martes, 31 de mayo de 2016

La grieta social

A la palabra “grieta” le asociamos, a veces, la imagen de una pared o de un camino que han sufrido serios deterioros luego de ocurrido un movimiento sísmico. Ahora se la usa para denotar la fractura que padece la sociedad argentina luego del periodo de gobierno populista.

La característica esencial del populismo, y del totalitarismo, es la siembra de odio y la posterior división de la sociedad en amigos y enemigos. Luego, el populista considera que todas las acciones de los amigos son buenas, mientras que todas las acciones del enemigo son malas, sin tener en cuenta los efectos concretos de tales acciones, ya que las valora según las intenciones, a las que considera previamente como buenas si provienen del amigo y malas si provienen del enemigo. Incluso legitima una acción del amigo, que produce evidentes malos efectos, si tal acción también fue realizada por el enemigo.

Como ejemplo puede mencionarse la respuesta de un periodista venezolano cuando requieren su opinión acerca de la independencia, o no, de la justicia, respecto de la política, durante el chavismo, expresando: “En Venezuela no hay una justicia independiente, pero nunca la hubo”. En cierta forma legitima algo incorrecto, desde el punto de vista democrático, ya que “los enemigos” también incurrieron en ese error en el pasado. Es una actitud propia de adolescentes, como es el caso de alumnos secundarios que realizan acciones inconvenientes y el profesor los recrimina o los sanciona por ello, con el argumento de que “otro alumno” también realizó tal acción y no fue sancionado.

En este caso hubo un trato desigual respecto de los alumnos, debido a que el docente, posiblemente, trató de corregirlos por medios distintos. El alumno que comete acciones inconvenientes no sólo legitima sus acciones por comparación con otros casos similares, sino que también presiona al profesor a igualar sus respuestas, lo que implica un aumento de la dureza de las sanciones. Aun cuando el docente se equivoque, sus errores no legitiman las desavenencias de los alumnos.

También en los comportamientos masivos se observa la valoración relativa, como es el caso de las turbas cuando saquean locales comerciales. Como son muchos los que delinquen, entienden que “nadie es culpable” ya que “todos son culpables”, y a los dueños de los locales ni siquiera se les admite el justo reclamo.

Acerca de la objetividad de los efectos, Agustín Álvarez escribió: “Dividir a los hombres en bien intencionados y mal intencionados es un progreso, sin duda, con relación a la antigua división en patriotas y traidores que, por mal de nuestros pecados, todavía sobrevive en algunos espíritus demasiado al natural. Desgraciadamente, para que el patriotismo o la buena intención sirvan de algo, es necesario que las consecuencias de un acto no dependan del acto mismo, sino de la intención del agente, y no es esto lo que sucede en la realidad de las cosas, sino todo lo contrario”.

“Una vez producido el acto, es un hecho con existencia y atributos propios, no reglados por la voluntad del agente sino por la naturaleza de las cosas; ni el patriotismo ni la intención pueden suprimir, ni aún suspender, la menor consecuencia del hecho mismo”.

“Para el caso, tan indiferentes son los móviles de un acto bueno, como los móviles buenos de un acto malo. Lavalle fusiló a Dorrego con patriotismo y buena intención, y lo mismo hubiera sucedido, lo que sucedió después, si lo hubiese fusilado por los móviles opuestos, pero hubiera sucedido más o menos lo contrario si con mala intención lo hubiera dejado vivo”.

“El querer hacer las cosas demasiado bien suele ser el medio más seguro de hacerlas demasiado mal, pues, sin duda, el patriotismo y la buena intención determinan el acto, pero como no son infalibles, cuanto mayor es el bien que se proponen hacer, tanto más grande el zambardo, en caso de error, que es lo normal en Sud América, porque en los pueblos atrasados lo natural es que los partidos no puedan sufrirse, pues lo propio de la barbarie es la intolerancia, en virtud de que «la tolerancia es la caridad de la inteligencia»”.

“Del mismo modo que la justicia no consiste en saber lo que a cada uno le corresponde, sino en dárselo efectivamente, el buen gobierno no consiste en la sabiduría verbal de los discursos, programas y manifiestos sino en el resultado de los hechos. Lo que realmente importa, para el bien o para el mal, no es la intención de los actos, sino sus consecuencias”.

“El patriotismo que mata, la buena intención que arruina, son calamidades peores que la peste, bien que sirvan, y acaso por eso mismo, para tranquilizar la conciencia de un egoísta, que, con tal de evitarse hasta el remordimiento de los males que causa, llega hasta echarles la culpa a sus propias víctimas. Sacar del gobierno todos los beneficios posibles, cargar a los gobernados con todos los perjuicios consiguientes, y hasta con el remordimiento de los actos propios, es lo más sudamericano que pueda darse, y bien que pueda parecer excesivo ante el falso concepto de la humanidad que han fabricado los filósofos de gabinete, se ajusta por completo a la máxima fundamental de la psicología positiva: el hombre busca el placer y huye el dolor, con el menor trabajo posible” (Citado en “Perfiles del apóstol” de Pedro C. Corvetto-El Ateneo-Buenos Aires 1934).

Una figura representativa de la mentalidad kirchnerista es el periodista Diego Brancatelli. Cuando se observan imágenes televisivas y se anuncia información asociada a la corrupción de “sus amigos”, nunca la critica, ya que dice que “la justicia debe decidir” y que también tal o cual individuo del sector “enemigo” cometió algún ilícito similar, por lo cual legitima las acciones delictivas, en forma parecida a la del mencionado periodista venezolano que justificaba una actitud totalitaria.

Los “espíritus amplios” no distinguen entre el que actúa con mentalidad adolescente de quien lo hace en forma adulta. Y ello se debe a que, si el populista no reconoce ningún error en sus amigos y observa sólo errores en el enemigo, su adversario tiene la predisposición a responder en forma similar, por lo que no es posible establecer ningún diálogo ya que en uno predomina el relativismo moral y en el otro cierto objetivismo moral. De ahí surge el error de no distinguir uno del otro, olvidando que el odio y la mentira surgen siempre de los sectores populistas ante que en los democráticos.

Si a uno alguien lo designa como “enemigo”, y ese alguien actúa como tal, al designado no le queda otra alternativa que considerarlo de la misma forma. Como el diálogo, en esas circunstancias, es imposible, la grieta social va adquiriendo mayores dimensiones y los agravios se repiten de uno y otro lado.

El adherente al populismo es instigado por sus líderes a realizar actos de hostigamiento contra los enemigos. Si tal enemigo hace lo mismo, entonces aparece la “igualdad en el pecado” cometido, lo que resulta ser una actitud indignante. Así como surge cierta repugnancia ante la suciedad corporal, surge una repugnancia mucho mayor en el caso de la suciedad moral, de tal manera que uno se llega a cuestionar acerca de la “bondad innata” de los seres humanos cuando en las personas deshonestas no la advierte en ninguna parte. De inmediato surge de nuestra memoria el recuerdo de un animal capaz de brindarnos grandes alegrías. Puede decirse que el populismo promueve indirectamente el amor a los animalitos domésticos.

Acerca de los abucheos, Pablo Mendelevich escribió: “El kirchnerismo desenmascaró otra emboscada –por boca del diputado Agustín Rossi- cuando el vicepresidente Amado Boudou fue abucheado en el acto central por el bicentenario de la Batalla de San Lorenzo. Maltratado por una parte importante del público, Boudou insistió con el discurso que tenía preparado, cuyo eje era la equiparación de Néstor Kirchner con San Martín. Cuando los abucheos se intensificaron, contraatacó: «Es una actitud fascista no escuchar al que tiene algo para decir»….«Formamos parte de un gobierno lleno de amor», sentimiento que aparentemente no fue correspondido por parte de quienes entre otras cosas le gritaban «ladrón»”.

En cuanto a los escraches, el citado autor escribió: “El kirchnerismo apañó los escraches de H.I.J.O.S, y pronto patrocinó otros contra «enemigos» del Gobierno, como los directivos del Grupo Clarín o la Sociedad Rural Argentina. Su aporte al problema consistió en legitimar una práctica ilegal, sin hacerse cargo de la canalización de la protesta por caminos democráticos”. “Al estar vinculados con el Estado o con el partido del gobierno, los escraches remiten a los métodos de marcación nazis, lo que crea una paradoja cuando se sostiene que lo practican organizaciones de derechos humanos” (De “El relato kirchnerista en 200 expresiones”-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2013).

Uno de los objetivos del grupo populista es instalar en la sociedad la idea de que ambos sectores antagónicos son igualmente culpables de la grieta, hasta llegar al extremo de que algunos promotores de la discordia llegan a sentirse víctimas ante una reacción proveniente del sector agraviado y difamado. No es posible tal igualdad porque un sector es el que comenzó por declarar “enemigo” a todo aquel que no concuerda con sus ideas y proyectos; no es posible la igualdad porque un sector es el que siente odio y utiliza la mentira y la difamación sistemática; de ahí que la pacificación dependerá esencialmente de que la decida el bando agresor.

Sin embargo, ante el ascenso al gobierno del macrismo, los sectores kirchneristas han comenzado una etapa de sabotaje a la gestión gubernamental, no sólo a través de la inusitada creación de puestos públicos, o de la venta del dólar futuro, en el último mes del kirchnerismo, sino en la exagerada difusión de los problemas laborales y sociales que realizan los medios informativos kirchneristas para instalar un clima de incertidumbre y desconfianza a fin de asegurar el fracaso del nuevo gobierno. Si bien los problemas existen, y existirán por mucho tiempo, más que nunca resulta necesaria la colaboración de todos los sectores, en lugar del sabotaje típico de los sectores populistas y totalitarios una vez que están fuera del gobierno.

La grieta social impide avanzar juntos hacia las mejoras que imperiosamente necesita toda la sociedad. Los problemas reales son dejados de lado ya que el mayor interés político recae en el sabotaje y la contra. Este es el caso de la ley anti-despidos, que el kirchnerismo consideraba de aplicación negativa cuando era gobierno, mientras que ahora la considera positiva para contradecir la postura del macrismo.

La grieta social impidió la consolidación de la nación durante gran parte del siglo XIX, aquella vez por la división entre unitarios y federales y la guerra civil subsiguiente. Luego de superada esa etapa, la Argentina pudo ubicarse entre los siete países más prósperos del mundo. Ello duró hasta que el populismo comienza a instalarse definitivamente en la sociedad. Aparece así la enorme grieta promovida por el peronismo, apaciguada un tanto en los últimos tiempos por el cambio generacional, hasta que el kirchnerismo la instaló nuevamente, sin que pueda vislumbrarse su fin próximo.

domingo, 29 de mayo de 2016

De la educación religiosa a la laica y al igualitarismo

La evolución de la educación en la Argentina puede describirse a partir de las tendencias predominantes en las distintas épocas. Así, durante el siglo XIX y comienzos del XX, prevalece la educación religiosa. Luego le sigue una etapa en que la educación laica es la dominante mientras que, comenzando el siglo XXI, se advierte un tipo de educación que podría denominarse “igualitarista”, ya que no busca la igualdad de los hombres, sino que cree buscarla.

Se entiende por “educación” el proceso por el cual se inculcan valores morales, mientras que denominamos “instrucción” al proceso de enseñanza de los diversos contenidos que apuntan a la formación intelectual del alumno. Si bien el término “educación” involucra ambos aspectos, en este caso se hará referencia a la formación moral a través de los distintos criterios adoptados. Agustín Álvarez escribió: “La mera instrucción nos ha perdido, pero la verdadera educación puede salvarnos. El objeto de la escuela es, en primer lugar, educar; en segundo, instruir”. “El maestro debe trabajar ante todo y sobre todo en habituar a los niños a decir siempre la verdad y huir de la mentira. La disciplina escolar debe recaer en primer lugar sobre las faltas a la rectitud y en segundo sobre las faltas a las lecciones”.

