lunes, 27 de junio de 2016

La Iglesia entre lo eterno y lo secular

La acción de la Iglesia Católica se ha desarrollado, históricamente, bajo la búsqueda de dos objetivos principales: la difusión de lo que tiene validez permanente y universal (asociado a la ley natural), por una parte, y la influencia sobre cuestiones propias de una época o de una sociedad particular (lo secular), por otra parte. La palabra “secular” proviene de “siglo”, es decir, lo que atañe a una época histórica en oposición a lo permanente y a lo universal. La búsqueda de uno solo de tales objetivos implica, en cierta forma, un rechazo del otro, siendo lo ideal encontrar una coherencia entre ambos para una mejor eficacia de la religión moral. Jesús Espeja escribió: “El término «secular», de donde viene secularización, nos remite a la palabra latina ‘saeculum’, que originariamente significa «un tiempo largo, una larga serie de años». En el lenguaje corriente «siglo» ha sido empleado frecuentemente como sinónimo de «mundo», el cual, según la revelación cristiana, tiene un significado positivo: «Tanto amó Dios al mundo que le envió a su Hijo» (Jn 3,16), y un significado negativo: «No améis al mundo ni nada de lo que hay en él» (1Jn 2,15)”.

“Por esta dimensión negativa está marcada la ‘fuga mundi’ que ha tenido tanta relevancia en la historia de la espiritualidad cristiana. De ahí que, dentro de una mentalidad maniqueísta y dualista, «mundo» ha venido a significar una realidad distante y hasta en oposición a lo religioso; lo secular y lo sagrado pertenecen a dos ámbitos incompatibles” (De “Iglesia en camino”-Editorial San Pablo-Madrid 1993).

Algunas ramas de la ciencia distinguen una parte teórica de otra experimental, como es el caso de la física. En cierta forma, la religión presenta también una parte teórica, que implica el estudio de las enseñanzas del profeta, y una parte práctica, que implica la forma en que esas enseñanzas se difunden en la sociedad teniendo en cuenta la respuesta recibida. Cuando una sociedad padece una grave crisis moral, se advierte que, a pesar de la “demanda” creciente de información y de formación espiritual, quienes realizan la “oferta” religiosa fracasan en sus intentos, incluso entre los propios adherentes a la religión. ¿Fallan las enseñanzas originales del profeta o son los predicadores quienes difunden un mensaje tergiversado de las mismas?

Existen diversas opiniones respecto de los objetivos a los que debe apuntar la Iglesia. Octavio Derisi escribió: “No resulta fácil precisar en su cabal sentido y ámbito la acción de la Iglesia en el mundo temporal, desde su fin sobrenatural, sin interferir los órganos propios de la actividad humana en el mundo. Tal acción es frecuente y fundamentalmente deformada por dos actitudes antagónicas:

1) La que niega a la Iglesia toda acción sobre lo temporal y pretende que ésta debe permanecer ajena a todos los problemas humanos, cortando toda relación entre la vida sobrenatural cristiana y la vida natural del hombre en lo económico, en lo político y, en general, en lo temporal –liberalismo económico-

2) La que confiere a la Iglesia la misión directa de buscar y dar soluciones a todos estos problemas temporales, para «liberar» al hombre de todas las sujeciones a que está sometido por estas actividades, con el desconocimiento consiguiente de la misión del Estado y otras instituciones –clericalismo naturalista-” (De “La Iglesia y el orden temporal”-EUDEBA-Buenos Aires 1972).

En el párrafo anterior se advierte la expresión “sobrenatural”, asociada a intervenciones de Dios (milagros, revelación) cuando interrumpe la ley natural. Este mensaje tiene validez sólo para los adherentes a la Iglesia, mientras que puede tener un significado confuso para el resto (los simples mortales). De ahí que toda religión, para unir verdaderamente a los adeptos, debe utilizar conceptos comunes y accesibles a todos los hombres, como es el caso de la ley natural y del orden natural consiguiente.

Si imaginamos un Dios personal que actúa en el mundo, suponemos que responde de igual manera en iguales circunstancias, es decir, posee una actitud característica similar a la que poseemos los hombres (ya que somos hechos a su imagen y semejanza). Si respondiera de distinta manera en iguales circunstancias, entonces no sabríamos a qué atenernos. Esta respuesta característica nos indica que también el propio Dios estaría regido, parcialmente, por las mismas leyes impuestas a los hombres. De ahí que el concepto de “sobrenatural” resulta tener un significado de validez sectorial que impide el entendimiento de gran parte de la población. De todas maneras, si alguien supone que alguna vez se podrá convencer a la humanidad de que existe tal concepto, y que esa creencia mejorará al hombre, debe seguir intentándolo.

