martes, 4 de noviembre de 2014

La Iglesia de la discriminación social

Ante la duda respecto de algunas posturas religiosas, y adoptando una actitud similar a la dominante en el ámbito de la ciencia experimental, Cristo aconsejaba: “Por sus frutos los conoceréis”. Ello implica que, aun cuando una ideología se revista de frases de elevada moralidad, lo que interesa es la efectividad, o no, cuando es puesta a prueba en la realidad social. Ésta también debe ser la actitud a adoptar ante la “teología de la liberación”, de cuyo ámbito surgieron varios de quienes participaron en acciones terroristas identificándose con guerrilleros marxistas, tratando de imponer un sistema totalitario similar al vigente en Cuba. Como resultado del sistema castrista, se observa una sociedad similar a una cárcel soviética, que sólo puede ser tomada como modelo por quienes sienten un profundo odio por el prójimo.

Los razonamientos subyacentes, tanto del marxismo como del clero tercermundista, puede sintetizarse en la siguiente afirmación: “Los pobres son virtuosos, mientras que los ricos no lo son. Los empresarios explotan a los pobres y son culpables por la opresión que les imponen, por lo cual es necesario liberarlos mediante un sistema económico y social justo e igualitario”. Se establece así una generalización que no se adapta a la realidad, por cuanto no toda persona pobre posee virtudes morales ni toda persona exitosa y productiva ha de ser necesariamente “explotadora”, laboralmente hablando. La injusta generalización establece una efectiva “discriminación social” por cuanto se supone que todos los integrantes de un sector social, con cierto nivel de ingresos, han de ser necesariamente egoístas y favorecedores de la pobreza de otros sectores. La pobreza se debe a la falta de productores y de ahí que deba contemplarse al negligente o al improductivo como responsable principal de ese inconveniente, o al sistema económico que pone trabas para la producción y el progreso económico.

Cuando un mercado, o un país, son subdesarrollados, implica que existen pocos empresarios y poca competencia entre ellos; situación que favorece una posible explotación laboral. Por el contrario, cuando un mercado, o un país, son desarrollados, tal explotación resulta difícil de lograr por cuanto, quien sea víctima de esa situación, deja de trabajar en el lugar del inconveniente para desempeñarse en alguna empresa competidora, perdiendo el empresario explotador parte de su capital humano. Como el liberalismo promueve la plena vigencia de mercados competitivos, propone un sistema que tiende a descartar tal injusticia, mientras que, bajo una economía socialista, al haber una sola “empresa” (el Estado), no existe competencia alguna y la explotación laboral se establece desde el Estado hacia los trabajadores, sin posibilidad alguna de revertir la situación. Sin embargo, tanto el marxista como el “sacerdote” tercermundista critican severamente al liberalismo y apoyan al socialismo, difamando al liberalismo por “promover la explotación laboral” bajo una economía de mercado, de la cual pretenden “liberar al trabajador”.

Mientras que el nazismo se caracterizó por establecer una discriminación racial a gran escala, el marxismo se caracteriza por promover una discriminación social a nivel mundial, logrando, en el pasado, promover asesinatos masivos en cantidades mayores aún que los provocados por los nazis. Por el contrario, Cristo promovía la liberación, tanto de pobres como de ricos, respecto de sus propios pecados, de ahí que aconsejaba amar al prójimo (en lugar de amar a los pobres y odiar a los ricos). De ahí que sea una actitud opuesta a la predominante en los ideólogos totalitarios y en los teólogos de la liberación.

¿Qué es el amor? La definición dada por Baruch de Spinoza puede adoptarse como una referencia confiable debido a la profundidad de sus estudios sobre las emociones y el posterior reconocimiento de destacados neurocientíficos respecto de los aportes realizados por este filósofo del siglo XVII: “El que imagina aquello que ama afectado de alegría o tristeza, también será afectado de alegría o tristeza; y uno y otro de estos afectos será mayor o menor en el amante, según uno y otro sea mayor o menor en la cosa amada” (De “Ética”-Fondo de Cultura Económica-México 1958).

El cristianismo se reduce a sugerir a sus adherentes que intenten compartir la alegría y la tristeza de los demás como propias, no haciendo distingo entre personas pertenecientes a la propia familia, a la sociedad en que viven o a toda la humanidad; tampoco haciendo distingo entre pobres y ricos. El marxismo, por el contrario, se reduce a promover el odio, y a combatir y difamar a quien tenga cierto éxito, especialmente económico.

La burla y la envidia resultan ser opuestas al amor, y constituyen el odio. El citado autor escribe: “El que imagina que aquello a que tiene odio está afectado de tristeza, se alegrará; si, por el contrario, lo imagina afectado de alegría, se entristecerá; y uno y otro afecto será mayor o menor según sea mayor o menor el afecto contrario en aquello a que tiene odio”.

La teología de la liberación, identificada con el marxismo, ha sido descalificada por el sector cristiano de la Iglesia. Se atribuye a Joseph Ratzinger lo siguiente: “Desde un punto de vista teológico, el análisis marxista no es una herramienta científica para el teólogo que debe, previo a la utilización de cualquier método de investigación de la realidad, llevar a cabo un examen crítico de naturaleza epistemológica más que social o económica. El marxismo es, además, una concepción totalitaria del mundo, irreconciliable con la revelación cristiana, en el todo como en sus partes”. “Esta concepción totalitaria impone su lógica y arrastra las «teologías de la liberación» a un concepto de la praxis que hace de toda verdad una verdad partidaria, es decir, relativa a un determinado momento dialéctico. La violencia de la lucha de clases es también violencia al amor de los unos con los otros y a la unidad de todos en Cristo; es una concepción puramente estructuralista, para legitimar esa violencia”.

