sábado, 28 de noviembre de 2015

Pagamos entre todos vs. paga quien lo consume

La siempre presente discusión política y económica entre los partidarios del Estado de bienestar contra los partidarios del liberalismo económico, puede visualizarse como un enfrentamiento entre quienes proponen que todos contribuyan haciendo aportes a una caja común, el Estado, para que luego éste redistribuya equitativamente entre los distintos ciudadanos, en oposición a quienes sostienen que cada uno debe hacerse responsable por sus propios gastos.

Como ejemplo puede citarse el transporte de pasajeros subvencionado, que permite que el usuario pague un porcentaje pequeño del costo real mientras que el resto es aportado por el Estado a las empresas. Para hacer más sencillo el razonamiento, supongamos que el costo sea nulo para el usuario. Luego, se tiene la sensación de que se trata de un servicio gratuito. En realidad, alguien lo ha de pagar. En este caso puede decirse que lo pagamos entre todos, aunque cada individuo suponga que el costo sea nulo.

¿De qué forma nos afectará tal servicio “gratuito”? En primer lugar, el Estado ha de desviar recursos económicos que ya no podrán utilizarse en otros servicios. La cantidad de recursos disponibles para el sector seguridad, salud o educación, se verá disminuido por el desvío de fondos hacia el sector transporte. Puede decirse que todos contribuimos para pagarle el pasaje diario a todos los demás usuarios, en lugar de ser cada uno responsable por el pago de su propio pasaje.

Existen inconvenientes por cuanto un sector de la población no utiliza tal medio de transporte. Sin embargo, se verá obligado por el sistema del “pagamos entre todos” a pagar (indirectamente) el pasaje cotidiano de quienes sí lo utilizan con frecuencia. En este desequilibrio se observa que alguien se beneficia y alguien se perjudica, mientras que, en caso del “paga quien lo consume”, nadie se verá obligado a pagar por algo que no utiliza.

La sensación de gratuidad, o la certeza de que los demás pagan por uno, lleva al abuso en el consumo, tal el caso de los combustibles, como el gas y la luz. Se incrementa el derroche, o el consumo excesivo, aunque toda la sociedad predique que debemos cuidar el medio ambiente no contaminándolo con el consumo excesivo de energía. Como los precios los establece el Estado, generalmente cercanos al costo, para que la medida sea políticamente efectiva, debe subsidiar a las empresas energéticas, que poco interés tendrán por hacer nuevas inversiones en el sector. Esta ha sido la causa principal de la pérdida del autoabastecimiento energético de la Argentina durante el kirchnerismo.

La sociedad en la que “pagamos entre todos” constituye el Estado de bienestar, o Estado benefactor. Henry Hazlitt escribió: “El sector coercitivo está constituido por los bienes suministrados a los individuos sin contemplar sus apetencias, por medio de los impuestos que se le aplican. Y puesto que este sector crece a expensas del sector voluntario, llegamos a la esencia del Estado benefactor”.

“En tal Estado, ninguno paga la educación de sus propios hijos, sino que todos pagan la educación de los hijos ajenos. Ninguno paga sus propias cuentas de médico, pero todos pagan las cuentas de médico correspondientes a los demás. Ninguno presta ayuda a sus propios padres ancianos, sino que todos la prestan a los miembros restantes de la comunidad. Ninguno hace previsiones para las contingencias de su propia desocupación, enfermedad, vejez, sino que todos atienden al desempleo, enfermedad y vejez de todos los demás. El Estado benefactor, como lo dijo Bastiat con misteriosa clarividencia hace más de un siglo, es la gran ficción por intermedio de la cual todos intentan vivir a expensas de todos los demás”.

Desde el punto de vista ético, al menos en una primera impresión, no aparecen fallas visibles en esta tendencia social. Sin embargo, es necesario ver las cosas desde el punto de vista de los resultados económicos y ahí se advertirán fallas que lo hacen éticamente criticable. Hazlitt agrega: “Esto no sólo es una ficción; está destinado al fracaso. Fin que, con seguridad, ha de resultar siempre que el esfuerzo quede separado de la recompensa. Cuando la gente gana más de lo común se encuentra con que su «excedente», o la mayor parte de él, le es quitado en forma de impuestos, y cuando la gente que gana menos de lo común se encuentra con que la deficiencia, o gran parte de ella, le es entregada en forma de donación o repartos, la producción de todos tiene que declinar abruptamente, pues los enérgicos y capaces pierden incentivo para producir más de lo común, y los haraganes e inhábiles pierden incentivos para mejorar de situación” (De “El Estado y la libertad”-Centro de Estudios sobre la libertad-Buenos Aires 1965).

Debe hacerse una distinción entre el Estado de bienestar y el populismo, ya que no son la misma cosa. El vínculo entre ambos puede establecerse a partir de la siguiente relación:

Populismo = Estado de bienestar + Irresponsabilidad + Corrupción

Los países en los cuales se idolatra a los “redistribuidores de lo ajeno”, y no a quienes producen para realizar posteriores intercambios, están destinados a vivir en el subdesarrollo. Romualdo Brughetti escribió: “Escuchemos al doctor René Favaloro, un representante de la generación de 1945: «No podíamos entender que la dádiva, la demagogia y el acomodo se convirtieran en estilo de vida. ¡Cómo nos dolían aquellos actos públicos donde estudiantes recibían bicicletas, motonetas y hasta automóviles como pago por su obsecuencia! Siempre recordaré la visita de Eva Perón a nuestro hospital para inaugurar un pabellón. Se realizó, como era costumbre en aquellos tiempos, un gran acto público. Desde el segundo piso observábamos con estupor el reparto de dinero, entiéndase bien, billetes de dinero, entre gente que se agolpaba frente al palco. Cuando se terminaban, sus adláteres, desde atrás, le alcanzaban nuevos fajos que volvía a distribuir en medio de cánticos y vítores…». No era, ciertamente, concluye Favaloro, la manera de solucionar los problemas sociales” (De “Repensar la Argentina”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1995).

La mentalidad del corto plazo hace que no se tenga en cuenta el futuro, por lo cual se excluyen los gastos de mantenimiento y de posibles inversiones. Eduardo L. Yeyati y Marcos Novaro escriben respecto a la etapa kirchnerista: “Por ejemplo, los trenes. Invertimos en el stock inicial (infraestructura y material rodante: vías, trenes, señales, talleres de reparaciones, trabajadores calificados) y concesionamos el servicio. Luego maximizamos la renta: congelamos tarifas y compensamos apenas lo necesario para pagar los costos corrientes (sueldos, mantenimiento mínimo) sin margen para la inversión ni para la amortización. De este modo, lo no gastado en mantenimiento y amortización se traslada (mediante una tarifa baja) al usuario, es decir, a la población que, feliz, se siente más rica. Hasta que el deterioro natural de las vías o los coches envejecidos reducen la calidad y la seguridad del servicio. Entonces nos preguntamos: ¿Por qué no renovamos las vías y los coches? Porque nos comimos la renta y hoy no tenemos dinero para hacerlo”.

“Otro ejemplo: la energía. Las petroleras invierten en exploración para encontrar reservas de petróleo y gas. Cuando las encuentran perforan y, si efectivamente están ahí, las extraen. El costo de extracción, una vez instalada la tubería y los equipos de producción es relativamente bajo; la operación es, en apariencia, pura renta. Si entonces maximizamos la apropiación de esta renta por la población a expensas de la renta del productor –por ejemplo, pagando al productor un precio bajo- las familias y las empresas (en fin, los votantes) se benefician en tener nafta y energía baratas. Pero la renta así calculada (ingresos por venta de petróleo menos costo de extracción) ignora el gasto de exploración y desarrollo. Con los precios pisados, el productor puede ganar más de lo que gasta en extraer el petróleo o el gas, pero menos de lo que le cuesta encontrarlo. Entonces deja de explorar y perforar. Así, nos consumimos el stock de reservas viejas y nos sentimos ricos por un tiempo. Hasta que el pozo se agota” (De “Vamos por todo”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2013).

Los subsidios otorgados por el Estado, no sólo involucraron a los sectores energéticos y transportes, sino al sector alimenticio. Maximiliano Montenegro escribió al respecto: “La multinacional Cargill es una de las cinco mayores corporaciones norteamericanas y la principal comercializadora de granos del mundo, con operaciones en 66 países. Es difícil rastrear otro país donde reciba subsidios del Estado, como sucede en Argentina”. “Con la excusa de los convenios para frenar la escalada inflacionaria, el Gobierno benefició con millonarias «compensaciones» a los actores más poderosos de la cadena agroindustrial. Según una investigación especial realizada para este libro, las cerealeras trasnacionales Cargill y Nidera fueron dos de las firmas más favorecidas por la asistencia estatal. Entre las compañías locales se destacan Grobocopatel, Molinos Río de la Plata, Mastellone, Sancor, y empresas con aceitados vínculos políticos como Aceitera General Deheza y Molinos Cañuelas. En teoría, el selecto club que embolsó la mayor tajada de las subvenciones debía contener los precios de alimentos básicos como harina, aceites, lácteos y pollo, algo que sólo ocurrió en los papeles del INDEC” (De “Es la eKonomía, estúpido”-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2011).

La falta de inversiones productivas impide la creación de nuevos puestos de trabajo. De ahí que el Estado comenzó a incorporar pseudo-trabajadores que fueron incrementando el gasto público en forma desmesurada. Para cubrir tales gastos (subsidios y sueldos), el Estado debió imprimir billetes en exceso favoreciendo el proceso inflacionario que, como todos los desaciertos del Estado, “lo pagamos entre todos”. El nivel de pobreza llega al 26%, aunque el kirchnerismo tenga la habilidad (o el cínico descaro) de publicitar una labor que es exactamente contraria a la realidad.

Los slogans kirchneristas resultaron totalmente opuestos a lo que afirman, si bien les han servido para ganar elecciones y afianzar el estancamiento del país. Montenegro cita los siguientes: “La pobreza disminuyó ininterrumpidamente en la era K”. “Los trabajadores en negro recuperaron poder de compra como nunca en la historia”. “El Estado K cobra más impuestos a los que más ganan”. “El gasto público privilegia a los más pobres”. “Se intervino el INDEC para pagar menos a los acreedores”. “Se quebró la lógica de favorecer a los organismos internacionales”. “Los jubilados nunca estuvieron mejor”. “El modelo productivo diversificó las exportaciones”. “Se luchó contra la concentración económica”. “Resurgió el capital nacional y se disciplinó a las empresas extranjeras, que no ganaron tanto como en los noventa”.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

El legado de Marco Tulio Cicerón

Si se busca determinar al pensador romano más representativo e influyente en el mundo antiguo, posiblemente Marco Tulio Cicerón pueda ocupar ese lugar. Consideraba prioritaria a la ley natural como guía y referencia que debe adoptar el hombre, estableciendo un punto de vista cercano al de la religión natural. En cierta forma, se anticipa a la religión del futuro, en la que seguramente ha de predominar una teología directa en lugar de las teologías indirectas que tantos conflictos han generado.

Las religiones tradicionales, que requieren intérpretes e intermediarios entre Dios y el hombre, por lo general ignoran la existencia de leyes naturales invariantes, que son algo concreto y objetivo, si bien presentan cierta dificultad para describirlas e interpretarlas adecuadamente. Joseph S. Roucek escribió: “Este descollante teórico de la política del periodo romano no fue particularmente original en sus ideas políticas, pero sus conceptos sobre la justicia y la ley natural influyeron en la jurisprudencia de Roma, y sobre todo en los juristas posteriores al Imperio y en los primeros cristianos”.

“Las ideas de Cicerón sobre la unidad mundial y un derecho y autoridad universales, ocuparon el proscenio político a lo largo de la Edad Media, y aún hoy se reflejan en experimentos modernos como la Liga de las Naciones, las Naciones Unidas y las diversas propuestas de gobierno mundial”.

