sábado, 9 de abril de 2016

El cristianismo-leninismo en la Iglesia Católica

La infiltración marxista-leninista en la Iglesia Católica ha sido un proceso lento y sostenido, similar al empleado por los difusores de tal ideología en otros ámbitos y en otras instituciones. La actitud de la Iglesia (o de sus jerarcas) respecto del comunismo, o del socialismo, ha ido cambiando con las épocas, evolución que puede sintetizarse en la siguiente secuencia:

1- El comunismo es intrínsecamente perverso; el capitalismo requiere mejoras
2- El comunismo y el capitalismo son sistemas deplorables
3- El capitalismo es intrínsecamente perverso

La postura inicial es la que resulta compatible con la realidad histórica, mientras que la segunda parece ignorar que existen dos sistemas económicos complementarios que pueden expresarse simbólicamente mediante una igualdad como la siguiente:

Socialismo + Capitalismo = Constante

Ello implica que, a mayor socialismo, menor capitalismo, y viceversa. Esto es, mientras mayor ingerencia tiene el Estado en las actividades económicas, menor ha de ser la ingerencia de los particulares; y mientras mayor sea la libertad de los emprendedores privados, menor ha de ser la perturbación estatal al proceso autorregulado del mercado. En cuanto a la tercera alternativa, si el capitalismo es “intrínsecamente perverso”, ello implica necesariamente que el socialismo ha de ser un sistema más justo y es el que deberíamos adoptar, por lo que las decisiones económicas deberían surgir de una minoría que dirige el Estado en reemplazo de las millones de decisiones cotidianas de una mayoría, lo que constituye el mercado. No hay otra alternativa posible.

Todo parece indicar que no existe aquella “infalibilidad papal” decretada en el siglo XIX, ya que si alguna de las actitudes mencionadas es la correcta, necesariamente las restantes son incorrectas. Como el marxismo-leninismo es una postura ideológica concreta, afirmar que el cristianismo es compatible con ella o bien incompatible totalmente, implica necesariamente una gran diferencia en cuanto a la interpretación del significado de las prédicas cristianas.

En cierta ocasión, Pablo VI le replica a un periodista: “Para hablar de la Iglesia hay que conocerla y para conocerla hay que estudiarla”. Parece olvidar que la Iglesia, al tener cierta influencia social, legitima la posibilidad de opinar sobre ella en cada integrante del grupo social, pertenezca o no a la Iglesia. Además, se le puede responder que: “para hablar de economía hay que conocerla y para conocerla hay que estudiarla”. Jacques Paternot y Gabriel Veraldi escriben al respecto: “La ignorancia de la economía arroja a Pablo VI a una contradicción fatal. Tiene moralmente razón al reclamar reformas, hablando con precisión, revolucionarias para el Tercer Mundo. Condena a justo título a las oligarquías «que gozan de una civilización refinada al precio de la inmerecida miseria de los campesinos, privados de iniciativas y de la propiedad de las tierras». Pero eso no es capitalismo liberal, sino neo-feudalismo. Su concepción de la economía seguía siendo la de un juego de suma nula en que la riqueza de uno se obtiene a expensas del empobrecimiento de muchos otros. De ese hecho, su pensamiento, surgen enseñanzas forzosamente orientadas hacia soluciones marxistas, políticamente desastrosas y económicamente ineficaces”.

“No parece que ni Pablo VI ni los millares de obispos ni decenas de millares de intelectuales distinguidos integrados en el magisterio de la Iglesia hayan leído un solo manual de historia económica, puesto que ningún autor competente disocia el capitalismo de la revolución científico-técnico-industrial” (De “¿Está Dios contra la economía?”-Editorial Planeta SA-Barcelona 1991).

La ideología que pretende inducir a los cristianos a adherir al marxismo-leninismo ha sido sintetizada por el sacerdote Miguel Poradowski y mencionada en el libro antes indicado: “Cristo ha venido para liberar a los hombres; el cristianismo es un movimiento que lucha por la libertad humana; en nuestro tiempo el hombre es esclavo del régimen capitalista; un régimen que no es socialista está necesariamente consagrado a la opresión y a la explotación; los cristianos tienen el deber de luchar contra el esclavismo capitalista; la revolución marxista es el único camino que conduce a la destrucción del capitalismo y a la construcción de una sociedad socialista; por lo tanto, cada cristiano debe luchar por la victoria de la revolución marxista; esas directivas son un verdadero deber religioso que se expresa por la profesión de fe: «Soy marxista porque soy cristiano»”.

Si bien las distintas sectas cristianas muestran falencias evidentes, cuando uno va conociendo el “pensamiento católico” predominante en la Iglesia, advierte que las sectas, posiblemente, se encuentren bastante más cerca del cristianismo auténtico que el predicado por el catolicismo. Casi nunca un Papa va a promover el marxismo-leninismo en forma sincera y explícita, sino que va a condenar al capitalismo, al dinero y a la globalización económica, como lo hace el actual Papa Francisco.

