domingo, 31 de agosto de 2014

La protección socialista

Quienes adhieren a la democracia esperan que el poder distribuido entre los distintos sectores sociales se divida como si se tratase de dos fuerzas en oposición, resultando así “inofensivo”. Se busca un sistema de seguridad que proteja al individuo tanto de los posibles excesos de los gobernantes como de los poderosos. Quienes adhieren al socialismo, por el contrario, buscan prioritariamente la concentración del poder en manos del Estado; a veces en una sola persona, eliminando la seguridad buscada con la democracia. Mientras que la democracia apunta a la libertad individual como un medio para establecer luego la igualdad, el socialismo apunta a una aparente igualdad a costa de anular la libertad. Bertrand Russell escribió: “Podrá decirse que el poder de los funcionarios es mucho menos peligroso que el poder de los capitalistas, porque los funcionarios no tienen intereses económicos que se opongan a los de los obreros. Pero este argumento implica una teoría excesivamente simple sobre la naturaleza política humana; una teoría que el socialismo ortodoxo tomó de la economía política clásica, y que ha venido reteniendo a pesar de la creciente evidencia de su falsedad”.

“Lo primero que hemos de observar es que, en cualquier organización grande, y sobre todo en un gran Estado, los funcionarios y los legisladores están generalmente muy alejados de aquellos a quienes gobiernan y poco enterados imaginativamente de las condiciones de vida de aquellos a quienes han de aplicarse sus decisiones. Esto los hace ignorantes de mucho que deberían saber, aun cuando sean diligentes y tengan voluntad de aprender lo que pueda aprenderse en las estadísticas y en las actas del Parlamento. Lo único que comprenden íntimamente es la rutina del negociado y las reglas administrativas. El resultado es una indebida ansiedad por asegurar la uniformidad del sistema”.

Quien pretenda mejorar el orden que surge de la interacción de individuos que actúan en libertad, ha de sugerir comportamientos éticos individuales y estímulos apropiados, mientras que quien pretenda establecer un orden surgido de su propio criterio, ha de promover límites a la libertad individual y castigos conducentes hacia el orden artificial impuesto. El citado autor agrega: “He oído hablar de un ministro francés de Educación que, sacando el reloj, dijo: «En este momento todos los niños de tal edad en Francia están aprendiendo tal cosa». Este es el ideal del gobernante, un ideal extremadamente fatal para el libre crecimiento, para la iniciativa, para la experimentación y para cualquier innovación de amplio alcance. La pereza, como uno de los motivos del funcionario, no está reconocida en los libros de texto de teoría política, porque todo el conocimiento ordinario de la naturaleza humana se considera indigno de tales obras. Y, sin embargo, todos sabemos que la pereza es un motivo inmensamente poderoso en toda la humanidad, salvo una pequeña minoría”.

“Desgraciadamente, en este caso la pereza está reforzada por el afán de mando, que lleva a los funcionarios enérgicos a crear los sistemas que los funcionarios perezosos han de administrar. El funcionario enérgico desaprueba invariablemente cualquier cosa que no pueda controlar. Antes que pueda hacerse nada, es necesario obtener su sanción oficial. Todo lo que halla en su existencia desea alterarlo de algún modo, de forma a conseguir la satisfacción de sentir su poder y hacerlo sentir a los demás” (De “Ideales políticos”-Aguilar SA de Ediciones-Madrid 1963).

El libro mencionado fue escrito originalmente en 1917, cuando recién se instalaba el régimen socialista soviético, por lo que resulta interesante advertir que no es necesario aprender directamente del fracaso que surge de una prueba apresurada, ya que un razonamiento no muy profundo permite prever lo que ha de suceder a partir de ciertas decisiones. “Si es concienzudo, imaginará algún proyecto perfectamente uniforme y rígido, que él tendrá por el mejor posible, y lo impondrá despiadadamente, sean cualesquiera los prometedores retoños que haya de podar por mor de la simetría. El resultado tiene, inevitablemente, algo de la mortal tristeza de una nueva ciudad rectangular, comparada con la belleza y riqueza de una antigua ciudad que ha vivido y crecido con las vidas distintas y las individualidades de muchas generaciones. Lo que se ha desarrollado es siempre más vivo que lo que se ha decretado; pero el funcionario enérgico preferirá siempre el aseo de lo que él ha ordenado al aparente desorden del crecimiento espontáneo”.

“La mera posesión de poder tiende a producir afán de poder, y esto es un motivo muy peligroso, porque la única prueba segura del poder consiste en impedir a los demás que hagan lo que desearían. La teoría esencial de la democracia es la difusión del poder entre todo el pueblo, de modo de evitar los males producidos por la posesión de un poder grande por parte de un solo hombre. Pero la difusión del poder por medio de la democracia es efectiva solamente cuando los votantes se toman interés en la cuestión de que se trate. Cuando la cuestión no les interesa, no tratan de vigilar a la administración, y todo poder efectivo pasa a manos de los funcionarios”. “Por esta razón, los verdaderos fines de la democracia no se alcanzan con el socialismo estatal ni con cualquier otro sistema que ponga una gran autoridad en manos de hombres no sujetos a control popular que el más o menos indirectamente ejercitado por medio del Parlamento”.

A pesar de los pobres resultados logrados por los sistemas totalitarios, siguen en vigencia escudados bajo el pretexto de que un gobierno, que concentre en sus manos todo el poder, es el único capaz de proteger al pueblo contra cierto enemigo (real o imaginario), sin que el ciudadano advierta que el mayor peligro reside en su protector. Por el contrario, la democracia tiende a proteger al débil mediante la distribución equitativa del poder y la posibilidad de lograr seguridad económica a través del trabajo.

Suponiendo que la influencia a nivel internacional de EEUU sea tan negativa como proclaman los sectores de izquierda, surge un interrogante: ¿Por qué esclavizar a la propia población como se ha hecho en la Cuba de Fidel Castro? Es un caso similar a una familia que se ve amenazada por alguien que trata de destruirla y el jefe de la familia decide castigar a sus propios hijos quitándoles toda libertad, dentro de su propia casa, con el pretexto de protegerlos del enemigo común que los acecha. Todo parece indicar que, sin ese enemigo, el socialismo no tendría razón de ser. Hilda Molina escribió: “La población cubana continuaba agobiada por crecientes carencias y confundida por la propaganda gubernamental que seguía responsabilizando al «imperialismo yanky» de las ya endémicas penurias nacionales”. “Nos inundaban de consignas, nos convocaban constantemente a trabajar sin descanso en pos de una patria más justa. Y así lograban convencernos de que si bien postergábamos, mutilábamos o hasta sacrificábamos el acariciado sueño de índole familiar, lo hacíamos en aras de legar a nuestros hijos la más perfecta de las sociedades”.

“De esa forma, ocupada en una cadena interminable de misiones muchas veces estériles y absurdas, perdí momentos maravillosos e irrepetibles de la niñez y la adolescencia de mi hijo, y no tuve nunca la hija que tanto anhelé. Terrible e irreversible error que ha dejado heridas eternamente abiertas y sangrantes en mí y en un sinnúmero de cubanos” (De “Mi verdad”-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2010).

También el gobierno de Venezuela reclama ante el imperialismo castigando a su propia población, cuyo consumo cotidiano será controlado con el pretexto de luchar “contra el contrabando”. Mientras menor es la libertad disponible, mayor es el deterioro social y económico, y mayor el control, de donde resulta un proceso que tiende con rapidez a convertir a dicho país en una sociedad comunista.

El gobierno argentino, por su parte, busca pretextos para acentuar los controles sobre la producción. Esta vez echando la culpa a los tenedores de bonos emitidos por la Argentina, y que pretenden cobrar lo que se comprometió la nación a pagar; nación que tiene posibilidades de pagar, ya que su propia Presidente afirmó tiempo atrás que estábamos “igual que Canadá y Australia”. Roberto Cachanosky escribió: “La apuesta del kirchnerismo es transformar este tema de la deuda externa en la típica jugada que siempre hacen. Nosotros los K defendemos la patria y a los argentinos y todos los que opinan diferente son traidores a la patria, trabajan para los fondos buitres y estupideces por el estilo”. “El gobierno argentino argumenta que no puede ser que sólo el 7% de los acreedores pueda tener derecho a reclamar que le paguen lo que decía el contrato original”. “Para el kirchnerismo las personas no tienen derechos por ser personas, sino que tienen derechos sólo aquellos que pertenecen a una determinada mayoría, sea ésta por votos o por cualquier otra razón”.

“Dicen al unísono CFK y Kicillof: los fondos buitres compraron por centavos la deuda y quieren ganar el 1.600%. En primer lugar, si los fondos de inversión ganaron tanto es porque fueron más astutos que los Kirchner. En vez de estar dilapidando la plata en populismo, Néstor Kirchner y ella podría haber recomprado la deuda a precio muy bajo en el mercado, en vez de esperar a que otro les ganara de mano, la comprara y luego ganara un juicio para cobrar el 100% de la deuda más las costas del juicio y los punitorios” (De http://economiaparatodos.net ).

De la misma manera que procede Venezuela, afianzando los controles y reglamentos a medida que la situación se deteriora, en la Argentina se pretende proteger al trabajador de los empresarios con la “ley de abastecimiento”. Entre las acciones a castigar aparecen: “Elevar artificialmente los precios no acorde a costos y obtener ganancias abusivas, revaluar existencias, (salvo autorización), acaparar materias primas o productos. Formaren existencias superiores a las necesarias, intermediar o permitir intermediar innecesariamente, destruir mercaderías o bienes, negar o restringir injustificadamente la venta de bienes o la prestación de servicios. O que no la incrementaren habiendo sido intimados por la autoridad de aplicación a ello. Desviar o discontinuar el abastecimiento normal y habitual de una zona a otra sin causa justificada, no tuvieren para su venta o discontinuasen la producción de bienes o servicios con precios máximos y mínimos, márgenes de utilidad fijados”.

La tendencia hacia el totalitarismo ha sido consensuada por la mayoría del pueblo ya que, durante las elecciones, “vota a ganador”, tratando que una mayoría absoluta, tanto en la Cámara de Diputados como en la de Senadores, permita al partido triunfante aprobar o desaprobar lo que le venga en ganas. Sumado a la posibilidad de la Presidente de emitir Decretos de Necesidad y Urgencia, tenemos una especie de “dictadura democrática y constitucional” que nos puede llevar por un camino cercano al emprendido por Venezuela.

viernes, 29 de agosto de 2014

El conocimiento integrado

Si buscamos adaptarnos al orden natural, debemos conocerlo para luego poder describirlo. Quienes lo hacen, son los intermediarios entre dicho orden y el resto de los seres humanos. La intermediación ha sido establecida por la religión, la filosofía y la ciencia. Ya que todo lo existente está regido por leyes naturales invariantes, puede hacerse el siguiente esquema del proceso:

Ley natural ---> Intermediarios ---> Sociedad humana

Todavía no se han logrado resultados aceptables por cuanto existen diferencias notables entre las distintas versiones que los intermediarios nos ofrecen. De ahí que el proceso de adaptación cultural esté lejos de ser eficaz. Podemos denominar “conocimiento integrado” al que permita compatibilizar las distintas versiones hasta hacerlas formar parte de un sistema descriptivo similar a los sistemas filosóficos o religiosos de épocas pasadas, aunque esta vez deberá ser un sistema descriptivo científico. Esto se debe a que ha sido precisamente la ciencia experimental la que ha buscado conocer las leyes naturales; que son justamente las leyes de Dios considerada por la religión.

La compatibilidad de las descripciones parciales vendrá junto a cierta especialización de los intermediarios que contemplan la ley natural, siendo descripta por la ciencia y su sentido interpretado por la religión. El derecho la ha de explicitar para limitar la acción humana evitando ir más allá de lo permitido por la ética, que es la que orienta al hombre a partir del conocimiento de nuestra naturaleza humana. Luego, la política y la economía han de contemplar tanto la ética como el derecho para favorecer el ordenamiento de la sociedad.

