viernes, 25 de marzo de 2016

Economía e imaginación

Las ciencias sociales describen lo que está asociado a las relaciones interpersonales, que son bastante accesibles a nuestro entendimiento por cuanto podemos razonar en base a imágenes concretas surgidas de la propia realidad, sin necesidad de recurrir a abstracciones que requieren esfuerzos de imaginación. Por el contrario, en el ámbito de las ciencias naturales, se requiere formar imágenes mentales subjetivas para poder entender los distintos fenómenos que nos presenta la naturaleza.

Por ejemplo, consideremos el caso de la asignación de recursos que dispone el Estado para el sector educativo. Podemos fácilmente imaginar un funcionario estatal, que decide asignar cierto porcentaje del dinero disponible del Estado al rubro educación. ¿El dinero asignado a la educación será considerado un gasto o una inversión? Y aquí aparece el primer inconveniente acerca de algo que parecía sencillo. Hay gobiernos que pueden considerar que la educación es un gasto y que por ello se lo debe tratar de reducir a un mínimo, mientras que otros la ven como una inversión, por lo cual tratarán de ampliarla cuando las condiciones sean favorables.

Un aspecto importante en economía consiste en poder imaginar lo que no se ve y aun lo que no existe, tal el caso de las cosas que no llegaron a realizarse cuando el Estado resolvió asignar a ciertos gastos para realizar una cosa en lugar de otras. En este caso, debemos razonar en forma similar a cómo lo hacen los físicos cuando apoyan sus razonamientos en el principio de conservación de la energía. En economía, una vez que entró cierta cantidad de dinero al Estado, luego de cobrar impuestos, cada asignación de recursos a un sector implica necesariamente menor disponibilidad de recursos para otros sectores. Y cuando se analiza la efectividad, o no, de una medida adoptada por el Estado, debe contemplarse tanto la obra que se hizo como todas las otras que no pudieron hacerse. Es tan importante lo que se ve como lo que no se ve.

Henry Hazlitt se ocupó de estos temas, escribiendo lo siguiente: “No existe en el mundo actual creencia más arraigada y contagiosa que la provocada por las inversiones estatales. Surge por doquier, como la panacea de nuestras congojas económicas. ¿Se halla parcialmente estancada la industria privada? Todo puede normalizarse mediante la inversión estatal. ¿Existe paro? Sin duda alguna ha sido provocado por el «insuficiente poder adquisitivo de los particulares». El remedio es fácil. Basta que el Gobierno gaste lo necesario para superar la «deficiencia»”.

“Existe abundante literatura basada en tal sofisma que, como a menudo ocurre con doctrinas semejantes, se ha convertido en parte de una intrincada red de falacias que se sustentan mutuamente”. “Todo lo que obtenemos, aparte de los dones gratuitos con que nos obsequia la naturaleza, ha de ser pagado de una u otra manera. Sin embargo, el mundo está lleno de pseudoeconomistas cargados de proyectos para conseguir algo por nada. Aseguran que el gobierno puede gastar y gastar sin acudir a la imposición fiscal; que puede acumular deudas que jamás saldará puesto que «nos las debemos a nosotros mismos»”. “Tan plácidos sueños condujeron siempre a la bancarrota o a una desenfrenada inflación”.

“Se ha construido un puente. Si se ha hecho así para atender una insistente demanda pública; si se resuelve un problema de tráfico o de transporte de otro modo insoluble; si, en una palabra, incluso es más necesario que las cosas en que los contribuyentes hubiesen gastado su dinero de no habérselo detraído mediante la exacción fiscal, nada cabe objetar. Ahora bien, un puente que se construye primordialmente «para proporcionar trabajo» es de una clase muy distinta. Cuando el facilitar empleo se convierte en finalidad, la necesidad pasa a ser una cuestión secundaria. Los «proyectos» han de inventarse, y en lugar de pensar dónde deben construirse los puentes, los burócratas empiezan por preguntarse dónde pueden ser construidos. ¿Descúbrense plausibles razones para que el nuevo puente una Este con Oeste? Inmediatamente se convierte en una necesidad absoluta y los que se permitan formular la menor reserva son tachados de obstruccionistas y reaccionarios”.

“Es cierto que un grupo de obreros encontrará colocación. Pero la obra ha sido satisfecha con dinero detraído mediante los impuestos. Por cada dólar gastado en el puente habrá un dólar menos en el bolsillo de los contribuyentes. Si el puente cuesta un millón de dólares, los contribuyentes habrán de abonar un millón de dólares, y se encontrarán sin una cantidad que de otro modo hubiesen empleado en las cosas que más necesitaban”.

“En su consecuencia, por cada jornal público creado con motivo de la construcción del puente, un jornal privado ha sido destruido en otra parte. Podemos ver a los hombres ocupados en la construcción del puente; podemos observarles en el trabajo. El argumento del empleo usado por los inversores oficiales resulta así tangible y sin duda convencerá a la mayoría. Ahora bien, existen otras cosas que no vemos porque desgraciadamente se ha impedido que lleguen a existir. Son las realizaciones malogradas como consecuencia del millón de dólares arrebatado a los contribuyentes. En el mejor de los casos, el proyecto del puente habrá provocado una desviación de actividades. Más constructores de puentes y menos trabajadores en la industria del automóvil, radiotécnicos, obreros textiles o granjeros”.

