jueves, 31 de marzo de 2016

Control de precios y salarios

A partir de la información disponible acerca de los controles de precios y salarios puede afirmarse que nunca dieron buenos resultados, ya que, por lo general, tales controles se establecen para corregir errores previos que llevaron a un proceso inflacionario. Uno de los casos más dramáticos ocurrió en la antigua Roma, en la cual, promovida por la actitud populista de algunos emperadores de brindar al pueblo “pan y circo” gratis, se perjudicó seriamente la producción de trigo hasta llegar a ser la causa principal de la caída del Imperio Romano. R. Schuettinger y E. Butler escribieron: “Bajo el tribuno Caius Gracchus se adoptó la Lex Sempronia Frumentaria que permitía a cada ciudadano romano el derecho a comprar una cierta cantidad de trigo a un precio oficial mucho más bajo que el precio de mercado. En el año 58 AC esta ley fue «mejorada» para conceder a cada ciudadano trigo gratuito. El resultado, por supuesto, llegó como sorpresa para el gobierno. Muchos de los agricultores que quedaban en el campo simplemente lo dejaron para vivir en Roma sin trabajar”.

“Los esclavos fueron liberados por sus dueños para que, como ciudadanos romanos, pudieran ser mantenidos por el Estado. En el año 45 AC, Julio César descubrió que casi un ciudadano de cada tres recibía su trigo del gobierno. César logró reducir este número a la mitad, pero pronto creció de nuevo; a través de los siglos del imperio, Roma se vería perpetuamente plagada por este problema de los precios artificialmente bajos del grano, lo que causaba disloques económicos de todo tipo”.

Al Emperador Diocleciano se lo recuerda principalmente por establecer un Edicto que imponía precios máximos y penas para vendedores y compradores que no los respetaran. “En su esfuerzo de reducir los precios a lo que consideraba el nivel normal, Diocleciano no se contentó con medias medidas como nosotros tratamos en nuestros intentos de suprimir combinaciones que restrinjan el comercio, sino que osadamente fijó los precios máximos a los cuales podían venderse la carne, granos, huevos, ropa y otros artículos (y también los salarios que podían recibir todo tipo de trabajadores) y prescribió la pena de muerte para cualquiera que dispusiera de sus bienes a cifras superiores”.

El proceso que siguió es el mismo de siempre; los productores acaparan lo que pueden con tal de no perder, por lo cual comienza la escasez. Por otra parte, los compradores protestan en contra de los acaparadores ejerciendo violencia contra ellos. En un relato de la época se expresaba: “Entonces se puso a regular los precios de todas las cosas vendibles. Hubo mucha sangre derramada sobre cuentas triviales e insignificantes; y la gente no llevó más provisiones al mercado, ya que no podían obtener un precio razonable por ellas y eso incrementaba la escasez tanto, que luego de que varios hubieran muerto por ella, fue dejada de lado”.

“En otras palabras, los límites de precios establecidos en el Edicto no fueron observados por los mercaderes, pese a la pena de muerte prevista en el estatuto por su violación; los potenciales compradores, si encontraban que los precios se hallaban por encima del límite legal, formaban turbas y destrozaban los establecimientos de los comerciantes, matando a algunos de ellos, aunque los productos fueran de escaso valor; retenían los productos para el día en que las restricciones fueran levantadas y la resultante de la escasez de productos ofrecidos a la venta causaba un incremento mayor de los precios, de forma que el comercio que continuaba funcionando lo hacía a precios ilegales, y por tanto se realizaba clandestinamente” (De “4.000 años de Controles de Precios y Salarios”-Editorial Atlántida SA-Buenos Aires 1987).

Los controles de precios y salarios, a pesar de la amplia información acumulada durante milenios, forma parte de los “remedios” económicos propuestos por la “sabiduría popular” y, por lo tanto, de los políticos populistas que, en su afán de lograr muchos votos, tratan de respetar lo que tal “sabiduría” impone.

En la Argentina, de amplia tradición populista, resulta frecuente tal procedimiento. Álvaro C. Alsogaray escribió: “En la época moderna podemos ubicar los primeros ensayos de control de precios y salarios hacia fines de la década de 1910 a 1920, principalmente bajo la presidencia de Yrigoyen. Cabe destacar como un verdadero hito en ese largo proceso que habría de expenderse (con brevísimas interrupciones) hasta nuestros días, el control de alquileres establecido por ley del Congreso votada en 1920” (Del Apéndice de “4.000 años de Controles de Precios y Salarios”).

La principal causa del déficit habitacional argentino radica en la ley que congelaba los precios de los alquileres, ya que nadie tenía la menor predisposición a construir viviendas para alquilar sabiendo que el inquilino habría de vivir casi gratis a costa de una gran inversión de dinero y trabajo por otros realizada. Sin embargo, los gobiernos populistas que impulsaron tal medida gozan de la mayor popularidad.

Alsogaray prosigue con su relato histórico: “En la década de 1930 a 1940, bajo la influencia de la crisis mundial y de las tendencias que se manifestaban en Europa, principalmente en Italia y Alemania, y aun en los EEUU bajo el New Deal, hacia una mayor intervención del Estado en la economía, comenzaron a aplicarse en la Argentina diversas medidas de control de cambios y regulación de la producción y exportación de carnes y granos. Pero esas medidas no configuraban un verdadero sistema de control generalizado de precios y salarios. Eran disposiciones «puntuales» referidas a determinados aspectos de una economía relativamente libre, que podía considerarse como «de mercado». Se las cita aquí sólo como «precursoras» de lo que habría de venir después y como antecedente de la transformación que habría de operarse”.

“Durante la Segunda Guerra Mundial (1939 a 1945) hubo en el país algunas restricciones en materia de precios y salarios, pero éstos tampoco se derivaban de la aplicación de un sistema generalizado de control de dichos factores. Provenían más bien de ideas y técnicas con que se manejaban las llamadas «economías de guerra», y de las limitaciones a los intercambios internacionales que éstas imponían”,

“Es con el advenimiento de Perón en 1946 cuando verdaderamente comienza un largo periodo de más de cuarenta años, durante el cual las experiencias de control de precios y salarios se suceden en la Argentina, perdurando hasta el día de hoy [se refiere a 1987], con sólo dos breves interrupciones: 1959 a 1962 y 1967 a 1968 (esta última muy parcialmente)”.

“El sistema económico implantado por Perón fue de neta extracción nacional-socialista. La organización del trabajo y de los sindicatos se inspiró en la Carta del Lavoro del régimen fascista”. “La experiencia argentina en esa materia bajo el régimen peronista durante los diez años comprendidos entre 1945 y 1955, es un calco de la experiencia nazi…aunque su aplicación tuvo, obviamente, matices muy diferentes”.

“En la Argentina, como en Alemania, todo funcionó bajo control del Estado. Los precios, los salarios, el tipo de cambio, las exportaciones e importaciones, la moneda, el crédito, las divisas internacionales, en una palabra, todos los factores y variables económicas y las relaciones del trabajo, quedaron sujetos a regulaciones estatales”. “En la Argentina de antes de Perón, los verduleros tenían la costumbre de obsequiar a sus clientes un «atado de verdurita». Implantado el régimen, dichos comerciantes comenzaron a cobrar el «atado». Apareció entonces un decreto fijando el precio máximo de éste en un peso. Como ese precio era menor al costo, los verduleros le sacaban su componente más caro: el apio. Salió entonces un segundo decreto que establecía que el «atado de verdurita debía contener por lo menos una hoja de apio». Simbólico ejemplo de un hecho siempre comprobado: los controles traen aparejados cada vez más controles, en este caso, hasta el límite de lo ridículo”.

“Los resultados fueron los que siempre se observan en esos casos: caída de la producción y sobre todo de las exportaciones (en la Argentina, país conocido por su sobreabundante producción agropecuaria, se llegó a importar trigo y a comer pan de sorgo y racionar la carne); escaseces de toda clase; mercados negros; corrupción, y finalmente también insatisfacción social y sacudimientos políticos”.

Los militares y políticos que siguieron a Perón continuaron con varias de sus estrategias, excepto en los periodos señalados antes. “Derrocado Perón en 1955 por un movimiento cívico-militar que debe ser visto como el único justificado de la historia política de este siglo en la Argentina, se inició una polémica dura hasta nuestros días. Un sector del gobierno revolucionario creía que el sistema dirigista implantado por Perón tenía aspectos positivos y que bien utilizado podía aportar soluciones. Otro sector consideraba, en cambio, que lo malo era el sistema y no tanto sus formas de aplicación. Triunfante la primera tesis, se mantuvo el régimen de control de precios y salarios del peronismo, con los mismos resultados negativos observados durante los años anteriores”.

“El 28 de diciembre de 1958, bajo la presidencia del Dr. Frondizi y a impulsos de las ideas de libertad económica que un grupo político de nueva formación había desarrollado, se liberaron los precios y salarios, manteniéndose una razonable política económica de mercado hasta 1963, en que se restablecieron esos controles bajo el gobierno radical de entonces”.

Bajo la tercera presidencia de Perón se acentuaron los antiguos errores, esta vez con la “inflación reprimida” de Gelbard que termina con el famoso “Rodrigazo”, con una inflación anual del 17.693%.

En 1976, se inicia la etapa de un nuevo gobierno militar. Alsogaray comenta al respecto: “El Dr. Martínez de Hoz, que se definió a sí mismo como «pragmático», «gradualista» y no comprometido con las ideologías «manchesterianas o del laissez-faire», y sí solamente con sus propias convicciones, desarrolló bajo apariencias de «economía libre», una acentuada política «dirigista», aunque de nuevo cuño. Recurrió más a controles indirectos utilizando mecanismos del mercado, que a controles directos orientados a interferir el funcionamiento de éste. Aplicó métodos derivados del «enfoque monetario del balance de pagos», practicando un «dirigismo» sui-géneris, con controles directos sobre las inversiones, el mercado de cambios y el laboral. Permitió el sobredimensionamiento del Estado y de las empresas estatales, financiándolo con endeudamiento externo…”.

Si en la Argentina se opta por lo que siempre ha fracasado y se ataca duramente lo que siempre anduvo mejor, surge la pregunta de por qué la mayoría actúa de esa forma. Una de las principales razones estriba en que, para muchos argentinos, “somos distintos a los restantes habitantes del planeta”, y de ahí las esperanzas de que alguna vez tengamos éxito con lo que nunca ha funcionado bien en ninguna parte.

lunes, 28 de marzo de 2016

Requisitos para una religión

Para que un conjunto de ideas y sugerencias éticas constituya una religión, en el sentido de que sirva para “unir a los adeptos”, debe reunir ciertos requisitos. Si alguno de ellos falta, no cumplirá su función esencial o bien provocará la “desunión de los adeptos” para convertirse en una irreligión. Antonio G. Birlán escribió: “La palabra religión significa, según su etimología, lo que une. Pocas veces el sentido de una palabra ha estado más en contradicción con la realidad. Que la religión, en la realidad, no es lo que une, basta echar una ojeada sobre el presente y el pasado para comprobarlo. Ha unido, cuando más, parcialmente, y los unidos parcialmente se han enfrentado, en todos los tiempos con otros unidos asimismo parcialmente. ¿Por qué esa unión parcial no se ha extendido? ¿Por qué lo que, según su sentido, y según sus orígenes, de donde su sentido, une, ha unido siempre tan imperfectamente?” (De “La religión”-Américalee-Buenos Aires 1956).

Esencialmente, la religión ha de ser un instrumento de cambio social, en el sentido de ser capaz de mejorar el nivel ético de las personas hasta permitir la unión entre todos los seres humanos y entre cada hombre y Dios, o el orden natural. Todo cambio social ha de implicar un cambio en nuestra actitud característica. De ahí que los requisitos que toda religión deberá satisfacer han de apuntar a un cambio positivo de la actitud de todo hombre. La actitud religiosa, por lo tanto, ha de responder a los tres atributos siguientes:

a- Deberá ser ascendente
b- Deberá ser lateral
c- Deberá ser igualitaria

Con la palabra “ascendente” se da a entender que debe existir una actitud contemplativa hacia el orden natural y sus leyes, o bien hacia Dios, o el Creador de todo lo existente. Pero esa actitud ascendente debe dar lugar a una simultánea actitud lateral, ya que deberá promover una tendencia cooperativa hacia el resto de los seres humanos. Si tal actitud cooperativa involucra sólo a los adeptos de la religión a la cual se adhiere, ignorando a los demás, no responderá al criterio de que debe ser también “igualitaria”.