“Las escuelas normales deben preparar educadores y no instructores, bajo la base de que el fundamento del aprendizaje es el instinto de imitación, no pudiendo educar el que no está educado, porque la educación no es la enseñanza de reglas muertas por el maestro al alumno, sino la transfusión al alumno de la moral efectiva del maestro”.

Desde el punto de vista de los premios y castigos que incitarán a una adecuada conducta social, se presentan distintas posibilidades:

a- Educación religiosa: supone que una justicia sobrenatural impone “correcciones” a las injusticias humanas, pero en el más allá. Los valores morales resultan dependientes de la religión.
b- Educación laica: supone que los premios y castigos impartidos en el ámbito escolar resultan suficientes para orientar al alumno hacia la buena conducta. Los valores morales resultan independientes de la religión y de lo sobrenatural.
c- Educación igualitarista: considera que los premios elevan y los castigos rebajan, por lo que se oponen a la búsqueda de la igualdad; de ahí que se los suprime.

En cuanto a los premios y castigos considerados por la educación religiosa, Agustín Álvarez escribió: “Inclinándose por su parte a la no extinción, Arturo Hill reconoce que «la esperanza en la extinción es un sentimiento moral más elevado que la esperanza de la inmortalidad personal», como es infinitamente más abnegado el acto del ateo que sacrifica su vida para salvar la de otros, sin ninguna esperanza de compensación póstuma, que no la del mártir de la fe en la reparación futura que afronta el martirio para ser recompensado por ello”.

El citado autor consideraba negativa la educación religiosa que recibió, de ahí que compara ese hecho con el terremoto que sufrió Mendoza en 1861, en el que mueren sus padres. Al respecto escribió: “Yo he vivido en ese «open door» de la insensatez medieval, que era la herencia intelectual forzosa de los hispanos-americanos de la época colonial, el cual, y el terremoto del 61, han sido las dos grandes calamidades que han amargado las que debieron ser horas felices de mi infancia. Y de ahí mi empeño en sustraer a los presentes y venideros de eso que Maeterlinck llama «el solo crimen imperdonable, el que envenena las alegrías y anonada la sonrisa del niño» con el fantasma de la condenación por los usos y los goces de la vida” (Citado en “Perfiles del apóstol” de Pedro C. Corvetto-El Ateneo-Buenos Aires 1934).

Las mayores crisis de la religión se producen cuando se confunde moralidad con creencia, ubicando la fe en un primer lugar, suponiendo que con ello se ha respondido a las exigencias morales que la propia religión impone. Lázaro Schallman escribió: “La enseñanza confesional subvierte las normas psicológicas al pretender que, en la escuela, se deriven las ideas morales de la teología dogmática. El ilogismo de tamaña pretensión fue por largo tiempo el blanco de las disquisiciones de la filosofía relativista, cuyos propugnadores establecieron en principio que la moral es perfectamente explicable sin la autoridad de Dios. El laicismo hizo suyo este postulado, pero fue más lejos aún. Asimilando el credo emersoniano, afirmó que los dogmas sobrenaturales son incompatibles con el perfeccionamiento moral, y arquitecturó sobre el pilar de esta premisa los fundamentos de la educación moral sin dogmas”.

“Se pretende que el milagro tiene la virtud de unir a los hombres en la misma fe; y nada los desune más que lo sobrenatural, porque cada confesión tiene sus milagros y niega los de las otras religiones”. “Son inconciliables los postulados del laicismo con las exigencias de la fe. Y la sola incorporación de esos postulados al espíritu de la educación oficial en todos los países de organización democrática, justifica sobradamente la exclusión de la enseñanza confesional en la escuela primaria. La educación debe guiar a los niños y a los jóvenes hacia un ideal ético basado, no sobre lo que divide a los hombres, sino sobre lo que los une” (De “El mito de la educación moral”-Rosario 1934).

En cuanto al ideal cristiano de educación, Lorenzo Luzuriaga escribió: “Con el ideal cristiano surge un nuevo factor en la historia: la idea de la individualidad. Ésta no era desconocida en la cultura helénico-romana, pero estaba encuadrada dentro de la colectividad, del Estado. Ahora, como la idea de la salvación es principalmente asunto del individuo, se reconoce plenamente a éste, independientemente de toda sociedad”. “El ideal cristiano de educación se desarrolla en toda su integridad durante la Edad Media. Ese ideal está dirigido hacia la vida ultraterrena. Este mundo no es más que un mundo de transición, de preparación para la otra vida. Nada que no tenga relación con ella posee valor, ni la sabiduría, ni la vida física, ni los goces terrenales”.

“Así la educación sufre un retraso desde el punto de vista del saber, de la cultura. Aquélla queda reducida a una instrucción elemental, de carácter dogmático, dada exclusivamente por la Iglesia. En cambio, se acentúan las virtudes de carácter ascético, la disciplina y la obediencia. Por otra parte el carácter universal de la Iglesia hace que pierda todo interés el principio estatal o nacional. El ideal cristiano medieval de educación venía a ser un ideal internacional”. “En lo político predominaba la idea del antiguo Imperio Romano. Todos los hombres cultos hablaban el mismo idioma, el latín, y las instituciones docentes superiores, las universidades, estaban abiertas a todas las nacionalidades”.

“Dentro del ideal cristiano medieval se pueden distinguir varias modalidades. En primer lugar, el ideal monástico del ascetismo con sus corolarios de la castidad, la pobreza y la obediencia. Después, el ideal caballeresco con sus virtudes del honor, el valor y la galantería, y por fin el ideal gremial, corporativo de los trabajadores con sus tres grados de aprendiz, oficial y maestro. El ideal caballeresco ha tenido un desarrollo particular en la vida palatina y de los castillos, donde se cultivaba la música, el canto y las poesías épica y lírica, con los juglares y los trovadores. La mujer ocupaba un lugar preeminente en ellos, cosa desconocida en los pueblos clásicos. Finalmente, los gremios, tenían una organización corporativa muy cerrada, basada en el aprendizaje con el maestro”.

El ideal humanista se opone en cierta forma al ideal cristiano constituyendo el fundamento del laicismo. Lorenzo Luzuriaga escribe al respecto: “Un nuevo ideal de vida y de educación nace con el Renacimiento: el ideal humanista. Éste realiza una ruptura completa con el ideal ascético de la Edad Media, dirigido a la otra vida, mientras que ahora triunfa la vida presente, terrena. En el orden intelectual este ideal significa la liberación de los espíritus del dogmatismo y autoritarismo de la coacción eclesiástica; la introducción del libre examen y la observación directa de la naturaleza, y el desarrollo de la ciencia y el método experimental”.

“En el orden moral, se acentúa el valor de la personalidad libre e independiente, responsable de sus actos ante sí misma, más que ante poderes sobrenaturales. Pero donde el triunfo es mayor es en el campo del arte, en el que surge una nueva concepción de la belleza y del goce dando lugar a una visión alegre y placentera de la vida. En todo esto sirven de norma los clásicos griegos y romanos, que son estudiados directamente, sobre todo Platón, que es ahora descubierto, y Quintiliano, que sirve de guía en la educación”. “Una modalidad particular del ideal humanista es el movimiento religioso de la Reforma, que quiere llevar a la religión el espíritu de libre examen de la Biblia y que acentúa el valor moral en la vida, con menosprecio de otros valores, como lo hace Lutero. Este movimiento a su vez dio lugar al de la educación pública, que crea la organización estatal de la enseñanza”.

“Según Davidson se pueden percibir cuatro tendencias dentro de este ideal de educación: 1º, la tendencia a hacerla natural y práctica, en vez de abstracta y teórica; 2º, la tendencia a incluir el cuidado del cuerpo, tan tristemente abandonado en los siglos anteriores; 3º, la tendencia a extender la educación a todas las clases del pueblo, y 4º, la tendencia a adoptar métodos agradables y atractivos en vez de los ásperos y repelentes anteriores” (De “Pedagogía”-Editorial Losada SA-Buenos Aires 1984).

En cuanto a la igualdad entre los hombres, puede decirse que depende esencialmente del tiempo dedicado, de nuestros pensamientos y acciones, como también de cuánta importancia tengan para nosotros los demás, pudiendo simbolizarse el caso óptimo mediante la siguiente expresión:

(Yo y mi familia) = 50% …… (El resto de la sociedad) = 50%

Porcentajes mayores de tiempo e interés en uno mismo y su familia, indican el habitual egoísmo existente en la sociedad. El caso óptimo vendría a ser la igualdad tan pregonada en todas partes.

En lugar de buscar este tipo de igualdad, el igualitarismo exalta los derechos sin hacer otro tanto con los deberes. Para que se cumplan los primeros, debe promoverse a los segundos. De lo contrario, no se cumplen ni unos ni otros. El igualitarismo en economía promueve la redistribución de las riquezas ante que la producción de las mismas, por lo cual no se cumple satisfactoriamente ni una ni otra.

El igualitarismo en la justicia penal tiende a reducir y hasta abolir las penas aplicadas a la delincuencia, por lo que termina premiándola con una libertad inmerecida mientras que simultáneamente castiga a las personas decentes que tienen que padecer los efectos de las acciones del delincuente en libertad.

El igualitarismo en la educación elimina premios y sanciones, permitiendo la indisciplina de los malos alumnos mientras perjudica seriamente a los que desean estudiar con interés. La eliminación de premios y castigos, en cualquier ámbito de la sociedad, promueve su destrucción.

viernes, 27 de mayo de 2016

Influencia social y nihilismo

La interacción entre individuo y sociedad se asemeja a un camino de doble vía, ya que todo individuo influye en el grupo social y el grupo social influye sobre el individuo. Debido a que existen diferencias entre la moral individual y la moral social adoptada por cada uno, puede decirse que la moral generalizada de la sociedad ha de ser distinta al promedio de las morales individuales de sus integrantes, siendo generalmente algo peor, ya que todo individuo tiende a lograr una mejor actitud en el medio familiar que en el medio social, compensando a veces, con hipocresía, la diferencia existente.

Esto se advierte en la actitud adoptada frente al Estado; mientras que alguien nunca cometería un robo a un individuo en particular, no tiene el menor inconveniente en robarle de alguna manera al conjunto de la sociedad. Incluso en los últimos tiempos se advierten casos como el de quien consume en su domicilio gran cantidad de luz y gas, y protesta cuando le llegan abultadas facturas por esos servicios. Pretende que el Estado se los subsidie, es decir, en lugar de tratar de gastar menos energía, pretende seguir gastando lo mismo, o más todavía, con la condición de que el resto de la sociedad se haga cargo de esos gastos adicionales.

No todas las personas son influyentes ni todas influenciables, de ahí que hay quienes imponen en la sociedad ciertos valores morales, positivos o negativos, mientras que hay quienes los acatan y quienes los rechazan. Sin embargo, el proceso de masificación social, al basarse en lo que la mayoría piensa y hace, constituye un fenómeno social caracterizado por una influencia total del medio sobre el individuo, haciendo que la masa social actúe precisamente como una “masa inercial” que permite que perduren en el tiempo las creencias y actitudes predominantes.

Cuando una sociedad entra en decadencia, se advierte que, tanto la economía, como la política, la educación, la justicia, y todo lo demás, funcionan mal. Ello indica que lo que falla esencialmente es la escala de valores morales adoptada colectivamente. Como, por lo general, cada uno rechaza sentirse culpable, procede a culpar a algún sector determinado de la sociedad, al impersonal “sistema”, o bien a algún país extranjero, implicando tal actitud una renuncia definitiva a intentar una mejora en los aspectos antes mencionados.

La tendencia autodestructiva de la sociedad se advierte cuando, quienes pretenden destruirla material y espiritualmente, son considerados como héroes sociales (en lugar de delincuentes antisociales), tal el caso de los terroristas de diversas tendencias. Ello se advierte cuando sectores de la sociedad no tienen ningún inconveniente en emitir un voto favorable a un partido político que los incluye y que reivindica la ideología y las prácticas violentas aunque hipócritamente adopte un disfraz democrático.

