viernes, 14 de noviembre de 2014

Mentiras y política

El político bien intencionado, que dice la verdad sobre su país y su gente, podrá ser rechazado por un electorado que optará por quien emita palabras que el pueblo quiere escuchar, aunque no digan la verdad. Si el político democrático quiere acceder al poder, deberá omitir algunas opiniones para acercarse al electorado. Así, si un candidato menciona que el pueblo es mayoritariamente corrupto e irresponsable, pronto quedará fuera de la carrera política emprendida. Por el contrario, quien vaya dando muestras de capacidad para la gestión, podrá permitirse el “atrevimiento” de decir de vez en cuando alguna verdad. De ahí que un intelectual, cuyo “oficio” consiste en decir siempre la verdad, haciéndola extensiva a los demás, nunca podrá ser un buen político, aunque facilitará que el pueblo se acerque algo más a aquella. Puede decirse que el político‚ al tener que omitir lo políticamente incorrecto‚ debe compensar el trabajo mal hecho por los intelectuales‚ docentes y periodistas. Alejandro Rozitchner escribió:

“Al mentir, el político ofrece un servicio a la ciudadanía. La opinión pública no quiere verdades”. “¿Por qué el político al mentir ofrecería un servicio a la ciudadanía? Porque de esa forma le permite eludir la dificultad de tener que enfrentar los problemas reales. La prueba que puede esgrimirse a favor de esta idea es la de que los candidatos que más verdad ponen sobre la mesa no son aquellos que más votos consiguen. Por el contrario, un candidato que aspire a resultar elegido tiene que mentir‚ ofrecerle al votante la coartada que le permita formular su deseo infantil‚ debe confirmarle sus mayores prejuicios y también transmitirle la siempre un poco absurda sensación de que ha llegado la persona indicada y que nos salvará del despelote que han armado otros”.

“Un candidato que dijera: «Estamos así porque somos una ciudadanía tosca poco participativa‚ resentida‚ hipercrítica‚ atada a valores de la nostalgia y el rencor y no a valores de invención y avance‚ estamos así porque no le hemos encontrado la vuelta a la cosa»‚ no tendría demasiadas chances. Un candidato que dijera: “Sí‚ las exigencias internacionales son duras‚ a veces representan intereses contrapuestos a los nuestros‚ pero aun así es necesario y bueno para nosotros cumplir con ellas‚ porque no es que se ensañen con nosotros sino que el mundo funciona de esa forma y no conviene tanto aislarse como aceptar esas reglas y aprovecharlas»‚ no resultaría demasiado simpático. Si fuera capaz de verdad‚ incluso‚ un candidato debería decir: «Es injusto que le echemos la culpa al presidente anterior de todo lo sucedido y es injusto que no veamos aquellas cosas que mi predecesor ha hecho bien; sé que la población está descontenta, pero es importante que entendamos que esa sensación no merece ser proyectada sobre la gestión del presidente en ejercicio cuando ha sido la opinión pública la que disfrutó de hacer una oposición nefasta y poco constructiva, inmadura; me gustaría ser presidente, estoy preparado, pero no quiero mentirles: el presidente anterior tuvo buenas intenciones e incluso grandes logros de su gobierno se pasan por alto». ¿Cosecharía muchos votos semejante discurso? Cosecharía algunos, los de aquellos que están cansados del juego de la culpabilización irresponsable, de la acusación, de la incomprensión y la pasividad que caracterizan al disfrute constante de la disolución del ámbito público, pero seguro que no serían suficientes para que el imaginado sincero terminara en la presidencia” (De “Amor y país”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2005).

Juan Bautista Alberdi advertía en el siglo XIX acerca de las mentiras en el ámbito político: “Para ser, parecer y poder decir la verdad en esta América, se necesita del poder de un soberano, es decir, disponer de miles de soldados y de millones de pesos. Pero lo primero que necesita el que posee esas cosas, es callar la verdad, porque no debe su adquisición sino a la mentira, y sólo la mentira podrá asegurarle su conservación. De aquí es que la verdad en América es completamente inútil y estéril, aun en los casos en que deja de ser un peligro. El resultado natural de esto es que nadie la estudia, nadie la busca, nadie la quiere y todos la evitan como causa de antipatía, de pobreza, de aislamiento y de inferioridad”.

“Representada por la verdad de convención, que es hecha al paladar de cada uno, la verdad original no queda sino para servir al fin ocioso de dañar a la verdad que agrada, aunque ésta sea mentira. Esta ley de las cosas de estos países, que es más antigua que su moderno régimen, les ha dado un molde tan lejano y distante de la forma normal y natural, que la verdad no puede abrir sus labios sino para criticar, humillar, desacreditar, entristecer, ofender la manera de ser de todos y de todo. Del filósofo al verdugo no deja de ser odioso porque su oficio sea el de ejecutar la justicia que protege a todos contra el asesino y el ladrón, que a todos dañan” (De “Peregrinación de luz del día”-Editorial Choele-Choel-Buenos Aires 1947).

Mientras se acepta la mentira del político democrático análogamente a la mentira piadosa que el médico pronuncia ante la gravedad del paciente, la mentira surgida del populismo no sólo tergiversa totalmente la realidad, sino que, en lo ideológico y en lo conceptual, utiliza un lenguaje similar al del político democrático, pero en el cual previamente se ha distorsionado el sentido de las palabras de manera de confeccionar un disfraz democrático que le ha de permitir engañar a todos. Alejandro Katz escribió: “El kirchnerismo ha dejado de ser el ocasional gobierno del Estado para intentar convertirse en un régimen, una forma de control del Estado que establece su propio conjunto de reglas y de leyes de modo autoritario, y cuyo principal objeto es la preservación en el poder del grupo dirigente. Para ello, ha utilizado y utiliza todos los recursos que tiene a su alcance, sin ningún escrúpulo y violentando todos los principios que la ética pública, las virtudes cívicas y el autocontrol deben imponer como límites a los gobiernos democráticos, aunque deba destruir para ello, como lo hace, las agencias de control y las instituciones”.