Las diversas religiones que imperan en la actualidad tienden a desunir a los hombres, incluso a crear serios conflictos, por lo que no funcionan como deberían hacerlo. Y ello puede describirse aduciendo que se trata de propuestas que no favorecen la actitud ascendente, lateral e igualitaria, o bien lo logran sólo parcialmente. Consideraremos primeramente el caso en que la actitud es sólo ascendente. Nos encontramos con posturas contemplativas en las que se busca un “inactivo autoperfeccionamiento”, como es el caso de algunas religiones para sacerdotes y no para el hombre común.

Otra actitud puramente ascendente es el vulgar y tradicional paganismo mediante el cual se busca un intercambio entre pedidos realizados y concedidos, seguidos del agradecimiento correspondiente, cuando el adepto supone una oportuna intervención de Dios, o del objeto de culto. En este caso, la actitud lateral pasa a un segundo plano o bien no existe. La actitud ascendente debe, en realidad, ser una especie de vehículo capaz de conducir al hombre hacia la actitud lateral e igualitaria, que es la forma de establecer la religión en todo su sentido. El “Amarás al prójimo como a ti mismo” reúne los requisitos mencionados, identificando la ética individual con la ética social.

Si la actitud lateral, cuando existe, no es igualitaria, incluso si se promueve un antagonismo entre fieles e infieles, como lo propone el Islam, resulta una actitud poco ética que ha de provocar grandes conflictos. De ahí que el creyente musulmán no trate de adaptarse a las leyes y a las costumbres de los pueblos a donde va, ni tampoco trate de mantenerse en su lugar respetando las diferencias, sino que busca presionar a los pueblos originarios a adoptar su propia forma de vida. Oriana Fallaci escribió: “En este planeta nadie defiende su identidad y se niega a integrarse tanto como los musulmanes. Nadie. Porque Mahoma prohíbe la integración. La castiga. Si no lo sabe, échele un vistazo al Corán. Que le trascriban las suras que la prohíben, que la castigan. Mientras tanto le reproduzco un par de ellas. Ésta, por ejemplo: «Alá no permite a sus fieles hacer amistad con los infieles. La amistad produce afecto, atracción espiritual. Inclina hacia la moral y el modo de vivir de los infieles, y las ideas de los infieles son contrarias a la Sharia. Conducen a la pérdida de la independencia, de la hegemonía, su meta es superarnos. Y el Islam supera. No se deja superar». O esta otra: «No seáis débiles con el enemigo. No le ofrezcáis la paz. Especialmente mientras tengáis la superioridad. Matad a los infieles dondequiera que se encuentren. Asediadlos, combatidlos con todo tipo de trampas». En otras palabras, según el Corán tenemos que ser nosotros los que nos integremos. Nosotros los que aceptemos sus leyes, sus costumbres, su maldita Sharia [moral islámica]” (De “La Fuerza de la Razón”-Editorial El Ateneo-Bs. As. 2004).

Cuando el mandamiento cristiano del amor al prójimo es considerado como un misterio más, y su significado se supone accesible sólo a los teólogos, se desvirtúa y hasta se produce la destrucción del cristianismo. En lugar de considerarlo en su mayor simplicidad, como la actitud cooperativa que nos lleva a compartir las penas y las alegrías de los demás como propias, se la ha tergiversado reemplazándolo con actitudes sensibleras tales como la lástima que debe sentirse por el inferior, u otras por el estilo.

Por ello casi siempre surgió la necesidad de encontrar alguna filosofía para afirmar un cristianismo endeble, como si no tuviese la fortaleza ideológica suficiente para producir el cambio ético en las personas. La Iglesia fue renunciando a promover la esencial actitud lateral e igualitaria para incorporar otras finalidades de tipo social dejando de ser una religión para constituirse en un movimiento político afín al marxismo-leninismo. Julián Marías escribió: “Pocos temas apasionan al hombre de nuestro tiempo como el de la justicia social; muchos cristianos –especialmente eclesiásticos- lo han descubierto recientemente; los ha fascinado de tal manera, que tienen una propensión marcadísima a identificar la religión con la justicia social. Esto me parece perfectamente sin sentido, porque, si es un error reducir a Dios a su condición de garantizador de la inmortalidad del hombre, más absurdo sería confinarlo a la función de custodio de la justicia social. Dios interesa por sí mismo, y de él se derivan para el hombre innumerables cosas. Que una de ellas sea la justicia social, no lo dudo; pero no se olvide que la justicia social es sólo una forma particular de justicia, y que más allá de la justicia hay una legión de cosas que importan” (De “Problemas del cristianismo”-Editorial Planeta-De Agostini SA-Madrid 1995).

La búsqueda del cambio en la actitud lateral no sólo proviene de la falta de comprensión del mandamiento indicado, sino de una excesiva actitud ascendente predicada por la Iglesia, ya que en épocas pasadas acentuaba el interés en el más allá y despreciaba el mundo real y cotidiano. En su vuelta a la “normalidad” siguió relegando el amor al prójimo y de ahí la inoperancia de la Iglesia en la actualidad. Una vez que deja de considerar que la sociedad está compuesta por justos y pecadores, sino que lo está por pobres y ricos, y que los pobres tienen todas las virtudes y los ricos todos los defectos, se identifica con el marxismo. Incluso acepta el determinismo económico por éste propuesto. El citado autor agrega: “El hombre es forzosamente libre –expresión de Ortega desde hace medio siglo-, porque su vida le es dada, pero no le es dada hecha, porque tiene que elegir entre sus posibilidades y hacerla con las cosas. Pero se intenta convencerlo de que no es libre, de que está determinado por condiciones psicofísicas o económico-sociales, de que no es persona, sino cosa; no alguien, sino algo. Y todo ello en nombre de la «justicia», cuando, si así fuera, si el hombre careciera de libertad, la palabra justicia carecería de toda significación. Un nuevo escalofriante despojo”.

“Solo después de estos vienen los otros –los únicos de que se habla-: los económicos. ¿Es que no son graves? Claro que lo son; pero literalmente secundarios respecto de los primeros, porque la economía se refiere a los recursos, y los recursos son para los proyectos. Si el hombre no tiene libertad, ¿de qué sirven los recursos?”.

La Iglesia actual considera que el cristianismo, asociado a la Teología de la Liberación, ha de permitir lograr la “justicia social” liberándonos del “sistema opresor capitalista”. Julián Marías agrega: “Como se ve, estamos en el curso de una gigantesca operación que consiste en invertir el orden de las cosas tal como lo impone la perspectiva cristiana. Ahora bien, esa inversión es intelectualmente una falsificación, moralmente una perversión. Con una hábil combinación de reiteraciones y silencios, de martilleo de palabras y bien planeadas omisiones, se la está llevando a cabo ante nuestros ojos distraídos, frecuentemente con nuestro asentimiento y complacencia. Y pasan por promotores de la justicia social los ejecutores de ese inaudito despojo de la mismísima realidad del hombre”.

Para solucionar todos los problemas personales y sociales, incluso los económicos, debe buscarse que todo hombre intente compartir las penas y las alegrías de quienes le rodean, siendo ésta la actitud lateral e igualitaria promovida por el cristianismo. De esa manera se hará efectivo el gobierno de Dios sobre cada hombre, por lo que Cristo dijo: “Busca el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura”. Por el contrario, quienes suponen que primero debe resolverse la situación económica de los pobres ignoran que el trabajo necesario para lograr ese objetivo requiere de la previa adopción de la actitud cooperativa mencionada. Tal alteración de prioridades es promovida por los sectores progresistas de la Iglesia, que en realidad son marxistas infiltrados. Carlos A. Sacheri escribió respecto de tal alteración: “La finalidad no es otra que la de adaptar la Iglesia al mundo, lisa y llanamente, en vez de intentar convertir y salvar al mundo dentro de la Iglesia. Tal es la tremenda alternativa de nuestro tiempo. El progresismo neomodernista subvierte así todos los conceptos fundamentales de la fe cristiana mediante la interpretación unilateral del espíritu y de los documentos del Concilio Vaticano II”.

“En nuestro país, el Tercermundismo constituye la versión, no única pero sí principal, de la organización progresista internacional. Poniendo en ejecución sus doctrinas, su organización y su metodología esencialmente clandestinas, el Tercermundismo configura una «Iglesia paralela» que intenta instrumentar todo lo cristiano al servicio de una revolución social de inspiración marxista” (De “La Iglesia clandestina”-Ediciones del Cruzamante-Buenos Aires 1977).

La que fuera en los años 70 una “Iglesia clandestina”, parece ser en la actualidad la propia Iglesia oficial en la cual la Teología de la Liberación tiene amplia aceptación en los puestos jerárquicos del Vaticano.

viernes, 25 de marzo de 2016

Economía e imaginación

Las ciencias sociales describen lo que está asociado a las relaciones interpersonales, que son bastante accesibles a nuestro entendimiento por cuanto podemos razonar en base a imágenes concretas surgidas de la propia realidad, sin necesidad de recurrir a abstracciones que requieren esfuerzos de imaginación. Por el contrario, en el ámbito de las ciencias naturales, se requiere formar imágenes mentales subjetivas para poder entender los distintos fenómenos que nos presenta la naturaleza.

Por ejemplo, consideremos el caso de la asignación de recursos que dispone el Estado para el sector educativo. Podemos fácilmente imaginar un funcionario estatal, que decide asignar cierto porcentaje del dinero disponible del Estado al rubro educación. ¿El dinero asignado a la educación será considerado un gasto o una inversión? Y aquí aparece el primer inconveniente acerca de algo que parecía sencillo. Hay gobiernos que pueden considerar que la educación es un gasto y que por ello se lo debe tratar de reducir a un mínimo, mientras que otros la ven como una inversión, por lo cual tratarán de ampliarla cuando las condiciones sean favorables.

Un aspecto importante en economía consiste en poder imaginar lo que no se ve y aun lo que no existe, tal el caso de las cosas que no llegaron a realizarse cuando el Estado resolvió asignar a ciertos gastos para realizar una cosa en lugar de otras. En este caso, debemos razonar en forma similar a cómo lo hacen los físicos cuando apoyan sus razonamientos en el principio de conservación de la energía. En economía, una vez que entró cierta cantidad de dinero al Estado, luego de cobrar impuestos, cada asignación de recursos a un sector implica necesariamente menor disponibilidad de recursos para otros sectores. Y cuando se analiza la efectividad, o no, de una medida adoptada por el Estado, debe contemplarse tanto la obra que se hizo como todas las otras que no pudieron hacerse. Es tan importante lo que se ve como lo que no se ve.

Henry Hazlitt se ocupó de estos temas, escribiendo lo siguiente: “No existe en el mundo actual creencia más arraigada y contagiosa que la provocada por las inversiones estatales. Surge por doquier, como la panacea de nuestras congojas económicas. ¿Se halla parcialmente estancada la industria privada? Todo puede normalizarse mediante la inversión estatal. ¿Existe paro? Sin duda alguna ha sido provocado por el «insuficiente poder adquisitivo de los particulares». El remedio es fácil. Basta que el Gobierno gaste lo necesario para superar la «deficiencia»”.

“Existe abundante literatura basada en tal sofisma que, como a menudo ocurre con doctrinas semejantes, se ha convertido en parte de una intrincada red de falacias que se sustentan mutuamente”. “Todo lo que obtenemos, aparte de los dones gratuitos con que nos obsequia la naturaleza, ha de ser pagado de una u otra manera. Sin embargo, el mundo está lleno de pseudoeconomistas cargados de proyectos para conseguir algo por nada. Aseguran que el gobierno puede gastar y gastar sin acudir a la imposición fiscal; que puede acumular deudas que jamás saldará puesto que «nos las debemos a nosotros mismos»”. “Tan plácidos sueños condujeron siempre a la bancarrota o a una desenfrenada inflación”.

