sábado, 26 de septiembre de 2015

Del perdón al consentimiento

Conceder el perdón a quien cometió errores, es un deber de los cristianos; ya que es la forma de evitar caer en una interminable secuencia de venganzas que puede llevarnos hasta extremos insospechados. Sin embargo, si no existe, por parte del pecador, una actitud de arrepentimiento, que surja de su propia conciencia, el perdón puede estimular acciones perjudiciales contra los demás. En ese caso no queda otra opción que el alejamiento para evitar ser perjudicados nuevamente; el perdón incondicional tiende a favorecer conductas erróneas.

El proceso del perdón, asociado al arrepentimiento, tiene en cuenta la existencia de la actitud característica, ya que, una vez que fue modificada desde posturas egoístas hasta posturas cooperadoras, deja de existir la causa que promovía la conducta errónea. La persona ha logrado cambiar de actitud, mejorándola, y el arrepentimiento es el síntoma del cambio, siendo el arrepentimiento el perdón otorgado a uno mismo. De ahí que antes de esperar el perdón de los demás, debemos perdonarnos a nosotros mismos. En ese caso, el perdón de los demás permitirá afianzar el cambio.

La actual conducción de la Iglesia Católica parece promover un perdón incondicional otorgándolo a quienes ni siquiera muestran señales mínimas de arrepentimiento, alejando a quienes fueron víctimas de la violencia de los “perdonados”. Este es el caso concreto de Francisco, que dialoga con Fidel Castro negándose a recibir a disidentes cubanos; varios de ellos detenidos horas antes de su visita a Cuba.

La conducta de Castro ha sido siempre deplorable; aunque sigue manteniendo con firmeza sus convicciones políticas que desencadenaron una inusitada violencia en toda América Latina. Se estima que la cantidad de victimas producidas por la guerrilla marxista, favorecida por su accionar, llegó a 150.000 (cifra de “El libro negro del comunismo” de S. Courtois y otros-Ediciones B SA-Barcelona 2010).

Los asesinatos colectivos promovidos por el marxismo-leninismo afectaron a varios millones en todo el mundo, una cantidad mayor a la promovida por Adolf Hitler y sus secuaces. Claire Wolfe escribió: “Casi cien millones de muertos. No víctimas de guerra, sino civiles asesinados. Muertos en gulags y campos de concentración. Con una bala en la cabeza. La mayoría, muertos en hambrunas, planificadas o como resultado de castigos por luchas intestinas (como en la URSS de Stalin), o como consecuencia de una mala gestión central” (Cita en “El libro negro del comunismo”).

Respecto del caso cubano, Guillermo Martínez Márquez escribió: “Mientras los agentes de Castro lo secundaban en su tarea de despertar el dormido entusiasmo popular, los Tribunales Revolucionarios no se daban punto de reposo. En algunos lugares, como en la provincia de Oriente –entonces bajo la autoridad militar del comandante Raúl Castro, hermano de Fidel-, se «despachaba» con dramática rapidez a los acusados, llegando a dictarse cerca de setenta penas de muerte en breves horas; en otras regiones, y de manera especial en La Habana, las audiencias públicas de los juicios revolucionarios se montaban como en un circo romano. El público rodeaba al tribunal y a los encartados, aprobaba o rechazaba a viva voz los descargos del acusado, las declaraciones de los testigos o las apelaciones de los defensores y el fiscal. Con sus gritos alentaba a los acusadores, coaccionaba a los abogados, amedrentaba a los presuntos culpables y en definitiva adelantaba el ineludible fallo a la última pena que seguía a la mayoría de estos juicios faltos de la serenidad imprescindible a la justicia”.

“En esta forma fueron condenados a muerte, y fusilados, más de quinientos ex-militares y ex–policías, junto a algunas autoridades del régimen depuesto y amigos del dictador Batista”. “Pronto, sin embargo, se acabaron los «criminales de guerra». Comenzó entonces la batida contra «los malversadores», los que se habían enriquecido con el dinero robado al pueblo; contra los contratistas que habían cobrado sobreprecios por las obras realizadas; contra los funcionarios del gobierno anterior, y contra los amigos de Batista, y los amigos de los amigos de Batista”.

“Los locales destinados a cárceles se colmaron con los detenidos. A muchos de ellos no se les instruía siquiera de cargos, no se les decía a ellos, ni a sus familiares, ni a sus abogados de qué se les acusaba. Como el gobierno había suspendido el recurso de habeas corpus, permanecían en prisión, con frecuencia incomunicados y casi sin alimentación durante días, semanas y meses. Llegó a darse el caso de hacinarse más de dos mil personas en una cárcel que normalmente no hubiera podido albergar a más de doscientos presos”.

“Así se inició la siembra de odios en un país donde sus pobladores gozaban de la merecida fama de ser los más cordiales del mundo”. “Así se inició, pero no se detuvo ahí. Los ricos, decían, tenían una gran parte de la culpa de lo ocurrido, porque atesoraban sus riquezas sin pensar en los pobres. (No decían que los banqueros, industriales, hacendados y ganaderos de Cuba habían donado millones de pesos a la revolución y a Castro; no recordaban que numerosos revolucionarios habían salvado su vida en virtud de las gestiones de extranjeros y cubanos influyentes)”.

“Los viejos, los hombres de experiencia, tampoco habían colaborado en la lucha contra la tiranía, según los agentes de Castro. Durante la Dictadura habían permanecido indiferentes al dolor y al sacrificio del pueblo, y eran también culpables de lo ocurrido. Los profesionales, los intelectuales, los periodistas, los escritores, tampoco habían utilizado sus conocimientos en favor de los humildes, los habían abandonado a su suerte, se habían mostrado más que cobardes, cómplices de la Dictadura con su silencio que era como un asentimiento tácito con los crímenes y horrores cometidos. Eran también culpables”.