“Consideraba que el Estado es el resultado natural de los instintos sociales del hombre, con lo cual seguía, en líneas generales, a los estoicos, para quienes el Estado era una institución racional y conveniente; pero se apartaba de ellos al concebirlo como una entidad política, diferenciada de la sociedad en general; establecía, además, una distinción entre Estado y gobierno: la autoridad política suprema le era asignada al pueblo en su conjunto, y el gobierno era su agente”.

“Para Cicerón la monarquía era la mejor forma de gobierno, le seguía la aristocracia, y la democracia era la menos conveniente; pero él se inclinaba por una forma mixta y veía en el sistema republicano de Roma un buen ejemplo de los métodos de control y de equilibrio indispensables para la estabilidad y el buen gobierno”.

“El aporte decisivo de Cicerón fue, empero, su idea de la ley natural. Siguiendo a Platón en su aserto de que los principios del derecho y la justicia son eternos, y a los estoicos en su afirmación de que existe en la naturaleza una ley universal suprema, Cicerón estableció que cualquier ley sancionada por el hombre o costumbre practicada por el pueblo que no se ajuste a la ley natural, es ilegítima e inválida; y aunque el hombre puede ser forzado, por el poderío físico de que disponen sus gobernantes a acatar decretos que contravienen la naturaleza, no tiene la obligación moral de hacerlo. Cicerón estaba en radical discrepancia con Aristóteles y subrayaba la capacidad de raciocinio humano para conocer la ley natural. Básicamente, era un aristócrata, tanto por su temperamento como por su actividad práctica, y destacó de continuo la necesidad de que los ciudadanos eminentes ocuparan posiciones influyentes en la estructura política” (De “Antología del pensamiento político”-Editorial Fraterna SA-Buenos Aires 1984).

La calificación de “aristócrata” se reserva a quien busca atributos éticos preeminentes, es decir, que busca ser el mejor adoptando como referencia la ley natural, en lugar de las arbitrarias calificaciones que establece la gente y que por lo general favorecen el liderazgo, no del mejor, en el sentido considerado, sino del más poderoso o adinerado. George G. Catlin escribió: “Cicerón analizó, en su carácter de constitucionalista liberal –tan liberal como podía serlo un romano-, la manera de mantener el sistema republicano de Roma, que peligraba entre las apasionadas fuerzas de los optimates o dictadura de la clase adinerada bajo un Sila o un Pompeyo, y la dictadura del proletariado bajo un Graco, un Mario o un Julio César; al hacer su análisis volvió a utilizar los argumentos de Polibio, defendiendo el sistema por ser una constitución mixta y por consiguiente una de las mejores que se hubieran conocido hasta entonces”. “La posición en que se coloca Cicerón para estudiar el orden social es la de una teoría de la ley –posición absolutamente distinta de todas las griegas anteriores. «¿Qué es una civitas, sino una sociedad regida por la ley?»”. “Una sociedad o un pueblo no es un mero agregado de personas. Es «un conjunto unido por un común sentido del derecho y por la comunidad de utilidades»”.

“La república es una congregación natural de hombres. Siguiendo a Aristóteles, Cicerón afirma que la raza humana no está constituida por ermitaños o por solitarios peregrinos. Esta naturalidad de la vida cívica es importantísima para Cicerón, dado que él concuerda con los estoicos en que nuestro mayor bien está en vivir de acuerdo con la naturaleza, esto es, de acuerdo con los preceptos racionales de la sana psicología humana” (De “Historia de los filósofos políticos”-Ediciones Peuser-Buenos Aires 1956).

Puede sintetizarse el pensamiento ciceroniano en un breve párrafo asociado a la ley natural: “El universo entero ha sido sometido a un solo amo, a un solo rey supremo, al Dios todopoderoso que ha concebido, meditado y sancionado esta ley. Desconocerla es huirse a si mismo, renegar de su naturaleza y por ello mismo padecer los castigos más crueles aunque escapara a los suplicios impuestos por los hombres”.

Puede decirse que su visión del mundo resulta compatible con la actual; derivada de la ciencia experimental, y por la cual se supone que todo lo existente está regido por alguna ley natural. Incluso el propio ser humano no escapa a ese ordenamiento. De ahí surge el principio de solución de los conflictos religiosos, ya que brinda un marco de referencia adecuado para valorar las distintas propuestas, siendo la mejor religión, o la “verdadera”, la que resulta compatible con la ley natural que rige a todos y a cada uno de los hombres.

También tiende a solucionar el conflicto de las leyes humanas, que constituyen el Derecho, cuando las valora en función de su compatibilidad con la ley natural, ubicándolas en un lugar secundario respecto a las leyes de Dios. De ahí que se trata de una postura coincidente con la de la religión natural, por lo que resulta enteramente compatible con el cristianismo. Aunque Cicerón es anterior a Cristo, es posible afirmar que el pensador romano hubiese aceptado la, entonces, nueva religión. La posterior adopción del cristianismo por parte de Roma no debe sorprender si se tienen presentes las palabras de Cicerón. Guillermo Fraile escribió: “Al estoicismo debe también su clara distinción entre dos clases de leyes, la natural y la civil. La ley natural es anterior y superior a las civiles, que son el fundamento del derecho positivo. La ley natural se basa en la naturaleza misma del hombre, que ha sido dotado por Dios de razón, y por tanto, es universal para todos los hombres”.

“Entre la ley natural y la civil pone Cicerón como intermedio el ius gentium, que consiste en el conjunto de normas generales, admitidas por todos los pueblos, y que toman su valor y su fuerza obligatoria de la misma ley natural, de la cual son una aplicación inmediata a la vida del hombre constituido en sociedad” (De “Historia de la Filosofía” (I)-Biblioteca de autores cristianos-Madrid 1965).

La importancia que tiene para el hombre el conocimiento de las leyes que lo rigen, es la misma que la que tiene para el deportista conocer el reglamento de su deporte o para el ingeniero conocer las leyes físicas en las que se basa su profesión. Así, antes de construir un edificio es imprescindible conocer las leyes de la estática y de la resistencia de materiales.

Lo que para el profesional es evidente, no resulta así para el ser humano. Mientras que algunos suponen que el hombre viene ya con un “manual de instrucciones”, materializado en las alianzas asociadas a la religión revelada, desde la religión natural se supone que el hombre mismo es el que debe conocer las leyes naturales mediante la observación y la razón, siendo las principales las que caen en el ámbito de la psicología y de la psicología social.

Los romanos, a diferencia de los griegos y de los egipcios, se caracterizaron por su sentido práctico. Mientras los últimos construían monumentos con utilidad simbólica o artística, las grandes obras romanas, como los caminos y los acueductos, eran de utilidad práctica para todo el pueblo. De ahí que un filósofo destacado como Cicerón apunte sobre todo a la acción dejando en un segundo plano a la especulación filosófica. Tenía presente que bueno es quien hace el Bien, y no el que no hace el Mal. Al respecto escribió: “Varias son las causas por las que los hombres faltan a la defensa de otros y abandonan este deber: o no quieren buscarse enemistades, fatigas, gastos: o bien por negligencia, pereza o flojedad…”.

“Consiguen un género de justicia, que consiste en no causar daño a otro, pero pecan contra otro género de justicia, pues, impedidos por el ansia de aprender, abandonan a aquellas personas a quienes tienen que amparar. Y piensan que no deben desempeñar cargos públicos más que forzados. Mejor sería que esto se cumpliera voluntariamente, porque lo que se hace con rectitud en tanto es justo en cuanto es voluntario”.

“Hay también quienes por la dedicación excesiva a sus intereses privados, o por cierta animadversión hacia la gente, dicen que están empleados en sus cosas, y de esta forma en apariencia no hacen daño a nadie. Éstos se ven libres de una injusticia, pero caen en la otra: abandonan la sociedad humana, a la que no prestan ni preocupaciones, ni obras, ni dinero” (De “Sobre los deberes”-Ediciones Altaya SA-Barcelona 1997).

La ausencia de pensamientos filosóficos hace que un individuo viva encerrado en los muros de la ignorancia, por lo que la visión del hombre se amplía enormemente cuando busca el conocimiento por el conocimiento mismo. De ahí que Cicerón se propone popularizar la filosofía griega, ya desarrollada, para que el ciudadano romano amplíe su dimensión intelectual. James E. Holton escribió: “Estadista y serio estudioso de la filosofía, Cicerón trató de poner en sus escritos todo su considerable talento y experiencia de retórico al servicio de la filosofía, al servicio de lo que llamó «el don más rico, más pletórico y más exaltado de los dioses inmortales a la humanidad». Su tarea, como él la entendió, era introducir en Roma la filosofía. Por filosofía quería decir no las enseñanzas dogmáticas de esta o aquella escuela en particular, sino un modo de vida. La tarea no era fácil. La filosofía siempre es vista con «desconfianza y desagrado» por la mayoría de los hombres, y en particular por aquellos cuyos gustos van más a favor de lo práctico que de lo especulativo. Es particularmente sospechosa si se supone que sus orígenes son extranjeros. La dificultad normal de introducir aquello que en todos los tiempos va en contra del gusto y el pensamiento del pueblo se complicó así más, para Cicerón, por el hecho de que esta enseñanza era de origen griego. Hemos de tomar en cuenta que Cicerón necesitaba tocar con cuidado las sensibilidades romanas y ofrecer una justificación convincente de la existencia de la filosofía en Roma, si queremos apreciar el grado de circunspección con que se sintió obligado a abordar su tarea” (De “Historia de la filosofía política” de Leo Strauss y Joseph Cropsey-Fondo de Cultura Económica-México 1996).

domingo, 22 de noviembre de 2015

Pena de muerte para delincuentes y para inocentes

En el pasado, las discusiones acerca de la legitimidad y de la conveniencia, o de la ilegitimidad y de la inconveniencia, de aplicar la pena de muerte, se asociaban a los delincuentes. En los últimos tiempos, por el contrario, se advierte que sectores numerosos de la sociedad aceptan y convalidan la pena de muerte aplicada a personas inocentes, aunque integrantes, eso sí, de alguna etnia, clase social o religión considerada “culpable” por los males padecidos por una nación. Este es el fundamento de los distintos totalitarismos que basan sus acciones en la eliminación de las “razas inferiores” (nazismo), de la “clase social perversa” (marxismo-leninismo) o de los “infieles” (totalitarismo teocrático).

Se considera “pena de muerte” no solamente a la aplicada por el Estado, sino a la promovida por la opinión pública contra sectores a los que se odia intensamente. Esto se advierte en los festejos y en las manifestaciones de alegría de grupos islámicos luego de los atentados de París, o de la izquierda política luego de los atentados contra las torres de Nueva York. El apoyo popular de la opinión pública al terrorismo resulta ser algo característico de los siglos XX y XXI.

Desde el pasado remoto ha habido violencia y guerras, aunque se convencía previamente a la población de que se trataba de una guerra justa, por buenas razones y contra el enemigo común. En cierta forma, los diversos totalitarismos (étnico, clasista o teocrático) convencen a sus adeptos en forma similar, pero en la actualidad resulta bastante evidente que los atentados terroristas no distinguen entre personas inocentes y culpables. El nivel de odio supera ampliamente al amor propio que pueda tener un terrorista, ya que prefiere perder su vida en un atentado con tal de que mueran, y que sufran, muchas personas inocentes.

A la pena de muerte asociada a los totalitarismos, se le debe agregar la implantada por la delincuencia común dentro de cada sociedad, y que tiene, por lo general, una mayor incidencia. En este caso, la gente tiende a oponerse a la pena de muerte aplicada, por parte del Estado, al peligroso delincuente, abogando por su reinserción social con el riesgo concreto de volver a reincidir en el delito, lo que implica que no se opone a la pena de muerte que el delincuente pueda imponer a las personas inocentes.

