jueves, 4 de septiembre de 2014

Naturalismo vs. sobrenaturalismo

Hace unos cuatro siglos, con la irrupción de la ciencia experimental, comienza una etapa en la cual el pensamiento científico rivaliza con el religioso y el filosófico. En adelante, desde la ciencia se los busca reemplazar o bien se los busca fundamentar de mejor manera. La ética religiosa, al buscar una determinada conducta del hombre, se superpone con las ramas humanistas y sociales de la ciencia. De ahí que surjan coincidencias y también disidencias. Jaime Balmes escribió: “Aquí no hay medio; o la religión procede de una revelación primitiva, o de una inspiración de la naturaleza: en uno y otro caso hallamos su origen divino: si hay revelación, Dios ha hablado al hombre; si no la hay, Dios ha inscrito la religión en el fondo de nuestra alma” (De “El criterio”-Editorial Difusión-Buenos Aires 1952).

El surgimiento del pensamiento religioso puede describirse considerando las cotidianas relaciones causales que observamos a nuestro alrededor. Los vínculos invariantes entre causas y efectos sugieren la existencia de un Creador de todo lo existente, de donde surge la idea de Dios o, en su momento, de dioses especializados, como creadores o controladores de los distintos ámbitos de la realidad. Cuando a Dios se le asocian atributos humanos, surge la posibilidad de rendirle homenajes, hacerle pedidos, o bien adaptarnos a su aparente voluntad. Incluso se supone que ese Dios elige a algunos hombres para que informen al resto lo que espera de ellos. Con el avance de la ciencia, al advertirse la existencia de un mundo gobernado por leyes naturales, se va consolidando la idea de una adaptación a tales leyes, que coincide esencialmente con el cumplimiento de la voluntad del Creador.

Lo sobrenatural se asocia a las intervenciones de Dios cuando interrumpe las leyes naturales, o las cambia momentáneamente, estableciendo milagros o revelaciones. Luego, al no existir coincidencias respecto a la información comunicada a los distintos enviados, aparecen divisiones y antagonismos insalvables, por cuanto las adhesiones a los distintos enviados tienen un carácter sectorial. Por el contrario, la religión que se fundamenta en las leyes naturales “hereda” la universalidad y la objetividad de la ciencia experimental. De ahí que, con la plena vigencia de las diversas religiones reveladas nos aseguramos un futuro con serios conflictos, mientras que es posible eliminarlos adoptando una religión universal, o natural. De esa manera, en lugar de hablar de una religión verdadera y de la falsedad del resto, podemos considerar que las diversas religiones son distintas aproximaciones a la religión natural y universal.

Por lo general, los adeptos a las religiones reveladas suponen que la propia religión es la verdadera, o la mejor, y que las demás no deberían existir. Esta actitud resulta similar a la del nacionalista, que considera que su país es el mejor y que el resto es enemigo, o rival, no debiendo establecerse con él vínculo alguno. Elisabeth Reynaud escribió: “Ese año de 1492 es también el año en que los Reyes Católicos promulgan un decreto que obliga a los judíos a elegir la conversión o el exilio. A partir de entonces se persigue a todo el que no pertenezca a la «raza» española católica y, en primer lugar, a los musulmanes y judíos. Se dictan leyes sobre la pureza de la raza y de la sangre: hay que probar que se desciende de «viejos cristianos», que se es de sangre completamente limpia de «manchas» judías o moras”. “El Gran Tribunal de la Inquisición persigue incluso a los moriscos –los musulmanes conversos- y a los marranos –los judíos convertidos- sospechados ambos de seguir con sus cultos, en secreto” (De “Teresa de Ávila o el placer divino”-Editorial Atlántida SA-Buenos Aires 2000).

La actitud religiosa positiva ha de ser ascendente, lateral e igualitaria. Ascendente en el sentido de que mira a Dios, o al orden natural; lateral en el sentido de que mira al resto de las personas; igualitaria cuando el adepto busca compartir las penas y las alegrías de los demás. Una actitud religiosa con mucha contemplación (ascendente) y poca acción (poco lateral) resulta incompleta. De esta actitud posiblemente surja el desprecio por un mundo imperfecto, considerado sólo como una etapa previa a una vida posterior a la muerte. Surge el enfrentamiento contra la ciencia por cuanto ésta estudia la materia. Se rechaza a la materia por ser despreciable, fría e inerte, opuesta a la vida. Se llega así a la contradicción esencial del “creyente” que rechaza a la creación y a las leyes de Dios, o leyes naturales, incluso rechaza los procesos utilizados para formar la vida inteligente, como es el proceso de adaptación por selección natural.

Como compensación, acentúa la creencia en un orden sobrenatural, para justificar el rechazo previo. La “rebelión del creyente” en contra de Dios, o en contra de sus leyes, se opone a la actitud del científico, que se acerca a Dios a través de la descripción y el entendimiento de sus leyes. Quienes sostienen que sólo hacen falta leyes naturales para conformar al mundo (y no sobrenaturales, accesibles a unos pocos elegidos), serán considerados herejes ante la religión, mientras que, a la vez, quienes desdeñan e ignoran las leyes de Dios, deben ser considerados herejes respecto de Dios. José León Pagano (h) escribió: “La Ilustración llevó, como consecuencia natural, a desembocar en el naturalismo, que no es un sistema o una doctrina concreta, sino una tendencia, orientada a no aceptar nada que esté más allá de la naturaleza, por lo cual nada puede explicarse sino a través de las leyes que la gobiernan. En materia religiosa, el naturalismo rechaza lo sobrenatural y explica los hechos religiosos por la acción de leyes naturales o por el influjo de lo divino, inmanente en la naturaleza” (De “Veinte siglos de herejías”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2004).