“Se ha construido un puente. Si se ha hecho así para atender una insistente demanda pública; si se resuelve un problema de tráfico o de transporte de otro modo insoluble; si, en una palabra, incluso es más necesario que las cosas en que los contribuyentes hubiesen gastado su dinero de no habérselo detraído mediante la exacción fiscal, nada cabe objetar. Ahora bien, un puente que se construye primordialmente «para proporcionar trabajo» es de una clase muy distinta. Cuando el facilitar empleo se convierte en finalidad, la necesidad pasa a ser una cuestión secundaria. Los «proyectos» han de inventarse, y en lugar de pensar dónde deben construirse los puentes, los burócratas empiezan por preguntarse dónde pueden ser construidos. ¿Descúbrense plausibles razones para que el nuevo puente una Este con Oeste? Inmediatamente se convierte en una necesidad absoluta y los que se permitan formular la menor reserva son tachados de obstruccionistas y reaccionarios”.

“Es cierto que un grupo de obreros encontrará colocación. Pero la obra ha sido satisfecha con dinero detraído mediante los impuestos. Por cada dólar gastado en el puente habrá un dólar menos en el bolsillo de los contribuyentes. Si el puente cuesta un millón de dólares, los contribuyentes habrán de abonar un millón de dólares, y se encontrarán sin una cantidad que de otro modo hubiesen empleado en las cosas que más necesitaban”.

“En su consecuencia, por cada jornal público creado con motivo de la construcción del puente, un jornal privado ha sido destruido en otra parte. Podemos ver a los hombres ocupados en la construcción del puente; podemos observarles en el trabajo. El argumento del empleo usado por los inversores oficiales resulta así tangible y sin duda convencerá a la mayoría. Ahora bien, existen otras cosas que no vemos porque desgraciadamente se ha impedido que lleguen a existir. Son las realizaciones malogradas como consecuencia del millón de dólares arrebatado a los contribuyentes. En el mejor de los casos, el proyecto del puente habrá provocado una desviación de actividades. Más constructores de puentes y menos trabajadores en la industria del automóvil, radiotécnicos, obreros textiles o granjeros”.

“Pero estamos ya en el segundo argumento. El puente se halla terminado. Supongamos que se trata de un airoso puente y no una obra antiestética. Ha surgido merced al poder mágico de los inversores estatales. ¿Qué habría sido de él si obstruccionistas y reaccionarios se hubiesen salido con la suya? No habría existido tal puente y el país hubiese sido más pobre, exactamente en tal medida”.

“Una vez más los jerarcas disponen de la dialéctica más eficaz para convencer a quienes no ven más allá del alcance de sus ojos. Contemplan el puente. Pero si hubiesen aprendido a ponderar las consecuencias indirectas, tanto como las directas, serían capaces de ver con los ojos de la imaginación las posibilidades malogradas. En efecto, contemplarían las casas que no se construyeron, los automóviles y radios que no se fabricaron….Para ver tales cosas increadas se requiere un tipo de imaginación que pocas personas poseen. Acaso podamos pensar una vez en tales objetos inexistentes, pero no cabe tenerlos siempre presentes, como ocurre con el puente que a diario cruzamos. Lo ocurrido ha sido, sencillamente, que se ha creado una cosa a expensas de otras” (De “La economía en una lección”-Unión Editorial SA-Madrid 1973).

Los gobiernos populistas se caracterizan por realizar obras faraónicas ubicadas en lugares estratégicos para que sean observadas por la mayor parte de la gente. Un pueblo que se considera subdesarrollado es el que elige electoralmente entre distintas variedades de populismo, y muy pocas veces piensa que el dinero aportado para las obras estatales proviene del sector productivo, sino que atribuye todo el mérito a los políticos de turno. Además, cuando el gobierno populista logra “reducir drásticamente el desempleo”, generalmente no lo hace construyendo puentes de dudosa utilidad, sino llenando los organismos estatales con miles de pseudo-empleos cuyas principal obligación consiste en cumplir horarios y cobrar a fin de mes.

Para cubrir los siderales gastos del empleo estatal improductivo, se elevan los impuestos hasta impedir que las empresas puedan realizar inversiones productivas. Se van reduciendo luego los empleos productivos mientras se van incrementando los estatales e improductivos. Este resulta ser un proceso destructivo que, sin embargo, reporta muchos votos, ya que el empleado-parásito apoya incondicionalmente al sector político que le permitió acceder al empleo estatal.

Jorge Luis Borges estuvo empleado durante algunos años en una biblioteca pública de la ciudad de Buenos Aires (antes de ser Director de la Biblioteca Nacional). Comentaba que esa repartición podría funcionar adecuadamente con 15 empleados, en lugar de los 50 que había. Durante los primeros días de trabajo, catalogaba unos 400 libros diarios, por lo cual se le “llamó la atención”, ya que ello delataba el exceso de personal. Pasó luego a catalogar 100 libros por día y a ocupar su tiempo libre en perfeccionar su obra literaria. Si eso ocurría en las primeras décadas del siglo XX, cuando recién comenzaba a instalarse el populismo, podemos imaginarnos lo que ocurrió posteriormente, cuando se ha consolidado para, aparentemente, perdurar por mucho tiempo más.

El gran sofisma al que recurre el populismo y la izquierda política, respecto de las economías capitalistas, implica considerar que existe un pequeño porcentaje de la población que tiene concentrada la mayor parte de los capitales existentes. Luego, para solucionar el problema debe llegarse a alguna forma de socialismo, con una concentración mucho mayor aún, y no sólo de capitales, sino del poder político, militar, cultural, informativo, etc. Este es el caso de la “solución cubana” en donde los hermanos Castro, luego de tomar y mantener el poder por las armas, decidieron todos los planes y detalles de la vida de los cubanos por más de cinco décadas sin que se advierta cambio alguno.

En los sistemas capitalistas, las grandes empresas se dividen en una gran cantidad de acciones, que cotizan en la bolsa de valores, siendo numerosos los “dueños”, algo imposible de lograr bajo sistemas socialistas. Peter Drucker escribió al respecto: “En lugar del capitalista de la vieja escuela, en los países desarrollados son los fondos de pensiones los que, de forma creciente, controlan la provisión y asignación de dinero. En EEUU, en 1992, estos fondos reunían la mitad del capital en acciones de las empresas de mayor tamaño del país y controlaban casi el mismo porcentaje de la deuda fija de esas mismas empresas. Los propietarios beneficiarios de los fondos de pensiones son, por supuesto, los empleados del país”.

“Si el socialismo se define, como lo hizo Marx, como la propiedad de los medios de producción por parte de los trabajadores, entonces EEUU se ha convertido en el país más «socialista» que existe, al tiempo que sigue siendo también el más «capitalista». Los fondos de pensiones son gestionados por una nueva raza de capitalistas, los anónimos y desconocidos empleados asalariados, los analistas de inversiones de fondos de pensiones y los directores de cartera”.

“Pero hay algo igualmente importante: el recurso real que controla todo, el «factor de producción» absolutamente decisivo, ha dejado de ser el capital, o el suelo o la mano de obra; ahora es el saber. En lugar de capitalistas y proletarios, las clases de la sociedad poscapitalista son los trabajadores del saber y los trabajadores de los servicios” (De “La sociedad poscapitalista”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1993). También el saber, o el conocimiento, es un factor de la producción que requiere cierto esfuerzo de imaginación para valorarlo según la importancia considerada. Para los marxistas, sin embargo, el único factor es el trabajo, ya que utilizan argumentos similares a los que Marx ofrecía hace unos 200 años.

miércoles, 23 de marzo de 2016

El buen terrorismo

Existe al menos un país en el mundo en el que las actividades terroristas resultan “legales”, al menos en cuanto a las consecuencias sufridas por sus responsables, ya que quienes incurren en tales delitos no son castigados y, si caen abatidos como consecuencia de tales acciones, sus familiares recibirán una indemnización importante por parte del Estado. Además, una gran parte de la sociedad los considera “jóvenes idealistas” y los ideólogos promotores del terrorismo pueden llegar a ser funcionarios estatales de alto rango, sin necesidad de haberse arrepentido por los más de 20.000 atentados cometidos contra locales, instituciones, fábricas, etc. A ello hay que agregarle unos 1.745 secuestros extorsivos y de 800 a 1.500 asesinatos, según las distintas versiones. Ese país es la Argentina.

Incluso desde la presidencia kirchnerista, un retrato del asesino serial Ernesto Che Guevara está colgado en la Casa de Gobierno escoltado por dos granaderos. Quienes pretendieron destruir moral y materialmente a toda una nación son considerados “ejemplos” para el resto de la sociedad, al menos si uno se pone en el lugar del niño o del adolescente que cree firmemente en la responsabilidad y en la sabiduría de la gente adulta y de sus gobernantes, tendrá esa sensación. Tal niño podrá, en el futuro, cometer atentados, secuestros, y hasta asesinatos, para responder, en el caso de que alguien lo acuse de delincuente o asesino, que actuó influenciado por los gobernantes y por una gran parte de los medios de comunicación.

Mientras que para los islámicos existe una “guerra santa”, que viene justificada en el libro sagrado musulmán, con promesas de recompensas eternas en el más allá, si es que ha “defendido la fe con la espada”, en la Argentina se adopta una actitud similar y es aquella por la cual se promueve establecer el socialismo en toda la región. De la misma manera en que, para millones de musulmanes, los terroristas islámicos en Europa son héroes de la religión “verdadera”, para un importante sector de la población argentina los terroristas de los setenta son héroes y mártires del socialismo.

Resulta difícil hacer comprender a un musulmán, o a un socialista, que existen principios aceptados por los pueblos civilizados que prohíben el asesinato de cualquier persona: es el derecho a la vida; el derecho humano más simple y elemental. Lo grave del caso radica en que son millones los que apoyan y festejan los atentados, ya que el odio inculcado por los ideólogos y predicadores les hizo llegar a tal extremo.

Marcos Aguinis escribió: “En la Argentina, tan castigada por el terrorismo, se ha resbalado a la hipocresía ideológica de sólo llamar así al terrorismo de Estado. Los crímenes perpetrados por organizaciones independientes (o aparentemente independientes) de un Estado no entran en el concepto, aunque alteren la vida del país, asesinen ciudadanos desarmados y arrastren a una anarquía que puede desembocar en una guerra civil. Esta interpretación fue sostenida por nuestra Corte Suprema de Justicia”.

“La nueva Corte, armada por Kirchner con juristas mejor capacitados, no parece resistir los pellizcones del Ejecutivo. Su independencia y majestad comienzan a tener vahídos. Con su extraño criterio, Al Qaeda no sería una organización terrorista y sus integrantes podrían encontrar hospitalario refugio en nuestro país. Es el baldón que nos faltaba. No olvidemos que décadas atrás tuvimos el honor de cobijar criminales de guerra nazis. De esa forma nos respetarán más aún”.

“El criterio de no considerar terroristas a quienes no responden a un Estado saltó a escena cuando el gobierno español pidió a la Argentina que extraditase a un asesino de la ETA. Si reconocía a ese criminal como terrorista, sentaría un precedente que obligaría a reconocer que también lo fueron decenas de guerrilleros argentinos que asesinaron entusiastamente en los ’60 y ’70. Prefirió entonces cometer la «gaffe» jurídica de desconocer la definición que brinda el artículo 7 del Estatuto de Roma, del año 1998, que señala como crímenes de lesa humanidad los asesinatos, exterminio y otros actos graves contra una población civil, «de conformidad con la política de un Estado o una organización»”.

