jueves, 17 de septiembre de 2015

Mitos y política

Mientras que las democracias tienden a fundamentarse en ideas y sentimientos compatibles con la realidad, los totalitarismos y populismos están ligados a algún mito; por lo que se ubican en el ámbito de lo irracional y de las creencias infundadas. Las democracias involucran a los ciudadanos, mientras que los totalitarismos y populismos involucran a las masas. Hannah Arendt escribió: “La propaganda totalitaria puede atentar vergonzosamente contra el sentido común solo donde el sentido común ha perdido su validez. Ante la alternativa de enfrentarse con el crecimiento anárquico y la arbitrariedad total de la decadencia o inclinarse ante la más rígida consistencia fantásticamente ficticia de una ideología, las masas elegirán probablemente lo último y estarán dispuestas a pagar el precio con sacrificios individuales…” (De “Los orígenes del totalitarismo”-Aguilar-Buenos Aires 2010).

Los mitos, que son creencias con poco fundamento racional, fueron las bases de los movimientos totalitarios que azotaron la humanidad durante el siglo XX. Mientras que los marxistas-leninistas buscaban establecer el “hombre nuevo soviético”, cuyos atributos adquiridos pasarían por herencia al resto de las generaciones (contra lo que afirma la genética), los nazis buscaban el predominio de la “raza superior” (contra lo que afirma la antropología). En ambos casos se promovía eliminar el “material sobrante”: los burgueses que no cambiaban su mentalidad fácilmente y las razas distintas de la aria, respectivamente. “Mito: Es una explicación sobre aspectos del mundo y de la vida que una sociedad se da a sí misma y que se perpetúa a través de la tradición. En algunos casos –especialmente en los pueblos «primitivos»- el mito se refiere, narrativamente, al origen del mundo. En cualquiera de los casos, se trata de una de las formas que adopta la conciencia colectiva” (Del “Diccionario de Sociología” de E. del Acebo Ibáñez y R. J. Brie-Editorial Claridad SA-Buenos Aires 2006).

Por lo general, los mitos adoptados por los totalitarismos, se trataban de cubrir con un disfraz científico aunque las “investigaciones” realizadas sólo buscan fortalecer una creencia que no habría de cambiar en lo más mínimo. “En 1935 Heinrich Himmler, uno de los jerarcas nazis más poderosos, creó el Ahnenerbe, un instituto de investigación que producía pruebas arqueológicas con fines políticos. Himmler reunió una peculiar combinación de aventureros, místicos y respetables profesores para que le ayudaran a reescribir la historia de la humanidad. Los investigadores realizaron expediciones públicas y misiones secretas en Irak, Finlandia, el Tíbet y más allá, con el apoyo absoluto del Tercer Reich”.

“Estaba convencido de que los arqueólogos habían ignorado durante siglos los logros de una raza primigenia de guerreros rubios y con ojos azules: los arios. Himmler creía que los ancestros de los alemanes habían crecido en el árido y helado Ártico, que habían dominado como raza superior invencible. Según su teoría, solo quedaban restos de esa raza en lugares especiales del mundo. Encontrar a los auténticos arios y eliminar todas las demás razas se convirtió en la piedra angular del proyecto nazi” (De “El plan maestro” de Heather Pringle-Debate-Buenos Aires 2008).

La Argentina también tiene sus mitos, como Eva Perón y Ernesto “Che” Guevara, que son hábilmente explotados por quienes viven de la política. A diferencia de los mitos de nazis y comunistas, en nuestro país tienen mayor aceptación los que atacan a la oligarquía y a la clase media en nombre de los pobres. Juan José Sebreli escribió: “El retorno del mito y de los héroes míticos es recibido por los posmodernos como el signo del fin del mundo moderno, la pérdida de la fe en la razón, la ciencia y la idea de progreso. Puede interpretarse, sin embargo, como una manifestación de la decadencia de las religiones tradicionales y el regreso a la magia”.

“La búsqueda de la verdad objetiva en la ciencia y el pensamiento racional obliga a la verificación del resultado obtenido y la coincidencia de éste con la realidad; la crítica es inherente al conocimiento científico. El mito, en cambio, es una forma de verdad irrefutable y definitiva por ser inseparable de la simbología que le dio origen, y por eso no verificable ni rebatible”.

“Los intelectuales populistas proclaman que sólo la comunión con la sensibilidad popular permite percibir la emoción de los mitos populares. Éstos son misterios insondables que pueden sentirse pero no pensarse. Los mitólogos caen en el dogmatismo cuando niegan a los no creyentes el derecho de desmitificar y desacralizar sus creencias, los acusan de profanar lo sagrado, de cometer sacrilegio de entrometerse con lo intocable”.

“El universo encantado y quimérico del mito donde habitan los héroes legendarios es una etapa histórica necesaria en la evolución de los pueblos primitivos, también en el periodo infantil de la formación psicológica del individuo, y es una enriquecedora fuente de inspiración en el arte y la literatura. En todas esas situaciones juega un papel positivo, pero resulta, en cambio, peligroso si se lo quiere reinstalar en la vida cotidiana de los tiempos modernos; es absurdo si se lo eleva a conocimiento superior al racional, y es perverso cuando se lo usa como instrumento político. Hay un hilo invisible que va de la rehabilitación de la mitología nórdica por el romanticismo alemán hasta el nacionalsocialismo” (De “Comediantes y mártires”-Debate-Buenos Aires 2008).

