jueves, 29 de octubre de 2015

Los fabricantes de miseria

En toda sociedad, desde un punto de vista económico, es posible encontrar tres tipos de personas: a) Los que producen más de lo consumen, b) Los que producen menos de lo que consumen y c) Los que producen menos de lo que consumen y no dejan que otros produzcan. Dependiendo de cuál tipo de persona predomine, ya sea por su cantidad o bien por su influencia, tendremos un país desarrollado, uno subdesarrollado o bien uno subdesarrollado debido al populismo, respectivamente.

En los países latinoamericanos predomina el tercer caso, ya que la adhesión mayoritaria al populismo tiende a generar Estados ineficientes que actúan como intermediarios entre quienes producen y quienes consumen sin brindar la contraprestación correspondiente. Ello genera una miseria que tiende a perdurar y a incrementarse en el tiempo. Cuando contemplamos las pirámides egipcias, tenemos presente la opinión de algunos historiadores que aducen que tales obras faraónicas fueron hechas a través del trabajo mayoritario de esclavos. En la actualidad, cuando contemplamos algunas relucientes construcciones, generalmente ubicadas a la vista de todos, realizadas bajo la gestión de un gobierno populista, pensamos que fue hecho mediante una previa y excesiva impresión monetaria, que produjo inflación, y que sus efectos recaerán con mayor peso en los sectores de menos recursos. Bajo el lema “lo pagamos entre todos”, el beneficio de la impresión monetaria resulta bastante dispar, aunque se hable todo el tiempo de “igualdad” y de “justicia social”.

El proceso populista es similar en los distintos países, de ahí que pueda mencionarse una descripción realizada por tres escritores antes de la etapa kirchnerista, advirtiéndose cierta similitud con dicho proceso. P.A. Mendoza, C.A. Montaner y Á. Vargas Llosa escribieron: “Tomemos al azar un país latinoamericano. Examinémoslo. Es pobre: en él cohabitan formas casi africanas de miseria con ostentosos niveles de lujo y prosperidad; chozas y fábricas de acero, analfabetos y poetas de vanguardia, decía Octavio Paz”.

“Es un país que vive en los últimos tiempos una crítica situación económica. Su deuda externa es muy elevada; lucha sin éxito para frenar una inflación de dos dígitos; su moneda parece fatalmente expuesta a constantes devaluaciones; las tasas de interés están disparadas, haciendo prohibitivos los créditos bancarios, y el déficit fiscal, producto de un gasto público incontrolado, representa dos, tres, cuatro o cinco puntos del PBI. Para enfrentarlo, se realizan cada cierto tiempo ajustes tributarios severos y desalentadores, pues castigan esencialmente a quienes viven de un trabajo honrado”.

“Es, además, un país inseguro. La delincuencia común ha crecido tanto en los últimos tiempos, que nadie escapa al temor de un atraco, de un robo, si no de un secuestro. Los barrios bajos y los cinturones de miseria que rodean las ciudades importantes hierven de vagos y rateros. Es peligroso dejar el auto en la calle mientras se asiste a una cena, aunque esté dotado de un sistema de alarma. De ahí que se hayan multiplicado, en conjuntos residenciales, bancos, empresas y edificios de oficinas, servicios privados de seguridad. Pero no son sólo los ricos o las personas de un nivel medio quienes viven estas zozobras. También, y sobre todo, los pobres son victimas de la delincuencia”.

“No se les cree a los políticos cuyos nombres y fotografías fatigan diariamente a la prensa. Todos dicen lo mismo. Ofrecen el oro y el moro y nada cambia. Su lenguaje, y muy especial el de los candidatos, se ha devaluado prodigiosamente. Aunque tenga su sustento en el voto popular, el Congreso no parece representar a la nación, sino a esa clase política que desde hace años regresa al mismo recinto y a los mismos ejercicios retóricos para dirimir sus eternos, circulares pleitos en torno al poder. El clientelismo impera. Yo te doy, tú me das: tal es la norma que preside apoyos y adhesiones, pues la política ha cobrado un carácter desvergonzadamente mercantil”.

“Y para colmo, la corrupción. Los escándalos suelen salpicar a personajes del gobierno. No hay transparencia en licitaciones públicas y contratos. Se utilizan los cargos públicos o la amistad con ministros, directores de institutos y otros altos funcionarios para hacer buenos negocios. Las aduanas son cuevas de corrupción. Se reparten selectivamente privilegios y excepciones tributarias. La famosa «mordida» mexicana cambia de nombre en cada país, pero existe en casi todos ellos y a todo nivel a la sombra de una asfixiante tramitología que la hace inevitable”.

“La burocracia prolifera malignamente en todos los órganos del Estado devorando buena parte de los presupuestos nacionales y regionales. Todo lo demora, todo lo dilata y todo lo corrompe. Amparada en el papeleo, obligando al ciudadano común y corriente a filas y esperas agotadoras frente a las ventanillas de las oficinas públicas, es absolutamente ineficaz y al mismo tiempo insaciable a la hora de defender sus prebendas laborales. Por culpa de su indolencia y de su inevitable obesidad, surge, en torno suyo, una maraña de intermediarios y tramitadores. No hay manera de evitarlos si se desea llevar a término en menores plazos una gestión”.

“Los políticos que pertenecen al partido de gobierno son los soportes indispensables si se desea obtener una beca, un puesto, cupos escolares, una vivienda subsidiada y hasta la instalación más rápida de una línea telefónica”.