Se habla de igualdad y de derechos humanos, casi siempre contemplando la situación del delincuente, ya que, cuando se promueve su reinserción social, en lugar de una pena o de un encierro, se ignoran los derechos a la vida de la persona inocente, que por lo tanto ya no resulta ser, al menos, “igual” al delincuente, sino inferior, con menores derechos humanos.

Existen dos posturas extremas respecto de la pena de muerte aplicada por el Estado; la de los sectores conservadores, por una parte, y la de los socialdemócratas, por la otra. En el primer caso, expresan su opinión poniéndose en el lugar de la víctima inocente, mientras que en el segundo se ponen en el lugar del delincuente. Randall Collins escribió: “Uno de los puntos de vista sobre el delito sostiene que los delincuentes son simplemente malas personas; la única forma de tratar con ellos es castigándolos. Cuantos más delitos haya, más enérgicas deben ser las medidas a tomar para contrarrestarlo. Esta posición ha sido sostenida durante varios siglos y vuelve a formularse en la actualidad”.

“Pero los castigos brutales no funcionaron. El delito siguió ocurriendo igual y en una proporción impresionante, por cientos de años, a pesar de los ahorcamientos y las mutilaciones. ¿Cómo es posible, si la gente se arriesgaba a sufrir esos castigos? Es muy probable que esto sucediera porque los castigos mismos vuelven a la gente insensible”. En cuanto a la segunda postura, agrega: “¿Por qué alguien entraría al camino del delito y qué se podría hacer para ayudarlo a que salga de allí? Ha habido muchas respuestas a estas preguntas. Una de ellas es que los delincuentes son personas que se relacionan con malas compañías”. “Una explicación similar es la que sostiene que los delincuentes provienen de hogares destruidos y de vecindarios que se vienen abajo”.

“En lo que se refiere a los hogares destruidos y los vecindarios que se vienen abajo, hay trabajadores sociales y proyectos de renovación urbana. En cuanto a la falta de oportunidades de movilidad social, se proponen diversos esfuerzos orientados a mejorar las posibilidades de los más desfavorecidos, mantenerlos en la escuela por más tiempo, ofrecer servicios de recuperación, y cosas similares”.

“Todo esto es muy altruista, pero presenta una gran desventaja. Sencillamente no ha funcionado demasiado. Los programas sociales liberales [socialdemócratas para Europa y Latinoamérica] ya han estado en vigencia durante décadas y la tasa de criminalidad no ha bajado. Al contrario, el índice general de delitos, en proporción con la población, se ha incrementado en los últimos veinte años. Aparentemente, ninguno de los programas sociales para prevenir el delito tuvo mucho éxito” (De “Perspectiva sociológica”-Universidad Nacional de Quilmes Editorial-Bernal, Provincia de Buenos Aires 2009).

Si el castigo, sin apoyo psicológico, no soluciona el problema delictivo, porque sólo se piensa en las víctimas del delito, la ausencia de castigo, aun con ese apoyo, tampoco lo soluciona, porque sólo se piensa en el delincuente. De ahí que el encierro con apoyo al delincuente parece ser la mejor alternativa, aunque ello no vaya a solucionar el problema definitivamente. El objetivo práctico implica determinar lo que conviene hacer mientras que se busca el mejor resultado posible, en lugar de intentar el resultado óptimo de llegar a una sociedad sin delitos ni violencia, objetivo que por el momento no parece posible alcanzar.

Quienes argumentan que el auge de las comunicaciones masivas hace que nos parezca que la delincuencia aumenta, cuando en realidad se trata de lo que casi siempre ocurrió, se les puede rebatir tal creencia solicitándoles que busquen periódicos de la década de los sesenta y observen que un simple hurto podía hacer aparecer la fotografía de su autor en la sección de noticias policiales, mientras que en la actualidad los robos son tan numerosos que la policía apenas toma en cuenta las denuncias de tales hechos.

Posiblemente, la causa principal del aumento progresivo del delito se deba a la escala de valores adoptada por la sociedad, en la cual han quedado relegados los atributos personales como la honradez, la decencia y otros semejantes. Al ser reemplazados por valores estrictamente económicos, o materiales, la sociedad deja de ser un organismo cuyos integrantes están vinculados por objetivos comunes para llegar a ser un simple conglomerado de seres humanos que ocupan la mayor parte del tiempo y de la mente en protegerse para poder sobrevivir en un medio adverso y antagónico.

Durante los gobiernos populistas, las acciones del Estado son designadas con el complemento “para todos”. De ahí que también, en materia de inseguridad, pueda decirse que existe una “pena de muerte para todos”, que no es otra cosa que el efecto del abolicionismo penal reinante. Así como el partidario de algún totalitarismo trata de justificar de alguna manera las atrocidades cometidas por sus respectivos y admirados “héroes”, atribuyendo errores y defectos a sus víctimas, el hombre-masa trata de justificar los asesinatos urbanos culpando a la sociedad por haber excluido o marginado previamente al peligroso delincuente. Diana Cohen Agrest escribió: “Frente al impulso de destrucción, disponemos de apenas dos armas: la angustia de culpabilidad y el temor al castigo. Esas armas fueron neutralizadas en la Argentina que nos duele”. “Un [delincuente] que se entrega voluntariamente a la Justicia es poco creíble cuando el delincuente es tenido por una víctima condicionada por factores psicosociológicos que lo exoneran de la culpa, en un sistema penal que favorece la evanescencia de la angustia de culpabilidad y la exoneración de la pena a cumplir gracias a la cual puede continuar delinquiendo”.

“La doctrina vigente defiende un abolicionismo disfrazado de derecho penal mínimo orientado a proteger a los perseguidos por un Estado-Leviatán, una especie de monstruo animado por una compulsión a castigar discrecionalmente a sus víctimas, seleccionadas entre los más vulnerables, entre los pobres y los marginales que sobreviven condicionados por fuerzas estructurales que los sobrepasan…”.

“Quienes «caen presos», prosiguiendo con Zaffaroni, caen por «tontos» y «torpes». Y en una sociedad injusta es injusto castigarlos cuando no se castigan los grandes negociados…Se impone entonces una lógica impunitiva «igualitaria», que en lugar de buscar sancionar a todo aquel que transgrede la norma, lo exonera: como no se castiga al poderoso, se concluye que tampoco debe castigarse al «tonto» y al «torpe»”.

Luego, el ciudadano común debe soportar estoicamente tanto los efectos de la alta corrupción como también la pena de muerte asignada al azar por el peligroso delincuente común. Estas ideas penales, que poco y nada tienen en cuenta a dicho ciudadano, no sólo surgen de la mente limitada de un personaje nefasto para la vida social, sino que la mayor parte del sistema judicial sigue sus prerrogativas. La citada autora agrega: “La deslegitimación del sistema penal es alentada por la teoría del realismo jurídico-penal marginal, teoría propuesta por Zaffaroni, cuyas ideas fueron acogidas acríticamente por sus discípulos, jueces, fiscales y docentes universitarios que no perciben los riesgos de llevar al terreno operativo postulados que, si bien pueden ser la fuente de interesantes debates teóricos, no deberían ser puestos en práctica, tal como lo prueba el incremento del delito de los últimos años” (De “Ausencia perpetua”-Debate-Buenos Aires 2013).

Recientemente, en un noticiero televisivo, se decía que el 70% de los “motochorros” eran de origen colombiano. Esto implica que la “justicia” argentina, protectora del peligroso delincuente, ha favorecido el ingreso de delincuentes extranjeros que encuentran en nuestra sociedad mejores condiciones “laborales” para realizar sus actividades. “Pese a esta forzada caricaturización del delincuente, es innegable que éste hace un balance del costo-beneficio, pues le inquieta la debilidad o la fortaleza del sistema de investigación criminal que determina la aplicación de la norma o los instrumentos legales que se emplean para hacerla efectiva. Y si el delincuente no se intimida ante la comisión de un crimen, no es por falta de temor sino porque cree que, en caso de ser apresado, podrá eludir el castigo”.

“Con su complicidad, el Estado insiste en su experimento social que se vale de esta matriz conceptual como de un instrumento homicida tan legal como ilegítimo. Hay dos vías no excluyentes para combatir el delito: una se construye a partir de políticas sociales autosustentables basadas en la escolarización de calidad, en la formación de los jóvenes en escuelas técnicas y de oficios y en la creación de fuentes genuinas de trabajo. Pero como es lenta y aporta escaso rédito político a corto plazo, la oportunidad de implementarla se perdió en los últimos años con la ejecución de políticas asistencialistas que no contribuyeron a disminuir la delincuencia”.

martes, 17 de noviembre de 2015

Acerca del populismo

Con la palabra populismo se designa a varios procesos políticos diferentes que tienen algunos atributos en común y que por ello legitiman su empleo. El primer aspecto a considerar es la falsa opción por los pobres, ya que, la mayoría de las veces, resultan ser los más perjudicados con tales procesos, excepto el sector adepto al líder de turno que puede beneficiarse a costa de los demás. En realidad, cuando la situación económica de una sociedad mejora, o empeora, tiende a beneficiarse, o a perjudicarse, toda la sociedad, aunque de distintas maneras.

El destinatario del mensaje populista es el hombre-masa. Así, este hombre es el que se proyecta en el espacio y en el tiempo en forma limitada. Olvida el pasado muy pronto y vislumbra un futuro apenas un poco más allá del presente. Para él no existe el mediano ni el largo plazo, que tampoco es tenido en cuenta por el líder populista. Ignora todo lo que sucede en el mundo por cuanto sólo se preocupa por su propio bienestar. Chantal Delsol escribió: “El término «populismo» es, en primer lugar, un insulto: hoy en día hace mención a aquellos partidos o movimientos políticos que se considera que están compuestos por gente idiota, imbécil o incluso tarada. De tal modo que si detrás de ellos hubiera un programa o unas ideas, serían por tanto unas ideas idiotas, o un programa idiota. Hablamos de idiota en su doble acepción: moderna (un espíritu estúpido) y antigua (un espíritu engreído por sus propias particularidades). En la comprensión del fenómeno populista, una y otra acepción dialogan y se superponen de una manera característica” (De “Populismos”-Ariel-Buenos Aires 2015).

El individuo masificado se guía por sus impresiones personales sin intentar acceder al pensamiento de validez universal. “En su sentido antiguo y etimológico, un idiota era un particular, es decir, alguien que pertenece a un grupo pequeño y ve el mundo a partir de su propia mirada, careciendo de objetividad y desconfiando de lo universal. El ciudadano se caracteriza por su universalidad, su capacidad de contemplar la sociedad desde el punto de vista de lo común, y no desde un punto de vista personal. Es decir, su capacidad de dejar a un lado el prisma propio”.

“La democracia está fundada sobre la idea de que todos, gracias al sentido común y a la educación, podemos acceder a ese punto de vista universal, que es el que forma al ciudadano. Pero ya en las antiguas democracias, la elite recelaba del pueblo y a veces incluso lo acusaba, a todo el pueblo entero o a una parte al menos, de faltar a lo universal, de estar demasiado pendientes de sus propias pasiones e intereses particulares en detrimento de lo común”.

“El que llamamos demagogo atiza esas pasiones en el pueblo. El adulador del pueblo opone el bienestar al bien, la facilidad a la realidad, el presente al porvenir, las emociones e intereses primarios a los intereses sociales, elecciones que son siempre éticas. El medio popular, ¿está más dominado por sus pasiones particulares que por la elite? Esa idea oligárquica sigue viva, tenazmente, en el seno mismo de la democracia. El populismo recurre a la demagogia, pero de un modo totalmente distinto”.

