miércoles, 29 de junio de 2016

Los argentinos y los pecados capitales

Pueden sacarse varias conclusiones en función de los atributos morales de los ídolos políticos aclamados por una nación. Si un gran sector apoya fanáticamente a políticos corruptos, ello implica que se trata también de un pueblo corrupto, ya que es el que elige a sus gobernantes, o los apoya tácitamente, por lo cual se puede encontrar en ese hecho una explicación suficiente para entender por qué un país no puede salir de sus crisis recurrentes. Este es el caso de la Argentina, orientada y dirigida por el peronismo y el kirchnerismo. Puede aducirse que existieron otros movimientos políticos que también fueron negativos en su gestión, como el Partido Radical o el “Partido Militar”, pero debe advertirse que en estos casos nunca existió un fanatismo comparable.

Desde la Iglesia Católica fue establecida una lista de pecados para complementar los mandamientos bíblicos, ya que toda sugerencia ética debe enunciar tanto lo que debe hacerse como lo que no debe hacerse, es decir, debemos conocer tanto las virtudes que debemos poseer como los pecados que debemos evitar. Es interesante observar que, de los siete pecados capitales, el primero es el más importante, incluso porque en cierta forma incluye a los demás. Este es el caso de la soberbia, propia de los líderes populistas, que resulta ser la clave para entender los restantes pecados, y para entender el subdesarrollo inevitable que debe padecer una nación cuando es guiada ideológicamente, no por el cristianismo, sino por el anti-cristianismo.

Mientras que el orgullo legítimo, motivado por el logro de objetivos honestos, no debe considerarse un pecado, la soberbia resulta ser un orgullo ilegítimo al que se llega, muchas veces, para compensar la ausencia de virtudes morales. En el siguiente texto se utiliza la palabra “orgullo”, aunque el traductor debió seguramente utilizar la palabra “soberbia”, que es el más importante de los pecados capitales. Entender la soberbia es una forma de entender a la Argentina. Vernon Grounds escribió: “Orgullo [soberbia] es el concepto exagerado y deshonesto que uno tiene de sí mismo, una autoimagen que queremos que los demás acepten aunque seamos conscientes, totalmente o en parte, de su falsedad. «Yo quiero que la gente se fije en mí, me admire, me alabe, me envidie, me halague y me idolatre. Quiero que la gente me conceda un valor, una importancia, un honor, una reputación y un significado que no merezco. Y quiero que lo hagan porque me atribuyo a mí mismo un valor, una importancia, un honor, una reputación y un significado que estoy convencido que no merezco, pero que quiero poseer»”.

“Al estudiar el orgullo, lo primero que necesitamos observar es lo siguiente: El orgullo no es sólo pecado en sí mismo; es además la fuente de todos los otros pecados. Existe un análisis tradicional de los pecados que se remonta a tiempos antiguos y que menciona la gula, la pereza, la lujuria, la envidia, el enojo y la avaricia pero pone en primer lugar, delante de todos, el orgullo”.

“¿Por qué? ¿Por qué poner el orgullo antes que la gula? Simplemente porque es el factor clave en el pecado de la gula. Por orgullo quiero más comida y más bebida de la que necesito. Por orgullo quiero gratificar abundantemente mis apetitos. Por orgullo quiero que mi sentido del gusto trabaje al máximo, saboreando sensaciones deliciosas”. “¿Por qué poner el orgullo antes que la pereza? También aquí el orgullo es un factor clave. Por orgullo quiero no tener que trabajar. Por orgullo quiero ahorrarme la fatiga y la tensión. Por orgullo quiero ser perezoso e indolente mientras alguien trabaja por mí”.

“Pero ¿por qué poner el orgullo antes que la lujuria? Es lo mismo. Por orgullo quiero para mí la gratificación del sexo; y para conseguirlo no voy a reparar en la persona y los sentimientos del otro, pues veo en ella sólo un instrumento para satisfacer mis propias inclinaciones e instintos”.

“¿Por qué poner el orgullo antes que la envidia? Es lo mismo. El orgullo es el factor esencial de este pecado. Por orgullo codicio lo que justamente pertenece a mi prójimo. Por orgullo no tendría reparos en robarle para enriquecerme yo. Por orgullo no tengo en cuenta lo que él pueda perder si yo consigo ganar”.

“¿Por qué poner el orgullo antes que el enojo? De nuevo, el orgullo es el factor principal. Por orgullo me ofendo y me opongo a todo lo que representa una amenaza para mis valores. Además, por orgullo anhelo sentirme bueno; y para sentirme bueno estoy dispuesto a hacer que alguien se sienta malo. De hecho, puedo desear apasionadamente humillarle, herirle y quizás aún destruirle”.

“¿Por qué poner el orgullo antes que la avaricia? Como en los otros pecados, el orgullo es el factor clave. Por orgullo quiero dinero, y quiero los artículos que con dinero puedo conseguir para mí y para los míos. Quiero poseer estas cosas para deleitarme yo mezquinamente en ellas, no para hacer el bien, sino para quedármelas en beneficio de mi propio yo y para mi satisfacción” (De “El Evangelio y los problemas emocionales”-Libros Clie-Terrassa 1980).

En los 80’, un destacado futbolista argentino, se dignaba a “aclarar”, frente a las masas que lo idolatraban, que “no era Dios”. En la actualidad, un importante sector de la población idolatra a los Kirchner quienes asumieron, de hecho, el lugar de “dioses populares” a pesar de ser los responsables y creadores de una asociación delictiva que saqueó al país durante más de una década. En otras épocas, las masas escribían consignas tales como: “Criminal o ladrón, queremos a Perón”.

El culto a la personalidad es una forma bastante común de idolatría ya que compite con la religión, resultando típica en los populismos y en los totalitarismos. El citado autor escribió al respecto: “Hemos de observar una segunda característica en relación con esta autoimagen exagerada y deshonesta. El orgullo busca como meta última una deificación del yo. Quizás esto te parezca absurdo. Afirmar que el orgullo tiene como propósito final una deificación del yo te puede parecer francamente ridículo. Pero el famoso filósofo del siglo XX Bertrand Russell señaló en cierta ocasión: «A todo hombre le gustaría ser Dios si esto fuese posible; unos pocos encuentran difícil admitir la imposibilidad». O pensad en la frenética insistencia de Nietzsche al decir que si el hombre quiere ser genuinamente independiente (con esto Nietzsche se refiere a un ser autosuficiente en cuanto a autoridad y poder) debe denunciar la existencia de Dios como una mentira. El hombre, arguye, podrá elevarse sobre sí mismo y llegar a ser un superhombre, liberándose de las ligaduras impuestas por el cristianismo acerca de la limitación del yo, sólo cuando destrone a Dios. Nietzsche expresa esta insistencia con un aforismo: «Si hubiera dioses, ¿cómo podría yo resistir la tentación de ser un dios? Por consiguiente, no hay dioses»”.

“O bien, poniendo otro ejemplo, consideremos la filosofía de Jean Paul Sartre. Tenemos aquí una afirmación que encontramos en su obra principal, El ser y la nada: «La mejor forma de concebir el proyecto fundamental de la realidad humana es afirmando que el hombre es aquel ser cuyo proyecto es convertirse en Dios…ser hombre significa esforzarse por ser Dios. O si se prefiere, el hombre fundamentalmente es el deseo de ser Dios»”.

Mientras que Nietzsche fue invocado por varias figuras representativas del nazismo, Marx y Lenin, con ideas algo similares respecto de Dios, fueron los promotores más “exitosos” de la soberbia a nivel mundial, intentando dirigir a la humanidad imponiendo sus criterios personales con un total desconocimiento e inobservancia de las leyes naturales, o leyes de Dios. De ahí que en la Argentina tanto el nazismo como el marxismo-leninismo despierten bastante simpatía en peronistas y en kirchneristas, respectivamente. Vernon Grounds agrega: “Obvia decir que este es el origen venenoso de la riada que ha llenado la humanidad de dolor y frustración desde entonces. ¿Piensas, por tanto, que es una exageración decir que el orgullo busca en último lugar una divinización del yo? Como veis, de forma lógica pero distorsionada el orgullo concede una importancia tan extraordinaria al yo, que el ser humano quisiera igualarse a Dios. Y aún este no es el aspecto más negativo de esta autoimagen deshonesta y exagerada; el orgullo llegaría incluso a destronar y destruir a Dios”.

“Esto es exactamente lo que tenía en mente Karl Marx cuando, en su juventud, escogió como punto central de su tesis doctoral la frase de Prometeo: «Odio todos los dioses». Y más tarde, Marx instó al hombre a convertirse en su propio sol. Durante un tiempo, como recordaréis, se pensaba que el sol daba vueltas alrededor de la tierra, pero más tarde se descubrió que era la tierra la que giraba alrededor del sol. Por ello Marx se burló de la idea cristiana de que Dios es el sol y el hombre meramente un satélite insignificante en el sistema solar de la realidad. En otras palabras, Marx insistió en que el hombre debe dejar a Dios de lado, o más exactamente negar la existencia misma de Dios, haciéndose él mismo el centro ordenador del cosmos”.

Muchas veces, no se busca reemplazar la soberbia con la humildad, sino que se la trata de disfrazarla con la hipocresía. Uno de los síntomas de la soberbia es la actitud aquella de descender del podio imaginario cada vez que el soberbio accede a relacionarse con el hombre común. “Hemos de ajustarnos a un concepto realista de nosotros mismos, aunque no nos guste, sin dejarnos llevar por un optimismo desmesurado ni tampoco por un pesimismo injustificado: ¡No hemos de «hincharnos» pero tampoco «deshincharnos»! ¿Por qué decimos esto? Simplemente porque cuando el concepto de nosotros mismos es inferior a la realidad, es una postura de falsa humildad; en el fondo, es un orgullo a la inversa. La falsa humildad no es más que hipocresía. Es la actitud que nos lleva a orar secretamente diciendo: «Señor, hazme humilde y que lo vean los demás»”.

La tradición cristiana asocia los pecados capitales al anticristo, figura simbólica (al menos para muchos) que representa el mayor alejamiento a los mandamientos cristianos. Como ha ocurrido muchas veces en la historia, aparece cierta admiración del pueblo por ese personaje del mal. Esto puede comprobarse en la Argentina cuando un importante sector de la población muestra un incondicional apoyo y lealtad hacia la asociación delictiva constituida por el kirchnerismo. Samael Aun Weor escribió: “La autosuficiencia del anticristo, el orgullo y la soberbia que posee son algo insoportable. El anticristo odia a muerte las virtudes cristianas de la fe, de la paciencia y de la humildad”.

“El anticristo ha elaborado un programa del robot humanoide, y el robot se arrodilla humildemente delante de su patrón. ¿Cómo podría el robot dudar de la sabiduría de su patrón?” (De “La gran rebelión”-Movimiento Gnóstico Italiano-Varese 1992).

lunes, 27 de junio de 2016

La Iglesia entre lo eterno y lo secular

La acción de la Iglesia Católica se ha desarrollado, históricamente, bajo la búsqueda de dos objetivos principales: la difusión de lo que tiene validez permanente y universal (asociado a la ley natural), por una parte, y la influencia sobre cuestiones propias de una época o de una sociedad particular (lo secular), por otra parte. La palabra “secular” proviene de “siglo”, es decir, lo que atañe a una época histórica en oposición a lo permanente y a lo universal. La búsqueda de uno solo de tales objetivos implica, en cierta forma, un rechazo del otro, siendo lo ideal encontrar una coherencia entre ambos para una mejor eficacia de la religión moral. Jesús Espeja escribió: “El término «secular», de donde viene secularización, nos remite a la palabra latina ‘saeculum’, que originariamente significa «un tiempo largo, una larga serie de años». En el lenguaje corriente «siglo» ha sido empleado frecuentemente como sinónimo de «mundo», el cual, según la revelación cristiana, tiene un significado positivo: «Tanto amó Dios al mundo que le envió a su Hijo» (Jn 3,16), y un significado negativo: «No améis al mundo ni nada de lo que hay en él» (1Jn 2,15)”.

“Por esta dimensión negativa está marcada la ‘fuga mundi’ que ha tenido tanta relevancia en la historia de la espiritualidad cristiana. De ahí que, dentro de una mentalidad maniqueísta y dualista, «mundo» ha venido a significar una realidad distante y hasta en oposición a lo religioso; lo secular y lo sagrado pertenecen a dos ámbitos incompatibles” (De “Iglesia en camino”-Editorial San Pablo-Madrid 1993).

Algunas ramas de la ciencia distinguen una parte teórica de otra experimental, como es el caso de la física. En cierta forma, la religión presenta también una parte teórica, que implica el estudio de las enseñanzas del profeta, y una parte práctica, que implica la forma en que esas enseñanzas se difunden en la sociedad teniendo en cuenta la respuesta recibida. Cuando una sociedad padece una grave crisis moral, se advierte que, a pesar de la “demanda” creciente de información y de formación espiritual, quienes realizan la “oferta” religiosa fracasan en sus intentos, incluso entre los propios adherentes a la religión. ¿Fallan las enseñanzas originales del profeta o son los predicadores quienes difunden un mensaje tergiversado de las mismas?