“La Corte Suprema, con mayoría K, adoptó la teoría de la imprescriptibilidad para reabrir el juicio de los crímenes cometidos solamente por militares y civiles que respondían al Estado, pero no los perpetrados por organizaciones sin ese paraguas. De esta forma los integrantes de FAL, ERP y Montoneros pueden seguir gozando de amnistía o impunidad, aunque hayan asesinado civiles, destruido instituciones, alienado a gran parte de la juventud y empujado el país hacia otro golpe de consecuencias devastadoras”.

“Para vergüenza de nuestra Corte, va creciendo en el mundo el concepto que identifica el terrorismo con las acciones que violan elementales reglas del derecho humanitario, vengan de donde vengan. Se fortifica la tendencia a proteger la sociedad civil de ataques contra la vida e integridad de las personas. Este criterio incluye, por supuesto, las violaciones llevadas a cabo con finalidades políticas o ideológicas, incluso en los casos de conflictos internos. Sin duda integran el nefasto paquete de organizaciones que cometen crímenes de lesa humanidad entidades como Al Qaeda, Hezbollá, Hamás, Montoneros, ERP, ETA, Brigadas Rojas, Baader-Meinhof, Sendero Luminoso, FARC, etcétera, que simpatizan entre ellas aunque sus orígenes, teorías y objetivos sean muy variados”.

“En la Argentina y el mundo se ha impuesto la idea de que se nos vino encima la tragedia de súbito, en el otoñal 24 de marzo de 1976. Ahí empezó la última y feroz dictadura. El cielo estaba sereno y azul cuando unos oficiales enloquecidos pusieron fin al gobierno de Isabelita y empezaron la peor matanza de nuestra historia. Casi ni se hace (o hacía) referencia al escuadrón de la muerte llamado Triple A….Para no cambiar de dial, sólo quiero recordar en este momento que las organizaciones guerrilleras –estimuladas, armadas y entrenadas por otras organizaciones guerrilleras y algunos Estados- cometieron innumerables crímenes antes del golpe de Estado y antes de que naciera el monstruo de la Triple A. Sus integrantes no sólo asaltaron cuarteles y asesinaron militares, sino civiles. Cometieron crímenes de lesa humanidad o violaron el derecho humanitario, úsese la terminología que se quiera”.

“La Seprin brinda una larga lista de victimas civiles, de la cual sólo copiaré unos renglones, para no fatigarse. Algunos nombres iluminan la memoria: Arturo Mor Roig, Hipólito Pisarello, Oberdán Sallustro, Ramón Samaniego, Antonio Muscat….Su pecado había sido trabajar en empresas como Fiat, La Cantábrica, Hilandería Olmos, Tiendas Elena, Sancor, Swift, Materfer, Schering, Textil Oeste, Peugeot…Salteo varios renglones para evocar a los gremialistas perforados por la metralla: Henry Klosterman, Antonio Magaldi, José Rucci, José Alonso,…. También balearon al periodista David Kraiselburd. Hay otra lista, la de funcionarios, que también es larga e incluye personas de la intendencia de San Martín, Ferrocarril Mitre, Banco de la Nación, ENTEL, INTA. En fin, produjeron un reguero de cadáveres que, por ahora, no se consideran punibles” (De “El atroz encanto de ser argentinos” (II)-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2007).

Un sector importante de la población no sólo critica las acciones anti-reglamentarias cometidas por algunos militares, sino que le restan legitimidad a la defensa del país ante el asedio de la guerrilla promovida desde Cuba con las intenciones de que el Imperio Soviético se expandiera por toda Latinoamérica.

En el día de la memoria debemos recordar, en primer lugar, a los soldados, policías y militares que cayeron en defensa de la Patria impidiendo que la nación se convirtiera en una nueva cárcel soviética, y que quienes habitamos este suelo no fuésemos denigrados hasta llegar a obedecer a nefatos líderes como Fidel Castro o el Che Guevara.

Justificativos para la inacción

Por lo general, la negligencia de individuos y pueblos tiende a ser justificada con argumentos que consisten esencialmente en considerar que la culpa es de otros; que lo que no se hace y lo que no se quiere hacer se debe a un impedimento ajeno al individuo o al pueblo en cuestión. Una vez justificada la inacción, la “victima inocente” se siente con derecho a protestar y a calumniar a los supuestos culpables de sus propias carencias y debilidades.

Entre los culpables aparece generalmente la sociedad, el sistema “injusto”, el Estado, el gobierno, el imperialismo foráneo, etc. Si hubiese algo de cierto en estos casos, conviene suponer que tales causantes de impedimentos son en realidad el doble de perjudiciales de lo que en realidad son y, por ello mismo, debemos realizar el mayor esfuerzo personal para impedir el perjuicio supuesto ya que, por lo general, son muchas las cosas que podemos hacer antes de cruzarnos de brazos para lamentarnos por nuestras desgracias o por nuestras incomodidades. Juan Bautista Alberdi se hacía varias preguntas cuando observaba las consecuencias de la inacción de sus contemporáneos del siglo XIX, escribiendo al respecto:

“Aquí, el atraso español en todo su punto. Los naturales han encontrado el modo de disculpar su incuria y atraso, haciendo pesar toda su responsabilidad en el gobierno: sí, el gobierno es culpable en cierto modo; el gobierno es malo; no sus hombres, sino su sistema: es más central que lo necesario: tiene en pupilaje a pueblos lejanos, cuyas necesidades no conoce. Cuando se ha justificado la conveniencia de atender a cierta necesidad, ya esa necesidad ha pasado. Pero vos, ciudadano, ¿Por qué vivís mal? ¿Por qué es sucia, desprovista vuestra casa? ¿Por qué es malo vuestro vino, vuestro servicio? ¿Por qué coméis mal? ¿Por qué sois perezoso, ignorante, mezquino? ¿El gobierno es autor de todo esto? ¿Él os impide que tengáis buenas posadas, cómodo alojamiento?”.

“¿Véis, acaso, que en Norte América los papeles publiquen quejas contra el gobierno, como los nuestros? No: allí se hace todo por el país, no por el gobierno. ¿Quién os impide hacer el bien? No es libertad, ni aptitud lo que os falta. Ved cómo el extranjero os aventaja en todo en vuestro propio país. ¿Tiene él más libertad que vos?”.

“Y por otra parte, tenéis razón en quejaros contra los gobernantes poseídos de su monomanía de proyectismo”. “El encanto de los ociosos: escribir decretos: el distintivo de los políticos de escuela”.

“El proyectismo elevado, la utopía política, la poesía de las reformas, todo esto es simple, inmediato, eficaz, he aquí lo que distingue al verdadero hombre de Estado”.

“Haced: bien o mal, haced en vez de hablar”.

“Y vos, oposición, ¿qué queréis? ¿El poder? ¿Para qué? Para fundar instituciones no tenéis necesidad de gobernar. Ellas se fundan por el país, lo mismo que por el gobierno. ¿A ver los esfuerzos que habéis hecho para fundarlas? ¿Se os ha impedido establecer Bancos, fundar caminos, hacer tentativas de navegación, abrir colegios, invertir métodos, imprimir y circular libros? Por qué no lo habéis hecho, es lo que el gobierno puede preguntarnos a su vez. ¿O preferís el pupilaje ocioso e incapaz que todo lo quiere del tutor?” (De “Memorias e impresiones de viaje”-Editorial Luz del Día-Buenos Aires 1953),

En pleno siglo XXI, las cosas no han cambiado demasiado en cuanto a la mentalidad reinante. No hace mucho tiempo, un periódico de Mendoza destacaba el hecho de que un grupo de niños había preparado un terreno baldío para realizar prácticas deportivas….sin ayuda de la Municipalidad. Esto indica que lo anormal es nuestro país implica hacer algo bueno por uno mismo, y que lo normal es esperar que la sociedad, a través de alguna institución estatal, nos beneficie de alguna manera. Y que, si no lo hace, el ciudadano debe cruzarse de brazos y protestar hasta que el beneficio esperado se haga realidad.

Mientras que, en los países desarrollados, el joven o el adolescente trabaja para ganar el dinero que les permitirá emprender un viaje, en la Argentina se observan algunos estudiantes secundarios pidiendo dinero a los automovilistas detenidos en un semáforo por cuanto “deben” hacer su viaje de estudios. Ante la existencia de mucha gente que necesita ayuda económica para solventar necesidades básicas, resulta grotesco que alguien pida una ayuda monetaria para ir de vacaciones. Si no se tiene dinero suficiente para ese fin, es moralmente más digno no ir a ninguna parte antes que pedir a los demás que financien el viaje.

En cuanto a las imposibilidades que nos impone el “sistema”, Alejandro Rozitchner escribió: “Uno de los primeros puntos a considerar es lo romántico que resulta sentirse preso de las circunstancias, atado a la imposibilidad, y creer que si fuera por nosotros liberaríamos nuestro mundo interno y seríamos felices, generaríamos bienestar y riqueza, porque por dentro somos puros y buenos, y es culpa de esta sociedad trastornada y mezquina que no podamos levantar vuelo. Es romántico sentir que «el sistema» está en contra de uno y uno contra el sistema”.

“Un gran enemigo da consistencia. Si uno dice: «el sistema no me deja ser yo mismo» está sugiriendo la idea de que uno es tan importante que un contrincante de semejante tamaño considera vital limitar nuestras posibles jugadas. Pero lo más probable es que el sistema no repare en uno, es más, que no repare en nada”.

“Además, ¿quién dijo que el sistema era un ser con voluntad? La imagen frecuente es la de ver el sistema como una persona, creer que el sistema tiene intenciones como si fuera alguien: no quiere que crezcas, no le conviene que seas libre, está emperrado en tenerte quieto, callado, sometido, jamás te van a dejar llevar adelante tu deseo. Pero el sistema no es eso, es una acumulación de voluntades humanas en constante enfrentamiento unas con otras, es más un despelote inmanejable que un plan perfecto de dominación. No se puede ser parte del sistema, ni hay que decirle «sistema», que es una palabra acusatoria: ¿no es mejor «sociedad» o «comunidad»?” (De “Ideas falsas”-Editorial del Nuevo Extremo SA-Buenos Aires 2004).

Las actitudes individuales llegan a hacerse colectivas hasta involucrar a los propios gobernantes. Luego, los gobernantes son los que se encargan de difundir en la población que algún enemigo externo impide que el país crezca y se desarrolle. Se fortalecen los justificativos para la inacción favoreciendo además las divisiones internas de la sociedad ya que tal enemigo necesita la complicidad de los “enemigos internos”. Marcos Aguinis escribió: “El factor externo es real, pero no exclusivo. Circunscribirse a él tranquiliza: justifica la derrota. Nos exime de responsabilidad. Pero observado con agudeza, debería avergonzarnos. Porque es una coartada. Porque obtura futuros éxitos. No hay duda que en el complejo entramado nacional e internacional juegan las presiones de intereses que nos convierten en víctimas de sus ciegos apetitos. Pero no son ellos siempre y únicamente los autores: también lo somos nosotros. Y de nosotros depende que les resulte difícil someternos”.

“Paradójicamente, quienes más enronquecen denunciando la culpa de los otros, menos ayudan al desarrollo de la responsabilidad que nos permitirá enderezar nuestro destino. Aunque insistan en que somos sujetos de la historia, por este mecanismo tranquilizador y alienante nos condenan a ser objetos de la historia. La culpa en el otro nos arrincona en la pasividad –aunque se acompañe de bombas y petardos-. La responsabilidad propia nos eleva al rol activo, aunque carezca de espectacularidad” (De “Un país de novela”-Editorial Planeta Argentina SAIC-Buenos Aires 1988).

Cuando un país se siente víctima inocente ante los extranjeros, comienza a aislarse del ámbito y del comercio internacional favoreciendo la debilidad propia y el subdesarrollo. Hugo D. Eberle escribió: “El día 23 de diciembre de 2001, el presidente electo por asamblea Adolfo Rodríguez Saá, en su discurso frente al Congreso de la Nación, anunció la cesación de pagos de la República Argentina en razón de no contar con las divisas necesarias para afrontar deudas con acreedores internacionales privados que vencerían en los próximos días”.

