lunes, 8 de febrero de 2016

La oligarquía vs. el populacho

El abrupto cambio que se produce en la Argentina, desde 1880 hasta 1910, y por el cual uno de los países más pobres y atrasados de Latinoamérica llega a ubicarse en el 7mo lugar entre los países del mundo, fue la obra de una clase dirigente hoy denominada despectivamente como “la oligarquía”. A este periodo de esplendor le sigue una prolongada decadencia debida a la acción de las clases dirigentes posteriores, que se las puede considerar constituidas por diversas formas de “populismo”.

Según los analistas políticos, la aristocracia, que es el gobierno de los mejores, puede decaer a una oligarquía cuando los gobernantes atienden prioritariamente sus objetivos e intereses personales, mientras que la democracia, que es el gobierno del pueblo, puede decaer en una demagogia (o populismo) cuando los gobernantes priorizan sus intereses personales o sectoriales en desmedro de los demás. Platón considera que el “gobierno de pocos” y “según las leyes”, es la aristocracia, mientras que el “gobierno de pocos” y “contra las leyes” es la oligarquía. Aristóteles, por su parte, considera que el “gobierno de pocos”, que busca “el bien común” es la aristocracia, mientras que, cuando busca “el beneficio del gobernante”, es “oligarquía” (De “Introducción a los estudios políticos” de Mario J. López-Editorial Kapeluz SA-Buenos Aires 1971)

De la misma manera en que algunas naciones, para justificar el colonialismo, aducían ser las mejores administradoras, incluso de naciones ajenas, algunos sectores sociales aducen ser los mejores administradores para justificar su dominio sobre el resto. Los colonialismos lograron pobres resultados al impedir el crecimiento de los pueblos conquistados ya que ignoraron la sugerencia de Goethe cuando indicaba que se debía tratar a los demás como creemos que deberían ser para ayudarlos así a ser lo que podrían llegar a ser.

Es oportuno mencionar la propaganda política que alguna vez apareció en las calles de Mendoza durante el siglo XIX. Dardo Pérez Guillhou escribió: “En Mendoza, en oportunidad de la elección de gobernador de Arístides Villanueva, sus partidarios, con fecha 8 de abril de 1870, publican un afiche que será pegado en las paredes de toda la ciudad, conteniendo el programa y pensamiento del «Círculo» del candidato. Círculo al cual pertenece Francisco Civit y dentro del cual crecerá su hijo Emilio”.

“La sinceridad y crudeza del contenido del documento nos obligan a transcribir textualmente varias de sus partes no temiendo caer en excesos porque creemos que hay pocos testimonios en la documentación pública argentina que traduzcan más fielmente el pensamiento de esa generación”,

“Refiriéndose al grupo social al que pertenece el candidato con el subtitulo de «El Círculo» dice: «Perteneciente el señor Villanueva a una de las familias de más lustre por su clase, todas sus relaciones se componen de gente de primera categoría. Entre ellas no figuran personas de baja ralea o de mediana esfera, sino individuos distinguidos por su cuna, su talento, su ilustración y su fortuna que forman la verdadera importancia de la Provincia».
«El círculo del señor Villanueva es la garantía más segura del gobierno de la gente decente y del sometimiento completo del populacho que mientras más corrompido es, mayores pretensiones abriga de igualarse con los caballeros a quienes en justicia corresponde la dirección de la cosa pública, porque jamás puede entregarse en manos de mulatos y de canalla sin hundir al país en la miseria».
«La desmesurada pretensión de la gente baja y las contemporizaciones que con ellos se han tenido amagan el orden público al extremo de no haber ya ni servicio doméstico porque los sirvientes, artesanos y demás gente vil abandonan sus trabajos propios para entregarse a la política como si esta fuera ocupación de gente de su clase. El señor Villanueva y su círculo restablecerán las cosas a su lugar con gran beneficio del país entero»” (De “Emilio Civit” en el libro “La Argentina del ochenta al centenario” de Gustavo Ferrari y Ezequiel Gallo-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1980).

De ese ambiente clasista ha de surgir Emilio Civit, un político que llegó a la gobernación de Mendoza y a ser el único ministro de Julio A. Roca que lo acompañó durante toda su segunda presidencia, siendo Roca la figura más destacada del proceso de transformación nacional mencionado. “Los Civit, y en particular el hijo, supieron elegir como protector a Roca y, formando parte de su imperio, se tornaron prácticamente inexpugnables. Esta circunstancia le dio a nuestro hombre un gran margen de seguridad en sus movimientos y le creó el clima propicio para desarrollar su singular personalidad. La prueba está en qué, cuando advino el sufragio libre y secreto sin fraude, perdió el dominio de la situación; se sustituyeron sus principios liberales por los democráticos, su círculo de notables por los hombres de comité, su control de los registros cívicos por el voto libre, sus derechos individuales por los sociales”.

Entre las obras públicas promovidas por Emilio Civit encontramos el Parque Gral. San Martín, de Mendoza, el edificio del Congreso Nacional y la duplicación de la red ferroviaria nacional bajo su ministerio. Uno de los emprendimientos de mayor importancia fue el sistema fluvial argentino con sus puertos y demás. “«Prácticamente, todo el sistema mercante fluvial de la República ha sido concebido y ejecutado durante el gobierno de Roca y mediante el empeño de su ministro Civit» (Braun Menéndez)”. “El país tenía grandes ríos y un extenso litoral fluvial y marítimo pero su riqueza agrícola ganadera no podía ser sacada rápida y económicamente porque no había fácil acceso a las grandes vías de agua. Se efectuó el dragado y canalización del Río de la Plata, los ríos Capitán, Brazo del Paraná de las Palmas, Baradero y Paso Martín García. Paralelamente se iniciaron las obras portuarias en Rosario, Diamante, Concepción, Paraná y Concordia, que se terminaron, y quedaron en construcción adelantada los puertos de San Nicolás, Colón, Gualeguaychú, Gualeguay y Santa Fe. La mesopotamia argentina quedó así vinculada comercialmente a los grandes centros. Se terminaron las obras del puerto de Buenos Aires y del militar o Belgrano”.