Hay quienes van más allá y culpan a la naturaleza humana, o al Dios Creador, por habernos hecho definitivamente imperfectos y con muy pocas posibilidades de escapar a esa situación. John Lewis y Bernard Towers escribieron: “Quien crea que exponiendo opiniones pesimistas e insultantes sobre el hombre –por cierto, un hábito popularizado actualmente- contribuye a sacarle de su complaciente letargo e impide la desintegración psicológica que suscitan, sin duda, esas mismas opiniones, sufre un extraño desvarío. El cultivo de tal desvarío figura entre los aspectos más inquietantes del ascendiente que está ganando con rapidez cierto estilo periodístico sobre los medios de comunicación masiva. Tal vez pase por un «éxito» ante los ojos del mundo, pero…¿cómo conceptuar el éxito que termina en desesperación?”.

“Desmond Morris intenta justificarse alegando su preocupación por el destino del hombre. Pero en realidad destruye toda fe auténtica en tal destino haciendo constar sin rodeos, como hacen casi todos los promotores de ese criterio demoledor, que el Hombre no tiene futuro alguno”.

“El hombre debe encontrar algún medio que le permita eludir las peligrosas situaciones planteadas por ese culto moderno a la denigración humana”. “Posiblemente las armas nucleares sean menos destructivas que esa insidiosa creencia en la futilidad de todo lo existente”.

“Cada día nos asedia una multitud de periodistas e informadores, ora amenazantes, ora imploradores, en los medios de comunicación masiva, y académicos inexpertos incapaces de comprender que se les está explotando con premeditación. Todos ellos afirman o insinúan ininterrumpidamente que el hombre es algo absurdo, un engendro cuyas fuerzas ciegas e irresponsables han erigido «por casualidad» un sistema que se cree capaz de practicar el autoanálisis cuando en realidad tergiversa por completo el significado de los propios procesos mentales”.

“Se nos alienta sin cesar a creernos exentos de culpa en relación con todo lo reprensible, y se alega que estamos respondiendo simplemente «a las llamadas de nuestra naturaleza», y esto es bestial. Para definir nuestra «naturaleza» se hace pasar al Hombre por un juguete de cualesquiera elementos violentos que puedan manifestarse en algunas fases del proceso evolutivo. Con este singular respaldo, los individuos masculinos y femeninos suelen engañarse a sí mismos pensando que están facultados para ceder ante cualquier pasión violenta, e incluso creer en la justificación y virtud de tal conducta” (De “¿Mono desnudo u Homo sapiens?”-Plaza & Janés S.A. Editores-Barcelona 1970).

Incluso desde posiciones científicas, o consideradas científicas, surgen opiniones que avalan las posturas nihilistas que tienden a separar al hombre del proceso de adaptación cultural que el orden natural nos impone como un precio que debemos pagar por nuestra supervivencia. Otros, asocian al hombre actitudes violentas y las consideran como una forma natural para lograr tal supervivencia, dejando de lado el hecho innegable de que los seres humanos respondemos tanto a la competencia como a la cooperación. Sigmund Freud escribió: “En todo cuanto sigue, adopto el criterio de que la tendencia a la agresión es una disposición innata, independiente e instintiva del hombre, y ahora me remito a la aseveración de que constituye el obstáculo más difícil opuesto a la cultura”.

“Lo cierto es que los hombres no son criaturas amigables, sedientas de amor, que sólo se defienden cuando se les ataca; más bien se ha de contar con una tremenda medida de agresividad como parte de sus inclinaciones instintivas” (Citado en “¿Mono desnudo u Homo sapiens?”).

Konrad Lorenz, por otra parte, establece analogías entre algunos animales, por él estudiados, y el hombre. “¿Cuáles son los fundamentos de esos teorizantes para establecer conclusiones tan perturbadoras? La historia se remonta a Konrad Lorenz….con su última obra, «Sobre la agresión», al aplicar ciertas teorías derivadas de la combatividad evidenciada por peces y gansos ante el hombre –sin duda, una extrapolación bastante discutible- ofrece, sin duda, una base a las proposiciones de Ardrey y Desmond Morris. De reducirlo a los términos más simples, Lorenz pretende demostrar, fundándose principalmente en sus observaciones del ganso «Greylag», que la agresión es un instinto básico en todos los animales que tienen gran capacidad para la supervivencia”.

“Consecuencia: «La agresión, lejos de ser un principio destructivo, se nos muestra como una norma que preside las funciones preservadoras de los instintos básicos». Lorenz pone de relieve la importancia del principio de autoridad para el hombre: establece la autoridad permanente de los machos viejos y fomenta la lucha por la existencia donde sobreviven los más aptos. Nosotros practicamos y mantenemos la agresión del mismo modo para obtener dichos beneficios y asegurar nuestra supervivencia”.

“¿Significa esto que la agresión subsiste dentro del grupo? No, responde Lorenz, pues el fuerte aprende a respetar la vida del débil y no lo destruye. El proceso evolutivo no genera sólo agresividad, sino también, por fuerza, normas hereditarias de continencia, pues de otro modo la especie se destruiría a sí misma. Tales normas se exteriorizan con la sumisión de los más débiles a los más fuertes mediante ademanes apaciguadores. Las luchas intestinas específicas se resuelven siempre con la huída o el acatamiento del débil, y entonces la derrota no se transforma en matanza. Ello demuestra que es posible corregir el instinto de dominación y destrucción cuando los inferiores aprenden a humillarse y someterse”.

La visión de Lorenz en cierta forma abre las puertas a los totalitarismos para darles cierta legitimidad. Si el hombre es naturalmente agresivo y dominador, en algunos los casos, y pasivo en otros, ello hace necesaria la intervención del Estado para regular tales comportamientos. Incluso el marxismo interpreta al cristianismo como una ideología que justifica a los débiles para ser explotados con mayor facilidad por los fuertes.

En realidad, teniendo en cuenta que el ser humano responde a dos tendencias generales, como la competencia y la cooperación, puede decirse que el cristianismo promueve la cooperación a través del predominio del amor sobre el egoísmo, el odio y la indiferencia. Incluso Lorenz, de una manera bastante artificiosa e irreal, trata de compatibilizar aspectos tan contradictorios como el amor y el odio. “Igualmente se proyecta este comportamiento desde el ganso «Greylag» al hombre para demostrar que todo amor arranca y depende de la agresión, y que se mantiene así entre los hombres: «En cada caso de amor genuino hay siempre una medida considerable de agresividad latente»”.

“Lorenz se esfuerza por demostrar que el comportamiento humano del tipo cooperativo o plácido no se origina a través de la razón ni la camaradería, ni la simpatía, ni el amor, ni los códigos éticos. Las reacciones que nos preservan del mutuo exterminio suelen tomar la apariencia de amistad o instinto moral, pero se fundan realmente en respuestas mecánicas y desencadenadas por las oportunas señales, es decir, no en un reconocimiento del bien y el mal o una apreciación razonada de las consecuencias. Se siente automáticamente la obligación porque es innata y la originan «mecanismos instintivos de comportamiento muy anteriores a la razón y que no difieren esencialmente del instinto animal»”.

Mientras que Freud describe al hombre como un animal sexual, Lorenz lo describe como un animal instintivo, por lo que debemos tener presente la existencia de las cuatro componentes afectivas de nuestra actitud característica (amor, odio, egoísmo e indiferencia) para que la primera predomine sobre las restantes. Las mutilaciones grotescas de Freud y de Lorenz sólo promueven un nihilismo que tiende a anular toda esperanza e impiden adoptar el sentido de la vida que nos propone el orden natural existente. Lewis y Towers agregan: “A veces sentimos un placer masoquista al denigrar lo sublime; negar lo obvio; afirmar que lo blanco es realmente negro y el amor realmente odio; que el mundo material no existe; que la materia es sólo pensamiento o el pensamiento sólo materia; que el hombre no es más que un mono desnudo. ¿Qué es esto, sofisticación o sofistería? ¿Talento o estupidez? ¡Cierto aplicado al ganso, erróneo aplicado al hombre!”.

martes, 24 de mayo de 2016

Comportamiento económico y ciencia económica

Puede hacerse una analogía acerca de la relación existente entre las diversas formas de vida y la biología, por una parte, con el comportamiento económico del hombre y la ciencia económica, por otra parte. Mientras que la biología, previa a un esquema conceptual que le diera sentido, consistía esencialmente en una recopilación de información inconexa, con la teoría de la evolución por selección natural adquiere una plena significación. Theodosius Dobzhansky escribió: “Durante casi un siglo, la influencia de la teoría de la evolución se ha hecho sentir más allá de los límites de la biología. En realidad, esta influencia ha crecido aceleradamente, y en la actualidad la idea de la evolución ha llegado a formar parte del capital intelectual de la civilización occidental. En biología esta idea es fundamental. Para el estudiante principiante, y no menos para el profesor y el especialista, la idea de evolución da sentido a lo que de otro modo sería una tediosa descripción de hechos áridos que deberían memorizarse y que pronto se olvidarían una vez finalizados los cursos. Esos mismos hechos y descripciones de seres que alguna vez o nunca hemos visto, a la luz de la evolución se transforman en fascinantes. Conocerlos se convierte en una aventura intelectual” (De “La evolución, la genética y el hombre”-EUDEBA-Buenos Aires 1966).

En el caso de la economía, luego de una etapa de recopilación de información inconexa, Adam Smith vislumbra la existencia de un sistema autoorganizado, el mercado, que permite comenzar a darle sentido a los comportamientos económicos anteriores y futuros por cuanto, al iniciarse la teoría económica, existe una referencia para poder establecer comparaciones.

Si bien se conocían los efectos de las decisiones de individuos y gobernantes, resultaba difícil distinguir entre causas favorables y desfavorables a la producción y el consumo. No podía advertirse cuáles eran los errores y cuáles los aciertos a partir de las descripciones que se realizaban antiguamente, mientras que en la actualidad es posible juzgar, con una mejor perspectiva, las decisiones y acciones de nuestros antepasados. R. Heilbroner y W. Milberg escribieron: “En su sentido más amplio, economía es el estudio de un proceso que encontramos en todas las sociedades humanas: el proceso para lograr el bienestar material de la sociedad. En sus términos más sencillos, la economía es el estudio de la forma en que los seres humanos se ganan el sustento de todos los días” (De “La evolución de la sociedad económica”-Prentice Hall-México 1999).

En cuanto a las tareas de la sociedad económica, los citados autores agregan: “Debemos realizar un análisis sistemático de la economía señalando las funciones que la organización social debe llevar a cabo a fin de incluir la naturaleza humana en el contexto social. Y al centrar nuestra atención en este problema fundamental, nos damos cuenta con rapidez de que comprende la solución de dos tareas elementales relacionadas, pero independientes. Una sociedad debe:

1- Organizar un sistema para asegurar la producción de bienes y servicios suficientes para su supervivencia y
2 – Organizar la distribución de los frutos de su producción de modo que tenga lugar más producción.

“Estas dos tareas para la continuidad económica son, a primera vista, muy sencillas. Pero se trata de una sencillez engañosa. Gran parte de la historia económica se ocupa de la forma en que las distintas sociedades enfrentan estos problemas elementales; y lo que nos sorprende al estudiar estos intentos es que la mayor parte de ellos fueron fracasos parciales. (No podrían haber sido fracasos totales, pues la sociedad no habría sobrevivido)”.