Existen diversas opiniones respecto de los objetivos a los que debe apuntar la Iglesia. Octavio Derisi escribió: “No resulta fácil precisar en su cabal sentido y ámbito la acción de la Iglesia en el mundo temporal, desde su fin sobrenatural, sin interferir los órganos propios de la actividad humana en el mundo. Tal acción es frecuente y fundamentalmente deformada por dos actitudes antagónicas:

1) La que niega a la Iglesia toda acción sobre lo temporal y pretende que ésta debe permanecer ajena a todos los problemas humanos, cortando toda relación entre la vida sobrenatural cristiana y la vida natural del hombre en lo económico, en lo político y, en general, en lo temporal –liberalismo económico-

2) La que confiere a la Iglesia la misión directa de buscar y dar soluciones a todos estos problemas temporales, para «liberar» al hombre de todas las sujeciones a que está sometido por estas actividades, con el desconocimiento consiguiente de la misión del Estado y otras instituciones –clericalismo naturalista-” (De “La Iglesia y el orden temporal”-EUDEBA-Buenos Aires 1972).

En el párrafo anterior se advierte la expresión “sobrenatural”, asociada a intervenciones de Dios (milagros, revelación) cuando interrumpe la ley natural. Este mensaje tiene validez sólo para los adherentes a la Iglesia, mientras que puede tener un significado confuso para el resto (los simples mortales). De ahí que toda religión, para unir verdaderamente a los adeptos, debe utilizar conceptos comunes y accesibles a todos los hombres, como es el caso de la ley natural y del orden natural consiguiente.

Si imaginamos un Dios personal que actúa en el mundo, suponemos que responde de igual manera en iguales circunstancias, es decir, posee una actitud característica similar a la que poseemos los hombres (ya que somos hechos a su imagen y semejanza). Si respondiera de distinta manera en iguales circunstancias, entonces no sabríamos a qué atenernos. Esta respuesta característica nos indica que también el propio Dios estaría regido, parcialmente, por las mismas leyes impuestas a los hombres. De ahí que el concepto de “sobrenatural” resulta tener un significado de validez sectorial que impide el entendimiento de gran parte de la población. De todas maneras, si alguien supone que alguna vez se podrá convencer a la humanidad de que existe tal concepto, y que esa creencia mejorará al hombre, debe seguir intentándolo.

Octavio Derisi realiza una crítica a la Iglesia de los 70 cuando advierte que adopta una actitud que hace pasar a un segundo plano lo eterno y lo universal para pasar a predicar una ideología bastante cercana a la del marxismo-leninismo, ya que un sector de la Iglesia fue realmente coautor intelectual del inicio de la violencia terrorista que padeció Latinoamérica: “Esta actitud, hoy en boga en no pocos círculos católicos, de querer insertar a la Iglesia en una acción directa sobre lo temporal, en busca de una «liberación terrena, económica, política y social del hombre» y que, lógicamente conduce a una interferencia y absorción de la actividad propia del Estado y de otras asociaciones, con el consiguiente ‘clericalismo’, proviene casi siempre, o en gran medida al menos, de este irracionalismo y confusionismo teorético, que desprecia o desconoce la verdad natural y la sobrenatural revelada y más todavía, su organización científica de la teología, con el desconocimiento y destrucción de la esencia misma de la Iglesia, y que termina lógicamente reduciendo los milagros, los misterios y las verdades y vida sobrenaturales del Evangelio a un plano y explicación puramente naturales”.

“Nada más ajeno a la Doctrina y al apostolado de Cristo que la fundación de un Reino o Iglesia dedicada a resolver problemas temporales y, menos aún, por medios materiales y, menos todavía, por la violencia y la revolución”. “Ningún apóstol mandó a nadie a rebelarse. Ni Cristo ni ellos se ocuparon de los problemas económicos o políticos, y menos con intención de subversión o violencia. A más de falso, resulta realmente blasfemo llamar a Cristo revolucionario, ocupado de cambio de estructuras, económicas, sociales o políticas”.

En realidad, el intento por cumplir con los mandamientos de Cristo produce un cambio notable en esas estructuras. Pero ello podrá darse nuevamente cuando el cristianismo sea interpretado como una religión natural, desprovista de intervenciones divinas y de misterios. Al confundirse con la ciencia experimental (que describe las leyes naturales o leyes de Dios), podrá adquirir el carácter verdaderamente católico (universal) que carece en la actualidad.

Si se acepta la existencia de los milagros, por los cuales se supone que Dios actúa interfiriendo la ley natural respondiendo a algún pedido realizado, surge el interrogante de por qué no impide, en otras circunstancias, algún accidente fatal pudiendo hacerlo fácilmente. Con sólo alterar un detalle insignificante, podría salvar una vida y la felicidad de las personas cercanas a la víctima de un accidente. Quienes responden que “Dios pone a prueba” a los sufrientes familiares, suponen que, en lugar de ser hijos de Dios, los hombres seríamos insectos de Dios, ya que nuestro sufrimiento apenas sería compartido por el Dios interviniente.

La religión ha evolucionado gracias a las “herejías” o interpretaciones distantes un tanto de la ortodoxia prevaleciente. El cambio hacia una religión natural puede ser una “herejía” que ha de favorecer a la humanidad, mientras que la actual herejía de la Teología de la Liberación (marxismo-leninismo con disfraz cristiano) ha de implicar la definitiva destrucción de la Iglesia.

Algunos autores proponen una “religión” para el futuro vislumbrando los atributos que debería tener una religión universal. Puede decirse que la religión debe tener validez universal para cumplir su función, por cuanto las “religiones de validez sectorial” sólo provocan antagonismos y conflictos insuperables. Jean Fourastié escribió: “La Fe verdadera, la religión verdadera, es aquélla que concuerda con la experiencia científica en cuanto a lo que esta experiencia ha revelado, y que concuerda con la experiencia aun cuando la humanidad no cuente todavía con su revelación”.

“¿Cómo poner a prueba experimentalmente la verdad de una religión?
1- Debe sustentar a muy largo plazo (el milenio, el centenar de milenios) la energía biológica, el anhelo de vivir, una humanidad persistente y evolutiva.
2- Debe dar, o contribuir a dar a los hombres, una explicación de la vida y del mundo globalmente concertada con las informaciones provenientes de la ciencia experimental corriente (aunque por cierto que superando esas informaciones, llenando sus lagunas, puesto que esas informaciones son suficientes).
3- Debe contribuir a la decisión consciente y racional, satisfaciendo con valores surreales las insuficiencias y los errores de la vida cotidiana ordinaria. (Se trata aquí tanto de decisiones de la vida cotidiana ordinaria como de grandes decisiones políticas, sociales, económicas).
4- Debe autorizar, favorecer, estimular la felicidad del hombre medio, reconciliarlo con la muerte, consolarlo en las pruebas, moderarlo en el éxito” (De “El largo camino de los hombres”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1979).

Es oportuno agregar que el conocimiento necesario para establecer el resurgimiento de la humanidad implica adoptar con decisión una actitud cooperativa que garantice, con resultados inmediatos y a la vista, la respuesta que el orden natural espera de cada uno de nosotros. Por algo Cristo expresó: “Primeramente buscad el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura”. “El Reino de Dios está dentro de vosotros”.

Toda la “tarea” encomendada se reduce a adoptar, individualmente, la actitud cooperativa por la cual hemos de compartir las penas y las alegrías de los demás como propias. La paradoja de esta simple conclusión es que siempre ha resultado dificultoso convencer a los demás seres humanos a que intenten adoptar este camino.

Existe una gran necesidad de soluciones para los problemas humanos y sociales. Sin embargo, el mensaje evangélico no puede acceder al pensamiento lógico por cuanto viene revestido de misterios y de conceptos contraintuitivos. Lo que no puede aceptar la mente, no puede tampoco servir como sustento del pensamiento posterior. El predicador culpa de ello al consumismo o al sistema económico sin advertir que es él mismo quien no es capaz de llegar a quienes tienen necesidad de orientación.

jueves, 23 de junio de 2016

El desempleo tecnológico

Los descubrimientos científicos promueven el avance del conocimiento, además de nuevos adelantos tecnológicos que facilitarán nuestra vida cotidiana y liberarán a muchos hombres de tareas repetitivas. También las nuevas tecnologías permiten reducir costos de fabricación, aunque ello frecuentemente se logre reemplazando con máquinas a numerosos puestos de trabajo, lo que constituye el “desempleo tecnológico”. También las excesivas demandas laborales, promovidas por sindicalistas que incurren en presiones extorsivas al sector productivo, aceleran la necesidad de reducir empleos. Norbert Wiener escribió: “Es una degradación para un ser humano encadenarlo a un remo y usarlo como fuente de energía, pero es casi igual degradación asignarle tareas puramente repetitivas en una fábrica, que exigen menos de una millonésima parte de su poder cerebral. Es más sencillo organizar una fábrica o una galera, que utiliza individualidades humanas aprovechando sólo una fracción trivial de su valía, que preparar un mundo en el que estas pueden alcanzar su plena dimensión” (Citado en “El impacto de la automatización” de Walter Buckingham-Editorial Hobbs-Sudamericana SA-Buenos Aires 1964).

Si bien los puestos de trabajo perdidos son compensados por los nuevos que requiere la fabricación de máquinas y nuevos dispositivos, todo parece indicar que la velocidad de destrucción de viejos empleos supera la velocidad de generar los nuevos. La reducción de costos, en principio, permite al empresario disponer de mayor capital para la inversión, lo que llevará a generar puestos de trabajo adicionales. No siempre el adelanto tecnológico lleva como objetivo la reducción de costos, sino también la necesidad de lograr tareas de precisión que no pueden ser realizadas con efectividad por algún operario.

También el avance tecnológico ha permitido disminuir la cantidad de accidentes de trabajo, ya que las tareas de mucho riesgo han sido asignadas a los nuevos dispositivos tecnológicos. Walter Buckingham escribió: “La automatización mejora las condiciones de trabajo de varias maneras. Primero, en casi todos los casos proporciona mayor seguridad. Esto se debe a la manipulación mecanizada de materiales, eliminación de las tareas arriesgadas y reducción de la cantidad de personas en zonas de producción directa, gracias a los controles remotos”.

El campo laboral cambiante induce a la población a ser conciente de la necesidad de disponer de conocimientos suficientes para adaptarse rápidamente a un cambio de actividad para cuando su antiguo trabajo sea desplazado por una máquina. En la actualidad, más que nunca, se requiere de una capacitación laboral e intelectual que permita a un individuo desplazarse a otras actividades.

El problema no es nuevo; se tienen noticias que ya en el siglo XVIII, al aparecer las máquinas de hilar y de tejer, reemplazan al trabajo manual, promoviendo en los trabajadores desplazados actitudes de rechazo que los llevaba incluso a destruir las nuevas máquinas. Leonard M. Fanning escribió: “Mientras pasaba por Standhill, Lancashire, en 1767, Richard Arkwright oyó decir que los hilanderos habían atacado la casa de James Hargreaves, un hilandero de humilde origen, de quien se sospechaba con razón que poseía un método que le daba ventajas sobre los demás”.

“El invento de Hargreaves había surgido por accidente. Un día su hija Jenny, en una travesura infantil, derribó su torno de hilar. Éste cayó de tal forma que el huso, normalmente horizontal, quedó vertical. Continuó girando, y el pobre hilandero pensó: «¿Por qué no instalar una serie de husos verticales, conectados mecánicamente, de manera de poder hilar varios hilos al mismo tiempo?»”.

“Con ocho husos verticales, el «jenny» de Hargreaves –como se lo llamó en recuerdo de su hija- fue el primer mecanismo que hiló más de una hebra en forma simultánea. En un momento aumentó ocho veces su producción. Pero le fue imposible ocultar su secreto. Su gran producción despertó las sospechas y la furia de los hilanderos. Atacaron su casa y destruyeron el nuevo invento. Después de eso Hargreaves abandonó Standhill para radicarse en Nottingham” (De “Padres de la industria”-Plaza & Janés SA Editores Argentina-Buenos Aires 1965).

La reducción de puestos de trabajo, en la agricultura y en la industria, ha llegado al extremo de que, con un pequeño porcentaje de la fuerza laboral, se logra abastecer las necesidades que demanda la población en esos rubros. Robert L. Heilbroner escribió: “Hacia mediados del siglo pasado [se refiere al siglo XIX], las cosas empezaron a cambiar. Cyrus McCormick inventó la segadora, John Deere el arado de acero, el tractor hizo su aparición. Como consecuencia de ello, en el último cuarto de siglo, la proporción de fuerza de trabajo nacional en el sector agrícola había disminuido desde unas tres cuartas partes a la mitad, hacia 1900 a un tercio, en 1940 a una quinta parte y en la actualidad a un 3%”. “¿Qué ocurrió con las personas cuyos empleos fueron sustituidos por máquinas? Se trasladaron a otros campos de actividad, en los que las nuevas tecnologías estaban creando nuevas posibilidades de empleo”.

