sábado, 28 de febrero de 2015

La inteligencia social

Al igual que poseemos una aptitud para compartir los estados anímicos de los demás, poseemos también cierta aptitud para ubicarnos imaginariamente en su lugar para compartir sus conocimientos, o sus puntos de vista particulares. En el pasado se consideraba como “inteligente” sólo al que poseía una capacidad de abstracción de tipo matemático, mientras que se desdeñaba otro tipo de habilidades mentales. Al existir personas con pobre predisposición social, se comenzó a valorar la capacidad para adaptarnos con facilidad a los demás integrantes de la sociedad en aquellos aspectos asociados al conocimiento y a la información disponible. Howard Gardner escribió: “Finalmente, propongo dos formas de inteligencia personal, no muy comprendidas, esquivas a la hora de ser estudiadas, pero inmensamente importantes. La inteligencia interpersonal es la capacidad para entender a las otras personas: lo que les motiva, cómo trabajan, cómo trabajar con ellos de forma cooperativa. Los buenos vendedores, los políticos, los profesores y maestros, los médicos de cabecera y los líderes religiosos son gente que suele tener altas dosis de inteligencia interpersonal. La inteligencia intrapersonal, el séptimo tipo de inteligencia, es una capacidad correlativa, pero orientada hacia dentro. Es la capacidad de formarse un modelo ajustado, verídico, de uno mismo y de ser capaz de usar este modelo para desenvolverse eficazmente en la vida” (De “Inteligencias múltiples”-Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 2003).

La empatía afectiva, o emocional, por la cual compartimos las penas y las alegrías de los demás, junto a la empatía cognitiva, por la cual comprendemos a los demás, son los dos principales procesos que definen lo que Howard Gardner denomina “inteligencia interpersonal”. Daniel Goleman escribió: “La lectura hipersensible de señales emocionales es la culminación de la empatía cognitiva, uno de los tres aspectos fundamentales de la habilidad de enfocarse en lo que otras personas experimentan. Este aspecto de la empatía nos permite comprender la perspectiva del otro, su estado mental, y al mismo tiempo manejar nuestras emociones. Estas operaciones mentales pueden ser descendentes”. “Por el contrario, la empatía emocional nos une a los sentimientos de otra persona, nuestro cuerpo registra la alegría o la pena que esa persona siente. Esta sintonía tiende a producirse a través de los circuitos cerebrales ascendentes, automáticos y espontáneos”. “Si bien la empatía cognitiva o la empatía emocional nos permiten detectar lo que otra persona piensa y resonar con sus sentimientos, no necesariamente conducen a la simpatía, es decir, al interés por el bienestar del otro”.

“El tercer aspecto, la preocupación empática, nos lleva a preocuparnos por los otros, nos moviliza a ayudarlos si es necesario. Esta actitud piadosa surge de los sistemas primarios ascendentes situados en la profundidad del cerebro, relacionados con el apego y el cuidado, aunque se combinan con circuitos descendentes, más reflexivos, que evalúan cuánto valoramos el bienestar de otras personas” (De “Focus”-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2013).

Adviértase que la empatía emocional surge de la capa intermedia de nuestro cerebro (cerebro límbico) siendo un proceso compartido con los demás mamíferos; de ahí la posibilidad que tenemos de establecer relaciones afectivas con animales domésticos. La empatía cognitiva, por el contrario, surge de la capa superior del cerebro (neocórtex) siendo un proceso netamente humano. De ahí que Goleman mencione la interacción de ambos sectores en sentido “ascendente” (del límbico al neocórtex) o en sentido “descendente” (del neocórtex al límbico), caracterizándose los aspectos emocionales por estar asociados a respuestas rápidas, mientras que las respuestas cognitivas, al ser razonadas, se establecen con cierta lentitud.

A partir de ambas empatías es posible definir con cierta precisión a la inteligencia social, o interpersonal:

Inteligencia social (interpersonal) = Empatía emocional + Empatía cognitiva

De esta forma, se compatibiliza la definición con el hábito de considerar a la inteligencia como una virtud anulando la validez de expresiones como “inteligencia para hacer el mal”. Si la vida inteligente es una de las metas del proceso evolutivo, el atributo de la inteligencia ha de ser asignado a quienes favorecen el proceso de adaptación al orden natural. Además, la ética natural está íntimamente ligada a la empatía emocional, por la cual compartimos las penas y las alegrías de los demás como propias.

Quien carece de empatía emocional, tiende a cambiar sufrimiento ajeno por alegría propia, por lo que tal persona no tiene un comportamiento moral adecuado ni posee, por lo tanto, inteligencia social. Se advierte además, en el caso de los gobiernos populistas o totalitarios, la actitud destructiva hacia la sociedad cuando se la divide en “nosotros” y “ellos”, es decir, amigos y enemigos. El líder que siembra la discordia carece de empatía cognitiva por cuanto impone sus ideas descalificando a los opositores sin ser capaz de interiorizarse de sus ideas y menos de sus emociones. “La «crueldad empática» se produce cuando el cerebro de una persona refleja el sufrimiento de otra y ese sufrimiento le produce placer” (De “Focus”).

La inteligencia social involucra dos etapas que se establecen en forma secuencial, de la misma forma en que la acción le sigue a la contemplación. Daniel Goleman las resume de la siguiente forma:

“Conciencia social: la conciencia social se refiere a un espectro que va desde percibir de manera instantánea el estado interior de otra persona a comprender sus sentimientos y pensamientos y a captar en situaciones sociales complicadas. Incluye:

a- Empatía primaria: sentir con los otros, leer señales emocionales no verbales

b- Armonización: escuchar con absoluta receptividad, armonizarse con una persona

c- Precisión empática: comprender los pensamientos, los sentimientos y las intenciones de otra persona

d- Conocimiento social: saber cómo funciona el mundo social

“Facilidad social: solamente percibir cómo se siente otra persona, o saber lo que piensa o cuál es su intención no garantiza interacciones fructíferas. La facilidad social se erige sobre la toma de conciencia social para permitir interacciones fluidas, eficaces. El espectro de la facilidad social incluye:

a- Sincronía: interactuar fluidamente a un nivel no verbal

b- Autopresentación: presentarnos eficazmente

c- Influencia: moldear el resultado de las interacciones sociales

d- Preocupación: preocuparse por las necesidades de los demás y actuar en consecuencia.

Respecto de este último aspecto, el citado autor agrega: “Esta presencia sin agenda puede verse, sorprendentemente, en muchos vendedores de primera línea y administradores de clientes. Los expertos en estos campos no se acercan a un cliente con la decisión de hacer una venta, sino que se ven a sí mismos como una especie de consultores, cuya tarea es primero escuchar y comprender las necesidades del cliente y sólo entonces ofrecer lo que tienen para esas necesidades. Si no tienen lo que es mejor, lo dirán, o incluso tomarán el partido del cliente para presentar una queja justificada contra su propia compañía. Preferirán cultivar una relación en la que se confíe en su consejo antes que destruir su confiabilidad sólo por hacer una venta” (De “Inteligencia social”-Editorial Planeta Mexicana SA-México 2006).

Los avances de la neurociencia han permitido ubicar en un lugar preponderante, ante la opinión pública, a los procesos empáticos, lo que tarde o temprano podrá estimular mejoras en el nivel moral de la población. Jeremy Rifkin escribió: “En las ciencias biológicas y cognitivas está surgiendo una visión nueva y radical de la naturaleza humana que es motivo de discusión en los círculos intelectuales, en la comunidad financiera y en la Administración. Descubrimientos recientes en el estudio del cerebro y del desarrollo infantil nos obligan a replantear la antigua creencia de que el ser humano es agresivo, materialista, utilitarista e interesado por naturaleza. La conciencia creciente de que somos una especie esencialmente empática tiene consecuencias trascendentales para la sociedad”.

“Esta nueva forma de contemplar la naturaleza humana…revela la dramática historia del desarrollo de la empatía humana desde nuestro pasado mitológico hasta la incipiente conciencia dramatúrgica del siglo XXI, pasando por el nacimiento de las grandes civilizaciones teológicas, la era ideológica que caracterizó los siglos XVIII y XIX, y la era psicológica que ha distinguido gran parte del siglo XX” (De “La sociedad empática”-Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 2010).

Debido a que disponemos nuestra atención enfocándola sobre un tema a la vez, en algunos casos se encuentra cierta discordancia al priorizar la actitud emociona o bien la cognitiva. Este es el caso de los médicos, quienes, si priorizan lo emocional, pueden desatender parcialmente su concentración de especialista, mientras que si priorizan el aspecto estrictamente profesional, pueden desatender lo emocional. “Los principios morales derivan de la empatía, y las reflexiones morales requieren pensamiento y enfoque. Tal vez uno de los costos del frenético aluvión de distracciones que enfrentamos en la actualidad sea la degradación de la empatía y la compasión. Cuanto más nos distraemos, tanto menor es nuestra sintonía y nuestra afectividad”. “Cuando los recursos son escasos, la necesidad de competir por ellos puede suprimir la preocupación empática. La competencia –por el alimento, la pareja, el poder, e incluso por una consulta con el médico- es parte de la vida en casi todos los grupos sociales”.

“Los médicos demandados tienen menos cualidades para establecer una relación que contemple las emociones. El tiempo que dedican a los pacientes es más breve, no les hacen preguntas sobre sus posibles temores, no siempre responden a sus dudas y guardan mayor distancia emocional. Por ejemplo, no ríen” (De “Focus”).

También el hábito de utilizar celulares o computadoras móviles en reuniones, tiende a disminuir la empatía emocional con los presentes, siendo una tendencia que va en sentido opuesto a lo que debe realizar alguien inteligente, socialmente hablando.

jueves, 26 de febrero de 2015

La sociedad psicoanalizada

En épocas pasadas, el sacerdote, el pastor protestante o el rabino, se dedicaban a orientar al individuo ante algún inconveniente personal, ya que la religión solucionaba tanto los efectos de la falta de sentido de la vida como de la presencia de pecados, o transgresiones a la ética natural. Dejaba en manos de los médicos los casos en los que podía existir alguna anormalidad. Las cosas han cambiado bastante en los últimos tiempos con la aparición del psicoanálisis, cuando se supone que las fallas individuales no son tanto éticas como mentales, cambiando incluso el concepto de “normalidad”. Martin L. Gross describe la sociedad actual como “la población más ansiosa, más insegura emocionalmente y más analizada de la historia de la humanidad: los ciudadanos de la contemporánea Sociedad Psicológica”. “El mayor agente de cambio ha sido la psicología moderna”. “Hoy, la psicología es arte, ciencia, terapia, religión, código moral, estilo de vida, filosofía y culto. Se yergue en el centro mismo de la sociedad contemporánea como un coloso internacional cuyos servidores profesionales se cuentan por centenares y miles” (De “La falacia de Freud”-Editorial Cosmos SA-Madrid 1978).

Mientras que la visión cristiana del hombre permitía considerarlo como alguien que buscaba en forma permanente un mejoramiento personal bajo un proceso de gradual adaptación a la ley natural, en la perspectiva psicoanalítica se lo considera como alguien que padece algún tipo de anormalidad. En lugar de adaptarnos a la ley natural, se nos propone adaptarnos a la “normalidad” sugerida por alguna escuela del pensamiento psicológico. “La Sociedad Psicológica contemporánea es la cultura más vulnerable de la historia. Su ciudadano es un nuevo modelo de hombre occidental, dependiente de otros para orientarse entre lo que es verdadero y lo que es falso. En el estado inseguro de su mente, hasta siente dudas acerca de la autenticidad de sus propias emociones. A medida que la ética protestante se debilitaba en la sociedad occidental, el confundido ciudadano se ha ido volviendo hacia la única alternativa que conoce: el experto en psicología que proclama que existe una nueva norma científica de conducta para reemplazar las marchitas tradiciones”.