Octavio Derisi realiza una crítica a la Iglesia de los 70 cuando advierte que adopta una actitud que hace pasar a un segundo plano lo eterno y lo universal para pasar a predicar una ideología bastante cercana a la del marxismo-leninismo, ya que un sector de la Iglesia fue realmente coautor intelectual del inicio de la violencia terrorista que padeció Latinoamérica: “Esta actitud, hoy en boga en no pocos círculos católicos, de querer insertar a la Iglesia en una acción directa sobre lo temporal, en busca de una «liberación terrena, económica, política y social del hombre» y que, lógicamente conduce a una interferencia y absorción de la actividad propia del Estado y de otras asociaciones, con el consiguiente ‘clericalismo’, proviene casi siempre, o en gran medida al menos, de este irracionalismo y confusionismo teorético, que desprecia o desconoce la verdad natural y la sobrenatural revelada y más todavía, su organización científica de la teología, con el desconocimiento y destrucción de la esencia misma de la Iglesia, y que termina lógicamente reduciendo los milagros, los misterios y las verdades y vida sobrenaturales del Evangelio a un plano y explicación puramente naturales”.

“Nada más ajeno a la Doctrina y al apostolado de Cristo que la fundación de un Reino o Iglesia dedicada a resolver problemas temporales y, menos aún, por medios materiales y, menos todavía, por la violencia y la revolución”. “Ningún apóstol mandó a nadie a rebelarse. Ni Cristo ni ellos se ocuparon de los problemas económicos o políticos, y menos con intención de subversión o violencia. A más de falso, resulta realmente blasfemo llamar a Cristo revolucionario, ocupado de cambio de estructuras, económicas, sociales o políticas”.

En realidad, el intento por cumplir con los mandamientos de Cristo produce un cambio notable en esas estructuras. Pero ello podrá darse nuevamente cuando el cristianismo sea interpretado como una religión natural, desprovista de intervenciones divinas y de misterios. Al confundirse con la ciencia experimental (que describe las leyes naturales o leyes de Dios), podrá adquirir el carácter verdaderamente católico (universal) que carece en la actualidad.

Si se acepta la existencia de los milagros, por los cuales se supone que Dios actúa interfiriendo la ley natural respondiendo a algún pedido realizado, surge el interrogante de por qué no impide, en otras circunstancias, algún accidente fatal pudiendo hacerlo fácilmente. Con sólo alterar un detalle insignificante, podría salvar una vida y la felicidad de las personas cercanas a la víctima de un accidente. Quienes responden que “Dios pone a prueba” a los sufrientes familiares, suponen que, en lugar de ser hijos de Dios, los hombres seríamos insectos de Dios, ya que nuestro sufrimiento apenas sería compartido por el Dios interviniente.

La religión ha evolucionado gracias a las “herejías” o interpretaciones distantes un tanto de la ortodoxia prevaleciente. El cambio hacia una religión natural puede ser una “herejía” que ha de favorecer a la humanidad, mientras que la actual herejía de la Teología de la Liberación (marxismo-leninismo con disfraz cristiano) ha de implicar la definitiva destrucción de la Iglesia.

Algunos autores proponen una “religión” para el futuro vislumbrando los atributos que debería tener una religión universal. Puede decirse que la religión debe tener validez universal para cumplir su función, por cuanto las “religiones de validez sectorial” sólo provocan antagonismos y conflictos insuperables. Jean Fourastié escribió: “La Fe verdadera, la religión verdadera, es aquélla que concuerda con la experiencia científica en cuanto a lo que esta experiencia ha revelado, y que concuerda con la experiencia aun cuando la humanidad no cuente todavía con su revelación”.

“¿Cómo poner a prueba experimentalmente la verdad de una religión?
1- Debe sustentar a muy largo plazo (el milenio, el centenar de milenios) la energía biológica, el anhelo de vivir, una humanidad persistente y evolutiva.
2- Debe dar, o contribuir a dar a los hombres, una explicación de la vida y del mundo globalmente concertada con las informaciones provenientes de la ciencia experimental corriente (aunque por cierto que superando esas informaciones, llenando sus lagunas, puesto que esas informaciones son suficientes).
3- Debe contribuir a la decisión consciente y racional, satisfaciendo con valores surreales las insuficiencias y los errores de la vida cotidiana ordinaria. (Se trata aquí tanto de decisiones de la vida cotidiana ordinaria como de grandes decisiones políticas, sociales, económicas).
4- Debe autorizar, favorecer, estimular la felicidad del hombre medio, reconciliarlo con la muerte, consolarlo en las pruebas, moderarlo en el éxito” (De “El largo camino de los hombres”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1979).

Es oportuno agregar que el conocimiento necesario para establecer el resurgimiento de la humanidad implica adoptar con decisión una actitud cooperativa que garantice, con resultados inmediatos y a la vista, la respuesta que el orden natural espera de cada uno de nosotros. Por algo Cristo expresó: “Primeramente buscad el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura”. “El Reino de Dios está dentro de vosotros”.

Toda la “tarea” encomendada se reduce a adoptar, individualmente, la actitud cooperativa por la cual hemos de compartir las penas y las alegrías de los demás como propias. La paradoja de esta simple conclusión es que siempre ha resultado dificultoso convencer a los demás seres humanos a que intenten adoptar este camino.

Existe una gran necesidad de soluciones para los problemas humanos y sociales. Sin embargo, el mensaje evangélico no puede acceder al pensamiento lógico por cuanto viene revestido de misterios y de conceptos contraintuitivos. Lo que no puede aceptar la mente, no puede tampoco servir como sustento del pensamiento posterior. El predicador culpa de ello al consumismo o al sistema económico sin advertir que es él mismo quien no es capaz de llegar a quienes tienen necesidad de orientación.

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