En cuanto al naturalismo, José Ferrater Mora escribió: “Naturalismo es la tendencia a aplicar al espíritu las categorías de la naturaleza, a someter el mundo espiritual a las leyes naturales. El naturalismo supone en este caso la negación de la peculiaridad del espíritu y la posibilidad de reducirlo a la naturaleza; reducción de la moral y de la historia a la biología; de la personalidad a la organización fisiológica o psicofisiológica. Se llama, finalmente, naturalismo a la actividad ética que ordena vivir conforme con la naturaleza en el sentido de vivir de acuerdo con una supuesta razón natural, igual en todos los hombres” (Del "Diccionario de Filosofia"-Editorial Ariel SA-Barcelona 1994).

De todas formas, es importante saber cómo funciona el mundo real; si existe lo natural y lo sobrenatural, o si existe sólo lo primero. Lo sobrenatural, además de impedir el control de toda prédica en función de su adecuación a las leyes naturales existentes, implica una inusitada complejidad para quien busque orientarse en la vida. Si lo necesario para adaptarnos al orden natural fuese tan complejo que sólo unos pocos elegidos lo comprendiesen, perderíamos las esperanzas de lograr ese conocimiento, o resignarnos al gobierno mental de los elegidos sobre el resto. Por el contrario, el cristianismo ha podido resumirse en la actitud cooperativa cuyo significado es simple y accesible a toda persona.

Cuando se supone que todo ha de ser necesariamente complejo y que para comprenderlo no basta la razón, sino que es necesaria la fe en lo sobrenatural, se llega a considerar al amor al prójimo bajo una forma confusa, distinta de la actitud natural mencionada. De ahí la poca eficacia del cristianismo tal como se lo predica actualmente. A partir del conocimiento aportado por la física durante el siglo XX, puede comprobarse que la materia es bastante distinta a la supuesta por sus detractores. Lothar Schäfer escribió: “Las partículas elementales pueden existir en estados no materiales, y actuar como si no tuviesen una posición definida en el espacio y en muchos sitios al mismo tiempo. Prácticamente no están en ninguna parte; tienen propiedades de tipo mental, y pueden afectarse mutuamente en forma instantánea y a grandes distancias. En resumen, la realidad física no es lo que parece ser y los componentes microscópicos de las cosas no son simples ediciones en miniatura de los objetos ordinarios de nuestra experiencia consciente, sino que son diferentes en su esencia”.

“La difracción de electrones es una señal de que, cuando son dejados en libertad, las partículas evolucionan hacia formas ondulatorias no-materiales que se esparcen sobre amplias áreas del espacio...La naturaleza de estas ondas es la de ondas de probabilidad. Puesto que las probabilidades son números sin dimensión, las ondas de probabilidad no llevan ninguna masa o energía, sino solamente información sobre relaciones numéricas. Sin embargo, todo el orden visible en el universo está determinado por la interferencia de estas ondas. Las funciones de onda de los átomos, por ejemplo, determinan qué clase de moléculas pueden formar y qué clase de química es posible. Las funciones de onda de las moléculas determinan las interacciones intermoleculares, las cuales son la base de la química de las células vivas” (De “En busca de la realidad divina”-Grupo Editorial Lumen-Buenos Aires 2007).

El hereje (respecto de la religión y no ante las leyes de Dios) de mayor trascendencia en el siglo XX fue Pierre Teilhard de Chardin, quien quiso compatibilizar la religión cristiana con las leyes de la evolución. Lothar Schäfer escribe al respecto: “Las tesis fundamentales de Teilhard son como sigue: la evolución de la vida es esencialmente la evolución de una esfera de la consciencia, la noosfera. Con la aparición de los seres humanos, el proceso ha alcanzado un clímax, pero no su punto final. El proceso todavía continúa; pero, al contrario de sus etapas anteriores, en su etapa actual la fuerza impulsora es la evolución cultural. En los seres humanos, la evolución se ha hecho consciente de sí misma; y la mente la dirige a niveles cada vez más elevados de capacidad mental y en dirección hacia un punto –el Punto Omega-, en el cual la consciencia de la humanidad se fusionará fuera del espacio y el tiempo con la consciencia cósmica, a la que Teilhard concebía como activa en el universo”.

“Esta teoría de la evolución comparte con la ontología de la teoría cuántica el aspecto de la totalidad o integridad de la realidad, las acciones de principios no-materiales y de tipo mental en los procesos fundamentales, y la presunción de una consciencia cósmica fuera del espacio-tiempo. Hay congruencia con la perspectiva cuántica de la evolución, en la cual la selección cuántica de grupos crecientemente complejos de estados virtuales puede llevar, sin una intervención divina directa, a formas de vida con propiedades mentales progresivas”.

Mientras que el naturalismo observa rasgos espirituales en la materia, encontrando en la neurociencia una confirmación de tal visión de la realidad, el sobrenaturalismo busca materializar los aparentes contactos entre el mundo natural y el mundo sobrenatural para confirmar su veracidad. “La vida no puede ser ya considerada en el Universo como un accidente superficial, sino que hemos de considerarla como presionando en todas partes –pronta a brotar por cualquier parte del Cosmos, por la menor resquebrajadura-; una vez aparecida, es incapaz de no utilizar toda oportunidad y todos los medios para llegar al extremo de lo que puede alcanzar exteriormente en cuanto a Complejidad, interiormente en cuanto a Consciencia (Teilhard de Chardin).

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