Mientras que desde el cristianismo se busca orientar al individuo hacia la actitud que le permite “amar al prójimo como a uno mismo”, siendo este amor igualitario una meta inalcanzable, considera que la persona normal no es entonces el que la alcanza, sino el que orienta su vida para alcanzarla. “Los impresionables ciudadanos de la Sociedad Psicológica hasta llegan a equiparar, falsamente, la salud mental con el estado ideal, habitualmente imposible de obtener, que combina éxito, amor y ausencia de ansiedad. De ese modo, la Sociedad Psicológica crea la profecía que se adapta a sus propias aspiraciones: todos somos enfermos, porque la normalidad es casi inalcanzable”.

“La triquiñuela semántica consiste en igualar felicidad con normalidad. Al permitir esto, hemos renunciado a nuestro sencillo derecho a ser normales y sufrir al mismo tiempo. En cambio, nos hemos redefinido masivamente a nosotros mismos como neuróticos, o como incipientes casos clínicos mentales, especialmente cuando la vida nos juega sus tretas negativas. Es una tendencia que da a EEUU y, cada vez más, a la mayor parte del mundo civilizado el sentido de una gigantesca clínica psiquiátrica”. “En la Sociedad Psicológica, los problemas humanos ya no son considerados variaciones normales de impropias vueltas del destino. Ahora los vemos como productos de inadaptaciones psicológicas internas”.

El ciudadano actual, que tiende a creer en la efectividad de la ciencia y no tanto en la religión, supone que el seguimiento del método científico ha de garantizar los resultados de toda investigación emprendida, sin considerar que el camino hacia la verdad está determinado por una gran cantidad de ensayos y errores, y que la ciencia psicológica no garantiza tampoco resultados infalibles. Incluso las escuelas que estudian el inconsciente, como es el caso del psicoanálisis, al no ser sus propuestas verificadas experimentalmente, no pasan el examen que requiere el método científico. Mario Bunge escribió: “Pseudociencia: un cuerpo de creencias y prácticas cuyos cultivadores desean, ingenua o maliciosamente, dar como ciencia, aunque no comparte con ésta ni el planteamiento, ni las técnicas, ni el cuerpo de conocimientos. Pseudociencias aún influyentes son, por ejemplo, la de los zahoríes, la investigación espiritista y el psicoanálisis” (De “La investigación científica”-Siglo Veintiuno Editores SA-Barcelona 2000).

Al sospecharse que al hombre lo determina el subconsciente, asociado a instintos y pasiones, la solución de los problemas personales quedan a cargo del psicólogo que es capaz de realizar la “operación del alma” ayudando al paciente a traer a un nivel consciente todo lo que aparentemente lo perturba. En realidad, los conflictos pueden deberse también a una inadecuada prioridad en la elección de los valores humanos que hacen que el individuo se desvíe del camino ético adecuado. Para solucionar este inconveniente debe realizar una introspección de sus actitudes conscientes sin tener que recurrir a sesiones en las cuales se ha de focalizar el interés en lo que en alguna parte del cerebro queda el pasado memorizado. Juan J. López Ibor escribió: “Para el psicoanálisis, el secreto del proceso curativo consiste en traer al plano de la conciencia los contenidos rechazados que existen en el inconsciente. Cuando la conciencia arroja luz sobre ello, la tormenta del «ello» se deshace”. “[Sin embargo] el conocimiento de las cosas, el descubrimiento de sus leyes, no da un poder sobre ellas”.

“Freud ha escrutado maravillosamente lo que de menos humano hay en el hombre”. “Su falla es no sólo haber ignorado lo que de específicamente humano existe en el hombre, sino haberlo negado. Esto es ya demasiado grave. Por eso la herida de la doctrina psicoanalítica es, absolutamente, irreductible”.

“La conciencia no es sólo lo que está ante nuestra percepción en un momento determinado, sino ante nuestra motivación. Lucidez de conciencia se tiene en el obrar mucho más que en el percibir. La lucidez de conciencia estaba para Freud siempre envuelta en la neblina o en la nube densa del inconsciente. El obrar no era producto de una volición primaria y límpida, como un golpe en un cristal, sino como cargada de una resonancia instintiva más fuerte y poderosa que el acto volitivo primario. El hombre se transformaba, pues, del «ser de razón» en el «ser de la sinrazón» de sus instintos: a no ser que los instintos también razonen. He aquí la paradoja freudiana”. “El psicoanálisis, de una receta más en la vía curativa de los neuróticos, ha pasado a querer ser la vía iluminativa de neuróticos y sanos” (De “La agonía del psicoanálisis”-Espasa-Calpe Argentina SA-Buenos Aires 1951).

En lugar de mirar nuestra propia actitud, controlándola respecto de si es predominantemente cooperativa o bien competitiva, o si nuestras acciones pueden encuadrarse en el bien o en el mal, o si podrán permitirnos lograr nuestros objetivos en el futuro, el psicoanálisis sugiere una tendencia a tratar de asociar cada pequeño error, o cada sueño cotidiano, a la búsqueda de mensajes ocultos enviados por el subconsciente que nos ayudarán a detectar nuestros problemas. Si no somos aptos para realizar tal labor introspectiva, deberemos recurrir al psicoanalista. De ahí que tales prácticas puedan ser interpretadas como cierta anormalidad psicológica inducida desde la propia psicología, o desde el psicoanálisis. El remedio, en este caso, induce la enfermedad. Comenta el médico Donald J. Homes: “Millares de padres se torturan innecesariamente a sí mismos, exagerando la importancia de casos menores de conducta extraña y aparentemente inexplicable que son todos parte de la infancia. La tendencia a ver enfermedades mentales donde no existe ninguna es un error que cometemos demasiado a menudo los padres, maestros y todos nosotros” (De “La falacia de Freud”).

En cuanto a los estudios realizados para comprobar la efectividad de tales técnicas, Martin L. Gross escribió: “Hans J. Eysenck reunió informes, de 19 estudios profesionales diferentes, sobre 7.293 pacientes de psicoterapia ecléctica. Al principio, los resultados parecieron alentadores para una confiada profesión: un promedio del 64% de pacientes de psicoterapia mostraba mejoría. Pero cuando Eysenck dio un paso más, el optimismo se desvaneció. Comparó estos resultados con los pacientes que habían recibido poca o ninguna psicoterapia y con los que no habían tomado medicación. Sorprendentemente, este segundo grupo de pacientes neuróticos mostró un 62% de mejorías al segundo año, pese a la ausencia de cualquier tratamiento que no fuera el prescrito por el médico de cabecera”. “Las conclusiones de Eysenck fueron revolucionarias. Los datos demostraban, dice él, que «aproximadamente dos tercios de un grupo de pacientes neuróticos se recuperará o mejorará en un grado notable, dentro de un periodo de dos años, más o menos, desde el comienzo de su enfermedad, y tanto si se les trata o no por medio de psicoterapia»”.

No todos los aportes del psicoanálisis han sido negativos, ya que los errores que le son atribuidos se deben a un exceso de confianza en la validez de sus principios. Juan J. López Ibor escribió: “La influencia del psicoanálisis sobre la psiquiatría clínica no puede en modo alguno despreciarse. Bleuler no hubiera podido escribir su libro sobre la esquizofrenia sin el conocimiento ni la influencia de las ideas psicoanalíticas. Freud apenas se ocupó del psicoanálisis de la psicosis. En los primeros años de su vida todavía tuvo ocasión de estudiar algunos casos…Entre sus primeros casos está el famoso Scherber, a partir del cual planteó el problema de paranoia y homosexualidad. La génesis de la paranoia sería el siguiente. El subconsciente del homosexual se siente atraído por el hombre, pero su censura le reprime y transforma la atracción en odio, pero este odio que al principio es dirigido contra el hombre luego se siente reflejado sobre sí mismo y emanado de los demás. El «le odio» se transforma en «me odia», y sobre esta conclusión se establece todo el delirio de persecución. Esta misma transformación de impulsos instintivos se observaría en otros tipos de paranoia”.

Adviértase que el método de la religión tradicional, que promueve el amor y desalienta el odio, ofrece una alternativa más simple, y a nivel consciente, para solucionar este tipo de inconveniente y otros similares, si bien está limitado sólo para los adeptos o creyentes. La psicología social llega a resultados similares al de la religión. Sin embargo, el progreso evidente en cuestiones de psicoterapia ha sido el promovido por Viktor Frankl con su logoterapia en la cual predomina el concepto de sentido de la vida. Así, sostiene que la mayor parte de los conflictos humanos se deben a la ausencia de un sentido para nuestra propia vida o bien por haber elegido alguno equivocado, es decir, que no contempla el sentido aparente que nos ha impuesto el orden natural. La logoterapia resulta compatible con los métodos empleados por la religión tradicional, si bien sus alcances son mayores ya que puede ser aplicado tanto a creyentes como a no creyentes.

martes, 24 de febrero de 2015

Virus vs. anticuerpos sociales

Los conflictos sociales pueden ser descriptos mediante una analogía en la que la sociedad se considera como un cuerpo viviente que posee la capacidad de defenderse, mediante anticuerpos, de los virus que la atacan y que son generados por ella misma o bien por factores externos. Tanto los virus como los anticuerpos comienzan a gestarse por medio de individuos que tienen capacidad para influir sobre otros para crear grupos que actúan en el cuerpo social. La salud de la sociedad provendrá del predominio de los anticuerpos, mientras que la enfermedad será una consecuencia del predominio de los virus.

Por lo general, no resulta sencillo distinguir entre virus y anticuerpos, ya que incluso una organización realizada con nobles fines puede desnaturalizarse ante miembros que la desvirtúan cuando su acción es motivada por objetivos egoístas. Respecto de los “anticuerpos” sociales, Ramiro A. Calle escribió: “¿Cómo denominar a esos hombres? Aunque quizá no sea del todo acertado, podríamos llamarles «buscadores de la Verdad». Ellos no se satisfacen con la verdad común ni con la verdad a medias. No pretenden cubrir su vacío buscando la verdad científica, histórica, religiosa, social o política. Buscan la Verdad absoluta, trascendente. En su búsqueda arriesgan prácticamente todo lo que tienen, aun sabiendo de antemano que muy pocos hallarán lo buscado, aun teniendo clara conciencia de que pueden extraviarse definitivamente y penetrar para siempre en un mundo sin luz”.

“Algunos miembros de esa gran familia deciden recorrer el camino solos. Apartados del mundo, desapegados, renuncian a sus lazos familiares y a la vida cotidiana y se retiran a la soledad de los bosques o de las montañas, para allí, a través de la austeridad y de una rígida disciplina, comenzar la ardua empresa de rescatar su Yo. Otros pretenden la evolución desde dentro, confundidos entre los demás hombres, pasando inadvertidos, sin renunciar formalmente a nada, pero tratando de no depender de nada. Estos miembros de la gran familia que se quedan entre los otros hombres, agudizan enormemente su sensibilidad para encontrarse entre ellos, hasta un extremo tal que llegan a intuirse. Se buscan entre sí y cuando se encuentran forman grupos, escuelas, sectas o sociedades. Y frecuentemente se ven obligados por unos u otros motivos a guardar secreto, a evadirse de la curiosidad de los demás”.

Estos agrupamientos no siempre logran cumplir con sus objetivos iniciales. El citado autor agrega: “Las sociedades auténticamente iniciáticas han tenido siempre como finalidad mantener vivo el conocimiento oculto y preparar espiritualmente a la humanidad. Teóricamente al menos han pretendido enseñar a los hombres la verdad y adiestrarlos en el amor. No hay que olvidar, empero, que las sociedades están formadas por hombres, y que éstos en muchas ocasiones –como tantas veces así ha sucedido- se han servido de aquéllas para la consecución de sus propios fines. Cuando sus miembros se disputan el poder, cuando el egoísmo y la vanidad no son controlados, cuando los intereses del individuo se anteponen a los de la sociedad, ésta termina degenerando. Esto es lo que ha sucedido con diversos grupos iniciáticos, escuelas y sociedades secretas. Sin ningún miramiento, con una carencia absoluta de escrúpulos, algunos miembros han utilizado la sociedad a la que pertenecían como trampolín para obtener sus fines; miembros de una sociedad espiritualista, lobos disfrazados con piel de cordero que se han despreocupado de los principios y preceptos espirituales enseñados por la sociedad en cuestión, para entregarse a unos asuntos materiales y muchas veces turbios e indignos” (De “Historia de las sociedades secretas”-Editorial Planeta DeAgostini SA-México 2003).