“Durante todo el tiempo en el que los obreros fueron empujados hacia las fábricas, para ser posteriormente despedidos, un tercer gran sector ofrecía grandes oportunidades y posibilidades para el empleo. Se trata de la creciente oferta de «servicios»: profesores y abogados, enfermeras y médicos, asistentes y cuidadoras de niños, funcionarios gubernamentales y agentes de tráfico, administrativos de archivo y mecanógrafas, guardas de seguridad o vendedores….De este modo el empleo en el sector servicios permitió salvar estas y otras modernas economías del terrible efecto devastador del desempleo” (Del Prólogo de “El fin del trabajo” de Jeremy Rifkin-Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 1999).

La automatización creciente ha hecho que muchos trabajos sigan siendo tan rutinarios como antes, mientras que otros requirieron de mayores conocimientos. “Un empresario francés expresaba: «La rapidísima evolución de la industria del vidrio y el espejo en los últimos treinta años, el aspecto muy técnico de la fabricación actual y los medios de control científico han transformado el oficio de vidriero, el cual ya nada tiene en común con el de antes. Los hombres de Chantereine hoy son controladores, calculadores, expertos electrónicos, mecánicos, supervisores de hornos, operarios de tractores o grúas […] con todo, el oficio de vidriero ha conservado su espíritu particular, hecho de devoción a la artesanía y al sentido del trabajo en equipo, y ha mantenido sus tradiciones»” (De “El impacto de la automatización”).

La automatización no sólo desplaza el trabajo manual, sino también el mental. Jeremy Rifkin escribió: “Mientras que las primeras tecnologías reemplazaban la capacidad física del trabajo humano sustituyendo máquinas por cuerpos y brazos, las nuevas tecnologías basadas en los ordenadores prometen la sustitución de la propia mente humana, poniendo máquinas pensantes allí donde existían seres humanos, en cualquiera de los muchos ámbitos existentes en la actividad económica”.

El poderío económico de las empresas multinacionales ha permitido incrementar el avance tecnológico, favoreciendo a las sociedades que se han preparado lo suficiente para adaptarse a los cambios y perjudicando a las que no se prepararon para tal adaptación. Rifkin agrega: “Incluso los países más desarrollados se tienen que enfrentar a un desempleo tecnológico creciente a medida que las empresas multinacionales construyen y ponen en marcha métodos productivos basados en las últimas tecnologías, a lo largo y ancho del mundo, provocando que millones de trabajadores no puedan competir con el rendimiento de los gastos, el control de calidad y la rapidez de entrega garantizados por los sistemas de producción automatizados”.

La ausencia de capital suficiente no implica que una economía no pueda ser eficaz. E. S. Buffa y R. G. Newman escribieron: “Un sistema de producción eficiente en una economía subdesarrollada es el que emplea mucha mano de obra y relativamente poco capital para producir, con costo mínimo de mano de obra, capital y materia prima por unidad del producto” (De “Administración de producción”-Hyspamérica-Buenos Aires 1986).

En cuanto a la evolución de la automatización de plantas industriales, Eliyahu M. Goldratt escribió: “Antes de los ’70 utilizábamos equipo electromecánico convencional que poco había cambiado en los últimos 40 o 50 años. Para 1975 habíamos introducido la tecnología de las computadoras a las operaciones de producción en la forma de equipos de control numérico”.

“Para 1980, aun antes de que la tecnología de control numérico se hubiera difundido, ya habíamos introducido las siguientes generaciones: equipo de control numérico por computadora y de control numérico directo. En lugar de máquinas de control numérico solas, ahora teníamos celdas, o grupos de máquinas, interconectadas y controladas desde una sola computadora fuente. A pesar de este rápido cambio, para 1985 nos vimos obligados a invertir enormes sumas de dinero para seguir a los japoneses en la introducción de los sistemas flexibles de manufactura. Los mercados cambiantes y las percepciones gerenciales cambiantes demandaban equipo controlado por computadora flexible capaz de manejar lotes de producción pequeños, y ajustarse a los rápidos cambios en el diseño de los productos”.

“Mientras invertimos en los sistemas flexibles de manufactura podemos ver que el siguiente paso está a la vuelta de la esquina. Muchos grandes fabricantes ya están invirtiendo millones de dólares en un intento por construir fábricas completamente automatizadas, plantas sin iluminación, una tecnología que aún hoy no está clara en cuanto a diseño y uso” (De “La carrera”-Ediciones Granica SA-Buenos Aires 2009).

El desempleo tecnológico todavía no ha provocado los desastres ocupacionales previstos por las visiones pesimistas. Ello se debe a que en muchos países existe un adecuado plantel de empresarios que pudieron incorporar bastante mano de obra; calificada o no. Por el contrario, en países subdesarrollados, en los cuales la mentalidad populista y socialista predominante combate y difama la actividad empresarial, el desempleo tecnológico ha incidido de distinta manera. Incluso la promoción exagerada de derechos, sin una igual promoción de deberes, ha popularizado la idea de que el Estado debe garantizar el mantenimiento diario de cada habitante, aun cuando no trabaje. El igualitarismo ha promovido, además, la quita de premios y castigos en los establecimientos educacionales, por lo cual la indisciplina consiguiente impide a la mayoría adquirir una capacitación acorde a las exigencias de la época. Subdesarrollo nacional implica mercados subdesarrollados, y ello, a su vez, implica ausencia empresarial en la proporción necesaria.

lunes, 20 de junio de 2016

Fundamentos filosóficos del marxismo

A pesar de los reiterados fracasos, luego de cualquier aplicación concreta, el marxismo sigue vigente al ser promovido por un vasto sector de la intelectualidad. Ello se debe a que resulta sencillo de comprender y, además, porque promete solucionar fácilmente los graves problemas que afectan la humanidad. Sin embargo, la accesibilidad a su comprensión se torna dificultosa en el momento de compatibilizarlo con la realidad. Henry de Lesquen escribió: “Hay en el marxismo una paradoja. Su doctrina, fundada en el análisis económico que toma prestado a los clásicos ingleses de principios del siglo XIX, ignora olímpicamente al hombre, sus aspiraciones y hasta sus simples características. En la práctica no ha logrado más que concebir –o justificar- las dictaduras más crueles. Y, sin embargo, no por ello ha dejado de ser la referencia de numerosos intelectuales y políticos occidentales, libres, con todo, para abarcar la magnitud del fracaso científico y humano del sistema”.

“¿Qué hay, pues, en el marxismo susceptible de convertirlo, de acuerdo con la fórmula de Raymond Aron, en el «opio de los intelectuales»? Y bien, hay un «corpus» ideológico innegablemente seductor. Por lo menos, al comienzo. ¿No es acaso cómodo, hasta reconfortante, abandonarse a un sistema de pensamiento cuya vocación consiste en explicarlo todo, preverlo todo y mostrar la vía que conduce a la sociedad ideal? Por añadidura, precedido por una reputación de generosidad –indudablemente usurpada, más bien establecida-, puede ser considerado como el último avatar de esa constante del pensamiento occidental que es el milenarismo, un mesianismo despojado de trascendencia” (De “La política de lo viviente” de Henry de Lesquen y el Club de l’Horloge-EUDEBA-Buenos Aires 1981).

El intelectual, que sigue sustentando el método prevaleciente en filosofía, valora toda ideología en función de su coherencia lógica en lugar de adoptar la actitud científica, que lo llevaría a valorarla, además, en función de su consistencia experimental. Pero el error más grave del marxismo consiste en describir la sociedad, para ofrecer luego su “medicamento milagroso”, sin siquiera establecer una descripción del comportamiento de los individuos que la conforman. “La tentativa humanista consiste en tratar de cercar la naturaleza real del hombre con toda lucidez y con toda modestia antes de pretender esbozar las grandes líneas de la sociedad futura. El humanismo verdadero ha coincidido con la revolución en el dominio de la ciencia y en particular de la ciencia del hombre, con el conocimiento más concreto del hombre como anterior al desarrollo de los valores humanistas…El marxismo, en tanto, ha aparecido por el contrario como un freno para el progreso científico”.

“Empero el marxismo pretende cumplir de hecho las promesas del antiguo humanismo. «El comunismo, siendo un naturalismo cumplido, coincide con el humanismo», acota Karl Marx. Presunción extraordinaria, en verdad, la de resolver los problemas de las asociaciones del hombre y la naturaleza sin siquiera plantear el problema de la naturaleza del hombre. El marxismo contigua un antropocentrismo que no crea ninguna antropología”.

Tanto la dialéctica como el “materialismo científico” no son tenidos en cuenta por la ciencia experimental, la que ha permitido el progreso del conocimiento humano y el avance tecnológico posterior. Eduardo Frei Montalva escribió: “Domina al mundo contemporáneo el mito del cientismo. Los pseudointelectuales que imperan en el mercado de las ideas aman la terminología de iniciados y el aparato técnico. Y en eso el marxismo los satisface muy profundamente. El bárbaro con alfabeto y con el sacro temor de la ciencia es una de las peores plagas que ha conocido la humanidad, pues creyendo saber, es absolutamente inculto, ya que no posee el verdadero sentido ni de las cosas ni de su propio destino, unido todo ello a una exasperante pretensión. Nutrido en el libro moderno de última factura, o de la revista ilustrada, desconoce los verdaderos valores humanos. Frente a él, un modesto campesino o un obrero no envenenado, que tiene el contacto simple y natural de la existencia, posee una cultura más rica”.

“Resumir esquemáticamente la teoría marxista es tarea relativamente sencilla. Heredó Marx los elementos de su construcción de dos filósofos alemanes: Hegel y Feuerbach. El primero creó la teoría del conocimiento, fundada no en la lógica de la evidencia, sino en el principio de contradicción. No es efectivo que las cosas no puedan ser y no ser. Al revés, el hombre sólo puede conocer por oposición a una idea contraria. Así, la idea de ser se afirma y se concibe sólo por oposición con la idea de no-ser”.

“Pero Hegel cree en la realidad de las ideas: la materia es sólo representación de ellas. El hombre no puede conocerla objetivamente. De ahí su idealismo”.

“El segundo, en su libro «La esencia del cristianismo», destruye este idealismo hegeliano y plantea su tesis materialista”.

“Marx unió estos dos elementos. Su primera afirmación es el materialismo. La materia es la única realidad y es la que engendra el espíritu que no es sino una manifestación superior de ella misma. No niega, pues, al espíritu; pero afirma que la materia es esencial y que aquél carece de existencia propia. En una palabra, niega el Espíritu absoluto, el que sólo integra la materia como una expresión de ella” (De “La política y el espíritu”-Ediciones Ercilla SA-Santiago de Chile 1940).

Este materialismo coincide en realidad con la postura adoptada por la mayor parte de los científicos en la actualidad. Sin embargo, lo que tiene poco sentido es una especie de “ley del yin y el yan” que habría de gobernar todos los procesos naturales y sociales. Frei Montalva agrega: “Esta materia, que engendra al espíritu, está regida por la ley de la contradicción. La contradicción no está en las ideas que son sólo una representación de la realidad que llega a la mente a través de los sentidos, sino en la materia misma. La contradicción está en el corazón de la realidad, le es esencial, «es la realidad misma que no se afirma sino en la contradicción»”.

Si se tienen en cuenta los avances de la física, en base a la mecánica cuántica y la relatividad, o los avances de la biología, en base a la evolución biológica, se advertirá que resulta imposible hallar en ellas algo así como una “lucha de opuestos”, de ahí que estas ideas no tengan cabida en la propia naturaleza. El principio de la ciencia experimental es la invariabilidad de la ley natural, que contradice la postura marxista. Este principio resulta evidente en astronomía, donde se extrapolan las leyes descubiertas por el hombre hacia un remoto pasado mostrando la validez, provisoria al menos, de tal principio.

Ducantillon escribió respecto de la creencia marxista: “Dentro de esta medida la realidad es dinámica y movible, es íntima y esencialmente movimiento, devenir; es una evolución constante de ella misma. Es decir, encuentra en ella misma su causalidad. Se comprende que este cambio está hecho de oposiciones, dudas, contradicciones, reflejos y autodestrucciones, no procede linealmente sino en zigzags, en espirales, por choques violentos, por catástrofes, en una palabra, por revoluciones. Así concebida la realidad llega a ser esencialmente revolucionaria: la revolución llega a ser la ley orgánica del mundo y de la vida”.

“El mundo –dice Engels-, para resumir esta dialéctica de lo real, no debe ser considerado como un complejo de procesos donde las cosas en apariencia estables, tanto como sus reflejos intelectuales en el cerebro, las ideas, pasan por un cambio ininterrumpido de devenir, destrucción y reacción”.