Son épocas en que el Estado realiza obras que facilitan la producción en lugar de intervenir los mercados distorsionándolos, como resultó con la práctica populista posterior. La ampliación de la red ferroviaria y la construcción de vías fluviales es también una forma de “intervención estatal en la economía”, aunque en el buen sentido de la expresión.

Las fuerzas democráticas perfeccionan el sistema electoral que facilita el acceso al poder tanto de los mejores como de los peores (caudillos y demagogos), con la esperanza de que el pueblo sabrá elegir lo mejor, lo que no siempre ocurrió. Una vez que el pueblo pudo expresarse legítimamente en las urnas, optó por los simpáticos populistas y relegó a los antipáticos “oligarcas”, incluso sin reconocerles el hecho de haber construido una gran nación. Es una actitud similar a la adoptada respecto a Domingo F. Sarmiento, a quien se lo critica por descalificar al indio y al gaucho, sin tener presente que las escuelas que creó permitieron a los hijos de los gauchos insertarse de una manera efectiva en la nueva nación.

Así como la aristocracia muchas veces degenera en oligarquía, es posible que de la oligarquía mejorada surja la aristocracia. Como se mencionó antes, la denominación de “oligarca” debe asociarse a quien usa el poder en beneficio personal o sectorial, calificativo que no le corresponde a Emilio Civit. De ahí que en su caso, y en el de otros políticos de la época, resulta mejor decir que fueron aristócratas, es decir, los más indicados para ejercer el gobierno. Pérez Guillhou agrega: “Nunca puso sus notables condiciones para ejercer el poder y su dominio de la provincia al servicio de bajas ambiciones personales. Toda su pasión por el progreso material de Mendoza tuvo como contraparte la austeridad en la vida particular y sus últimos días los pasó sufriendo verdaderas privaciones. Nunca buscó su enriquecimiento personal”.

“«Ganaba el tiempo a las horas trabajando a destajo. Solía la luz del día sorprenderlo en la tarea que había empezado la noche anterior, pluma en mano, rodeado de libros esparcidos por el suelo y los ojos cargados de sueño» (Edmundo Correa)”.

“Las fuerzas liberales mendocinas perdieron con su muerte al gran conductor, y el radicalismo, dueño ahora del escenario, elevó a un gran caudillo, José Néstor Lencinas, que nunca tuvo ni el nivel, ni la inteligencia, ni la capacidad de estadista nacional que alcanzó nuestro hombre”.

La vigencia de aristócratas y oligarcas no despertó en sus opositores la búsqueda de una mejora política, sino que, por el contrario, promovió el surgimiento de una discriminación social de sentido opuesto, es decir, que favoreció el odio entre los sectores populares en contra de “los mejores” o de los que intentaban parecer “mejores”. La esencia del peronismo no es la de un movimiento reparador de la política, sino la de un movimiento que intentó reemplazar la antigua aristocracia-oligarquía por la “nueva oligarquía analfabeta”, como alguna vez fue denominada.

Mientras que el fascismo italiano, simpatizante con el “superhombre” de Nietzsche, buscaba el gobierno de los mejores (aunque por caminos erróneos), el peronismo quiso emular al fascismo pero con un cambio importante, por cuanto promovió el gobierno y dominio de las masas sobre el resto. Seymour Martin Lipset, define al peronismo como “el «fascismo» de la clase baja”, escribiendo al respecto: “A diferencia de las tendencias antidemocráticas del ala derecha, que se apoyaban en los estratos más acomodados y tradicionalistas, y de aquellas tendencias que preferimos llamar fascismo «verdadero» -autoritarismo centrista apoyado en las clases medias liberales, fundamentalmente los trabajadores independientes-, el peronismo, en gran parte como los partidos marxistas, se orientó hacia las clases más pobres, principalmente los trabajadores urbanos, pero también hacia la población rural más empobrecida”.

“El peronismo posee una ideología del Estado fuerte, totalmente similar a la abogada por Mussolini. También posee un fuerte contenido populista antiparlamentario, destacando que el poder del partido y el dirigente se derivan directamente del pueblo, y que el parlamento se convierte en gobierno de políticos incompetentes y corrompidos. Comparte con el autoritarismo del ala derecha y centrista una fuerte inclinación nacionalista, y atribuye muchas de las dificultades encaradas por el país a los extranjeros –los financistas internacionales y otros-. Y al igual que las otras dos formas de extremismo, glorifica la posición de las fuerzas armadas” (De “El hombre político”-EUDEBA-Buenos Aires 1963).

En la actualidad, cuando la antigua aristocracia-oligarquía fundadora del país quedó distante en el tiempo, persiste la discriminación social hacia sus “sucesores” (los empresarios, la burguesía), pero no para mejorar la situación de todos, sino para reemplazarlos por la “nueva oligarquía popular”, esta vez bajo el rótulo de “kirchnerismo”.

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