El esquema anterior puede asociarse a la idea bíblica del Reino de Dios como una sociedad que surge como consecuencia de la aceptación, por parte del hombre, de las leyes naturales, rechazando todo tipo de gobierno del hombre sobre el hombre. El conocimiento integrado ha de ser justamente el que permitirá establecer el antiguo proyecto bíblico. Desde el punto de vista científico, puede decirse que este proceso apunta a una plena adaptación del hombre a la ley natural. Si bien no resulta sencillo llegar a tal tipo de adaptación, al menos es importante determinar cuál es el camino para lograrlo y cuáles son los escollos que se oponen. Un esquema equivalente al anterior será:

Ley de Dios ---> Conocimiento integrado ---> Reino de Dios

Una vez que se ha considerado a la ciencia experimental como el método para establecer el conocimiento integrado, debe adoptarse un criterio general para permitir que la información obtenida sea difundida entre los ciudadanos comunes. Debe tenerse presente que los razonamientos que hacemos sobre cualquier tema son por lo general sustentados por ideas básicas y sencillas, por lo cual el conocimiento integrado debe partir de tales ideas para facilitar el razonamiento del receptor. Jorge Luis Borges escribió: “Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos. Mejor procedimiento es simular que esos libros ya existen y ofrecer un resumen, un comentario” (De “Ficciones”-Alianza Editorial SA-Madrid 1998).

En cuanto a los escollos que impiden el establecimiento del conocimiento integrado, puede hacerse una lista de los principales: a) Religión pagana, b) Religión sobrenatural, c) Religión del profeta (o del pueblo) elegido, d) El derecho positivo, que no contempla al derecho natural, e) El relativismo moral, cognitivo y cultural y f) Los totalitarismos y populismos.

En cuanto a la religión pagana, puede decirse que surge de ideas inspiradas en Dios aunque no contempla la ley natural. Al ignorarla, se ignora la voluntad aparente de la naturaleza. Jaime Balmes escribió: “Son muchas y muy variadas las religiones que dominan los diferentes puntos de la tierra: ¿sería posible que todas fuesen verdaderas? El sí y el no, con respecto a una misma cosa, no puede ser verdadero al mismo tiempo. Los judíos dicen que el Mesías no ha venido, los cristianos afirman que sí; los musulmanes respetan a Mahoma como insigne profeta, los cristianos le miran como solemne impostor; los católicos sostienen que la Iglesia es infalible en puntos de dogma y de moral, los protestantes lo niegan; la verdad no puede estar en ambas partes, unos u otros se engañan. Luego es un absurdo el decir que todas las religiones son verdaderas”. “Además, toda religión se dice bajada del cielo; la que lo sea, será la verdadera; las restantes no serán otra cosa que ilusión o impostura” (De “El criterio”-Editorial Difusión-Buenos Aires 1952).

Desde el punto de vista científico se admite que todo lo existente está regido por leyes naturales invariantes y que una sustancia única lo conforma. De ahí que suponer lo sobrenatural, lo que resulta inaccesible a la mayoría de los hombres, no puede formar parte del conocimiento integrado. Miguel Ángel Fuentes escribió: “Científicamente algunas de estas verdades [contenidas en la Biblia] no son alcanzables pues sobrepasan la capacidad de nuestro intelecto; estas verdades superiores a nuestra potencia natural son denominadas «misterios intrínsecamente sobrenaturales», y como tales sólo pueden ser conocidos por Dios y por aquel a quien Dios quiera manifestarlos (= revelarlos o des-velarlos)” (De “Las verdades robadas”-Ediciones del Verbo Encarnado-San Rafael-Mendoza 2008).

Quien ignora lo sobrenatural, por no estar tal conocimiento al alcance de su mente, ha sido descalificado como integrante de una categoría mental inferior. Considerando que el cumplimiento del mandamiento cristiano del amor al prójimo resulta esencial y prioritario para establecer el Reino de Dios, se concluye que los misterios alejan a las personas de la religión natural universal elevando muros intelectuales que impiden acercarnos a otras religiones, que a la vez elevan sus propios muros. El conocimiento útil es aquel que nos informa acerca de lo que resulta accesible a nuestras decisiones, mientras que el resto resulta válido sólo si constituye un “vehículo” capaz de conducirnos a la acción ética. Si al catolicismo se le quitara lo que es accesible sólo a los elegidos, es decir, lo sobrenatural, se llegaría a la religión natural, compatible con la ciencia experimental.

El derecho positivo, que no contempla las leyes naturales que rigen nuestra conducta, tiende a promover un orden social distinto al implícito en la ley natural. Así, el derecho argentino promueve la libertad de peligrosos delincuentes, por lo que no tiene en cuenta derechos naturales elementales, como es el derecho a la vida de las personas inocentes. Gustav Radbruch escribió: “La concepción tradicional del derecho, el positivismo que durante décadas dominó sin oposición a los juristas alemanes, y su doctrina de que «la ley es la ley», quedaron indefensas e impotentes frente a tamaña injusticia encubierta bajo la forma de derecho. Los partidarios de esta concepción se vieron precisados a reconocer como «justo» aun a ese derecho inicuo. La ciencia del derecho debe volver a tomar en consideración el milenario sentido común de la Antigüedad, de la Edad Media cristiana y del Siglo de las Luces y reflexionar sobre la existencia de una justicia superior al derecho (positivo), un derecho natural, un derecho divino, un derecho de la razón: en síntesis, una justicia que trasciende a la ley. Medida con la vara de esta justicia superior, la injusticia sigue siendo injusticia aunque adopte la forma de una ley. A los ojos de esta justicia superior, la sentencia dictada sobre la base de esa ley injusta tampoco es administración de justicia, sino más bien de injusticia” (Citado en “Fenomenología del derecho natural” de W. Luypen-Ediciones Carlos Lohlé-Buenos Aires 1968).

Los distintos relativismos, que ignoran la existencia del bien y del mal, de la verdad y de la mentira, o de una mejor o peor sociedad, impiden que busquemos el bien, la verdad e incluso la sociedad de la plena adaptación que surge del bien y de la verdad. Miguel Ángel Fuentes escribió: “El relativismo es el cáncer fatal que carcome la cultura contemporánea”. “Para el relativismo cada uno tiene su verdad, cada uno alcanza las cosas con una visión propia y personal basada en sus gustos, su educación y sus intereses. No solamente se hace difícil, para quienes así piensan, lograr comprender adecuadamente lo que piensan los demás sino que es imposible lograr un acuerdo, puesto que no habría propiamente hablando una verdad objetiva válida y obligatoria para todos. Así se empiezan a demoler los principios religiosos, los criterios morales por los que nos regimos, y la víctima de este aplastante ataque se sumerge en una auténtica «depresión intelectual»”.

“Un relativista puede enseñar el relativismo durante toda su vida con plena convicción (lo que sería contrario al relativismo); pero si llegase a ir a un restaurante «relativista» y pidiendo liebre le trajesen un gato porque el dueño del restaurante desde su punto de vista sostiene que el gato es igual a la liebre, no sólo puede ver derrumbarse su sistema en pocos segundos sino pasar el resto «relativo» de su vida en prisión por intento de homicidio de un propietario de restaurante. Todo relativista es, necesariamente, inconsecuente en la vida real”.

Los totalitarismos surgidos en el siglo XX se fundamentan esencialmente en el relativismo. De ahí que exista para los nazis una verdad aria y otra judía, o para los marxistas una verdad burguesa y otra proletaria. En todo escrito nazi, si se reemplaza la palabra “raza” por “clase social”, “ario” por “proletario” y “judío” por “burgués”, se obtiene un escrito marxista-leninista. Alfred Rosenberg escribió: “Toda manifestación cultural estaría determinada por la raza, que no hay que confundir con el grupo social, ya que una misma sociedad puede de hecho estar integrada por diversas razas. La filosofía, la ciencia, la moral, la religión, el arte serían la expresión de la raza, que en ellas plasma su fuerza vital. La raza sería el principio creador y el elemento condicionante de toda producción cultural, a la que habrá que valorar positivamente, si se trata de una raza superior, o negativamente, en los casos de las razas inferiores. Así, no habría nunca una verdad única, igual que no hay una raza única; habría sólo una verdad aria, otra eslava, otra judía, etc.” (Citado en “Las verdades robadas”).

Haciendo el reemplazo mencionado, se advierte la semejanza totalitaria: “Toda manifestación cultural estaría determinada por la “clase social”, que no hay que confundir con el grupo “racial”, ya que una misma sociedad puede de hecho estar integrada por diversas “clases sociales”. La filosofía, la ciencia, la moral, la religión, el arte serían la expresión de la “clase social”, que en ellas plasma su fuerza vital. La “clase social” sería el principio creador y el elemento condicionante de toda producción cultural, a la que habrá que valorar positivamente, si se trata de una “clase social” superior, o negativamente, en los casos de las “clases sociales” inferiores. Así, no habría nunca una verdad única, igual que no hay una “clase social” única; habría sólo una verdad “proletaria”, otra “burguesa”, etc.”

martes, 26 de agosto de 2014

El derroche de capital humano

Mientras mayor sea el avance tecnológico, mayor ha de ser el reemplazo de mano de obra en tareas laborales poco especializadas, por lo cual el nivel de capacitación requerido del trabajador medio tiende a incrementarse. Aun así, el potencial laboral se pierde cuando en una sociedad predomina una escala de valores que reemplaza el hábito del trabajo por la diversión y el ocio, o bien cuando desde la política se descalifica toda actividad productiva eficiente aduciendo que produce “desigualdad social”. Como resultado de los malos hábitos, existe poca predisposición para la formación y el surgimiento de empresarios, por lo cual la sociedad tiende a estancarse y a limitarse económicamente. Ante la escasez de emprendedores, se advierte la ausencia del principal factor de la producción, no pudiendo establecerse una competencia suficiente, ni tampoco hablarse de un mercado establecido, siendo la desocupación crónica un hecho que surgirá como una consecuencia inevitable.

Cuando no se tienen en cuenta estos aspectos y se observa, bajo un análisis superficial, que una minoría empresarial supera económicamente al resto, se la culpará por “enriquecerse a costa de los demás”, sin advertir que, si no existiera esa minoría, la sociedad se sumiría en la pobreza total. Tales protestas se asemejan un tanto a las críticas que reciben los atletas olímpicos por no haber traído suficientes medallas al país sin advertir que, aun así, son los mejores exponentes del deporte y que la ausencia de medallas debe atribuirse principalmente a quienes no practican deportes a nivel competitivo.

Quien realiza sus razonamientos partiendo de la igualdad de los hombres, como una realidad y no como un anhelo, desconociendo la desigualdad real, tiende a asignar culpas a quienes logran algún éxito, de manera de ver cumplida su creencia previa. De ahí que el concepto de capital humano se fue dejando de lado ante la misma. Lester C. Thurow escribió: “Muchos individuos que creían en la igualdad humana dudaban en hacer hincapié sobre factores que parecieran indicar desigualdades entre los hombres. Cuando se veían presionados, admitían que los individuos difieren, pero no tomaban en cuenta las diferencias cuando pensaban en problemas sociales y económicos. De ningún modo podían reconciliar las diferencias e igualdades en sus propias mentes. Decir que los hombres eran económicamente desiguales era casi pensar que los hombres eran políticamente desiguales, o que no se les debería dar iguales derechos de consumo” (De “Inversión en capital humano”-Editorial Trillas SA-México 1978).

Quienes aducen que el Estado debe asumir el rol del empresariado faltante, tienen algo de razón. Si bien el Estado, al estar dirigido por políticos y no por empresarios, pocas veces logra resultados aceptables en ese rublo. El Estado, en realidad, debe crear el ambiente y la infraestructura propicios para el surgimiento de empresarios. Si su aptitud llegara hasta la formación de empresas eficientes, sería algo notable por lo poco común.