A través de la historia, aparecen tres formas básicas de organización económica: la tradición, la autoridad y el mercado. En la sociedad tradicional, la “división del trabajo” se establece en forma hereditaria. “Las sociedades que se basan en la tradición resuelven los problemas económicos en forma muy pragmática. Primero, se enfrentan al problema de la producción asignando las tareas de los padres a los hijos. De esta manera, una cadena hereditaria asegura las habilidades y los empleos se transmitan de generación en generación. Adam Smith escribió que en el antiguo Egipto «cada hombre estaba obligado, por un principio religioso, a seguir la ocupación de su padre y cometía el sacrilegio más terrible si cambiaba de actividad»”.

La segunda forma de organización económica es la del “mando centralizado”, en la que un jefe económico ordena las actividades que se deben cumplir mientras que el resto debe limitarse a obedecer. Es un sistema ligado generalmente a alguna forma de esclavitud o servidumbre. “El modo de organización económica autoritaria.....lo encontramos en los despotismos de la China medieval y clásica que produjeron, entre otras cosas, la colosal Gran Muralla, o en el trabajo de los esclavos con el que se construyeron muchas de las grandes obras públicas de la Roma antigua, o bien en cualquier economía basada en la esclavitud, como la de EEUU antes de la Guerra Civil. Hace apenas unos cuantos años, lo hubiéramos encontrado en los mandatos de las autoridades económicas soviéticas. En una forma menos drástica, lo encontramos en nuestra sociedad: por ejemplo, en forma de impuestos (es decir, la apropiación por parte de las autoridades de un porcentaje de nuestro ingreso para propósitos públicos)”.

Finalmente se establece la economía de mercado, que resulta ser un marco económico y legal que soluciona los problemas económicos de la sociedad, siempre y cuando exista una aceptable adaptación a sus requerimientos. Si no se parte de un nivel ético normal, lo que incluye trabajar con intensidad y eficacia, pocos resultados positivos habrá de lograrse. Tal es así que sus detractores critican sus ocasionales magros resultados (que no se produce el “derrame” que aseguran sus adeptos) sin tener en cuenta que tal “derrame” requiere de la existencia de un mercado desarrollado en donde compita una cantidad adecuada de empresarios. Si la calidad y cantidad de empresarios es limitada, o si la mayor parte de la población busca un empleo estatal, incluso improductivo, no será el sistema económico el que falle, sino la pobre adaptación al mismo. “En una economía de mercado a nadie se le asigna ninguna tarea. De hecho, la idea principal en una sociedad de mercado es que cada persona pueda decidir qué hacer”. “En una sociedad de mercado, todos los puestos se ocuparán porque a la gente le conviene ocuparlos”.

Puede advertirse que en la sociedad tradicional el individuo no tiene libertad por cuanto no puede elegir la actividad laboral deseada ya que la herencia familiar determina su vida laboral. Por otra parte, en el mando centralizado, no existe libertad ni tampoco igualdad, ya que existe un sector que da órdenes y otro que obedece. En una sociedad de mercado (cuando está desarrollado), al existir movilidad social, permite alcanzar la libertad y la igualdad (en el caso de aquellos que se sienten inferiores por disponer de un menor nivel económico).

La consolidación de la teoría económica se produce en una etapa en la cual el método de la ciencia experimental reemplaza a las creencias surgidas desde la religión, en materia económica, como también a los planteos utópicos provenientes de los filósofos. Jerónimo Boccardo escribió: “La economía política es una ciencia de observación, y funda sus principios y sus teorías en el cuidadoso examen de los hechos y de los fenómenos económicos. Su suerte debía ser, por lo tanto, la misma que tuvieron todas las demás doctrinas experimentales. Los antiguos no tenían, por otra parte, aptitudes para esta clase de disciplinas científicas, por cuanto no estaban acostumbrados a cultivar más que aquellas que se apoyan sobre especulaciones abstractas y sobre el puro razonamiento”.

“Desdeñaban toda paciente investigación acerca de los hechos que la Naturaleza nos ofrece diariamente en espectáculo, y preferían con atrevidas y a veces temerarias hipótesis, ir más allá de las enseñanzas de la experiencia. Aquel Platón que se atrevía a elevarse hasta adivinar las leyes que gobiernan la máquina del universo, hubiera considerado como indigna de su persona la investigación de las leyes que rigen la caída de un cuerpo en el espacio, la descomposición de una sustancia orgánica, el valor de las mercaderías, la formación de capitales y el aumento o disminución de las poblaciones”.

“En lugar de observar y describir, los filósofos de la antigüedad aspiraban a crear y a imaginar. Y de aquí el que, lejos de intentar descubrir si la sociedad humana y la producción, la distribución y el consumo de las riquezas obedece a un orden natural y a un armonioso sistema de principios, creían poder organizar con su talento una República en la que fuesen comunes los bienes, las mujeres y los hijos, y en la que hubiesen todos de acomodarse a las arbitrarias normas que ellos habían forjado a priori”.

“Otras causas concurrieron también a impedir que la economía política se constituyese como ciencia entre los antiguos. Los hombres libres y poderosos, en Grecia y Roma, miraban con supremo desprecio el trabajo, especialmente el trabajo manual o mecánico, reputado por ellos como obra servil, abandonando realmente a los esclavos la mayor parte de las ocupaciones productivas”. “¿Cómo era posible, con semejantes ideas, conciliar una ciencia que considera el trabajo y la industria como fundamento principal, no sólo de la riqueza, sino de la civilización, con una ciencia que puede llamarse con razón la ciencia del trabajo?”.

“Otro principio consagraba la sociedad antigua, a saber, el de que es lícito a una pequeña parte de ciudadanos dominar y oprimir a otra parte bastante más numerosa; Aristóteles mismo escribía en su Política que una porción de la humanidad nace libre, y otra esclava; y Xenofonte aconsejaba a los atenienses que hiciesen fuente principal de sus rentas públicas el comercio de los esclavos. ¿Cómo podía nacer entonces una ciencia que combate toda clase de usurpaciones y de monopolios, una ciencia que puede también, con perfecto derecho, llamarse la ciencia de la libertad humana?”.

“En suma: para que la economía política pudiese constituirse como doctrina autónoma, era menester que el Cristianismo viniese a proclamar la igualdad originaria de todos los hombres, a ennoblecer el trabajo y a romper las cadenas de los esclavos; que los bárbaros aportasen, al mismo tiempo que arruinaban y destruían la antigua civilización, algunos elementos vitales de la nueva, y principalmente el vivo asentimiento de la libertad individual” (De “Historia del comercio, de la industria y de la Economía Política”-Editorial Impulso-Buenos Aires 1942).

En la actualidad persiste, en numerosos sectores, la tendencia a mantener vigente la economía del “mando centralizado” (el Estado). Ello se debe esencialmente a la creencia de que la economía debe subordinarse a la política, en lugar de buscar la compatibilidad entre ambas. La era pre-científica predomina aún en la mente de muchos individuos.

sábado, 21 de mayo de 2016

Burocracia vs. trabajo productivo

El pleno empleo es algo deseable, ya que pocas cosas son tan temibles como la desocupación laboral; pero el pleno empleo debe lograrse en base al trabajo productivo. Durante los periodos de gobiernos populistas, se lo busca a costa de aumentar el empleo estatal más allá de las necesidades normales de la población, ya que tal concesión se la utiliza con fines electorales.

Con el nombre de “burocracia” puede distinguirse el empleo estatal improductivo de aquél que resulta necesario para lograr las finalidades propias del Estado, tales como la administración pública, salud, educación, justicia, seguridad, defensa, etc. El burócrata es el que tiene como principal función la de cumplir horarios para cobrar un sueldo a fin de mes, ya que sus actividades laborales carecen de utilidad para el Estado y para la sociedad, ya que, prescindiendo de esas actividades, podrían lograrse los objetivos estatales con mayor eficacia y menor gasto.

Esto parece muy sencillo de entender, sin embargo, un gran sector de la población está convencido que el empleo estatal innecesario “resuelve el problema de la desocupación”. Cuando existe un exceso de empleos improductivos (estimados en unos 2 millones en toda la Argentina), que genera un déficit anual del 7% del PBI, tal déficit debe cubrirse con el cobro de elevadas tasas de impuestos, emisión monetaria o bien con préstamos del exterior. La emisión monetaria excesiva produce inflación, siendo la principal causa de pobreza generalizada. Los impuestos con tasas excesivas impiden a las empresas la inversión y la creación de nuevos puestos de trabajo productivo, mientras que los préstamos que recibe el Estado solucionan los problemas por un tiempo, pero los trasladan al futuro, bastante agrandados.

El sector mayoritario de la población considera inhumana y perversa la actitud de reducir el empleo estatal superfluo, por lo que apoya y favorece la profundización de la pobreza y del subdesarrollo. Sin embargo, espera que algún político produzca el milagro de eliminar la inflación y la pobreza sin reducir la elevada burocracia. De ahí que no resulte extraño que los políticos populistas prometan realizar “el milagro del subdesarrollo”. Marco Denevi escribió: “La adolescencia colectiva sueña con un súbito cambio de la realidad, con un vuelo alto y corto que la haga saltar por encima de los dolores y de los esfuerzos de su evolución hacia, por supuesto, la grandeza”.

“Las verdaderas revoluciones, desde el cristianismo hasta la cibernética, son graduales e insidiosas y no las desatan los pueblos sino una minoría y a veces un solo hombre, un Euclides, un Pasteur o un Einstein, digamos” (De “La República de Trapalanda”-Ediciones Corregidor-Buenos Aires 1989).

En cuanto a la burocracia, el citado autor agrega: “La regla de oro de la burocracia argentina: multiplicar las prohibiciones para multiplicar las oportunidades de vender los permisos”.

“Con Perón el Joven, el Estado comenzó a dilatarse como el Universo hasta límites inconcebibles para la Constitución de 1853”. “Perón quiso someter todas las voluntades a la suya, para lo cual amplificó los poderes del Poder en sus manos y las consecuencias no tardaron en hacerse sentir: el Estado creció y desde entonces no ha dejado de crecer porque ningún gobernante, incluidos los sucesores democráticos, se resigna a despojarse de los poderes que encuentra ya instalados en el Poder”.

“Un lenguaje abstracto habla de «sobredimensionamiento del Estado», trabalenguas que en buen romance significa exceso de órdenes impartidas por los gobernantes y, por supuesto, exceso de funcionarios y de empleados que corren con el trámite de esas órdenes. Como a toda esa gente hay que pagarle un sueldo, suministrarle edificios, útiles de trabajo, papeles por toneladas, luz eléctrica, teléfonos, a algunos también un automóvil (con chofer, si es posible), a otros muchos también un uniforme, y como el dinero para todos estos gastos debe salir del bolsillo de los particulares, sólo una economía próspera puede aguantar tanto dispendio. Y no por mucho tiempo”.

“La burocracia, en todo el mundo, está formada por personas que trabajan en algo que no les gusta. ¿Qué se puede esperar de ellas, sino una violencia interior que de un modo o de otro descargarán sobre los demás? Los demás son quienes acuden a una oficina para hacer un trámite”.

“Como los gobernantes argentinos no han sabido hacer otra cosa que promulgar leyes, decretos y ordenanzas, y como su mayor alarde de inteligencia ha consistido en crear organismos burocráticos, la burocracia es una especie de ejército de ocupación del país, integrado por algo más de dos millones de personas (en una nación con poco más de treinta millones de habitantes). La proporción es escalofriante: de cada quince argentinos, uno es empleado del Estado nacional, de algún Estado provincial o de algún municipio”.

Una parte de la herencia que dejó el kirchnerismo fue un mayor sobredimensionamiento estatal, que agravó notoriamente las cifras que Denevi mencionaba en 1989. “Este ejército de ocupación, sobre el cual se vierte un mar de tramitaciones diarias, ignora la alegría de quien cumple con su vocación. Es un ejército malhumorado y desganado que se venga de sus frustraciones mediante el sadismo. Salvo la soviética, no conozco burocracia más cruel que la argentina. Sospecho que por espíritu de desquite. Y como no hay un patrón a la vista que la vigile, cierto grado de impunidad la envalentona”.