Un ejemplo reciente de grupo que hace de anticuerpo ante el predominio de la enfermedad totalitaria, ha sido el de los disidentes soviéticos organizados en las sombras, ante el riesgo cotidiano de ser condenados por el amenazador poder del Estado opresivo y vigilante. El Manual de Psicopolítica, editado en la URSS, indica que: “La enfermedad podría mirarse como deslealtad de un organismo para con los demás. Esta deslealtad, al ponerse de relieve, origina la rebelión de una parte de la anatomía contra el resto del conjunto y de esa manera se produce de hecho una revolución interna. El corazón, al aislarse del grupo, se niega a solidarizarse y servir al resto del organismo, y vemos que el funcionamiento de todo el cuerpo se trastorna debido a la rebelión del corazón. El corazón se rebela porque no puede o no quiere cooperar con el resto del cuerpo. Si le permitimos al corazón rebelarse, los riñones, siguiendo su ejemplo, pueden a su vez rebelarse también y negarse a trabajar en beneficio del organismo. Esta rebelión, al extenderse a otros órganos y al sistema glandular, ocasiona la muerte del «individuo». Podemos apreciar, pues, que la rebelión significa la muerte; por lo tanto, no podemos transar con la rebelión”.

“El Estado, igual que el individuo, es una serie de conglomerados. Las entidades políticas existentes dentro del Estado deben todas cooperar para beneficio del Estado, porque de no hacerlo el mismo Estado puede desintegrarse y morir. De ahí el peligro que entraña la revolución”. “El credo del individualismo áspero, del determinismo personal, de la rebeldía, la imaginación y el poder creativo personal son tendencias que predisponen a las masas en contra del bien de un Estado Superior. Estas fuerzas rebeldes y salvajes no son otra cosa que enfermedades que provocarán la separación, la desunión y por último el derrumbe del grupo al que pertenece el individuo” (De “Psicopolítica” de Kenneth Goff-Editorial Nuevo Orden-Buenos Aires 1966).

Dentro del ámbito de la religión también se han dado situaciones similares. Santo Tomás de Aquino escribió: “Acerca de los herejes deben considerarse dos aspectos: uno por parte de ellos; otro por parte de la Iglesia. Por parte de ellos está el pecado, por el que no sólo merecieron ser separados de la Iglesia por la excomunión, sino aun ser excluidos del mundo por la muerte; pues mucho más grave es corromper la fe, vida del alma, que falsificar moneda, con que se sustenta la vida temporal. Y si tales falsificadores y otros malhechores justamente son entregados sin más a la muerte por los príncipes seglares, con más razón los herejes, al momento de ser convictos de herejía, podían no sólo ser excomulgados sino ser entregados a justa pena de muerte. Por parte de la Iglesia, está la misericordia para la conversión de los que yerran. Por eso no condena luego, sino ‘despues de una primera y segunda corrección’, como enseña el Apóstol Pablo. Pero, si todavía alguno se mantiene pertinaz, la Iglesia, no esperando su conversión, lo separa de sí por la sentencia de excomunión, mirando por la salud de los demás. Y aun va más allá, legándolos al juicio seglar para su exterminio del mundo por la muerte” (Citado en “Crítica de la religión y la filosofía” de Walter Kaufmann-Fondo de Cultura Económica-México 1983).

Más cercanas en el tiempo aparecen diversas sectas cristianas que comienzan con las mejores expectativas pero que, con el tiempo, las tentaciones individuales pueden desvirtuarlas. Rubén Calderón Bouchet escribió acerca del Opus Dei: “Nuestras dudas con respecto al valor religioso de la Obra nacen, precisamente, de la elaborada preparación de sus afiliados para enfrentar triunfalmente los desafíos del mundo moderno. En cuanto entramos en contacto con algunas de sus enseñanzas más resonantes, viene a nuestra mente la parábola del Mayordomo infiel o, como decía Castellani, del Mayordomo Camandulero. Es verdad que los bienes de este mundo deben ser usados para ganar la vida eterna, pero si nos preparamos demasiado para obtenerlos ¿no corremos el riesgo de invertir el orden de las preferencias? Una excesiva preocupación por las añadiduras ¿no nos hará perder de vista el Reino de los Cielos? Y si todavía debemos cuidar la santa presentación de nuestras fisonomías para obtener más éxito en la empresa ¿no terminaremos presas de una farisaica hipocresía que es uno de los mayores pecados que se pueden cometer?”.

“El Opus Dei hace todo lo que puede para prepararnos para el triunfo en éste y en el otro mundo, es muy cierto que nos advierte contra el humor triunfalista, pero lo hace para que podamos triunfar, no sea que una vanidosa ostentación del éxito nos haga fracasar ante los ojos de la sociedad a la que debemos destinar nuestros esfuerzos. La humildad es una carta jugada y tenemos que ponerla siempre en evidencia, aunque no sea, necesariamente, una actitud muy auténtica. Por supuesto el socialista de turno nos dice que en la Edad Media la Iglesia Católica supo captar la adhesión de las clases superiores y prepararlas para ejercer su efectivo comando sin perder de vista la efectiva prelacía espiritual de la Santa Sede. No olvidemos que su influencia sobre la nobleza tuvo un efecto más correctivo que exaltante y si comparamos el comportamiento del noble bárbaro y del noble cristiano, observaremos en primer lugar la disposición servicial del segundo y, luego, cuando la preocupación religiosa predominaba, su abandono do todas las pompas para consagrar su vida a la fe ¿Bernardo de Claraval, Santo Tomás de Aquino no fueron nobles? Pero su santificación les impuso el abandono de sus privilegios nobiliarios y su ingreso en la vida conventual. Por cierto el Opus no le niega al banquero adherente la posibilidad de tomar un hábito religioso, pero no lo anima demasiado en esta línea y lo prefiere en su condición de financiero para que colabore mejor con las obras de la fundación”.

“Como afirmábamos más arriba, las virtudes o los hábitos, no siempre virtuosos, de esta clase dirigente la hace bastante impermeable al influjo de la fe y ¿en qué medida una conversión verdadera conservaría sus aptitudes para el comando en la sociedad actual? Porque una cosa es una conversión auténtica, a la manera de San Roderico de Finchala que abandonó su comercio de cabotaje para dedicarse a hacer penitencia, y otra, bastante diferente, poner cara de santo para afilar mejor el anzuelo conque se pesca a río revuelto”.(De http://statveritasblog.blogspot.com.ar).

Por lo general, toda institución es denigrada por sus competidoras, ya sea que su accionar haya sido positivo como negativo para la sociedad. Además, los fines u objetivos expresados por una secta nefasta son similares a los expresados por una benevolente, siendo en aquel caso utilizados como disfraces para una plena aceptación posterior. De ahí que resulte difícil establecer una real y auténtica opinión sobre la efectividad de determinado grupo social, con la siempre presente posibilidad de que los individuos que la componen la desnaturalicen en cualquier momento.

sábado, 21 de febrero de 2015

Iglesia vs. evolucionismo

Resulta llamativo que un sector importante de creyentes no acepte el proceso evolutivo por el cual se establece la formación y el surgimiento de las distintas especies y variedades del reino animal y vegetal. Implica una rebelión en contra de Dios por cuanto no aceptan su criterio para la creación del mundo, sino que optan por la versión bíblica, que es una descripción hecha por hombres que miraban a Dios y adoptaban la visión que del mundo se tenía en la época de la realización de la Biblia.

Si bien otros han aceptado la evolución biológica, aunque de mala gana, rechazan la adicional evolución que va desde la materia a la formación de la vida. Para el científico, por el contrario, quizás no exista algo más sorprendente que el Creador, o la propia naturaleza, como inteligencias hipotéticas diseñadoras del mundo, han tenido la habilidad de establecer leyes naturales al nivel de las partículas elementales que potencialmente llevarán todos los atributos que luego aparecerán en las mayores escalas de observación, es decir, la vida inteligente de alguna forma estaba latente en las leyes de la mecánica cuántica, previendo la formación de moléculas, células, organismos, seres humanos, etc. Hubert Reeves escribió: “La noción de evolución, introducida en principio por la biología, invade hoy todo el discurso científico. Desde hace quince mil millones de años, la materia evoluciona hacia estados de organización, de complejidad, de nivel, cada vez más elevados. A partir del caos primordial, ha engendrado sucesivamente: los nucleones, los átomos, las células y los organismos vivos”. “A nuestro primer enunciado: la naturaleza está estructurada como un lenguaje, añadiremos ahora un segundo: la pirámide de la complejidad se edifica en el curso del tiempo” (De “El sentido del universo”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1989).

Adviértase que esta visión del mundo implica esencialmente el principio de complejidad-conciencia formulado por Pierre Teilhard de Chardin, quien pretende que la religión lo tenga en cuenta para una posterior adaptación de sus planteos. En el ámbito científico resulta algo evidente ya que ni siquiera se hace referencia a quien (Teilhard) fue el primero en enunciarlo. Para la religión, en cambio, implica vislumbrar un sentido del universo o una finalidad implícita de la cual puede intuirse un sentido de la vida objetivo impuesto a los hombres por el orden natural.

Algunos sectores de la Iglesia, sin embargo, poco aprendieron de los conflictos que en el pasado se suscitaron entre religión y ciencia, como fue el caso de Galileo Galilei o el de Charles Darwin. En lugar de aceptar que la religión es una cuestión de ética y de sentido de la vida, se siguió entrometiendo en cuestiones científicas negando esencialmente los hallazgos y las conclusiones de la ciencia experimental. Es oportuno citar algunas prohibiciones surgidas en la Iglesia Católica del siglo XIX que rechazan la posibilidad de una evolución desde la materia a la vida. Los anatemas son maldiciones que pueden llevar a la excomunión: “Sea anatema: Quien niegue el único Dios verdadero creador y señor de todas las cosas visibles e invisibles. Quien afirme sin rubor que sólo existe materia. Quien diga que la substancia o esencia de Dios y de todas las cosas es única e igual”. “Quien diga que el hombre puede y debe por sus propios esfuerzos y por progresos constantes llegar al cabo de la posesión de toda verdad y virtud. Quien rehúse aceptar como sagrados y canónicos los libros de la Sagrada Escritura íntegros, con todas sus partes, según fueron enumerados por el santo Concilio de Trento, o niegue que son inspirados por Dios”.

“Quien diga que la razón es tan sabia e independiente, que Dios no puede pedirle la fe. Quien diga que la revelación divina no puede hacerse creíble por pruebas exteriores. Quien diga que no pueden hacerse milagros o que nunca pueden conocerse con certeza, y que el origen divino del cristianismo no puede probarse por ellos. Quien diga que la revelación divina no incluye misterios, sino que todos los dogmas de la fe pueden comprenderse y demostrarse por la razón debidamente comprobada. Quien diga que la ciencia humana debe proseguirse con tal espíritu de libertad que puedan considerarse sus afirmaciones como verdaderas, aun cuando se opongan a la verdad revelada. Quien diga que llegará un tiempo en el progreso de las ciencias en que las doctrinas enseñadas por la Iglesia deban tomarse en otro sentido que aquel que la Iglesia les dio y les da todavía” (Citado en “Historia de los conflictos entre la religión y la ciencia” de Juan G. Draper-Editorial Tora-Buenos Aires 1954).