La inversión en capital humano, a través de una asignación bien administrada de recursos para la educación, es lo que en el futuro facilitará el aumento de la productividad de los trabajadores y de las empresas, como así también promoverá el proceso de la innovación, que son los aspectos necesarios para competir eficazmente en una economía globalizada.

Es importante resaltar que ningún país puede darse el lujo de prescindir de las empresas y de la creatividad del sector privado, ni puede tampoco prescindir del Estado en su labor específica de apoyo al sector productivo. Sin embargo, las tendencias socialistas proponen un Estado que tiende a entorpecer la labor empresarial desalentando a quienes pretenden consolidarla. La excesiva confiscación de ganancias tiende a limitar las posibilidades de inversión y de crecimiento de la actividad privada.

La eliminación de la propiedad privada de los medios de producción, que es el ideal socialista, implica lisa y llanamente el derroche o la anulación de la creatividad individual con la absurda pretensión de eliminar la “desigualdad social” (o económica), ya que la igualdad en ese aspecto sólo sirve para reducir el malestar espiritual de resentidos y envidiosos. Brian Crozier escribió: “Consideremos objetivamente lo que ocurre en la URSS en el caso de aquellas personas –audaces y hasta inconscientes- que para remediar las deficiencias de la planificada economía de ese país practican, en pequeña escala, un comercio de adquisición y venta de bienes y servicios –es decir que practican la iniciativa privada- beneficiándose, así, a costa de la rebelión menor contra el Estado. Los castigos a que se exponen son, en cambio, mayores; mucho más severos que en cualquier otra parte del mundo ya que el Estado soviético clasifica esas actividades como «crímenes económicos» y los reprime con largas prisiones y hasta con la muerte” (De “Teoría del conflicto”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1977).

Puede decirse que una economía socialista es la que derrocha sistemáticamente el capital humano al restringir la libertad requerida para la creatividad individual, mientras que la economía de mercado es la que emplea plenamente y promueve el capital humano individual. La primera le exige al individuo obediencia y aceptación de la planificación establecida como un requisito básico para su supervivencia, mientras que la segunda requiere de la capacitación personal para lograr una buena productividad y para realizar innovaciones. De ahí provienen las notables diferencias comparativas entre las economías de países con poblaciones similares, como son los casos de Corea del Norte y Corea del Sur, o de la República Democrática Alemana (oriental) y la República Federal Alemana (occidental) o de la China comunista y la actual China con economía de mercado, logrando siempre mejores resultados las economías libres.

Entre las contradicciones que se observan frecuentemente aparece la de quienes aducen preocuparse por los pobres mientras que, simultáneamente, apoyan todo lo que implica un ataque frontal contra quienes muestran aptitudes productivas y empresariales. Con ello promueven la pobreza, en franca oposición a lo que manifiestan en todo momento. Así, las noticias que llegan desde Venezuela informan de un nuevo “avance” del socialismo del siglo XXI; socialismo que no difiere esencialmente de los aplicados en el pasado, por el cual se ha llegado a instaurar el racionamiento de alimentos y de bienes de consumo. Luego de haber combatido al empresariado, deteriorando la economía, aunque culpando de ello a los empresarios, el gobierno de ese país tiene un pretexto más para avanzar con medidas de control que finalmente llegarán hasta la expropiación de toda empresa privada. Con el racionamiento se entorpece toda actividad laboral ya que cada individuo ha de dividir su tiempo entre el trabajo y las largas esperas en las colas socialistas. Como la finalidad es la concentración total y absoluta del poder, el racionamiento de tipo carcelario es visto por los gobernantes como un avance exitoso para lograr sus fines, mientras que el ciudadano común ha de sufrir el serio deterioro de su calidad de vida, ya que se verá definitivamente imposibilitado de alcanzar alguna meta de tipo personal o individual, debiendo conformarse con participar en las metas colectivas que las autoridades le han reservado.

En la Argentina se sigue un camino similar aunque con un retardo de algunos años. Tal es así que el gobierno culpa a los empresarios por la inflación y el consiguiente deterioro de la economía, por lo cual ha presentado al Congreso un proyecto de ley de abastecimiento que, aunque pueda ser rechazado por inconstitucional, refleja claramente la intención de avanzar hasta alcanzar los “logros” de la sociedad venezolana. Roberto Cachanosky escribió: “Esa famosa ley de abastecimiento que impulsa el gobierno tiene un claro objetivo. Sabe que los empresarios defienden su capital de trabajo con stocks, ya sea de mercaderías o de insumos. Lo que pretende el gobierno, en este camino hacia la dictadura, es financiar su populismo consumiendo stock de capital del sector privado. Como el sector privado se va a negar a sacrificar su capital de trabajo, entonces quiere una ley para violar los derechos individuales y el derecho de propiedad. Amenazas de confiscar las mercaderías, meter presos a los empresarios, etc., al más puro estilo fascista, es lo que le queda para forzar una nueva fuente de financiamiento. Esta ley fascista de abastecimiento es una especie de cepo cambiario. El cepo cambiario pretende que la gente no pueda defenderse del deterioro del peso. Pusieron el cepo con la idea de que la gente pague más impuesto inflacionario. Con esta ley de abastecimiento quieren que las empresas no puedan defenderse del impuesto inflacionario y le financie el populismo al gobierno. Quieren obligarlas a vender sus stocks a precios que luego no podrán reponer por la inflación y con eso pierden su stock de capital”.

“Para eso necesitan cada vez más autoritarismo hasta llegar a la dictadura. El solo hecho de que el Estado puede aplicar una multa y que luego la empresa vaya a la justicia a reclamar es un ejemplo de violación del derecho a la defensa. Primero se dicta la sentencia de culpable sin juicio previo y luego que vayan a reclamarle a Magoya. Además las autoridades quedan facultadas para incautar, consignar y vender bienes y servicios sin juicio de expropiación. Esto y el nacionalsocialismo son la misma cosa. Un grupo de gente se cree superior al resto. El nazismo consideraba que había una raza que era superior a otra y había que exterminar y someter al resto. Aquí pasa lo mismo. Un grupo de personas considera que son iluminados. Seres superiores, que tienen el derecho de decidir qué hay que producir, cómo, en qué cantidad y a qué precio vender. Es decir, se creen una raza superior que debe mandonear al resto” (De http://economiaparatodos.net).

Si bien en la mayoría de los países se aplican penalidades contra las empresas, tales castigos se establecen para proteger el eficaz funcionamiento del mercado, evitando la competencia desleal o los monopolios. Por el contrario, las leyes aplicadas en países con gobiernos socialistas o populistas apuntan a un mayor avance del Estado contra las empresas, exceptuando las ligadas al poder político.

Durante la primera etapa del kirchnerismo, al prohibirse la exportación de carne vacuna buscando la disminución de su precio en el mercado interno, se produjo una reducción del stock ganadero estimada en 10 millones de cabezas, por lo que el precio aumentó. Recientemente, bajo la lógica populista de considerar que, haciendo las mismas cosas, se producirán resultados diferentes, se ha vuelto a restringir la exportación de ganado para que baje el precio. Aunque la razón de tal decisión, quizás, sea otra. Posiblemente se busque un mayor deterioro de la economía para tener motivos adicionales para acentuar el control estatal. Puede decirse que poco sentido tiene promover la consolidación del capital humano en la población laboral cuando poco se hace respecto del capital humano asociado a los políticos, ya que, al ocupar éstos un lugar de mayor jerarquía, su influencia es mayor.

sábado, 23 de agosto de 2014

Resentimiento y perdón

Entre las formas elegidas por el hombre para inflingirse castigos aparece el resentimiento junto a la envidia. Mientras que la envidia surge de quienes se sienten perdedores en una competencia en que ellos mismos decidieron participar, el resentimiento surge de la necesidad de justificar el fracaso. Emilio Mira y López escribió: “Max Scheler ha sido quien con mayor clarividencia ha analizado este complejo y deletéreo estado anímico, en el que muchas personas se resecan y carcomen, en una tortura peor que la más infernal de las imaginadas venganzas. Pone de manifiesto ese gran pensador que se requieren tres condiciones para que el odio engendre el resentimiento:

1- Que se haya alimentado una probabilidad de triunfo sobre lo odiado
2- Que ésta se haya perdido por falta de coraje
3- Que el sujeto, que siente una sed sin esperanza de venganza, perciba su inferioridad y no se conforme con ella, odiándose tanto o más de lo que primitivamente se odió

En tales condiciones nada puede, ya, hacerse para devolverle la paz «desde fuera», puesto que su rabia crece y se magnifica por autoinducción. Cualquier gesto de generosidad, conciliación o complacencia sólo sirve para empeorar el resentimiento; la única salvación sería borrar el pasado u olvidarse de sí mismo, mas una y otra condiciones son prácticamente imposibles de logro y por ello la persona resentida se comporta, al parecer, masoquísticamente, aumentado sin cesar los motivos de su sufrimiento, cual si quisiera expiar su cobardía o su ineptitud para lograr la reparación de su vulnerable «yo»” (De “Cuatro gigantes del alma”-Librería El Ateneo Editorial-Buenos Aires 1957).

Por lo general, las masas tienden a culpar a un imperialismo extranjero por todos sus males ante la intensa proclama de algún líder populista. No se conforman con odiar a una persona, o unas pocas, sino a toda una nación. De ahí que cada éxito logrado por algún habitante del “imperio” sea un motivo más de infelicidad y de autocastigo. Cuando alguien intenta evitar que un individuo malogre su vida de esa forma, tratará de hacerle ver que en realidad el imperialismo no es tan malo como se piensa, o bien que no es tan culpable de nuestros males como se cree. Luego, el resentido ha de considerar a quien trata de sacarlo de su deplorable estado como un “traidor” a favor del imperialismo extranjero, por lo cual ya no tendrá efecto la ayuda mencionada.

El resentimiento es una actitud que implica tanto un aspecto emocional como cognitivo. Rafael Echeverría escribió: “Cuando los seres humanos luchamos contra lo que no podemos cambiar, cuando demostramos incapacidad para aceptar lo que hemos llamado las facticidades de la vida, generamos un espacio dentro del cual es fácil que se desarrolle el resentimiento. No estamos diciendo que el resentimiento sólo sea una resistencia a las facticidades de la vida. Para crear resentimiento se necesita más que el rechazo a lo que no se puede cambiar”.

“¿Qué es el resentimiento? Este estado de ánimo puede ser reconstruido en términos de una conversación subyacente en la cual interpretamos que hemos sido víctimas de una acción injusta. Una conversación que sostiene que teníamos el derecho moral a obtener algo que nos fue negado o que simplemente merecíamos algo mejor de lo que obtuvimos. Alguien se interpuso impidiendo que obtuviéramos lo que merecíamos, negándonos posibilidades a las que consideramos que teníamos derecho. Alguien, por lo tanto, aparece en nuestra interpretación como culpable por lo que nos sucede”.

“En su reconstrucción lingüística detectamos el juicio en que alguien nos cerró determinadas posibilidades en nuestra vida, como también el juicio de que ello es injusto. Este alguien podría ser una persona, un grupo de personas, toda una clase de individuos (por ejemplo, todos los hombres, todas las mujeres, los jefes, los inmigrantes, los hispánicos, los judíos, los negros, los gitanos, etcétera). Se podría culpar incluso al mundo entero o a la vida como un todo” (De “Ontología del lenguaje”-Dolen Ediciones-Santiago de Chile 1995).

Las distintas tendencias políticas responden a diferentes actitudes personales subyacentes. De ahí que el resentimiento sea promovido por las tendencias populistas y totalitarias para ganar adeptos. Se trata de elegir a un sector para atribuirle todas las culpas, ya sea trate de los judíos, la burguesía o la oligarquía. Es por ello que el afianzamiento de la paz y la democracia se ha de lograr, no tanto con la promoción de una buena política, sino con el adecuado diagnóstico psiquiátrico de ciertas debilidades psicológicas proyectadas a un nivel masivo. El “secreto” para lograr un fracaso definitivo implica culpar a los demás por todos nuestros males impidiendo intentar algún cambio favorable.