“Por cierto que son muchos los argentinos que codician un cargo burocrático. Las condiciones de ingreso suelen eludir el examen de idoneidad, suplantado por la afiliación política o por la carta de recomendación. Pero nadie busca en la burocracia un destino feliz sino la forma de ponerse a cubierto de la competencia y de los riesgos que acechan a cualquier oficio privado”.

“Los listos están en todas partes, también fuera del gobierno y de la administración pública, y no se quedan de brazos cruzados. Hay que ver cómo se las ingenian, según las técnicas propias de la viveza, para aprovechar las circunstancias en su beneficio personal aun dentro de la enorme malla tejida por el estatismo”.

“El soborno ofrecido (y aceptado) con total desparpajo es una de esas técnicas. La evasión de impuestos es otra. La subfacturación o la sobrefacturación es una tercera. En fin, la economía que ahora se llama negra, informal o clandestina acapara el mayor número de adeptos”.

“En cuanto a lo que el lenguaje popular denomina coima y el diccionario pudoroso denomina cohecho, es otra tradición argentina. Un agente francés le informa a su empleador en París que en Buenos Aires no se puede dar un paso sin untarle la mano a algún funcionario del gobierno. Fecha del informe: 18 de octubre de 1710”.

En cuanto a la actitud actual de algunos burócratas, es oportuno mencionar una propaganda que se observa en las calles de la ciudad de Mendoza. En un afiche, aparece sonriente el intendente del departamento de Las Heras, con una inscripción que dice: “Estamos limpiando Las Heras”, algo más abajo: “Las Heras hace historias” (posiblemente hayan querido expresar: Las Heras hace historia). Ello significa que cumplir con las mínimas obligaciones que tiene toda Municipalidad, que es el de la limpieza, es todo un logro que merece ser publicitado gastando incluso recursos que podrían ser invertidos en algo útil. Debe mencionarse que dicho departamento estaba sumergido en basura durante la gestión municipal anterior, en cuyo caso el Estado municipal funcionaba como un reducto favorable al robo organizado ya que ni siquiera se preocupaba por salvar las apariencias trabajando lo mínimo indispensable.

Todo lo que puede decirse de la burocracia en este país no es más que un reflejo de una mentalidad predominante que es necesario cambiar (o mejorar). Marco Denevi escribió: “Hace algún tiempo, en mi país [Suiza], un argentino y yo caminábamos por una callecita de la ciudad fundada en el siglo IX donde tenía mi casa. Era muy temprano y no había tránsito de vehículos, que por lo demás es allí escaso a cualquier hora del día”.

“Un niño montado en una bicicleta venía por la calzada de pavimento medieval, pasó a nuestro lado y se nos adelantó. Al llegar a la bocacalle extendió un brazo para advertir que doblaría a la izquierda, como en efecto lo hizo”. “El argentino se detuvo, murmuró: «Es increíble». ¿Qué era lo que le parecía increíble? «Pero, ¿no vio a ese chico? Aunque no hay ningún agente de tránsito y por la calle no circulan vehículos, igual estiró el brazo»”.

“Fue a la noche, mientras comíamos…cuando de golpe me dijo: «¿Sabe una cosa? No se ofenda, pero ustedes están domados como animales de circo». Se rehusó a aclararme el significado de esa frase sibilina y cambió de conversación”.

“Ahora, al cabo de seis años de vivir en la República Argentina, creo desentrañar el sentido de su estupor, de su disgusto, de aquellas palabras ambiguas. Sí, en comparación con los argentinos, mis compatriotas y yo somos viejas bestias domadas. Nos hemos convertido en banqueros suizos, en hoteleros suizos, en relojeros suizos, disciplinados y eficaces, respetuosos del orden y amantes de la comodidad, de la seguridad, del confort y de la buena digestión….”.

“En cambio la sociedad argentina es, toda ella, joven. Todavía le cuesta pagar el precio de la doma para obtener el bienestar. Sea bajo el liberalismo, sea bajo el estatismo, el adolescente colectivo ha ambicionado vivir bien pero sin sacrificar los dones propios de la juventud. Hasta el día en que se dé cuenta de que debe optar entre la aventura y el orden. Si elige el orden, ay, es porque ha dejado de ser joven y se incorpora al mundo de los suizos. Y si elige la aventura, ay, se autocondenará a la pobreza”.

Nota: Marco Denevi fue un escritor argentino que, por una cuestión literaria, optó por escribir, con actitud imparcial, optando ficticiamente por la nacionalidad suiza.

En la actualidad, nuestra mentalidad no ha cambiado demasiado. Si se tienen en cuenta las encuestas políticas, se advertirá que una Presidente que aumentó irresponsablemente el empleo público, de manera que el déficit anual llegara al 7% del PBI, en las encuestas aparece con más del 50% de imagen positiva. Por otra parte, una política como Elisa Carrió, que fue la pionera y casi única investigadora que denunció a la organización delictiva constituida por el kirchnerismo, tiene una imagen positiva que no llega al 10%. Posiblemente tales porcentajes pueden haber cambiado, aunque no de manera sustancial. Ello indica que quienes atentan contra la nación de una manera perversa, son mucho mejor considerados que aquellos que la defienden de la corrupción y de la irresponsabilidad.

martes, 17 de mayo de 2016

Espíritu y materia

A partir de la generalizada y antiquísima creencia en la inmortalidad del hombre, se ha supuesto la existencia de un alma, contenida en el cuerpo, capaz de persistir incluso después de la muerte. En cierta forma, esta visión puede compararse a la de la “caja negra” de un avión, capaz de sobrevivirlo luego de un accidente. Un problema filosófico corriente fue el de establecer los vínculos existentes entre cuerpo y alma, buscando la concordancia entre lo sobrenatural y lo natural. Henri Bergson escribió: “Al versar sobre el alma y el cuerpo, es decir, sobre el espíritu y la materia, esta conferencia versa «ipso facto» sobre todo lo que existe, y hasta, si hubiésemos de creer a cierta filosofía, también sobre algo que no existe. Mi intención no es profundizar la naturaleza de la materia ni la del espíritu. Cabe distinguir dos cosas una de otra y determinar hasta cierto punto sus relaciones, sin por esto conocer la naturaleza de cada una de ellas” (De “Espíritu y materia”-Editorial Renacimiento-Buenos Aires 1947).

Acerca de la historia de la dualidad alma-cuerpo, Mario Bunge escribió: “Todo empezó por lo menos hace treinta mil años. Lo cierto es que nada sabemos con seguridad acerca de la filosofía de la mente que tuviera el hombre primitivo. Sin embargo, lo que sí sabemos es algo sobre las creencias de los primitivos contemporáneos: los aborígenes australianos, los indios amazónicos y los esquimales: todos creen en espíritus de seres humanos y de animales, que los habitan mientras viven, y que deambulan descarnados después de la muerte. También existe alguna evidencia, procedente sobre todo de tumbas, de que hombres primitivos de mucho antes de la revolución neolítica ya creían en un alma independiente del cuerpo. Esta creencia permaneció firmemente asentada en las religiones que se mantuvieron al comienzo de la civilización, unos cinco mil años atrás. Efectivamente, la religión y la creencia en un alma inmaterial (quizás eterna) van emparejadas. Resumiendo, el dualismo psicofísico parece ser la filosofía de la mente más antigua que se recuerda”.

“El monismo psicofísico viene mucho después, al lado de los primeros intentos de la ciencia. Fue concebido por los filósofos-científicos jónicos, sobre todo por Epicuro, y por el padre de la medicina, Hipócrates. Estos pensadores rechazaron el sobrenaturalismo y adoptaron una concepción del mundo estrictamente materialista, que no necesitaba para nada de espíritus carentes de cuerpos. Sin embargo, a pesar de que la escuela hipocrática consiguió asentarse firmemente durante un tiempo entre los médicos, el materialismo cayó rápidamente ante el fuego de Platón y de sus sucesores y, con excepción de Lucrecio, no consiguió ningún defensor entre los eruditos”.

“El oponente más brillante, vigoroso e influyente del monismo psicofísico y, en general, de la antigua concepción materialista y atomista del mundo, fue Platón. El suyo fue el primer sistema filosófico coherente que incluyó el dualismo psicofísico. Platón hace a su maestro Sócrates exponer en los diálogos Crátilo y Fedón una versión refinada de la obscura doctrina órfica, según la cual a) el hombre es un compuesto de cuerpo y alma, b) el alma es inmaterial y eterna, c) el alma anima el cuerpo, d) el alma es superior al cuerpo, e) el alma se encuentra prisionera del cuerpo y se libra de él con la muerte, y f) el alma puede saber la verdad absoluta y disfrutar de la belleza absoluta sólo después de conseguir librarse del cuerpo. Esta doctrina la adoptaron, oscureciéndola notablemente, los neoplatónicos, y la hicieron oficial los cristianos bastante después de San Pablo. Con excepción de alguna herejía ocasional, ha dominado a la Cristiandad durante quince siglos” (De “El problema mente-cerebro”-Ediciones Altaya SA-Barcelona 1999).

Posteriormente, René Descartes adopta el dualismo como base de su filosofía, escribiendo al respecto: “Porque me sabía una sustancia, cuya esencia y naturaleza es pensar, para cuya existencia no es necesario ningún lugar, ni depende de nada material, de manera que este «yo», es decir, el alma por la cual soy lo que soy, es totalmente distinto del cuerpo y más fácil de conocer que este último; y aun si el cuerpo no fuera, no cesaría el alma de ser lo que es”.

Al respecto, Antonio R. Damasio escribió: “Este es el error de Descartes: la separación abismal entre cuerpo y mente, entre la sustancia medible, dimensionada, mecánicamente operada e infinitamente divisible del cuerpo, por una parte, y la sustancia sin dimensiones, no mecánica e indivisible de la mente; la sugerencia de que razonamiento, juicio moral y sufrimiento derivado del dolor físico o alteración emocional pueden existir separados del cuerpo. Específicamente, la separación de las operaciones más refinadas de la mente de la estructura y operación de un organismo biológico” (De “El error de Descartes”-Editorial Andrés Bello-Santiago de Chile 1996).

Los avances de la neurociencia han permitido describir varios aspectos del comportamiento humano sin necesidad de acudir a lo sobrenatural (de lo contrario no constituiría una rama de la ciencia experimental). Incluso se acepta que los aspectos éticos de nuestro comportamiento involucran a determinadas zonas del cerebro. Si bien todavía existen varios interrogantes, la tendencia predominante es la asociada al monismo psicofísico.

Ello no implica un rechazo definitivo a la inmortalidad sostenida por las religiones, siendo ésta una cuestión que posiblemente quedará sin respuesta aún cuando la neurociencia alcance el éxito que todavía no ha logrado. La existencia de transmisiones telepáticas es un indicio de que nuestra mente puede influir en el medio circundante, por lo cual son posibles fenómenos mentales de complejidad insospechada. Lo que sorprende, en este caso, no es la existencia de tales transmisiones, sino que lo sorprendente sería su ausencia, dada la complejidad de nuestro cerebro. John Locke expresó: “Dios puede, si lo desea, añadir a la materia la facultad de pensar”.

El rechazo a un mundo constituido por una sustancia única, es decir, sin lo sobrenatural, implica un factor de incredulidad religiosa y pérdida de la fe. Sin embargo, la validez de la religión moral no ha de perderse aun cuando los componentes básicos de nuestra mente y de nuestro cuerpo estén constituidos por la materia descripta por la física y por la química. Incluso la unión definitiva de ciencia y religión ha de constituir un gran acontecimiento por cuanto facilitará la unidad religiosa, el rechazo de la religión incompatible con la ley natural y el debilitamiento del terrorismo religioso.