En tales prohibiciones está implícita una penosa separación entre ciencia y religión, que aun hoy tiene vigencia en algunos sectores de la Iglesia. Juan G. Draper escribió: “Venimos, pues, a parar a esta conclusión: que el cristianismo católico y la ciencia son absolutamente incompatibles, según reconocen sus respectivos adeptos. No pueden existir juntos: uno debe ceder ante la otra, y la humanidad tiene que elegir, pues no puede conservar ambos”.

El rechazo del evolucionismo generalizado se debe, entre otras causas, a la creencia de que la ética cristiana necesariamente habría de evolucionar hasta hacerse irreconocible; algo totalmente alejado de la realidad por cuanto todo proceso evolutivo implica periodos temporales del orden de los millones de años, imperceptibles para la humanidad en su relativamente corta historia. Se dice que si un hombre actual fuese ubicado entre los hombres que vivieron hace 10.000 años, nadie advertiría diferencias. El conflicto esencial entre la Iglesia tradicional y la visión científica del mundo, es que ésta coincide con la adoptada por la religión natural. Así, el cristianismo interpretado como religión natural, resulta compatible tanto con la ciencia experimental como con el mundo real.

La incompatibilidad entre la religión sobrenatural con la natural se manifiesta, entre otros aspectos, en el rechazo a Teilhard de Chardin desde varios sectores católicos. John Eppstein escribió: “En cuanto al cristianismo histórico, en el cual, por contradictorio que pueda parecer, dijo creer hasta el final (y así, sería efectivamente, pues en los casos de esquizofrenia cada una de las mitades de la personalidad escindida es igualmente auténtica). Pero para las personas de inteligencia normal, sean o no sean cristianas, resulta palmario que Teilhard reduce a un estado puramente relativo los hechos, acontecimientos y personas que tienen un valor absoluto en la tradición católica”.

“Esto es consecuencia de la pasión absorbente que le inspira la teoría de la evolución. Subyugado por las piedras desde la niñez, llegó a ser brillante paleontólogo y biólogo, y se embebió de los progresos de la ciencia moderna. El mundo en evolución llegó a ser para él la fuerza predominante y lo que todo lo explicaba. Otro tanto les ocurría a su amigo sir Julian Huxley y a otros no inquietados por una conciencia católica. Lo que distinguió a Teilhard de sus coetáneos no católicos fue su tentativa de conciliar su formación cristiana católica y su condición sacerdotal con su nuevo entusiasmo por el mundo en evolución, porque la fe católica, «arraigada en la idea de la encarnación, siempre ha dado en su estructura gran importancia a los valores del mundo y de la materia». Y así aboga por «una nueva cristología que abarque las dimensiones orgánicas de nuestro nuevo universo»”.

“Pero ¿qué es más importante? ¿Jesucristo o la evolución? ¿La religión o el progreso? ¿Dios o el mundo? La anteposición del segundo término de cada una de estas alternativas es lo que constituye la gran aberración de Teilhard de Chardin y el principal peligro que supone para teólogos y filósofos que se han dejado fascinar por sus obras” (De “¿Se ha vuelto loca la Iglesia Católica?”-Ediciones Guadarrama SA-Madrid 1973).

La “esquizofrenia” asociada a Teilhard es una forma de intentar ocultar otra bastante más acentuada al separar a Cristo de la realidad, a Dios del mundo, a la religión de la evolución y de la ciencia y a la postura ideológica de la realidad. La Iglesia, en lugar de aceptar una orientación “saludable” hacia la religión natural y hacia la ciencia experimental, terminó por asociarse al marxismo, que es una pseudo-ciencia y una anti-religión, materializada por la Teología de la Liberación, aceptada por las actuales autoridades de la Iglesia Católica. Ese es el precio que se está pagando por despreciar al mundo real y sus leyes persistiendo en la actitud obsecuente de priorizar la fe hasta llegar a despreciar la razón.

Si no hubiese existido Teilhard, el principio de complejidad-conciencia habría surgido igualmente, ya que es una consecuencia de la física de partículas y de la teoría cosmogónica del big-bang, que hasta el momento no puede decirse que sea desacertada. Los conservadores y tradicionalistas han sido los “kerenskys católicos” que, atacando todo lo que puede servir de fundamento científico del cristianismo, facilitaron el acceso del marxismo-leninismo en todos los niveles de la Iglesia. Incluso algunos autores tradicionalistas ni siquiera están convencidos de la veracidad de la evolución biológica. Rubén Calderón Bouchet escribió: “Los hombres de ciencia, aunque acepten como hipótesis de trabajo la teoría de la evolución o el transformismo, nunca la dan como un hecho científico comprobado ni extraen de ella conclusiones válidas para instaurar un régimen cognoscitivo capaz de vulnerar definitivamente los fundamentos de la sabiduría tradicional. Una pretensión de tal naturaleza no es científica, es ideológica y trataremos de ver por qué razón la adoptó el Padre Teilhard en su extraño sistema del hombre y del mundo” (De “La luz que viene del Norte”-Ediciones Nueva Hispanidad-Buenos Aires 2009).

De todo este planteo, es conveniente preguntarse, no por las creencias individuales o particulares de los distintos autores, sino acerca de cómo funciona el mundo real. Si se indaga con detenimiento cómo trabaja la ciencia experimental de nuestra época, con márgenes de error bastante pequeños, puede afirmarse que la realidad del mundo ha de estar cercana a lo expresado arriba por Hubert Reeves. De ahí la validez esencial de la propuesta de Teilhard y de la conclusión de que el mundo real se comporta aproximadamente como lo supone la religión natural y no tanto como lo estipula la religión sobrenatural. Teilhard de Chardin escribió: “Tuve siempre un alma naturalmente panteísta. Experimenté las aspiraciones invencibles, nativas; pero sin atreverme a usarlas libremente, porque no sabía conciliarlas con mi fe. Después de experiencias diversas (y de otras todavía) pude decir que he encontrado para mi existencia el interés inagotable y la paz inalterable. Vivo en el seno del Elemento único, Centro y detalle del Todo. Amor personal y potencia cósmica” (Citado en “La luz que viene del Norte”).

Al intentar seguir negando la visión científica del mundo, se vislumbra en la Iglesia un alejamiento paulatino de las nuevas generaciones que van adquiriendo tal visión en forma natural. Al negar asociarse a la ciencia, sigue en el ámbito de la filosofía y de la teología ante los riesgos concretos de quedar prisionera de ideologías perversas como el marxismo-leninismo, haciéndose cómplice de las tragedias sociales que tal ideología ha promovido.

viernes, 20 de febrero de 2015

La actitud religiosa óptima

El hombre necesita de la religión, ya que no puede vivir sin el sentido de la vida que ella puede ofrecer, aunque muchas veces tampoco puede vivir satisfactoriamente con ella. Si el vínculo que une a los hombres se deteriora, no cumple con la función esencial que debe cumplir, por lo que tampoco la sociedad podrá lograr la armonía que es deseable que posea. De ahí que debamos indagar sobre la actitud óptima que debe promover la religión para advertir, luego, que la ausencia parcial de algunos de sus atributos ha de conducir a algún tipo de conflicto. Se habrá establecido así una especie de introspección religiosa que podrá ayudar a comprenderlos y a superarlos. Antonio G. Birlán escribió: “La palabra religión significa, según su etimología, lo que une. Pocas veces el sentido de una palabra ha estado más en contradicción con la realidad. Que la religión, en realidad, no es lo que une, basta echar una ojeada sobre el presente y el pasado para comprobarlo. Ha unido, cuando más, parcialmente, y los unidos parcialmente se han enfrentado en todos los tiempos con otros unidos asimismo parcialmente. ¿Por qué esa unión parcial no se ha extendido? ¿Por qué lo que, según su sentido, y según sus orígenes, de donde su sentido, une, ha unido siempre tan imperfectamente?” (De “La religión”-Editorial Américalee-Buenos Aires 1956).

Puede decirse que la actitud óptima debe ser ascendente, lateral e igualitaria; ascendente porque mira hacia lo alto, hacia Dios, o el orden natural; lateral porque mira hacia los demás seres humanos, regidos por el mismo Dios, o por la misma ley natural. Finalmente, la actitud a adoptar, respecto de los “laterales”, ha de ser igualitaria, lo que implica que no habrá gobierno del hombre sobre el hombre. Así se logrará, no sólo la igualdad, sino también la libertad esencial requerida para desarrollar plenamente nuestras potencialidades individuales.

La actitud ascendente resulta similar, en algunos aspectos, a la advertida en otras especies. Charles Darwin escribió: “El sentimiento de afecto religioso es muy complejo; consiste en un amor, en una sumisión plena a un ser superior elevado y misterioso, en un vivo sentimiento de dependencia, de temor, de respeto, de gratitud en cuanto al pasado, de piadosa esperanza en cuanto al porvenir y, acaso, de otros elementos aún. Ningún ser podría tomar conciencia de una emoción tan compleja del alma antes de que sus facultades intelectuales y morales hayan alcanzado un nivel relativamente elevado. Sin embargo, vemos algo que parecería aproximarse a eso en el afecto profundo del perro por su amo, afecto al que acompañan una sumisión completa, cierto temor y, acaso, otros sentimientos aún. La marcha del perro cuando vuelve hacia su amo después de algún tiempo de ausencia, y también la del mono, puedo añadir yo, volviendo hacia su guardián favorito, difiere mucho de lo que manifiestan esos animales con respecto a sus semejantes. En este caso, los transportes de alegría parecen un poco menores y un sentimiento de igualdad aparece en cada acción”.

Vladimir Soloviev comenta el escrito anterior: “Así, el representante del transformismo en las ciencias naturales reconoce, pues, que en las relaciones casi religiosas del perro o del mono con el águila que les parece superior hay, además de miedo y la salvaguardia del interés propio, un elemento moral, y éste muy diferente de los sentimientos de simpatía que esos animales testimonian a sus semejantes. Este sentimiento específico con respecto a lo superior es precisamente lo que yo llamo reverencia. Si alguien lo admite en los perros y en los monos, sería extraño negarlo en el hombre y no deducir la religión humana sino del temor y el cuidado del interés propio. Sin duda, no puede negarse la parte que toman estos sentimientos inferiores en la formación y en el desenvolvimiento de la religión, pero de todos modos ésta encuentra su fundamento más íntimo en ese sentimiento moral específicamente religioso por el cual el hombre siente con respecto a lo que es más excelente que él mismo un amor matizado de respeto” (De “La religión”).

Desde el punto de vista de la religión natural, el vínculo entre Dios y los hombres es la ley natural, por lo que la validez de toda religión ha de provenir de su compatibilidad con dicha ley. Por el contrario, cuando no es compatible, se cae en el gobierno del hombre sobre el hombre, donde no hay igualdad ni libertad, es decir, es el caso en que el supuesto enviado de Dios, al no gobernar según la ley de Dios, gobierna según su propio criterio, constituyendo un “falso profeta”. Si el profeta, en realidad, predica en función de la ley natural mientras que sus difusores lo distorsionan, se produce la deformación de la “religión verdadera” que pasa a ser también una “falsa religión”, es decir, se trata de un caso semejante al de los gobiernos democráticos que, para ser eficaces, deben ser legítimos no sólo en cuanto al acceso al poder, sino también en cuanto a su desempeño. Si son ilegítimos bajo cualquiera de esos aspectos, las cosas tienden a no andar bien.

De todo esto puede decirse que la actitud ascendente óptima implica la intención de adaptarnos a la ley natural, dejando de lado el resto de las actitudes que derivan de la suposición de que Dios es un ser superior de forma humana al cual se lo debe alabar, o se lo puede adular, engañar y todas las restantes maniobras que el hombre hace para eludir el cumplimento de la ley estricta que nos ha impuesto el orden natural, o de los mandamientos religiosos. Toda religión que no contemple dicha ley, constituye un simple y vulgar paganismo.