Al resentimiento viene unida la venganza, y de ahí la violencia inherente a los distintos totalitarismos. El citado autor agrega: “Pero el resentimiento suele no detenerse allí. Además de los juicios subyacentes en los que podemos reconstruirlo, descubrimos también una declaración (o una promesa que nos hacemos a nosotros mismos). Sea quien sea el que hacemos responsable de la injusticia que se nos ha hecho, tarde o temprano pagará. En cuanto sea permitido, se hará justicia. Podrá tomar tiempo, pero llegará el momento en que nos vengaremos o alguien (¡Justicia divina!) nos vengará. El espíritu de la venganza es un subproducto habitual del resentimiento”.

La peligrosidad del líder que disfraza sus verdaderas intenciones resulta mayor que la de quienes abiertamente promueven ideas erróneas. “El estado de ánimo de resentimiento se acerca al de la ira. La principal diferencia reside, sin embargo, en que la ira se manifiesta abiertamente. El resentimiento, por el contrario, permanece escondido. Se mantiene como una conversación privada. Crece en el silencio y rara vez se manifiesta directamente”.

La violencia urbana es promovida por sectores de izquierda que incitan a las masas al resentimiento colectivo culpando a la “burguesía” de haber marginado de la sociedad a todo aquel que no trabaja o no consigue empleo. Desde la política se sugiere a los individuos exigir el cumplimiento de derechos sin apenas nombrar los deberes correspondientes, por lo que se sobreentiende que tales deberes serán asignados al Estado o a la sociedad. Cuando no cumplen, surgirá la “violencia legítima” de quienes optan por la delincuencia. “El resentimiento se nutre de dos fuentes. De las promesas y de las expectativas consideradas legítimas que, en ambos casos, no son cumplidas. Ambas contribuyen a conferirnos el «derecho» de esperar un determinado comportamiento de los demás para con nosotros. Es a partir de este «derecho» que el resentimiento aparece como una invocación de justicia frente a la injusticia de lo sucedido. Las promesas, como bien sabemos, generan deberes y derechos. Quien promete se compromete a cumplir. Quien recibió una promesa adquiere efectivamente el derecho a esperar que ella se cumpla”.

Ante las piedras que nos ponen por el camino, ya sea en forma accidental o premeditada, tenemos dos opciones:

a) Aprender a saltar más alto
b) Renegar por cuanto nos han impedido el paso

Como ejemplo de la primera alternativa puede mencionarse al fabricante de automóviles Enzo Ferrari. En su juventud, cuando quiso ingresar a trabajar en la empresa Fiat, fue rechazado. Al parecerle injusta esa determinación, trató de “vengarse” una vez que pudo ingresar a Alfa Romeo, desplazando a la Fiat del primer plano en las competencias automovilísticas. Finalmente logró establecer su exitosa empresa. En otra ocasión, fue Ferrari quien desautorizó una opinión adversa, sobre uno de sus autos, del fabricante de tractores Ferruccio Lamborghini, quien también optó por saltar más alto comenzando a fabricar autos deportivos para “vengarse” de Ferrari, alcanzando bastante éxito en ese rubro.

En cuanto a quienes optan por renegar toda su vida, puede decirse que, de la misma forma en que el complejo de superioridad aparece como una compensación al complejo de inferioridad, el complejo de persecución surge junto al resentimiento. De ahí que el principal síntoma de los izquierdistas sea el de sentirse agredidos por el imperialismo yankee, los empresarios o el sistema capitalista. Por ello disfrazan su resentimiento con una ficticia “lucha a favor de los pobres”, que en realidad es una lucha contra quienes lograron alguna forma de éxito. Puede considerarse al socialismo como una sociedad a la que se llega mediante el resentimiento inducido desde los ideólogos al pueblo, incluso promoviendo un complejo de persecución a nivel colectivo. Puede advertirse, además, que la habitual soberbia del débil surge de quienes suponen ser tan valiosos que sus imaginarios enemigos no tienen algo más importante a qué dedicar su tiempo, su mente y sus esfuerzos.

Así como existe una esclavitud del cuerpo, no necesariamente vinculada a una posterior esclavitud de la mente, quienes tratan de “liberar” materialmente a las masas induciéndoles la actitud del resentimiento, logran un resultado totalmente opuesto a lo que proclaman, ya que la dependencia mental y espiritual del resentido es la peor forma de dependencia que pueda existir, ya que implica un dolor moral permanente. Los gobernantes e ideólogos socialistas promueven, además, la huida de capitales desde los países emergentes hacia los países desarrollados, siendo los promotores indiscutidos de la dependencia que aducen combatir.

Quienes no tienen la posibilidad de saltar más alto pueden adoptar la alternativa del perdón, que se logra con un mejor conocimiento de la realidad, advirtiendo que gran parte del resentimiento surge de una creencia infundada y no de la excesiva maldad de quienes, se supone, quieren hacerle daño. Generalmente se asocia el perdón a una actitud débil que incluso puede favorecer al mal. En realidad, el perdón tiene efectos positivos cuando existe reconocimiento y arrepentimiento de la otra parte.

En los casos en que, en realidad, “no hay culpable”, sino que es el propio resentido el causante de su situación, la tendencia hacia el perdón lo ha de favorecer enormemente por cuanto su actitud errónea quedará eliminada en forma inmediata. Rafael Echeverría escribió: “El perdón no sólo libera al responsable del daño realizado de la culpa que le atribuimos, también libera al resentido de su propio resentimiento y de las consecuencias que éste tiene en su existencia. Insistimos: el principal beneficiado del perdón no es el perdonado, sino quien perdona”.

lunes, 18 de agosto de 2014

Moral y costumbres

La evolución de la moral en una sociedad implica una paulatina aproximación a una moral objetiva y universal, mientras que las costumbres adoptadas generalmente no la tienen en cuenta. De ahí que la moral forme parte del proceso de adaptación cultural al orden natural mientras que las costumbres pueden, o no, favorecer tal proceso. William F. Ogburn y Meyer F. Nimkoff escriben: “Las «mores» son costumbres que se consideran esenciales para el bienestar del grupo. Una práctica establecida por las «mores» es mirada por todos como lícita y buena, aunque perjudique a la salud o incluso a la vida. Lo que en una época es considerado como bueno, puede estarlo como malo en otra, en la misma sociedad” (De “Sociología”-Aguilar SA de Ediciones-Madrid 1959).

La moral proviene de respuestas interiores favorecidas por la educación, mientras que las costumbres provienen de la influencia de lo que se observa “en la calle”. Al no ser fácilmente distinguibles, se cae en el error de considerarlas idénticas. Sin embargo, mientras que las sugerencias éticas tienen validez universal, en el sentido de que se adaptan o no a la realidad, la validez de las costumbres resulta sólo parcial o sectorial. La ética implica la forma concreta en que se expresan las normas o mandamientos orientados a modificar, o a confirmar, la conducta humana. De ahí que el nivel moral de todo individuo dependa del grado de acatamiento dispensado a cierta ética particular. Por otra parte, las distintas éticas propuestas se acercan en mayor o menor grado a una ética natural, siendo ésta la que produce los mejores resultados y que, como no viene escrita en ninguna parte, nos enteráramos de su existencia a través de las sucesivas aproximaciones establecidas por el hombre y evaluadas según los resultados obtenidos.

La validez objetiva de las éticas propuestas se advierte considerando las similitudes de las normas que desde hace miles de años prevalecen en los diversos pueblos. Tales coincidencias presuponen la existencia de una ética natural. Sin embargo, quienes no distinguen entre moral y costumbres, al considerar a la moral como una costumbre más, sostienen que toda moral es subjetiva, y de ahí el origen del relativismo moral.

Cuando tiene vigencia el relativismo moral, el bien y el mal se consideran conceptos subjetivos, por lo cual no tiene mucho sentido tratar de buscar el bien y evitar el mal. William Graham Sumner escribió: “La noción del bien y del deber es la misma con respecto a todas las costumbres, pero varía en intensidad según los intereses en juego”. “Los «derechos» son las leyes de toma y daca mutuas, en la competencia por la vida, que se imponen a los compañeros del grupo unido a fin de que la paz reine cuando es esencial para la fuerza del grupo. Por eso, los derechos nunca pueden ser «naturales» o concedidos por Dios, o absolutos en sentido alguno. La moralidad de un grupo en determinado momento es la suma de los «tabú» y las prescripciones costumbristas mediante las cuales se define la buena conducta. Por eso, la moral nunca es intuitiva. Es histórica, institucional y empírica” (De “Los pueblos y sus costumbres”-Editorial Guillermo Kraft Ltda.-Buenos Aires 1948).

El citado autor identifica moral con costumbres. Recordando que la moral tiene sentido vinculándola a una ética propuesta, la costumbre resulta ser una especie de creación libre que puede, o no, contemplar a la ética. De ahí que, si se aceptase que la libertad individual es un derecho natural, se limitaría la adhesión al socialismo, que apunta a limitarla o anularla. En el lenguaje totalitario, sin embargo, se habla de “libertad” y de “democracia” en un sentido opuesto a los significados originales. Los intentos totalitarios de transformar la naturaleza humana, bajo la búsqueda de cierta “naturaleza artificial” modificada por las costumbres inducidas desde el Estado, resultaron vanos, ya que se basaban en la creencia en la validez del relativismo moral. George Orwell escribía en su novela: “El Ministerio de la Verdad –Miniver en la Neohabla- era único en su especie y nada de común tenía con ningún otro edificio de la urbe”. “Se distinguían los tres lemas del Partido, estampados sobre la alba fachada del enorme edificio: La guerra es la paz – La libertad es esclavitud – La ignorancia es la fuerza” (De “1984”-Editorial Guillermo Kraft Ltda.-Buenos Aires 1952).

La moral natural resulta ser una ventaja evolutiva; de lo contrario, no podría el hombre vivir en sociedad. Y al no poder vivir en sociedad, no podría existir. La supervivencia del hombre está ligada a la supervivencia de la sociedad. Paul Gille escribió: “La moral es un fenómeno de la vida social: en otros términos, las primeras nociones morales datan y se derivan de las primeras sociedades”. “No puede ser de otro modo: no hay evolución, ni siquiera formación humana sin sociedad, y no hay sociedad posible sin una moral, es decir, sin un sistema de convenciones entre individuos reunidos para ayudarse mutuamente en la lucha –imposible de sostener aisladamente- para la conservación y mejora de la vida, contra las fuerzas naturales y los organismos vitales concurrentes”.

Si la moral es esencial para la unión entre los hombres, el vínculo de unión propuesto por las distintas éticas ha de coincidir con el fundamento de las mismas. Así, el vínculo de unión entre los hombres, según el cristianismo, ha de ser el amor, ya que mediante tal actitud compartimos las penas y las alegrías de los demás como propias. Simultáneamente, el amor es el fundamento de la ética cristiana. El autor citado agrega: “La asociación es, pues, una condición de vida para el ser humano, y al mismo tiempo le obliga a contar con otro y le impone obligaciones generales cuyo conjunto constituye la moral, considerada así como la resultante de toda sociedad o como el mismo lazo social. En cuanto hay asociación, ipso facto nace una moral rudimentaria; el hecho social engendra el hecho moral” (De “Historia de las ideas morales”-Editorial Partenón-Buenos Aires 1945).

El principio general de donde surge la moral es la propia ley natural que rige el comportamiento del hombre. De ahí que pueda llegarse a su conocimiento por distintos medios. Para el socialista, en cambio, es la costumbre la que determina la moral. Friedrich Engels escribió: “Nos explicamos la manera de pensar de los hombres de una época determinada por su manera de vivir, en vez de querer explicar, como se ha hecho hasta aquí, su manera de vivir por su manera de pensar”.