“Y así continuó la siembra de odios; así fue tejiéndose la complicada red del gran rencor, del resentimiento inmenso que envuelve al pueblo cubano, que lo aprisiona y que no le deja ver una solución normal a sus problemas”. “Ese era, claro está, el caldo de cultivo de la proyectada era comunista. Una etapa de preparación a la entrada de una sociedad al comunismo muy peculiar, porque se iniciaba sobre el odio de los pobres a los ricos, de los jóvenes a los viejos, de los negros a los blancos y de los ignorantes a los profesionales, sin acentuar demasiado la lucha de clases de los obreros contra los patrones, que postula el marxismo porque, como proyectaban convertir casi inmediatamente al Estado en patrón único, no convenía a sus planes intensificar la agitación obrera” (Del Prólogo de “Media vuelta a la izquierda” de Frank Gibney-Diario de la Marina-La Habana 1960)

La “justicia revolucionaria” implantada por Fidel Castro poco tenía de cristiana, por cuanto era impulsada por el odio y las ansias de venganza, considerando al perdón como una debilidad. La pena de muerte servía eficazmente a la necesidad de implantar el terror. El “modelo cubano” fue promovido por Fidel Castro en el resto del continente. Juan B. Yofre escribió: “Desde antes de 1975 –para ser más precisos desde 1962- el comandante Fidel Castro exportaba la revolución socialista a todo el continente, convirtiendo a Cuba en un campo de adiestramiento de la guerrilla latinoamericana. Aunque todos lo presumían o sabían, Castro no lo reconocía. Debieron pasar varias décadas para escuchar de sus propios labios la terrible confesión. El 4 de julio de 1998, Fidel Castro aceptó oficialmente su papel de promotor de la subversión en América Latina, durante la década del 60 y del 70, cuando Cuba intentó crear «un Vietnam gigante» a lo largo de toda la región” (De “Nadie fue”-Buenos Aires 2006).

El Papa habló, en su gira por EEUU, contra la pena de muerte aplicada a los delincuentes. Sin embargo, aceptó hablar con Fidel Castro, quien la impuso en Cuba y en Latinoamérica, desde hace varios años, aplicada contra quienes se oponían a sus planes de expansión del comunismo, ya fueran personas honestas o fuesen delincuentes.

De la misma manera en que Jorge Luis Borges fue criticado y calumniado luego de asistir a una reunión con el Gral. Augusto Pinochet, Francisco ha dado lugar a una situación similar, con la diferencia de que la cantidad de victimas ejecutadas por órdenes de Castro fue mucho mayor que las ejecutadas por órdenes de Pinochet. A.C. Grayling escribió: “Ha llegado la hora de subvertir la idea de que el credo religioso merece respeto por sí mismo, y de que debería tratárselo con guantes de seda. Ha llegado la hora de rechazar tener que andar de puntillas al pasar junto a las personas que reclaman respeto, consideración, un trato especial o cualquier otra forma de inmunidad, por el simple hecho de tener fe religiosa, como si tener fe fuera una virtud privilegiada, como si fuera más noble creer en afirmaciones sin fundamento y en antiguas supersticiones” (De “Contra todos los dioses”-Editorial Planeta SA-Barcelona 2011).

Las reacciones ante el trato papal hacia Fidel Castro, como si ese brutal asesino se hubiese arrepentido de sus obras, no se dejaron esperar. Cosme Beccar Varela escribió: “Cuba está tiranizada por el comunismo desde hace 55 años; miles de católicos han muerto contra el «paredón» clamando «¡Viva Cristo Rey!» fusilados por orden de los Castro y sus secuaces; millones de cubanos han perdido la fe instigados por un sistema de «lavado de cerebro» mal llamado «educación», obra de la tiranía; cientos de miles han huido de la isla corriendo el riesgo de morir y muchos de ellos de hecho han muerto en la travesía; miles de presos políticos que ni siquiera son reconocidos como existentes sufren en las cárceles del régimen; los Obispos cubanos, empezando por el Cardenal Ortega, «primado» de Cuba, son aliados ostensibles de los Castro y esa nación desventurada ha sido convertida en un foco de infección comunista que ya ha contagiado a ocho países católicos de Iberoamérica”.

“No hay ninguna señal de que esa situación horrenda se modifique para bien. El poder en manos del comunismo está sólidamente afirmado. A pesar de eso, el Papa intercedió ante los EEUU para que se reconozca ese régimen notoriamente ilegítimo y lo ha conseguido porque el Presidente de esa gran nación del Norte, un musulmán, pro-marxista, ha cometido el crimen de reconocer ese «gobierno» ilegítimo como si fuera legítimo restableciendo con él relaciones diplomáticas normales”.

“Como católico y como argentino, hijo de una nación hermana de Cuba por su origen hispánico, su religión y sus costumbres, me atormenta la idea de que esa visita papal sea como las dos anteriores, o sea, un espaldarazo para la tiranía de Raúl Castro, temor que se acrecienta cuando recuerdo que no hace mucho lo recibió con «bombos y platillos» en el Vaticano sin acordarse de que es el verdugo de miles de sus hijos de la Iglesia y el carcelero corruptor de millones que soportan su tiranía sin esperanza humana de liberación” (De www.laprensapopular.com.ar ).

1 comentario:

Tony dijo...

El Papa Francisco es en términos políticos un demagogo. No comparto su estilo aunque sea atractivo al "pueblo" y sea efectista en sus gestos. Puede tener buenas intenciones pero le falta médula o en todo caso tiene sus "convicciones" particulares que no hay porqué mcompartir..!.