Un error frecuente es el de la persona “elevada”, que observa a sus semejantes como seres inferiores, por cuanto en él predomina la actitud ascendente, anulando prácticamente toda posible actitud lateral e igualitaria. Este es el caso de las religiones contemplativas establecidas principalmente para religiosos antes que para hombres comunes. Albert Schweitzer escribió: “El pensamiento brahmán y budista sólo puede ofrecer algo a quienes están en condiciones de alejarse del mundo y vivir en el inactivo autoperfeccionamiento”.

También en Occidente se han propuesto religiones en que la fe (ascendente) es considerada prioritaria a las obras (laterales e igualitarias). Peter Stanford escribió: “Cuando, a principios del siglo XVI, Martin Lutero planteó públicamente la corrupción de la Iglesia, descubrió que había muchos creyentes desilusionados. Su rebelión tenía un fundamento teológico, tal como se advierte en su célebre obra «Las noventa y cinco tesis», un texto que clavó en la puerta de la iglesia alemana de Wittenberg en el año 1517. En este escrito negaba la idea de que mediante los buenos actos el individuo contribuyera a ganarse un lugar en el cielo tras la muerte. Para Lutero la salvación sólo era posible gracias a la fe en Dios: no era la santidad individual lo que importaba, sino el amor de Dios” (De “50 cosas que hay que saber sobre religión”-Ariel-Buenos Aires 2013).

Al identificar la ley natural con la ley de Dios, es posible valorar y analizar las distintas posturas religiosas. Por ejemplo, el Islam admite hasta cuatro esposas por cada hombre. Si nace, aproximadamente, la misma cantidad de hombres que de mujeres, muchos hombres se quedarán sin ninguna; no se tiene en cuenta un aspecto tan elemental. Si no se tiene en cuenta la ley natural, se está en camino del gobierno del hombre sobre el hombre a través de “leyes artificiales”, lo que aleja al hombre de la ley de Dios. Tampoco el Islam sugiere una actitud igualitaria hacia el prójimo, ya que establece una clara distinción entre los “fieles” a su doctrina y el resto, existiendo un “nosotros” y un “ellos” como el practicado por los políticos totalitarios. Se atribuye a Mahoma lo siguiente: “La espada es la llave del cielo y del infierno: todos los que la sacan en defensa de la fe serán recompensados con beneficios temporales; cada gota de sangre que derramen, cada peligro y tribulación que padezcan quedarán registrados en lo alto y se les atribuirá más mérito que el ayuno y la oración”. Puede decirse que, si esa es la voluntad de Dios, a la humanidad le espera un futuro violento.

Cuando, en lugar de adherir a la religión objetiva, basada en la ley natural, un individuo elige cualquiera de las posibles variantes subjetivas, se produce una divergencia de opiniones esencial que induce discusiones y conflictos posteriores. De ahí que pueda decirse que la actitud lateral e igualitaria se ha de dar principalmente luego de que se haya adoptado la óptima actitud ascendente. La ley esencial, accesible tanto a nuestras decisiones como a nuestro conocimiento, es la cercana e inmediata actitud característica que constituye el atributo esencial de la personalidad de todo hombre. De ella se deriva la elección del amor al prójimo como la actitud lateral óptima que es, además, igualitaria.

La adopción de la actitud cooperativa, por la cual tratamos de compartir las penas y las alegrías de los demás como propias, tiende a ser el fundamento de lo que denominamos “la civilización Occidental”, ya que ella da lugar tanto a la democracia política como a la económica (mercado). Así, la democracia política apunta esencialmente a impedir el gobierno del hombre sobre el hombre promoviendo el gobierno de la ley sobre todo individuo, tratando de que la ley humana sea compatible con la ley natural. Por otra parte, el intercambio libre, que favorece a ambas partes en el acto económico elemental, tiene sentido a partir de una previa y predominante actitud cooperativa. Ludwig von Mises escribió: “Como filosofía del mundo, y no solamente como Iglesia, la religión es un producto de la cooperación social de los hombres, exactamente lo mismo que cualquier otra manifestación de la vida espiritual. Nuestro pensamiento no se presenta como un hecho individual, independiente de las relaciones y las tradiciones sociales…nuestro pensamiento tiene un carácter social”.

“La religión es también un hecho social en el sentido de que considera las relaciones sociales desde un ángulo determinado y de que fija reglas a la acción del hombre en sociedad. No puede abstenerse a tomar posición en las cuestiones de moral social. Ninguna religión cuidadosa de dar a los creyentes una respuesta a los enigmas que plantea la vida y de aportarles las consolaciones de que tiene más necesidad, puede contentarse con dar una interpretación de las relaciones del hombre con la naturaleza, el llegar a ser y la muerte. Si olvida dirigir su atención sobre las relaciones de los hombres entre sí, es incapaz de formular reglas para la vida terrestre y abandona al creyente a sí mismo cuando se pone a reflexionar en la imperfección de la sociedad”.

“Cuando quiere saber por qué hay ricos y pobres, poderes públicos y tribunales, periodos de guerra y de paz, la religión debe poder darle una respuesta, so pena de obligarle a buscar una respuesta en otra parte y de perder así su poder sobre los espíritus. Sin moral social, la religión es una cosa muerta” (De “El socialismo”-Editorial Hermes SA-México 1961).

martes, 17 de febrero de 2015

Libre examen y subversión

El surgimiento del protestantismo trajo asociada la propuesta del Libre Examen, esto es, la posibilidad de una interpretación libre de las Sagradas Escrituras sin atenerse a las directivas provenientes de la Iglesia Católica. Teniendo presente el principio de que “todos los extremos son malos”, puede decirse que no es lo ideal que un individuo pierda su libertad de pensamiento para someterse a la autoridad intelectual de otros hombres como tampoco es lo ideal que cada uno interprete y piense de la Biblia lo que le venga en ganas. Jordán Bruno Genta escribió: “Le debemos a Lutero la primera Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, esto es, del Libre Examen aplicado a las cosas de Dios: «Libertad del individuo y derecho de cada cual a guiarse por la experiencia de su propio espíritu…Si has recibido la Palabra por la Fe, considera cumplidos todos los preceptos y considérate a ti mismo libre en todo…Todos los sacramentos quedan entregados a tu libertad personal»” (De “Libre examen y comunismo”-Ediciones Dictio-Buenos Aires 1976).

En realidad, si uno concurre a cualquier congregación protestante y propone practicar el “libre examen” de lo que allí se dice, pronto le sugerirán que se vaya a otra congregación en la que uno pueda adaptarse mejor a la “libre interpretación” de la Biblia. Por lo general, se busca la disolución de la autoridad, en una primera etapa en la que surge el caos, para ser suplantada luego por otra nueva. El citado autor agrega: “La subversión de lo divino y sobrenatural promovido por la dialéctica del Libre Examen tenía que continuarse necesariamente con el arrasamiento de todas las distinciones y jerarquías naturales en lo político y social, tal como nos ilustra el sutil ingenio de Juan Luis Vives: «¿Qué diré de la dignidad, del honor, del Imperio? Suprime hoy los senadores, los cónsules, el príncipe y mañana existirán por cada doce senadores suprimidos, doce mil; por cada dos cónsules, dos mil: y mil príncipes por el que suprimieras»”. “Y por esta pendiente se llega finalmente a la negación de la Propiedad Privada, la distinción y jerarquía externas de la persona y sostén de la libertad familiar”.

Juan Luis Vives advertía sobre los efectos del Libre Examen ya en 1535: “En otro tiempo, en Alemania, las cosas de la piedad estaban de tal suerte constituidas que se mantenían firmes y estables…Mas alguien advino que se atrevió a discutir algunas, al principio moderada y medrosamente, muy luego sin rebozo…para negarlas, suprimirlas o rechazarlas, mostrando tanta seguridad como si el objeto hubiese bajado del cielo conociendo los secretos designios de Dios, o se tratase de coser un zapato o un vestido…De las discrepancias de opiniones surgió la discordia de la vida…y entonces, a los que habían suscitado la guerra en el fementido nombre de libertad e injustísima igualdad de los inferiores con los superiores sucedieron los que decretaron, pidieron y exigieron no ya aquella igualdad, sino la comunidad de todos los bienes”.

“Crea, pues, hombres nuevos y entonces esa República de Platón, no solamente zaherida por los filósofos sino rechazada por la naturaleza misma de las cosas, podría tener existencia. Porque con los hombres tales como son y con las pasiones que les mueven, en vez de la comunidad se obtendrán odios, discusiones, pendencias, contiendas y guerras, ya que nuestra naturaleza repudia la comunidad de bienes, la rehúye, la repele” (“De la comunidad de los bienes”).

La actitud de protestantismo contempla la “justificación por la Fe”, antes que por las obras, lo que en cierta forma transforma la religión ética en una religión contemplativa. Jordán Bruno Genta escribe al respecto: “Lutero es también el precursor del hombre nuevo, con su famosa tesis de la justificación por la sola Fe, sin las obras: de que el hombre no es libre para el bien; y la razón no alcanza verdaderamente lo espiritual”. “Aparentemente hace radicar la salvación en el mérito exclusivo de Cristo; pero, en verdad, divide la ciencia y la vida temporales de la Fe y de la Iglesia de Cristo. Si ya estamos justificados o condenados y nada significan nuestras obras para la salvación o perdición en la eternidad, esta vida de aquí abajo nada tiene que ver con la vida de allá arriba. El único punto de incidencia es la experiencia íntima de la Fe que para lo único que sirve es para la piedra libre del pecado: «Sé pecador, un verdadero pecador, y peca de firme: pero cree más firmemente todavía» (Lutero)”.

Se advierte que la labor destructiva de Lutero no apuntaba sólo a la Iglesia Católica, que ya realizaba su propia tarea autodestructiva, sino al cristianismo, ya que relegar la ética cristiana a un lugar secundario implica su debilitamiento total. La prioridad de la fe sobre las obras, o sobre la conducta, tiende a empeorar a las personas en lugar de mejorarlas. Esto se advierte especialmente en los adolescentes, que por lo general fingen menos que los adultos, cuando cometen errores voluntariamente, en especial cierto trato irrespetuoso hacia los mayores por cuanto creen estar previamente “purificados por el Espíritu Santo”, quien les otorgaría cierta libertad para cometer pecados estando disculpados de antemano por dicha creencia. Es decir, lo que comúnmente se denomina “hipocresía del creyente”, tiene su sustento y justificación en la creencia de la prioridad de la fe a la conducta.

Un impacto similar al provocado por la aparición del protestantismo, se derivó del Concilio Vaticano II (1963 a 1965). Los cambios que se introdujeron fueron abriendo las puertas de la Iglesia a la intromisión del marxismo-leninismo haciéndose evidente que la destrucción de la Iglesia conducía en forma inmediata a la destrucción de la sociedad. La apertura mencionada consistía en la adhesión al pluralismo y a la libertad religiosa mediante los cuales la Iglesia admitía cierta igualdad respecto de otras religiones. Le negaba a Cristo aquello de “Yo soy la verdad, el camino y la vida” por cuanto supone que existe algún camino paralelo al amor al próximo que ha de producir efectos similares en los seres humanos, incluso admite tácitamente que los caminos alternativos pueden ser varios.

Excluyendo las actitudes del fanático que afirma que su propia religión es la mejor y la verdadera, resulta evidente que todas las religiones son distintas y que su seguimiento ha de producir también distintos efectos. De ahí que, en un momento histórico determinado, una de ellas ha de estar más cerca de la verdad que otras y ha de producir mejores efectos que las demás. Cuando un sacerdote católico no está convencido que el cristianismo es la mejor religión, debe dejar los hábitos y dedicarse a otra cosa en lugar de aceptar el pluralismo cuya idea subyacente es que “todas las religiones son iguales” o que “cualquiera de ellas produce similares efectos”. Mons. Marcel Lefebvre escribió: “Dos esquemas habían sido elaborados antes del Concilio Vaticano II en la Comisión Central Preparatoria. Uno, intitulado «De la tolerancia religiosa», era sostenido por el cardenal Ottaviani. Era un texto muy bello, muy ceñido a la doctrina tradicional”. “El otro estaba presentado por el cardenal Bea. Se intitulaba «De la libertad religiosa» y contenía, a mi parecer y al de un número no desdeñable de padres, afirmaciones insostenibles y hasta groseros errores con respecto a la Verdad y a la Iglesia eterna. Por ejemplo, mientras la Iglesia proclamó siempre que no había salvación fuera de Jesucristo, el esquema del cardenal Bea afirmaba que todo hombre, siguiendo simplemente a su conciencia, puede alcanzar su salvación eterna” (De “Sí y no”-Editorial Iction-Buenos Aires 1978).