Las sociedades utópicas se caracterizan por dejar de lado los vínculos afectivos para reemplazarlos por vínculos materiales, como es el trabajo. Pero tal reemplazo no está exento de dificultades por cuanto los aspectos afectivos del hombre forman parte de su naturaleza humana y tarde o temprano se tornan incompatibles con el vínculo artificial establecido. Henri Lefebvre escribió acerca del marxismo: “Las relaciones fundamentales de toda sociedad humana son por lo tanto las relaciones de producción. Para llegar a la estructura esencial de una sociedad, el análisis debe descartar las apariencias ideológicas, los revestimientos abigarrados, las fórmulas oficiales, todo lo que se agita en la superficie y llegar a que las relaciones de producción sean las relaciones fundamentales del hombre con la naturaleza y de los hombres entre sí en el trabajo” (De “El marxismo”-EUDEBA-Buenos Aires 1973).

La sociedad comunista, que es el ideal socialista, resulta ser esencialmente una sociedad similar a una colmena o a un hormiguero, de ahí que las distintas utopías colectivistas pueden considerarse como distintas imitaciones, quizás inconscientes, de sociedades establecidas por algún tipo de insecto. Paul Gille escribió: “Las abejas trabajan, economizan en común, consumen en común durante la mala estación; en una palabra, ponen en práctica y les va bien, la divisa comunista: «De cada uno según sus fuerzas; a cada uno según sus necesidades»”.

Lo que resulta sorprendente es que un “pequeño detalle” como el mencionado no sea advertido por muchos sociólogos, incluso consideran a Karl Marx como uno de los “fundadores” de la sociología. Puede decirse que desde la sociología, tratando de describir al individuo, se comienza a indagar a partir de la sociedad, mientras que desde la psicología social, tratando de describir la sociedad, se comienza a indagar a partir del individuo. De ahí que la primera transite por una etapa filosófica mientras que la segunda transite por una etapa científica. Se dice que “mientras el científico necesita lápiz, papel y una papelera, el filósofo solamente necesita lápiz y papel”.

También resulta sorprendente que se afirme que la humanidad, como colmena u hormiguero, ha de constituir algo así como “el fin de la historia”; como la última etapa de una evolución social que fue precedida por la esclavitud, servidumbre, capitalismo, etc. Este absurdo implica que la meta de la evolución del hombre ha de ser el hombre-abeja o el hombre-hormiga. En realidad, Marx se apresuró al enunciar la futura caída del capitalismo para darle lugar a la utopía socialista disfrazada de “ciencia social”. Michael Harrington escribió: “Marx y Engels confundieron el surgimiento del capitalismo con su declinación” (De “Socialismo”-Fondo de Cultura Económica-México 1978).

Desde el socialismo se sugiere al hombre abandonar sus ideales propios para someterse a los proyectos colectivos concebidos por los ideólogos. El colectivismo resultante requiere de la pasividad y la uniformidad de los insectos, cuyas mínimas diferencias se deben a que son orientados por instintos antes que por afectos o razonamientos, como en el caso del hombre. De ahí que la generalizada lucha contra el individualismo ha de estar orientada, en definitiva, a la exaltación de la igualdad inherente a los insectos. “Algunos sociólogos, despreciando la naturaleza psicológica, psíquica, del fenómeno moral, tienden a reducir toda la moral a la ciencia de los hechos sociológicos, a la ciencia objetiva de las costumbres. Para esos objetivistas exclusivos no es ya cuestión de conciencia, de deber, de bien, de sanción íntima, sino de leyes sociales, de costumbres, de ritos, de relaciones económicas. Las razones de nuestros actos no están ya en nosotros, sino en el medio en que evolucionamos y cuya presión invencible sufrimos. La conciencia es un eco, ya no una voz. Yo interrogo a la conciencia –dice un crítico- y la sociedad responde”.

“Habría, en consecuencia, un fatalismo moral análogo al fatalismo histórico de Marx, y más aún al fatalismo psicológico que parece haber triunfado, provisionalmente al menos, en el pensamiento científico actual. Se reconstituiría la conciencia moral con sus determinantes sociales. Y la moral ya no sería asunto de conciencia…la «ciencia moral» desaparece ante la «ciencia de las costumbres»”.

“El alma de la moralidad, sin embargo, es la autonomía. Ser moral es tomar de sí mismo, espontáneamente, el principio de sus decisiones. Y una concepción que, en apariencia, desdeña la iniciativa individual, que parece ver en la conciencia una resultante pasiva, un efecto y no una causa, suscita inmediatamente las más naturales sospechas” (Paul Gille).

viernes, 15 de agosto de 2014

Ante una nueva crisis

Al acentuarse el proceso inflacionario, decae el valor adquisitivo de los sueldos, disminuyendo el consumo e iniciando una etapa en que se pierden puestos de trabajo en sectores cuya producción es considerada prescindible, aunque muchos ciudadanos deban reducir el consumo hasta de lo imprescindible. Este proceso es una consecuencia del previo estimulo artificial del consumo que sacrificó la inversión, y aun el mantenimiento de lo existente, llegando a las expropiaciones por parte del Estado, que indujeron a los inversores a llevar sus capitales y empresas a lugares más seguros. Roberto Cachanosky escribió: “Néstor Kirchner y Cristina Fernández siempre buscaron el poder hegemónico. Intentaron instaurar una dictadura pero utilizando el voto. Para eso necesitaban tener contenta a la gente con la fiesta de consumo. Y para sostener la fiesta de consumo había que disponer de recursos. A Néstor Kirchner (NK) le tocó en suerte sólo iniciar el proceso de destrucción económica, consumiendo stock de capital. No es que Cristina Fernández (CFK) cambió de vía en el 2007. Ambos seguían el mismo camino, la diferencia estuvo en que al inicio había más recursos para sostener el consumo artificial”.

“Uno de los mecanismos que usaron para financiar el aumento del gasto público fue el consumo de stock de capital de infraestructura (trenes, rutas, sistema energético, etc.). Dinero que habría que haber destinado al mantenimiento y renovación del stock de capital fue desviado a financiar falsas políticas sociales para estimular el consumo a costa de destruir el sistema energético. Lo que impulsó NK primero y CFK después fue el consumo de celulares, televisores, etc., a costa de tener trenes que iban cayéndose a pedazos hasta que un día no frenaron y produjeron una tragedia”. “Algo parecido puede decirse de los otros mecanismos de financiamiento del gasto. Por ejemplo, la emisión monetaria para financiar el gasto genera inflación” (De http://economiaparatodos.net ).

El actual ministro de economía, Axel Kicillof, admite su orientación ideológica keynesiana. Friedrich A. Hayek escribió: “Al político guiado por la máxima keynesiana –ligeramente modificada- de que a la larga todos perderemos el cargo, no le preocupa si su eficaz remedio para el desempleo va a producir un paro aún mayor en el futuro, pues la culpa no recaerá sobre quienes crearon la inflación, sino sobre quienes la detengan”. “La verdad, incómoda, aunque inconmovible, es que una falsa política crediticia y monetaria, promovida sin apenas interrupción … ha abocado a los sistemas económicos de los países industriales occidentales a una posición altamente inestable, con lo que cualquier acción que se emprenda produce consecuencias muy desagradables. Podemos elegir entre estas tres únicas posibilidades:

a) Permitir que continúe la inflación declarada a un ritmo creciente hasta provocar la desorganización completa de toda actividad económica.
b) Imponer controles de precios y salarios que ocultarán durante algún tiempo los efectos de la inflación, pero que llevarían, por último, a un sistema dirigista y totalitario.
c) Finalmente, acabar de una manera decidida con el incremento de la cantidad de dinero, lo cual nos haría patentes en seguida, por medio de la aparición de un fuerte desempleo, todas las malas inversiones del factor trabajo que la inflación de los años pasados ha causado y que las otras dos soluciones aumentarían aún más. (De “¿Inflación o pleno empleo?”-Unión Editorial SA-Madrid 1976).

El gobierno argentino ha optado por las opciones a) y b), siguiendo con cierto retardo a Venezuela. En cuanto a las decisiones políticas adoptadas en anteriores crisis, se pueden mencionar las siguientes:

1- Intervención de las Fuerzas Armadas para “salvar el país”, aunque generalmente sirvió para “salvar el prestigio de los malos gobiernos”, ya que algunos fueron posteriormente reelegidos por cuanto una gran parte de la población suponía que los sacaron por “buenos”.
2- El gobierno que produjo la crisis trata de realizar el “trabajo sucio” (como reducir el gasto público superfluo) para facilitar la acción de un nuevo gobierno.
3- El gobierno que produjo la crisis trata de mantenerse en el poder aunque la situación empeore bastante.
4- El gobierno que no puede resolver la situación renuncia un tiempo antes para facilitar una pronta solución, por lo que se adelantan las próximas elecciones presidenciales.

No parece que CFK vaya hacer algo a favor del país, y menos a favor de otro partido integrado por políticos del bando “enemigo” o por “traidores” que antes fueron sus aliados, por lo cual, pareciera, la crisis se va a incrementar hasta la entrega del mando a fines del 2015.

En una escena difundida por televisión se observa a la senadora CFK “sugerirle” al entonces presidente Fernando de la Rúa que renuncie a la presidencia debido a su incapacidad para resolver la crisis de ese momento. Se supone que tal sugerencia no llevaba intenciones golpistas y destituyentes, por lo cual la Presidente debería contemplar la viabilidad de tal sugerencia para su propio caso. Si se tiene en cuenta que el gobierno kirchnerista nos ha sumergido en una crisis que tiende a agudizarse rápidamente, sería positivo para la nación que adelantara las elecciones al menos un año. Si los problemas generados por la excesiva emisión monetaria los piensa resolver con mayor emisión, no resulta difícil imaginar lo que ha de ser del país dentro de un año.

El populismo ha sido nefasto para la Argentina, siendo la causa esencial de nuestro histórico atraso. Conviene tener presente las palabras de Marcos Aguinis: “Populismo no significa interés dominante por el bienestar del pueblo. Tampoco que se gobierne en su favor. Significa que se manipula al pueblo para satisfacer al caudillo de turno o su círculo de fieles. El pueblo no es servido, sino enajenado. Cae bajo la hipnosis de quien simula amarlo y sacrificarse por su felicidad. Pero el pueblo, en este caso, no es sujeto, sino rebaño que se conduce, alimenta y carnea”. “El instrumento de elección para engrillar los tobillos y el cerebro de una sociedad populista es el asistencialismo clientelista. No es nuevo: lo inventó Luis Napoleón (Napoleón III) en el tercer cuarto del siglo XIX. Conmovió a las multitudes miserables hasta enamorarlas, y de esa forma desvió la energía de su rebelión hacia el sometimiento político. No lo aplicó para mejorar la vida de los franceses, sino para que los franceses lo siguiesen respaldando a él y a su corte. De ahí proviene la palabra bonapartismo. La exitosa técnica fue luego imitada por Bismarck y, en el siglo XX, por Mussolini, Hitler y otros, que la perfeccionaron con la movilización de masas y con una ficción revolucionaria, hasta hacerla desembocar en regímenes totalitarios o semitotalitarios”.

“El asistencialismo clientelista no siempre es conveniente para una sociedad, y debe significar el recurso extremo. Produce una involución de consecuencias, aunque satisfaga urgencias básicas e impostergables. Genera un retroceso hacia la dependencia y fija vastos sectores de la sociedad a una postura infantil, demandante y acrítica. A los jefes que utilizan el asistencialismo no les interesa que maduren hacia la autonomía y el bienestar. No regalan cañas de pescar sino pescados. No se afanan para que prosperen de veras, sino para que subsistan. El populismo los quiere mediocres y cómplices, para mantener la hegemonía; los quiere como un ejército agradecido y miope. Soborna aumentando la burocracia, llenando las dependencias de ñoquis, convirtiendo al sector público en una vizcachera de quioscos que alimentan a los punteros. En consecuencia, tenemos que desconfiar del asistencialismo que excede su tarea de estricto y honesto salvataje, que busca obscenas retribuciones políticas, y que no va acompañado de iniciativas que estimulen el progreso real”.