El líder populista divide a la sociedad entre adeptos y opositores de una manera casi definitiva, por cuanto al mentir y al descalificar al opositor en forma sistemática, impide todo tipo de diálogo y de acercamiento entre las distintas posturas. Luego, las sociedades divididas difícilmente podrán alcanzar la etapa del desarrollo. Perón y los Kirchner fueron los políticos más efectivos en la tarea de la inoculación del odio colectivo, siendo el populismo el mismo proceso conocido como la “rebelión de las masas”, ya que implica la entronización del hombre-masa que impone su voluntad a través del líder populista, que a su vez es dirigido por tal estereotipo social.

La mentalidad populista no sólo domina la escena política, ya que en otros ámbitos sus atributos psicológicos surgen de similar manera. James Neilson escribió: “Para los obreros….la inflación ha sido una tragedia sin atenuantes: los ha destrozado. Sin embargo, los dirigentes sindicalistas no han vacilado en oponerse con dureza a todo intento por extirparla. Para ellos la inflación es una inagotable fuente de poder: cuando se hace virulenta, su protagonismo está asegurado; siempre hay motivos para justificar un nuevo «plan de lucha»” (De “El fin de la quimera”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1991).

El populismo se fue introduciendo en la sociedad argentina desplazando todo intento de retorno al camino hacia el desarrollo. “Yrigoyen se dedicó a desprestigiar por completo al régimen «oligárquico» capitaneado por Julio A. Roca. Según él, era una tiranía vil y mendaz como las peores de la historia del género humano. Logró su propósito: los radicales siguen creyendo que «la oligarquía» era una casta singularmente despreciable”. “El aporte de Yrigoyen al fracaso argentino fue notable. Su ejemplo contaminó a muchos dirigentes representativos de las generaciones siguientes, para quienes «el viejo» dejó sentado que la democracia era sinónimo de incapacidad defendida con sermones. Su retórica fatua, tan vaga como portentosa y atiborrada de apotegmas sentenciosos adorados por las nuevas clases medias, su moralismo sensiblero –desconectado por completo de lo que en efecto hicieron los radicales en el poder y empleado sobre todo para ocultar del público su desconcierto ante problemas espinosos-, todo contribuyó a potenciar las características más negativas de la política populista”.

“El patrimonialismo es una faceta del caudillismo: la idea, difundida en América Latina, de que es deber del dirigente ocuparse de sus simpatizantes y aliados que, por su parte, aportan la fidelidad a prueba de todo. Esta relación feudal es de suma importancia en todos los partidos, pero sobre todo en la UCR y el Partido Justicialista. Pocos son conscientes de que se trata de algo muy latinoamericano. Parece natural, universal, tal vez porque sus raíces se remontan a épocas olvidadas”.

La denominada “oligarquía” tampoco estuvo alejada, mentalmente, del hombre-masa, siendo también responsable del ascenso populista. James Neilson agrega: “Acaso todo le había resultado demasiado fácil. País de inmensos recursos y población escasa, la Argentina de fines del siglo XIX parecía tener la bonanza asegurada. Pero la «oligarquía» no supo entender que la mayor parte de sus logros se habían debido a una coyuntura estupenda. Como tantas otras elites privilegiadas por las circunstancias, se durmió en sus laureles. Adoptó la mentalidad rentista, de dueño ausente, que es la maldición de la gente acomodada en toda Latinoamérica. Olvidó de dónde provenía su buena fortuna. Gobernar dejó de ser una responsabilidad exigente: se convirtió en un derecho, casi en un ornamento. Le faltó no sólo la vocación del poder sino también, claro está, perspectiva histórica, deficiencia común a todos los sectores, que sólo el tiempo puede remediar”.

El populismo no sólo promueve la fragmentación de la sociedad, sino que pretende romper los lazos con el pasado y con nuestros orígenes, esencialmente europeos. El traslado de la estatua de Cristóbal Colón a un lugar secundario, en Buenos Aires, es un síntoma de la mentalidad reinante. El citado autor escribió: “Merced a la distancia geográfica, aquí ha sido posible ingeniárselas para asumir el rol de víctimas inocentes del colonialismo. Quienes se han comprometido con dicha postura quisieran pasar por alto el hecho manifiesto de que, de no haber sido por el colonialismo que denuncian con fervor justiciero, la Argentina nunca hubiera existido. El rencor apenas contenible que sienten los que intentan reemplazar el pasado por un mito a su juicio más digno puede entenderse: para un parricida, saberse producto de un pecado imperdonable constituye un motivo adicional para odiar a sus progenitores” (De “Los años que vivimos con K”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 2011).

Generalmente, el líder populista posee rasgos narcisistas, por lo cual resulta frecuente que se rodee de personas inferiores a él. Mientras que la aristocracia es el gobierno de los mejores, puede decirse que el populismo es el gobierno de los peores. Fernando A. Iglesias escribió: “La oposición (entendida como oposición al peronismo) representa al conjunto de la sociedad nacional, con sus virtudes y defectos. El peronismo, en cambio, representa sólo lo peor de ella: su arribismo oportunista, su sectarismo providencialista, su mesianismo demagógico, su falta de respeto por la ley y las instituciones, su sumisión serial a sucesivos salvadores de la Patria, su autoritarismo, su gregarismo anti-individualista y a la vez egoísta, su completa falta de autocrítica, su dependencia del Estado, su victimismo y resignación, su fanático cinismo y su cínico fanatismo, su resentimiento, su necrofilia, su tendencia al egoísmo y a la unanimidad, su corporativismo disfrazado de solidaridad, su apego a las mentiras y las falsas ilusiones. Y también encarna sus cuatro creencias fundamentales: el estatismo destructor del Estado; el industrialismo destructor de la industria; el nacionalismo destructor de la nación y el populismo opresor del pueblo”.

“Si el peronismo es peornismo, si representa y potencia sólo lo peor de la sociedad nacional, el kirchnerismo ha representado y potenciado lo peor del peronismo. No el deseo de reivindicación social y participación en la vida pública que el primer peronismo deformó y frustró, pero que también expresaba, sino la devolución de la gran masa del pueblo peronista a la servidumbre y el sometimiento del entero país a una oligarquía política cuyos resultados fueron mucho peores que los obtenidos cien años antes por la oligarquía agro-ganadera” (De “Es el peronismo, estúpido”-Galerna-Buenos Aires 2015).

El líder populista, o el totalitario, es quien se encarga de engañar al pueblo desalentando sus auténticas aspiraciones. De no existir, el hombre-masa habría logrado seguramente encaminarse hacia su ciudadanía normal. Chantal Delsol escribió: “Lenin y sus compañeros, en el seno del movimiento llamado entonces «social democracia», se adjudicaban la tarea de despertarlos. En tanto intelectuales, aportaban una doctrina: la descripción de un orden justo, que debía reemplazar al otro. Era necesario además que la gente quisiera una transformación, y que se hiciera cómplice. Si no, no habría revolución”.

“Pero se produjo un fenómeno inesperado. Lenin escribía: «Un descubrimiento sorprendente amenaza con derrocar todas las ideas preconcebidas». Esta era la sorpresa: cuando las masas se expresan, no emiten la misma voluntad que el partido que trabaja para ellas. El proletariado industrial reclama poder defenderse contra sus patronos, es sindicalista, desea aumentar su salario, vivir y trabajar en condiciones decentes. El partido por su parte quiere abolir el sistema capitalista, y por consiguiente la noción misma de salario. Los campesinos, y este sería uno de los problemas más graves con los que tropezaría Lenin, dado su número, seguían deseando vivir en el seno mismo de sus tradiciones y sus costumbres comunitarias, mientras el partido quería abolir las tradiciones y sacrificar la religión. Conclusión amarga: el pueblo soñaba con volverse pequeño-burgués, categoría que el partido quería suprimir, precisamente. Allí donde Lenin esperaba batallones de descamisados revolucionarios, dispuestos a todo para cambiar el mundo, encontró cohortes de progresistas y conservadores. Decepción”.

domingo, 15 de noviembre de 2015

Hazlitt vs. Galbraith

Es frecuente que algunos sectores de la sociedad, tratando de “unificar al enemigo”, consideren que todos los estadounidenses piensan exactamente igual en materia de economía y de política. Sin embargo, como el pensamiento en esos temas depende bastante de la actitud psicológica individual, es natural que en todos los países exista desacuerdo entre liberales y socialdemócratas (o conservadores y liberales, según la denominación empleada en los EEUU).

Henry Hazlitt es un conocido autor liberal (en el sentido europeo de la palabra) que establece una crítica al economista socialdemócrata J. K. Galbraith, comenzando con la planificación en economía. La mayor parte de los inconvenientes que tiene el liberalismo consiste en la necesidad de responder ante una tergiversación permanente de sus propuestas, de la misma manera en que una persona injustamente difamada deba defenderse de los comentarios realizados a sus espaldas. Así, el liberalismo no está en contra de la planificación de la economía, sino de la planificación estatal que tiende a distorsionar el proceso del mercado. Hazlitt escribió al respecto: “Al discutir la «planificación económica», debemos precisar con claridad el asunto a que nos referimos. La verdadera cuestión a debatir, no está en si debe, o no, haber planificación. Se trata de quién debe planificar”.

“Todos nosotros, como personas privadas, constantemente formulamos planes para el futuro: qué habremos de hacer el resto del día o del fin de semana: qué haremos este mes o el próximo. Algunos planificamos, aunque de un modo más general, con anticipación de diez o veinte años”.

“Los empresarios hacen planes para permanecer en cierta ubicación o para mudarse a otra, para expandir o limitar sus operaciones, o para interrumpir la producción de un artículo, cuya demanda, a su juicio, desaparece, y empezar la de otro, cuya demanda piensan que va en aumento”.

“Ahora, las personas que se titulan «planificadores económicos», o desconocen aquellos hechos, o los niegan por implicancia. Hablan como si el mundo de la empresa privada, del mercado libre, de la oferta, la demanda y la competencia, fuera un mundo de caos y anarquía, en el cual ninguno jamás hubiera meditado planes para el futuro, sino que todo fuese meramente abandonado a la deriva”.

“Cierta vez sostuve un debate por televisión con un eminente planificador, ubicado en una elevada posición oficial, quien aseveraba que de no contar con sus propias previsiones y su guía, las empresas americanas se encontrarían «volando a ciegas». En el mejor de los casos, dicen los planificadores, todos los que pertenecen al mundo de la empresa privada trabajan y hacen planes con fines contradictorios, o formulan sus planes teniendo en vista únicamente su interés «particular» y no el interés «público»”.

“El planificador pretende sustituir ahora los planes de los demás con los propios. Por lo menos, quiere que el gobierno formule un Plan Maestro, al cual se subordinen los planes de los particulares” (De “El Estado y la libertad”-Centro de Estudios sobre la libertad-Buenos Aires 1965).

El citado autor sostiene que el plan establecido por el Estado ha de significar, necesariamente, alguna forma de compulsión. “Harán gran aparato de libertad, «democracia», cooperación y ausencia de apremio, mediante «consultas a todos los grupos» -de los sectores «trabajo», industria, gobierno y hasta «representantes de los consumidores»- para elaborar el Plan Maestro y las «metas» específicas o «finalidades». Por cierto, si realmente fuera posible dar gravitación proporcional y voz a todos, con libertad de elección: si se permitiera a cada uno proseguir el propio plan de producción y consumo de bienes y servicios determinados, que de todos modos hubiera llevado adelante, el Plan entero resultaría inútil y carente de sentido: una completa pérdida de tiempo y energías”.

“El Plan sólo puede tener significado en caso de hacer forzosos el consumo y la producción de cosas o cantidades de cosas diferentes de las que hubiera suministrado el mercado libre. En suma, únicamente tendría sentido, en la medida en que se aplicara compulsión sobre alguien, obligando a que los tipos de producción o consumo experimentaran algún cambio”.

