jueves, 13 de noviembre de 2014

El pobrismo

La existencia de ricos y pobres, y una posible relación entre nivel económico y moral, ha dado lugar a diversas opiniones que tienen influencia tanto en política como en religión. Si bien existe un gran porcentaje de la población que pertenece a la clase media, sigue vigente la antigua asignación de ricos y pobres, que se justifica como definición de los extremos entre los que se ubicará el resto de las clases, desde el punto de vista económico. En cuanto a las principales actitudes adoptadas, podemos mencionar:

a) Realismo: no existe un vínculo observable entre nivel económico y moral.
b) Pobrismo: los ricos carecen de virtudes mientras que los pobres las poseen suficientemente.
c) Marxismo: los ricos son egoístas y explotadores mientras que los pobres son sus víctimas inocentes.

Puede advertirse que tanto en el caso del pobrismo como del marxismo, se discrimina socialmente al rico por cuanto se le atribuye una carencia de virtudes o bien la posesión de defectos morales, en forma generalizada. Tal discriminación ha llevado a las mayores catástrofes sociales de la historia de la humanidad bajo las directivas del marxismo-leninismo.

El pobrismo es la actitud predominante en los países subdesarrollados, siendo una de las causas de esa situación. Alejandro Rozitchner escribió: “No hagamos de la pobreza un valor; a no ser que busquemos hundir al país”. “Ser pobre no es ser bueno, es ser pobre. Endiosar la carencia no parece ser un camino recomendable”. “Decir que hay una cultura de la pobreza, o incluso sugerir que hay una producción intencional de pobreza, puede parecer a una primera mirada una afirmación cuando menos cínica, si no del todo idiota”. “Que ser pobre suele ser visto como prueba de bondad y que tener algo más que un buen pasar o una existencia limitada y modesta es considerado como un estado negativo, son hechos innegables. La argumentación bien pensante diría que el origen de toda riqueza es dudoso, porque ante todo deberíamos pautar un reparto igualitario de los bienes disponibles. El hecho de que este hermoso principio de orden social esté en contra de toda manifestación vital, animal o natural suele pasarse por alto” (De “Amor y país”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2005).

Recientemente, el Papa Francisco prologó un libro titulado “Pobre y para pobres”, del cardenal Gerhard L. Müller. Si tal título significa una “Iglesia pobre” dedicada a “fieles pobres”, entonces quedan afuera las clases media y alta, renunciando a la división cristiana de la sociedad en justos y pecadores para considerar una división de tipo económico para encuadrarse plenamente en el pobrismo. Incluso una parte importante de sacerdotes tercermundistas da un paso más llegando a convertirse en marxista, alejándose completamente del cristianismo.

La exaltación de la pobreza se advierte en San Francisco de Asís, quien renuncia a las riquezas familiares para encontrar en una vida austera la posibilidad de desarrollar sus potencialidades espirituales. Para él, la pobreza material no es una desgracia sino una alternativa que la vida le presenta. La Madre Teresa de Calcuta, por otra parte, siempre nos recuerda que la carencia de afectos (la pobreza de los ricos), puede producir tanto o más sufrimiento que la carencia de alimentos. Por esas razones, el cristianismo es una religión destinada a quienes carecen de bienes materiales como de valores espirituales, aunque priorizando estos últimos. Rozitchner agrega: “Si el pobre es bueno y el que no es pobre es menos bueno, la sociedad tendrá más facilidad para generar pobres que para generar otro tipo de personas que no sean pobres. Por otra parte, hay que admitirlo, la riqueza de una sociedad, cuando ella existe, no es producto del avance racional y contenido de los pueblos ordenados, hace falta atrevimiento, hace falta la osadía del rico, su ambición, su sed de riqueza y preeminencia. La moral social representada en la ley debería favorecer este rasgo de afirmación personal, darle alas, y ponerle reglas”. “Compadecerse del pobre, querer solucionar la pobreza, son posiciones que no deben confundirse con la habitual consagración de la pobreza como un estado de gracia y virtud”.

La elección papal del nombre Francisco, nos sugiere una preferencia por alguien que buscó la pobreza extrema. Donald Spoto escribió sobre San Francisco: “Como quizás era de esperar en un converso fervoroso, a sus veintitantos años Francisco adquirió el hábito de castigarse por los medios más extremos: fueron tantas las mortificaciones con que maceró su cuerpo –según sus primeros compañeros- que, así, sano como enfermo, fue austerísimo y apenas o nunca condescendió en darse gusto”. “Muy raras veces consentía en comer viandas cosidas, y cuando las admitía, las componía muchas veces con ceniza o las volvía insípidas a base de agua fría”.

“Otro factor que puede resultar clave en la comprensión de la pobreza que estamos intentando es esta negativa a lo que es llamado por los santos el sensualismo, pero que visto desde un punto de vista menos moral puede ser considerado como la capacidad de una sensibilidad de trabar relación con las cosas del mundo, de quererlas al punto de encontrar en el «darse el gusto» un básico y mínimo modelo educativo, formativo, de los valores de la producción y la cultura. ¿Por qué validar esta búsqueda de una sobriedad extrema, como si el sentido de la vida fuera más la ausencia del ser que su expresión abundante y determinada”.