“Por otra parte, el populismo anhela una comunidad sin contradicciones, sin pluralidad. No sólo hace regalos a los pobres, sino también a las demás franjas sociales. Los empresarios –como ha sido evidente- dejan de ser competitivos, en lugar de apostar a la imaginación y a la excelencia, se instalan a la sombra del caudillo (o del Estado que él comanda) para obtener privilegios y ganancias fáciles. Los beneficios son el resultado de la obsecuencia, la corrupción y la mentira, no de méritos ejemplares. El sector productivo languidece, porque no recibe estímulos como los que se dedican a acariciar desvergonzadamente los dedos del poder”.

“El populismo simula ser revolucionario, y lo simula muy bien. De ese modo atrapa la pasión de jóvenes, intelectuales y gente solidaria, que cae bajo sus embotantes malabarismos ideológicos. Utiliza el concepto pueblo como si fuese una esencia supraindividual, una unidad perfecta. El líder, su partido y la nación constituyen un todo sin fisuras. La lealtad se debe ejercer de abajo hacia arriba, nunca en forma recíproca. El pueblo se debe al líder y el líder «dice» (sólo dice) que se debe al pueblo. En el populismo molesta la división de poderes, la alternancia política, la independencia de la justicia, aunque simulen respetarlas (violándolas sin escrúpulos ni respiro)”.

“Agreguemos que el populismo instila pereza en el pensamiento. La culpa de todo está siempre en otra parte («los intereses foráneos…»). Lo único que cabe hacer –enseña- es quejarse, protestar. Inhibe la crítica de fondo y, en consecuencia, aleja la posibilidad de hacer buenos diagnósticos y aplicar tratamientos eficientes. El problema son los otros. Por lo tanto, de los otros vendrá la solución. Hay que pedir, exigir y hasta extorsionar. En la Argentina las cosas fueron espantosas por culpa del FMI, del Banco Mundial, el G7, las empresas extranjeras, el imperialismo, la globalización, la envidia que nos tienen, el calentamiento del planeta y así en adelante. Todavía no incluimos a los marcianos”.

“Como el pueblo y su líder son la misma cosa para el populismo y sus derivaciones, el líder hace lo que el pueblo quiere (dice) y el pueblo se lo cree a pies juntillas. No hay más ley que la del pueblo (dice) y, por lo tanto, puede cambiarla o violarla cuantas veces se le ocurra, porque lo hace por deseo o pedido del pueblo (dice). En verdad, la ajusta a sus egoístas intereses. Esto es calamitoso, porque genera una terrible inestabilidad jurídica que, sin embargo, no se percibe ni repudia como tal. La inestabilidad jurídica perturba la inversión y afecta al aparato productivo. Los países con inestabilidad jurídica son invariablemente pobres. Pero el populismo se las arregla para construir sofismas a partir de una curiosa hipótesis: que la estabilidad beneficia a unos más que a otros. Lo cual es cierto en el corto plazo, pero a la larga rinde altos dividendos a la sociedad en su conjunto” (De “Voces en la crisis”- M. Elena Dubecq editora-Ediciones AGON-Buenos Aires 2003).

miércoles, 13 de agosto de 2014

Las peligrosas "buenas intenciones"

Cuando las personas capaces cometen errores, o cuando se advierte una manifiesta incapacidad de los gobernantes, existe la posibilidad de superar la situación adversa en el futuro. Algo distinto ocurre cuando todos interpretan que las cosas se hacen con capacidad y “buenas intenciones” aunque todo salga mal. Esto ocurre en política y, especialmente, en economía, ya que, generalmente, cuando se proponen “soluciones evidentes” para los problemas sociales, los efectos resultan desastrosos.

Todo esto se debe a que el término medio de las personas razona como un niño bien intencionado de diez años que encuentra soluciones para la pobreza, o la desigualdad, mediante un breve e iluminador pensamiento. Luego, los políticos tratan de responder a tales expectativas, con lo que se aseguran varios triunfos electorales. Como las soluciones propuestas no producen los efectos esperados, se le dice al pueblo que “algunos sectores” opusieron su egoísmo al bienestar de la mayoría.

Algunos países parecen destinados a una crisis económica y social prolongada a pesar de las condiciones favorables que se les presentan, o que disponen, como son los casos de Venezuela y Argentina. Los errores asociados a las creencias intuitivas se deben a la ignorancia de aspectos básicos de la economía y a una cerrada oposición a conocerlos. Como todo individuo necesita establecer una creencia básica para orientar su vida, teme perderla incorporando nuevos conocimientos.

Entre los errores advertidos se encuentra la persistente búsqueda de la igualdad económica en lugar de tratar de eliminar la pobreza. Como se atribuyen los grandes males de la sociedad a la desigualdad social, entendida como desigualdad económica, se proponen varias medidas para corregir la situación. La desigualdad genera violencia en la persona envidiosa, siendo una falla moral que debe solucionarse a nivel individual. Incluso hay quienes, a pesar de poseer una muy buena posición económica, siguen siendo envidiosos, tratando de alcanzar niveles de riqueza todavía superiores. El nivel de felicidad logrado, sin embargo, no resulta proporcional al nivel de riqueza o de comodidades para el cuerpo, ya que depende también de factores afectivos y cognitivos.

La forma más sencilla de combatir la desigualdad social, para que el envidioso se sienta a gusto, implica reducir el nivel económico general hasta que sean todos casi igualmente pobres, lo que resulta ser un absurdo. Además, debe distinguirse entre las personas que poseen mucho dinero pero que lo obtuvieron como consecuencia de realizar aportes productivos o simplemente se debe a una consecuencia de maniobras ilegales o bien del robo legalizado incurrido por quienes roban a la sociedad a través del Estado. De ahí que la propuesta de la igualdad económica surja de una falsa “buena intención”, mientras que la reducción de la pobreza es una propuesta posible y realizable, aunque las expresiones de deseo no deberían ser consideradas como “buenas intenciones” ya que tal calificativo debe reservarse ante acciones concretas que las respalden, ya que declamar por declamar resulta poco meritorio.

Entre las creencias propias del niño bien intencionado puede mencionarse la idea de imprimir muchos billetes para regalárselos a los pobres y eliminar así la pobreza. Esta “solución” tan sencilla no la adoptan los países serios porque produce efectos inflacionarios en el mediando y el largo plazo, resultando el remedio bastante peor que la enfermedad. En la Argentina kirchnerista, al otorgarse durante cierto tiempo aumentos de sueldos superiores a la inflación real, agudizó la “enfermedad” aunque muchos creyeran que el proceso continuaría por siempre, hasta que la dura realidad comenzó a imponer su presencia. Tal decisión gubernamental recibió en su momento un fuerte apoyo electoral; como era de esperar.

Otra de las creencias del niño bien intencionado es que, al quitarles el dinero a los ricos para distribuirlos entre los pobres, se resolverían los grandes problemas de desigualdad y pobreza. Los gobiernos populistas cumplen casi siempre los deseos del hombre promedio, que esencialmente coinciden con los de ese niño. Roberto Cachanosky escribió: “Así, en su afán por perseguir a todo aquél que tiene propiedades y ganancias, los gobiernos populistas y progresistas han logrado que una buena parte de los argentinos sean exiliados económicos. Es decir, viven en Argentina pero ahorran en el exterior. ¿Cuál es el problema? Que gracias al populismo y al progresismo, el ahorro de los argentinos es depositado en bancos norteamericanos o suizos. Pregunta: ¿qué hacen esos bancos norteamericanos o suizos con los fondos que depositan los argentinos escapando del populismo autóctono? Se los prestan a empresas y consumidores norteamericanos y suizos, quienes pueden invertir y consumir a tasas de interés bajas. Llegamos así a un increíble resultado. Los gobiernos populistas y progresistas han conseguido que nosotros, que somos pobres, terminemos financiando el crecimiento y el consumo de los países desarrollados. Esos mismos países a los que populistas y progresistas detestan con tanto énfasis” (De “El síndrome argentino”-Ediciones B SA-Buenos Aires 2006).

El niño bien intencionado propone para el empleado una seguridad social y laboral mayor incluso que la que tiene su empleador, lo que por cierto beneficia a quienes ya tienen trabajo, mientras que desanima a los empresarios a tomar nuevos empleados, por lo que habrá un importante índice de desempleo o bien la economía informal tendrá una significativa importancia. De ahí que gran parte de los trabajadores padezcan una inseguridad social y laboral similar a la de los trabajadores de siglos pasados.

Algo similar sucederá en el caso de la decisión estatal de imponer precios máximos a los alquileres de viviendas. Quienes ya están alquilando se beneficiarán con los alquileres congelados, pero ya no existirán alicientes para la construcción de nuevas viviendas para alquilar, por lo cual, no sólo se perjudicará a la industria de la construcción sino a quienes necesitan alquilar por primera vez. En la Argentina, el enorme déficit habitacional tiene mucho que ver con la decisión de Perón en ese sentido. Sin embargo, mientras más daño alguien hace a la sociedad, mayor ha de ser su prestigio dentro de una población “bien intencionada”. Thomas Sowell escribió:

“El efecto inmediato de alquileres fijados por debajo de lo establecido por la oferta y la demanda, es que una mayor cantidad de personas trata de rentar apartamentos, puesto que son más baratos; pero como no se construyen más, es difícil encontrar desocupados. Más aún, mucho antes de que las edificaciones existentes se deterioren por el uso, disminuyen los servicios complementarios como el mantenimiento y la reparación, puesto que los propietarios ya no se hallan bajo las mismas presiones competitivas para gastar dinero en tales funciones para atraer arrendatarios, pues existen más interesados que apartamentos disponibles al haber escasez de vivienda”. “En tanto, la menor tasa de rendimiento sobre inversiones en nuevos edificios de apartamentos debida al control de alquileres, motiva que se construya una menor cantidad de ellos” (De “Economía. Verdades y mentiras”-Editorial Océano de México SA-México 2008).

También los socialistas aducen “buenas intenciones”. André Frossard relata aspectos de su etapa de adoctrinamiento marxista antes de aceptar el cristianismo, escribiendo respecto de los “burgueses” que serán expropiados con la llegada del socialismo: “La avidez, la voluntad de acaparar y dominar, al no encontrar más apoyo y recibir menos estímulo en la sociedad nueva, morirían de inanición; los antagonismos económicos y sociales desaparecerían junto con las causas que los hacen inevitables” (De “Dios existe”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1969).

Adviértase la escalofriante naturalidad con que, en el proceso de adoctrinamiento, se habla de la “muerte por inanición” que fue puesta en práctica en la URSS. Fue una actitud similar a la de los nazis cuando hablaban con naturalidad acerca de exterminar judíos como algo necesario y positivo para el resto de la sociedad. Incluso Aldous Huxley vincula “buenas intenciones” con “genocidio”: “Varios millones de paisanos fueron muertos de hambre deliberadamente en 1933 por los encargados de proyectar los planes de los Soviets. La inhumanidad acarrea el resentimiento; el resentimiento se mantiene sofocado por la fuerza. Como siempre, el principal resultado de la violencia es la necesidad de emplear mayor violencia. Tal es pues el planteamiento de los Soviets; está bien intencionado, pero emplea medios inicuos que están produciendo resultados totalmente distintos de los que se propusieron los primeros autores de la revolución” (De “El fin y los medios”-Editorial Hermes-Buenos Aires 1955).