“Cada cuatro, cinco o seis años en ese país se abre, con gran derroche de dinero y publicidad, una tumultuosa campaña electoral para elegir nuevo presidente de la república”. “¿Qué dicen los aspirantes a la presidencia? Lo de siempre. Que su gobierno tendrá como principal objetivo la lucha contra el desempleo, la pobreza, la falta de oportunidades y las inicuas desigualdades entre los privilegiados y los desheredados. Que el Estado debe intervenir, regular, planificar, propiciar una mejor redistribución de la riqueza (porque hay pocos que tienen mucho y muchos que no tienen nada) haciendo pagar a los ricos e incrementando la inversión social para proteger a las categorías más pobres y vulnerables del país”.

“En suma, los programas de justicia social deberán prevalecer sobre las desalmadas políticas neoliberales que, al dejar libres las fuerzas ciegas del mercado, hacen más ricos a los ricos y más pobres a los pobres configurando así un vituperable modelo de capitalismo salvaje” (De “Fabricantes de miseria”-Plaza & Janés Editores SA-Barcelona 1998).

Puede decirse que en nuestro mundo, regido por leyes naturales, que involucran también lo social, a ciertas causas les siguen necesariamente ciertos efectos. Y si siempre hacemos lo mismo, eligiendo las mismas causas, los efectos serán similares. Si apoyamos al Estado omnipotente, debemos aceptar luego sus nefastas consecuencias. “El conocimiento y denuncia de estos males endémicos del continente, cuyo corolario es la pobreza y la inseguridad, no invalidan el discurso populista, que propone siempre como remedio la causa misma del mal: el Estado dirigista, cuya vocación es la de poner trabas a una libre economía de mercado, clave del desarrollo y de la riqueza en todas partes, en detrimento de sus funciones esenciales. ¿Cuándo comprenderemos que este pretendido benefactor –el llamado por Octavio Paz ogro filantrópico- es, en realidad, el padre del despilfarro, del clientelismo y de la corrupción y, por ello mismo, de la pobreza?”.

El conflicto existente entre los partidarios del libre comercio y los partidarios de los monopolios favorecidos por el Estado, existía ya a comienzos del siglo XIX. Cuando el Virrey Cisneros reemplaza al Virrey Liniers, propone el libre comercio. Bernardo González Arrili escribió: “Cuando llegó e hízose cargo del gobierno este famoso marino [Cisneros], encontró agotados todos los fondos del erario y gran cantidad de deudas, motivadas casi todas por los gastos hechos durante las invasiones inglesas y especialmente por el sostenimiento de las numerosas tropas, que se conservaban por lo que pudiera ocurrir”.

“Las dificultades que producía la pobreza del gobierno iban aumentando por momentos, y el nuevo virrey no encontró otro arbitrio que el de permitir el comercio libre, facilitar el tráfico, «proporcionando con los derechos de importación y exportación los fondos que se necesitaban»”. “Esta idea de Cisneros chocaba contra los intereses de los «monopolistas», es decir, aquellas personas a quienes convenía sostener el sistema comercial establecido por la Península [España] en sus posesiones americanas”.

“En Buenos Aires, al saberse la idea del Virrey Cisneros tendiente a declarar el comercio libre, se manifestó el descontento de los comerciantes partidarios del «monopolio». Unos deploraban «el golpe mortal» que esa resolución infería a los intereses de la metrópoli. Otros, anunciaban la ruina de este país y la destrucción de su comercio. Unos hablaban de que el territorio entero se quedaría sin moneda. Y otros, en fin, suponían que corría riesgo la suerte de los artesanos, la religión católica y hasta «la pureza de las costumbres»; tan terrible parecía declarar libre el comercio con las naciones amigas”.

“Mariano Moreno señalaba en su «Representación», con estilo elevado, sereno y no carente de energía, la necesidad de prestar más atención a la felicidad de los pueblos que al beneficio privado de los comerciantes de una sola región española [Cádiz]. Destruía una por una las objeciones que se formulaban contra el comercio libre y apuntalaba sus razonamientos favorables al mismo con citas y datos irrefutables”.

“Todos cuantos pronosticaron desdichas innumerables para el Virreinato ocasionadas por el comercio libre, comenzaron a advertir el engaño en que estaban. El comercio franco producía mucho dinero al Estado. Las cajas exhaustas empezaron a llenarse. Los cueros –que era el principal renglón de las exportaciones- recuperaron su perdido valor y en menos de seis meses salieron del país millón y medio de ellos” (De “Mariano Moreno”-Ediciones La Obra-Buenos Aires 1935).

Las causas de la persistente presencia populista surgen de una intelectualidad ignorante de la economía y de la historia. No resulta difícil advertir que los países sólo prosperan bajo un régimen de libertad económica, no sólo respecto del comercio internacional, sino de la producción interna. Mariano Moreno escribió: “Los pueblos nunca saben, ni ven, sino lo que se les enseña y muestra, ni oyen más que lo que se les dice”.

“Si los pueblos no se ilustran, si no se vulgarizan sus derechos, si cada hombre no conoce lo que vale, lo que puede y lo que sabe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas y después de vacilar algún tiempo entre mil incertidumbres, será tal vez nuestra suerte, mudar de tiranos, sin destruir la tiranía” (Citado en “Bicentenario 1810-2010” de Sergio Gaut vel Hartman-Ediciones Andrómeda-Buenos Aires 2010).

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