Lo sobrenatural está ligado a vinculaciones entre Dios y algunos elegidos, que son los encargados de difundir entre los hombres la voluntad de Dios. Sin embargo, como no existen pruebas fehacientes de tal elección, hay quienes se autodesignan para esa misión e interpretan, como voluntad del Creador, el deber de exterminar a quienes se opongan a esa voluntad, que en realidad es la voluntad de fanáticos y asesinos seriales.

Lo espiritual, que se interpretaba antiguamente como el conjunto de fenómenos por los cuales las almas individuales están vinculadas en forma directa a Dios y que vuelan hacia alguna parte luego de la muerte, queda definido, a partir de las investigaciones de la neurociencia, como los fenómenos mentales asociados a los afectos y al intelecto. Es decir, espiritual no es la persona que creen en “espíritus” sino alguien que busca mejorar su nivel moral e intelectual. E. W. Sinnott escribió: “Si la mente del hombre tiene una base biológica, su espíritu ha de tenerla también. El «espíritu» se define como esos anhelos y deseos espontáneos, fundamento de las emociones, que son la más alta expresión de la persecución biológica de metas. Esta idea parecerá inapropiada a los hombres de fe y desesperadamente mística a los materialistas, pero ofrece una interpretación científica a lo que, de otro modo, resulta un concepto nebuloso”.

“El hecho de que las metas que llevamos dentro nos induzcan a desear unas cosas más que otras, conduce a los valores. Estos son primordialmente emocionales, pero el intelecto puede enriquecerlos mucho”.

“Si la sociedad ha de prosperar, hay que adaptar la conducta a los valores morales. Existen diversos raseros para medir el bien y el mal, pero el bien, como la belleza, no parece ser una cualidad meramente relativa, sino referirse a la vida misma. La conducta que contribuye a alcanzar las metas normales y propias de un organismo es recta; la que lo impide es mala. La sanción de la mala conducta biológica es el dolor. No conseguir las metas morales y espirituales que la experiencia de la especie considera más elevadas, acarrea formas más sutiles de pesadumbre y dolor. En este plano moral, es bueno cuanto ayuda a realizar más plenamente las posibilidades de la vida, y malo cuanto lo estorba” (De “La biología del espíritu”-Fondo de Cultura Económica-México 1967).

A partir de lo anterior, puede decirse que el sufrimiento es una medida del grado de desadaptación respecto del orden natural, mientras que la felicidad lo es respecto de su grado de adaptación. Además, lo que se conoce como justicia divina y se interpreta como la existencia de premios y castigos que vienen de Dios como respuesta a nuestras acciones, puede interpretarse también como una justicia natural en la cual los hombres decidimos, mediante nuestra conducta, los premios y castigos que hemos elegido.

Si Dios responde de igual manera en iguales circunstancias, puede decirse que está provisto de una actitud característica, igual que cada uno de nosotros. De ahí aquello de que somos hechos “a imagen y semejanza” del Creador. Si consideramos un mundo regido por leyes naturales invariantes, también veremos que “responden de igual manera en iguales circunstancias”, de donde podemos advertir que la religión natural (deísmo) resulta compatible con la religión teísta, con la ventaja de que no existe la posibilidad de adular a Dios ni repetir todos los errores del paganismo. E. W. Sinnott agrega: “Si la más alta expresión de finalismo biológico es el espíritu humano, ¿qué relación habrá entre éste y un Espíritu superior existente en el universo? Con la evolución la vida ha ido alcanzando metas y planos más eminentes de organización y se ha opuesto siempre a la tendencia descendente y desorganizadora de la materia inanimada. Esto sugiere que la naturaleza contiene un Principio de Organización que, a través de la vida, ordena el caos, saca el espíritu de la materia, y la personalidad de la estofa impersonal. Podemos identificar este principio como un atributo de Dios”.

“El concepto de que la vida persigue metas y de que el espíritu es su máxima expresión, puede servir de base a una filosofía personal esencialmente religiosa para aquellos que valoran la integridad intelectual pero están convencidos de que el universo sólo tiene sentido si se interpreta en términos espirituales. La vida, manifiesta en los organismos, es integradora, finalista y creativa. No podemos todavía explicar estas cualidades, pero sí obtener, a través de ellas, una visión espiritual más clara de la naturaleza del hombre y su relación con el universo que a través, simplemente, del intelecto. Si el hombre procura incesantemente elevar sus metas, éstas lo elevarán a alturas insospechadas. Si las degrada, se aniquilará a sí mismo”.

sábado, 14 de mayo de 2016

Felicidad e inmortalidad

Puede decirse que el objetivo de todos los seres humanos es el logro de la felicidad, aunque no nos pongamos de acuerdo acerca de cuál es el mejor camino para ese logro. Una vez que hemos elegido, individualmente, ese camino, descubrimos que existen causas que permiten alcanzarlo, y a ellas las denominamos el bien. También habrá causas que impiden llegar a nuestro objetivo, y a esas causas las denominamos el mal. De ahí que, asociada a cada meta, aparece vinculada una ética particular; luego, habrá tantas éticas posibles como distintos caminos hacia la felicidad existan.

Lo que distingue a la sociedad humana de un simple agrupamiento de seres humanos, es la existencia de metas comunes y, sobre todo, de metas que contemplen la felicidad de todos los integrantes del grupo social. Esta igualdad de derechos a la vida y a la felicidad restringe la existencia de varias de las metas particulares tanto como las éticas respectivas, por cuanto, por lo general, éstas excluyen a muchos integrantes de la sociedad. Resulta bastante evidente que ha de existir un camino mejor que otro, un grado de felicidad mayor que otros, una ética mejor que otras, y por ello, un objetivo de la vida mejor que otros. El descubrimiento de una ética de validez y aceptación general, provendrá de una selección previa, lo que implica una optimización entre todas las éticas posibles.

Debido a la influencia de las distintas religiones, a la búsqueda de la felicidad se le agrega el de la inmortalidad, que muchas veces “compite” con aquella. Puede decirse que tal inmortalidad es un estado de felicidad posterior a la muerte física de un individuo, supuestamente de mayor calidad o intensidad, y de una duración ilimitada. José Ortega y Gasset escribió en alguna parte que algunos individuos no saben qué hacer con su vida y con su tiempo y, aun así, pretenden lograr una vida eterna.

De la misma manera en que el ahorrista sacrifica parte de su bienestar presente pensando en su bienestar futuro, se supone que para lograr la inmortalidad debemos necesariamente sacrificar parte de la felicidad actual. Aparece de esa forma cierta oposición entre felicidad e inmortalidad, ya que, pareciera, para lograr una de ellas hay que sacrificar algo de la otra. Daisaku Ikeda escribió: “Muchas religiones rechazan la idea de que la vida individual termina con la muerte del individuo; esto es, rehúsan creer que la vida es un suceso efímero y único. El budismo, por ejemplo, enseña la doctrina de la transmigración; y el cristianismo, la de la vida eterna. La teoría budista es que una corriente de relaciones de causa y efecto se manifiesta en el ser sensible (incluyendo por supuesto a los seres humanos), y esta corriente vincula la vida presente con vidas del pasado y con otras que se tendrán en el futuro. Un desempeño pobre en la vida presente es el resultado de acciones en existencias anteriores. Actos perpetrados ahora afectarán las existencias futuras o adversamente, dependiendo de su calidad. Las implicaciones éticas de tal sistema derivan puramente de la practicidad: es sabio actuar ahora de modo que no haga desgraciada una vida futura. El enfoque cristiano es el personal de la recompensa divina en el cielo por las buenas obras actuales y el castigo del infierno para la maldad presente”.

“Resumiendo, considerar que la vida continúa, de algún modo, hasta la eternidad puede tener implicaciones éticas para el modo en que la gente utiliza su tiempo asignado a la Tierra. Pensar que la vida es cosa de una sola vez puede tener también implicaciones éticas. Por ejemplo, el hombre que rechaza tanto la recompensa futura como el castigo puede vivir la vida hedonista que quiera. ¿Qué diferencia puede haber si no hay nada después de la muerte?” (De “Los valores humanos en un mundo cambiante” de D. Ikeda y B. Wilson-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1993).

En la Edad Media europea se advierte una notable oposición entre la búsqueda de la felicidad y la de la inmortalidad, ya que se pensaba que el hombre estaba de paso por la vida y que el único objetivo valioso era el logro de la vida eterna, prometida por el cristianismo. Incluso se desdeñaba al mundo real y cotidiano acentuando la búsqueda del más allá posterior a la muerte. Sin embargo, si uno tiene presente los mandamientos de Cristo, se advierte que en realidad no existe ninguna oposición entre la búsqueda de la felicidad y de la inmortalidad. Si uno ama al prójimo como a si mismo, logrará un elevado grado de felicidad como también le permitirá la vida eterna, en caso de que ella exista.

Desde el punto de vista del cristianismo, no tiene sentido establecer elaborados y rigurosos razonamientos acerca de una vida posterior, por cuanto lo importante, lo que resulta accesible a nuestras decisiones, es encontrar el camino para acceder a esa vida. El amor al prójimo produce en el individuo un elevado grado de felicidad, aun cuando nuestros antepasados medievales no lo advirtieran. Mediante tal actitud cooperativa, al compartir las penas y las alegrías de los demás, advertimos que la felicidad óptima es la que involucra a las personas que nos rodean. De ahí que la verdadera felicidad es la que “puede contagiarse” a los demás.

Tanto la búsqueda de la felicidad como de la inmortalidad responden a la tendencia del hombre a “perseverar en su ser con duración indefinida”, como lo manifestaba Baruch de Spinoza. De ahí la diversidad de opiniones respecto de la inmortalidad. José Ferrater Mora estableció una síntesis de las diversas formas en que el hombre supone el paso a la vida ultraterrena:

1- Al sobrevenir la muerte, el alma del hombre emigra a otro cuerpo, esto es, se reencarna. La serie de transmigraciones y reencarnaciones constituye a su vez una recompensa o un castigo; cuando hay castigo, las almas emigran a cuerpos inferiores; cuando hay recompensa, a cuerpos superiores hasta quedar, finalmente, incorporadas a un astro. (Culturas primitivas, refinada por los pitagóricos).
2- Las almas de los hombres pueden transmigrar, pero toda transmigración constituye un castigo. Para evitarlo hay que llevar una vida pura, única que puede suprimir la pesadilla de los continuos renacimientos y sumergir la existencia en el nirvana. (Concepción budista).
3- Las almas de los hombres –entendidas como sus «alientos» o sus «sombras»- van a parar a un reino –el de los muertos-, que es el reino de lo sombrío. A veces salen de este reino para intervenir en el mundo de los vivos. (Pueblos primitivos y religión popular griega).
4- La sobrevivencia de los espíritus después de la muerte depende de la situación social de los hombres correspondientes: solamente ciertos individuos de la comunidad sobreviven. (Vigente en Egipto hasta que se generalizó a toda la comunidad).
5- Hay sobrevivencia, pero no es individual, al morir las almas se incorporan a un alma única (Interpretaciones dadas a la teoría aristotélica).
6- Al morir, los hombres son devueltos al lugar de donde proceden, al depósito indiferenciado de la Naturaleza, que es el principio de la realidad. (Concepción estoica).
7- No hay sobrevivencia de ninguna especie: la vida del hombre se reduce a su cuerpo, y al sobrevenir la muerte tiene lugar la completa disolución de la existencia humana individual. (Concepción naturalista, que niega toda inmortalidad).
8- Hay sobrevivencia individual, y es la de las almas. (Cristianismo, Platón y otros filósofos).
9- Hay sobrevivencia individual de las almas, acompañada luego por la resurrección de los cuerpos. (Concepción católica).
10- Sobrevive la psique humana por lo menos durante algún tiempo. (Metapsíquicos y algunos espiritistas) (Del “Diccionario de Filosofía”-Editorial Ariel SA-Barcelona 1994).

