lunes, 20 de junio de 2016

Fundamentos filosóficos del marxismo

A pesar de los reiterados fracasos, luego de cualquier aplicación concreta, el marxismo sigue vigente al ser promovido por un vasto sector de la intelectualidad. Ello se debe a que resulta sencillo de comprender y, además, porque promete solucionar fácilmente los graves problemas que afectan la humanidad. Sin embargo, la accesibilidad a su comprensión se torna dificultosa en el momento de compatibilizarlo con la realidad. Henry de Lesquen escribió: “Hay en el marxismo una paradoja. Su doctrina, fundada en el análisis económico que toma prestado a los clásicos ingleses de principios del siglo XIX, ignora olímpicamente al hombre, sus aspiraciones y hasta sus simples características. En la práctica no ha logrado más que concebir –o justificar- las dictaduras más crueles. Y, sin embargo, no por ello ha dejado de ser la referencia de numerosos intelectuales y políticos occidentales, libres, con todo, para abarcar la magnitud del fracaso científico y humano del sistema”.

“¿Qué hay, pues, en el marxismo susceptible de convertirlo, de acuerdo con la fórmula de Raymond Aron, en el «opio de los intelectuales»? Y bien, hay un «corpus» ideológico innegablemente seductor. Por lo menos, al comienzo. ¿No es acaso cómodo, hasta reconfortante, abandonarse a un sistema de pensamiento cuya vocación consiste en explicarlo todo, preverlo todo y mostrar la vía que conduce a la sociedad ideal? Por añadidura, precedido por una reputación de generosidad –indudablemente usurpada, más bien establecida-, puede ser considerado como el último avatar de esa constante del pensamiento occidental que es el milenarismo, un mesianismo despojado de trascendencia” (De “La política de lo viviente” de Henry de Lesquen y el Club de l’Horloge-EUDEBA-Buenos Aires 1981).

El intelectual, que sigue sustentando el método prevaleciente en filosofía, valora toda ideología en función de su coherencia lógica en lugar de adoptar la actitud científica, que lo llevaría a valorarla, además, en función de su consistencia experimental. Pero el error más grave del marxismo consiste en describir la sociedad, para ofrecer luego su “medicamento milagroso”, sin siquiera establecer una descripción del comportamiento de los individuos que la conforman. “La tentativa humanista consiste en tratar de cercar la naturaleza real del hombre con toda lucidez y con toda modestia antes de pretender esbozar las grandes líneas de la sociedad futura. El humanismo verdadero ha coincidido con la revolución en el dominio de la ciencia y en particular de la ciencia del hombre, con el conocimiento más concreto del hombre como anterior al desarrollo de los valores humanistas…El marxismo, en tanto, ha aparecido por el contrario como un freno para el progreso científico”.

“Empero el marxismo pretende cumplir de hecho las promesas del antiguo humanismo. «El comunismo, siendo un naturalismo cumplido, coincide con el humanismo», acota Karl Marx. Presunción extraordinaria, en verdad, la de resolver los problemas de las asociaciones del hombre y la naturaleza sin siquiera plantear el problema de la naturaleza del hombre. El marxismo contigua un antropocentrismo que no crea ninguna antropología”.

Tanto la dialéctica como el “materialismo científico” no son tenidos en cuenta por la ciencia experimental, la que ha permitido el progreso del conocimiento humano y el avance tecnológico posterior. Eduardo Frei Montalva escribió: “Domina al mundo contemporáneo el mito del cientismo. Los pseudointelectuales que imperan en el mercado de las ideas aman la terminología de iniciados y el aparato técnico. Y en eso el marxismo los satisface muy profundamente. El bárbaro con alfabeto y con el sacro temor de la ciencia es una de las peores plagas que ha conocido la humanidad, pues creyendo saber, es absolutamente inculto, ya que no posee el verdadero sentido ni de las cosas ni de su propio destino, unido todo ello a una exasperante pretensión. Nutrido en el libro moderno de última factura, o de la revista ilustrada, desconoce los verdaderos valores humanos. Frente a él, un modesto campesino o un obrero no envenenado, que tiene el contacto simple y natural de la existencia, posee una cultura más rica”.

“Resumir esquemáticamente la teoría marxista es tarea relativamente sencilla. Heredó Marx los elementos de su construcción de dos filósofos alemanes: Hegel y Feuerbach. El primero creó la teoría del conocimiento, fundada no en la lógica de la evidencia, sino en el principio de contradicción. No es efectivo que las cosas no puedan ser y no ser. Al revés, el hombre sólo puede conocer por oposición a una idea contraria. Así, la idea de ser se afirma y se concibe sólo por oposición con la idea de no-ser”.

“Pero Hegel cree en la realidad de las ideas: la materia es sólo representación de ellas. El hombre no puede conocerla objetivamente. De ahí su idealismo”.

“El segundo, en su libro «La esencia del cristianismo», destruye este idealismo hegeliano y plantea su tesis materialista”.

“Marx unió estos dos elementos. Su primera afirmación es el materialismo. La materia es la única realidad y es la que engendra el espíritu que no es sino una manifestación superior de ella misma. No niega, pues, al espíritu; pero afirma que la materia es esencial y que aquél carece de existencia propia. En una palabra, niega el Espíritu absoluto, el que sólo integra la materia como una expresión de ella” (De “La política y el espíritu”-Ediciones Ercilla SA-Santiago de Chile 1940).

Este materialismo coincide en realidad con la postura adoptada por la mayor parte de los científicos en la actualidad. Sin embargo, lo que tiene poco sentido es una especie de “ley del yin y el yan” que habría de gobernar todos los procesos naturales y sociales. Frei Montalva agrega: “Esta materia, que engendra al espíritu, está regida por la ley de la contradicción. La contradicción no está en las ideas que son sólo una representación de la realidad que llega a la mente a través de los sentidos, sino en la materia misma. La contradicción está en el corazón de la realidad, le es esencial, «es la realidad misma que no se afirma sino en la contradicción»”.

