sábado, 20 de agosto de 2016

Acerca del relativismo

Frecuentemente encontramos personas que adoptan y difunden diversas creencias que no son puestas en práctica por ellas mismas. Este es el caso del relativismo, ya sea ético, cognitivo o cultural. La creencia en que no existe el bien y el mal, ni una verdad única, o una cultura mejor que otra, sino que existen diversas opiniones sin que ninguna de ellas deba considerarse mejor que otra, genera consecuencias inesperadas. Miguel Ángel Fuentes escribió: “Un relativista puede enseñar el relativismo durante toda su vida con plena convicción (lo que sería contrario al relativismo); pero si llegase a ir a un restaurante «relativista» y pidiendo liebre le trajesen gato porque el dueño del restaurante desde su punto de vista sostiene que el gato es igual a la liebre, no sólo puede ver derrumbarse su sistema en pocos segundos sino pasar el resto «relativo» de su vida en prisión por intento de homicidio de un propietario de restaurante. Todo relativista es, necesariamente, inconsecuente en la vida real”.

“Para el relativismo cada uno tiene su verdad, cada uno alcanza las cosas con una visión propia y personal basada en sus gustos, su educación o sus intereses. No solamente se hace difícil, para quienes así piensan, lograr comprender adecuadamente lo que piensan los demás sino que es imposible lograr un acuerdo, puesto que no habría propiamente hablando una verdad objetiva válida y obligatoria para todos. Así se empiezan a demoler los principios religiosos, los criterios morales por los que nos regimos, y la víctima de este aplastante ataque se sumerge en una auténtica «depresión intelectual»”.

“El relativismo es el principio de aislamiento más grande entre los seres humanos: el ostracismo de las inteligencias que quedan desterradas a los límites de su dueño. Con la aceptación de la filosofía relativista no puede haber maestros, hay tan sólo orientadores de opinión, o mejor todavía, cada uno ofrece su opinión por si a alguien le gustaría hacerla suya” (De “Las verdades robadas”-Ediciones del Verbo Encarnado-San Rafael-Mendoza 2008).

El relativismo, en sus diversas formas, no sólo es un error intelectual que ataca al hombre común, sino también a personas influyentes en el ámbito de la filosofía y de las ciencias sociales. Este error se debe, entre otros, a que la verdad objetiva, o el bien y el mal objetivos, no son conceptos que pueden observarse en la vida diaria tan fácilmente como se observa un árbol o un automóvil. Además, como el hombre actúa en función de la herencia genética recibida y también por la influencia del medio social, se concluye erróneamente que todas las opiniones que emita dependen enteramente de ese medio, y de ahí que surjan las diversas “verdades” que dependen del grupo cultural, de la clase social, del grupo étnico, etc.

Estas diversas influencias son reales, pero no por ello puede decirse que sean válidas tanto unas como otras, ya que unas se aproximarán a la verdad más que otras, ya que la verdad sobre algún aspecto de la realidad depende de la concordancia existente entre la descripción hecha por el hombre y la propia realidad. El citado autor escribió: “El relativismo sociológico fue creado y defendido por Émile Durkheim y hace depender lo que condiciona la verdad del juicio en los grupos sociales: «El grupo social presiona –según Durkheim- de modo irresistible e inconsciente sobre sus miembros, imponiéndoles normas de conducta y criterios de valoración. Esta coacción no se siente cuando el individuo acepta y cumple con las normas sociales y, por ello, cae en la ilusión de creer que es él mismo el que, espontánea y voluntariamente, se las impone. La fuerza de la presión social únicamente se pone de manifiesto al infringirse dichas normas…El individuo recibirá de la sociedad todo su mundo mental; el mundo ideológico del individuo sería el reflejo de la sociedad en que vive; lo verdadero y lo falso, lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo, toda la gama axiológica, serían determinados en cuanto tales por el grupo social, y el individuo se limitaría a recibirlos pasivamente; se considera la sociedad como anterior al hombre y a la persona»”.

Para los científicos, al existir una verdad objetiva, poco les interesa el origen étnico o social, o los atributos personales de quien elabora una descripción. Richard Feynman escribió: “No importa lo bonita que sea tu teoría. No importa lo listo que seas. Si no está de acuerdo con el experimento, está equivocada” (Citado en “La materia oscura”-RBA-Navarra 2015).

En el caso del relativismo cultural, se admite que no existe una civilización mejor que otra. De ahí que las “verdades” emanadas de cada una de ellas deberían aceptarse sin discriminar a ninguna. Miguel Ángel Fuentes agrega: “El relativismo cultural es el que hace depender la verdad de la cultura histórica. Fue defendido por Oswald Spengler en su conocida obra «La decadencia de Occidente». Cada cultura –china, hindú, egipcia, babilónica, greco-romana, árabe, americana, occidental- realiza su propia valoración de lo real, tiene su modo de comprender el cosmos, distinta de las demás culturas e irreductible a cualquiera de ellas. Ninguna cultura puede aspirar a que su valoración sea absoluta, universalmente válida. No cambia mucho del relativismo individual sólo que es menos radical y en lugar del individuo coloca como fuente de la verdad-opinión a cada cultura o pueblo”.

Es oportuno agregar que la ciencia experimental progresa, en la búsqueda de la verdad objetiva, debido a que existen diversas opiniones en conflicto, y que, luego, cuando se llega a la etapa experimental, se acepta la postura que mejor se adapta a la realidad. Este es también el caso de las diversas culturas. La grandeza de Roma se debió, entre otros aspectos, a saber nutrirse de otras culturas que la superaban en algunos aspectos. Así, se va formando una cultura universal que recibe el aporte de muchos pueblos que colaboran de distinta manera para ese logro.