“Esta filosofía dialéctica disuelve todas las nociones de verdad absoluta, definitiva y de condiciones humanas inmutables que a ellas correspondan. No hay ante ella nada sagrado, absoluto ni definitivo; muestra la caducidad de todas las cosas y en todas las cosas; y no existen para ella sino procesos ininterrumpidos del devenir y de lo transitorio; de la ascensión sin fin de lo inferior a lo superior; de lo cual ella misma no es más que el reflejo del cerebro pensante” (Citado en “La política y el espíritu”).

Como resulta menos exigente, intelectualmente hablando, conocer las opiniones marxistas que estudiar física o biología, el pseudo-intelectual elige el camino más sencillo pretendiendo ubicarse en el pedestal de la intelectualidad. En esto existe poca diferencia con quienes aprenden la Biblia de memoria para satisfacer pretensiones puramente competitivas. La intelectualidad seria se nutre del conocimiento científico y de ahí parte para establecer interpretaciones filosóficas, en lugar de establecer postulados filosóficos generales para imponerlos a la propia realidad.

Además del frente filosófico, el marxismo dispone de un frente económico que se destaca esencialmente por proponer, como factor único de la producción, al trabajo, ignorando al capital, a la gestión empresarial y esencialmente a la inteligencia y a la información, ya que la innovación resulta ser el motor esencial en una economía libre. Henry de Lesquen agrega: “La visión global que de la sociedad propone el marxismo, de su evolución necesaria (el sentido de la Historia) y de su estado ideal (la sociedad comunista sin clases) reposa sobre dos pilares: un a priori filosófico, la dialéctica, cuyas recientes investigaciones, sobre todo en el campo de la biología molecular, han demostrado que decididamente no pueden aplicarse a la realidad, y cierta cantidad de nociones económicas, acerca de las cuales lo menos que se puede decir es que casi no han sido confirmadas por los hechos. La ideología marxista en ningún momento se refiere a un conocimiento real del hombre. El desprecio original del factor humano explica en buena parte el carácter propiamente inhumano de los regimenes que han intentado llevarla a la práctica”.

“Llevado a lo esencial, el marxismo consiste en aplicar cierto tipo de razonamiento a algunos conceptos económicos: la dialéctica. En la base de la visión social marxista se encuentra un concepto económico: el del valor. En un momento dado de la historia, sólo un factor de producción posee un valor real y constituye la fuerza motriz de la sociedad. Toda la sociedad se organiza a partir de dicho factor de producción y en función de él. Los detentadores de ese factor de producción son, en particular, quienes poseen el único poder real. La organización política y social, los valores culturales, no hace más que reflejar la preeminencia del citado factor y respaldar el poder de los que lo detentan”. “Pero –y aquí hace su aparición la dialéctica- la historia hace que ese factor de producción, que significa el único valor verdadero, no sea inmutable. En una época, es la tierra; luego, el capital. En nuestros días, según los marxistas, el trabajo ha pasado a ser el único factor de la producción. Ahora bien, toda nuestra estructura política y social data de la época en que el valor se refería al capital. Entonces, ella tiene como meta perpetuar el poder de la clase social que posee el capital: la burguesía”.

“A partir de estas premisas, todo se hace simple. El Estado democrático y liberal no tiene por función, como pretende, favorecer el desenvolvimiento de los hombres, sino más bien organizar el dominio de una clase social minoritaria, la burguesía, encarnación de una era histórica en lo sucesivo acabada, sobre otra clase social que representa la inmensa mayoría de la población y que es la única portadora de futuro, ya que ella sola detenta la fuerza de trabajo: el proletariado”.

“La dialéctica permite prever que muy pronto el proletariado accederá al poder y que entonces se organizará una sociedad nueva, hecha para él. Pero la transformación, por ineluctable que sea, no tendrá lugar sin una revolución violenta. ¿Acaso es posible imaginar que la burguesía abandone privilegios y poder sin resistencia? De ahí el famoso concepto de la lucha de clases”.

sábado, 18 de junio de 2016

Identidad psicosocial y sentido de la vida

Puede decirse que un hombre logra una plena identidad psicosocial cuando encuentra su lugar en la sociedad y en el mundo, sintiéndose parte importante y necesaria de cada agrupación de la que forma parte. Esta situación, que cae bajo la óptica de la psicología social, es análoga al sentido de la vida considerado por la psiquiatría de Viktor Frankl. Al menos no parece adecuado afirmar que alguien que carece de identidad haya encontrado un definido sentido de la vida. Erik H. Erikson escribió: “Cuando deseamos establecer la identidad de una persona, le preguntamos cuál es su nombre y qué condición ocupa dentro de su comunidad. La identidad personal tiene un significado más amplio: incluye también el sentido subjetivo de una existencia continua y una memoria coherente. La identidad psicosocial posee características aún más complejas, a la vez subjetivas y objetivas, individuales y sociales”.

“El sentimiento subjetivo de identidad es un sentimiento de mismidad y continuidad que experimenta un individuo en cuanto tal; pero supone también una cualidad especial, cuya mejor descripción ha sido hecha probablemente por William James. El carácter de un hombre –escribía- es discernible en «la actitud mental o moral que, al descubrir ese carácter, le hace sentirse más profunda e intensamente vivo y activo. En tales momentos, hay una voz interior que dice: ‘¡Este es mi yo real!’». Semejante experiencia incluye siempre un elemento de tensión activa, de posesión de mi mismo, por así decirlo, y la confianza en realizar nuestra parte en el mundo sensible, así como para hacerlo de modo completamente armónico, «pero sin ninguna garantía de conseguirlo». Así puede llegar una persona madura al asombroso o exuberante descubrimiento de su identidad” (De la “Enciclopedia Internacional de las Ciencias Sociales”-Aguilar SA de Ediciones-Madrid 1975).

La construcción de una identidad propia es la principal tarea que nos exige la vida. José Ortega y Gasset escribió: “Mientras el tigre no puede desintegrarse, el hombre vive en riesgo permanente de deshumanizarse. No sólo es problemático y contingente que le pase esto o lo otro, como a los demás animales, sino que al hombre le pasa a veces nada menos que no ser hombre. Y esto es verdad, no sólo en abstracto y en género, sino que vale referido a nuestra individualidad. Cada uno de nosotros está siempre en peligro de no ser el sí mismo, único e intransferible que es. La mayor parte de los hombres traicionan de continuo ese sí mismo que está esperando ser” (Citado en “En búsqueda de la propia identidad” de P. Rafael Fernández A.-Editorial Patris-Buenos Aires 1984).

Según la Iglesia Católica, la construcción de la identidad propia es un requisito previo a la adopción del sentido de la vida orientado hacia el cumplimiento de la voluntad de Dios. En el lenguaje y visión de la ciencia, puede decirse que es el requisito previo para lograr una plena adaptación al orden natural. En la encíclica Populorum Progressio se afirma: “En los designios de Dios, cada hombre está llamado a promover su propio progreso, porque la vida de todo hombre es una vocación dada por Dios para una misión concreta. Desde su nacimiento, ha sido dado a todos, como germen, un conjunto de aptitudes y cualidades para hacerlas fructificar; su floración, fruto de la educación recibida en el propio ambiente y el esfuerzo personal, permitirá a cada uno orientarse hacia el destino que le ha sido propuesto por el Creador. Dotado de inteligencia y de libertad, el hombre es responsable de su crecimiento, lo mismo que de su salvación. Ayudado, y a veces estorbado, por los que lo educan y lo rodean, cada uno permanece siempre, sean los que sean los influjos que sobre él se ejercen, el artífice principal de su éxito o de su fracaso; por sólo el esfuerzo de su inteligencia y de su voluntad, cada hombre puede crecer en humanidad, valer más, ser más”.

Por lo general, tenemos la voluntad y la pretensión de mejorar la sociedad que nos rodea sin que previamente hayamos intentado mejorarnos a cada uno de nosotros mismos, que es quien, en realidad, tenemos a nuestro alcance. Rafael Fernández A. escribió: “Quien no se mantiene en un estado de alerta y no toma las riendas de sí mismo en sus manos, pronto tendrá que lamentarse y decir: «Aquel que soy saluda tristemente al que debiera ser»”.

“La autoformación se plantea en este contexto. Es la respuesta a nuestra estructura como seres germinales, polivalentes y amenazados. Si constitutivamente somos un proyecto por realizar, es necesario, entonces, que pongamos manos a la obra. La autoformación es el esfuerzo libre y consciente que tiene por finalidad desarrollar e integrar plenamente la personalidad en sí misma y en sus relaciones”.

Cuando el hombre pierde de vista la existencia del orden natural, al que debe adoptar como referencia, cae en el grave error de pretender establecer sentidos de la vida “artificiales”. Este es quizás el mayor escollo que se opone a una plena adaptación del hombre al orden natural. Así, el hombre secularizado, el que pierde de vista lo eterno y lo universal, encuentra caminos que no lo llevan a ninguna parte. Michele Armini escribió: “El hombre secularizado carece de raíces; se caracteriza por la condición de desarraigo. Raíces del hombre son la naturaleza, la pertenencia al inmenso mundo viviente; la cultura, como humanización de la naturaleza prolongando sus leyes dentro de los ritmos activos de la colectividad y transmitiéndolas mediante la tradición; la religión, que sella con el sentido de lo sagrado la identidad individual y comunitaria”.

“Ahora bien, el hombre secularizado busca la propia identidad en una libertad que quiere prescindir de la naturaleza, de la tradición, de la religión –vividas como límites y condicionamientos- para proyectarse sin otro criterio que el propio deseo. Pero esta actitud, si puede dar la embriaguez de la libertad, más fácilmente da vértigos. Y no necesariamente por falta de valentía, sino, por lo menos igualmente, por necesidad de verdad: la verdad de la propia condición humana, que la secularización radical desconoce y reduce”.

“Si no podemos usar la fórmula tal vez excesiva de «pérdida de identidad», podemos suscribir la de «identidad débil» como característica principal del hombre de fin de siglo. Débil quiere decir sin raíces profundas, y, por tanto, necesitado de buscarlas; quiere decir discontinua y, por tanto, dedicada a la experimentación; quiere decir sectorial, subdivida en papeles que no comunican entre sí e incapaz de encontrar un perno unificante. En una palabra, quiere decir más cercana a una tipología infantil que a la tipología clásica de la persona adulta”.

“¡Qué resultado singular! El hombre secularizado quería ser el hombre adulto; que, a diferencia del hombre religioso del pasado, impregnado de un sentimiento fundamental de dependencia, es capaz de autonomía, sabe tomar en mano y administrar la propia vida por sí mismo. En cambio la libertad del hombre de hoy ya no sabe cuál dirección tomar y se vacía en una serie de experiencias fragmentadas” (De “Introducción a la Teología moral”-Editorial San Pablo-Bogotá 2007).

En cuanto al vínculo entre psicoterapia y religión, Viktor Frankl escribió: “El fin perseguido por la psicoterapia es la curación psíquica, el fin de la religión consiste en la salud (o salvación) del alma. Cuán distintos sean uno del otro estos dos fines podría deducirse del hecho de que el sacerdote en ciertos casos luchará por la «salud» del alma del creyente, aun exponiéndose conscientemente a aumentar en éste las tensiones emocionales, y no hará nada por evitárselas, ya que primariamente y ante todo al sacerdote no le mueve motivo alguno psicohigiénico; la religión es algo más que un simple medio de evitar a la gente úlceras de estómago psicosomáticas, como observaba en broma un padre jesuita estadounidense”.

“Ahora bien, por más que la religión sea, según su intencionalidad primordial, ajena a toda curación o profilaxis de tipo médico, sucede que en sus resultados –y no según su intención- produce efectos psicohigiénicos e incluso psicoterapéuticos, al originar en el hombre un sentimiento de alivio y anclarle en algo que no ha podido hallar en otra parte, a saber, en la trascendencia, en el Absoluto. Por otra parte, también en la psicoterapia podemos ver que se da a veces, sin haberlo pretendido, un efecto secundario análogo al que acabamos de describir, cuando en ciertos casos particulares el paciente, en el curso de su tratamiento, se remonta a las fuentes, durante mucho tiempo cegadas y escondidas, de una fe primordial, inconsciente y reprimida” (De “La presencia ignorada de Dios”-Editorial Herder SA-Barcelona 1977).

La construcción de nuestra propia personalidad debe ser la meta de mayor importancia. Si bien gran parte de nuestra mente y de nuestra memoria es empleada para salir airosos en la lucha diaria por nuestra subsistencia, siempre debe quedar un margen de tiempo dedicado a la introspección psicológica comparando lo que somos con lo que deberíamos llegar a ser. Si no tenemos esta referencia, no podremos construir adecuadamente nuestra identidad psicosocial. Giulio Cesare Massa escribió: “Hoy, salvo la vida, se programa todo: el trabajo, la cultura, las instituciones…Pero en el difícil oficio de vivir nos contentamos con la improvisación o la costumbre. Cansados del racionalismo occidental, algunos recurren a técnicas orientales, otros se adaptan al desempleo, embaucados por modas o drogas, y muchos otros quisieran «proyectarse» mejor pero no encuentran los estímulos convenientes para delinear y construir, gestionar la propia existencia y alcanzar la plenitud deseada” (De “Construirse a sí mismo”- Editorial San Pablo-Madrid 1995).