“Dicho anuncio provocó uno de los más estruendosos aplausos en la sede parlamentaria; duró casi dos minutos y mostró en ese solo acto toda la irresponsabilidad de los dirigentes del país, expresada por sus representantes más directos, en quienes la sociedad confió la creación de las leyes que rigen la República. A partir de ese momento el país entró nuevamente en el aislamiento internacional, cosa que ocurre con los pocos países que hoy no pagan sus deudas. El aislamiento significó el corte automático de todas las líneas de crédito externas, sin discriminación de si están destinadas a financiar proyectos políticos, sociales o de desarrollo económico”.

“Pero ese acto es una consecuencia de una manera de ser y de pensar de gran parte de la sociedad argentina actual, cuya desorientación la ha llevado a confundir valores y a extraviar el camino que siguen los países que buscan en la sociedad el fin de sus propósitos. Y es que esa práctica de no pagar las deudas ya viene siendo aplicada de hecho por una buena parte de nuestra propia sociedad, desde hace mucho tiempo; a manera de una gimnasia habitual, una buena cantidad de familias argentinas tienen damnificados y favorecidos por el vicio de no pagar deudas contraídas o simplemente contraerlas sabiendo que no se pagarán”.

“Esto es solo un ejemplo de «viveza criolla», aquella del engaño puntual para salir del paso, aunque en definitiva resulte ser una mentira de patas cortas, pues ya se sabe que quien lo hace una vez, no tendrá oportunidad de repetirlo. A nivel de país es lo mismo; quien vivió de prestado durante muchísimos años se cansó de incumplir hasta que sus acreedores se cansaron de los incumplimientos y no quisieron seguir tomando riesgos”.

“El resultado de esta conducta necesariamente es el aislamiento ¿Por qué? ¿Quién va a prestarle dinero a quien ostenta semejante antecedentes de insolvencias periódicas o de deliberado incumplimiento de sus obligaciones financieras? Nadie en nuestro país, en los últimos años, advirtió como esto fue haciéndose carne en la microestructura social hasta constituirse casi en una cultura y si lo hizo no tuvo la valentía de corregirlo o fue cómplice de la viveza criolla oficial organizada” (De “Latinoamérica: la región de las crisis crónicas”-México 2005).

Las justificaciones para la inacción luego serán justificaciones para acciones ilegales e incluso para el delito. La culpa asociada a individuos y sectores implica el surgimiento de enemigos, tendencia que tarde o temprano será causante de la violencia. Por el contrario, al advertir culpas propias, se encuentra el camino para el crecimiento individual y el progreso.

domingo, 20 de marzo de 2016

Lo esencial de von Mises

El economista Murray N. Rothbard realizó una síntesis de la vida y la obra de Ludwig von Mises, titulada “Lo esencial de Mises”, que aparece como un apéndice del libro “Planificación para la Libertad” de L. von Mises (Centro de Estudios sobre la Libertad-Buenos Aires 1986). De dicha síntesis surge el presente resumen, en el que se reproducen varios párrafos, tratando de evitar en lo posible una involuntaria “mutilación” de la misma.

Mises nace en una época en que estaban establecidos los lineamientos básicos de la Escuela Austriaca. Rothbard escribe al respecto: “Nació y creció Mises en la época más brillante de la gran Escuela Austriaca de Economía. Ni él ni ninguna de sus decisivas contribuciones científicas resultan cabalmente comprensibles fuera del ámbito de aquel pensamiento económico que con tanto ahínco estudiara y tan profundamente absorbiera”.

“A mediados del siglo XIX ya nadie dudaba que la escuela clásica, cuyos máximos exponentes fueran David Ricardo y John Stuart Mill, había embarrancado en los bajos de muy graves errores. Su defecto básico consistió en pretender analizar la economía, no desde el punto de vista del individuo que actúa, sino partiendo del supuesto comportamiento de arbitrarias clases. No pudieron nunca los clásicos, por eso, llegar a comprender las fuerzas subyacentes que determinan el valor y los respectivos precios de mercancías y servicios en el mercado; escapábaseles la función del consumidor, es decir, la fuerza que, en definitiva, impulsa la actividad del empresariado”.

“Acabaron, por desgracia, concluyendo que había dos tipos de valores [valor de uso y valor de cambio]. Esa aparente dualidad valorativa hizo que innúmeros escritores posteriores condenaran la economía de mercado por producir «para el beneficio», en vez de orientar los factores disponibles hacia la producción «para el uso»”.

En esa época predominaba la idea de que el valor de una mercancía dependía del trabajo demandado para su producción. “Tal ricardiana teoría fue llevada por Marx a su conclusión lógica: si el valor procedía única y exclusivamente de la cantidad de trabajo dedicado a su producción, el interés y beneficio que capitalistas y empresarios de la misma derivaban no podían ser sino plusvalía, injustamente detraída a la legítima retribución del trabajador”.

“Los clásicos no sólo fueron incapaces de explicar satisfactoriamente y justificar el beneficio empresarial. Al analizar la distribución de los resultados de la producción, entre las diferentes clases, concluyeron que había de producirse una lucha permanente entre las mismas, es decir, entre salarios, beneficios y rentas, pues implacablemente habían de pugnar entre sí, por sus respectivas cuotas, trabajadores, capitalistas y terratenientes. Separaron, enteramente, por desgracia, la producción y la distribución…”.

“La solución a aquellas paradojas que tanto atormentaron a los clásicos fue, de pronto, hallada en 1871, bajo distinta forma, por tres diferentes estudiosos: William Stanley Jevons, en Inglaterra, León Walras, en Lausanne, y Carl Menger, en Viena. Nació, entonces, la economía moderna o neoclásica…”. “Carl Menger, profesor de Economía de la Universidad de Viena, formuló la más brillante teoría neoclásica, dando solución a problemas hasta entonces insolubles. Fue el fundador de la Escuela Austriaca”.

“La precursora labor de Menger culminó en la gran obra sistematizadota de su eminente discípulo y sucesor en la cátedra vienesa, Eugen von Böhm-Bawerk”.

“Los austriacos centraron su atención en las motivaciones del individuo, en los impulsos de quien, en el mundo real, y siempre de acuerdo con sus propias valoraciones y preferencias, actúa. Pudieron basar el análisis de la actividad económica y de la producción en las valoraciones y aspiraciones del consumidor independiente e individualizado”. “El valor procedía exclusivamente de las subjetivas apreciaciones del consumidor individualizado”. “La Escuela Austriaca hablará de la «ley de la utilidad marginal decreciente»”.

“El problema de la distribución de las rentas en el mercado lo resolvieron los vieneses igualmente concentrando su atención en la actividad individual, amparados siempre en el análisis marginal. Pusieron de manifiesto que cada unidad de cualquier factor de producción, tratárase de trabajo en sus múltiples manifestaciones, de tierra de la clase que fuera, o de capital, quedaba justipreciada, en el mercado, con arreglo a su propia productividad marginal, o sea, según la medida en que la supletoria unidad empleada incrementaba el valor del bien que, en definitiva, adquiría el consumidor”.

“Patentizaron los vieneses que no existe, en el mercado libre, disparidad alguna entre producción y distribución. Las diversas valoraciones y las distintas demandas de los consumidores determinan los precios de los bienes de consumo, es decir, de los productos que ellos quieren. Los precios de los bienes de consumo, por su parte, orientan la actividad productiva toda y determinan los precios de los factores de producción intervinientes, los diversos bienes de capital, los salarios y las rentas. La correspondiente distribución de ingresos no es sino consecuencia del precio de mercado de cada factor”.

Los marxistas sostenían que el capital es una forma de “trabajo congelado”, de manera de justificar al trabajo como el único factor de la producción. Rothbard escribe al respecto: “¿Y qué sucede con los beneficios y aquel trabajo «congelado»? Böhm-Bawerk advirtió certeramente, basándose siempre en el análisis de la actuación individual, que es norma invariable de la actividad humana el pretender alcanzar los objetivos, los fines que el hombre ambiciona, lo más pronto posible. Los bienes o servicios valen más para los mortales cuanto antes cabe disfrutarlos. «Más vale un toma que dos te daré», suele decirse. Es, precisamente, esta preferencia temporal lo que hace que las gentes no inviertan la totalidad de sus ingresos en bienes productivos (capital), con lo que, en cambio, aumentarían su bienestar futuro. El sujeto tiene necesidad siempre de consumir algo”.

“Tal preferencia temporal es, precisamente, lo que engendra el interés y el beneficio, cuya mayor o menor cuantía quedará, finalmente, determinada por esa repetida preferencia temporal”.

“Böhm-Bawerk, prosiguiendo su análisis, evidenció cómo la preferencia temporal regulaba igualmente el beneficio, hasta el punto de que el beneficio «normal» no es sino la propia tasa de interés vigente. Cuando el empresario capitalista invierte, mediante previo pago, trabajo y tierra en el proceso productivo, evita a los poseedores de estos factores –trabajadores y terratenientes- el perjuicio que, en otro caso, soportarían de tener que esperar, hasta cobrar, el que la mercancía fuera vendida a los consumidores y pagada por éstos. En ausencia de empresarios capitalistas, laboradores y terratenientes, tendrían que aguardar meses e, incluso, años sin percibir nada hasta que el producto final fuera pagado por su consumidor o usuario”.

“Profundo conocedor de la teoría vienesa, Mises advirtió en seguida que Böhm-Bawerk y sus predecesores no habían avanzado lo suficiente, no habían, en efecto, llegado a las conclusiones últimas que de sus propios razonamientos derivaban, por lo que existían todavía lagunas importantes en la doctrina”.

“La laguna fundamental que Mises advirtió era la que hacía referencia a la teoría del dinero. La Escuela Austriaca había descubierto cómo el mercado determinaba no sólo el precio de los bienes de consumo, sino también el de los factores de producción. El dinero, sin embargo, para los vieneses, como anteriormente para los clásicos, seguía siendo un compartimiento estanco”.

“Padecemos hoy las consecuencias de aquel dispar tratamiento en la distinción tan de moda entre «macro» y «micro» economía. Parte esta última, más o menos, de la actividad individual de consumidores y productores, pero, en cuanto aparece el dinero, el economista nos pierde en un mundo imaginario, poblado por fantasmagóricos conjuntos, los «medios de pago», el «nivel de precios», el «producto nacional bruto», el «gasto total». La «macroeconomía», por su parte, separada ya de la firme base del análisis individualista, no hace sino saltar de una serie de errores a otro conjunto de falacias”.

“Ludwig von Mises se lanzó a solventar tan arbitraria separación mediante el análisis de la economía monetaria y el poder adquisitivo del dinero (erróneamente denominado nivel de «precios») partiendo de la sistemática austriaca, o sea, contemplando invariablemente el actuar del individuo y la operación del mercado para llegar, finalmente, a estructurar el amplio tratado de economía que explicara, por igual, el funcionamiento de todos y cada uno de los sectores económicos”.

“Mises, aplicando por entero la teoría de la utilidad marginal a la oferta y la demanda del propio dinero, desarticuló la mecanicista visión de Irving Fisher, basada en automáticas relaciones entre la cuantía monetaria y el nivel de precios, la «velocidad de circulación» y las «ecuaciones de intercambio»”.

“Otro de los grandes logros de Mises en su monumental «Teoría del dinero y el crédito» fue el evidenciar la función de la banca en relación con la creación de dinero. Demostró, en efecto, que un régimen de banca libre, es decir, una banca independiente de toda intervención directriz estatal, lejos de dar lugar a una desatada inflación monetaria, constreñiría a los bancos a adoptar una política crediticia «dura», sana, acuciados siempre por el temor de la retirada de fondos de los depositantes. La mayoría de los economistas han defendido la existencia de una entidad bancaria central o estatal (del tipo de la Reserva Federal norteamericana), estimando que tal institución restringiría las tendencias inflacionistas de los bancos privados. Mises, en cambio, hizo ver que la actuación de la banca central ha sido de signo diametralmente opuesto, pues, protegiendo a las entidades privadas de las duras leyes del mercado, las ha impulsado a una expansión inflacionaria de sus préstamos y actividades”.