Incluso la renuncia franciscana involucra los aspectos intelectuales, por lo que Spoto agrega: “Otro rechazo meritorio, otro pilar en la construcción de la nada sagrada de la miseria: «Mis hermanos que se dejan llevar por la curiosidad de saber, se encontrarán el día de la retribución con las manos vacías. Quisiera más que se fortalecieran en la virtud, para que, al llegar las horas de la tribulación, tuviesen consigo al Señor en su angustia». El saber es también un sensualismo, ya que actúa como potenciador de la efectividad del deseo y ayuda en la lucha por el avance social. La ignorancia, aliada imprescindible de la pobreza, suele ser presentada en muchas circunstancias, como un estado de gracia, como un valioso rechazo de las complejidades en pos de una vida simple, es decir, vacía y pobre. Por otra parte, la vida compleja, capaz de saber y de aceptar esa complejidad que siempre el saber trae aparejada, es descripta como el resultado de haberse apartado del camino de la perfecta simplicidad de la vida pura. La pobreza es también expresión de estos ideales de pureza, ideales que dan lugar a una vida ausente, extática, en donde, para huir de la angustia posible, se recomienda la inmersión en un sacralizado padecimiento constante” (De “El santo que quiso ser hombre”-Citado en “Amor y país”).

Debe recordarse que Cristo, junto a sus seguidores, era criticado por comer demasiado, por lo cual se advierte que sus prédicas, y su ejemplo, pueden ser adoptados por sus seguidores, al menos en su mayor parte. Por el contrario, las costumbres franciscanas, restrictivas en extremo, son difíciles adoptar por la mayoría de las personas.

El populismo político, por otra parte, se enorgullece de que haya millones de pobres dependientes de los planes sociales otorgados desde el Estado, y financiados con los aportes del sector productivo, que siempre resulta difamado, por cuanto las masas nunca agradecen, sino que exigen. El populista, por lo general, siente satisfacción de dar limosnas al inferior haciendo pública su “generosidad” que no sería llevada a la práctica si los aportes respectivos salieran de su propio patrimonio personal. Por el contrario, puede suponerse que la Madre Teresa de Calcuta se habría sentido bastante más feliz si la cantidad de carenciados a su cargo hubiese sido mucho menor.

El populismo transforma la ayuda social estatal en una masiva compra efectiva de votos para ser favorecido en futuras elecciones. Los fondos públicos son utilizados por el partido político gobernante para presionar a los beneficiados, ya que, en caso de no triunfar, se les hace saber que podrían verse impedidos de la ayuda mencionada. La pobreza es promovida de esa forma para fines personales o sectoriales.

Por lo general, tanto el pobrista como el demagogo y el marxista, poco o nada hacen por los pobres, sino que tratan de repartir lo ajeno, nunca lo propio. Incluso muestran una gran hipocresía cuando consideran a quienes no los apoyan, como personas que carecen de sentimientos humanos o que sienten satisfacción al ver los padecimientos del pobre, incluso oponiéndose a que se los ayude de alguna manera. “Pobrismo es halagar el sentido común, halagar al pueblo en sus aspectos más quedados y conservadores, pobrismo es conformar ese poder de un pueblo encaprichado con su facilismo, armar una ciudadanía con el lomo de sus prejuicios bien sobado, contenta de ser mediocre y tiránica a la hora de descalificar cualquier instancia que busque desafiarla, hacerla crecer, llevarla a confrontar con sus límites de comodidad y a desprenderse de su moral de pobreza justa, de pobreza racionalizada, de pobreza padecida pero de la cual siempre otro es responsable, de pobreza que se convierte en plan de lucha en contra de aquel que osó no ser pobre para castigar su osadía”.

El pobrismo surge a veces como justificación del fracaso y de la aceptación tácita de la vagancia como forma de vida; es la pseudo-espiritualidad del que buscó cierto éxito económico y que no pudo lograr, optando por una falsa conversión desde una escala de valores material a una espiritual. La falsa espiritualidad confunde la pobreza con el amor, siendo metas muy distintas. “Pobrismo es preferir no hacer olas y quedarse en el confort y la retroalimentación que produce el grupo de frustrados, es no querer explorar las posibilidades disponibles, preferir el juego de rechazarlas a todas para hacer más fuerte el sentido colectivo de la frustración y centrarse en una lucha inverosímil e inventada; es optar por culpar al rico, al menos pobre, al que busca, como si fuera responsable absoluto de la existencia de las dificultades que se padecen”.

El odio inoculado a los pobres, por demagogos y marxistas, en contra de los ricos, se proyecta a nivel colectivo como un odio nacional hacia los habitantes de los países ricos, a quienes se los culpa por todos los males padecidos. Se condena la supuesta explotación laboral desde una postura que poco o nada hace al respecto. Pocas veces se da el caso que demagogos y marxistas intenten crear un medio de producción para sacar de la pobreza a sus potenciales trabajadores. De la misma manera en que la esclavitud fue un progreso social respecto del asesinato masivo de los integrantes del bando perdedor, en una contienda bélica, la explotación laboral resulta ser un progreso social respecto del abandono social de las personas desempleadas. Los hipócritas parecen no advertir que están en un peldaño social bastante más bajo que el del explotador laboral al que tanto critican.

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