miércoles, 5 de octubre de 2016

La sociedad hedonista

Uno de los síntomas de crisis social lo constituye el predominio del hedonismo, entendido como la búsqueda prioritaria del placer, a través de los sentidos, en oposición a las satisfacciones morales que provienen de una previa actitud cooperativa. El hedonismo resulta ser una forma de egoísmo y de ahí que no pueda llevar a nada bueno. Todo alejamiento respecto de la ética natural tiende a impedir el logro de la felicidad. J. Lacroix escribió: “Los hedonistas son, ante todo, malos psicólogos…En cierto modo, el placer hay que gustarlo sin haberlo querido, porque surge en nuestro camino y sin demorarnos en él. La propia conciencia que de él se cobra no está exenta de un dejo de amargura. El placer sólo es puro cuando es inconsciente. La búsqueda consciente del placer engendra la peor de las tristezas” (Del “Diccionario del Lenguaje Filosófico” de Paul Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1967).

El consumo de drogas y los vicios son casos extremos de hedonismo, ya que constituyen formas erróneas de buscar el bienestar a través del placer momentáneo, generando además un auto-marginamiento de la sociedad. José Ferrater Mora escribió: “En la época de los sofistas no fue infrecuente considerar que el placer era causado por la armonía o buena predisposición de distintos elementos del cuerpo. Se sentía placer cuando se estaba «lleno», en el sentido acaso de corporalmente «bien provisto»; lo contrario era un «vacío», que originaba el deseo, el cual, al cumplirse, engendraba el placer”.

“Se ha llamado «hedonismo» a la tendencia consistente en considerar que el placer es un bien; en muchos casos se ha estimado que el placer es el mayor bien, o se ha identificado ‘placer’ con ‘bien’. El bien en cuestión ha sido en muchos casos un «bienestar», en el sentido literal de este término, muy similar a la armonía o buena disposición antes apuntada. Sin embargo, como ha habido muchas maneras de entender ‘placer’, ha habido asimismo muchas formas de hedonismo. Puesto que gran parte de las disputas sobre el significado de ‘placer’ y sobre la justificación o no justificación de buscarlo han tenido lugar en el terreno «moral», se ha considerado que el hedonismo es una tendencia en filosofía moral”.

“Si prescindimos de las considerables diferencias entre los diversos pensadores hedonistas o diversas escuelas hedonistas, se ha considerado que han defendido una moral hedonista los cirenaicos y los epicúreos antiguos, los epicúreos modernos o neoepicúreos (Gassendi, Valla, etc.), los materialistas del siglo XVIII, especialmente los materialistas franceses (Helvecio, Holbach, La Mettrie, etc.) y los utilitarios ingleses (por lo menos J. Bentham)”.

“El hedonismo ha tenido muchos enemigos; por muy diversos motivos Platón, muchos filósofos cristianos –especialmente de tendencia ascética-, Kant y otros autores han sido antihedonistas. En general, el hedonismo ha sido frecuente objeto de crítica y, en algunos casos, de menosprecio. Excepcionalmente se ha intentado defender el hedonismo sin paliativos, no tanto por amor al placer como por motivos racionales” (Del “Diccionario de Filosofía”-Editorial Ariel SA-Barcelona 1994).

Las tendencias hedonistas tienden a debilitar los vínculos sociales, ya que todo individuo en busca de placer dedica gran parte de su tiempo y de su mente en buscar nuevas formas de placer, mientras que la búsqueda de amistad deja de ser un objetivo en sí mismo, pudiendo llegar a ser considerado como una simple compañía para el hedonismo compartido. Mario Vargas Llosa expresó: “Hay en algunas sociedades, sobre todo en las más desarrolladas, una actitud de hedonismo que a mí me llega a producir cierta repugnancia: una cultura que parece centrada en el logro de un placer, de una diversión que se alcanza de la manera más superficial y más frívola, que implica una renuncia a toda preocupación seria y el rechazo a toda problemática. Esos jóvenes que se sumergen en un cierto tipo de música como en una droga que los exonera de toda preocupación sobre lo circundante…”.

“Me produce repugnancia porque me parece una abdicación a lo mejor del ser humano: la acción, la aventura de vivir, de cambiar, de transformar lo existente. Quizá porque vengo de una región donde hay tanto por hacer, que haya una mentalidad pasiva que implica suponer que todo está resuelto y que puede uno dedicarse a la vida como pura diversión, me produce cierta repugnancia. Contra este tipo de hedonismo contemporáneo es que soy más bien crítico. No porque no crea que el placer es importante. El placer es fundamental, es central. Pero entiendo el placer como una compensación, como un premio a la creatividad y al esfuerzo. No el punto de partida de una aventura humana” (De “Esto que queda” de Pepe Eliaschev-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1996).

Por lo general, la sociedad hedonista es también la sociedad de la diversión. En este tipo de sociedad todo está en crisis, comenzando por la educación. Si el alumno tiene mínimas aspiraciones intelectuales, por cuanto sólo valora el placer y la diversión, el resultado del proceso educativo será bastante pobre. Luego, no faltará quienes sostienen que “debemos cambiar el sistema educativo” para que el nuevo sistema se adapte a niños y adolescentes hedonistas y divertidos, en lugar de tratar de que el alumno se adapte a una situación en la que impere una ética no hedonista.