Otro de sus aportes consiste en la descripción del ciclo económico: “Ludwig von Mises pensó que si la economía de mercado no podía, por sí misma, originar una serie ininterrumpida de alzas y depresiones, la causa de tal fenómeno tenía que ser ajena al sistema, había de provenir de algún impulso externo”.

“Surge, de pronto, en la armoniosa y suavemente funcionante economía de mercado, el dinero crediticio, bancario, creado a instancia de la presión estatal, a través del banco central. Los bancos, al aumentar la oferta dineraria (mediante billetes y créditos), y prestar ese nuevo dinero al mundo de los negocios, disminuyen el interés por debajo de su tasa «normal» [de mercado]”.

“Los receptores del nuevo dinero, asalariados y productores de bienes diversos, al no haber variado su propia preferencia personal, los gastan en la misma proporción anterior. Ello supone que las gentes no están ahorrando lo suficiente como para adquirir los productos de aquellas inversiones de orden superior, lo que posteriormente ha de provocar la quiebra de los correspondientes negocios e instalaciones. La recesión o depresión se nos aparece, entonces, como el inevitable reajuste del sistema productivo, reajuste mediante el cual logra el mercado liquidar las «excesivas» inversiones del periodo inflacionario y retornar a la proporción inversión–consumo deseada por los consumidores”.

“Mises recomienda que si el gobierno y la banca por él controlada están inflacionariamente ampliando el crédito, lo que deben de hacer es detener inmediatamente tal actividad; no interferir, después, el proceso de reajuste económico y, consecuentemente, no provocar alza de salarios y precios, no ampliar el consumo, ni autorizar infundadas inversiones, al objeto de que el necesario periodo liquidatorio de anteriores errores sea lo más corto posible. Idéntica medicación debe aplicarse si la economía no está ya en auge, sino en recesión”.

Si bien, en la actualidad, resulta sencillo darse cuenta de los errores del socialismo debido a sus frecuentes fracasos, en las primeras etapas de su aplicación en Rusia no era fácil pronosticar su éxito o su fracaso. Ya en 1922, con su libro “Socialismo”, Mises advierte acerca de sus falencias, incluso mostró que en una economía planificada no es posible establecer el cálculo económico. “Publicó (1920) su célebre artículo «El cálculo económico en la sociedad socialista», verdadera bomba que, por primera vez, evidenciaba que el sistema socialista era inviable por completo en una economía industrial”.

Se interesa por la metodología científica aplicada en la economía y aparece en 1949 su gran obra: “La acción humana”. Su mayor éxito, sin embargo, lo logra a través de varios de sus seguidores, quienes logran hacer resurgir a Italia, Francia y Alemania luego de la Segunda Guerra Mundial. “Ludwig von Mises ocupó un lugar muy importante, merced a discípulos y compañeros, en aquel impulso que permitió reestructurar una economía más o menos libre en la Europa occidental de la posguerra. Wilhelm Röpke, estudiante misiano de la época vienesa, fue quien aportó el necesario respaldo intelectual que salvó a la Alemania Federal del colectivismo, instaurando en el país una economía sustancialmente capitalista. Luigi Einaudi, otro viejo amigo de Mises en cuestiones de libertad económica, logró igualmente librar a Italia del socialismo totalitario. Y un tercer seguidor misiano, Jacques Rueff, fue el consejero económico que, prácticamente solo, pero sin desmayo, inspiró al general De Gaulle su política de reimplantación del patrón oro”.

Cuando el centro del escenario económico es ocupado, no por el empresario eficaz e innovador, sino por el amigo del gobierno de turno, o por el sector financiero especulativo, favorecido por una expansión crediticia artificial, entonces nos hallamos en una situación alejada de la propuesta por el liberalismo. Mientras la izquierda política lo siga difamando, distorsionando sus planteos y confundiendo a la opinión pública culpándolo de los problemas que surgen del excesivo intervencionismo del Estado en la economía, pocas esperanzas existen de revertir las tendencias negativas de la política económica aplicada en muchos países.

jueves, 17 de marzo de 2016

La distribución igualitaria

Uno de los argumentos que se emplea para atacar al sistema de producción capitalista consiste en mencionar las diferencias económicas entre sectores sin tener en cuenta la creación de riquezas realizadas por los mismos. Si una empresa tiene una gran producción, ya sea de bienes o de servicios, necesariamente ha de poseer un capital acorde a esa creación. Todavía no se ha descubierto la forma de fabricar automóviles, por ejemplo, sin la necesidad de sustentar su producción con capitales muy reducidos. Si en una sociedad no existe un sector que posea grandes capitales invertidos en la producción, tal sociedad vivirá seguramente en una extrema pobreza.

Es frecuente leer afirmaciones como la siguiente: “Junto con los avances en la lucha contra la pobreza, todos los sectores de la sociedad chilena reconocen que la distribución del ingreso en Chile es muy desigual. El 10% más rico acapara más del 40% de los ingresos, treinta veces lo que recibe el 10% más pobre” (F. Javier Meneses y J. M. Fuentes en “Chile en los noventa” de C. Toloza y E. Lahera-Dolmen Ediciones SA-Santiago de Chile 1998).

Por lo general no se aclara que el porcentaje más rico produce mucho más que el sector pobre. Incluso cuando se utiliza la palabra “acapara”, parece que se da a entender que absorbe riquezas mal habidas, o que deberían pertenecer a otros sectores. Si ese fuera el caso, es justo reclamar por tal injusticia. Además, adviértase que el caso considerado no se habla de “pobreza” de los sectores menos favorecidos, sino que sólo se habla de “desigualdad”. De ahí que un empresario exitoso, que crea riquezas y puestos de trabajo, y que por lo tanto beneficia a toda la sociedad, ha de ser, según el criterio generalizado, un “creador de desigualdades sociales” y que, por lo tanto, sería mejor para la sociedad que no existiera.

Puede decirse que la obligación moral del empresario consiste en realizar inversiones que favorezcan a la sociedad, en lugar de emplear sus excedentes para realizar ostentaciones de riqueza, como a veces ocurre. Por otra parte, los sectores de menores recursos deben esforzarse por salir de su situación mediante el trabajo arduo hasta llegar a convertirse en pequeños empresarios. Esto contrasta con la lamentable realidad de muchos adolescentes, provenientes de familias de pocos recursos, que dilapidan sus mejores años para capacitarse no asistiendo a la escuela, o bien asistiendo pero desaprovechando el tiempo e incluso impidiendo, mediante la indisciplina que generan, que los demás lo aprovechen, tal como sucede en muchas escuelas secundarias de la Argentina.

Una vez que se asocian todas las culpas a los sectores productivos y ninguna a los sectores relegados, entran en escena las ideas socialistas, consistentes en sociedades imaginarias en las que todo funciona perfectamente, al menos en teoría. Henry Hazlitt escribió: “En «Lookink Backward» (1888) la novela socialista utópica de fines del siglo XIX, Edward Bellamy pinta lo que consideró una sociedad ideal. Y uno de los aspectos que producían esa idealidad era la eliminación de «filas interminables de comercios (en Boston)….diez mil comercios para distribuir los bienes necesarios por esta sola ciudad que en mi sueño (utópico socialista) recibían todas las cosas de un único depósito ya que los pedidos se producían a través de un único gran comercio en cada barrio, comercio al cual concurría el comprador y, sin pérdida de tiempo ni trabajo, encontraba bajo un mismo techo un surtido mundial del artículo deseado. En ese caso el trabajo de distribución había sido tan pequeño que apenas agregaba una fracción perceptible al costo para el usuario de los artículos. Todo lo que pagaba era virtualmente el costo de producción. Pero aquí la simple distribución de los bienes, su manipulación por sí sola, agregaba una cuarta parte, una tercera, la mitad o más al costo. Todas estas diez mil empresas deben pagar el alquiler, el personal de maestranza, los batallones de vendedores, sus diez mil conjuntos de contadores, empleados y dependientes más todo lo que gastan en propaganda y en pelearse unas con otras y los consumidores son quienes deben pagar. ¡Qué linda manera de transformar una nación en un país de pordioseros!»”.

Como el socialismo utópico de las novelas no difiere esencialmente del “socialismo científico” puesto en práctica en el siglo XX, y parcialmente en la actualidad, pudo advertirse que las tradicionales “filas de espera soviéticas” y los “estantes semivacíos” fueron la consecuencia de emplear este método de las proveedurías barriales estatales. Henry Hazlitt comenta al respecto: “Lo que Bellamy fue incapaz de ver en esta increíblemente ingenua descripción es que estaba cargando todos los costos e inconvenientes de la «distribución» al comprador, al consumidor. En su utopía correspondía a los compradores caminar o tomar el tranvía o conducir su carruaje para llegar al «único, gran comercio». No podían limitarse a ir al negocio de la vuelta de la esquina para comprar artículos de almacén, un pan o una botella de leche…”.

“Y además, dado que una gran tienda nacionalizada no tendría que hacer frente a competencia alguna, no tendría el número suficiente de vendedores y los clientes se verían en la necesidad de formar filas y esperar por tiempo indefinido (como ocurre en Rusia y en la mayor parte de los «servicios» del gobierno en cualquier lugar). Y debido a esa misma falta de competencia, los artículos serían de pobre calidad y limitados en cuanto a su variedad. No serían aquello que querrían los clientes sino lo que los burócratas del gobierno consideraran suficientemente buena para ellos” (De “Los fundamentos de la moral”- Fundación Bolsa de Comercio de Buenos Aires 1979).

No sólo la distribución, sino también la producción, sería establecida mediante una asignación igualitaria de ingresos. De ahí que, si en un país con 1 millón de habitantes alguien decidiera producir el doble de lo que hace habitualmente, sólo le correspondería una millonésima parte de ese esfuerzo adicional, mientras que si no produjera nada, la producción nacional se vería disminuida en una millonésima parte, y tampoco le afectaría personalmente. Incluso en el socialismo real, las mejoras de la producción van a parar a una mejora del nivel de vida de la clase dirigente. De ahí que exista una gran indiferencia por producir más y mejor. Además, al no permitirse la propiedad privada de los medios de producción, los trabajadores no pueden elegir dónde trabajar, sino que solamente deben habituarse a obedecer. “Bajo el socialismo no puede haber una libre elección de ocupación. Cada persona debe aceptar la tarea que le ha sido asignada. Debe ir hacia donde se lo mande. Debe quedarse allí hasta tanto se le ordene ir a otra parte. Sus ascensos o descensos dependerán de la voluntad de un superior, de una única cadena de mando”.

“León Trotsky expresó: «En un país donde el único empleador es el Estado, oponerse significa morirse de hambre lentamente. El viejo principio, quien no trabaja, no come, ha sido reemplazado por uno nuevo: quien no obedece, no come»”.

Los sistemas socialistas han sido puesto a prueba numerosas veces, incluso con distintos niveles de población, y nunca dieron resultados aceptables, por lo que son sistemas que sólo funcionan bajo coerción desde la clase dirigente hacia el resto. Henry Hazlitt describe un caso que se dio en los EEUU: “La mayoría de nosotros ha olvidado que cuando los Padres Peregrinos llegaron a las costas de Massachussets establecieron un sistema comunista. Tomándolo del producto y depósito común crearon un sistema de racionamiento que no alcanzaba «sino a un cuarto de libra de pan por día y por persona». Aun cuando llegó el momento de la cosecha «sólo aumentó un poquito». Pareció comenzar a producirse un círculo vicioso. La gente se quejaba de sentirse débil por la falta de alimentos lo que les impedía ocuparse debidamente de sus sembrados. Aun cuando eran profundamente religiosos, comenzaron a robarse los unos a los otros. «De modo que parecía muy probable», escribe el gobernador Bradford en su informe de la época, «que también habría hambre el año que viene, a menos que se tomara alguna medida para prevenirla».
«Los colonos comenzaron a pensar en la manera de producir tanto maíz como pudieran para obtener una cosecha mejor que la anterior de modo de no padecer miseria. Finalmente (en 1623) después de mucho debatir los problemas, el gobernador, (con el asesoramiento de los principales de ellos) dispuso que cada hombre sembrara maíz para sí mismo y que, en ese aspecto, cada uno confiara de sí….Y de ese modo, asignó una parcela de tierra a cada familia».
«Esto tuvo mucho éxito ya que hizo que todas las manos trabajaran con mucha mayor laboriosidad y plantaran mucho más maíz de lo que hubiera sido posible por ningún otro medio que el gobernador, o cualquier otra persona, hubiera podido emplear y esto le ahorró una cantidad de inconvenientes y contentó más a todos».
«Ahora las mujeres estuvieron dispuestas a trabajar en el campo y llevaron con ellas a sus pequeños para sembrar maíz, mientras que antes habían alegado debilidad e incapacidad para hacerlo y obligarlas hubiera sido tenido por gran tiranía y opresión»”.