“Hay siempre mucha preferencia en tales planes, especialmente por parte de los países comunistas, a favor de la industria pesada, debido a que aumenta la potencialidad guerrera. Sin embargo, en todos los planes, aun en los países no comunistas, existe una tendencia definida a favor de la industrialización y de la industria pesada, contra la agricultura, bajo el supuesto de que dicha política eleva necesaria y rápidamente el ingreso real y condice a una mayor autosuficiencia nacional. No es accidental el hecho de que tales países caigan continuamente en crisis agrícolas y deficiencias alimenticias”.

“Llegamos ahora a la tesis específica de Galbraith, surgida de la antiquísima prevención burocrática contra los gastos suntuarios, dispuesta a sostener que los consumidores no saben cómo gastar sus ingresos, que habrán de comprar cualquier cosa que los anunciadores les aconsejen adquirir, y que, en suma, los consumidores son bobos y tontos, con una crónica inclinación a malgastar su dinero en trivialidades, cuando no en objetos absolutamente sin valor. También, el grueso de los consumidores, dejados a sí mismos, demuestran un mal gusto atroz y ambicionan automóviles color cereza con ridículas colas”.

“La conclusión natural de las afirmaciones precedentes –y que Galbraith no vacila en extraer- es que debe privarse a los consumidores de libertad para elegir, mientras los burócratas del gobierno, llenos de sabiduría –por supuesto, de una sabiduría nada convencional- deben elegir acerca del consumo, por cuenta de los consumidores”.

“Y la manera de hacerlo, está en quitar a la gente, por medio de impuestos, todo el rédito que han sido lo bastante tontos para ganar sobre el requerimiento de sus estrictas necesidades, entregándolo a los burócratas, para que inviertan esos recursos del modo que consideren más beneficioso para la gente”.

Para convencer a la gente de las ventajas de la intermediación estatal, se la debe engañar con algunas sutilezas de las palabras con las que se denomina tanto la libertad de elegir como la coerción impuesta por la burocracia. “Aquí Galbraith recurre a un claro truco semántico. Los bienes y servicios en que la gente invierte voluntariamente su propio dinero, constituyen, en su vocabulario, el «sector privado» de la economía; en tanto que los bienes y servicios suministrados por el gobierno, con las rentas que ha quitado a las personas mediante impuestos, constituyen el «sector público». Ahora, el adjetivo «privado» acarrea una connotación de egoísmo y exclusividad, un aspecto desprovisto de altruismo. Mientras que el adjetivo «público» tiene la aureola de generoso, democrático, patriótico, de aspecto altruista; en resumen, del espíritu público. Y como la tendencia del Estado benefactor en expansión, ha sido, evidentemente, la de traspasar de manos privadas a las propias con un ritmo cada vez mayor el suministro de los bienes y servicios que se consideran más esenciales y edificantes … se acentuará el hábito de asociar la expresión «público» con todo lo que es realmente necesario y laudable, en tanto que el «sector privado» quede ligado meramente a las superfluidades, caprichosas apetencias y vicios que restan, luego de haberse atendido aquello que en verdad importa”.

La tendencia mencionada, que es la esencia del Estado benefactor, tiende a acentuarse y a provocar deterioros en la sociedad y en la economía por cuanto el sector político, no es tan bueno como indica la teoría socialista, ni el sector privado es tan malo. “Sin embargo, el verdadero distingo y el vocabulario apropiado arrojarían una luz enteramente distinta sobre el asunto. Lo que Galbraith llama «sector privado» de la economía es, en verdad, el sector voluntario, y lo que designa como «sector público» es, en verdad, el sector coercitivo. El sector voluntario está constituido por los bienes y servicios en que la gente gasta voluntariamente el dinero que ha ganado. El sector coercitivo está constituido por los bienes suministrados a los individuos sin contemplar sus apetencias, por medio de los impuestos que se les aplican. Y puesto que este sector crece a expensas del sector voluntario, llegamos a la esencia del Estado benefactor”.

“En tal Estado, ninguno paga la educación de sus propios hijos, sino que todos pagan la educación de los hijos ajenos. Ninguno paga sus propias cuentas de médico, pero todos pagan las cuentas de médico correspondientes a los demás. Ninguno presta ayuda a sus propios padres ancianos, sino que todos la prestan a los padres de los miembros restantes de la comunidad. Ninguno hace previsiones para las contingencias de su propia desocupación, enfermedad, vejez, sino que todos atienden al desempleo, enfermedad y vejez de todos los demás. El Estado benefactor, como lo dijo Bastiat con misteriosa clarividencia hace más de un siglo, es la gran ficción por intermedio de la cual todos intentan vivir a expensas de todos los demás”.

Si este proceso fuese efectivo, nadie tendría inconvenientes en aceptarlo, pero, como toda forma de socialismo, no ha resultado eficaz. Todo lo que se dijo respecto de los inconvenientes del socialismo expropiador de empresas tiene validez para el socialismo expropiador de ganancias de las empresas. Hazlitt agrega: “Esto no sólo es una ficción; está destinado al fracaso. Fin que, con seguridad, ha de resultar siempre que el esfuerzo quede separado de la recompensa. Cuando la gente que gana más de lo común se encuentra con que su «excedente», o la mayor parte de él, le es quitado en forma de impuestos, y cuando la gente que gana menos de lo común se encuentra con que la deficiencia, o gran parte de ella, le es entregada en forma de donación o repartos, la producción de todos tiene que declinar abruptamente, pues los enérgicos y capaces pierden incentivo para producir más de lo común, y los haraganes e inhábiles pierden incentivos para mejorar su situación”.

Los partidarios del socialismo, que despliegan argumentos contra el materialismo existente, en realidad proponen unir a todos los integrantes de la sociedad a través de medios materiales, como son los medios de producción, o bien sus ganancias. Olvidan que el hombre debe unirse a los demás compartiendo penas y alegrías, que es el efectivo y natural vínculo de unión social. Una vez logrado este vínculo, realizará sus actividades y tomará sus decisiones de la forma en que crea que resultará mejor para todos. De ahí que el ideal socialista tiende a ir en dirección opuesta a lo que propone la ética natural, aunque se trate de engañar a la gente haciéndole creer que logrando un vínculo material podrá dejarse de lado un aspecto importante de nuestra naturaleza humana: los afectos.

sábado, 14 de noviembre de 2015

El peronismo imperialista

Por lo general, los nacionalistas aborrecen a los imperialismos que amenazan a su nación hasta llegar al extremo de promover que, a su vez, su propia nación intente convertirse en un imperialismo, o bien que se asocie a uno ya vigente. Una misma acción puede resultar deplorable o bien puede justificarse según quien la realice, siendo un aspecto del relativismo moral aplicado a la política.

Así como Cuba se asoció al imperialismo soviético colaborando con su expansión, traicionando los ideales de los libertadores de América, la Argentina peronista se asoció ideológicamente al imperialismo nazi-fascista suponiendo que el Eje triunfaría en la Segunda Guerra Mundial. Perón buscaba la difusión de la “doctrina justicialista” en los restantes países latinoamericanos intentando unificarlos bajo su tutela. Ezequiel González Madariaga escribió: “Todo fue bien hasta tanto el General Perón asumía el Poder. Después la Dictadura hizo desviar las manifestaciones del espíritu a medida que el Dictador se sentía con ímpetus suficientes para infiltrar la doctrina del «Justicialismo» a lo largo del continente. Cuantiosos caudales ha costado al erario argentino el capricho justicialista, porque siempre los gobernantes ambiciosos han pagado con largueza a los traidores, como también a los favoritos que le sirven mientras satisfacen sus destinos”.

“Nosotros los chilenos no podremos olvidar fácilmente el nombre de Juan Domingo Perón. Adicto militar argentino en Santiago, intrigó para apoderarse de documentos secretos, lo que dio lugar a un bullado proceso. Presidente de la República más tarde, organiza legiones de espías dependientes de una Subsecretaría de Prensa y Propaganda la que, con el apoyo de malos chilenos, adquiere en Santiago radioemisoras y organiza en el territorio la distribución de noticias encaminadas a destruir el Parlamento y a instaurar una dictadura, que respalde su máxima ambición de hacer de Argentina y Chile un solo Estado, con frente a dos océanos. Es la época en que lo trastornan delirios de grandeza y cae en la manía de anunciar para el futuro el proceso de las guerras continentales, en el que la Argentina, como es de esperarlo, está llamada a regir los destinos de la América del Sur, como el dictador alemán, de quien se sintió su discípulo, pensó en su tiempo ordenar la Europa” (Citado en “Patria y traición” de Ginna Maggi-Ediciones Gure-Buenos Aires 1957).

Por su parte, Eduardo Moore Montero expresaba: “Chile vivió días de zozobra, de peligro inaparente y subterráneo, cuando el peronismo de la otra banda derramó sus aguas pestilentes reblandeciendo conciencias e inundando nuestro ambiente cívico. En radios, periódicos, sindicatos obreros y hasta en el Parlamento de la República, afloró como una planta maldita y exótica. María de la Cruz, en histéricas declaraciones, se arrodillaba, en peroratas de una vaciedad y de una cursilería netamente justicialista, frente al ídolo argentino que ya en su patria se había apoderado de lo ajeno con sin igual cinismo, explotando con mañas de pícaro, la candidez de sus compatriotas y las aspiraciones de las clases más humildes” (De “Patria y traición”).

Las falsas ideas de superioridad fueron instalándose en la sociedad argentina hasta llegar a las ambiciones imperialistas del peronismo. Leonor Machinandiarena de Devoto y Carlos Escudé escribieron: “El estudio de los contenidos educativos argentinos desde principios del siglo XX hasta tiempos muy recientes revela que un elemento con el cual la población ha sido permanentemente adoctrinada es el dogma de la superioridad nacional argentina. Desde los tiempos de las reformas educativas llamadas de «educación patriótica», instrumentadas por José María Ramos Mejía en 1908, proyectar una imagen de la presunta grandeza nacional en la mente del niño argentino ha sido un permanente objetivo de las autoridades educativas. Típica manifestación de esa política fue la exhortación de 1910 del vocal del Consejo Nacional de Educación y rector del Colegio Nacional de Buenos Aires, Enrique de Vedia: «Formemos (…) con cada niño de edad escolar un idólatra frenético de la República Argentina, enseñándole –porque es cierto- que ningún país de la Tierra tiene en su historia timbres más altos, ni afanes más altruistas, ni instituciones más liberales, ni cultos más sanos, ni actuación más generosa, ni porvenir más esplendoroso. Lleguemos en este camino a todos los excesos, sin temores ni pusilanimidades….»” (De “Argentina-Chile ¿Desarrollos paralelos?” de Torcuato S. Di Tella-Grupo Editor Latinoamericano SRL-Buenos Aires 1997).

Los intentos expansivos del peronismo estaban motivados por las ambiciones personales del tirano y por la rivalidad con los EEUU, ya que las ideas de grandeza parecían no tener límites. Los citados autores agregan: “La dirigencia política argentina no parecía caracterizada por su rápido aprendizaje, y ya terminada la guerra y entronizado el peronismo en el poder, la confrontación con Estados Unidos continuó a través de mecanismos diversos. Uno de ellos era la penetración en otros países de la América Latina, a través del ideario justicialista y de la «tercera posición», que alentaba a los países vecinos a alejarse política y diplomáticamente de los Estados Unidos. Para intentar alcanzar esos objetivos, la política exterior de Perón se valió de cuatro técnicas principales:

1- La negociación de pactos económicos bilaterales.
2- El nombramientos de agregados obreros en las embajadas argentinas, cuya función era básicamente de propaganda e infiltración.
3- Difundir propaganda antinorteamericana y pro peronista por medios directos.
4- Estimular, o por lo menos proporcionar el modelo para la creación de gobiernos militares en los países vecinos.