El hábito y la disciplina, requeridos por el trabajo, se oponen a los prioritarios objetivos del hedonismo. De ahí el desgano y la irresponsabilidad que se observan en la mayor parte de los ámbitos laborales. Los periodistas televisivos nos recuerdan con cierta tristeza que estamos viviendo un “lunes negro” (el primer día laboral de la semana) y que falta bastante para llegar al “viernes blanco”, con su posterior e inminente inicio del fin de semana. Pareciera que las generaciones actuales están bastante mejor adaptadas a los días feriados y a las vacaciones que a los días laborables.

Ante el sostenido avance tecnológico y el aumento de la desocupación tecnológica, los requerimientos y las exigencias laborales son cada vez mayores, y este proceso se establece justamente en una época en que predomina la búsqueda del hedonismo y la diversión en desmedro de la formación y capacitación laboral adecuada para la época.

Las facilidades brindadas por la informática tienden a hacer creer que ya no resulta tan necesaria la capacitación laboral ya que todo se logra con un adecuado “clic”. Al respecto, Mario Vargas Llosa escribió: “Los defensores recalcitrantes del software alegan que se trata de una herramienta y que está al servicio de quien la usa y, desde luego, hay abundantes experimentos que parecen corroborarlo, siempre y cuando estas pruebas se efectúen en el campo de acción en el que los beneficios de aquella tecnología son indiscutibles: ¿quién podría negar que es un avance casi milagroso que, ahora, en pocos segundos, haciendo un pequeño clic con el ratón, un internauta recabe una información que hace pocos años le exigía semanas o meses de consultas en bibliotecas y a especialistas? Pero también hay pruebas concluyentes de que, cuando la memoria de una persona deja de ejercitarse porque para ello cuenta con el archivo infinito que pone a su alcance un ordenador, se entumece y debilita como los músculos que dejan de usarse”.

“No es verdad que el Internet sea sólo una herramienta. Es un utensilio que pasa a ser una prolongación de nuestro propio cuerpo, de nuestro propio cerebro, el que, también, de una manera discreta, se va adaptando poco a poco a ese nuevo sistema de informarse y de pensar, renunciando poco a poco a las funciones que este sistema hace por él y, a veces, mejor que él. No es una metáfora poética decir que la «inteligencia artificial» que está a su servicio soborna y sensualiza a nuestros órganos pensantes, los que se van volviendo, de manera paulatina, dependientes de aquellas herramientas, y, por fin, sus esclavos. ¿Para qué mantener fresca y activa la memoria si toda ella está almacenada en algo que un programador de sistemas ha llamado «la mejor y más grande biblioteca del mundo»? ¿y para qué aguzar la atención si pulsando las teclas adecuadas los recuerdos que necesito vienen a mí, resucitados por esas diligentes máquinas?”.

“No es extraño, por eso, que algunos fanáticos de la Web, como el profesor Joe O’Shea, filósofo de la Universidad de Florida, afirmen: «Sentarse a leer un libro de cabo a rabo no tiene sentido. No es un buen uso de mi tiempo, ya que puedo tener toda la información que quiera con mayor rapidez a través de la Web. Cuando uno se vuelve un cazador experimentado en Internet, los libros son superfluos». Lo atroz de esta frase no es la afirmación final, sino que el filósofo de marras crea que uno lee libros sólo para «informarse». Es uno de los estragos que puede causar la adicción frenética a la pantallita. De ahí, la patética confesión de la doctora Katherine Hayles, profesora de Literatura de la Universidad de Duke: «Ya no puedo conseguir que mis alumnos lean libros enteros»”.

“Esos alumnos no tienen la culpa de ser ahora incapaces de leer ‘La guerra y la paz’ o el ‘Quijote’. Acostumbrados a picotear información en sus computadoras, sin tener necesidad de hacer prolongados esfuerzos de concentración, han ido perdiendo el hábito y hasta la facultad de hacerlo, y han sido condicionados para contentarse con ese mariposeo cognitivo a que los acostumbra la Red, con sus infinitas conexiones y saltos hacia añadidos y complementos, de modo que han quedado en cierta forma vacunados contra el tipo de atención, reflexión, paciencia y prolongado abandono a aquello que se lee, y que es la única manera de leer, gozando, la gran literatura” (De “La civilización del espectáculo”-Alfaguara-Buenos Aires 2014).

El panorama que nos describe Vargas Llosa no resulta para nada optimista. Incluso llega uno a pensar en aquella triste igualdad cultural, en la que resulta equivalente, por sus efectos, no saber leer que no leer absolutamente nada. Como siempre ocurre ante toda novedad tecnológica, existe un buen uso de la misma como un uso excesivo y perjudicial. De la misma manera en que el uso excesivo de las calculadoras digitales limita la capacidad para realizar operaciones matemáticas mentales, el uso excesivo de la computadora tiende a entorpecer otras habilidades mentales que el hombre, por el contrario, debería entrenar diariamente. Vargas Llosa agrega: “Debemos inquietarnos si ese progreso significa aquello que un erudito estudioso de los efectos del Internet en nuestro cerebro y en nuestras costumbres. Van Nimwegen, dedujo luego de uno de sus experimentos: que confiar a los ordenadores la solución de todos los problemas cognitivos reduce «la capacidad de nuestros cerebros para construir estructuras estables de conocimientos». En otras palabras: cuanto más inteligente sea nuestro ordenador, más tontos seremos”.

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