“Pero estamos ya en el segundo argumento. El puente se halla terminado. Supongamos que se trata de un airoso puente y no una obra antiestética. Ha surgido merced al poder mágico de los inversores estatales. ¿Qué habría sido de él si obstruccionistas y reaccionarios se hubiesen salido con la suya? No habría existido tal puente y el país hubiese sido más pobre, exactamente en tal medida”.

“Una vez más los jerarcas disponen de la dialéctica más eficaz para convencer a quienes no ven más allá del alcance de sus ojos. Contemplan el puente. Pero si hubiesen aprendido a ponderar las consecuencias indirectas, tanto como las directas, serían capaces de ver con los ojos de la imaginación las posibilidades malogradas. En efecto, contemplarían las casas que no se construyeron, los automóviles y radios que no se fabricaron….Para ver tales cosas increadas se requiere un tipo de imaginación que pocas personas poseen. Acaso podamos pensar una vez en tales objetos inexistentes, pero no cabe tenerlos siempre presentes, como ocurre con el puente que a diario cruzamos. Lo ocurrido ha sido, sencillamente, que se ha creado una cosa a expensas de otras” (De “La economía en una lección”-Unión Editorial SA-Madrid 1973).

Los gobiernos populistas se caracterizan por realizar obras faraónicas ubicadas en lugares estratégicos para que sean observadas por la mayor parte de la gente. Un pueblo que se considera subdesarrollado es el que elige electoralmente entre distintas variedades de populismo, y muy pocas veces piensa que el dinero aportado para las obras estatales proviene del sector productivo, sino que atribuye todo el mérito a los políticos de turno. Además, cuando el gobierno populista logra “reducir drásticamente el desempleo”, generalmente no lo hace construyendo puentes de dudosa utilidad, sino llenando los organismos estatales con miles de pseudo-empleos cuyas principal obligación consiste en cumplir horarios y cobrar a fin de mes.

Para cubrir los siderales gastos del empleo estatal improductivo, se elevan los impuestos hasta impedir que las empresas puedan realizar inversiones productivas. Se van reduciendo luego los empleos productivos mientras se van incrementando los estatales e improductivos. Este resulta ser un proceso destructivo que, sin embargo, reporta muchos votos, ya que el empleado-parásito apoya incondicionalmente al sector político que le permitió acceder al empleo estatal.

Jorge Luis Borges estuvo empleado durante algunos años en una biblioteca pública de la ciudad de Buenos Aires (antes de ser Director de la Biblioteca Nacional). Comentaba que esa repartición podría funcionar adecuadamente con 15 empleados, en lugar de los 50 que había. Durante los primeros días de trabajo, catalogaba unos 400 libros diarios, por lo cual se le “llamó la atención”, ya que ello delataba el exceso de personal. Pasó luego a catalogar 100 libros por día y a ocupar su tiempo libre en perfeccionar su obra literaria. Si eso ocurría en las primeras décadas del siglo XX, cuando recién comenzaba a instalarse el populismo, podemos imaginarnos lo que ocurrió posteriormente, cuando se ha consolidado para, aparentemente, perdurar por mucho tiempo más.

El gran sofisma al que recurre el populismo y la izquierda política, respecto de las economías capitalistas, implica considerar que existe un pequeño porcentaje de la población que tiene concentrada la mayor parte de los capitales existentes. Luego, para solucionar el problema debe llegarse a alguna forma de socialismo, con una concentración mucho mayor aún, y no sólo de capitales, sino del poder político, militar, cultural, informativo, etc. Este es el caso de la “solución cubana” en donde los hermanos Castro, luego de tomar y mantener el poder por las armas, decidieron todos los planes y detalles de la vida de los cubanos por más de cinco décadas sin que se advierta cambio alguno.

En los sistemas capitalistas, las grandes empresas se dividen en una gran cantidad de acciones, que cotizan en la bolsa de valores, siendo numerosos los “dueños”, algo imposible de lograr bajo sistemas socialistas. Peter Drucker escribió al respecto: “En lugar del capitalista de la vieja escuela, en los países desarrollados son los fondos de pensiones los que, de forma creciente, controlan la provisión y asignación de dinero. En EEUU, en 1992, estos fondos reunían la mitad del capital en acciones de las empresas de mayor tamaño del país y controlaban casi el mismo porcentaje de la deuda fija de esas mismas empresas. Los propietarios beneficiarios de los fondos de pensiones son, por supuesto, los empleados del país”.

“Si el socialismo se define, como lo hizo Marx, como la propiedad de los medios de producción por parte de los trabajadores, entonces EEUU se ha convertido en el país más «socialista» que existe, al tiempo que sigue siendo también el más «capitalista». Los fondos de pensiones son gestionados por una nueva raza de capitalistas, los anónimos y desconocidos empleados asalariados, los analistas de inversiones de fondos de pensiones y los directores de cartera”.

“Pero hay algo igualmente importante: el recurso real que controla todo, el «factor de producción» absolutamente decisivo, ha dejado de ser el capital, o el suelo o la mano de obra; ahora es el saber. En lugar de capitalistas y proletarios, las clases de la sociedad poscapitalista son los trabajadores del saber y los trabajadores de los servicios” (De “La sociedad poscapitalista”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1993). También el saber, o el conocimiento, es un factor de la producción que requiere cierto esfuerzo de imaginación para valorarlo según la importancia considerada. Para los marxistas, sin embargo, el único factor es el trabajo, ya que utilizan argumentos similares a los que Marx ofrecía hace unos 200 años.

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