lunes, 9 de febrero de 2015

La complicidad de los tibios y de los imparciales

De la misma manera en que el fanatismo por alguna bandería política resulta negativo por cuanto se renuncia a rechazar acciones y actitudes erróneas, el éxito de sectores mal intencionados requiere también de la actitud pasiva de aquellos que se jactan por mostrar cierta imparcialidad negándose a distinguir entre quienes actúan bajo intenciones nefastas y quienes no. Para el imparcial sólo existen dos bandos en disputa, sin hacer distingo entre quien empezó un conflicto o quien está más cerca de lo ético. J. F. Castelli escribió: “Cuando se sabe que la justicia está de una parte, es indecoroso mantenerse neutral”.

Quien responde con cierta vehemencia ante una injusticia, es calificado por el neutral como el único culpable, mientras que quien inició el conflicto queda encubierto bajo la vistosa reacción. Durante una entrevista efectuada al escritor Ernesto Sabato, el interlocutor comenta que algunos lo consideran una “persona violenta”, respondiendo que no lo es, sino que “cuando se me ataca con munición gruesa, respondo de la misma forma”. Pedro Calderón de la Barca escribió: “Si la neutralidad sigo, a andar solo me condeno, porque el neutral nunca es bueno para amigo ni enemigo”.

El caso más ilustrativo de esta actitud fue la reacción desmedida con la que Zidane responde al agravio personal por parte de un jugador italiano, en la final del Mundial de Fútbol de 2010. En ese caso, debe decirse que “violento” es el que inicia el conflicto con la agresión verbal, mientras que la victima de tal agresión es quien responde exageradamente, sin que por ello se lo deba considerar una persona violenta. Si no se tiene en cuenta este aspecto, como lo hace el observador “imparcial”, se advierte erróneamente la situación como que “una persona violenta aplica un cabezazo a una persona pacífica y normal”.

Durante la final del 78, un jugador holandés, que hablaba español, en una actitud similar, provoca a Leopoldo J. Luque hablándole sobre su hermano recientemente fallecido, buscando una reacción fuerte para que fuera luego expulsado. Esta vez, el jugador argentino adopta una actitud distinta a la de Zidane. En lugar de tener como objetivo el triunfo argentino, agregó otro objetivo adicional: que perdiera Holanda, quedando doblemente motivado para la lucha deportiva.

La reacción inmediata, o en el corto plazo, puede muchas veces impedir la violencia posterior, mientras que en el largo plazo ya no puede considerarse reacción, sino venganza, con lo que comienza una violencia que no tiene fin. En ello se observa la delgada línea que divide el bien del mal. Morris West escribió: “En un momento crítico, los hombres y las mujeres buscan instintivamente soluciones pragmáticas: el juego de poder de la diplomacia y la presión económica. Cuando estos recursos fracasan, el método siguiente e inevitable es la represalia: la respuesta violenta ante el acto violento. Tan pronto se da ese paso, el resto del escenario es inevitable. Una muerte determina otra, y la violencia se agrava en una curva exponencial por referencia a las dimensiones de una amenaza global”.

El dilema al que nos enfrentamos casi cotidianamente implica elegir entre dos alternativas igualmente negativas, debiendo optarse por la que nos parece menos mala. “Descubrí que la sencilla pregunta se había convertido en un enigma más complejo y terrorífico que lo que yo había esperado: Si actúo, me convierto en uno de ellos. Si no actúo, llego a ser su esclavo” (De “Desde la cumbre”-Javier Vergara Editor-Buenos Aires 1996).

Bajo el slogan utilizado por religiosos acerca de que “todos somos pecadores”, en cada conflicto existente no se distingue entre culpable e inocente, o entre agresor y agredido, sino que se trata de un conflicto en el cual se enfrentan “dos pecadores”. De esa forma, en lugar de ser la Iglesia una institución que tiende a favorecer el bien, actúa como una encubridora de culpables que tiende a favorecer el mal. Si se le perdonan sistemáticamente las malas acciones a quienes ni siquiera hacen el menor intento por corregirse, se les está induciendo a perseverar en el mal. Tal actitud se admite generalmente en un partido político que busca lograr la mayor cantidad de votos posibles, pero no en instituciones que tienen por finalidad favorecer el bien y desalentar el mal.

Tanto el relativismo moral como el cultural tienden justamente a amparar las actitudes erróneas por cuanto se supone que “no existe el bien ni el mal” en sentido absoluto, ni mucho menos actitudes personales que orienten a los individuos hacia tales tendencias. Mientras que para la Iglesia “somos todos pecadores”, para el relativista moral “nadie es pecador ni nadie es justo” sino que todo depende de las circunstancias, por lo cual se termina absolviendo a quien inicia un conflicto y se culpa a quien reacciona al mismo.

Como generalmente se considera violento y culpable al que habla en voz alta, hay gente que trata de hablar en forma suave y pausada simulando una actitud noble y pacífica, aunque a la vez esté inoculando veneno e ironía a través de sutiles mensajes, mientras que quien los recibe se verá presionado a responder como una persona mal educada.

Las palabras sirven muchas veces para enmascarar actitudes y para poner a todos en un mismo nivel, tal es el caso del que ataca primero con las mismas palabras que luego ha de recibir con justicia por sus acciones deshonestas. Este cinismo aparece en las sugerencias de Joseph Goebbels: “Transponer al adversario todo aquello de lo que puedan acusar a uno. Ganarles de mano”.

