miércoles, 6 de abril de 2016

Inteligencia cognitiva y emocional

Ante la necesidad de adaptarnos a las complejidades que la vida nos impone, la evolución nos ha provisto de cierta capacidad para adquirir conocimientos, mientras que, para adaptarnos a la sociedad, disponemos de cierta capacidad para mejorar nuestra propia empatía. Tanto una aptitud como la otra, dependen de la herencia genética recibida como de la influencia proveniente del medio social. Si no existiera tal herencia, y actuáramos sólo por influencia, no existiría lo que denominamos “naturaleza humana”, por lo que la persona más influyente podría cambiar o decidir el destino de la humanidad. Si no existiera la influencia del medio social, no existiría el proceso de adaptación cultural al orden natural y social, por lo cual perderíamos el proceso esencial que favorece nuestra supervivencia.

Ambas capacidades crecen en el tiempo y a distinto ritmo en las diferentes personas. Podemos asociar a tales procesos personales ciertas velocidades que podemos denominar “inteligencia cognitiva”, en el primer caso, e “inteligencia emocional”, en el segundo, pudiendo expresarse ambas mediante igualdades matemáticas:

Inteligencia cognitiva = Información / Tiempo

Inteligencia emocional = Empatía / Tiempo

Para incrementar la inteligencia cognitiva, resulta recomendable el ejercicio o entrenamiento mental, ya que el uso frecuente de nuestro cerebro permite el agrupamiento de neuronas estando la inteligencia cognitiva vinculada a la memoria, que está sustentada en tales agrupamientos. Para incrementar la inteligencia emocional, resulta conveniente la introspección, por medio de la cual podemos advertir si se incrementa, o no, nuestra capacidad para compartir las penas y las alegrías ajenas. Se pueden simbolizar ambos procesos de la siguiente forma:

Inteligencia cognitiva = Herencia genética + Entrenamiento mental

Inteligencia emocional = Herencia genética + Introspección

En el primer caso, una persona trata de ser informada o instruida, mientras que en el segundo caso busca ser educada o decente, advirtiéndose en ambos los dos principales objetivos de la educación:

a) Mejorar el nivel de instrucción general del alumno tratando de que logre tanto una buena inteligencia cognitiva como un buen nivel cognitivo.
b) Mejorar el nivel de educación general del alumno tratando de que logre valores emocionales o éticos.

Para el conocimiento de la verdad, respecto de algún aspecto de la realidad, cada individuo debe ser, idealmente, como un espejo plano que la refleje con una mínima distorsión. Ese mismo “espejo” debe servirnos también para observarnos nuestros propios defectos, que serán fácilmente advertidos si disponemos del “espejo plano”, de lo contrario captaremos nuestra propia realidad en una forma incompleta o distorsionada. En esto se advierte cierto vínculo entre ambos tipo de inteligencia, aunque nunca podremos asegurar que una eficaz inteligencia cognitiva implique simultáneamente una eficaz inteligencia emocional, y a la inversa.

Ayala Ochert escribió: “En el principio fue el cociente intelectual. Todos creían que era lo que conducía al éxito en la escuela, la facultad y el trabajo. Pero entonces Daniel Goleman nos dio la inteligencia emocional: recibió las alabanzas de los educadores y el mundo empresarial. Le clamó como a un nuevo mesías”. “Goleman ha recibido cientos de invitaciones para difundir su mensaje: que el cociente intelectual (CI) influye menos en cómo le va a uno en la vida que lo que él denomina «inteligencia emocional», un conjunto de habilidades que no están relacionadas con las capacidades académicas”.

“Goleman tenía datos científicos serios para respaldar sus afirmaciones: «Me dí cuenta de que estaba llegando a una nueva e irresistible interpretación de las emociones [por los científicos]. Durante años, la neurología, las ciencias cognitivas y la psicología habían dejado de lado el estudio de las emociones. De repente, estábamos comenzando a entender el funcionamiento de los centros emocionales del cerebro y tuve la sensación de que esto tenía consecuencias para nuestra vida privada y para importantes problemas sociales, especialmente para los jóvenes», recuerda Goleman”.

“Para Goleman, escribir «La Inteligencia Emocional» fue más que un simple ejercicio de erudición. Confiaba en que pudiera servir de antídoto contra la «enfermedad emocional» que él detectaba dentro de la sociedad y que parecía haber calado en todas partes, aunque con mayor virulencia en la infancia (algo lamentable que quedaba patente en varios tiroteos que habían tenido lugar en colegios estadounidenses durante los años noventa). Goleman creía que al aprender a reconocer la inteligencia emocional podríamos mejorar casi todos los aspectos de nuestra vida –desde la escuela al trabajo, pasando por nuestras relaciones personales- y así convertirnos en personas más felices y más sanas. Este mensaje optimista no surgía de ingenuas esperanzas sino de una nueva interpretación de las emociones humanas procedente de la neurología” (De “Predicciones”-Varios Autores-Taurus Madrid 2000).