La construcción de nuestra personalidad es un requisito implícito en el aparente sentido objetivo de la vida que nos impone el orden natural como precio que debemos pagar por nuestra supervivencia, pero este precio no es un “gasto”, sino una “inversión”, y esto rige tanto para las personas religiosas como para las que no lo son. En la actualidad, en lugar de proponernos construir nuestra “estatua interior”, predomina la tendencia a construir nuestra “estatua exterior”, mediante cirugías estéticas si fuera necesario. El biólogo y Premio Nobel Françoise Jacob titula su autobiografía precisamente como “la estatua interior”, en la que, asociada a esa construcción, aparece una proyección hacia el futuro propia de quien encontró un sentido definido para su vida, aunque tenga que reafirmarlo cotidianamente, escribiendo al respecto: “Mi vida se desarrolla principalmente en el porvenir. Se fundamenta en la espera. Es preparación. Sólo puedo gozar del presente en la medida en que es promesa de futuro. Busco la Tierra Prometida. Escucho la música del futuro. Mi alimento es la expectación. Mi droga, la esperanza. De niño no soportaba la falta de objetivos y con cualquier cosa me inventaba lo que llamaba «lucecitas» para iluminar el día o la semana que comenzaba. Si escribo este libro sobre mi vida pasada no es para recrearme complacido en él ni para ajustar cuentas. Lo hago para darme a mí mismo un objetivo nuevo, una vida nueva. Para producir futuro con mi pasado. Lo que está hecho me aburre. Sólo me atrae lo que está por hacer. Si tuviera que formular un ruego, no sería tanto «concédeme la fuerza» como «concédeme el deseo» de hacer” (De “La estatua interior”-Tusquets Editores SA-Barcelona 1989).

jueves, 16 de junio de 2016

¿Puede un cristiano ser también peronista?

Ser cristiano significa parecerse a Cristo, o bien intentar serlo. Ser peronista significa parecerse a Perón, o bien intentar serlo. Un hombre podría calificarse de cristiano-peronista sólo en el caso de que tanto Cristo como Perón hayan mostrado atributos morales e intelectuales similares; de lo contrario será una calificación sin sentido, o bien podrá considerarse que un peronista adopta el disfraz cristiano con intenciones poco loables. Michele Aramini escribió: “Respecto de Jesús se realiza lo que varias veces hemos dicho: el hombre descubre que su identidad no deriva de un descubrimiento, sino de un querer. Para querer es necesario que el imperativo desde siempre presente en su conciencia en forma inicial asuma la figura del mandamiento. En Jesús el mandamiento se determina en la llamada perentoria: «¡Sígueme!» En esta palabra no está indicada una meta, sino sólo un camino. Pero así debe ser. Se llega a la meta sólo si se acepta seguir un camino, de lo contrario no se llega a ninguna parte”.

“Hemos usado un par de términos tradicionales para hablar del carácter cristológico de la moral: seguimiento e imitación. El primer término recuerda el camino, el segundo la meta. ¿La moral cristiana es seguimiento o imitación? La tradición histórica del cristianismo ha preferido, siguiendo a San Pablo, la imitación de Cristo, mientras Lutero consideró evangélicamente correcto sólo el seguimiento, en cuanto en los evangelios sinópticos (Marcos, Mateo y Lucas) no se encuentra la terminología de la imitación. En realidad, en los sinópticos no falta la realidad de la imitación, más aún, en un texto de capital importancia seguimiento e imitación están unidos: «Si alguno quiere venir en pos de mí reniéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame (Mc 8,34)»” (De “Introducción a la Teología moral”-Editorial San Pablo-Bogotá 2007).

La esencia del cristianismo radica en unificar la moral individual, o familiar, con la moral social, ya que el “Amarás al prójimo como a ti mismo” implica a todas y cualquier persona, como una predisposición a compartir las penas y las alegrías de los demás como propias. Incluso sugiere “amar al enemigo”, de manera de limitar o anular toda posible disputa que pueda presentarse.

En cuanto al peronismo, algunos analistas políticos lo han calificado de “fascismo de las clases bajas”, ya que promueve el odio entre sectores e incluso los alienta hacia la violencia material. Félix Luna escribió sobre Perón: “A continuación dijo algo que ningún gobernante del mundo se ha atrevido a decir: «Establecemos como una conducta permanente para nuestro movimiento: aquel que en cualquier lugar intente alterar el orden en contra de las autoridades constituidas o en contra de la ley o de la Constitución, ¡puede ser muerto por cualquier argentino!»”.

“Y todavía agregó que esta conducta, «que ha de seguir todo peronista», no solamente se dirigiría contra los que la ejecuten sino también contra los que conspiren o inciten”.

“Ya era de noche y de la plaza salía un bramido de entusiasmo cada vez que Perón voceaba estas frases insensatas. Insistió: «La consigna para todo peronista, esté aislado o dentro de una organización, es contestar a una acción violenta con otra más violenta….¡Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de los de ellos»” (De “Perón y su tiempo”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1986).

Otras insinuaciones a la violencia se mencionan a continuación:

“El día que se lancen a colgar, yo estaré del lado de los que cuelgan” (2-8-46)
“Entregaré unos metros de piola a cada descamisado y veremos quien cuelga a quien” (13-8-46)
“A mí me van a matar peleando” (13-8-46)
“Con un fusil o con un cuchillo, a matar al que se encuentre” (24-6-47)
“Esa paz tengo que imponerla yo a la fuerza” (23-8-47)
“Levantaremos horcas en todo el país para colgar a los opositores” (8-9-47)
“Vamos a salir a la calle de una sola vez para que no vuelvan nunca más ellos ni los hijos de ellos” (8-6-51)
“Distribuiremos alambre de enfardar para colgar a nuestros enemigos” (31-8-51)
“Para el caso de un atentado al presidente de la Nación….hay que contestar con miles de atentados” (Plan político Año 1952)
“Se lo deja cesante y se lo exonera…por la simple causa de ser un hombre que no comparte las ideas del gobierno; eso es suficiente” (3era. Conferencia de Gobernadores, pág. 177)
“Vamos a tener que volver a la época de andar con alambre de fardo en el bolsillo” (16-4-53, horas antes del incendio de la Casa del Pueblo, la Casa Radical, la sede del Partido Demócrata Nacional y el Jockey Club)
“Leña…leña….Eso de la leña que ustedes aconsejan, ¿por qué no empiezan ustedes a darla?” (16-4-53)
“Hay que buscar a esos agentes y donde se encuentren colgarlos de un árbol” (16-4-53)
“Compañeros: cuando haya que quemar, voy a salir yo a la cabeza de ustedes a quemar. Pero entonces, si eso fuera necesario, la historia recordará la más grande hoguera que haya encendido la humanidad hasta nuestros días. Los que creen que nos cansaremos se equivocan. Nosotros tenemos cuerda para cien años” (7-5-53)
“A unos se los conduce con la persuasión y el ejemplo; a otros con la policía”
“Que sepan que esta lucha que iniciamos no ha de terminar hasta que no los hayamos aniquilado y aplastado” (31-8-55)
“Nuestra nación necesita paz y tranquilidad….y eso lo hemos de conseguir persuadiendo, y si no a palos” (31-8-55)
“Veremos si con esta demostración nuestros adversarios y nuestros enemigos comprenden. Si no lo hacen, ¡pobres de ellos!” (31-8-55)
“Yo pido al pueblo que sea él también un custodio del orden. Si cree que lo puede hacer, que tome las medidas más violentas contra los alteradores del orden” (31-8-55)
“¡Al enemigo, ni justicia!” (Memorando para el Dr. Subiza)
“¡Ahh…si yo hubiese previsto lo que iba a pasar…entonces sí: hubiera fusilado al medio millón, o a un millón, si era necesario. Tal vez ahora eso se produzca” (9-5-70)
“Si yo tuviera 50 años menos, no sería incomprensible que anduviera ahora colocando bombas o tomando la justicia por mi propia mano” (30-12-72)
“Los militares son todos unos bestias” (5-2-73)
(Extractos del Diario “La Nación”, Domingo 4 de Marzo de 1973, página 11)

La división de la sociedad argentina, profundizada por el peronismo, resulta ser esencialmente una división ética, antes que social o económica. Para la gente decente resulta totalmente inaceptable que alguien incite a la violencia de la manera en que lo hizo Perón, mientras que el peronista encuentra, por alguna razón psicológica difícil de explicar, cierta identificación con el líder, de ahí la división que el kirchnerismo trató luego de mantener vigente; y con bastante éxito, por cierto.

Resulta más que evidente que un cristiano auténtico, es decir, alguien quien al menos trate de seguir a Cristo, no puede ser peronista, ya que cristianismo y peronismo son opuestos exactamente de la misma manera en que el amor es lo opuesto al odio. De ahí podemos extraer, como consecuencia, el principio necesario para el resurgimiento de la sociedad argentina: realizar una masiva conversión desde el peronismo al cristianismo.

En cuanto al Papa Francisco, que nunca ha negado haber sido peronista, o seguir siéndolo, puede decirse que si lo es, entonces no es cristiano. Si bien existen jóvenes que “conocen” a Perón a través de versiones parcializadas, y que pueden ser cristianos y también “peronistas”, bajo cierto engaño ideológico, en el caso de Jorge Bergoglio la cosa es distinta, porque vivió de niño y de adolescente las primeras presidencias de Perón, cuando incitaba a matar a los “enemigos”, que podían definirse como la gente decente aborrecida por Perón.

Para conocer a alguien, podemos adoptar parcialmente el “Dime con quién andas y te diré quién eres”. En el ámbito intelectual, puede decirse: “Dime quién es tu ídolo político y te diré quién eres”. De ahí que no deba resultar extraño que el Papa Francisco haya apoyado espiritualmente a personajes representativos de la asociación ilícita constituida por el kirchnerismo. Si bien el apoyo espiritual resulta más necesario en quien más lo necesita, los personajes kirchneristas, luego de visitar al Papa, salieron fortificados para seguir agrediendo y difamando de alguna forma a la gente decente. Por el contrario, cuando Cristo se juntaba con pecadores, los inducía a que se convirtieran en personas justas.

miércoles, 15 de junio de 2016

El Papa y la globalización

El proceso de la globalización económica tiende a aceptarse siempre y cuando se sustente en nuestras preferencias ideológicas personales. De lo contrario, se lo criticará y se buscará denigrarlo. Así, los sectores populistas y marxistas se oponen a la globalización económica que adopta a la economía de mercado, mientras que no tuvieron mayores inconvenientes en apoyar los intentos imperialistas de la URSS cuando pretendía globalizar al socialismo y a su economía planificada desde el Estado.

Uno de los argumentos empleados es la posible pérdida de la identidad nacional que padecerán los diversos pueblos ante la “uniformidad” que habría de provocar la globalización económica vía mercado, olvidando que en la época de Mao-Tse-Tung los chinos utilizaban una misma vestimenta evidenciando la mayor uniformidad posible. Jorge Bergoglio escribió: “Los ingentes problemas y desafíos de la realidad latinoamericana no se pueden afrontar ni resolver reproponiendo viejas actitudes ideológicas tan anacrónicas como dañinas o propagando decadentes subproductos culturales del ultraliberalismo individualista y del hedonismo consumista de la sociedad del espectáculo”.

“Todos los pueblos se fusionan en una uniformidad que anula la tensión entre las particularidades”. “Esta globalización constituye el totalitarismo más peligroso de la posmodernidad. La verdadera globalización hay que concebirla no como una esfera sino como un poliedro: las facetas (la idiosincrasia de los pueblos) conservan su identidad y particularidad, pero se unen tensionadas armoniosamente buscando el bien común” (Del Prólogo de “Una apuesta por América Latina” de Guzmán Carriquiry-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2005).

Es oportuno aclarar que la uniformidad proviene de las economías planificadas desde el Estado (socialismo), mientras que las economías de mercado se basan esencialmente en la competencia y la innovación. Como los planificadores estatales son muy pocos y los innovadores son muchos, la uniformidad se da más fácilmente en el primer caso. De todas maneras, los sectores socialistas no deben desconocer que la globalización económica capitalista ha sacado de la pobreza a decenas de millones de personas, especialmente en China e India, mientras que los regímenes socialistas, como el de Cuba y el de Venezuela, ha marchado en sentido inverso.