Para el marxismo existen diversas “verdades” según la clase social de donde surjan. De ahí que en los países comunistas se hablaba de la “ciencia burguesa” en oposición a la “ciencia proletaria”. Para los nazis, por otra parte, existía una “ciencia aria” distinta de la “ciencia judía”. Incluso tales tendencias totalitarias consideraban que la lógica empleada por las diversas clases sociales, o por las diversas razas, eran diferentes, por lo que el marxismo consideraba como verdadera a la lógica proletaria mientras que los nazis consideraban verdadera la lógica aria. Ludwig von Mises escribió: “Quedaba por superar el obstáculo principal, a saber, la inquebrantable dialéctica de los economistas. Marx, sin embargo encontró una solución. La razón humana –arguyó- es, por naturaleza, incapaz de hallar la verdad. La estructura lógica de la mente varía según las diferentes clases sociales. No existe una lógica universalmente válida. La mente sólo produce «ideologías»; es decir, con arreglo a la terminología marxista, conjuntos de ideas destinados a disimular y enmascarar los ruines intereses de la propia clase social del pensador. De ahí que la mentalidad «burguesa» no puede interesar al proletariado, esa nueva clase social que abolirá todas las clases sociales y convertirá la Tierra en un auténtico edén”.

“La lógica proletaria, sin embargo, en modo alguno puede ser tachada de lógica de clase. «Las ideas que la lógica proletaria engendra no son ideas partidistas, sino emanaciones de la más pura y estricta lógica»(Eugen Dietzgen). Es más, en virtud de específico privilegio, la mente de ciertos escogidos burgueses no está manchada por el pecado original de su origen burgués. Ni K. Marx, hijo de un pudiente abogado, casado con la hija de un junker prusiano, ni tampoco su colaborador F. Engels, rico fabricante textil, jamás creyeron podía afectarles la aludida condena, atribuyéndose, por el contrario, pese a su origen burgués, plena capacidad para descubrir la verdad absoluta”.

“El polilogismo marxista afirma que la estructura lógica de la mente varía según las distintas clases sociales. El polilogismo racista difiere del anterior tan sólo en que esa dispar estructura mental la atribuye a las distintas razas, proclamando que los miembros de cada una de ellas, independientemente de su filiación clasista, gozan de idéntica estructura lógica” (De “La acción humana”-Editorial Sopec SA-Madrid 1968).

El teórico nazi Alfred Rosenberg escribió: “Toda manifestación cultural estaría determinada por la raza, que no hay que confundir con el grupo social, ya que una misma sociedad puede de hecho estar integrada por diversas razas. La filosofía, la ciencia, la moral, la religión, el arte serían la expresión de la raza, que en ellas plasma su fuerza vital. La raza sería el principio creador y el elemento condicionante de toda producción cultural, a la que habrá de valorar positivamente, si se trata de una raza superior, o negativamente, en los casos de las razas inferiores. Así, no habría nunca una verdad única, igual que no hay una raza única; habría sólo una verdad aria, otra eslava, otra judía, etc.”.

Además del relativismo cognitivo, el marxismo-leninismo sostiene el relativismo moral. Alexander Solyenitsin escribió: “El comunismo nunca ocultó su negación de los conceptos morales absolutos. Se mofa de las nociones de bien y mal como categorías absolutas. Considera la moralidad como un fenómeno relativo a la clase. Según las circunstancias y el ambiente político, cualquier acción, incluyendo el asesinato, y aun el asesinato de millares de seres humanos, puede ser buena como puede ser mala. Depende de la ideología de clase que lo alimente. ¿Y quien determina la ideología de clase? Toda la clase no puede reunirse para decidir lo que es bueno y lo que es malo. Pero debo decir que, en este sentido, el comunismo ha progresado. Logró contagiar a todo el mundo con esta noción del bien y del mal. Ahora no sólo los comunistas están convencidos de esto” (De “En la lucha por la libertad”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1976).

Resulta ahora algo más comprensible el hecho de que los sectores marxistas nunca se hayan arrepentido por los asesinatos cometidos en los años 70, incluso negando el derecho de una nación a ejercer su legitima defensa ante la agresión y el peligro de ser dominada por el entonces Imperio Soviético. Para los marxistas, sus asesinatos eran considerados “buenos” porque favorecían el advenimiento del socialismo, mientras que los militares fueron considerados “malos” por evitar el dominio imperialista que se avecinaba. Las difamaciones hacia el militarismo nacional se deben esencialmente a su oposición al socialismo, y se habrían mantenido aún cuando la defensa militar hubiese sido desarrollada estrictamente dentro del marco de la ley, y no sólo parcialmente.

En cuanto al relativismo político, Fuentes escribió: “El relativismo político es hoy en día una de las formas más extendidas en nuestra sociedad; este relativismo, como su nombre lo indica, hace depender la verdad de los compromisos políticos, ya sea de los votos de la mayoría o de los pactos entre los partidos políticos o de otros modos de lograr el común acuerdo (consenso). Así si todos estamos de acuerdo en que el aborto sea legal, el aborto será realmente legal y por tanto bueno; si todos estamos de acuerdo en permitir la prostitución, ésta ya no será ni delito ni siquiera pecado; si la mayoría ha votado que se enseñe un error, eso dejará de ser un error para ser una verdad. Este relativismo, metido hasta los huesos en nuestra cultura, produce gravísimos daños empezando por el descalabro de la misma libertad humana”.

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