“Según el senador Contreras Labarca, la Argentina era el cuartel general del fascismo en América. Allí se escondían los cuadros hitlerianos organizados con sus fondos, los medios y los planes secretos de los industriales para organizar la Tercera Guerra. Desde allí se intervenía en la política interna de los países vecinos, Chile incluido, fomentando la actividad de los agentes fascistas que amenazaban su seguridad. La intención del GOU era agredir las democracias y conquistar la hegemonía del continente”.

“El armamentismo argentino también era señalado frecuentemente, ya que entre 1945 y 1946 los gastos en defensa habían equivalido al 50% del total de inversiones no productivas del Estado, y en los años siguientes, aunque habían bajado al 30%, seguían estando muy por encima del 18% que era lo normal de preguerra. Además, los gastos militares argentinos como porcentaje del PBI eran un 50% superiores al promedio latinoamericano. En 1949 González Videla [Presidente de Chile] intentó conseguir el apoyo de otros países de la región para acusar a la Argentina en las Naciones Unidas de representar un peligro para la paz de América, pero sólo consiguió el apoyo de Uruguay, y fue finalmente disuadido por los reproches y amenazas de sanciones alimenticias del embajador argentino. Éste amenazó con restricciones a los envíos de carne, aceite y trigo, y con la expulsión de los chilenos que trabajaban en la Patagonia”.

“A mediados de 1952 el gobierno chileno declaraba persona no grata al cónsul argentino de Antofagasta y acusaba a otros diplomáticos argentinos de introducir cantidades masivas de propaganda peronista y antigubernamental en Chile, en una clara injerencia en los asuntos internos de ese país. Simultáneamente se producía una suerte de bombardeo periodístico desde la Argentina, en apoyo de Ibáñez y criticando duramente al gobierno de Chile. Los observadores decían que Perón hacía en Chile exactamente lo mismo que Braden había hecho en la Argentina en 1946, aunque Perón tenía más éxito político”.

“Ese fue el fin de este capítulo de lo que resulta una novela por entregas, la historia de la megalomanía argentina, sus orígenes claramente identificables en los contenidos educativos con que durante décadas se adoctrinó a los argentinos, su evolución a lo largo de los años, su constatación en las percepciones de diplomáticos norteamericanos, registradas en sesudos memorándums secretos, y sus efectos políticos, especialmente sobre la política exterior de este país, claramente visibles durante la Segunda Guerra Mundial y todo el primer peronismo…..La Argentina de fines de la década de 1940 y principios de los 50 era aún un país capaz de engañar a algunos vecinos sobre su presunta grandeza y promesa”.

La expansión peronista no sólo incluyó a los países limítrofes, sino también a algunos de Centro América. Rogelio García Lupo escribió: “Cuando Fidel Castro tenía algo más de veinte años….se subrayaba su peligrosidad señalando que «es un joven agitador peronista nacido en Cuba»”. “Castro mantuvo una relación estrecha con la embajada argentina en La Habana entre 1947 y 1955, que alcanzó su momento más intenso en la primera mitad de 1948, cuando emprendió una gira de proselitismo político que debía concretarse en un congreso de estudiantes en la ciudad de Bogotá. La financiación de esta gira estuvo a cargo del gobierno argentino, que después encontraría motivos para lamentarse. Fue cuando Fidel Castro se comprometió personalmente en el estallido popular del 9 de abril de 1948, que pasó a la historia como el «bogotazo»…” (De “Últimas noticias de Fidel Castro y el Che”-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2007).

La expansión no tuvo el éxito esperado por cuanto varios intelectuales de la época se encargaron de informar acerca de la tiranía peronista que padecía la Argentina. Feliz Luna escribió: “A pesar de la mitología de justicia social que asociaba el nombre de Perón en los pueblos del continente, para las clases políticas de esos países era desconfiable. En todos lados se conocía el trato que infligía a sus opositores y se sabía de las arbitrariedades de su régimen; los medios universitarios se dolían de la expulsión de centenares de profesores, muchos de ellos conocidos en las casas de estudio de toda la América hispanohablante; en los círculos intelectuales, culturales y periodísticos había causado indignación la expropiación de «La Prensa» y la razzia de la Comisión Visca. Este flanco vulnerable del peronismo era una carga pesada que nada podía aliviar (De “Perón y su tiempo” (III)-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1986).

El principal perjudicado con el peronismo fue la Argentina, no sólo por haberse anclado en el subdesarrollo sino también por haber inoculado el odio peronista contra los EEUU, evidenciado tácitamente la inferioridad de quien odia. La aversión hacia ese país oscilaba, en los últimos años, desde un 41 a un 72% de la población. Incluso ese odio fue destinado también hacia el sector argentino no peronista, con lo cual se profundizó la división de la nación; fractura social que posiblemente nos mantendrá en el subdesarrollo y en la decadencia por varios años más.

jueves, 12 de noviembre de 2015

Cooperación y competencia

Es posible describir la conducta de los hombres a través de dos tendencias principales, que son la cooperación y la competencia. Si existiese sólo una de ellas, la humanidad sería distinta de lo que ha sido y de lo que es. Así, si no existiese la cooperación, no habría más que luchas, conflictos y guerras, es decir, lo que sucede cuando la competencia predomina totalmente. Si no existiese competencia, muchas de las actividades humanas apenas se habrían desarrollado.

Incluso Lionel Messi y Cristiano Ronaldo, posiblemente, no habrían llegado a realizar sus proezas deportivas si no fuese por la rivalidad impuesta por el otro. En la mayor parte de las actividades, se requiere de la competencia para que cada ser humano pueda dar lo mejor de sí mismo, desarrollando todas sus potencialidades. Este fue, históricamente, el primer resultado y la primera conclusión de la psicología social. “Se celebra el año de 1897 como aquel en el cual se realizó el primer experimento de psicología social. Norman Triplett examinó los registros oficiales de las carreras de bicicletas y observó que la velocidad máxima de los ciclistas era aproximadamente 20 por ciento mayor cuando competían con otros que cuando corrían solos. Entonces, Triplett concibió un estudio de laboratorio para demostrar el efecto. Hizo que unos niños recorrieran una línea de un carril de pesca ya fuera solos o ya en la presencia de otros niños que realizaban el mismo cometido….” (De “Psicología Social” de Stephen Worchel y otros-International Thomson Editores SA-México 2002).

La cooperación, por otra parte, promueve los mejores resultados y es el atributo indispensable de toda especie o de todo grupo que pretenda lograr su supervivencia. La unión de sus integrantes no podría establecerse si no existiese una predisposición a cooperar con los demás.

Todos actuamos tanto cooperativa como competitivamente, debiendo existir un equilibrio entre ambas tendencias. Siguiendo con el ejemplo deportivo, se observa que un jugador actúa en forma cooperativa con sus compañeros mientras que lo hace en forma competitiva respecto de sus rivales. Pero la competencia no debe ser “destructiva” hacia el otro equipo, sino que debe apuntar a una competencia cooperativa, para que el partido sea atractivo para los espectadores. También debe apuntar hacia una competencia cooperativa respecto de sus propios compañeros, tratando de hacer mayores aportes positivos que los demás. Existe, por lo tanto, una manera de compatibilizar ambas tendencias naturales.

Cuando un jugador presenta cierto desequilibrio entre ambas, predominando su espíritu competitivo, tiende a competir destructivamente con los rivales, cometiendo infracciones, e incluso compitiendo destructivamente con sus propios compañeros, especialmente con los que se desempeñan ocasionalmente en el mismo puesto. Además, quienes muestran una tendencia poco competitiva, no estarán predispuestos a la ardua lucha que exige cada partido.

En una economía de mercado, puede observarse el proceso de producción y consumo como si se fuese una disputa deportiva. En lugar de dos equipos que compiten para deleitar y entretener al público, se observan dos empresas que compiten entre ellas (en un “campeonato” junto con otras) tratando de beneficiar al consumidor. Todo empleado ha de mostrarse cooperativo con el restante personal de su empresa y sentir la necesidad de superar a la empresa rival, pero sin llegar a acciones conflictivas. De la misma manera en que los deportistas a veces cambian de club, los empleados a veces cambian de empresa.

Los socialistas, por otra parte, suponen que la competencia es una actitud negativa y que no debe existir en la economía ni tampoco en otros ámbitos sociales. De ahí que proponen una economía planificada desde el Estado en donde sólo existirán los estímulos “morales”, y no materiales, y también un partido político único, ya que al suprimir toda competencia se habrá llegado a la “sociedad ideal”; igualitaria al no existir vencedores ni vencidos. Ello equivale a que las autoridades deportivas decidirán cuáles son los resultados de los partidos, por lo que ya no tendría sentido ninguna otra competencia deportiva.

Al promover la igualitaria distribución de la riqueza, se tiende a confiscar la producción o bien las ganancias empresariales, olvidando que la desigualdad de la riqueza proviene generalmente de una desigualdad de la capacidad productiva. Si alguien tiene capacidad para producir valores cien o mil veces mayores que otro, y se le quita lo que produce, seguramente dejará de producir y de ahí que en lugar de promover la “justicia social”, se promoverá una crisis económica y el colapso de la sociedad. André Maurois escribió: “Usted sabe tan bien como yo que sólo se puede compartir lo que se tiene. La única llave para un acrecentamiento del poder adquisitivo es el incremento de la producción. Es vano creer (o fingir creer) que la redistribución de los bienes constituye por sí una solución. El cálculo ha sido hecho cien veces. Las grandes remuneraciones son poco numerosas, innumerables los que esperan la participación. No cabe duda de la justicia de que todos los trabajadores reciban una equitativa proporción del acrecentamiento de la producción. Los sindicatos tienen el deber de exigirlo; tienen también la obligación de ayudar al aumento de la producción. Sin esto, cualquier reivindicación golpea en el vacío. Arruinar una empresa no es enriquecer a los trabajadores” (De “Carta abierta a la juventud de hoy”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1968)

El socialista “soluciona” estos problemas suponiendo que cualquier persona puede dirigir una empresa para reemplazar al antiguo propietario “explotador”. Este sería el mayor hallazgo de la ciencia económica ya que permitiría vencer las dificultades económicas en los distintos países. Sin embargo, la realidad indica otra cosa. Así como cualquiera no puede llegar a ser un médico excepcional, o un científico destacado, no cualquiera puede transformarse de la noche a la mañana en un empresario innovador, capaz de tomar las decisiones empresariales adecuadas para el funcionamiento de una empresa que apenas conoce. Debe sugerirse al socialista que trate de formar empresas en lugar de apropiárselas desde el Estado, si es que en realidad busca mejorar la situación económica de la sociedad.

Se pueden sintetizar las dos actitudes extremas respecto de la cooperación y de la competencia:

Liberalismo: Tendencias sociales = Cooperación + Competencia

Socialismo: Tendencias sociales = Cooperación – Competencia

Ello implica que el liberalismo contempla la existencia de ambas tendencias y las compatibiliza en los procesos autorregulados como la democracia política y el mercado. El socialismo, por el contrario, supone que cooperación y competencia son siempre antagónicas y que debe en cada individuo anularse todo vestigio competitivo. De ahí que la educación socialista, que apunta al logro del “hombre nuevo soviético”, busca esencialmente la anulación de una de las tendencias básicas de la conducta humana. Esto, por supuesto, en el plano teórico, por cuanto la lucha por el poder dentro y fuera del Partido Comunista siempre permaneció en plena vigencia.