Un sistema individualista tiende a ser muchos menos uniformador que un sistema colectivista. Incluso los intentos por anular todo vestigio de individualidad, por parte del marxismo-leninismo en el poder, tuvieron el alto costo de decenas de millones de víctimas inocentes. De ahí que Francisco parece ignorar las grades catástrofes sociales producidas por el colectivismo anti-individualista al cual adhiere. Loris Zanatta escribió sobre el Papa: “La defensa de la identidad del pueblo, especie de ave fénix, oscurece el Estado de derecho, cuyos principios son considerados inapropiados instrumentos de las clases coloniales [la clase media, según Francisco] contra la virtud del pueblo. El populismo vuelca así su impulso maniqueo en la arena política. Resultado: la dialéctica política se transforma en guerra entre pueblo y anti-pueblo; el Apocalipsis es una profecía auto-cumplida; la redención sigue siendo un sueño insatisfecho. Lo cual no impide, sin embargo, que Francisco, afligido por la idea de la globalización infecta y mata las identidades del pueblo, diversas entre ellas pero todas signadas por la religiosidad, invoca una defensa a ultranza”.

“A ello apunta cuando se rebela contra la uniformidad que el capital impondría al mundo; cuando reclama pluralismo, un concepto que Bergoglio conjuga de manera personal: nuevamente como pluralidad de pueblos y no de individuos; por más que muchos pueblos no admitan pluralismo en su interior. No obstante es obvio que las identidades no son inmunes al cambio, que están sujetas a mezclarse entre sí. La imputación del Papa que acusa a la globalización de colonizar la identidad del pueblo fue antes dirigida a la cristiandad, cuando se plasmaron las identidades populares que hoy Francisco defiende como si fueran eternas y estáticas”.

“Pero cuántas charlatanerías abstrusas, se me dirá: la sustancia es que el Papa defiende a los pobres y denuncia a los poderosos. El resto es artificio intelectual, actividad que Francisco ama tan poco que a menudo repite que la Realidad es superior a las Ideas. La tradición populista es, por otra parte, anti-intelectual por definición. El argumento es tan fuerte, tan definitivo al poner a quien lo afirma en una posición de superioridad moral, que no deja mucho margen a las objeciones”.

“Al laico, enfermo de dudas, a quien el estudio de la historia le ha enseñado que a menudo las mejores intenciones hacen más daño que el granizo y alejan los objetivos que se querían alcanzar, algunas preguntas le surgen espontáneamente. La primera es si las imprecisas ideas que el Papa expone sobre economía son las más adecuadas para reducir las desigualdades sociales y la pobreza. Lo dudo. Y sé que muchos también lo hacen. El Papa no es un economista y no está obligado a dar recetas. Me parece justo. Pero dado que es sacrosanto y se manifiesta sobre tales materias, también será lícito expresarse sobre si están fundados o no sus diagnósticos y las terapias a las que alude: en síntesis, mucho menos mercado, mucho más Estado; la economía tendría que basarse en principios morales y no en la lógica de los beneficios. Lo cual, digámoslo, no constituye una gran novedad. El hecho es que los modelos económicos populistas a los que alude Francisco nunca dieron buenos resultados: ni en términos de creación de riqueza para distribuir, ni en la reducción estructural de las desigualdades. Las economías populistas fabricaron pobreza en nombre del pobre y su herencia suele pesar sobre las generaciones futuras. ¿No será excesiva la hostilidad del Papa por el mercado?” (De “Un Papa populista”-Revista “Il Mulino”-Marzo 2016).

Mientras que el liberalismo deja un amplio margen de acción a la religión, la filosofía y las ciencias sociales, en cuanto a promover sugerencias éticas que impidan que la libertad inherente a la economía libre caiga en el libertinaje, el socialismo tiende a reemplazar todo tipo de sugerencia ética suponiendo que los principios morales necesarios serán absorbidos por todo habitante una vez que se imponga una economía colectivista.

Loris Zanatta agrega: “El más intrigante nudo del pensamiento de Francisco nos lleva a su reflexión sobre los pobres, entendidos como categoría sociológica, y al Pobre, en el sentido espiritual. El dilema es claro: por un lado, el Papa lanza dardos contra el injusto sistema económico, causa de la difundida pobreza en el mundo; pero, por otro lado, señala al Pobre como la quintaesencia de las virtudes que hay que preservar. ¿Francisco subscribiría la famosa frase de Olof Palme, «Nuestro enemigo no es la riqueza, sino la pobreza»”.

“Frente al riesgo de que con la pobreza desaparezcan las virtudes cristianas del Pobre, ¿prefiere entonces un mundo de pobres? Esto se desprende de su explícita postura frente a la pobreza. No queda claro. Bergoglio se expresa algunas veces contra la pobreza, y en otras, en defensa del Pobre. Quizás piense, como Fidel Castro, que cuando la riqueza comienza a corromper y a contaminar al pueblo, entonces hay que preservar algo más potente que el dinero: la conciencia. Lástima que esto presuponga la existencia de un Estado ético que se arrogue el derecho de plasmar la «conciencia» del pueblo y de establecer lo que está bien o mal para él: un Estado totalitario, heredero del antiguo ideal del Estado confesional, por el cual no excluyo que Francisco sienta nostalgia”.

“Mientras tanto, suceden muchas cosas y se plantean enormes interrogantes sobre los fundamentos de su visión del mundo y sobre la noción de pueblo que lo inspira; y, por ende, sobre la eficacia de que la Iglesia restituya su relevancia perdida. Las sociedades modernas, también en el sur del mundo, siempre son más articuladas y plurales. Hablar de un pueblo que protege identidades puras e intrínsecas de religiosidad es a menudo un mito que no se corresponde con la realidad”.

“No tiene sentido seguir considerando a las clases medias, que han crecido enormemente y están ansiosas por poder consumir más y tener mejores oportunidades, como clases coloniales enemigas del pueblo. Muchos pobres de ayer hoy forman parte de las clases medias. El mercado religioso se encuentra en una rápida evolución y la secularización avanza a pasos agigantados. Incluso en el plano político, los populismos con los que el Papa comparte muchas afinidades, sufrieron muchos golpes, especialmente en América Latina, tanto que lleva a sospechar si no están quedando huérfanas del pueblo que invocan”.

Las crisis sociales que afectan a los pueblos no se han de solucionar desde el ámbito propio de la economía, y muchos menos desde economías planificadas o totalitarias. Las crisis sociales se producen esencialmente ante la ausencia de un sentido de la vida compatible con las leyes naturales que conforman el orden natural. Si la Iglesia Católica renuncia a predicar la ética cristiana y se dedica a promover la Teología de la Liberación, que es esencialmente marxismo-leninismo con disfraz cristiano, pocas probabilidades de mejora social habrá en los países mayoritariamente católicos.

Quienes, como Francisco, consideran que el capitalismo es algo perverso y el socialismo algo benigno, parecen desconocer que en las sociedades tradicionalmente capitalistas, como los EEUU, el cristianismo tiene una importante acogida, mientras que durante la vigencia del socialismo soviético, la religión fue perseguida hasta niveles extremos. El actual Papa debería dedicarse a predicar los Evangelios en lugar de promover las divisiones sociales que tanto daño le han hecho a la humanidad. Culpar a los sectores productivos, a los empresarios y a las clases medias, como culpables de todos los males existentes, sólo permite acentuar los conflictos y el odio entre sectores.

domingo, 12 de junio de 2016

El mesianismo proletario y el Papa

Tanto el judío como el cristiano viven su religión con la esperanza de la llegada de un Mesías que orientará a los hombres y dará inicio a una etapa de esplendor de la humanidad. Mientras que, para el cristiano, el Mesías ya estuvo entre nosotros y espera su nueva presencia, para el judío todavía no llegó.

Karl Marx presenta en el siglo XIX una innovación de importancia, ya que supone que el mesías esperado no ha de estar encarnado en un hombre, sino en un pueblo, o más concretamente, en una clase social determinada. De ahí surge la “ley de Marx”, que sostiene que el proletariado (la clase social mesiánica) sólo posee virtudes y carece de defectos, mientras que la burguesía (la clase social perversa) carece de virtudes y sólo posee defectos. Nicolás Berdiaev escribió: “No hay que buscar la esencia del marxismo en su fase objetivamente científica, evolucionista, dirigida hacia el desarrollo de las fuerzas materiales productivas. No es eso lo que hace de él una religión y lo que inspira y entusiasma a las masas. Éstas no podrían entusiasmarse por la noción de desarrollo económico. Hay dos almas en el marxismo, y es lo que explica la contradicción lógica y moral que hemos intentado demostrar. Su lado objetivo, moral y religioso, ligado a la idea de la misión universal del proletariado, a la lucha de clases y a la justicia absoluta, que ha de nacer de esa lucha. La idea del mesianismo proletario, la idea de que el proletariado tiene una misión especial que cumplir en el mundo, que está llamado a libertar a la humanidad, a procurarle fuerza y felicidad, a resolver todas las cuestiones angustiosas de la vida: he ahí en lo que consiste la creación más original de Marx. Fueron numerosos los que antes que él habían expresado sus pensamientos hablando de materialismo económico y de la lucha de clases en la historia. Pero tan sólo él enunció con profunda genialidad la idea de que el proletariado es el mesías, el libertador y el salvador de la humanidad”.

“El viejo pueblo de Israel creía ser el pueblo de Dios, de cuyo seno saldría el Mesías, el Enviado, el Salvador, que le llevaría al Reino de Dios. El pueblo mesiánico posee cualidades diferentes que las de todas las otras razas de la Tierra; es excepcional, está más cerca de Dios y posee una Verdad que no conocen los demás pueblos. Marx era un israelita y en su subconsciente, como en todos los israelitas notables, subsistía una concepción mesiánica. Se había desprendido de las raíces religiosas de su pueblo, perdió la fe en Dios y se hizo materialista. Pero la imagen espiritual del hombre no puede ser determinada por sus teorías intelectuales”.

“Marx permaneció israelita hasta la médula, creía en la idea mesiánica, en la venida del Reino de Dios a la Tierra, aunque ésta se realizara sin Dios. Pertenecía a la especie de hebreos que renegaron de Cristo y no reconocieron en Él al Mesías que esperaban y que debía traer a la Tierra la realización del reino de justicia y felicidad. Confesaba bajo una forma seglar, es decir, ajeno a las raíces religiosas, el antiguo milenarismo israelita. Pero ya no fue para Marx el pueblo hebreo el pueblo elegido de Dios. El Mesías, renegado por el pueblo israelita, murió como un esclavo, crucificado; no realizó, por consiguiente, la verdad, la justicia, la felicidad, la fuerza en la Tierra. Su Reino no era de este mundo”.

“El nuevo Mesías vendrá con fuerza y realizará con gloria todas las esperanzas mesiánicas, su reino será el reino de este mundo. Este mesías se apareció a Marx bajo los rasgos del proletariado, de la clase obrera. Marx le atribuyó todas las virtudes del pueblo mesiánico y le concedió las más excelsas del antiguo pueblo de Israel. El proletariado, según él, exento del pecado original de explotación, mientras las demás clases quedan supeditadas al mismo, es puro y ha de representar el tipo más moral de la humanidad futura. En él se manifiestan las naturalezas auténticas del hombre y del trabajo. La Verdad que concierne a la concepción materialista de la historia, la lucha de clases, la creación de todo valor por medio del trabajo, y, en fin, su propia vocación, le ha sido revelada. El proletariado debe desenvolver la fuerza organizadora del hombre y llevarla a la victoria de la economía sobre la naturaleza y la anarquía social inherentes a la sociedad burguesa capitalista”.

“Ha de arrancar el velo de todas las ilusiones y las autosugestiones anteriores de la humanidad. Borrará la lucha de clases, suprimirá su existencia, creará la unión en la humanidad y la conducirá hacia la armonía. El triunfo de la revolución universal del proletariado pondrá término al reino de la Necesidad, en el cual vivía antes la humanidad, e inaugurará el reino de la libertad con el socialismo”.

“Por consiguiente, la historia no comienza realmente más que después del triunfo del proletariado. Lo que le precedió no fue más que un prólogo. Su victoria partirá a la historia universal en dos. Una nueva era universal empezará. El proletariado consciente, siendo la única, verdadera humanidad, coincidirá en sus intereses con los de la colectividad”. “Esta naturaleza del proletariado no ha podido ser revelada por una ciencia objetiva, pues no puede más que ser objeto de fe, que según San Pablo, es la afirmación y la demostración de las cosas invisibles. Lo que se revela a los ojos de Marx y de los marxistas es una entidad que no puede verse ni cabe en el conocimiento científico”.

“El proletariado tomado en su conjunto, poseyendo una naturaleza única, no existe. En épocas y países diferentes, en dominios diferentes de trabajo posee naturalezas múltiples, intereses varios y estado de espíritus. El marxismo no se preocupa del proletariado efectivo tal como aparece en la historia; pero sí de la «Idea» del proletariado. Cree en esta «Idea», a la cual la clase obrera, en sus diferentes manifestaciones, puede muy bien no corresponder con la realidad. Su método no es un método empírico. El marxismo, en cuanto a concepción integral, no está basado sobre la experiencia histórica; la contradice. Parte de concepciones aceptadas ciegamente. La idea del mesianismo proletario presenta en sí todos los síntomas de la fe religiosa. Las propiedades empíricas, efectivas, del proletariado no autorizan de ningún modo semejante fe” (De “El cristianismo y el problema del comunismo”-Editorial Espasa-Calpe SA-Madrid 1968).

