martes, 18 de octubre de 2016

Llenando el vacío existencial

Entre los graves problemas que afectan al hombre actual, aparece la ausencia de un sentido de la vida individual, que le dé significado a su acción cotidiana. Si bien muchos encuentran un sentido para sus vidas eligiendo metas definidas, como ser actor, futbolista, músico o científico, es importante saber si existe, además, un sentido de la vida objetivo que todos podamos adoptar y que surja del hecho de ser integrantes de la humanidad, y sólo por ese motivo.

Es sabido que la acción humana se potencia cuando la vida adquiere significación luego de descubrir una tarea considerada importante, o incluso trascendente, para la humanidad. Esto explica el fanatismo y el entusiasmo mostrado por los seguidores y constructores del socialismo cuando, creyendo en las palabras de Marx, se deciden a crear el “hombre nuevo”; el que, mediante la herencia de los caracteres adquiridos, iría a conformar una “humanidad nueva” que habría de predominar en el futuro. Si bien resultó ser una idea descabellada y trágica, sirve para ejemplificar cómo una utopía fantasiosa pudo movilizar a muchas personas que creían firmemente en la importancia del proceso del cual forman parte.

El físico Richard P. Feynman relata una experiencia que le tocó vivir, como integrante del proyecto Manhattan, en la época de la Segunda Guerra Mundial. Debido al riguroso criterio de seguridad reinante durante la creación de la primera bomba nuclear, gran parte del personal afectado a la tarea, desconocía los objetivos a los cuales apuntaba el trabajo que realizaban. Feynman relata cómo cambió la forma de trabajar del grupo que dirigía cuando se le informó que se trataba de un proyecto importante que podría cambiar el curso de la guerra. Al respecto escribió: “El verdadero problema consistía en que nadie les había contado a aquellos tipos nada de nada. El Ejército los había seleccionado por todo el país para formar el llamado Destacamento de Ingenieros Especiales; todos eran chicos muy inteligentes y con dotes ingenieriles, procedentes de los cursos superiores de secundaria. El Ejército los destinó a Los Alamos. Allí los acuartelaron. Y no les dijeron ni una palabra”.

“Entonces los pusieron a trabajar, y lo que tenían que hacer era trabajar en las máquinas IBM, perforar tarjetas y manejar números que no comprendían. Nadie les dijo de qué iba la cosa. El trabajo progresaba muy lentamente. Yo expuse que lo primero que había que hacer era decirle al personal técnico lo que estaban haciendo. Oppenheimer habló con los de seguridad y obtuvo permiso especial para que yo pudiera darles una charla y explicarles lo que estábamos haciendo, y todos quedaron entusiasmados: «¡Estamos luchando en la guerra! ¡Ahora nos damos cuenta!». Ahora conocían el significado de los números. Si la presión era mayor, se liberaba más energía, y así sucesivamente. Ahora sabían lo que estaban haciendo”.

“¡Transformación completa! Comenzaron a inventar métodos para lograr mejores resultados. Perfeccionaron el esquema de trabajo. Trabajaron de noche. Durante la noche no tenían necesidad de ser supervisados; en realidad, no necesitaban nada. Lo comprendían todo; ellos inventaron varios de los programas que utilizamos”.

“Así que mis chicos realmente destacaron, y todo lo que hubo que hacer fue decirles de qué iba la cosa. En consecuencia, mientras que antes tardaron nueve meses en resolver tres problemas, ahora resolvimos nueve problemas en tres meses, lo que supone trabajar diez veces más rápidamente” (De “¿Está Ud. de broma, Sr. Feynman?”-Alianza Editorial SA-Madrid 1994).

Si en lugar de seguir empresas absurdas, o bélicas, nos proponemos ser partícipes directos del proceso de adaptación cultural del hombre al orden natural, encontraremos motivos más que suficientes para darle a nuestra vida un sentido objetivo y valioso. Esto es lo que sienten generalmente quienes realizan aportes de tipo científico, artístico o cultural, que se agregan a otros existentes, y que permiten que cada hombre se encuentre un poquito más cerca de la plena adaptación que nos impone el orden natural como precio a nuestra supervivencia. El ciudadano común, de la misma forma, al hacerse consciente de la posición que ocupa como integrante de la humanidad, tiende a realizar sus tareas bajo una expectativa diferente. El citado autor escribió: “A través de todas las edades pasadas, la humanidad ha tratado de sondear el significado de la vida. Ha comprendido que de poder conferir a nuestras acciones alguna dirección o significado, se desencadenarían grandes fuerzas humanas. Y en consecuencia, muchísimas han sido las respuestas que se han dado al problema del significado de todo. Pero las respuestas han sido de toda clase de suertes, y los proponentes de una respuesta han contemplado con horror las acciones de los creyentes en otras; con horror, porque a resultas de una discordancia en el punto de vista todas las grandes potencialidades de la raza quedan canalizadas y confinadas en un callejón falso y sin salida. De hecho, ha sido a partir de la historia de las enormes monstruosidades creadas por las falsas creencias cómo los filósofos han comprendido las infinitas y maravillosas capacidades de los humanos. El sueño consiste ahora en descubrir el canal abierto”.