Cierto revisionismo histórico, en forma conciente o inconsciente, desvirtúa y degrada a los próceres del pasado para remplazarlos por los mitos populares. El citado autor agrega: “En pleno siglo XX, la cultura de masas reemplazó a los próceres por los ídolos populares; entonces el abismo entre la realidad y la idealización fue aún más profundo y más drástica la anulación de todo juicio crítico. Si el culto a los próceres cumplía objetivos nacionales, en el de los héroes populares se mezclaron intereses políticos o puramente comerciales”.

“El mito es un proceso maniqueo de divinización y demonización y, a veces, ambas cualidades se unen en un mismo individuo. Los ídolos populares, como los héroes mitológicos, tienen dos rostros: uno lumínico, otro tenebroso; oscilan siempre entre lo sagrado y lo impuro: dioses y demonios que provocan todo el amor y todo el odio”. “Evita, la protectora de los pobres y la fanática perseguidora, la «dama de la esperanza» y la «mujer del látigo»; el Che, el luchador por un mundo mejor y el delirante que se sacrificaba a sí mismo y a los demás en aventuras absurdas”.

El mito peronista surge como respuesta a la redistribución y el derroche de lo que dispone el Estado; promoviendo un lugar casi permanente de la Argentina en la lista de los países subdesarrollados. Sebreli agrega: “Lo criticable de la política social del peronismo estaba, además de su molde autoritario, en no haber sabido implementar una economía capaz de sustentar y mantener a largo plazo esas mejoras sociales. La crisis económica ya se había instalado en la mitad del régimen entre 1949 y 1950; aunque es verdad que tampoco las clases gobernantes después de la caída del peronismo supieron encontrar el rumbo adecuado”.

El nombre de Eva Perón estuvo principalmente ligado a su Fundación: “Desde la Fundación, Evita imponía la idea de que todos los problemas se solucionaban por arte de magia o por la generosidad de un gobernante, pero más grave fue hacer pensar que los beneficios no eran derechos que debían reclamarse al Estado, sino favores personales otorgados por ella. Visitantes de prestigio o huéspedes del extranjero asistían al ritual frente a las siempre presentes cámaras de los fotógrafos de prensa y de los noticieros cinematográficos. Los pobres seguirían siendo tan pobres como antes, pero nunca más olvidarían a esa hada bella y buena que había satisfecho en el acto sus deseos o necesidades inmediatas”.

“La ayuda social de la Fundación no fue al fin sino una variante del clientelismo político usado antes por el yrigoyenismo y también por los conservadores, el llamado populismo oligárquico practicado por ciertos caudillos como Barceló. El palacio de la intendencia de Avellaneda y aun la propia casa de Barceló estaban siempre llenos de indigentes pidiendo algo”.

“Si la obra de la Fundación Eva Perón fue tan monumental que la volvió incomparable con la de sus precursores, se debió a los medios peculiares de financiación, nutridos no sólo con el dinero obtenido, a veces mediante extorsión de las grandes empresas, sino también con el de los propios trabajadores a través de descuentos obligatorios en los aumentos de salarios. Por tratarse de una institución privada no rendía cuentas a nadie, pero a la vez echaba mano del presupuesto del Estado destinado para obras que en los gobiernos normales realizaban, bien o mal, otras reparticiones. La Fundación le quitaba la edificación de escuelas al Ministerio de Educación; hospitales al Ministerio de Salud; las construcciones de toda índole al Ministerio de Obras Públicas; y la resolución de problemas gremiales al Ministerio de Trabajo”.

“Todo era absorbido por la Fundación; de ese modo, lo que debió ser un trámite administrativo común se convirtió en una fabulosa máquina de favoritismo político y de propaganda para la pareja gobernante. De ahí los roces que Evita tuvo con el ministro de Salud Pública, entre otros, por superposición de tareas. Hasta tal punto la Fundación llegó a absorberlo todo, que incluso otorgaba cargos o seleccionaba a los empleados públicos. Esta práctica continuó después de su muerte: los peticionantes remitían cartas como si ella siguiera viva. Se había producido lo que Max Weber llama la «rutinización del carisma»; la mera burocracia sustituía el liderazgo carismático de Evita”.

“La gran fiesta peronista, con un inédito consumo de las clases populares, existió gracias a la gran prosperidad, producto de las divisas acumuladas durante la guerra. Cuando éstas se terminaron, en la mitad misma del periodo peronista, comenzó a ser más difícil continuar ese frenesí. Evita murió sin tener necesidad de enfrentarse a la dura realidad: el bienestar eterno prometido a los pobres había sido ilusorio y efímero”.

Mientras que el peronismo fue una farsa en la que hábiles embaucadores engañaron a su antojo a todo un pueblo, el mito asociado al Che Guevara involucra a un personaje siniestro que mataba gente como si se matara a un insecto. Sebreli escribió: “Su crueldad –según testimonio del sacerdote Bustos Argañaraz- llegaba hasta el punto de obligar a los familiares que iban a recoger los cadáveres de los fusilados a pasar por el famoso «paredón» manchado con la sangre fresca de las víctimas. Carnicero de La Cabaña, lo llamaban los adversarios; sadomasoquista, diagnosticaba un psicólogo; ángel exterminador, metaforizaba Régis Debray; asesino serial, acusaba Oscar del Barco, guevarista arrepentido”.

“Todo personaje –o evento de actualidad- aunque carezca de entidad y sea ética o estéticamente desdeñable, es susceptible de ser transformado en mito”.

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