En la actualidad, desde la Iglesia Católica, se promueve una actitud similar a la impulsada por el marxismo. En lugar de hablar del “proletariado”, se habla de los “pobres” y del “pueblo”. En lugar de hablar de la “burguesía”, se habla de la “oligarquía”, que incluye la clase media. El Papa Francisco utiliza un lenguaje peronista, aunque el contenido de sus prédicas se asemeja bastante al de Marx. Loris Zanatta escribió: “¿Cuál es la idea de pueblo en Francisco? Su pueblo es bueno, virtuoso, y la pobreza le confiere una innata superioridad moral. En los barrios populares, dice el Papa, se conservan la sabiduría, la solidaridad, los valores evangélicos. Allí está la sociedad cristiana, el depósito de la fe. Más aún: ese pueblo no es para él una suma de individuos sino una comunidad que los trasciende, un organismo viviente animado por una fe antigua, donde el individuo se disuelve en el Todo”.

“En cuanto tal, ese pueblo es el Pueblo Elegido que custodia una identidad en peligro. No por nada la identidad es otro de los pilares del populismo de Bergoglio: una identidad eterna e impermeable frente al devenir de la historia, propiedad exclusiva del pueblo; una identidad ante la cual toda institución o Constitución humana debe inclinarse para no perder la legitimidad que le confiere el pueblo. Es claro que tal noción romántica del pueblo es discutible y que también lo es la superioridad moral del pobre. No hay que ser antropólogo para saber que las comunidades populares tienen, como toda comunidad, vicios y virtudes. Y lo reconoce, contradiciéndose el mismo Pontífice, cuando establece un nexo de causa y efecto entre pobreza y terrorismo fundamentalista; un nexo por otra parte improbable”.

“¿Cuál es el peor daño provocado por esta oligarquía? La corrupción del pueblo. La oligarquía mina las virtudes, la homogeneidad, la espontánea generosidad, como un Diablo tentador. Vistas así, las cruzadas de Bergoglio contra la oligarquía, por más que se repitan el lenguaje de la crítica post-colonial, son herederas de la cruzada antiliberal que los católicos integristas llevan adelante desde hace dos siglos”.

“Una cronista le preguntó al Papa por qué nunca habla de la clase media. ¿Qué rol tendrá en el mundo bipolar del populismo papal? Con amabilidad, Francisco le agradeció la sugerencia y le prometió decir algo al respecto. Luego recordó que algo había dicho en el pasado. Y es verdad: la clase media es una clase colonial que contagia al pueblo con el ethos individualista. Por lo tanto nunca escondió su predilección por los movimientos políticos y sociales populares y su rechazo a las clases medias”.

El alicaído comunismo cuenta todavía con acérrimos defensores. Al menos quienes sostienen y predican ideas similares a las de Fidel Castro, no pueden alegar estar distanciados de la ideología marxista-leninista, aun cuando luzcan un buen disfraz cristiano. Zanatta agrega: “A propósito de Cuba, viaje que merecería un capítulo aparte, sobresalen algunos pasajes. El primero es el discurso de Bergoglio a los jóvenes cubanos. No sólo no hay mención a la libertad y a la democracia, sino que el Papa los alertó: atención con el consumismo, les dijo a quienes apenas saben qué es el consumo; cuídense del individualismo, alertó allí donde el individuo está obligado a hacer lo que dice el Estado, arriesgando la cárcel si desobedece”.

“Parecerían chistes grotescos si no respondieran a su idea de pueblo: sabe bien que el castrismo es hijo legítimo de la tradición populista; que el comunismo de Castro es una desviación secular del mensaje evangélico, fenómeno difundido en toda la catolicidad latina. En efecto, lo que dice el Papa recuerda los largos discursos en los que Fidel Castro ilustraba la transformación de Cuba como una reducción jesuítica de nuestros tiempos. Lo que le preocupa a Bergoglio es mantener a Cuba en el recinto populista evitando que el pueblo pierda la religiosidad que ese régimen tan austero ha preservado, si bien bajo otro nombre. El imperativo no es liberarlo, sino salvarlo de las sirenas capitalistas, del contagio liberal”.

“Pero la manera en que el Papa mira a Cuba se manifestó con candor cuando un periodista le preguntó por qué no había recibido a los disidentes. ¿Sabe que muchos fueron arrestados para que no se encontraran con usted? No sé nada, respondió Francisco, y de todas maneras no concedió entrevistas privadas a nadie. «No sólo los disidentes pidieron audiencias, incluso un jefe de Estado lo hizo». Así, puso en el mismo plano la foto con el Papa que un dignatario esperaba llevar a su país y los familiares de los prisioneros políticos en busca de consuelo. ¿Cómo es posible? Él mismo nos ayuda a entenderlo: poco antes había dicho que los derechos humanos no se respetan en muchos países del mundo. Para luego agregar: hay países europeos que por diferentes motivos no te permiten siquiera llevar signos religiosos. Por lo tanto, las leyes laicas francesas, ya que a ellas aludía Bergoglio, violarían los derechos humanos no menos que la sistemática negación cubana de todo derecho civil y político. ¿Una enormidad? Claro que sí. Pero así son las cosas para el Papa: la medida de la legitimidad del orden social es su fidelidad o no a la identidad religiosa del pueblo, entendido como lo entiende el populismo. De laicidad ni siquiera el sabor” (De la Revista “Il Mulino”-Marzo 2016)

viernes, 10 de junio de 2016

La conformación de la cultura occidental

Las analogías son necesarias tanto para la creación intelectual como para la transmisión del conocimiento. Son los “andamios” que permiten la construcción del pensamiento y que serán dejados de lado cuando hayan cumplido con el propósito por el cual fueron requeridos. Así, para entender la secuencia que permitió la conformación y la difusión de la cultura occidental, se recurrirá a una analogía, esta vez vinculada al cerebro y a sus tres capas que fueron apareciendo a lo largo del proceso de la evolución biológica.

El cerebro reptiliano es el encargado de controlar los distintos procesos del cuerpo y de sustentar los instintos. Luego aparece el cerebro límbico, asociado a los aspectos emocionales, que compartimos con los demás mamíferos, y, finalmente, aparece el neocortex, asociado al proceso del razonamiento. Una cuestión de importancia fue la adaptación recíproca entre estos componentes ya que cada uno de ellos “pretendió” dominar a los restantes.

También la cultura occidental fue la reunión de tres componentes distintas que tuvieron que vincularse y adaptarse a las restantes, incluso mediante conflictos de poder. Estas tres componentes fueron la civilización romana, la religión judeocristiana y los pueblos germánicos. José Luis Romero escribió al respecto: “Los tres legados que confluyeron en la cultura occidental tienen distintos caracteres y ejercieron distintas influencias en el complejo que constituyeron al combinarse. No eran, por cierto, análogos. En tanto que el legado romano y el legado germánico estaban representados al mismo tiempo por troncos raciales y corrientes espirituales, el legado hebreocristiano consistía solamente en una opinión acerca de los problemas últimos que condicionaba un modo de vida, opinión que encarnaba en gentes diversas de uno de aquellos dos troncos y que, naturalmente, se acomodaba de cierta manera según la calidad del terreno que acogía a la nueva simiente. Por esa circunstancia, las combinaciones fueron múltiples y las primeras etapas de la cultura occidental se caracterizaron por su aspecto informe y caótico” (De “La cultura occidental”-Siglo XXI Editores Argentina-Buenos Aires 2004).

Así como el cerebro reptiliano establece la infraestructura que permite la vida del cuerpo y de la mente, el Imperio Romano constituye la infraestructura básica de lo que luego se conocería como la civilización occidental. El citado autor agrega: “El legado romano constituía una sólida realidad. El vasto proceso de fusión que dio por resultado la cultura occidental se desarrolló sobre suelo romano, y la romanidad debía aportarle sus estructuras fundamentales. Hasta el clima y la naturaleza mediterránea imprimirían su sello a las nuevas formas de vida que se elaboraban en la encrucijada histórica que constituye el periodo comprendido entre los siglos IV y IX”.

“El formalismo romano, la tendencia a crear sólidas estructuras convencionales para conformar el sistema de convivencia, dejó una huella profunda en el espíritu occidental. La Iglesia misma no hubiera subsistido sin esa tendencia del espíritu romano ajeno a las vagas e imprecisas explosiones del sentimiento, y las formas del estado occidental acusaron perdurablemente esa misma influencia. Pero tras el formalismo se ocultaba un realismo muy vigoroso que descubría con certera intuición las relaciones concretas del hombre y la naturaleza y de los hombres entre sí”.

La decadencia del Imperio Romano coincide con la difusión del cristianismo, existiendo un largo y trabajoso proceso de adaptación mutua. Romero escribe al respecto: “Entre las muchas opiniones enunciadas para explicar las causas de la crisis del Bajo Imperio, hay una que la atribuye a la influencia del cristianismo. Como todos los simplismos, esta opinión es inexacta; pero acaso encierre una parte de verdad, cuyo análisis nos conduce a la estimación de la trascendencia del legado hebreocristiano”.

“El cristianismo era una religión oriental, una entre las varias que se difundieron por el territorio imperial; confundida con el judaísmo –del que provenía y del que había incorporado muchos elementos-, no logró durante los primeros siglos del Imperio ser considerada sino como una superstición, cuyos creyentes se caracterizaban, eso sí, por su pertinaz intolerancia. Esta actitud hizo que se lo persiguiera repetidas veces, y en ocasiones con encarnizamiento. ¿Qué era en él lo que se consideraba peligroso? Los cristianos fueron perseguidos por la comisión de dos delitos previstos por las leyes: una sobre religiones no autorizadas y otra sobre asociaciones ilícitas. El procedimiento judicial se vio facilitado por la confesión espontánea y decidida de los cristianos, que generalmente no ocultaban su condición de tales”.

“Cristianismo y romanidad representaban dos concepciones antitéticas de la vida, y no es exagerado afirmar que el triunfo de la concepción cristiana debía herir a la romanidad en sus puntos vitales. Como miembro de una comunidad política, el romano aspiraba a realizarse como ciudadano, distinguiéndose en las funciones públicas, recorriendo el «cursus honorum» y alcanzando una gloria terrena cuya expresión era la perennidad del recuerdo”.

“Riqueza y poder acompañaban subrepticiamente a esta idea de la gloria obtenida por el servicio de la comunidad, como aspiraciones del romano, para quien la vida se realizaba sobre el mundo terreno y para quien la muerte constituía ese vago reino de sombras que Virgilio había descripto en el canto VI de la Eneida. A esa concepción de la vida estaba indisolublemente unido el destino de Roma. Su grandeza era obra de quienes, como Régulo, habían erigido a la patria en un valor supremo al que era justo ofrecer la vida, y de quienes no concebían gloria más alta que el tributo concebido por el senado al general victorioso. Cualquier objeción acerca de esa concepción de la vida alcanzaba por consiguiente a los fundamentos de la grandeza romana”.

“No es pues absolutamente inexacto que la difusión del cristianismo contribuyó a la crisis del Imperio, pues el cristianismo, en efecto, condenó radicalmente esta concepción de la vida. Religión de origen oriental, religión de salvación, religión de conciencia, el cristianismo negaba de modo categórico el valor supremo de la vida terrena y transfería el acento a la vida eterna que esperaba al hombre después de su muerte. Todo lo que podía ambicionar y perseguir en su breve paso sobre la Tierra no era a sus ojos sino vanidad, según las palabras del Eclesiastés. Vanidad era la riqueza, el poder y la gloria que podían adquirirse en la ciudad terrestre, a la que el cristianismo oponía la ciudad celeste, la verdadera ciudad de Dios”.

Una vez afianzado el cristianismo en el Imperio Romano, llega la influencia de los pueblos germánicos, comenzando otro largo proceso de fusión y adaptación. “Frente a los otros dos, el legado germánico fue el más simple. Los conquistadores traían consigo una idea de la vida menos elaborada, más espontánea y más libre. Creían en lo que hay de naturaleza en el hombre y exaltaban sobre todo el valor y la destreza, el goce primario de los sentidos y la satisfacción de los apetitos. El ideal heroico constituía su suprema aspiración, y lo impusieron como «desideratum» cuando constituyeron las aristocracias de los reinos que fundaron por la conquista”.

“Bien pronto sintieron el impacto de las tradiciones romana y hebreocristiana, más elaboradas y sutiles, que comenzaron a moldear los impulsos que animaban a esas nuevas aristocracias. Y finalmente las sometieron, pero no por el aniquilamiento de la moral heroica, sino mediante su sumisión a ciertos ideales que supieron superponerle: el Estado, la Iglesia, Dios. El legado germánico se mantuvo a través de una concepción aristocrática de la vida y, además, a través de cierto sistema de normas para la convivencia”. “La primera etapa de la confluencia de los tres legados –romano, hebreocristiano y germánico- cubre los siglos de lo que se llama habitualmente Edad Media”.