La etapa en que la Iglesia comienza un acercamiento con el comunismo soviético, aceptando o perdonando a los autores ideológicos y materiales del asesinato de decenas de millones de victimas pertenecientes a la “clase social incorrecta”, coincide con una “apertura hacia la paz” promovida por Nikita Kruschev sin que la URSS abandonara sus objetivos de destrucción del capitalismo, de la Iglesia y de todo lo que signifique Occidente. Tal actitud suicida fue adoptada por Juan XXIII, quien olvidó que Cristo promovía un acercamiento con los pecadores cuando éstos dejaban de serlo, y no cuando persistían en sus defectos. “Cuando ésta [la encíclica Pacem in terris] fue promulgada, el 11 de abril de 1963, al papa [Juan XXIII] le quedaban cincuenta y tres días de vida en una casi agonía. Pero «no concedía reposo a nadie», quería ganarle a la muerte en velocidad con el objeto de acabar personalmente la transformación de la Iglesia”.

“«Espero conducir el Concilio II a buen fin y ver la paz en el mundo». Así se expresaba hasta el último momento aquel carácter profundamente bueno, y fundamentalmente obstinado, obsesionado por una visión grandiosa y llevado a no tener en cuenta la realidad cuando ésta no se adecuaba a dicha visión”.

“Este hombre de gran fe estaba imbuido desde la infancia de la voluntad de «convertirse en santo a cualquier precio», según informa uno de sus biógrafos, o mejor dicho hagiógrafos. Él mismo señalaba como su más constante tentación «el espíritu de soberbia, de presunción, de vanidad». Elevado de forma imprevista al trono de San Pedro, no resistió la ambición de señalar su paso con brillo. Papa mal preparado, se apresuró en la convocatoria de un concilio mal preparado. Y su prisa le hizo caer en una trampa que la estrategia soviética, fiel a la doctrina de tener siempre «muchos hierros en la fragua», preparaba desde mucho antes”.

“La URSS sabía que no podía esperar nada del intransigente Pío XII…pero desde que Kruschev se hubo asegurado el poder en el pleno del Comité central de octubre de 1957, comenzó a avanzar peones en dirección a Roma, con el tema irresistible de la paz”. “Cualquiera que tenga una mínima noción de estrategia leninista no se asombrará. La doctrina ordena desencadenar simultáneamente la ofensiva militar sobre el terreno y la ofensiva de paz en el discurso con el objeto de desviar la inteligencia de la situación y la voluntad de resistencia entre la gente políticamente necia, débil o «intoxicada»”.

Mientras la URSS “promueve la paz” con Occidente, se producen tres hechos que contradicen tales aparentes intenciones:

1- Se levanta el muro de Berlín
2- Se instalan misiles nucleares en Cuba para un posible ataque a los EEUU
3- Se cierra una gran cantidad de templos en la URSS

“Las columnas de refugiados informaban pronto y bien al Vaticano. Éste no podía ignorar la represión religiosa, más sistemática que en los tiempos de Stalin, aunque no tan brutal. De acuerdo a las cifras oficiales soviéticas, el total de los lugares de culto pasó de 22.000 en 1956 a 11.500 en 1961 y a 7.500, capillas mortuorias incluidas, en 1969”. “No, el temerario «copar la banca» de Juan XXIII no tuvo como feliz resultado romper los bloques: consolidó el campo socialista y causó fisuras en las democracias, la cristiandad y en particular en la Iglesia”.

Respecto del Concilio Vaticano II, los autores citados escriben: “El Concilio habló de casi todos los problemas del mundo contemporáneo, salvo aquellos que plantea el comunismo”. “Lo dicho es bastante como para que comprendamos mejor de qué manera el Concilio pudo tener resultados tan paradójicos; de qué manera la Iglesia llegó a invertir su tradicional actitud hacia el socialismo y el capitalismo; cómo permitió que la herejía, que no otra cosa es el cristianismo-leninismo y su vanguardia, la Teología de la Liberación, creciera e hiciera metástasis en su vasto cuerpo; de qué modo se dejó arrastrar a la situación de cisma en la que actualmente se encuentra”.

Si bien Juan Pablo II denunció los serios problemas que sufrió la sociedad polaca bajo el comunismo, ello no implica que haya aceptado al capitalismo, ya que, en lugar de considerar que los intercambios en el mercado permiten un beneficio simultaneo de ambas partes, sostenía que una parte se beneficia perjudicando a la otra. Esta creencia no sólo implica el caso del comercio entre particulares, sino que la visión socialista se aplica al comercio internacional aduciendo que el capitalismo produce necesariamente dependencia y colonialismo. Paternot y Veraldi escriben sobre Juan Pablo II: “Este gran Papa tiene un punto débil que paraliza su voluntad de servir a los pobres y también su capacidad de controlar la difusión de las herejías marxistas en la Iglesia: comprende mal las causas y los métodos del desarrollo. Al igual que sus antecesores, sigue considerando la economía como un juego de suma igual a cero, de suma nula [lo que uno gana, el otro lo pierde]”.

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