Mientras que el liberalismo propone el sistema democrático, tanto en lo político como en lo económico, considerando al hombre real, el socialismo propone una sociedad sin competencia, previa transformación de la naturaleza humana. Ambas tendencias pueden sintetizarse de la siguiente forma:

Liberalismo = Cooperación + Competencia + Libertad

Socialismo = Cooperación + Obediencia + Igualdad

La libertad propuesta en el primer caso surge de la movilidad social asociada a ambas formas de democracia, ya que en principio, cualquiera puede acceder al poder mediante elecciones y cualquiera puede pasar de pobre a rico y a la inversa. La libertad inherente al sistema implica un rechazo del gobierno del hombre sobre el hombre en forma permanente, pudiendo ser sólo circunstancial.

Por el contrario, el socialismo promueve una sociedad con una economía estatalmente planificada en donde se presupone la existencia de una clase dirigente (o planificadora) y de una clase que debe obedecerla, mientras que la igualdad, en realidad, se asocia sólo a la clase inferior. Mientras el socialismo teórico propone una “sociedad sin clases”, el socialismo real no puede evadir tal desigualdad.

En el ámbito de la economía se pueden dar varios casos distintos según la forma en que intervienen la cooperación y la competencia. En el primer caso tenemos una actitud competitiva destructiva parecida a una guerra, en la cual se da el resultado “perdedor-perdedor”. “El resultado típico de una guerra de precios es que las utilidades se sacrifican para todos. Fíjese usted en lo que le ha pasado a la industria de aerolíneas de los EEUU. En la guerra de precios de 1990-1993, perdió más dinero del que había ganado antes en todo el tiempo desde los hermanos Orville y Wilbur Wright” (De “Coo-petencia” de B.J. Nalebuff y A.M. Brandenburger-Grupo Editorial Norma-Bogotá 2005).

En un sistema socialista, el trabajador proletario produce para el Estado, quedando la mayor parte de su producción para beneficio de la clase dirigente. “De igual modo, se puede cooperar sin tener que olvidarse uno de sus propios intereses. Al fin y al cabo, no tendría sentido crear una torta de la cual no puede participar; eso sería perdedor-ganador”.

La tendencia promovida por el liberalismo es la del beneficio simultáneo de todas las partes, por lo cual existe un resultado de ganador-ganador. Adviértase, sin embargo, que los socialistas aducen que en todo intercambio alguien gana y, necesariamente, alguien pierde, lo que no siempre así sucede.

La alternativa restante es aquella en que se produce la situación ganador-perdedor, que no es otra cosa que la explotación laboral (que puede ser evitada cambiando de trabajo en sociedades con un mercado desarrollado). También en el caso de las empresas existe la posibilidad de que una poderosa compita con una pequeña vendiendo a precios inferiores al costo para que esta última se funda permitiendo así ser absorbida por la mayor.

En todos estos casos se advierte que la conducta adoptada es, en definitiva, una actitud moral. La actitud cooperativa viene asociada a la tendencia a compartir las penas y las alegrías de los demás como propias, de donde surge la sensación de igualdad. Por el contrario, el egoísmo implica buscar el beneficio propio sin interesarnos por lo que le suceda a los demás. De ahí que los intercambios que tienden a perdurar sean aquellos en los que se favorecen ambas partes. Debe aclararse que la economía de mercado puede funcionar aceptablemente a pesar del egoísmo de la gente, aunque no necesariamente se fundamenta en el egoísmo, como muchas veces erróneamente se afirma.

martes, 10 de noviembre de 2015

Mendel vs. Lysenko

La conducta de los hombres responde tanto a la herencia genética como a la influencia del medio social, a través de la educación. Según estimaciones, ambas causas tienen una incidencia similar. A la herencia genética la asociamos a las leyes naturales, o a las leyes de Dios, mientras que a la influencia del medio la asociamos a los criterios impuestos por el hombre. En el primer caso se produce la evolución biológica por selección natural, mientras que en el segundo caso se produce la evolución cultural mediante la herencia de la información adquirida por la humanidad a través de la historia.

Existen posturas filosóficas que rechazan la incidencia de la herencia genética atribuyendo el mayor porcentaje a la influencia del medio social. Este es el caso del marxismo-leninismo, ideología que reduce al mínimo la incidencia de las leyes de Dios, o leyes naturales, suponiendo que el hombre, incluso las plantas y los animales, actúan esencialmente en función de la influencia del medio en que viven.

Es frecuente, en el caso de las ideologías poco científicas, que sus seguidores no adopten como referencia a la propia realidad para establecer sus investigaciones, sino que la reemplacen por la ideología orientadora. En el caso mencionado, surgieron dos errores bastante llamativos:

1- La creación del hombre nuevo soviético: mediante la educación marxista-leninista se modificaría su acervo genético de manera que las nuevas generaciones heredarían los nuevos caracteres adquiridos, frutos de esa educación. Luego, la humanidad habría de llevar impresa en el futuro la modificación impuesta por dicha ideología.
2- La creación de nuevas especies vegetales: mediante un proceso adecuado de “educación de las plantas” se producirían nuevas especies adaptadas al medio geográfico. Los caracteres adquiridos pasarían, mediante la herencia, a las nuevas generaciones de plantas.

V. Stoletov escribió: “Algunos biólogos contemporáneos, que confiesan sus vinculaciones con la doctrina de los sabios burgueses Weismann, Mendel y Morgan, afirman que la especie de las semillas no depende de las condiciones de vida de la planta-madre, y que los caracteres hereditarios no son modificados por la influencia de las condiciones de vida. Si es exacto, dicen, que las cosechas obtenidas a partir de una misma especie pueden ser mejoradas gracias a la aplicación de determinados métodos, los caracteres hereditarios permanecen absolutamente invariables”.

“La escuela de Iván Michurin profesa un punto de vista opuesto”. “Sobre la base de pequeñas modificaciones «temporarias», con frecuencia apenas perceptibles, en los caracteres de una planta (o de un animal), se producen transformaciones fundamentales, profundas y constantes, a condición de que en cada generación las plantas sean cultivadas en las mismas condiciones que las plantas-madres. Si durante muchos años se cultiva la misma especie de trigo, en dos regiones naturales diferentes por las condiciones de vida que ofrecen, se termina por obtener las especies estables, diferente una de la otra”.

“Michurin es notable por haber planteado los fundamentos de una nueva etapa en el desarrollo de la biología, diferente de todo su desarrollo anterior. La suprema tarea del biólogo –decía-, ya no consiste hoy en limitarse a explicar la naturaleza viviente, sino en modificarla de una manera planificada y en el sentido de los intereses del hombre” (De “¿Mendel o Lysenko?”-Editorial Lautaro-Buenos Aires 1951).

La actual modificación genética de las especies animales y vegetales, son realizadas contemplando las leyes de la herencia enunciadas primeramente por Gregor Mendel. El objetivo puede ser similar al fijado por Michurin y por el continuador de su obra, Trofim Lysenko, pero el método es totalmente diferente. “En las obras de Michurin, pueden hallarse numerosos datos acerca de los resultados de una educación científica de las plantas híbridas. Gracias a sus métodos de educación, el gran reformador de la naturaleza modelaba las especies de los árboles frutales que deseaba obtener, eliminando los caracteres indeseables, desarrollando y reforzando por el contrario los caracteres y cualidades útiles”.

Lo trágico de tales ideas no implicó solamente el deterioro de la agricultura soviética, sino de la propia población que debió padecer los efectos de la “educación soviética” que intentaba asimismo “eliminar los caracteres indeseables, desarrollando y reforzando los caracteres y cualidades útiles”. Quienes rechazaban la ideología que se pretendía imponer, eran conducidos a hospitales psiquiátricos o bien eran eliminados. De ahí cierta semejanza con los nazis, que querían realizar una selección artificial de razas (creyendo en la supremacía de la herencia genética sobre la educación), mientras que los marxistas-leninistas querían realizar una selección artificial de clases sociales (creyendo en la supremacía de la educación sobre la herencia genética).

La influencia de Lysenko en la URSS se prolongó hasta la década de los 60. Maitland A. Edey y Donald C. Johanson escribieron al respecto: “Interesa notar que el lamarckismo persistió en reducidos centros de disputa hasta la década de 1960. Florecía en Rusia en el momento del gran congreso de 1961. El artículo de Nirenberg, que estableció por vez primera la evidente relación de una base de ARN y un aminoácido, debió de parecer una vengadora bola de fuego, demasiado brillante para que se mirara de frente, a muchos científicos soviéticos que asistieron al congreso. Habían seguido sumisamente la doctrina oficial del partido, según la cual la teoría darviniana convencional era errónea. Tenía que serlo. Contradecía el dogma marxista-leninista-estalinista de que la población de un Estado socialista verdadero podía modelarse, que el cuello de la jirafa se alargaba permanentemente, gracias al esfuerzo heredado y o a la herencia de género diferente”.

“La idea había recibido cierta semejanza de credibilidad científica por obra de un genetista botánico soviético, Trofim Lysenko, quien conquistó la confianza de Stalin explicando de modo mendaz experimentos que había efectuado sobre el desarrollo de los caracteres de trigo resistente a las heladas y temperaturas bajas. (No hizo más que congelar simientes, con lo que promovió una germinación más rápida en primavera. El procedimiento se llama vernalización. No tiene nada que ver con la evolución del trigo)”.

“Persuadió a Stalin de la superioridad de la genética soviética sobre la mendeliana, de que eran falsas las experiencias de personas como Morgan, para establecer la existencia de los genes y cromosomas. Como la URSS contaba con científicos muy capaces, Lysenko se encontró enfrentado con ellos. La situación llegó al apogeo en 1948, en una importante sesión del partido comunista, en la que Lysenko, con el beneplácito de Stalin, forzó a la ciencia soviética a acepar el lisencoísmo o…..El «o» era la extinción profesional en el mejor de los casos, y el encarcelamiento y la muerte en el peor”.

“En 1961, Lysenko seguía siendo el científico más influyente, en lo político, de la URSS. Presidía la Unión de Académicos de Ciencias, y en aquel mismo año aprobó la declaración de otro especialista, muy bien situado en el partido: «La afirmación de que hay en el organismo partículas diminutas, los genes, responsables de la transmisión de los caracteres hereditarios, es pura fantasía no fundada en la ciencia»”.

“La férrea mano de Lysenko frenó durante lustros el estudio respetable de la genética de la Unión Soviética. Sus experimentos fraudulentos con trigo, que de forma milagrosa se desarrollaría maravillosamente y con independencia de los principios mendelianos, afectó en rendimiento de las cosechas rusas tanto, que todavía se comprueba en las enormes cantidades de cereales que la URSS debe adquirir en los EEUU y otras naciones. Lysenko cayó durante el derrocamiento de Kruschev en 1964. Jamás se sabrá el costo real de su interesada malignidad” (De “La cuestión esencial”-Editorial Planeta SA-Barcelona 1990).

El hombre nuevo soviético no sólo constituye una nueva clase social, sino un nuevo grupo étnico, ya que, al poseer atributos especiales, no adquiridos por los antiguos burgueses, constituye un grupo superior, por lo cual el totalitarismo nazi resulta casi idéntico, estructuralmente, al soviético. Michel Heller escribió: “En la Unión Soviética, los estudiantes de medicina comienzan sus estudios de latín por esta frase: Homo sovieticus sum. Los futuros médicos aprenden, pues, que existen dos tipos humanos: el Homo sapiens y el homo sovieticus”.

“La afirmación repetida de dicha diferencia constituye una de las grandes particularidades del sistema soviético. Si cada nación lleva en sí el sentimiento de la propia superioridad, la Unión Soviética es única en su pretensión de crear un nuevo género humano. Los nazis, que dividían la humanidad entre los arios y los demás, se fundamentaban en la noción intangible de «raza». Desde su punto de vista, se trataba de una categoría absoluta: se era ario o no se era. Los bolcheviques partieron de idéntico principio, si bien para la selección del elemento humano tuvieron como criterio no menos intangible el medio familiar y social del individuo”.