La Edad Media se caracteriza por el predominio de la fe sobre la razón y la experiencia. La referencia adoptada no son las leyes naturales, sino los Libros Sagrados, que son interpretados por quienes, finalmente, establecen cierto gobierno mental del hombre sobre el hombre. Octavio Nicolás Derisi escribió: “El cuerpo subordinado al alma, la vida de los sentidos a la vida del espíritu, el ser y la actividad natural a la sobrenatural, la inteligencia a la fe, la filosofía a la teología, el hombre al hijo de Dios: he ahí la unidad armónica en su riqueza múltiple del hombre medieval, organizada y sostenida en todas sus partes por la unidad armónica del ser material y espiritual, creado y divino, natural y sobrenatural”.

“En la Edad Media el hombre se olvidaba un tanto de sí mismo y de sus propios intereses materiales, desatendía un poco los valores del mundo y del tiempo, o mejor, no les prestaba la atención debida, ocupado como estaba de las cosas del espíritu, en los valores eternos y, en definitiva, en Dios” (De “Ante una nueva edad”-Grupo de Editoriales Católicas-Buenos Aires 1944).

La modernidad resulta ser una reacción contra los excesos de la Edad Media, cayendo en el extremo opuesto al dejar un tanto de lado a la religión. Derisi escribe al respecto: “La Edad Moderna, en cambio, es la edad centrada en el hombre y en los valores de la naturaleza y del tiempo, la edad de la exaltación de lo personal y de lo individual, en oposición a la unidad y a la universalidad, la edad antropocéntrica por excelencia”. “Podríamos decir que el renacentista es el hombre que, vuelto de espaldas a la realidad trascendente, se ha tomado a sí como objeto de sus consideraciones y se ha constituido en centro y meta de sus afanes…Es el hombre cómodamente instalado en este mundo material y temporal, que procura hacer, por eso, lo más agradable y habitable posible, su vida en la Tierra”.

En la actualidad, la crisis de la cultura occidental radica en el surgimiento de tendencias autodestructivas que van desde los totalitarismos hasta el relativismo moral, cognitivo y cultural. Juan José Sebreli escribió: “El «espíritu del tiempo» intelectual de las últimas décadas se define por el abandono de la sociedad occidental de todo lo que significaron sus rasgos distintivos: el racionalismo, la creencia en la ciencia y en la técnica, la idea de progreso y modernidad. A la concepción objetiva de los valores se opuso el relativismo; al universalismo, los particularismos culturales. Los términos esenciales del humanismo clásico –sujeto, hombre, humanidad, persona, conciencia, libertad-, se consideraron obsoletos. La historia perdió el lugar de privilegio que tuvo en épocas anteriores, y fue sustituida, como ciencia piloto, por la antropología y la lingüística, y sobre todo por una antropología basada en la lingüística”.

“El relativismo cultural, la primacía de lo particular sobre lo universal, daban razones filosóficas a los nacionalismos, los fundamentalismos, los populismos, los primitivismos, las distintas formas de antioccidentalismo, el orientalismo, la negritud, el indianismo. Hay pues una sutil, secreta coherencia, en esa mezcla rara de filosofías académicas sumamente esotéricas e iniciáticas con movimientos revolucionarios que pretendían expresar a masas analfabetas y primitivas, aunque, en realidad, sus portavoces eran los profesores y alumnos de aquellas mismas universidades de elite” (De “El asedio a la modernidad”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1991).

domingo, 5 de junio de 2016

Lucha ideológica y errores estratégicos

En toda confrontación, ya se trate de un conflicto militar, una disputa ideológica o una competencia deportiva, es imprescindible tener información del contrincante teniendo presente la posibilidad de que emplee tácticas novedosas o, incluso, que recurra a la mentira, o a la trampa, con tal de vencer en la contienda.

En el ámbito ideológico, en los últimos tiempos, se distinguen dos conflictos ideológicos importantes, uno a nivel religioso, otro a nivel de la economía política, y son los siguientes:

a- Lucha ideológica entre marxismo y cristianismo
b- Lucha ideológica entre marxismo y liberalismo

Si bien el marxismo-leninismo no se presenta en forma explícita como una religión, su desempeño puede considerarse como una “religión atea”. A pesar de los fracasos, todavía cuenta con numerosos adeptos. Roberto Roth escribió: “El comunismo –admitirá sin titubeos cualquier ciudadano occidental y cristiano- es una religión laica. Sus dioses celosos no admiten rivales en la fe del creyente. Considera al que sigue practicando los ritos de la religión antigua con la misma sospecha que los monjes del medioevo contemplaban las prácticas paganas residuales de sus conversos nuevos”.

“Sus Sagrados Evangelios son El Capital y el Manifiesto Comunista. Sus santos están embalsamados y enterrados en la pared del Kremlin o expuestos a la veneración pública en estado impoluto, como Lenin. Esa larga pared de la Plaza Roja, que tanto se parece al Muro de los Lamentos como lugar de peregrinaje y veneración. El Kremlin oficia como una Meca para el creyente fervoroso. Hasta exige una peregrinación en vida para que el verdadero creyente sienta hasta los tuétanos de sus huesos el fervor místico de la Causa. La comunión espiritual del creyente que después de una vida de esfuerzos y sacrificios, de padecer cárceles, torturas y miserias por la verdadera fe se encuentra cara a cara con los santos y siente que el corazón rebosa de felicidad y gracia”.

“La hoz y el martillo, símbolos humildes, tan humildes como la cruz en que ajusticiaban a los pobres. La Iglesia que es el Partido, con príncipes de la Iglesia y hasta el Papa laico que ocupa el sitial más reservado en el centro de Moscú, la ciudad sagrada. Electo de por vida, con alguna excepción, en un cónclave secreto de los príncipes del Comintern. A él le está reservado opinar sobre la interpretación de las sagradas escrituras, excomulgar y perdonar. Preside la gran misa laica anual que conmemora la natividad del movimiento”.

“Finalmente la Santa Inquisición, que se llama OGPU o NKVD o KGB, encargada de la custodia de la ortodoxia. Persigue a los herejes con sistemas que son un calco modernizado del Santo Oficio de Torquemada. La investigación sigilosa de los indicios externos de la herejía; el origen, marrano o burgués, moro o aristocrático del hereje; las preguntas arteras que descubren los rastros de herejía en el dogma mal aprendido o sutilmente distorsionado; el juicio al hereje, las torturas para arrancar confesiones, ya que más vale flagelar el cuerpo que condenar el alma a la perdición eterna; la recantación y la confesión pública de pecados. Luego el suplicio, con el fuego purificador substituido por los métodos que el progreso técnico ha felizmente aportado” (De “Los mecanismos del despojo”-El Cid Editor-Buenos Aires 1982).

A pesar de todo, el marxismo-leninismo trata de derrotar al cristianismo aduciendo ser una “ciencia”, mientras que la Iglesia no ofrece batalla en ese ámbito, ya que se refugia en el más allá y en la fe. Finalmente, sectores importantes de la Iglesia Católica se “convierten” a la religión atea, esta vez utilizando el disfraz de la Teología de la Liberación.

Toda disputa entre fe y ciencia tiende a ser ganada por la segunda, mientras que toda disputa entre fe verdadera y fe falsa, no permite llegar a ninguna solución pacífica, prolongando las luchas religiosas más allá de un tiempo razonable. Si al cristianismo se lo considerar como una religión natural, basada en su compatibilidad con las leyes naturales y con la ciencia experimental, no sólo ocuparía un lugar preferencial, sino que ayudaría a resolver las graves crisis humanas y sociales que afectan a la humanidad.

Es necesario aclarar que puede utilizarse el método de la ciencia sin que ello asegure establecer una descripción compatible con la realidad. La ciencia experimental utiliza el método de “prueba y error” y de ahí que muchas teorías, con bastante coherencia lógica (o coherencia matemática, en la física) deban dejarse de lado cuando no superan el veredicto de la experimentación.

El marxismo-leninismo incurre en muchos errores, como el de la lucha de clases, que puede tener validez en las sociedades precapitalistas, en las que no existía la movilidad social permitida por el capitalismo (el pobre puede enriquecerse y el rico empobrecerse). La existencia de la clase media (ni explotadores ni explotados) delata la precariedad y las limitaciones de la “ley de Marx”.

La lógica dialéctica, utilizada por el marxismo, no es tenida en cuenta por los investigadores de la lógica matemática. La herencia genética mendeliana es incompatible con la herencia de los caracteres adquiridos debida a la influencia del medio social, postulada por el marxismo. La ciencia económica es ignorada completamente por los socialistas, que todavía sostienen que el valor de una mercadería depende esencialmente del trabajo social requerido para su fabricación.

Ayn Rand advierte, en sectores conservadores, una actitud similar a la de la Iglesia, escribiendo al respecto: “No puede haber error más desastroso –moral, filosófica y políticamente- que afirmar que la justificación última del capitalismo esté basada en la fe. Afirmar eso es anunciar que no hay ninguna justificación racional para el capitalismo, que no hay argumentos racionales para apoyar los principios que crearon los EEUU –y que la razón está del lado del enemigo”.

“Los comunistas afirman que ellos son los campeones de la razón y de la ciencia. Si los conservadores admiten esa afirmación y se retiran al ámbito de la religión, eso será un acto de abdicación intelectual, el tipo de renuncia intelectual que la ideología irracional de los comunistas nunca habría podido conseguir por sus propios méritos”.

“El conflicto entre capitalismo y comunismo es un conflicto moral y filosófico, que debe ser combatido y ganado en la mente de los hombres, en el ámbito de las ideas; sin esa victoria, ninguna victoria en el campo político es posible. Pero uno no debe ganar las mentes de los hombres diciéndoles que no piensen, uno no puede ganar una batalla intelectual renunciando al intelecto; uno no puede convencer a nadie apelando a la fe”.

“El capitalismo está muriendo por deserción. La causa histórica de su destrucción es el fracaso de sus defensores filosóficos de presentar un argumento completo y coherente y de ofrecer una justificación moral para su posición. Sin embargo, la razón está del lado del capitalismo; sus defensores pueden presentar, y tienen que presentar, un argumento racional irrefutable. La deserción filosófica de los conservadores se convertirá en definitiva si el capitalismo –la sola y la única forma racional de vivir- se ve relegado a la condición de una doctrina mística”.

“No estoy sugiriendo que debáis adoptar una postura contra la religión. Estoy diciendo que el capitalismo y la religión son dos asuntos diferentes, que no deben estar unidos en un «paquete conjunto» ni en una causa común. Esto no significa que personas religiosas no puedan ser activistas a favor del capitalismo, pero sí significa que personas no religiosas como yo, no puedan ser activistas a favor de la religión”.

“Intuyendo la necesidad de una base moral, muchos «conservadores» decidieron escoger la religión como su justificación moral; ellos afirman que los EEUU y el capitalismo están basados en la fe en Dios”. “Políticamente, esa afirmación contradice los principios fundamentales de los EEUU: en América, la religión es un asunto privado que no puede y no debe estar vinculado a cuestiones políticas” (De http://objetivismo.org/separacion-de-estado-e-iglesia ).

En una época caracterizada por el afianzamiento de la ciencia experimental, el fundamento de una descripción, y de las ideas surgidas como consecuencia de ese fundamento, debe estar conformado en base a una estructura de tipo axiomático y verificado en forma experimental. La coherencia lógica ya no resulta suficiente, como lo era en el caso de las descripciones de tipo filosófico.

La teoría económica describe el comportamiento del hombre motivado por su propia naturaleza humana, intentando optimizar ese comportamiento, aunque muchas veces sin lograrlo. Se requiere para ello un esfuerzo de adaptación que no es diferente de la mejora ética promovida por la religión, aunque tal mejora pueda también lograrse por otros medios. El liberalismo se basa esencialmente en la teoría económica actual.

El marxismo-leninismo, por el contrario, no describe las acciones que surgen de la naturaleza humana en estado de libertad, sino que pretenden transformarla para adaptarla a una planificación social y económica previamente establecida. Si la ciencia describe las leyes que rigen el comportamiento del hombre en libertad, para luego sugerir una optimización de ese comportamiento, puede decirse que el marxismo no es científico, o que es anticientífico, en lugar de ser simplemente una teoría científica errónea.

En cuanto a la verificación experimental de ambos sistemas, deben considerarse dos poblaciones similares, en una misma época (como las dos Alemania o las dos Corea) o bien una misma población en diferentes épocas (como la China de Mao y la China con economía de mercado). En estos casos puede observarse una diferencia apreciable en favor de la economía sugerida por la ciencia económica.

El físico Louis de Broglie afirmaba que “en el fundamento de las teorías físicas aparecen postulados arbitrarios” y que “el éxito posterior legitima su empleo”. Este es el criterio imperante en la rama de la ciencia que trabaja con mayor exactitud. De ahí que resulte esencial disponer de una verificación experimental, siendo este objetivo de igual o mayor importancia que establecer una teoría de tipo axiomático.