El marxista dice que quienes se oponen al socialismo lo hacen para “defender sus intereses egoístas”. Sin embargo, es más justo decir que lo hacen para salvar sus propias vidas. Cuando un pueblo elige a un gobernante “socialista”, puede tratarse de alguien bien intencionado, medianamente bien intencionado o incluso puede llegar a ser un peligroso individuo lleno de resentimiento y odio, que trate de vengarse de todo aquel que haya logrado cierto éxito económico a través de actividades productivas. Generalmente, la persona honesta y decente piensa que no existen causas para que alguna vez su vida corra peligro ante el ascenso al gobierno de cualquier político. Sin embargo, tratándose de nazis o de marxistas, quienes corren mayor peligro son precisamente las personas decentes. En los 70 algo de esto pudo comprobarse en la Argentina ante los asesinatos cometidos por los terroristas de izquierda.

El hipócrita, el ignorante, el populista y el totalitario se consideran éticamente superiores porque adhieren a gobiernos que imprimen billetes para todos, redistribuyen las ganancias del sector productivo entre quienes los necesitan y quienes no, imponen mejoras sociales amplias para el trabajador dependiente, ponen límites al precio de productos y alquileres, etc. Mientras que puede resultar beneficioso un poco de “justicia social”, mucho de ella conduce al subdesarrollo sostenido. Luego, el despreciable, mal intencionado e insensible es el que se opone a los intentos “justicieros” desmedidos, y por lo tanto, se lo ha de marginar de la sociedad identificándoselo como “neoliberal”.

Quien hace algo por sí mismo y por los demás es el que se exige mucho conformándose pocas veces con su tarea, mientras que el hombre-masa es el que poco hace por superarse estando contento consigo mismo. Por el contrario, el que poco hace y pretende repartir ganancias ajenas e incluso controlar la vida de los demás desde el Estado, es el que se autocalifica éticamente como “superior”. De ahí que pueda afirmarse que el neoliberal es la persona que reúne los mejores calificativos en la sociedad ya que es denigrado tanto por hipócritas, ignorantes, populistas y totalitarios. Esta aparente contradicción surge al adoptar el criterio de Marco Tulio Cicerón, quien escribió: “Tanto vale ser alabado de los buenos, como vituperado de los malos”.

domingo, 10 de agosto de 2014

Acerca de la envidia y la mentira

Si deseamos caracterizar a una sociedad en crisis, según las tendencias cognitivas y afectivas dominantes, puede decirse que seguramente está impulsada por las fuerzas del egoísmo, la envidia y la mentira, con la complicidad de la negligencia. Incluso los gobiernos populistas promueven el nacionalismo; una especie de egoísmo colectivo que descalifica a la mayor parte de las restantes naciones tanto como al sector de la población local que supuestamente es partidario de alguna “nación enemiga”. También promueven la envidia cuando exaltan los valores económicos y materiales hasta el punto de ubicar al rico en el pedestal de la felicidad y al pobre en una situación denigrante, mientras que, seguidamente, culpan al primero por todos los padecimientos del último, siendo una generalización incorrecta que sólo sirve para crear graves enfrentamientos. Gonzalo Fernández de la Mora escribió: “¿Por qué se acude a la deletérea envidia y no a la creadora emulación? Porque esta última no acentúa la división, que es lo que conviene a la polarizada clase política”. “La envidia enfrenta al inferior con el superior; distancia, divide. Pero si esto es así, ¿cómo puede servir de cohesión social? La envidia, como relación bilateral, es, efectivamente, un resorte separador porque abre un abismo entre el «yo» y el «tú», el de la inasimilable inferioridad felicitaria” (De “La envidia igualitaria”-Editorial Planeta SA-Barcelona 1984).

Los gobiernos populistas y totalitarios se destacan por la inusitada utilización de la mentira para tratar de cambiar la realidad hasta hacerla compatible con las ideologías directrices, e incluso intentando desplazar la realidad de las mentes de los hombres para reemplazarla por la ideología partidaria. Fernando Savater escribió: “Una de las tendencias de quienes están en posesión del poder consiste en cambiar el pasado mediante mentiras y hacer desaparecer realidades que no les gustan. En «1984», la novela de George Orwell, hay un Ministerio de la Mentira, dedicado a cambiar la historia de forma permanente y transformar la realidad, una copia de lo que ha ocurrido en los últimos cien años”.

Tanto la envidia como la predisposición a la mentira se sienten interiormente, pero se manifiestan a escondidas de los demás, y a veces de uno mismo, ya que en general se duda de las ventajas de su desafortunada posesión. Quizás, si se tuviese una plena conciencia de la envidia, no sería necesaria la mentira que la encubre ante los ojos de los demás. Isaac Sacca manifestó: “El que envidia roba, el que envidia levanta falso testimonio, el que envidia mata, el que envidia comete adulterio. La envidia es la raíz de los grandes males de la sociedad”.

“No levantar falso testimonio es un pilar de la sociedad que se constituye civilizadamente. Si se miente, no se puede formar una sociedad. El que promete no paga, el que compra no retribuye, el que da su palabra no cumple, el que da su testimonio lo hace mintiendo. Es una comunidad condenada a la destrucción. Nosotros consideramos que la sociedad que practica la mentira desaparece, no puede constituirse” (Citado en “Los diez mandamientos en el siglo XXI” de Fernando Savater-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2005).

Los psicólogos consideran que las deficiencias psíquicas de una persona se manifiestan según el grado de desadaptación frente a la realidad, por lo que puede decirse que la mentira, como hábito, implica una falla psíquica más. Cuando el hábito llega a los gobernantes, la situación de crisis se acentúa de la misma manera en que un mismo deterioro físico ubicado en la cabeza es más grave que en el resto del cuerpo. Emilio Mira y López escribió: “Sin mayor equivocación puede afirmarse que el grado de fortaleza psíquica de un país –el tono ético y su auténtico valor axiológico- se mide por el promedio de mentiras que dice por día el promedio de sus habitantes” (De “Cuatro gigantes del alma”-Librería “El Ateneo” Editorial-Buenos Aires 1957).

La envidia y la burla son los síntomas del odio, ya que odiar a alguien implica alegrarse por sus penas y entristecerse por su alegría. En el primer caso, puede manifestarse en forma de burla mientras que en el segundo caso aparecen los síntomas de la envidia. Así como somos dependientes de las personas cercanas a nuestros afectos, también lo somos respecto de aquellos a quienes se odia. Carlos Castilla del Pino escribió: “La dependencia unidireccional del envidioso respecto del envidiado persiste aún cuando el envidiado haya dejado de existir. Y esta circunstancia –la inexistencia empírica del sujeto envidiado y la persistencia, no obstante, de la envidia respecto de él- descubre el verdadero objeto de la envidia, que no es el bien que posee el envidiado, sino el sujeto que lo posee”.

“Una de las peculiaridades de la actuación envidiosa es que necesariamente se disfraza o se oculta, y no sólo ante terceros, sino también ante sí mismo. La forma de ocultación más usual es la negación: se niega ante los demás y ante uno mismo sentir envidia”. “La envidia revela una deficiencia de la persona, del self del envidioso, que no está dispuesto a admitir”. “Si el envidioso estuviera dispuesto a saber de sí, a re-conocerse, asumiría ante los demás y ante sí mismo sus carencias”.

La envidia produce un sufrimiento moral cercano e inmediato, sin embargo, muchos no advierten que tal actitud ha de constituir su principal causa de sufrimiento moral, ya que depende esencialmente de quien la adopta para su vida. Algunos autores han advertido que resulta ser un “vicio justo”, por cuanto viene con su propio castigo incorporado. Esprit Fléchier escribió: “Es el único vicio que puede llamarse justo…porque él mismo castiga con su propio suplicio a aquel a quien afecta”.

Uno de los síntomas de la envidia es la tendencia a la difamación, que muchas veces adopta formas disimuladas y encubiertas para mejorar su efectividad. Carlos Castilla del Pino escribe: “El envidioso acude para el ataque a aspectos difícilmente comprobables de la privacidad del envidiado, que contribuirían, de aceptarse, a decrecer la positividad de la imagen que los demás tienen de él (el envidioso tiende a hacerse pasar por el mejor «informado», advirtiendo a veces que «aún sabe más»). Pero adonde realmente dirige el envidioso sus intentos de demolición es a la imagen que los demás, menos informados que él, o más ingenuos, se han construido sobre bases equivocadas”.

“¿Cómo conseguirlo? Mediante la difamación, originariamente disfamación. En efecto, la fama es el resultado de la imagen. La fama por antonomasia es «buena fama», «buen nombre», «crédito»”. “La difamación es el proceso mediante el cual se logra desacreditar gravemente la buena fama de una persona”. “Ahora vemos dónde está realmente el verdadero objeto de la envidia. No en el bien que el otro posee, sino en el (modo de) ser del envidiado, que le capacita para el logro de ese bien” (De “Teoría de los sentimientos”–Tusquets Editores SA-Barcelona 2001).

Quienes promueven la igualdad social (como igualdad económica), aducen que a la delincuencia la genera la desigualdad social, es decir, suponen que todo el “desigualmente inferior” padece de envidia, por lo que el socialismo la ha de calmar (en teoría). De ahí que propongan expropiar a los que más tienen (y generalmente, más producen) para darle el “botín” a los envidiosos, considerando que las actitudes erróneas del hombre serán aliviadas y curadas, no por psicólogos y humanistas, sino por políticos y economistas de izquierda. “El envidioso es un hombre carente de (algún o algunos) atributos y, por lo tanto, sin los signos diferenciales del envidiado. Sabemos de qué carece el envidioso a partir de aquello que envidia en el otro”. “Pero, además, en este discurso destaca la tácita e implícita aseveración de que el atributo que el envidiado posee lo debiera poseer él, y, es más, puede declarar que incluso lo posee, pero que, injustificadamente «no se le reconoce». Ésta es la razón por la que el discurso envidioso es permanentemente crítico o incluso hipercrítico sobre el envidiado, y remite siempre a sí mismo. Aquel a quien podríamos denominar «el perfecto envidioso» construye un discurso razonado, bien estructurado, pleno de sagaces observaciones negativas que hay que reconocer muchas veces como exactas”.

“No sólo el sujeto envidioso es inicialmente deficiente en aquello que el envidiado posee, sino que el enquistamiento de la envidia, es decir, la dependencia del envidioso respecto del envidiado perpetúa y agrava esa deficiencia”. El envidioso, por lo general es el que renuncia a todo intento creativo e, incluso, constructivo. De ahí que pocas veces se ha de observar a un socialista tratar de repartir lo creado con sus propias manos o con su propio trabajo, sino que casi siempre promueve repartir los bienes ajenos. “Una de las invalideces del envidioso es su singular inhibición para la espontaneidad creadora. Ya es de por sí bastante inhibidor crear en y por la competitividad, por la emulación. La verdadera creación, que es siempre, y, por definición, original, surge de uno mismo, cualesquiera sean las fuentes de las que cada cual se nutra. No en función de algo o de alguien que no sea uno mismo. Pues, en el caso de que no sea así, se hace para y por el otro, no por sí. Todo sujeto, en tanto construcción singular e irrepetible, es original, siempre y cuando no se empeñe en ser como otro: una forma de plagio de identidad que conduce a la simulación y al bloqueo de la originalidad”.

“El hecho de que la envidia se constituya en una forma de estar en el mundo, en una actitud fundamental desde la que se impregna a las restantes actitudes parciales, procede de ese hecho doloroso e insubsanable: Ser quien se es; desear no serlo (y ocultarlo); tratar de ser otro (y negarlo); estar imposibilitado de serlo”.