“Los orígenes proletarios fueron así la mejor garantía para obtener una situación privilegiada en la jerarquía social instaurada después de la Revolución. Al igual que el «no ario» llevaba en la Alemania nazi aquella marca de infamia durante toda su vida y la transmitía a sus hijos, en la República soviética el individuo no podía librarse de una extracción «no proletaria» (su única solución era la huida, escondiendo sus orígenes). Con el candor del fanático persuadido de su buen derecho, un responsable de la policía política, la Vecheka, explicaba en 1918 a sus subordinados: «No combatimos a los individuos; aniquilamos a la burguesía como clase»”.

“A medida que se instauró el sistema soviético y se liquidaron los «impuros», el proletario perdió sus privilegios y se llegó a la formación de dos categorías: un grupo de líderes en posesión de todas las cualidades del hombre soviético y una masa de individuos, iguales en cuanto todas sus imperfecciones y su deseo de librarse de sus «impurezas»” (De “El hombre nuevo soviético”-Editorial Planeta SA-Barcelona 1985).

domingo, 8 de noviembre de 2015

Incomodidad, esperanza y sufrimiento

Es frecuente encontrarse con personas que tienen poca capacidad para afrontar los inconvenientes cotidianos que la vida les impone, y en las cuales toda contrariedad, o toda incomodidad, se traducen en alguna forma de sufrimiento, especialmente de tipo moral. Sus estados de ánimo fluctúan en función de tales contrariedades, por lo que su vida se centra en la estrategia utilizada para evitarlos o superarlos. En este caso designamos como incomodidad todo hecho desagradable que resulta soportable, mientras que el sufrimiento es el estado mental, o la situación personal, que poco se soporta, debiendo la persona afectada realizar un gran esfuerzo para superarlo, o para adaptarse a esa situación.

Por el contrario, cuando una persona se proyecta hacia el futuro o cuando su escala de valores contempla bastante más allá de lo material o lo superfluo, todas las incomodidades pasan a un segundo plano y, en cierta forma, queda “inmunizada” contra los inconvenientes cotidianos que siempre aparecen. Se puede expresar este fenómeno mediante cierta igualdad matemática:

Incomodidad – Esperanza = Sufrimiento

Si nuestra esperanza, como proyección hacia el futuro, es débil o inexistente, toda incomodidad tiende a transformarse en sufrimiento, es decir, toda contrariedad, que debería resultar tolerable, tiende a hacerse insoportable. En otros casos, cuando el individuo observa el futuro con optimismo, la esperanza contrarresta todas las incomodidades del presente y el sufrimiento resulta ser mínimo. Robert Burton escribió: “La esperanza y la paciencia son dos soberanos remedios para todo; son los más seguros y más blandos cojines sobre los cuales podemos reclinarnos en la adversidad” (Del “Diccionario de citas” de C. Goicoechea Romano-Editorial Labor SA-Barcelona 1953).

Entre las ideas difundidas por Viktor Frankl, asociadas a su detención y encierro en un campo de concentración nazi, encontramos aquella que indica que quienes tenían mayores probabilidades de sobrevivir eran aquellos que tenían esperanzas, o proyectos, para el futuro. De allí sacaban las fuerzas anímicas que los hacían “lucir saludables” ante los guardias nazis, por cuanto se mostraban dispuestos a trabajar, mientras que quienes no lo lograban, terminaban siendo eliminados. Frankl comenta los consejos que les daba un prisionero de mayor antigüedad: “Con un tinte de buen humor y una actitud despreocupada nos dio unos cuantos consejos apresurados: «¡No tengáis miedo! ¡No temáis las selecciones!....Pero una cosa os suplico, que os afeitéis a diario, completamente si podéis, aunque tengáis que utilizar un trozo de vidrio para ello…aunque tengáis que desprenderos del último pedazo de pan. Pareceréis más jóvenes y los arañazos harán que vuestras mejillas parezcan más lozanas. Si queréis manteneros vivos sólo hay un medio: aplicaros a vuestro trabajo. Si alguna vez cojeáis, si, por ejemplo, tenéis una pequeña ampolla en el talón, y un SS lo ve, os apartará a un lado y al día siguiente podéis asegurar que os mandará a la cámara de gas»” (De “El hombre en busca de sentido”-Editorial Herder SA-Barcelona 1986).

En circunstancias menos adversas, el hombre trata de compensar las incomodidades buscando mayores comodidades, es decir, en lugar de tratar de incorporar nuevas ideas o mayores conocimientos, busca mayores comodidades para su cuerpo. Este es el inicio de la actitud consumista y de las sociedades de consumo. La adquisición de cosas que resultan superfluas para la persona con un adecuado sentido de la vida, han de resultar esenciales para quienes no posean tal sentido.

La valoración social tiende luego a ubicar en el peldaño superior a quienes mayores medios materiales disponen, ya que ello ha de ser un indicio de “felicidad”. De ahí surge, además, la envidia hacia los ricos y el propio desprecio hacia uno mismo por carecer de las aptitudes suficientes para ese logro. Surge también la simulación de quienes se tratan de lucirse socialmente como personas de cierta “calidad” mostrando insatisfacción ante las pequeñas incomodidades.

Incluso las modas tienen relación con la simulación social, tal el caso de lucir una piel blanca para indicar que no se tiene necesidad de trabajar al sol, como ocurría en los primeros años del siglo XX. Por el contrario, en la actualidad se trata de lucir una piel bronceada para indicar que se tienen los suficientes medios económicos para irse de vacaciones, o el suficiente tiempo libre para tomar sol. Jorge Luis Borges escribió en el prólogo de un libro: “En este libro, que data de 1899, Veblen descubre y define la clase ociosa, cuyo extraño deber es gastar dinero ostensiblemente. Así, se vive en cierto barrio, porque es fama que ese barrio es más caro. Liebermann o Picasso fijaban sumas elevadas, no por ser codiciosos, sino para no defraudar a los compradores cuyo propósito era mostrar que podían costearse una tela que llevara su firma. Según Veblen, el auge del golf se debe a la circunstancia de que exige mucho terreno. Erróneamente afirma que el estudio del latín y del griego tiene su raíz en el hecho de que ambas lenguas son inútiles. Si un ejecutivo no tiene tiempo para el gasto ostensible, su mujer o sus hijos lo hacen por él, de suerte que los cambios periódicos de la moda proporcionan libreas”.

“Veblen pensó y compuso este libro en los Estados Unidos. Entre nosotros, el fenómeno de la clase ociosa es más grave. Salvo los pobres de solemnidad, todo argentino finge pertenecer a esa clase. De chico, he conocido familias que durante los meses calurosos vivían escondidas en su casa, para que la gente creyera que veraneaban en una hipotética estancia o en la ciudad de Montevideo. Una señora me confió su intención de adornar el «hall» con un cuadro firmado, ciertamente no por virtud de la caligrafía” (De “Teoría de la clase ociosa” de Thorstein Veblen-Hyspamérica Ediciones Argentinas SA-Buenos Aires 1985).

Cuando la persona está convencida de que el consumismo es el camino de la felicidad, en cierta forma la consigue, de la misma manera en que mejora la salud de quien confía en la eficacia de una droga, aunque se trate sólo de un placebo. El consumismo, a veces logra mejorar las relaciones humanas, tal el caso de las personas que saludan a todo el mundo e incluso tienen predisposición a llevarlas en su automóvil cuando hace muy poco que lo adquirieron.

Por lo general, quienes piensan que el hombre conforma su personalidad en base a la influencia social recibida, ignorando los aspectos biológicos heredados, culpan al sistema capitalista por la tendencia consumista de las sociedades actuales, sin tener en cuenta que la economía de mercado sólo es un medio eficaz para satisfacer las demandas del consumidor. El carácter de tales demandas depende de factores psicológicos y morales que nada tienen que ver con la efectividad económica del sistema.

Cuando se renuncia a la posibilidad de lograr dinero en la cantidad ambicionada, o cuando tampoco se tiene la posibilidad o la capacidad de fingir poseerlo, surge en muchas personas una falsa espiritualidad que, a veces, induce a las personas a “buscar refugio” en la verdadera espiritualidad, definida ésta como la búsqueda de valores afectivos (o morales) y también intelectuales. Víktor Frankl escribió: “¿No es cierto que el hombre aspira propia y radicalmente a ser feliz? ¿No lo reconoció ya el propio Kant, añadiendo únicamente que el hombre debe aspirar también a hacerse digno de la felicidad? Yo diría que lo que el hombre quiere realmente no es la felicidad en sí, sino un fundamento para ser feliz. Una vez sentado este fundamento, la felicidad o el placer surgen espontáneamente. Kant afirma que «la felicidad es la consecuencia del cumplimiento del deber» y que «la ley debe preceder al placer para que éste pueda sentirse»” (De “El hombre doliente”- Editorial Herder SA-Barcelona 1987).

Para describir al hombre espiritual, se puede cambiar la igualdad anterior por otra semejante:

Espiritualidad – Incomodidad = Felicidad

Mientras que la primera relación describe al hombre que trata de evitar la infelicidad, la segunda supone que trata de encontrar la felicidad, si bien la tendencia en ambos casos es la misma. Es oportuno decir que las fuentes de la felicidad son “inagotables”, ya que existen 7.000 millones de seres humanos en el planeta con quienes, al menos como posibilidad, puede establecerse un vínculo afectivo, además de los animalitos domésticos que nos brindan esa posibilidad. Por otra parte, el aspecto intelectual puede ser satisfecho contando con el enorme caudal de conocimientos adquirido por la humanidad hasta el presente.

Posiblemente, en un futuro no muy lejano, se podrá producir el gran cambio esperado por todos los hombres; el momento en el cual se abandone una etapa en que el hombre huye del sufrimiento para entrar en otra en la cual el hombre se decide a buscar la felicidad. Como el camino de la felicidad involucra a otras personas, no ha de ser una búsqueda individual sino necesariamente colectiva. Víktor Frankl escribió: “A pesar del primitivismo físico y mental imperantes a la fuerza, en la vida del campo de concentración aún era posible desarrollar una profunda vida espiritual. No cabe duda que las personas sensibles acostumbradas a una vida intelectual rica sufrieron muchísimo (su constitución era a menudo endeble), pero el daño causado a su ser íntimo fue menor: eran capaces de aislarse del terrible entorno retrotrayéndose a una vida de riqueza interior y libertad espiritual. Sólo de esta forma puede uno explicarse la paradoja aparente de que algunos prisioneros, a menudo los menos fornidos, parecían soportar mejor la vida del campo que los de naturaleza más robusta”.

“Un pensamiento me petrificó: por primera vez en mi vida comprendí la verdad vertida en las canciones de tantos poetas y proclamada en la sabiduría definitiva de tantos pensadores. La verdad de que el amor es la meta última y más alta a que puede aspirar el hombre. Fue entonces cuando aprehendí el significado del mayor de los secretos que la poesía, el pensamiento y el credo humanos intentan comunicar: la salvación del hombre está en el amor y a través del amor. Comprendí cómo el hombre, desposeído de todo en este mundo, todavía puede conocer la felicidad –aunque sea sólo momentáneamente- si contempla al ser querido. Cuando el hombre se encuentra en una situación de total desolación, sin poder expresarse por medio de una acción positiva, cuando su único objetivo es limitarse a soportar los sufrimientos correctamente –con dignidad- ese hombre puede, en fin, realizarse en la amorosa contemplación de la imagen del ser querido. Por primera vez en mi vida podía comprender el significado de las palabras: «Los ángeles se pierden en la contemplación perpetua de la gloria infinita»” (“El hombre en busca de sentido”).