Debido a las críticas que se le hacen a la distribución desigual de la riqueza que establece la economía de mercado, como consecuencia de la desigual capacidad para crearla, muchos sostienen que lo ideal sería una producción capitalista junto a una distribución socialista. Sin embargo, ello no resulta posible por cuanto la distribución socialista, o igualitaria, tarde o temprano tiende a promover una producción también igualitaria, pero esta vez igualada en su mínimo nivel. Hazlitt agrega: “Cuando, en nombre de la «justicia», se procura sustituir el sistema de permitir que cada uno sea dueño de lo que produce y lo conserve, por uno de división igual por cabeza, esos son los resultados que se consiguen. La falacia de todos los esquemas de división igualitaria (necesariamente coercitiva) de la riqueza o ingresos reside en que dan por supuesta la producción. Quienes propician estos sistemas dan tácitamente por sentado que la producción será la misma a pesar de esa división igualitaria y hasta hay algunos que sostienen explícitamente que será mayor”.

A pesar de las incontables evidencias de que el sistema regido por el lema “a cada uno según lo que produce” resulta superior al regido por el lema “de cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad”, muchos prefieren este último por cuanto resulta ser una protección contra la envidia. De ahí que se llega a la absurda conclusión de que muchos prefieren que en las sociedades humanas las personas normales deban adaptarse a las personas envidiosas, en lugar de ser a la inversa.

martes, 15 de marzo de 2016

Innovadores vs. conservadores en la Iglesia

A partir del Concilio Vaticano II, se advierten disputas teológicas entre quienes buscan cambios importantes en oposición a los sectores conservadores de la Iglesia Católica. Si una institución religiosa no logra sus objetivos, entonces debe tratar de cambiar hasta poderlos lograr. Como los cambios sugeridos pueden mejorar o bien empeorar las cosas, surgen quienes buscan lo seguro prefiriendo no cambiar ante esta última posibilidad. Julián Marías escribió: “En 1950, Ortega y Gasset…después de decir que estamos ya muy lejos de Descartes, de Kant, de sus sucesores románticos, Schelling, Hegel,….agregaba que estamos todavía más lejos de Aristóteles; y anunció que muy pronto, la Iglesia católica, apostólica y romana se desentenderá oficialmente del aristotelismo y consecuentemente del tomismo. Y advertía que sería menester estudiar bien griego para prepararse a la nueva teología católica que estaba germinando, muy distinta a la tradicional”.

“Esta profecía de Ortega causó no poca irritación, especialmente entre aquellos que se consideran expertos y buenos conocedores de los caminos de la Iglesia; juzgaron que Ortega «no entendía de esas cosas», que su anuncio era simplemente una ligereza”.

“Cualquier forma de pensamiento católico que no se ajustara a las más estrechas formas tradicionales podía contar con dificultades y sinsabores sin cuento…”.

“En el decenio que entonces empezaba, las dos grandes revista católicas de los EEUU, «América», de los jesuitas, y «The Commonweal», seglar, discutían las causas del «retraso teológico» de los católicos; discutían sobre las causas; lo que no discutían era el atraso”.

“La convicción que se abría paso era sobre todo ésta: que no es posible hacer ciencia –y la teología es una ciencia- sin equivocarse, sin errar; si el error está excluido, la ciencia está demás, y puede uno ocuparse de otra cosa”. “Si un teólogo no puede tener una opinión y después otra; si no puede rectificar y corregir; si no puede integrar su punto de vista con otros y llegar a distintas conclusiones; si la ciencia ha de salir de su cabeza como Minerva de la de Júpiter, no hay ciencia posible. El temor al error sofoca la busca de la verdad”.

“Lo más grave es que esto no se limita a la teología; es el pensamiento cristiano en general, es la vida cristiana misma, que se nutre de pensamiento, que es también pensamiento, lo que se paraliza…”.

“El «pensamiento cristiano» estaba aquejado desde hace mucho tiempo por una limitación capital: en lugar de mirar las cosas, se miraba a un libro; se buscaba la fórmula que se ajustara a ciertos esquemas –a veces solo a una terminología-, de cuyo mero funcionamiento automático se esperaba una solución”.

Según lo expresado por Julián Marías, el cambio esencial de la teología implicaría pasar de una etapa filosófica a una científica. De ahí que se dejarían un tanto de lado los “soportes filosóficos” asociados al cristianismo para entrar a buscar compatibilidad con el conocimiento científico. Tal parece ser el “espíritu del Concilio Vaticano II”. El citado autor agrega: “La falta de intelectualismo de Juan XXIII y del Concilio por él convocado consiste, creo yo, en el intento de dejar de lado los «cartapacios» y ponerse un rato a contemplar la realidad, a ejercitar sobre ella, a cuerpo desnudo, el pensamiento”.

“El cristianismo no da soluciones; da luz para buscarlas. Y hay que usarlo, si se permite la expresión, para mirar la realidad, que Dios entregó a la indagación y a las disputas de los hombres. Si no me engaño, éste es el clima intelectual del Concilio, que significa la apertura del horizonte del pensamiento, al cabo de varios siglos de ortopedia mental” (De “Meditaciones sobre la sociedad española”-Alianza Editorial SA-Madrid 1966).

La necesidad de cambios surgió, entre otros aspectos, por la ineficacia de la Iglesia para promover un mejor nivel moral entre sus adeptos. Se alejó también del cumplimiento de una de sus pretensiones básicas; la de ser universal, o católica, como indica su nombre. Por estar razones, la inserción del cristianismo en el ámbito de la ciencia experimental, o su compatibilidad con ella, ha de ser un comienzo necesario para lograr la universalidad deseada junto a la elevación moral de la humanidad.

Entre los defectos observados se advierte el reemplazo evidente de lo que Cristo dijo a los hombres por lo que los hombres dicen sobre Cristo. Tal es así, que el mandamiento del amor al prójimo pasó a ser casi un elemento tradicional en lugar de ser una guía que ha de permitir a cada individuo evaluar su condición de cristiano al preguntarse cuánto comparte las penas y las alegrías de los demás. Y ello no sólo implica compartir los estados emocionales en su propio ámbito familiar, sino en lo social e incluso en el ámbito de la humanidad; tal lo que sugiere la palabra “prójimo”.

Pocos advirtieron que en este mandamiento se sintetiza toda la ética individual y social, al que se llega por medio del mandamiento del amor a Dios, que indica la existencia de un orden natural al cual nos debemos adaptar, Como el mandamiento del amor es interpretado generalmente como una tendencia a sentir lástima por el inferior, o bien como alguna actitud sensiblera fácil de lograr, se llega a la conclusión de que, en lugar de que el adepto cumpla con el mandamiento mencionado, a éste se lo adapta a los diversos gustos y personalidades.

Quienes más se acercaron a vislumbrar su alcance, sintieron la necesidad de “reforzar” el cristianismo mediante filosofías compatibles, como el aristotelismo, ya que no confiaban en la fuerza ideológica o en la efectividad del cristianismo básico y esencial.

Para colmo de males, cuando se pretende vincular el cristianismo a la ciencia experimental, muchos de los “innovadores” consideraron al marxismo como “ciencia social”, aunque en realidad se trataba de una filosofía más; pero una filosofía que llevada a la práctica produjo catástrofes humanitarias de gran magnitud. Tal es así que algunos historiadores asocian al nazismo unas 22 millones de víctimas asesinadas, sin contar los caídos en acciones bélicas, mientras que al marxismo-leninismo, los mismos autores, le asocian casi 100 millones de asesinatos. Tales cifras aparecen en “El libro negro del comunismo” de Stéphane Courtois y otros (Ediciones B SA-Barcelona 2010).

Uno de los “innovadores” que cayó en tan lamentable error, o irresponsabilidad extrema, fue Pierre Teilhard de Chardin, quien afirmaba que el cristianismo debería compatibilizarse con el marxismo, aceptando tácitamente que el marxismo constituía una “ciencia social” legítima. Es fácil advertir que el marxismo, en economía, no tiene ningún valor, ya que no describe el accionar del individuo en libertad, sino que diseña una sociedad a la cual debería adaptarse todo ser humano. La dialéctica tampoco tiene importancia en los estudios de lógica. El determinismo histórico que propone no tiene en cuenta que la historia es realizada por los hombres y que no existe tal fatalismo.

Todos estos errores serían “perdonables” si no fuese por el intenso odio masivo predicado por el marxismo-leninismo, al dividir a la sociedad en pobres y ricos (o proletarios y burgueses) y asociarles todas las virtudes a los primeros y todos los defectos (y culpas) a los segundos, constituyendo una forma efectiva de discriminación social que es, esencialmente, la causa que produjo las casi cien millones de víctimas mencionadas (20 millones en la URSS, 65 millones en China, etc.).

Desde la Unión Soviética se intentó hacer creer al mundo que fue Stalin solo quien produjo la catástrofe humanitaria citada. En realidad, Stalin sólo perfecciona e intensifica la obra destructiva de Lenin. Sin embargo, quienes dirigen el Vaticano en la actualidad, con Francisco a la cabeza, han aceptado al marxismo-leninismo como guía para la acción, esta vez bajo el ropaje latinoamericano de la Teología de la Liberación.

Puede afirmarse, sin lugar a dudas, que la Iglesia Católica ha dejado de ser cristiana para convertirse en predicadora de la discriminación social y de la violencia, ya que no divide a la sociedad en justos y pecadores, para convertir a éstos en aquéllos, sino que los divide entre pobres y ricos asignando todas las virtudes a los primeros y todos los defectos a los últimos, tal como lo hace el marxismo-leninismo.

Puede decirse que la Iglesia ha perdido totalmente su dignidad al rebajarse a predicar la ideología de la violencia de quienes, históricamente, se dedicaron con todo esmero a combatir tanto a la Iglesia como al cristianismo, y a la religión en general. Jean Meyer escribió: “Las circunstancias seguían siendo malas. La situación religiosa de la URSS en los últimos años de Stalin fue mejor que en los tiempos de Nikita Jrushchov [o Krushchev]. Entre 1958 y 1963, el hombre que en 1946 había eliminado a la Iglesia ucraniana desata una persecución en la URSS y en sus «democracias populares». Ésta durará hasta 1987-1988. El ucraniano cree en la realización acelerada del dogma comunista y desprecia la religión, todas las religiones. Según Pravda (20/Set/61), después del vuelo espacial de Yuri Gagarin, Nikita declara: «En cuanto a ese famoso paraíso tan cacareado por los curas … no hay nada allá arriba». También profetiza que para 1980 la URSS habrá alcanzado y rebasado a Estados Unidos; y asegura que «en 1980 les enseñaré al último sacerdote». Curiosamente, ni entonces ni ahora se reconoce la dureza del «bonachón de Nikita» en cuanto a religión. En cinco años manda cerrar la mayoría de iglesias, conventos y seminarios autorizados por Stalin a partir de 1941; manda destruir miles de edificios religiosos y llenar las cárceles y los campos del Gulag, de nuevo, con cristianos” (De “La gran controversia”-Tusquets Editores SA-Barcelona 2006).