“Decir que Dios se hace historia, e historia profana, es caer en un inmanentismo historicista, que tiende injustificadamente a identificar el Reino de Dios y su devenir con el movimiento de la liberación meramente humana, lo que está en oposición con la fe de la Iglesia. Esto entraña, además, que las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad reciban un nuevo contenido como «fidelidad a la historia», «confianza en el futuro», y «opción por los pobres» que en realidad les niega su sustancia teológica”.

“La politización de las afirmaciones de la fe y de los juicios teológicos lleva a la aceptación de que un hombre, en virtud de su pertenencia objetiva al mundo de los ricos, es, ante todo un enemigo de clase que hay que combatir. Todo eso lleva a un clasismo intolerable dentro de la Iglesia y a una negación de su estructura sacramental y jerárquica, hendiendo al cuerpo místico de Cristo en una vertiente «oficial» y otra «popular», ambas contrapuestas”. “La nueva hermenéutica de los teólogos de la liberación conduce a una relectura esencialmente política de las Escrituras y a una selectividad parcial y mendaz (mentirosa) en la selección de los textos sacros, desconociendo la radical novedad del Nuevo Testamento, que es liberación del pecado, la fuente de todos los males. También entraña el rechazo de la tradición como fuente de la fe y una distinción inadmisible entre el "Jesús de la Historia" y el "Jesús de la fe", a espaldas del magisterio eclesiástico» (Citado en “Teología de la liberación”-Wikipedia).

En la jerarquía de la Iglesia Católica existe tanto un bando cristiano como uno “marxista”, estando el primero integrado por quienes siguen a figuras representativas como Juan Pablo II (Karol Wojtila) y a Benedicto XVI (Joseph Ratzinger), el primero mencionado conoció de cerca el totalitarismo comunista y el segundo, el nazi. El sector afín al marxismo reconoce como figura representativa al obispo Gustavo Gutiérrez, iniciador de tal “teología” latinoamericana, contando, aparentemente, el apoyo del Papa Francisco I (Jorge Bergoglio). Tal es así que, recientemente (2014) se ha editado el libro “Pobre y para los pobres” de Gerhard L. Müller, con contribuciones de Gustavo Gutiérrez, mientras que el prólogo ha sido confiado a Jorge Bergoglio, lo que hace suponer que la nueva dirección de la Iglesia Católica ha decidido orientarse por el camino del socialismo y de la teología aludida.

Siendo Papa Juan Pablo II, el cardenal Joseph Ratzinger se desempeñaba como prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe. En la actualidad, tal cargo es desempeñado por Gerhard L. Müller, quien además fue coautor, con Gustavo Gutiérrez, del libro “Del lado de los pobres. Teología de la Liberación”-Augsburgo 2004. Alfredo Urdaci escribió: “Durante años, Wojtila predica por el mundo, mientras Ratzinger vigila la ortodoxia y mantiene a raya a teólogos críticos como Boff, Curran, Schillebeeckxs. En el curso de los últimos veinticuatro años, el cardenal ha combatido los aspectos políticos de la Teología de la Liberación, acusándola de estar subordinada al marxismo; ha lanzado duros ataques a los regimenes del Este, a los que denominó «vergüenza de nuestro tiempo», y ha pronunciado todos los vetos que Juan Pablo II ha creído necesarios para mantener el orden en el interior de la Iglesia Católica” (De “Benedicto XVI y el último cónclave”-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2004).

Si se optara por una vida franciscana, con mínimas necesidades materiales, posiblemente las economías nacionales colapsarían ante la falta de demanda. Es oportuno mencionar que países que en el pasado contaban con elevadas tasas de pobreza, como China e India, con economías comunistas o socialistas, optaron por la economía de mercado porque en ella encontraron el método más eficaz para combatir tal flagelo (si bien no lo han erradicado totalmente). De ahí que resulte extraño que en la actualidad se insista con métodos que fracasaron estrepitosamente y que fueron dejados de lado justamente por quienes los emplearon durante bastante tiempo. Ningún país puede darse el lujo de prescindir de la creatividad y la laboriosidad de su pueblo, reemplazándolas por las decisiones de un pequeño grupo de “iluminados” planificadores que, supuestamente, pueden saber más que millones de cerebros individuales.

Desde la óptica marxista, o tercermundista, si existe un pequeño empresario que progresa y amplía su empresa dando trabajo a miles de empleados, hasta convertirse en una gran empresa multinacional, se habrá convertido en “rico”, en “capitalista”, y por ello mismo pasará a ser parte del sector discriminado. Por el contrario, si un forajido, junto a sus secuaces, y mediante las armas, toma el poder total y absoluto en un país y mantiene a la población sometida bajo su total control y voluntad, desde hace más de cincuenta años, como es el caso de Fidel Castro, será propuesto como un ejemplo a seguir por cuanto toda su acción fue realizada “a favor de los pobres”.

El éxito de una sociedad sólo podrá lograrse cuando sus integrantes se propongan cumplir los mandamientos cristianos; el amor al prójimo, interpretado en el sentido indicado antes, y el amor a Dios, contemplando al mundo “bajo una perspectiva de eternidad”, es decir, un “amor intelectual de Dios” que nos hace conscientes de las leyes naturales eternas que gobiernan todas y cada una de las partes que componen el universo, incluidos nosotros mismos.

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