“Nos encontramos en los comienzos mismos de la era de la raza humana. No es irrazonable que tengamos o que tropecemos con problemas. Pero hay decenas de miles de años en el futuro. Es responsabilidad nuestra hacer lo que podamos, aprender lo que podamos, mejorar las soluciones, y transmitirlas a nuestros sucesores. Es responsabilidad nuestra dejar las manos libres a las gentes futuras. Hallándonos como estamos en la impetuosa juventud de la Humanidad, podemos cometer graves errores que paralicen nuestro crecimiento durante largo tiempo. Y así sucederá si afirmamos tener ya las respuestas, cuando tan grande es nuestra juventud y nuestra ignorancia. Si suprimimos toda discusión, toda crítica, proclamando, «¡He aquí la respuesta, amigos míos; el Hombre está salvado!» condenaremos durante largo tiempo a la Humanidad, la encadenaremos a la autoridad, la confinaremos a los límites de nuestra imaginación presente. Ya se ha hecho antes muchas veces” (De “¿Qué te importa lo que piensen los demás?”-Alianza Editorial SA-Madrid 1988).

En realidad, si el hombre tuviese que esperar muchos años para encontrar el sentido objetivo de su vida, dejaríamos sin esperanza al hombre actual. De ahí que no sólo debemos proyectarnos hacia el futuro, sino que también podemos mirar hacia el pasado, ya que el interrogante acerca del sentido de la vida, con una proyección a toda la humanidad, implica simplemente adoptar una actitud cooperativa, que es esencialmente la actitud propuesta por el cristianismo. De ahí la expresión de Cristo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.

Una vez que aceptamos nuestro lugar en el mundo, adoptando como tarea para nuestra vida el afianzamiento de los rasgos propios que nos confiere nuestra naturaleza humana, podemos intentar “contagiar” nuestra actitud teniendo en cuenta la expresión de Wolfgang Goethe: “Si tomamos a los hombres como son, los hacemos peores; si los tratamos como deberían ser, entonces los conduciremos allí donde deben ser llevados”.

Los riesgos asociados a la ignorancia de la recomendación de Goethe, tienden a alejar al hombre del sentido objetivo que debe dar a su vida. Víktor Frankl escribió: “Si nosotros proponemos al paciente una imagen del hombre que no refleja su verdadero rostro, sino su caricatura –es decir, no el hombre, sino el «homunculus»- existe el peligro de que corrompamos al hombre, fomentando su nihilismo y profundizando, de esta manera, su neurosis. El moderno «homunculus» no es producido por las cantinas ni por las retortas de los alquimistas; nace allí donde se representa al hombre como un autómata gobernado por reflejos, o como un haz de pulsiones, como el juguete de las reacciones y de los instintos, como el producto de las pulsiones, de la herencia y del ambiente”.

“En una palabra, hoy creamos «homunculus» como resultado de investigaciones biológicas o psicológicas y sacamos conclusiones biológicas o psicológicas. Si por ejemplo, como ha hecho un autor, en la bondad y en el amor no vemos ‘más que’ un excedente de energía biológica no utilizada para los fines de la autoconservación y procreación, entonces tenemos la caricatura del hombre. Lo mismo decimos a propósito de otro autor, premio Nobel, que no ve en el hombre ‘más que’ un insignificante grumo, ni siquiera puro, de carbono y agua, destinado a descomponerse en sus elementos, después de arrastrarse durante unos lustros por la superficie de la tierra”.

“Es muy posible que la biología degenere en un biologismo pero no será nunca posible que de una teoría ‘homunculista’ resulte una praxis humanista. No entiendo mucho de biología ni de biologismo. La primera la estudié para mi primer examen fundamental de medicina; pero el biologismo lo conocí durante mi segunda experiencia vivida en los campos de concentración en Auschwitz, y se llega a un punto: las cámaras de gas, nacidas de la premisa de que el hombre no es más que un producto de la herencia y del ambiente o, como se decía en aquellos tiempos, un producto ‘de la sangre y del suelo’ (Blut und Boden)…De tal ‘teoría’ antropológica a la ‘práctica’ de la eutanasia en las cámaras de gas el paso es breve” (Citado en “De Freud a Frankl” de Eugenio Fizzotti-Ediciones Universidad de Navarra SA-Pamplona 1977).

La ruina del hombre comienza cuando olvida que es un ser social y convierte su individualidad en puro egoísmo. Tiene metas solamente personales y es un espectador, antes que un actor, en el proceso de la adaptación cultural. Eugenio Fizzotti escribió respecto al anterior escrito de Frankl: “Tal interpretación antropológica, unida al acentuado egocentrismo del hombre que tiende sólo a la realización de sí mismo, a la autosatisfacción, al éxito y al bienestar, no puede más que desembocar en el desequilibrio, en la ruina, en la neurosis, en lo que Frankl llama «frustración existencial», y que denota la incapacidad de mirar más allá de sí mismo, de autotrascenderse, de dar la primacía a la existencia humana, primacía no inventada; ni mucho menos fabricada por el hombre, pero que puede y debe estar en la conciencia, en la responsabilidad buscada y encontrada. En un último análisis es un significado recibido”.

“En la perspectiva del quietismo más absoluto, de la apatía, del aburrimiento, del desinterés, de la irresponsabilidad, asume un puesto central el razonamiento sobre la frustración existencial, el vacío interior en que se hunde el hombre que de pronto ve su existencia desposeída de un significado que la haga digna de ser vivida”.

“La novedad aportada por Frankl a la antropología consiste en que el hombre es un ser que busca perennemente el significado de la propia vida; y sólo en la autotrascendencia, realizando dicho significado, obtendrá como consecuencia la realización de sí y de su potencialidad, la felicidad, la alegría, la paz, a pesar del inevitable sufrimiento y del más incomprensible dolor”.

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