Acerca del vínculo entre felicidad e inmortalidad, Julián Marías escribió: “Yo creo que la capacidad amorosa presenta enormes diferencias, tanto individuales como históricas. El hombre es intrínsecamente amoroso, es una realidad amorosa; sí, pero ¿cómo y cuánto? Sería apasionante estudiar a esta luz la historia de la pretensión de inmortalidad, pero la primera dificultad es que nunca se ha estudiado histórica o socialmente la condición amorosa…La condición amorosa se realiza de muy diversas formas, con enormes diferencias de intensidad y contenido, que habría que descubrir en las manifestaciones, reales o imaginativas, literarias, de la vida personal”.

“Sería interesante poner esto en relación con la actitud frente a la inmortalidad. ¿No ocurrirá que haya épocas en que el hombre siente fuertemente la pretensión de inmortalidad, tiene vivo interés por ella, por seguir viviendo siempre, precisamente porque tiene una realidad intensamente amorosa? ¿No sucederá, por el contrario, que en épocas en que la capacidad amorosa decae, en que el nivel amoroso es bajo, se produce automáticamente un descenso del deseo de inmortalidad, de la pretensión de perdurar? Parece sumamente probable, y sería iluminador considerar atentamente las cosas desde esta perspectiva”.

“En la medida en que se ama, se necesita seguir viviendo o volver a vivir después de la muerte para seguir amando. Recuérdese la famosa y espléndida expresión de San Agustín: «Mi peso es mi amor, soy llevado por él adondequiera que voy»: es el peso de la vida humana, el amor, que nos lleva de una parte a otra”.

“Esto es capital: las épocas de crisis del amor, aquellas en que desciende o se enfría, experimentan al mismo tiempo un descenso paralelo del deseo de inmortalidad. Si se compara el final del mundo antiguo, en los siglos inmediatamente anteriores al cristianismo, con la actitud de gran parte de la Edad Media; si se compara el Renacimiento con el siglo XVIII, o con el Romanticismo, o con nuestra época, se ve cómo hay enormes desniveles en dos cosas: en la capacidad, intensidad y viveza de la condición amorosa, por una parte, y en el grado de pretensión viva y auténtica de inmortalidad, por la otra”.

“Puede darse una extraña actitud inercial, pasiva, indiferente. Llevo muchos años asombrándome de la normalidad con que grandes masas de hombres de nuestra época, en el mundo occidental (acaso todavía más en otros que conozco peor), aceptan la idea de que el hombre es mortal, de que la muerte significa la aniquilación, la desaparición total. ¿Cómo se explica esto? Pienso que la clave es el inmoderado afán de seguridad del hombre contemporáneo, y que lo único que podría darla es la aniquilación, la nada, la cesación de todo acontecer y de todo proyecto. El horizonte de la inmortalidad es siempre inseguro, problemático, y aunque hubiera una certeza absoluta, quedaría la incertidumbre respecto a sus formas y contenido. No solo muchos hombres actuales no se angustian ante la perspectiva de la aniquilación, sino que la posibilidad o esperanza de la inmoralidad les estorba, los perturba como una enojosa amenaza a su seguridad” (De “La felicidad humana”-Alianza Editorial SA-Madrid 1994).

jueves, 12 de mayo de 2016

De la crisis a la decadencia

Las sucesivas crisis que afronta el país implican, en realidad, una decadencia que se ha prolongado por varias décadas. Sin embargo, no existe la intención de revertirla, ya que no se buscan las causas que la provocan. Un pueblo deseoso de revertir tal situación, por el contrario, observa los errores cometidos y trata de evitarlos en el futuro. Si varios países europeos pudieron salir de una grave situación, luego de la Segunda Guerra Mundial, otros países, con menor grado de destrucción material, están en condiciones de repetir la proeza.

Debemos hacer una revisión del pasado; no para mostrar los errores del partido adversario, ni para trasladar al presente los odios de generaciones anteriores, ni para distorsionar la verdad buscando un rédito político, sino para tratar de no repetirlos. Ricardo Zinn escribió: “Un observador situado en el próximo siglo [se refiere al XXI] que se propusiera tipificar a la Argentina con algún rasgo substancial, podría decir que éste es un pueblo sin memoria”.

“Tanto en la intimidad de la reflexión coloquial como en las manifestaciones públicas más estentóreas somos incitados continuamente a no mirar el pasado hasta el punto de considerar una categoría ética el famoso «borrón y cuenta nueva», cosa que se advierte en la autoestima que muestra cualquier mentor de la comunidad cuando las circunstancias lo colocan en posición de recomendar el olvido”.

“Es extraño, pero los argentinos han asimilado el concepto de memoria al de venganza y han logrado confundir amnesia histórica con magnanimidad. Ya en su proclama al pueblo de Buenos Aires al día siguiente de la batalla de Caseros, Justo José de Urquiza propone un olvido general de todos los agravios y afirma audazmente que todos somos amigos e hijos de la gran familia argentina. Algunos de esos amigos, miembros de la gran familia argentina, lo apuñalarán con minuciosa saña en el palacio San José el lunes 11 de abril de 1870. Sucede que la desmemoria, como voluntad nacional, se contradice con la justicia” (De “La segunda fundación de la República”-Editorial Pleamar-Buenos Aires 1976).

Luego de la Segunda Guerra Mundial, el mundo observa la caída y el desprestigio de los totalitarismos, mientras que la Argentina peronista pretende instalar un régimen con bastantes similitudes al fascismo y al nazismo. Posteriormente, aun observando el derrumbe del socialismo, un gran sector apoya las ideas políticas y sociales que fracasaron en todo el mundo. El citado autor agrega: “Esta curiosa proclividad ha contribuido a la gran inmadurez de la Argentina. Mientras las naciones adultas marchan conscientemente en la dirección que le señala el curso histórico, procesado y convertido en experiencia, nosotros somos inducidos a nacer cada mañana en brazos de un benevolente romanticismo moral que nos mantiene monstruosamente paralizados. La Argentina, como país, se parece cada vez más a un adolescente viejo”.

Con el excesivo dimensionamiento del Estado kirchnerista, materializado con unos 2 millones de empleados públicos poco o nada productivos, el déficit estatal es de un 7%. De ahí que, de cada 100 pesos que el Estado recibe, gasta 107. Para afrontar semejantes gastos, las empresas deben contribuir con un elevado porcentaje de impuestos, por lo que les queda poca disponibilidad para la inversión productiva. Como los impuestos no alcanzan, el Estado debe emitir papel moneda que favorece y mantiene la inflación. Luego la inflación produce pobreza, que al finalizar el periodo kirchnerista era de unos 12 millones de pobres y que en este momento ascendió a 13 millones, según relatan los especialistas.

Si alguien se propone echar del Estado al sector parasitario, aunque sea en forma gradual, se lo considerará inhumano y perverso, mientras que quienes hablan todo el tiempo de la pobreza y la indigencia creciente, se oponen férreamente a una mejora económica general; muestran así una actitud “humana y cristiana” hacia los empleados estatales prescindibles que resultan ser los únicos protegidos por la “magnanimidad” de la ciudadanía. En este momento se presentan dos opciones: o apoyamos la reducción del plantel de empleados estatales (para que disminuya la inflación y la pobreza) o bien debemos aceptar la inflación y la pobreza creciente sin protestar. En cuanto a reducir la inflación y la pobreza sin atacar su causa principal, resulta ser un hecho económicamente inviable.

Mientras que las crisis pueden ser inducidas por circunstancias externas, la decadencia se debe a nuestras propias culpas. Ricardo Zinn escribió: “Desde hace muchos años la palabra crisis flamea por encima de nuestras cabezas, condiciona los razonamientos de corto plazo e impregna la afectividad nacional”. “Una crisis es un tropiezo, un accidente limitado en el tiempo, es un tránsito desagradable pero pasajero, tiene la apetecible ventaja de la velocidad y para bien o para mal se resuelve en términos relativamente breves”.

“Si una crisis puede ser un frente de tormenta empujado por vientos ajenos sobre nuestro tiempo histórico local, la decadencia, en cambio, es una enfermedad propia y larga que requiere para desarrollarse una dimensión temporal de cierta magnitud y una reiteración pertinaz de equivocaciones por comisión o por omisión. Los generadores de la decadencia, los protagonistas de la decadencia son casi siempre endógenos por lo que resulta muy difícil derivar las culpas”.

Se puede describir, en pocas palabras, a la decadencia argentina, teniendo presente que los países que más progresaron en el mundo adoptaron tanto la democracia política como la económica (mercado), mientras que los países que se estancaron fueron los que adoptaron alguna forma de populismo o totalitarismo. El comienzo de la decadencia argentina se advierte en la primera presidencia de Hipólito Yrigoyen. Uno de los síntomas lo constituye el decrecimiento del capital productivo invertido per cápita, que es la variable económica que mide el verdadero crecimiento o decrecimiento económico de una sociedad. Mientras que desde el año 1900 al 1914 el stock de capital aumenta en algo más del 4,5%, desde 1914 al 39 disminuye un 0,5%, del 1939 al 49 disminuye algo menos y recién del 1949 al 55 aumenta un 0,7%. Llega a valores que pueden considerarse normales recién en el periodo que va de 1965 al 70.

Los políticos, por lo general, poco hablan acerca de esta variable económica, ya que tratan de confundir a la opinión pública con otras variables, como el consumo o el PBI, siendo que el crecimiento depende esencialmente del stock de capital mencionado. El citado autor agrega: “Las raíces del estancamiento comienzan a expandirse a partir de 1914. El comienzo de este proceso tiende a ser invisible para el ciudadano común”.

“Surge con toda claridad que a partir de la segunda década, el país interrumpe su esfuerzo de capitalización y entra en una era de negligencia que se prolonga hasta 1955. Sólo se realiza un esfuerzo para mejorar la capitalización del país y por lo tanto obtener un crecimiento del mencionado, a partir de fines de la sexta década. Durante la década de los 60’ las tasas vuelven a ser aceptables hasta 1973”.

“La actitud frente a la capitalización de la Nación condiciona en forma fatal su futuro durante un largo periodo. El desinterés de los gobernantes que asumieron desde 1916 por los años venideros se manifestó en su negligencia en cuanto a la formación del capital nacional”.

“Desde 1916, cuando Yrigoyen asume su primera presidencia, hasta que Uriburu le interrumpe militarmente la segunda, la Argentina sufre el shock de un quietismo pernicioso. Ni el radicalismo tuvo nunca un proyecto de grandeza para poner en práctica, ni Yrigoyen o Alvear fueron otra cosa que lentos y sosegados presidentes-espectadores y de ninguna manera presidentes-protagonistas. Guiados por ellos, con los músculos todavía calientes por las creadoras exigencias de la generación del 80, la Argentina dejó la cancha y se instaló en la tribuna a mirar pasivamente el transcurso de la Historia Universal”.

El populismo, que sigue vigente en la mentalidad de los argentinos, es esencialmente un fenómeno social denominado por Ortega y Gasset como “la rebelión de las masas”. Zinn escribe al respecto: “El populismo, deformación de la democracia, trabaja obnubilando el raciocinio, induce a las aprobaciones por aclamación. Desvaloriza el comicio y lo transforma en una burocrática corroboración de lo que el pueblo ya aprobó en forzadas adhesiones previas”.

“El fraude mecánico de la compra del voto o del reemplazo físico de la urna, quedó atrás. El populismo instala otro fraude mucho más hondo y efectivo que se traduce en sabidurías inapelables, es decir, en slogans agresivos y peligrosos, que se escriben en las paredes o se publican en los diarios: «El pueblo siempre tiene razón». Para que ese estímulo tenga cierta validez, hace falta que el aparato de persuasión pública –evidente, como en el caso de Perón, o mágico y silencioso como en el caso de Yrigoyen- haya obrado sobre la masa, inhibiendo la conducta y exaltando el comportamiento, esto es, procurando la oclusión de los mecanismos del razonamiento, y excitando los reflejos primarios de la emoción”.

