ya que, por lo general, si el político dice la verdad, recibirá pocos votos, mientras que el político que promete grandezas, aunque sean vanas ilusiones, obtendrá buenos resultados en un acto electoral.

El discurso populista se caracteriza porque el líder siempre dice lo que las masas quieren escuchar y hace todo lo que las masas quieren que haga, tal el caso de Juan D. Perón. Entre las cosas que las masas querían escuchar estaban los agravios a los adversarios, a quienes se esperaba difamar en cada ocasión.

En los países subdesarrollados, para un importante sector de la población, no tiene ninguna importancia la calidad de un discurso, ya que, sea excelente o pésimo, da lo mismo para quien se ha “vendido” por una suba en un sueldo estatal o por recibir un plan social sin una contraprestación laboral. Poco le interesan los pobres o la patria; tampoco el presente o el futuro de la nación. Se lo ha sobornado, y no sólo para un ocasional voto, sino que se le ha “comprado” su voluntad y su mente, por lo cual se sentirá obligado a rechazar toda crítica adversa que se le pueda hacer al líder político que le acordó la ventaja personal.

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