martes, 23 de diciembre de 2014

Psicopolítica

Los denominados “lavados de cerebro”, practicados a nivel individual, se consideran como una práctica psicopolítica cuando se los aplica a nivel masivo. Julio Meinvielle escribió: “El primer material sobre Psicopolítica fue hecho conocer en los EEUU en el año 1955 por Charles Stickley y luego en 1956 por Kenneth Goff, quienes hicieron conocer en realidad el mismo texto usado por el poderoso policía de la Unión Soviética Lavrenti Beria”.

Ante la necesidad del socialismo soviético de crear el “hombre nuevo”, se buscaron métodos psicológicos para la adaptación del hombre renuente a ese objetivo y también para intentar avasallar a los países enemigos. En el Manual respectivo puede leerse: “La psicopolítica es el arte y la ciencia de obtener y mantener un dominio sobre el pensamiento y las convicciones de los hombres, de los funcionarios, de los organismos y de las masas, y de conquistar a las naciones enemigas por medio del «tratamiento mental»”. “Nuestro primer paso decisivo es producir el caos máximo en la cultura enemiga. Nuestros propósitos fructifican en el caos, en la desconfianza, en la crisis económica y en la confusión científica”. “El psicopolítico debe esforzarse para producir el caos máximo en el terreno de la «cura mental». Debe reclutar y utilizar todos los organismos y medios disponibles de la «cura mental». Debe trabajar empeñosamente para aumentar sus agentes y sus elementos hasta que, por último, toda la rama de la ciencia psiquiátrica esté minada por los principios y los objetivos comunistas” (De “Psicopolítica”-Kenneth Goff-Editorial Nuevo Orden-Buenos Aires 1966).

En el Manual de Psicopolítica utilizado en la URSS se advierte la idea colectivista de evitar toda actitud individualista negando objetivos particulares y considerando la sociedad como un cuerpo que necesita de todos sus órganos para poder vivir plenamente. Se considera al individualismo una enfermedad mental que debe ser combatida o eliminada. “Así como vimos que un individuo se enferma cuando cada uno de sus órganos deja de funcionar para el conjunto, así también comprobamos que el Estado se enferma cuando los individuos no obedecen a normas rigurosamente codificadas y compulsivas”. “Hubo algunos que, en épocas menos ilustradas, indujeron al Hombre a creer que los objetivos son los que cada uno se fija y persigue por cuenta propia, y que en realidad el impulso total del Hombre hacia cosas superiores provenía de la Libertad. Debemos recordar que esos mismos que profesan tal filosofía fueron también quienes mantuvieron al Hombre en el mito de la existencia espiritual”. “Los objetivos estatales deben ser formulados por el Estado para obtener la obediencia y cooperación de cada miembro del Estado. Un Estado sin objetivos así establecidos es un Estado enfermo. Un Estado sin el poder ni el deseo de hacer cumplir sus objetivos es un Estado enfermo. Cuando el Estado comunista imparte una orden, y no es obedecido, la consecuencia es una enfermedad. Cuando la obediencia falla, las masas sufren”.

“Los objetivos del Estado dependen de la lealtad y la obediencia para su realización. Cuando los objetivos del Estado pretenden ser interpretados, se debe a que han interferido la terquedad, la codicia, la pereza, o el individualismo feroz y la iniciativa egoísta. Se comprobará que los fines del Estado han sido obstruidos por alguna persona cuya deslealtad y desobediencia son resultado directo de su desubicación en la vida”. “No siempre es imprescindible eliminar a dicho individuo. Es posible destruir sus tendencias opuestas a los objetivos y al beneficio del grupo. Los métodos de la psicopolítica se extienden desde la eliminación del individuo mismo hasta la mera erradicación de las tendencias que motivan su falta de cooperación”.

Las técnicas de la psicopolítica tienen, en la actualidad, la posibilidad de ser puestas en acción en aquellos países dominados por monopolios de los medios masivos de comunicación, ya sean estatales o privados, siendo poco posible su aplicación en sociedades en donde predomina la libertad de prensa.

Además de la técnica mencionada, puede incluirse en la psicopolítica la tergiversación del significado de las palabras. Eric D. Butler escribió: “En 1896 el gran filósofo francés, Gustave Le Bon, publicó su pequeña pero importantísima obra “La psicología de las multitudes”, en la que hacía notar que la mayoría de las revoluciones se han hecho cambiando el significado de las palabras, de lo cual ha resultado una confusión de ideas. Una cantidad de gente repite sin pensar ciertas consignas premeditadas sin darse cuenta de sus verdaderos alcances” (De la Introducción de “Psicopolítica”).

Entre las palabras a las que se les ha cambiado de significado, se encuentra “individualismo”, con su nuevo significado de “egoísmo”. Este cambio surge al observar una sociedad libre para compararla luego con lo que debería ocurrir en una colectivista. El individuo que en la primera tiene objetivos individuales, sin ser necesariamente una persona egoísta, es vista desde el ideal socialista como alguien no colectivista, es decir, alguien que se opone al objetivo impuesto por el Estado, y de ahí que tal actitud se la considere como un defecto personal.