Mientras que la universalidad del cristianismo se pudo lograr, en sus primeras épocas, gracias a la estructura del Imperio Romano, en la actualidad tal pretensión sólo puede ser alcanzada a través de la ciencia experimental. Ello implica que el cristianismo debe ser enteramente compatible con la psicología, con la psicología social y, finalmente, con la neurociencia. Implica también que debe convertirse en una religión natural, algo que hacer presuponer que el cristianismo original también lo fue, si bien los diversos simbolismos lo alejaron de tal interpretación.

Así como los grandes edificios se construyen en base a millones de ladrillos, vinculados adecuadamente, la futura humanidad, para ser exitosa en el proceso de adaptación y supervivencia, deberá constituirse en base a millones de seres humanos que tratan de cumplir con el mandamiento que nos sugiere compartir las penas y las alegrías ajenas como propias, siendo tal vinculo favorecido por la visión que nos permite observar un universo regido por leyes naturales invariantes; tal la visión científica que hoy disponemos y que seguramente perdurará.

domingo, 13 de marzo de 2016

El dirigente socialista

La vigencia de la socialdemocracia proviene esencialmente de ciertas actitudes básicas de quienes aspiran a vivir en una situación de dependencia y también de quienes aspiran a ocupar un puesto de mando. Como este tipo de sociedad apunta a que “entre todos pagamos lo de todos”, quienes pretenden vivir a costa de los demás, que pueden encontrarse entre los vagos, inútiles, envidiosos y resentidos sociales, son quienes poco producen y pocas intenciones tienen de hacerlo. El futuro dirigente socialista, por otra parte, tiene las intenciones de decidir desde el Estado la suerte de cada integrante de la sociedad.

Resulta evidente que los tipos psicológicos aludidos adolecen de moral social, si bien pueden no carecer de moral individual, en el mejor de los casos. Pueden tener una conducta irreprochable a nivel familiar y, simultáneamente, tener una actitud agresiva o antagónica respecto de la sociedad de la que forman parte, o respecto de países extranjeros, o animadversión respecto del mundo occidental, al cual desearían verlo destruido. En cuanto al dirigente socialista, Louis Pauwels escribió: “Advertirán que, para el socialismo, como para toda la izquierda y, por otra parte, para el fascismo, la Humanidad es una materia de combinaciones sociales, una tierra que debe modelarse según las utopías. Se trata de producir un nuevo tipo de seres y de obtener un nuevo tipo de relaciones entre los hombres. Algo, en el espíritu de la izquierda, pretende hacer la competencia a la religión. Monsieur Mitterrand prometía nada menos que «cambiar la vida». Le escuché declarar que su objetivo era aportar un nuevo sentido a la existencia. Pensé, cuando celebró su toma del poder, en la fiesta robespierrista del Ser supremo”.

“El fondo del pensamiento de la izquierda, como el fondo del pensamiento fascista, implica que hay, entre la Humanidad y el legislador, la misma relación que entre la arcilla y el alfarero. ¡Arcilla, sólo arcilla antes de que la mirada del ideólogo-dios la ilumine y la moldee! El hombre no existe en sí. El hombre no lleva en sí mismo un principio de acción y de elevación. El hombre es sólo el producto de la sociedad. Y quien modela la sociedad, modela el hombre. Ignoro por qué inmensa locura imagina uno haber nacido modelador. Tal vez se trate de una suntuosa forma de estupidez, que llamamos genio político desde 1789 y que se cultiva bajo los patios de las escuelas, en los comités, bajo dorados doseles o en la ENA (Escuela Nacional de Administración)”.

“La leyenda del modelador es toda la tradición de la izquierda, y debemos reconocer que ha terminado infestando a toda la clase política, a todos los partidos revueltos”.

“Escuchemos a Jean Jacques Rousseau: «El que se atreve a iniciar la institución de un pueblo debe sentirse con ánimos de cambiar la naturaleza humana. Es preciso, en una palabra, que arrebate al hombre sus propias fuerzas para darle otras que le son extrañas»”.

“Escuchemos a Saint-Just: «El legislador ordena el porvenir. A él le corresponde desear el bien. Él debe convertir a los hombres en lo que desee que sean»”.

“Encontrarán siempre este pensamiento y esta insensata pretensión en todos los discursos de la izquierda hasta nuestros días. Lo considero una demencia. Me repugna. He conocido a personas muy inteligentes a quienes fascinaba y exaltaba. Veía agitarse en ellos un ridículo demonio”.

“Citaré también a Lamartine, quien, según dicen, gusta mucho a Monsieur Mitterrand: «El Estado se otorga por misión ilustrar, desarrollar, engrandecer, fortificar, espiritualizar y santificar el alma de los pueblos» (De “La libertad guía mis pasos”-Plaza & Janés Editores SA-Barcelona 1985).

Puede decirse que el típico dirigente de izquierda goza de cierto espíritu de superioridad, o mejor, padece de complejo de superioridad que, generalmente, surge de la necesidad de compensar cierta inferioridad latente. El citado autor agrega: “Se plantean dos interrogantes. Si la humanidad debe cambiar, ¿qué permite a quienes quieren cambiarla creerse superiores a la Humanidad? ¿Creen que yo, que por liberalismo rechazo el imperio de éstos, no soy lo bastante inteligente como para inventar también una utopía? Pero me guardo muy mucho de hacerlo, precisamente porque rechazo este imperio y lo juzgo demoníaco. Veo demasiada gente que se coloca por encima de los ciudadanos para regirles y reformarles. Los pueblos felices y prósperos son aquellos cuya ley interviene lo menos posible en la actividad de los hombres y cuyo Estado se deja sentir menos. Cuya individualidad tiene mayor aliento, y la opinión pública, mayor influencia. Cuyos mecanismos administrativos son menos numerosos y menos complicados. Cuya responsabilidad personal es más activa y menos trabada. Resumiendo: aquellos en los que la Humanidad obedece su propia naturaleza, en los que el mejoramiento de cada uno está confiado a su intimidad y a Dios, no a las compulsiones de un Estado presuntamente redentor”.

Cuando el Estado socialdemócrata asume el control de la sociedad, le quita al individuo gran parte de sus responsabilidades. En lugar de tener tantas obligaciones como derechos, el Estado carga con sus obligaciones personales y sólo le concede derechos, que serán satisfechos por el Estado a cambio de su obediencia, es decir, de la obediencia al amo que dirige el Estado: el dirigente socialista. “El más culpable orgullo de los Estados centralizadores, planificadores, igualizadores, es el de separar a los hombres de la responsabilidad personal y del sentimiento de la Providencia. Al parecer, tal orgullo proviene del gran amor que se siente por todos los hombres. No lo creo. Veo, bajo el pensamiento igualitarista, una sombría voluntad de poder. Un pueblo al que se alienta a reclamar incesantemente mayor igualdad, hasta que confunde igualdad y uniformidad, es un pueblo predispuesto a aceptar la servidumbre. Y, a decir verdad, ya no es un pueblo, es una masa. Los pueblos tienen ciudadanos. Las masas sólo tienen conductores”.

“Y conduciendo a los hombres a sacrificar su dignidad a su seguridad, y su libertad a la igualdad, se les lleva a exigir cada vez más Estado. Y cuando han sido adiestrados para esperarlo todo del Estado, no saben ya confiar en sí mismos y portarse como si fueran ellos mismos. Han cedido los resortes de la lucha interior, del valor y la responsabilidad. Cuando, para responder a los desafíos modernos, sería preciso toda la ductilidad, la creatividad, las capacidades de adaptación, se ha organizado una sociedad rígida”.

“Y, tras ello, ¿tenemos una sociedad realmente igualitaria? Tenemos, como decía Orwell, una sociedad de iguales, con gente más igual que otra. Se ha constituido una arrogante oligarquía que pretende saber lo que les conviene mejor que los ciudadanos. Los ciudadanos son explotados por una nueva clase política y administrativa, que es la única clase dominante”.

Las tendencias estatistas y socializantes están incluso llegando a dominar naciones que tradicionalmente consideraban la libertad individual como uno de los valores fundamentales de la sociedad; como es el caso de los EEUU. Todo parece indicar que el próximo presidente será fascista, estatista o socialista, quedando relegado el liberalismo para futuras épocas. “La deriva estatalista es el peligro de todas las democracias modernas. Y el peligro se agrava por el hecho de que percibimos cada vez más débilmente el peligro que el Estado supone para las libertades. Durante tanto tiempo como la envenenada creencia según la cual lo que el Estado hace es bueno para la justicia, y todo lo que hacen los individuos, malo para la justicia; durante tanto tiempo como esta creencia domine la vida pública, disminuirán las libertades civiles y domésticas y el proceso irá aproximándonos a un sistema totalitario”.

“Muchos de nuestros contemporáneos tienden a convencernos de que, salvo la riqueza del Estado, cualquier riqueza es indigna e indebidamente adquirida. La mayoría de tales propagandistas ocupan cátedras subvencionadas por los ciudadanos que producen. Pagamos, con nuestro trabajo, a mentes para que nos digan que hemos robado el dinero con el que las mantenemos. Evidentemente, la riqueza puede ser producto de un robo. Pero hay una diferencia entre la riqueza robada y la riqueza producida”.

“El punto de vista según el cual el Estado es bueno, honesto, y los productores malos y deshonestos, es un punto de vista insensato y destructor de libertades. Este punto de vista es compartido por gran número de personas. Sin embargo, un sentimiento que se extiende no se convierte, por ello, en una verdad. Y nuestro deber es restablecer la verdad, incluso contra la mayoría”.

El ideal socialista ha sido el germen de las grandes catástrofes humanitarias. Recordemos aquello de que “por sus frutos los conoceréis”. Aun así, cuesta mucho convencer a quienes, en sus cerebros, una ideología ha reemplazado a la propia realidad. Louis Pauwels escribe al respecto: “Estamos finalizando un siglo [se refiere al XX] en el que las dictaduras de Estado han producido el mayor número de víctimas de toda la Historia. El fascismo y el comunismo han tomado origen en el socialismo. Se me dirá que uno y otro abusaron de la palabra socialismo. Reconozcamos empero, que la fuente no era pura”.

Antes de instalarse cualquier forma de socialismo, existe una previa etapa de destrucción, tanto del “sistema capitalista” como de la “sociedad burguesa”, lo que se advierte en el igualitarismo que suprime premios (porque elevan) y castigos (porque rebajan). Al eliminar amonestaciones y posibles expulsiones, en los establecimientos educacionales argentinos, se ha promovido un peligroso deterioro en la educación, ya que la indisciplina impide cualquier actividad normal.

Por considerarse que el delincuente urbano ha sido previamente marginado de la sociedad por un “sistema injusto”, se considera que actúa motivado por la búsqueda de una justa venganza. La promoción socialista de la delincuencia ha favorecido tanto la inseguridad como la cantidad de victimas inocentes que son asesinadas diariamente a lo largo y a lo ancho del país. La solución de los graves problemas que afronta la sociedad está lejos de alcanzarse por cuanto la tarea destructiva de los sectores socialistas y populistas afecta también al liberalismo, que es tergiversado y difamado hasta hacerlo irreconocible. “Es un hecho que seducen ustedes a la gente sentimental. Cuando una mentira se rellena de patetismo, comienza a parecerse a una noble pasión. La mentira y la pasión: poseen ustedes estas dos armas políticas”.

“Bajo su sensiblería de tribunos, bajo su afectada compasión, bajo su lirismo moralizador advierto su ansia de desquite y su cruel gusto por el poder. Por un poder total sobre las empresas humanas y las cosas del espíritu. Su pretendida pasión por la igualdad se alimenta del falso sentimiento de que la injusticia, la pobreza y el paro son crímenes cometidos por categorías completas de ciudadanos. Y no terminan ustedes de incrementar la lista de sospechosos: la derecha, los liberales, los privilegiados, los patronos, los banqueros, los comerciantes, los jefes de empresa, los cuadros superiores, la gente de profesión liberal. Antaño las doscientas familias. Ayer, los doscientos mil opulentos. Hoy, los dos millones de hogares confortables; mañana, toda la clase media”.