Los diversos conflictos religiosos se han producido, históricamente, entre los defensores de la verdad en contra de los defensores del error y la mentira, si bien las cosas nunca estuvieron del todo claras respecto a quién poseía la verdad y quién estaba en el error, por lo que el cardenal Agustín Bea supone que quien aduce tener la verdad debe en cierta forma atenuar sus pretensiones de difundirla entre los demás. Al respecto escribió: “En el nivel práctico, puede objetarse que aun garantizada la revelación de Dios, un cuerpo organizado que pretende ser el fiel depositario del mensaje de Dios, o sea la Iglesia Católica, en realidad se convirtió en una entidad monárquica, monolítica, centralizada, que reforzó una especie de férrea disciplina de tipo militar, que sofoca la libertad de pensamiento, de iniciativa y de decisión personal”.

“El principio de la supremacía e infalibilidad papal contiene en sí mismo una teoría absolutista, con las inherentes posibilidades de abuso de autoridad y prácticamente, de tiranía. Además, el presente Concilio sólo alivia el autoritarismo esencial, diluyéndolo un poco. Pero sigue todavía en pie la objeción principal de que la Iglesia Católica pretende someter las conciencias de los hombres, de una manera contraria al pensamiento moderno y a los principios democráticos, que se aceptan cada vez más como normativos, y que son los únicos que mantienen la dignidad y libertad humanas” (De “Unidad en la libertad”-Editorial Troquel-Buenos Aires 1965).

La “dictadura” de los Papas pronto fue cediendo a la de los cardenales hasta llegar el momento de entronarse los propios marxistas-leninistas en lugares claves de la Iglesia. Mons. Marcel Lefebvre escribió: “«Comunistas, ¿qué solicitáis para que podamos tener la felicidad de recibir a algunos representantes de la Iglesia Ortodoxa rusa en el Concilio?, ¡algunos emisarios de la KGB!». La condición exigida por el patriarcado de Moscú fue la siguiente: «No condenéis al Comunismo en el Concilio, no habléis de este tema», y además «manifestad apertura y diálogo hacia nosotros». Y el acuerdo se hizo, la traición fue consumada: «De acuerdo, no condenaremos al comunismo». Esto se ejecutó al pie de la letra; yo mismo llevé, junto con Mons. Proenca Sigaud, una petición con 450 firmas de Padres conciliares al Secretario del Concilio Mons. Felici, pidiendo que el Concilio pronunciara una condenación de la más espantosa técnica de esclavitud de la historia humana, el comunismo. Después, como nada ocurría, pregunté qué había sido de nuestro pedido. Buscaron y finalmente me respondieron con una desenvoltura que me dejó estupefacto: «Oh, su pedido se extravió en un cajón…». Y no se condenó al comunismo; o más bien, el Concilio cuya intención era discernir los «signos de los tiempos», fue condenado por Moscú a guardar silencio sobre el más evidente y monstruoso de los Signos de estos tiempos!”. “Está claro que hubo en el Concilio Vaticano II un entendimiento con los enemigos de la Iglesia, para terminar con la hostilidad existente hacia ellos. ¡Es un entendimiento con el diablo!” (De “Le destronaron”-Ediciones San Pío X-Buenos Aires 1987).

De la misma manera en que la Iglesia Católica pidió disculpas ante los reiterados abusos sexuales cometidos por algunos de sus sacerdotes, debe también hacerlo por los asesinatos de miles de victimas inocentes inducidos por curas marxistas-leninistas, como principales promotores ideológicos de la subversión. Sólo de esa manera demostrará la Iglesia que aun le queda algo de la dignidad de otras épocas, o de la que debería haber tenido.

sábado, 14 de febrero de 2015

Literatura, arte y política

Gran parte de los escritores realiza sus actividades literarias con el objetivo de recrear la realidad, en lugar de describirla tan exactamente como podrían hacerlo; lo que constituiría esencialmente la labor del científico. Así, mientras que el novelista se identifica con el artista, el ensayista tiende a identificarse con el científico social. En materia de esculturas se observan también distintas tendencias que varían dentro de ambos extremos, como es el caso de las estatuas romanas en las que se advierte una tendencia a dejar impresas en piedra las facciones y la figura de los emperadores en forma fidedigna, lo que constituye un arte con un ideal cercano al de la ciencia. Sin embargo, algunos comentan que el Octavio Augusto real no lucía tan vistoso como el que pasó a la posteridad, en cuyo caso se sacrificó un poco (o bastante) la verdad para recrearla con la intención de que fuese contemplada con mayor admiración.

Mientras que el hombre necesita imperiosamente de la verdad, que es el objetivo a alcanzar por las distintas ramas de la ciencia, e incluso por la religión, necesita también vivir de los placeres que brindan las distintas actividades artísticas. Imaginemos que nos faltara la música, por ejemplo, y advertiremos que la vida sería bastante distinta. Mario Vargas Llosa escribió: “Si las novelas son ciertas o falsas importa a cierta gente tanto como que sean buenas o malas y muchos lectores, consciente o inconscientemente, hacen depender lo segundo de lo primero. Los inquisidores españoles, por ejemplo, prohibieron que se publicaran o importaran novelas en las colonias hispanoamericanas con el argumento de que esos libros disparatados y absurdos –es decir, mentirosos- podían ser perjudiciales para la salud espiritual de los indios”.

“En efecto, las novelas mienten –no pueden hacer otra cosa- pero ésa es sólo una parte de la historia. La otra es que, mintiendo, expresan una curiosa verdad, que sólo puede expresarse encubierta, disfrazada de lo que no es”. “Los hombres no están contentos con su suerte y casi todos –ricos o pobres, geniales o mediocres, célebres u oscuros- quisieran una vida distinta de la que viven. Para aplacar –tramposamente- ese apetito nacieron las ficciones. Ellas se escriben y se leen para que los seres humanos tengan las vidas que no se resignan a no tener. En el embrión de toda novela bulle una inconformidad, late un deseo insatisfecho” (De “La verdad de las mentiras”-Alfaguara SA de Ediciones-Buenos Aires 2009).

La lectura requiere una inversión de tiempo y dinero, de ahí que todo individuo, al igual que hace en toda inversión, trata de vislumbrar si ha de ser fructífera para el futuro. Si alguien lee solamente novelas, conocerá una mezcla de verdades y mentiras que posiblemente no le permitirán construir interiormente un esquema cognitivo como el que podrá derivarse del conocimiento de alguna rama de la ciencia. De ahí que, como en todo tipo de actividad, los extremos suelen ser malos. Los “buenos inversores” de tiempo y dinero, en cierta forma temen leer novelas ante la permanente duda de si aquello que leyó era cierto o era sólo una ficción literaria, mientras que encuentran en los libros de ciencia la posibilidad de adquirir conocimientos con bases firmes aunque sólo puedan permitirle una visión limitada de la realidad.

No deben dejarse de lado, sin embargo, las ventajas que ofrece la literatura existente ya que en ella pueden encontrarse las motivaciones que orientarán posteriormente las acciones individuales. “Documentar los errores históricos de «La guerra y la paz» sobre las guerras napoleónicas sería una pérdida de tiempo: la verdad de la novela no depende de eso. ¿De qué, entonces? De su propia capacidad de persuasión, de la fuerza comunicativa de su fantasía, de la habilidad de su magia. Toda buena novela dice la verdad y toda mala novela miente. Porque «decir la verdad» para una novela significa hacer vivir al lector una ilusión y «mentir» ser incapaz de lograr esa superchería. La novela es, pues, un género amoral, o, más bien, de una ética sui géneris, para la cual verdad o mentira son conceptos exclusivamente estéticos. Arte «enajenante», es de constitución anti-brechtiana: sin «ilusión» no hay novela”.

Debido a la influencia que tienen los novelistas en la sociedad, no resulta extraño que hayan sido censurados bajo los sistemas totalitarios. El citado autor agrega: “Los inquisidores españoles entendieron el peligro. Vivir las vidas que uno no vive es fuente de ansiedad, un desajuste con la existencia que puede tornarse rebeldía, actitud indócil frente a lo establecido. Es comprensible, por ello, que los regímenes que aspiran a controlar totalmente la vida desconfíen de las ficciones y las sometan a censura. Salir de sí mismo, ser otro, aunque sea ilusoriamente, es una manera de ser menos esclavo y de experimentar los riesgos de la libertad”.

La novela histórica por lo general tiende a expresar de una manera fiel los acontecimientos, con el agregado del atractivo que puede asociarle el escritor. Irvin D. Yalom escribió: “He intentado escribir una novela que podría haber ocurrido. Sin apartarme más de lo necesario de los hechos históricos, he abrevado en mi experiencia profesional como psiquiatra para imaginar los mundos interiores de mis protagonistas, Bento Spinoza y Alfred Rosenberg. He inventado dos personajes, Franco Benítez y Friedrich Pfister, para que sirvieran de vías de acceso a la psiquis de mis protagonistas. Todas las escenas que los involucran son, por supuesto, ficción”.

“Prácticamente nada se sabe de la reacción emocional de Spinoza al ser expulsado de su comunidad. Mi descripción de su reacción es completamente ficticia pero, en mi opinión, es una reacción posible ante una separación radical de todos aquellos a los que alguna vez había conocido. Las ciudades y las casas que Spinoza habitó, su trabajo de pulir lentes, su relación con los estudiantes, su amistad con Simon de Vries, sus publicaciones anónimas, su biblioteca, y, finalmente, las circunstancias de su muerte y funeral, todo esto tiene bases en la historia”. “Después de todo, como dijo André Gide: «La historia es ficción que en efecto ocurrió; la ficción es historia que podría haber ocurrido»” (De “El enigma Spinoza”-Emecé-Buenos Aires 2012).

De la misma manera en que el docente resulta ser el intermediario entre el alumno y quien crea el conocimiento, el escritor es el que mejor transmite los hechos políticos al gran público. Este ha sido el caso de los disidentes durante el régimen soviético, capaces de sintetizar en una novela toda una realidad vivida por los prisioneros en un campo de concentración. Vargas Llosa escribió: “Quien lee ahora, por vez primera, «Un día en la vida de Iván Denisovich» queda perplejo. ¿Es posible que este breve relato provocara, al aparecer, en 1962, semejante conmoción? Un cuarto de siglo después nadie ignora la realidad del Gulag y los genocidios de la era Stalin, que el propio Nikita Jruschov denunció en el XXII Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética. Pero en 1962, innumerables progresistas del mundo entero se resistían todavía a aceptar aquel brutal desmentido de la quimera del paraíso socialista. El discurso de Jruschov era negado, atribuido a maniobras del imperialismo y sus agentes. En estas circunstancias, A. Tvardovski, con autorización del propio Jruschov, publicó en «Novy Mir» el texto que daría a conocer al mundo a Alexandr Solzhenitsin y marcaría el inicio de su carrera literaria”.