“Con todo, a pesar de su importancia, no es ése el peor daño que el kirchnerismo le habrá causado a la sociedad argentina cuando deje el poder. Lo más grave, el mayor perjuicio, está en el orden del lenguaje, en el menoscabo, la quiebra, la devaluación de palabras con las que era posible expresar ideas que a muchos todavía nos provocaban emoción, y con las que designábamos cuestiones muy concretas: justicia, igualdad, inclusión, democracia. Palabras que el kirchnerismo ha degradado cuando, al afirmar que venía a ocuparse de ellas, las convirtió en consignas vacías porque sus políticas reales ignoraron lo que ellas designaban. Palabras a las que resultará muy laborioso volver a conferir un sentido pleno después de la manipulación y el menosprecio al que han sido sometidas”.

“Lo que parece caracterizar al gobierno actual, lo que parece introducir una diferencia, una marca original, lo que lo hace distinto y singular es la mentira. El kirchnerismo ha hecho de la mentira un arte: miente las biografías de sus líderes, miente las estadísticas públicas, miente en sus intenciones y en sus hechos, en las obras inexistentes que inaugura dos veces, en las cifras que dan cuenta de la pobreza y en el costo de alimentarse siendo pobre. El kirchnerismo, principalmente, miente”.

“Así como la sucesión permanente de mentiras es algo distinto que una gran mentira, la sucesión interminable de conductas hipócritas no es una gran hipocresía. Es un simulacro, y el simulacro, a diferencia de la mentira y de la hipocresía, carece de toda conexión con la verdad, es indiferente a cómo son las cosas en la realidad. Al simulador la realidad lo tiene sin cuidado, y por ello su discurso es lo que en inglés se denomina «bullshit»: cháchara, palabrería, charlatanería. Al simulador no le interesa mentir respecto de algo en particular –las cifras de la inflación, por ejemplo, o su heroico pasado revolucionario-. Le interesa satisfacer sus objetivos y, para ello, pretende manipular las opiniones y actitudes de su auditorio, sin poner ninguna atención a la relación entre su discurso y la verdad”.

“Cuando el discurso del Gobierno se construye con una sucesión de mentiras, lo importante no es que intenta engañar respecto de cada una de las cosas que tergiversa, sino que intenta engañar respecto de las intenciones de lo que hace. El problema del Gobierno no es informar la verdad, ni ocultarla. Decir la verdad o falsearla exige tener una idea de qué es verdadero, y tomar la decisión de decir algo verdadero y ser honesto, o de decir algo falso y ser un mentiroso. Pero para el Gobierno estas no son las opciones: el kirchnerismo no está del lado de la verdad ni del lado de lo falso. Su mirada no está para nada dirigida a los hechos, no le importa si las cosas que dice describen la realidad correctamente: sólo las elige o las inventa a fin de que le sirvan para satisfacer sus objetivos”.

“El simulacro kirchnerista tiene diversos portavoces, pero todos comparten un aire de familia. El impostor, que finge o engaña con apariencia de verdad, e inaugura obras que no existen, o que no están concluidas, o que se han inaugurado, o que existían hace años. Turbinas eléctricas, tramos de autopistas, hospitales, museos, talleres ferroviarios, aeropuertos, «soterramiento» de trenes hacen parte de una lista infinita de imposturas a la que hay que sumar las perversas cifras de inflación, las de la pobreza, las del costo de la comida para los pobres. El estafador, el que debajo del manto esconde un negocio para quedarse con el dinero ajeno, el que propone una ley sólo para encubrir un fraude: fábricas de dinero, blanqueo de capitales, compra de vagones de ferrocarril inútiles y abandonados en vías muertas y abandonadas”.

“El simulacro es impune, porque su promesa no puede nunca ser medida contra las evidencias de la realidad, aunque en ocasiones la realidad se le oponga bajo la forma terrible de un obstáculo insalvable: los trenes chocan y la gente muere, las ciudades se inundan y la gente muere” (De “El simulacro”-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2013).

Mientras que el político democrático busca halagar los oídos del pueblo con una grandeza nacional que puede no ser tal, o con un gran futuro difícil de alcanzar, el populismo se caracteriza por estimular el odio escondido en la población, ya sea destinado a los ricos, los empresarios, el imperialismo yanki, o lo que sea. En la Argentina populista, al observar que sus actuales autoridades no pierden oportunidad para atacar o degradar al “enemigo”, sea cual fuere, además de mentir sistemáticamente, nos sentimos, en lugar de una sociedad, como un conjunto de seres humanos que padecemos una locura colectiva. Al designar a todo “no kirchnerista” como un enemigo, que ha de recibir la burla y la descalificación televisiva en programas oficialistas, la persona decente, que tiene suficiente dignidad, no encuentra otra alternativa que suspender cualquier tipo de vínculo o relación social con un adepto al gobierno, a menos que acepte ser difamado y calumniado sin que ello lo afecte en lo más mínimo. Quien se siente atacado en su propia patria por un sector calumniador y mentiroso, no duda en mirar la realidad actual y futura bajo la alternativa: Patria o Kirchnerismo.

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