En cuanto a las dos situaciones emocionales, que podemos denominar introvertida y extrovertida, el citado autor escribe: “La inteligencia emocional no es algo mágico o misterioso, es algo que todos reconocemos. La representan quienes parecen sentirse a gusto consigo mismos y con los demás: aquellos que progresan y a la vez se llevan bien con toda clase de personas”.

“Goleman identifica cinco grandes «dominios» de la inteligencia emocional: el primero es la «conciencia de uno mismo», la capacidad de reconocer las propias emociones, de saber cuáles son nuestras virtudes y defectos, y de estar seguros de nuestro propio valor. El segundo es la «autorregulación», la capacidad de controlar nuestras emociones en vez de permitir que ellas lo hagan. El tercero es la «motivación», la fuerza de voluntad necesaria para alcanzar nuestros objetivos y levantarnos después de caer. Estas tres áreas tienen que ver con nuestras emociones, mientras que las dos restantes, la «empatía» y las «habilidades sociales», están relacionadas con las emociones ajenas, con la capacidad de captarlas y con la de cuidar las relaciones o inspirar a otras personas”.

Debido a la existencia de estas dos aptitudes del hombre (cognitivas y emotivas), de similar importancia en la vida, en una primera impresión nos parece que debe existir un equilibrio entre ambas y que tal equilibrio consiste en destinar un tiempo similar de atención al aspecto cognitivo como al aspecto emotivo, es decir, dedicar la mitad de nuestros pensamientos a las cosas y la otra mitad a las personas. Si alguien destina mucho mayor tiempo a las cosas, se trata de una persona materialista; mientras que si destina mucho mayor tiempo a las personas será una persona idealista (no en el sentido filosófico de estas caracterizaciones sino en el significado vulgar que se le da a estas palabras).

Los grandes temas de la filosofía, el conocimiento y la ética, provienen esencialmente de los aspectos cognitivos y emocionales del ser humano, ya que toda sugerencia moral está dirigida esencialmente a promover cambios en nuestro estado emocional. También estos dos aspectos aparecen en los objetivos descriptivos de la neurociencia. “Goleman introduce ideas de la neurología en su interpretación de las emociones a partir del sentido común, reuniendo cientos de fragmentos de investigaciones científicas con el fin de explicar cómo se juntan las dos partes del cerebro –la «emocional» y la «racional»- para formar el circuito neuronal que genera la inteligencia emocional. Un complicado baile de la amígdala, el antiguo centro emocional responsable de nuestros impulsos primarios, y los lóbulos prefrontales del más reciente neocórtex dicta cómo nos comportamos en situaciones cotidianas”.

“«El cociente intelectual sólo parte del neocórtex y éste puede crearlo [en gran medida] sin los centros emocionales», explica Goleman. «Sin embargo, cuando hablamos de inteligencia emocional nos referimos a la integración de una parte mayor del cerebro, que incluye áreas límbicas y corticales»”.

Mientras que el proceso mental implica describir al cerebro a partir de sus constituyentes básicos, es posible también disponer de una visión desde el punto de vista de la “caja negra”, es decir, a partir de la respuesta conjunta de nuestro cerebro ante las diversas circunstancias. Este es el caso de la psicología social a través del concepto de actitud característica, que implica una respuesta concreta ante cada situación:

Actitud Característica = Respuesta / Estímulo

Como no podía esperarse otra cosa, sus componentes implican también lo cognitivo y lo emocional:

Actitud característica = Componentes cognitivas + Componentes emocionales

Considerando que el hombre conoce, aprende y crea en base al proceso de prueba y error, para cada una de esas funciones cognitivas se requiere de una referencia, de donde surgen las componentes cognitivas:

Componentes cognitivas: La realidad, uno mismo, otra persona o lo que dice la mayoría

En cuanto a la respuesta emocional, nos encontramos con la ya mencionada empatía, que traduce de alguna forma las dos alternativas posibles de cooperación y de competencia:

Componentes afectivas: Amor, egoísmo, odio e indiferencia

En toda persona existe una de las componentes, de cada tipo, que predomina sobre las demás estando presentes la mayor parte de ellas aunque en distintas proporciones.

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