“El relato es, desde el punto de vista formal, de un realismo riguroso que no se toma jamás la menor libertad respecto a la experiencia vivida, muy en línea de lo que fue siempre la gran tradición literaria rusa. Y está impregnado, además, como una novela de Tolstoi, de Dostoievski o de Gorki, de indignación moral por el sufrimiento que causa la injusticia humana. ¿Puede este sentimiento llamarse «socialista»? Sí, sin duda. Una actitud ética y solidaria del pobre y de la víctima, del que por una u otra razón queda al margen o atrás o derrotado en la vida, es la última bandera enhiesta de una doctrina que ha debido arriar, una tras otra, todas las demás, luego de comprobar que el colectivismo conducía a la dictadura en vez de a la libertad y el estatismo planificado y centralista traía, en lugar de progreso, estancamiento y miseria. Por esos extraños pases de prestidigitación que tiene a menudo la existencia, Alexandr Solzhenitsin, el más feroz impugnador del sistema que crearon Lenin y Stalin, podría ser, sí, el último escritor realista socialista”.

La sociedad colectivista quedó plasmada en “1984”, novela aparecida en 1949. Christiane Zschirnt escribió: “El Gran Hermano de Orwell es la autoridad del totalitarismo, que no puede ser vista pero que controla todo. Es el fantasma del control oculto, el espíritu del miedo omnipresente y el demonio de la policía secreta, que aparece a las cuatro de la madrugada en la puerta de la casa para llevarte a la cámara de torturas o al campo de trabajos forzados”. “El gobierno controla a la población mediante vigilancia constante, la manipulación y el lavado de cerebro. Se habla el lenguaje propagandístico Newspeak («neolengua»), en el que los significados originarios devienen en su contrario o son embellecidos…”.

“El gobierno opera con ayuda de sus cuatro ministerios: el de la paz (que se ocupa de la guerra), el del amor (encargado de mantener la ley y el orden), el de la abundancia (competente para los asuntos de la arruinada economía) y el de la verdad (que se dedica a producir las noticias, el entretenimiento y el arte). El Estado espía a sus ciudadanos en todas partes, tergiversa la verdad y falsea la historia” (De “Libros. Todo lo que hay que leer”-Punto de Lectura SL-Madrid 2006).

Resulta llamativo que el propio Orwell, capaz de describir en detalles los defectos de los sistemas colectivistas, haya incluso intervenido en la Guerra Civil Española a favor del bando que habría de profundizar, en caso de vencer, un sistema similar al soviético. En realidad, se trata de una actitud bastante generalizada y que incluye prácticamente a todo el espectro político de izquierda, por cuanto promueve la estatización de los medios de producción y la concentración de poder en el Estado ante la ingenua suposición de que va a ser dirigido por “gente honesta”. En caso de acertar con la ilusión, se logrará un sistema carcelario y mediocre, mientras que en caso de caer en manos de algún dictador, conducirá a una catástrofe social como las ocurridas en varios países. Mario Vargas Llosa escribe al respecto: “El uso tendencioso que las fuerzas políticas conservadoras hicieron, durante la guerra fría, de las ficciones antitotalitarias de George Orwell –«Animal Farm» y «1984»- ha distorsionado la imagen de este escritor, al extremo de que muchos ignoran, hoy, que fue un severísimo crítico de la Unión Soviética y el comunismo, no en nombre del statu quo, sino de una revolución socialista que él creía compatible con la democracia y la libertad, y el único sistema capaz de dar a estos valores un contenido real y compartido por todos los miembros de la sociedad. Ignoran también, que el combatiente voluntario de la República española contra la sublevación franquista, al mismo tiempo que denunciaba los crímenes y la represión en el régimen de Stalin, era un crítico implacable del sistema capitalista y del imperialismo…”.

jueves, 12 de febrero de 2015

Fe sobrenatural vs. razón natural

Ante la evidente crisis moral que afecta a las sociedades actuales, se advierte que la religión tradicional, basada en la fe en lo sobrenatural, no resulta suficiente para revertir la situación. De ahí que sea necesario fortalecerla, no reemplazarla ni destruirla, mediante la religión natural, como un conjunto de ideas y de conocimientos que llega a conclusiones similares con la ventaja de ser accesible a una cantidad de personas bastante mayor. En definitiva, la religión de la fe se sintetiza en unos pocos mandamientos éticos, accesibles a nuestras decisiones, que pueden también ser sugeridos por una religión basada en lo evidente, incluso en aquello que puede ser verificado bajo experimentación.

De la misma forma en que el médico que no puede sanar a un paciente debe aceptar que otro pueda hacerlo, siempre y cuando lo esencial para él sea la vida del enfermo, la institución religiosa que no pueda llegar a la sociedad para mejorar su condición moral, tampoco debe oponerse a que otras lo hagan, siempre y cuando la “salud espiritual” de la población sea para ella lo más importante.

Ante padecimientos originados por enfermedades incurables, accidentes o violencia urbana, se advierte que el sacerdote, pastor o rabino, en lugar de dedicarse a aliviar el dolor de quien sufre, se preocupa por defender la postura filosófica predominante en su religión, casi como si se tratara de un partido político en el cual no se cede fácilmente ante las críticas de los rivales. Harold Kushner escribió: “Es posible que el objeto de la mayoría de las respuestas religiosas no sea tanto aliviar el dolor de la persona sufriente sino defender y justificar a Dios, para persuadirnos de que lo malo es en realidad bueno, de que nuestra aparente desgracia sirve a los designios más grandes de Dios”. “Los libros a los cuales recurrí se ocupaban más de defender el honor de Dios, con pruebas lógicas de que lo malo es en realidad bueno y de que el mal es necesario para que este mundo sea bueno, que de calmar la preocupación y angustia del padre de un niño moribundo. Tenían respuestas para todas sus preguntas, pero ninguna para las mías”.

La religión tradicional de la fe, que supone la existencia de lo sobrenatural, se basa esencialmente en la creencia en un Dios que interviene en los acontecimientos humanos interrumpiendo las leyes naturales, es decir, como si los milagros se sucedieran en forma continua y permanente. Esta visión lleva a serias contradicciones lógicas que hace que sus promotores, para sostenerla, deban recurrir a inverosímiles recursos. Por el contrario, la religión de la razón, al rechazar lo ilógico y lo incoherente, supone que Dios no interviene en los acontecimientos humanos, sino que existen leyes naturales invariantes que deben ser respetadas por el hombre buscando adaptarse a las mismas.

Ante el acontecimiento inesperado, que no respeta méritos ni afiliaciones previas, pueden surgir actitudes de rebeldía contra el Dios, ya que, supuestamente, interviene en los acontecimientos cotidianos pudiendo por lo tanto haber evitado fácilmente alguna tragedia. Jorge Luis Borges escribió: “Ciego a las culpas, el destino puede ser despiadado con las mínimas distracciones…”.

Si tenemos presente la existencia de un mundo regido por leyes naturales, seguramente trataremos de proteger nuestra vida contemplando esa realidad. Por el contrario, quienes suponen que al adoptar una actitud cooperativa hacia los demás estarán exentos de sufrimientos ante la correspondiente protección de Dios, estarán expuestos, no sólo a un exceso de confianza que podrá perjudicarlos, sino a una gran desazón al advertir que el sufrimiento puede ser padecido aun cuando nuestra conducta sea la mejor. Harold Kushner, cuyo hijo padeció una enfermedad incurable, agrega: “Creía que estaba siguiendo los designios de Dios y haciendo Su trabajo. ¿Cómo era posible que le estuviera sucediendo eso a mi familia? Si Dios existía, si era mínimamente justo y, más aún, afectuoso e indulgente, ¿cómo era posible que me hiciera eso?” (De “Cuando la gente buena sufre”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1994).

Si consideramos al sufrimiento como una consecuencia de nuestra desadaptación al orden natural, podremos encontrar un alivio a nuestro dolor estableciendo vínculos afectivos adicionales con personas del medio social, además de las ya existentes en el propio medio familiar. Posiblemente allí encontremos el milagro que antes no sucedió. “El milagro puede ser que la fe de la comunidad sobreviva aún después de comprobar que en este mundo los niños inocentes enferman y mueren. Cuando vemos que gente débil se vuelve fuerte, que gente tímida se vuelve valiente y que gente egoísta se vuelve generosa, sabemos que estamos presenciando un milagro. Yo he visto esos milagros (muchos de ellos me sucedieron a mí). Sospecho que todos los hemos visto”.

Si bien el título del presente escrito muestra un posible antagonismo entre fe y razón, no siempre es así. Por lo general el partidario de la religión tradicional descalifica y rechaza la religión natural, mientras que los partidarios de esta última concentran sus pensamientos y sus esfuerzos en lograr la mejor descripción del mundo real priorizando la obra de Dios y sus leyes a las creencias subjetivas que los hombres podamos tener al respecto. En el Concilio Vaticano I, se manifestó: “Y no sólo no pueden jamás disentir entre sí la fe y la razón, sino que además se prestan mutua ayuda, como quiera que la recta razón demuestra los fundamentos de la ley y, por la luz de ésta, ilustrada, cultiva la ciencia de las cosas divinas; y la fe, por su parte, libra y defiende a la razón de los errores, «la provee de múltiples conocimientos»” (Citado en “Le destronaron” de M. Marcel Lefebvre-Ediciones San Pío X-Buenos Aires 1987).

Entre los intentos por compatibilizar el cristianismo con los conocimientos aceptados en el ámbito de la ciencia experimental, aparece la postura de Pierre Teilhard de Chardin, quien advierte que no sólo existe la evolución y adaptación biológica, sino también una tendencia general que involucra la evolución desde la materia a la vida hasta llegar a la vida inteligente. El citado autor escribió: “La Materia, abandonada a sí misma durante mucho tiempo bajo el juego prolongado y universal de los azares, manifiesta la propiedad de disponerse en grupos cada vez más complejos y, al mismo tiempo, cada vez más revestidos de conciencia; este doble movimiento conjugado de enrollamiento físico e interiorización psíquica continúa, se acelera y se extiende hasta el máximo posible, una vez iniciado”.

“Hasta ahora, en el Hombre sólo hemos considerado el edificio individual: el cuerpo con sus mil billones de células, y sobre todo el cerebro, con sus [cien] mil millones de núcleos nerviosos. Pero el Hombre, al mismo tiempo que un individuo centrado respecto de sí mismo (es decir, una «persona»), ¿no representa un elemento con relación a una síntesis nueva, y mucho más elevada? –conocemos los átomos, suma de núcleos y de electrones; las moléculas, suma de átomos; las células, suma de moléculas…-. ¿No habrá por delante de nosotros una Humanidad en formación, suma de personas organizadas?”.

“Se le ha reprochado a esta «filosofía» que no es más que un concordismo generalizado. A esta crítica, el P. Teilhard responde que conviene no confundir concordismo y coherencia. Religión y Ciencia representan evidentemente, en la esfera mental, dos meridianos diferentes que sería falso no separar (error concordista). Pero esos meridianos han de encontrarse necesariamente en alguna parte, en un polo de visión común (coherencia): de otro modo, todo se hunde en nosotros en el terreno del pensamiento y del conocimiento” (De “Yo me explico”-Taurus Ediciones SA-Madrid 1968).

El Punto Omega de Teilhard, o punto de convergencia entre fe y razón, o entre religión y ciencia, habrá de coincidir esencialmente con el Juicio Final, que ha de ser el punto de encuentro entre ambas corrientes del pensamiento, dejando atrás etapas en que desde la fe se pretendía controlar a la razón o desde ésta someter aquélla. Este punto de encuentro implicará mirar hacia la ley natural bajo “una perspectiva de eternidad” en lugar de mirar solamente a los Libros Sagrados bajo la perspectiva que da la tradición y la fe. Tal punto de encuentro ha de implicar tanto lo afectivo como lo cognitivo, exaltando al amor junto a la verdad, siendo la verdad el vehículo que transporta al amor. Ambas son imprescindibles y podemos imaginar una humanidad que no solamente se vuelca hacia una actitud cooperativa, sino también hacia una actitud contemplativa en respuesta a la conciencia creciente que ha de implicar tal acontecimiento.

La etapa de surgimiento pleno de lo espiritual será la resultante del cumplimiento del mandamiento del amor al prójimo, constituyendo una comunidad de individuos conscientes de tu tarea de adaptación cultural al orden natural en contraste con un agrupamiento de hombres-masa que delegan su libertad ante el tirano que gobierna el Estado totalitario.