La palabra “igualdad” nos sugiere la existencia de personas cercanas, afectivamente hablando, o bien similares desde el punto de vista de sus derechos, mientras que, bajo el socialismo, implica algo bastante distinto, ya que se entiende por igualdad la situación relativa entre los gobernados que ocupan un peldaño inferior al de los gobernantes. Alexis de Tocqueville escribía ya en 1848: “La democracia extiende la esfera de la libertad individual; el socialismo la restringe. La democracia atribuye todo valor posible al individuo; el socialismo hace de cada hombre un simple agente, un simple número. La democracia y el socialismo sólo tienen en común una palabra: igualdad. Pero adviértase la diferencia: mientras la democracia aspira la igualdad en la libertad, el socialismo aspira a la igualdad en la coerción y en la servidumbre” (Citado en “Camino de servidumbre”).

En cuanto a la palabra “libertad”, Friedrich A. Hayek escribió: “El advenimiento del socialismo iba a ser el salto desde el reino de la indigencia al reino de la libertad. Iba a traer la «libertad económica», sin la cual la ya ganada libertad política «no tenía valor». Sólo el socialismo era capaz de realizar la consumación de la vieja lucha por la libertad, en la cual el logro de la libertad política fue sólo el primer paso”. “El sutil cambio de significado a que fue sometida la palabra libertad para que esta argumentación se recibiese con aplauso es importante. Para los grandes apóstoles de la libertad política la palabra había significado libertad frente a la coerción, libertad frente al poder arbitrario de otros hombres, supresión de los lazos que impiden al individuo toda elección y le obligan a obedecer las órdenes de un superior a quien está sujeto. La nueva libertad prometida era, en cambio, libertad frente a la indigencia, supresión del apremio de las circunstancias, que, inevitablemente, nos limitan a todos el campo de elección, aunque a algunos mucho más que a otros”.

“En este sentido, la libertad no es más que otro nombre para el poder o la riqueza”. “La «libertad colectiva» que nos ofrece no es la libertad de los miembros de la sociedad, sino la libertad ilimitada del planificador para hacer con la sociedad lo que se le antoje. Es la confusión de la libertad con el poder, llevada al extremo”.

“Si no se ha pasado personalmente por la experiencia de este proceso, es difícil apreciar la magnitud de este cambio de significado de las palabras, la confusión que causa y las barreras que crea para toda discusión racional. Hay que haberlo visto para comprender cómo, si uno de dos hermanos abraza la nueva fe, al cabo de un breve tiempo parecen hablar lenguajes diferentes, que impiden toda comunicación real entre ellos. Y la confusión se agrava porque este cambio de significado de las palabras que expresan ideales políticos no es un hecho aislado, sino un compromiso continuo, una técnica empleada consciente o inconscientemente para dirigir al pueblo. De manera gradual, a medida que avanza este proceso, todo el idioma es expoliado, y las palabras se transforman en cáscaras vacías, desprovistas de todo significado definido, tan capaces de designar una cosa como su contraria” (De “Camino de servidumbre”-Alianza Editorial SA-Madrid 1978).

Es oportuno sintetizar las actitudes propuestas por el liberalismo y el socialismo teniendo presentes las dos tendencias motivadoras de la acción humana: cooperación y competencia.

Liberalismo:

a) Cooperación: Propone la división del trabajo para establecer luego el intercambio de bienes y servicios en el mercado. Los intercambios benefician a ambas partes, por lo que existen suficientes motivaciones para el trabajo.

b) Competencia: Propone encauzar la competitividad humana hacia la cooperación. De esa manera, se busca evitar la formación de monopolios.

Socialismo:

a) Cooperación: Propone el trabajo bajo la planificación estatal teniendo presente el lema: “De cada uno según su capacidad; a cada uno según su necesidad”. Aconseja el altruismo pensando en el beneficio del Estado antes que en el propio, por lo que el individuo pierde motivaciones para el trabajo.

b) Competencia: Propone la anulación de todo tipo de competencia, en lugar de buscar reencauzarla con un sentido cooperativo. Ello lleva a la formación del monopolio estatal absoluto, que produce mayor concentración de poder y mayor ineficiencia que en un sistema competitivo, o de mercado.

Los ideólogos socialistas, sin embargo, consideran que no existe cooperación en la sociedad liberal (mientras que, en realidad, el liberalismo propone acentuarla mediante una competencia en la que triunfa quien más coopera con los demás). Luego consideran que el hombre competitivo es egoísta (o “individualista”), ya que suponen que los objetivos individuales se oponen necesariamente a los colectivos. Como los objetivos individuales no necesariamente se oponen a los colectivos, la visión negativa de los socialistas resulta una burda difamación que distorsiona totalmente la realidad, siendo un claro ejemplo de influencia psicopolítica estimulada por quienes sólo buscan lograr el poder mediante la mentira y el engaño generalizado.

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