Si se tienen en cuenta los avances de la física, en base a la mecánica cuántica y la relatividad, o los avances de la biología, en base a la evolución biológica, se advertirá que resulta imposible hallar en ellas algo así como una “lucha de opuestos”, de ahí que estas ideas no tengan cabida en la propia naturaleza. El principio de la ciencia experimental es la invariabilidad de la ley natural, que contradice la postura marxista. Este principio resulta evidente en astronomía, donde se extrapolan las leyes descubiertas por el hombre hacia un remoto pasado mostrando la validez, provisoria al menos, de tal principio.

Ducantillon escribió respecto de la creencia marxista: “Dentro de esta medida la realidad es dinámica y movible, es íntima y esencialmente movimiento, devenir; es una evolución constante de ella misma. Es decir, encuentra en ella misma su causalidad. Se comprende que este cambio está hecho de oposiciones, dudas, contradicciones, reflejos y autodestrucciones, no procede linealmente sino en zigzags, en espirales, por choques violentos, por catástrofes, en una palabra, por revoluciones. Así concebida la realidad llega a ser esencialmente revolucionaria: la revolución llega a ser la ley orgánica del mundo y de la vida”.

“El mundo –dice Engels-, para resumir esta dialéctica de lo real, no debe ser considerado como un complejo de procesos donde las cosas en apariencia estables, tanto como sus reflejos intelectuales en el cerebro, las ideas, pasan por un cambio ininterrumpido de devenir, destrucción y reacción”.

“Esta filosofía dialéctica disuelve todas las nociones de verdad absoluta, definitiva y de condiciones humanas inmutables que a ellas correspondan. No hay ante ella nada sagrado, absoluto ni definitivo; muestra la caducidad de todas las cosas y en todas las cosas; y no existen para ella sino procesos ininterrumpidos del devenir y de lo transitorio; de la ascensión sin fin de lo inferior a lo superior; de lo cual ella misma no es más que el reflejo del cerebro pensante” (Citado en “La política y el espíritu”).

Como resulta menos exigente, intelectualmente hablando, conocer las opiniones marxistas que estudiar física o biología, el pseudo-intelectual elige el camino más sencillo pretendiendo ubicarse en el pedestal de la intelectualidad. En esto existe poca diferencia con quienes aprenden la Biblia de memoria para satisfacer pretensiones puramente competitivas. La intelectualidad seria se nutre del conocimiento científico y de ahí parte para establecer interpretaciones filosóficas, en lugar de establecer postulados filosóficos generales para imponerlos a la propia realidad.

Además del frente filosófico, el marxismo dispone de un frente económico que se destaca esencialmente por proponer, como factor único de la producción, al trabajo, ignorando al capital, a la gestión empresarial y esencialmente a la inteligencia y a la información, ya que la innovación resulta ser el motor esencial en una economía libre. Henry de Lesquen agrega: “La visión global que de la sociedad propone el marxismo, de su evolución necesaria (el sentido de la Historia) y de su estado ideal (la sociedad comunista sin clases) reposa sobre dos pilares: un a priori filosófico, la dialéctica, cuyas recientes investigaciones, sobre todo en el campo de la biología molecular, han demostrado que decididamente no pueden aplicarse a la realidad, y cierta cantidad de nociones económicas, acerca de las cuales lo menos que se puede decir es que casi no han sido confirmadas por los hechos. La ideología marxista en ningún momento se refiere a un conocimiento real del hombre. El desprecio original del factor humano explica en buena parte el carácter propiamente inhumano de los regimenes que han intentado llevarla a la práctica”.

“Llevado a lo esencial, el marxismo consiste en aplicar cierto tipo de razonamiento a algunos conceptos económicos: la dialéctica. En la base de la visión social marxista se encuentra un concepto económico: el del valor. En un momento dado de la historia, sólo un factor de producción posee un valor real y constituye la fuerza motriz de la sociedad. Toda la sociedad se organiza a partir de dicho factor de producción y en función de él. Los detentadores de ese factor de producción son, en particular, quienes poseen el único poder real. La organización política y social, los valores culturales, no hace más que reflejar la preeminencia del citado factor y respaldar el poder de los que lo detentan”. “Pero –y aquí hace su aparición la dialéctica- la historia hace que ese factor de producción, que significa el único valor verdadero, no sea inmutable. En una época, es la tierra; luego, el capital. En nuestros días, según los marxistas, el trabajo ha pasado a ser el único factor de la producción. Ahora bien, toda nuestra estructura política y social data de la época en que el valor se refería al capital. Entonces, ella tiene como meta perpetuar el poder de la clase social que posee el capital: la burguesía”.

“A partir de estas premisas, todo se hace simple. El Estado democrático y liberal no tiene por función, como pretende, favorecer el desenvolvimiento de los hombres, sino más bien organizar el dominio de una clase social minoritaria, la burguesía, encarnación de una era histórica en lo sucesivo acabada, sobre otra clase social que representa la inmensa mayoría de la población y que es la única portadora de futuro, ya que ella sola detenta la fuerza de trabajo: el proletariado”.

“La dialéctica permite prever que muy pronto el proletariado accederá al poder y que entonces se organizará una sociedad nueva, hecha para él. Pero la transformación, por ineluctable que sea, no tendrá lugar sin una revolución violenta. ¿Acaso es posible imaginar que la burguesía abandone privilegios y poder sin resistencia? De ahí el famoso concepto de la lucha de clases”.

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