El populismo, como los totalitarismos, es un cáncer social que promueve el odio entre diversos sectores de la sociedad. “El nazismo y el stalinismo son dos grandes experiencias populistas; en ambas se operó exclusivamente con el número máximo por la eliminación física o el sometimiento ideológico de los aterrados discrepantes. Resulta sorprendente que después de haber tenido dos experiencias tan graves en el transcurso del mismo siglo, siga todavía hoy rindiendo sus frutos la vieja fórmula de los agitadores y activistas: «Si todo el pueblo quiere esto, el que no lo quiere está en contra del pueblo y es, por lo tanto, reo de alta traición al pueblo». Y a partir de esta falacia queda permitida cualquier violencia”.

Cuando en los años 70 el país se vio atacado por la guerrilla marxista-leninista, con las intenciones de hacer del país una nueva “cárcel soviética”, no debió extrañar que tales terroristas tuviesen las simpatías y el apoyo de los partidos populistas tradicionales. “En el pasado reciente tenemos ejemplos legislativos de la proyección de la hipoteca que significa la campaña política populista. La ley de amnistía de los presos políticos dejó salir de las cárceles en mayo y junio de 1973 a más de cinco mil delincuentes que fueron a reintegrarse a las filas de la subversión o de las bandas comunes. Esa promesa, inserta en las plataformas de peronistas, radicales y demás integrantes de la Hora del Pueblo, fue votada por prácticamente todos los miembros de un parlamento que alimentó así al enemigo, cuando era notorio que el país libraba una guerra contra la subversión. Fue el primer acto legislativo del «gobierno del pueblo» al que le fue entregado el poder”.

“La historia deberá juzgar a los hombres que hicieron posible y promovieron la ley de amnistía, a los que la votaron, y a los que la refrendaron con su firma y en los hechos. Los militares y civiles asesinados por los amnistiados claman al cielo contra los culpables de franquearles las puertas de la cárcel. Desde mayo de 1973, murieron en forma violenta cerca de tres mil habitantes del país. ¿Cuántos de ellos a manos de los amnistiados?”.

domingo, 8 de mayo de 2016

La caridad y el amor-empatía

Entre los conflictos vigentes, de tipo teológico y filosófico, aparece la diversidad de significados asociados a los mandamientos de Cristo, que nos inducen al amor a Dios y a los seres humanos. El primer destinatario resulta ser un personaje perfecto e imaginario (Dios) mientras que el segundo está constituido por seres imperfectos y reales (los hombres). De ahí que resulte dificultoso compatibilizar el amor-empatía, como actitud por la cual compartimos las penas y las alegrías ajenas como propias, con una actitud similar respecto a la divinidad.

Uno de los aspectos por los cuales se advierte cierta ineficacia del cristianismo contemporáneo consiste en asociar, como virtud humana importante, un amor desmesurado por un ser perfecto e imaginario en lugar de asociar la virtud a la capacidad de amar a seres imperfectos y reales. Raimundo Lulio escribió: “«Dime, fatuo por amor, ¿qué cosa es maravilla?». Respondió «que amar más las cosas ausentes que las presentes, y amar más las cosas visibles corruptibles que las invisibles e incorruptibles»” (Del “Diccionario del Lenguaje Filosófico” de Paul Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1966).

Entre las distintas interpretaciones de los mandamientos bíblicos, encontramos las que surgen del teísmo y del deísmo; siendo el teísmo la postura que acepta la existencia de un Dios que actúa interrumpiendo la ley natural. El teísmo propone a la caridad como la respuesta ética que el hombre debe adoptar. Por el contrario, el deísmo, o religión natural, que identifica a Dios con el orden natural, descarta la interrupción señalada y propone al amor natural o biológico; el amor-empatía, como la respuesta que favorece el cumplimiento de los mandamientos mencionados.

Mientras que el teísmo propone incluir el amor al hombre como parte del amor a Dios, el deísmo considera el amor a Dios como una actitud cognitiva, antes que afectiva, que resulta ser el medio necesario para establecer el amor al prójimo. De esta forma, el mandamiento del amor a Dios le brinda a todo individuo un sentido objetivo de la vida y que, bajo una perspectiva científica, implica adaptarse plenamente al orden natural bajo el proceso general de la adaptación cultural. Una vez que el hombre encuentra ese sentido, la aceptación del segundo mandamiento de Cristo (el del amor al prójimo), puede surgir con cierta facilidad.

En realidad, el amor natural surge de muchas personas sin necesidad de que adopten posturas religiosas o filosóficas definidas, por lo que es oportuno recordar que Cristo vino por los pecadores, y no por los justos. De ahí que la conversión de los pecadores, que son quienes todavía no intentan cumplir con el mandamiento del amor al prójimo, puede surgir del convencimiento previo de la existencia de un orden natural exterior y anterior a la aparición del hombre. En cuanto a los justos, puede decirse que son aquellos individuos que difunden el amor desde las personas cercanas hasta llegar a abarcar toda la humanidad. Abraham Skorka expresó: “El amor es un círculo que se va abriendo, empieza con lo más íntimo, que es la pareja, y después sigue con el amor a los padres, a los hijos, al prójimo. Por medio de esa relación de amor con los demás se puede llegar realmente a Dios. Aquel que quiere «saltar» la relación del hombre e ir directamente a Dios, no llega a ningún lado. Creer en Dios, buscarlo y sentirlo debe conllevar necesariamente el amor al hombre para, a través del hombre, volver a cerrar el círculo y llegar a Dios” (De “Biblia. Diálogo viviente” de Jorge Mario Bergoglio-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2013).

Puede decirse que la caridad es la actitud que adopta como punto de partida a Dios y desde allí llega a los hombres, mientras que el amor-empatía es la actitud que adopta como punto de partida al hombre y desde allí llega a Dios. Jacques Leclercq escribió: “Todo en la Santa Iglesia de Dios converge hacia la Caridad. Es el punto de partida y el punto de llegada. Lo es todo. Ante su soberanía, lo demás se desvanece. Ella debe informar, penetrar, saturar toda la vida, y el mensaje que Jesús vino a traer, no es más que Ella…”.

“No hay precepto que se repita con tanta insistencia en el Nuevo Testamento. Jesús promulga la Caridad, ley suprema del cristianismo: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente»”. “Este es el más grande y primer mandamiento. El segundo es semejante a él: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos penden la ley y los profetas» (Mat. XXII, 37)”.

“La palabra Caridad significa el amor cristiano, comporta un grado superior a la simple palabra amor. La Caridad es el amor sobrenatural, el amor que la vida divina hace posible. La gracia hace radicalmente capaz de conocer a Dios, tal como es y de amarlo como merece: divinamente. La Caridad es tal amor” (De “Ensayos de moral católica” (I)-Ediciones Pax et Bonum-Buenos Aires 1953).

Además del amor, identificado con la Caridad, existe el amor como fenómeno psicológico asociado a la evolución biológica, que es conocido como empatía. Es la capacidad que tenemos para ubicarnos imaginariamente en el lugar de otras personas pudiendo de esa forma compartir sus penas y sus alegrías. Mientras que la Caridad proviene de la Biblia, el amor-empatía proviene directamente de las leyes naturales (o leyes de Dios) que rigen nuestra conducta personal.

En realidad, desde el punto de vista ético, no existe oposición entre ambas actitudes, ya que pueden ser compatibles ya que ambas pueden resultar eficaces. Sin embargo, la inclusión de lo sobrenatural implica complicar las cosas ya que se va hacia instancias superiores a la ley natural. Todo resulta más sencillo si la instancia superior es la propia ley natural. Lo sobrenatural provoca un alejamiento mental respecto de lo que resulta accesible a todos los hombres e, incluso, tiende a encubrir los atributos universalistas que el amor-empatía posee.

Se puede simbolizar y sintetizar las posturas mencionadas, que son las interpretaciones de los dos mandamientos de Cristo:

Teísmo: (Caridad o amor destinado a Dios) + (Amor [no bien definido] destinado a los hombres)

Deísmo: (Amor intelectual a Dios) + (Amor-empatía destinado a los hombres)

Podemos hacer una analogía con lo que sucede en la economía. Por una parte tenemos el intercambio directo de bienes entre las personas A y B, siendo éste el proceso básico de la economía de mercado. Tal intercambio requiere de la existencia previa de la voluntad de las partes de “ponerse en el lugar del otro” para que resulte un beneficio simultáneo de ambas. Este sería el caso de la postura deísta.

Por otra parte, tenemos la economía socialista en la que ya no existe el intercambio directo entre A y B, ya que A entrega su producción al Estado y luego el Estado la redistribuye para que llegue a B. No existe esta vez un vínculo directo y exclusivo entre ambas personas. Esto último se parece a la Caridad antes mencionada en el sentido de que primero se propone amar a Dios y luego a los hombres. Incluso en este caso se supone que el “premio”, por haber compartido las penas y las alegrías de nuestros semejantes, no surge en forma inmediata de ese sentimiento, sino que será Dios quien en el momento, o posteriormente, nos beneficiará por nuestra conducta.

Entonces puede caerse en un amor interesado en nuestro propio beneficio, como es el caso del que espera la vida eterna suponiendo que un Dios justiciero “anota en una libreta” todas nuestras acciones para retribuirnos al final de nuestra vida según haya sido nuestro comportamiento. El “amor sobrenatural” puede conducir a estos excesos. Abraham Skorka escribió: “Ya en los sabios de la antigüedad podemos hallar esta discusión. ¿Qué significa «Amarás al Eterno, tu Dios?» y «Amarás a tu prójimo como a ti mismo?» ¿Son un mandato o una cuestión de sentimientos? ¿Hay algún camino místico para acercarse a Dios?”. “Son dos versículos muy difíciles. ¿Por qué? ¿Qué sucede si una persona no se ama a sí misma? ¿Con esa misma vara tiene derecho a referirse al prójimo?”.

El citado autor menciona algunos comentarios que diversos teólogos del pasado hicieron al respecto: “Tienes que acercarte a tu prójimo con lo mejor que te brindas a vos mismo y de la manera en que te quieres a vos mismo, y esa tiene que ser la norma de acercamiento”. “Cuando te acercas a tu prójimo tienes que hacerlo sabiendo que en el rostro de tu prójimo, de alguna manera, se halla la presencia de Dios”.

Santo Tomas de Aquino aclara un tanto la postura teísta. José Ferrater Mora escribió: “Santo Tomás define la «charitas» [caridad] como una virtud sobrenatural; como tal, hace posible que las virtudes naturales sean plenarias y verdaderas, ya que, como dice en la Suma Teológica…., ninguna virtud es verdadera (vera) sin la caridad. Sin ella, además, el hombre no puede alcanzar la bienaventuranza. Pero Santo Tomás no niega por ello la «autonomía» de las «virtudes naturales». De hecho, éstas pueden existir sin la caridad, ya que de suponerse lo contrario tendría que concluirse que ninguno de los hombres que han carecido, o carecen, de la revelación cristiana, han podido, o pueden, ser buenos”.

“Como en muchos otros puntos, Santo Tomás se esfuerza también en delimitar esferas sin perjuicio de concluir a su subordinación jerárquica. Además, Santo Tomás trata del amor como una inclinación, y habla del amor natural como una actividad que lleva a cada ser hacia su bien. En este sentido puede decirse, con toda generalidad, que el amor mueve. El amor puede ser sensitivo e intelectual. El amor que consiste en elegir libremente el bien es el que constituye el fundamento de la caridad. Por supuesto, el fundamento último del verdadero amor es también, para Santo Tomás, Dios, y es Él el que mueve por amor a las criaturas que aspiran al Sumo Bien” (Del “Diccionario de Filosofía”-Editorial Ariel SA-Barcelona 1994)
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