La violencia política surge por lo general de la envidia. En este caso no significa que el envidioso sea el único culpable ya que también lo es quien da motivos para ello, como el que hace ostentación de poder y riquezas con las intenciones de despertar la envidia de sus “semejantes”. Por lo general se trata de gente “necesitada” ya que sus ambiciones no tienen límite, y por ello se comportan como personas con grandes necesidades; en realidad son necesidades espirituales aunque estén convencidas que la felicidad se logra con mayores riquezas materiales. “El tratamiento eficaz de la envidia cree verlo el que la padece en la destrucción del envidiado (si pudiera llegaría incluso a la destrucción física), para lo cual teje un discurso constante e interminable sobre las negatividades del envidiado. Es uno de los costos de la envidia, un auténtico despilfarro, porque rara vez el discurso del envidioso llega a ser útil, y con frecuencia el pretendido efecto perlocucionario –la descalificación de la imagen del envidiado- resulta un fracaso total”. “Su deficiencia estructural en los planos psicológico y moral aparece a pesar de sus intentos de ocultación y secretismo”.

viernes, 8 de agosto de 2014

Esfuerzo vs. negligencia

Entre las formas posibles de describir una sociedad tenemos aquella que distingue a individuos que realizan esfuerzos por superarse de quienes ni siquiera intentan hacerlo. Mientras que los primeros utilizan su mente en forma intensa, los últimos están dominados por cierta negligencia mental. Los primeros utilizan como referencia a la propia realidad, como lo hace el científico, mientras los segundos utilizan principalmente como referencia lo que opina la mayoría; siendo uno de los atributos del hombre-masa. José Ortega y Gasset escribió: “El eterno hombre-masa, consecuente con su índole, deja de apelar y se siente soberano de su vida. En cambio, el hombre selecto o excelente está constituido por una íntima necesidad de apelar de sí mismo a una norma más allá de él, superior a él, a cuyo servicio libremente se pone”.

“Distinguimos al hombre excelente del hombre vulgar diciendo: que aquél es el que se exige mucho a sí mismo, y éste, el que no se exige nada, sino que se contenta con lo que es y está encantado consigo”. “Contra lo que suele creerse, es la criatura de selección, y no la masa, quien vive en esencial servidumbre. No le sabe su vida si no la hace consistir en servicio a algo trascendente. Por eso no estima como una opresión la necesidad de servir. Cuando ésta, por azar, le falta, siente desasosiego e inventa nuevas normas más difíciles, más exigentes, que le opriman. Esto es la vida como disciplina –la vida noble. La nobleza se define por la exigencia, por las obligaciones, no por los derechos. «Noblesse oblige». «Vivir a gusto es de plebeyo: el noble aspira a la ordenación y la ley» (Goethe)” (De “La rebelión de las masas”-Editorial Planeta-De Agostini SA-Barcelona 1985).

Debido a que, casi siempre, los extremos son malos, ignorar completamente la opinión de los demás, como vivir enteramente en función de sus opiniones, son extremos que se deben evitar. En el primer caso, implica separarse de la sociedad, ya que ignorar una opinión resulta similar a hacerlo con una persona. En el segundo caso, al adoptar como referencia lo que los demás opinan de uno, puede implicar una equivocación, ya que, en lugar de tener objetivos personales, se tienen objetivos indefinidos y aleatorios como consecuencia del azar reinante en el campo de las opiniones. Quien vive enteramente de la opinión ajena es el hombre-masa, que renuncia así a un saludable individualismo. Ayn Rand, a través de uno de sus personajes, expresó: “¿Cuál fue su objetivo en la vida? Grandeza, a los ojos de los demás. Fama, admiración, envidia; todo lo que procede de los demás. Los demás le dictaron sus convicciones, pues él carecía de ellas pero estaba satisfecho de que los demás creyesen que las tenía. Los demás fueron su fuerza motriz y su principal preocupación. No quería ser grande, sino que se le creyera grande”.

“¿Y no es esa la raíz de toda acción despreciable? No el egoísmo, sino precisamente la ausencia de ego. Míralos. El hombre que engaña y miente, pero que conserva una fachada respetable. Él se sabe deshonesto, pero los otros creen que es honesto, y saca su respeto a sí mismo de allí, en forma parasitaria. El hombre que recibe el crédito por un logro que no es suyo. Se sabe mediocre, pero es genial a los ojos de los demás. El desventurado frustrado que profesa amor hacia el ser inferior y se cuelga de los menos dotados para establecer su superioridad por comparación”. “No les interesan los hechos, las ideas, el trabajo. Sólo se interesan por la gente. No preguntan: «¿Es esto cierto?», preguntan: «¿Es esto lo que los demás creen que es cierto?». No juzgan, repiten. No hacen, dan la impresión de que hacen. No crean, aparentan. No tienen habilidad, sino amistades. No tienen mérito, sino influencias.” (De “El nuevo intelectual”-Grito sagrado Editorial-Buenos Aires 2009).

Complementando la visión anterior, Ortega y Gasset escribe: “El hombre-masa se siente perfecto. Un hombre de selección, para sentirse perfecto, necesita ser especialmente vanidoso, y la creencia en su perfección no está consustancialmente unida a él, ni es ingenua, sino que le llega de su vanidad, y aun para él mismo tiene un carácter ficticio, imaginario y problemático. Por eso el vanidoso necesita de los demás, busca en ellos la confirmación de la idea que quiere tener de sí mismo. De suerte que ni aun en este caso morboso, ni aun «cegado» por la vanidad, consigue el hombre noble sentirse de verdad completo. En cambio, el hombre mediocre de nuestros días, el nuevo Adán, no se le ocurre dudar de su propia plenitud. Su confianza en sí es, como de Adán, paradisíaca. El hermetismo nato de su alma le impide lo que sería condición previa para descubrir su insuficiencia: compararse con otros seres. Compararse sería salir un rato de sí mismo y trasladarse al prójimo. Pero el alma mediocre es incapaz de transmigraciones –deporte supremo”.

Puede decirse que el hombre habituado al esfuerzo vive una vida bajo la tensión permanente originada por la diferencia existente entre lo que quiere llegar a ser y lo que realmente es. Podrá también compararse con alguien para emularlo, adoptando una meta personificada en quien considera superior. Por el contrario, el hombre-masa, o el hombre mediocre, o bien no se compara con nadie debido a su autosuficiencia, o bien se compara con los supuestamente inferiores, para reafirmar su vanidad. Y hablando del hombre mediocre, podemos citar a su ilustre descriptor, José Ingenieros: “El mediocre no inventa nada, no crea, no empuja, no rompe, no engendra; pero, en cambio, custodia celosamente el armazón de automatismos, prejuicios y dogmas acumulados durante siglos, defendiendo ese capital común contra la acechanza de los inadaptables. Su rencor a los creadores compénsase por su resistencia a los destructores. Los hombres sin ideales desempeñan en la historia humana el mismo papel que la herencia en la evolución biológica; conservan y transmiten las variaciones útiles para la continuidad del grupo social. Constituyen una fuerza destinada a contrastar el poder disolvente de los inferiores y a contener las anticipaciones atrevidas de los visionarios. La cohesión del conjunto los necesita, como un mosaico bizantino al cemento que lo sostiene. Pero –hay que decirlo- el cemento no es el mosaico” (De “El hombre mediocre”-Editorial Época SA-México 1967).

Ortega y Gasset veía en el Estado el máximo peligro para la civilización; precisamente cuando cae bajo el gobierno indirecto del hombre-masa a través de sus “representantes”; los líderes populistas y totalitarios. Cuando ello ocurre, se llega a la plenitud del fenómeno catastrófico conocido como la “rebelión de las masas”. Al respecto escribió: “Cuando la masa actúa por sí misma, lo hace sólo de una manera, porque no tiene otra: linchar”. “Ni mucho menos podrá extrañar que ahora, cuando las masas triunfan, triunfe la violencia y se haga de ella la única razón, la única doctrina”. “Este es el mayor peligro que hoy amenaza a la civilización; la estratificación de la vida, el intervencionismo del Estado, la absorción de toda espontaneidad social por el Estado; es decir, la espontaneidad histórica, que en definitiva sostiene, nutre y empuja los destinos humanos”.

Ayn Rand describe la mentalidad del líder socialista a través de uno de sus personajes: “Si aprendes a gobernar el espíritu de un solo hombre, puedes gobernar al resto de la humanidad. Se trata del espíritu. Ni látigos, ni espadas, ni hogueras, ni fusiles. He ahí la razón por las cual los Césares, los Atilas y los Napoleones resultaron tontos y no hicieron nada duradero. Nosotros lo haremos”. “El espíritu, Peter, es lo que no puede ser gobernado. Tiene que ser quebrado. Métele una cuña, pon tus dedos sobre él, y el hombre es tuyo. No necesitarás un látigo; él te lo traerá y te pedirá que lo azotes”.

“Hay muchas maneras. Ésta es una: hacer que el hombre se sienta pequeño. Que se sienta culpable. Matar sus ideales y su integridad. Esto será difícil”. “Matar la integridad mediante la corrupción interna. Usar al hombre contra sí mismo. Dirigirlo hacia un ideal destructivo de toda integridad. Predicar el altruismo. Decirle que debe vivir para los demás. Decirle que la generosidad es el ideal. Ninguno lo ha alcanzado ni lo alcanzará. Su instinto de supervivencia grita contra eso. Pero ¿no ves lo que consigues? El hombre altruista advierte que es incapaz de alcanzar lo que acepta como la más noble de las virtudes, y eso le da un sentimiento de culpa, de pecado, de su propia indignidad fundamental. Dado que el ideal supremo está fuera de su alcance, al final desiste de todo ideal, de toda aspiración, de toda noción de su valor personal. Se siente obligado a predicar lo que no puede practicar. Pero uno no puede ser bueno a medias o semi-honesto. Preservar la propia integridad es una dura batalla. ¿Para qué proteger lo que uno sabe que ya está corrompido? Su espíritu desiste del respeto hacia sí mismo. Obedecerá. Él estará contento de obedecer, porque no puede confiar en sí mismo, se siente inseguro, se siente impuro. Éste es un camino”.

“Hay otro: destruir el sentido del valor humano. Destruir la capacidad de reconocer o de lograr la grandeza. Los grandes hombres no pueden ser dominados. No queremos ningún gran hombre. No hay que negar la concepción de grandeza, hay que destruirla desde dentro. Lo grande es lo raro, lo difícil, lo excepcional. Establece niveles de éxito posibles para todos, para los más ineptos, y detendrás el ímpetu del esfuerzo en todos los hombres, grandes y pequeños. Detén todos los incentivos de mejora, de excelencia, de perfección”. “No te pongas a destruir todos los santuarios, o asustarás a los hombres. Venera la mediocridad, y los santuarios serán desvastados”.

“Hay todavía otra manera: destruir por medio de la risa. La risa es el instrumento de la alegría humana. Aprende a usarla como alma de destrucción. Conviértela en una burla. Es sencillo: di a la gente que se ría de todo. Dile que el sentido del humor es una virtud ilimitada. No dejes que quede nada sagrado en el espíritu del hombre, y su espíritu no será sagrado para él. Mata la adoración y habrás destruido lo heroico del hombre. Uno no reverencia con una risa tonta. Obedecerá y no pondrá límites a su obediencia; todo está permitido, nada es tomado en serio”.

“Aun hay otra manera. La más importante: no permitir que los hombres sean felices. La felicidad es auto-contenida y auto-suficiente. Las personas felices no disponen de tiempo ocioso ni son de utilidad para ti. Las personas felices son libres. De manera que debes destruirle la alegría de vivir. Quítales todo lo que les sea grato e importante. Nunca les permitas que tengan lo que quieren. Hazles sentir que el mero hecho de tener un deseo personal es malo. Condúcelos a un estado en que el simple decir «yo quiero» no constituya ya un derecho natural, sino una admisión vergonzosa. El altruismo es una gran ayuda para lograr esto. Los hombres infelices irán hacia ti. Te necesitarán. Irán en busca de consuelo, de apoyo, de escapatoria. La naturaleza no acepta el vacío. Vacía el espíritu humano, y podrás ocupar su espacio”.

El reemplazo del amor al prójimo por el altruismo socialista tuvo en los pueblos un alto costo, ya que, mientras que el primero busca esencialmente un beneficio simultáneo entre dos personas, contemplando tanto los aspectos emotivos como materiales, el segundo busca el sacrificio propio en beneficio ajeno, por lo cual los resultados obtenidos sólo pueden justificarse aduciendo cierta intencionalidad, como la manifestada por la citada autora.