También en el caso del terrorismo se adopta cierta imparcialidad al no distinguir claramente entre agresor y agredido. Gustavo D. Perednik escribió: “Adolfo Pérez Esquivel encabezó una solicitada del 21 de septiembre de 2001, fecha en la que……correspondía solidarizarse con el pueblo norteamericano, que había sido objeto de una feroz agresión. Por el contrario, la mentada solicitada explicaba que la respuesta a «un ataque demencial no puede ser el terrorismo de Estado contra los pueblos». Es decir, que si EEUU lanzaba una operación contra Afganistán, en donde se refugiaba Bin Laden, sería ipso facto terrorista. En cuanto a Bin Laden, bueno, fue sólo «demencial». El mismísimo adjetivo pareciera condonar el crimen. Habrá que pedir que Osama sea internado en un psiquiátrico, pero a Bush hay que castigarlo por cómo iba a responder” (De “Matar sin que se note”-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2009).

En la Argentina se da el caso de que hombres nacidos en este suelo simpatizan con Estados que provocaron atentados terroristas en su propia patria, como es el caso de Irán. Llega a tanto el sentido de la “imparcialidad” que tienden a favorecerlos. El citado autor escribió: “D’Elia, junto con el Diputado Mario Cafiero y el sacerdote Luis Farinello, viajaron a Teherán para reunirse con el presidente Ahmadineyad. El 28 de febrero de 2007 le entregaron un documento de apoyo”. “Apoyan explícitamente, de Irán, su plan nuclear”. “Entre los firmantes del documento que dejaron en Teherán, están Hebe de Bonafini y Nora Cortiñas (la de la otra línea), los cineastas Fernando «Pino» Solanas y Alejandro Fernández, los escritores Osvaldo Bayer y Eduardo Pavlovsky. Con tantas muestras de apoyo, el 30 de agosto de 2007 Irán aceptó, por primera vez, dar una pequeña respuesta sobre la causa AMIA, aunque sea un guiño”.

Los terroristas de los años 70, varios de los cuales forman parte del gobierno nacional, advirtiendo la cantidad dominante de “imparciales” existente en la población, crearon la “ley antiterrorista” mediante la cual se ha de castigar, por ejemplo, al economista que crea “terror” en la población cuando afirma que el dólar va a duplicar su valor en cierto tiempo, y así se lo coloca al mismo nivel de quienes colocaban bombas y cometían secuestros extorsivos y asesinatos.

Entre los factores destructivos del sistema educativo puede mencionarse la tendencia a considerar “igualitariamente” la palabra del alumno a la del docente luego de que surge algún conflicto. Por lo general, algunos alumnos van a la escuela con pocas ganas de hacerlo y tratan de divertirse recurriendo a lo que no está permitido, mientras que los docentes van con otra actitud y otros objetivos, de ahí que resulta inadecuada la postura del directivo imparcial que no presume la culpabilidad de uno ni la inocencia del otro.

Los tibios e imparciales, se consideran justos y equitativos por cuanto nunca toman partido por nada, ni por el bien ni por el mal. Esta actitud favorece el ascenso de políticos totalitarios que tratan de imponer sistemas políticos y económicos que favorecen tan sólo a quienes administran el Estado. Aplicando la sugerencia de Goebbels antes mencionada, se han adjudicado al sistema democrático todos los aspectos y atributos negativos con que, con justicia y verdad, caracterizan al totalitarismo.

Gran parte del problema asociado a nuestra adaptación cultural al orden natural estriba en la resolución del conflicto entre en bien y el mal. Mientras que el bien está asociado a la cooperación y a la actitud del amor, el mal está asociado al odio con la complicidad del egoísmo y de la negligencia. Así, el tibio es el egoísta que carece de empatía suficiente y pretende asimismo pasar por virtuoso encubriendo su indiferencia bajo un falso sentido de la justicia. “La indiferencia es la disposición de quien se halla en estado de completa neutralidad afectiva con respecto a otro o a los demás en general; en particular, que es insensible a lo que de feliz o desgraciado acontezca a sus semejantes” (Del “Diccionario del Lenguaje Filosófico” de Paul Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1967).

También los indiferentes tratan de esconder su egoísmo a través de una sobreactuación o exageración afectiva. E. Mounier escribió: “Los emotivos-activos-primarios engañan con la cordialidad que a los cuatro vientos distribuyen: su egoísmo de «buen chico» es una confesión de indiferencia: expresa su desprecio en la propia inflación de sus sonrisas” (Del “Diccionario del Lenguaje Filosófico”).

El bien y la verdad asociados a la interacción social, se dan simultáneamente, ya que para conocer a alguien debemos necesariamente compartir su actitud y sus afectos. Edgar Alan Poe escribió: “Cuando quiero saber cuán sabio, o cuán estúpido, o cuán bueno o cuán malvado es alguien, o cuáles son sus pensamientos en ese momento, adecuo la expresión de mi rostro lo más exactamente posible a la expresión del suyo, y luego espero a ver qué pensamientos o sentimientos surgen en mi mente o en mi corazón, que se adecuen o correspondan con mi expresión” (De “La carta robada”).

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