Gran parte de los religiosos han desviado su camino creyendo que la lucha esencial no es entre el Bien y el Mal, sino entre fe y razón. De la misma manera en que no existe un vínculo evidente entre virtud y nivel económico, tampoco existe una relación evidente entre virtud y actitud filosófica adoptada en tales cuestiones. Teilhard escribió: “Lo sobrenatural es un fermento, un alma, no un organismo completo. Viene a transformar «la naturaleza»; pero no puede prescindir de la materia que ésta le ofrece”. “La espera del Cielo no puede existir más que si se encarna. ¿Qué cuerpo podremos darle a nuestra espera de hoy?”.

“En el mundo no puede haber dos cimas, como en un círculo no caben dos centros. El Astro que el mundo espera, sin saber todavía pronunciar su nombre, sin apreciar exactamente su auténtica trascendencia, sin poder siquiera distinguir los más espirituales, los más divinos de sus rayos, es por fuerza el mismo Cristo que esperamos nosotros. Para desear la Parusía basta con que dejemos que lata en nosotros, cristianizándolo, el propio corazón de la Tierra” (De “El medio divino”-Taurus Ediciones SA-Madrid 1965).

El punto de encuentro entre ciencia y religión también implicará la transición definitiva desde una religión subjetiva, basada en la fe y en razonamientos derivados de la lectura de los Libros Sagrados, a una religión objetiva, basada en evidencias y en razonamientos establecidos a partir de la observación directa de la ley natural.

lunes, 9 de febrero de 2015

La complicidad de los tibios y de los imparciales

De la misma manera en que el fanatismo por alguna bandería política resulta negativo por cuanto se renuncia a rechazar acciones y actitudes erróneas, el éxito de sectores mal intencionados requiere también de la actitud pasiva de aquellos que se jactan por mostrar cierta imparcialidad negándose a distinguir entre quienes actúan bajo intenciones nefastas y quienes no. Para el imparcial sólo existen dos bandos en disputa, sin hacer distingo entre quien empezó un conflicto o quien está más cerca de lo ético. J. F. Castelli escribió: “Cuando se sabe que la justicia está de una parte, es indecoroso mantenerse neutral”.

Quien responde con cierta vehemencia ante una injusticia, es calificado por el neutral como el único culpable, mientras que quien inició el conflicto queda encubierto bajo la vistosa reacción. Durante una entrevista efectuada al escritor Ernesto Sabato, el interlocutor comenta que algunos lo consideran una “persona violenta”, respondiendo que no lo es, sino que “cuando se me ataca con munición gruesa, respondo de la misma forma”. Pedro Calderón de la Barca escribió: “Si la neutralidad sigo, a andar solo me condeno, porque el neutral nunca es bueno para amigo ni enemigo”.

El caso más ilustrativo de esta actitud fue la reacción desmedida con la que Zidane responde al agravio personal por parte de un jugador italiano, en la final del Mundial de Fútbol de 2010. En ese caso, debe decirse que “violento” es el que inicia el conflicto con la agresión verbal, mientras que la victima de tal agresión es quien responde exageradamente, sin que por ello se lo deba considerar una persona violenta. Si no se tiene en cuenta este aspecto, como lo hace el observador “imparcial”, se advierte erróneamente la situación como que “una persona violenta aplica un cabezazo a una persona pacífica y normal”.

Durante la final del 78, un jugador holandés, que hablaba español, en una actitud similar, provoca a Leopoldo J. Luque hablándole sobre su hermano recientemente fallecido, buscando una reacción fuerte para que fuera luego expulsado. Esta vez, el jugador argentino adopta una actitud distinta a la de Zidane. En lugar de tener como objetivo el triunfo argentino, agregó otro objetivo adicional: que perdiera Holanda, quedando doblemente motivado para la lucha deportiva.

La reacción inmediata, o en el corto plazo, puede muchas veces impedir la violencia posterior, mientras que en el largo plazo ya no puede considerarse reacción, sino venganza, con lo que comienza una violencia que no tiene fin. En ello se observa la delgada línea que divide el bien del mal. Morris West escribió: “En un momento crítico, los hombres y las mujeres buscan instintivamente soluciones pragmáticas: el juego de poder de la diplomacia y la presión económica. Cuando estos recursos fracasan, el método siguiente e inevitable es la represalia: la respuesta violenta ante el acto violento. Tan pronto se da ese paso, el resto del escenario es inevitable. Una muerte determina otra, y la violencia se agrava en una curva exponencial por referencia a las dimensiones de una amenaza global”.

El dilema al que nos enfrentamos casi cotidianamente implica elegir entre dos alternativas igualmente negativas, debiendo optarse por la que nos parece menos mala. “Descubrí que la sencilla pregunta se había convertido en un enigma más complejo y terrorífico que lo que yo había esperado: Si actúo, me convierto en uno de ellos. Si no actúo, llego a ser su esclavo” (De “Desde la cumbre”-Javier Vergara Editor-Buenos Aires 1996).

Bajo el slogan utilizado por religiosos acerca de que “todos somos pecadores”, en cada conflicto existente no se distingue entre culpable e inocente, o entre agresor y agredido, sino que se trata de un conflicto en el cual se enfrentan “dos pecadores”. De esa forma, en lugar de ser la Iglesia una institución que tiende a favorecer el bien, actúa como una encubridora de culpables que tiende a favorecer el mal. Si se le perdonan sistemáticamente las malas acciones a quienes ni siquiera hacen el menor intento por corregirse, se les está induciendo a perseverar en el mal. Tal actitud se admite generalmente en un partido político que busca lograr la mayor cantidad de votos posibles, pero no en instituciones que tienen por finalidad favorecer el bien y desalentar el mal.

Tanto el relativismo moral como el cultural tienden justamente a amparar las actitudes erróneas por cuanto se supone que “no existe el bien ni el mal” en sentido absoluto, ni mucho menos actitudes personales que orienten a los individuos hacia tales tendencias. Mientras que para la Iglesia “somos todos pecadores”, para el relativista moral “nadie es pecador ni nadie es justo” sino que todo depende de las circunstancias, por lo cual se termina absolviendo a quien inicia un conflicto y se culpa a quien reacciona al mismo.

Como generalmente se considera violento y culpable al que habla en voz alta, hay gente que trata de hablar en forma suave y pausada simulando una actitud noble y pacífica, aunque a la vez esté inoculando veneno e ironía a través de sutiles mensajes, mientras que quien los recibe se verá presionado a responder como una persona mal educada.

Las palabras sirven muchas veces para enmascarar actitudes y para poner a todos en un mismo nivel, tal es el caso del que ataca primero con las mismas palabras que luego ha de recibir con justicia por sus acciones deshonestas. Este cinismo aparece en las sugerencias de Joseph Goebbels: “Transponer al adversario todo aquello de lo que puedan acusar a uno. Ganarles de mano”.

También en el caso del terrorismo se adopta cierta imparcialidad al no distinguir claramente entre agresor y agredido. Gustavo D. Perednik escribió: “Adolfo Pérez Esquivel encabezó una solicitada del 21 de septiembre de 2001, fecha en la que……correspondía solidarizarse con el pueblo norteamericano, que había sido objeto de una feroz agresión. Por el contrario, la mentada solicitada explicaba que la respuesta a «un ataque demencial no puede ser el terrorismo de Estado contra los pueblos». Es decir, que si EEUU lanzaba una operación contra Afganistán, en donde se refugiaba Bin Laden, sería ipso facto terrorista. En cuanto a Bin Laden, bueno, fue sólo «demencial». El mismísimo adjetivo pareciera condonar el crimen. Habrá que pedir que Osama sea internado en un psiquiátrico, pero a Bush hay que castigarlo por cómo iba a responder” (De “Matar sin que se note”-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2009).

En la Argentina se da el caso de que hombres nacidos en este suelo simpatizan con Estados que provocaron atentados terroristas en su propia patria, como es el caso de Irán. Llega a tanto el sentido de la “imparcialidad” que tienden a favorecerlos. El citado autor escribió: “D’Elia, junto con el Diputado Mario Cafiero y el sacerdote Luis Farinello, viajaron a Teherán para reunirse con el presidente Ahmadineyad. El 28 de febrero de 2007 le entregaron un documento de apoyo”. “Apoyan explícitamente, de Irán, su plan nuclear”. “Entre los firmantes del documento que dejaron en Teherán, están Hebe de Bonafini y Nora Cortiñas (la de la otra línea), los cineastas Fernando «Pino» Solanas y Alejandro Fernández, los escritores Osvaldo Bayer y Eduardo Pavlovsky. Con tantas muestras de apoyo, el 30 de agosto de 2007 Irán aceptó, por primera vez, dar una pequeña respuesta sobre la causa AMIA, aunque sea un guiño”.

Los terroristas de los años 70, varios de los cuales forman parte del gobierno nacional, advirtiendo la cantidad dominante de “imparciales” existente en la población, crearon la “ley antiterrorista” mediante la cual se ha de castigar, por ejemplo, al economista que crea “terror” en la población cuando afirma que el dólar va a duplicar su valor en cierto tiempo, y así se lo coloca al mismo nivel de quienes colocaban bombas y cometían secuestros extorsivos y asesinatos.

Entre los factores destructivos del sistema educativo puede mencionarse la tendencia a considerar “igualitariamente” la palabra del alumno a la del docente luego de que surge algún conflicto. Por lo general, algunos alumnos van a la escuela con pocas ganas de hacerlo y tratan de divertirse recurriendo a lo que no está permitido, mientras que los docentes van con otra actitud y otros objetivos, de ahí que resulta inadecuada la postura del directivo imparcial que no presume la culpabilidad de uno ni la inocencia del otro.

Los tibios e imparciales, se consideran justos y equitativos por cuanto nunca toman partido por nada, ni por el bien ni por el mal. Esta actitud favorece el ascenso de políticos totalitarios que tratan de imponer sistemas políticos y económicos que favorecen tan sólo a quienes administran el Estado. Aplicando la sugerencia de Goebbels antes mencionada, se han adjudicado al sistema democrático todos los aspectos y atributos negativos con que, con justicia y verdad, caracterizan al totalitarismo.

Gran parte del problema asociado a nuestra adaptación cultural al orden natural estriba en la resolución del conflicto entre en bien y el mal. Mientras que el bien está asociado a la cooperación y a la actitud del amor, el mal está asociado al odio con la complicidad del egoísmo y de la negligencia. Así, el tibio es el egoísta que carece de empatía suficiente y pretende asimismo pasar por virtuoso encubriendo su indiferencia bajo un falso sentido de la justicia. “La indiferencia es la disposición de quien se halla en estado de completa neutralidad afectiva con respecto a otro o a los demás en general; en particular, que es insensible a lo que de feliz o desgraciado acontezca a sus semejantes” (Del “Diccionario del Lenguaje Filosófico” de Paul Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1967).

También los indiferentes tratan de esconder su egoísmo a través de una sobreactuación o exageración afectiva. E. Mounier escribió: “Los emotivos-activos-primarios engañan con la cordialidad que a los cuatro vientos distribuyen: su egoísmo de «buen chico» es una confesión de indiferencia: expresa su desprecio en la propia inflación de sus sonrisas” (Del “Diccionario del Lenguaje Filosófico”).

El bien y la verdad asociados a la interacción social, se dan simultáneamente, ya que para conocer a alguien debemos necesariamente compartir su actitud y sus afectos. Edgar Alan Poe escribió: “Cuando quiero saber cuán sabio, o cuán estúpido, o cuán bueno o cuán malvado es alguien, o cuáles son sus pensamientos en ese momento, adecuo la expresión de mi rostro lo más exactamente posible a la expresión del suyo, y luego espero a ver qué pensamientos o sentimientos surgen en mi mente o en mi corazón, que se adecuen o correspondan con mi expresión” (De “La carta robada”).