domingo, 29 de junio de 2014

Cristianismo y arquetipo social

A partir de las diversas concepciones del hombre, que derivan de la filosofía, la religión y la ciencia, surgen distintos ordenamientos sociales coherentes con las mismas, especialmente en los casos en que se sugiere una actitud concreta a adoptar, como ocurre con los mandamientos provenientes de la religión. También del cristianismo derivan ciertos arquetipos sociales que surgieron de la interpretación personal o sectorial de los Evangelios, como es el caso de los lineamientos básicos de las sociedades europeas de la alta Edad Media, o de las pequeñas sociedades cristianas ligadas a los conventos e, incluso, del totalitarismo teocrático impuesto por Calvino a las “inocentes víctimas” de la Ginebra de su época.

En cuanto a las sociedades europeas de la Edad Media, Manuel García-Pelayo escribió: “El pensamiento político de la alta Edad Media está dominado por tres conceptos capitales: el de «ministerium», el de «typo» (o figura o «imago») y el de «carisma». El primero significa que el poder político ha sido recibido a título de mandato para realizar la tarea histórica de configurar el orden político de la Tierra con arreglo al orden divino; su expresión más acabada son las leyendas del último emperador, según las cuales, una vez lograda la conversión o la extinción de los paganos y cumplida por tanto la misión confiada al Imperio cristiano, el postrero de los emperadores devolvería las insignias a su legitimo y originario titular, es decir, a Cristo”.

“El segundo significa que la ordenación del reino terrestre ha de realizarse bajo la imitación del modelo celeste, que la justicia y la paz han de ser figuras o copias de las divinas, que el emperador o los reyes han de ser una imagen de Cristo y, en fin, que la estructura de la comunidad política ha de inspirarse en las formas y jerarquías divinas. Tal modelo divino, sobre el que ha de hacerse la copia, es asequible a través de tres vías: a) de las Sagradas Escrituras, mediante cuya interpretación no sólo se obtiene la idea del reino de Dios en ellas revelada, sino también la de su transcurso histórico, ya que en sus textos está precontenido lo que ha de acaecer en el futuro; b) de la contemplación o penetración mística que abre el conocimiento del orden celeste; c) de la observación del orden y gobierno de la naturaleza como ejemplo de gobierno inmediato de Dios, con lo cual la «institutio regni» puede regirse por la «institutio mundi»; las dos primeras son las dominantes durante la alta Edad Media”.

“El tercero de los conceptos, es decir, el carisma, es la expresión más intensa de la presencia de lo sobrenatural en lo natural y se manifiesta capitalmente en el rito de la unción regia que convertía al rey en un «nuevo hombre», dándole los dones necesarios para el cumplimiento de su ministerio. Sobre estos tres conceptos o en torno a ellos giran las polémicas políticas de la alta Edad Media” (De “El Reino de Dios, arquetipo político”-Revista de Occidente SA-Madrid 1959).

Por lo general, se interpretan las disputas religiosas como si estuviesen motivadas bajo distintos pretextos adoptados para justificar la lucha por el poder político y económico. Aunque también es posible entenderlas como excesos producidos por una fanática decisión de cumplir con la supuesta misión religiosa encomendada por el ser superior. De todas formas, los efectos negativos producidos deben contemplarse como tales en forma independiente de las nobles, o no, intenciones motivadoras. Asociado a las luchas entre católicos y protestantes, encontramos al astrónomo Johannes Kepler, quien tuvo que optar entre convertirse a la religión impuesta en su propio pueblo, fingir adoptarla, o marcharse del mismo, eligiendo esta última alternativa. Al respecto expresó: “Soy un cristiano, el credo luterano me fue enseñado por mis padres, lo acepté tras repetidas reflexiones sobre sus fundamentos, tras diarias inquisiciones, y me mantengo firme en él. No he aprendido a ser hipócrita. Soy un devoto de la Fe, no juego con ella” (Citado en “Kepler” de Arthur Koestler-Salvat Editores SA-Barcelona 1986).

A lo largo de la historia, se han hecho varios intentos por concretar la idea del Reino de Dios, como arquetipo social, o político, derivado de las prédicas cristianas. Sin embargo, los éxitos y fracasos parciales ocurrieron indefectiblemente por cuanto se advierte la existencia de distintas interpretaciones del mensaje bíblico, lo que da lugar a las distintas órdenes sacerdotales, o bien a las diversas variantes de protestantismo. Como ejemplo puede citarse la idea de Albert Notan, quien escribió:

“El Reino de Dios será una sociedad en la que no haya ni prestigio, ni «status», ni división de las personas en inferiores y superiores. Todo el mundo será amado y respetado no por su educación, su riqueza, su linaje, su autoridad, su rango, su virtud y otras cualidades parecidas, sino porque, al igual que cualquier otro, es una persona. Para algunos resultará muy difícil imaginar cómo podrá ser esa vida; pero las «criaturas» que nunca han gozado de ningún privilegio de «status», y aquellos para quienes esto carece de valor, entenderán con suma facilidad la realización plena que supondrá la vida en dicha sociedad. Aquellos que no pueden soportar el que se trate como iguales a los mendigos, a las prostitutas, a los criados, a las mujeres y a los niños, que no son capaces de vivir sin sentirse superiores a una serie de personas, sencillamente no se sentirán a gusto en el Reino de Dios tal como Jesús lo concibe. Ellos mismos desearían excluirse de él” (De “¿Quién es este hombre?”-Editorial Planeta-DeAgostini SA-Barcelona 1995).

Lo que ha impedido establecer el arquetipo cristiano ha sido, además de la diversidad de interpretaciones y tergiversaciones, el ataque permanente promovido por sus detractores. Así, mientras que el cristianismo presupone que el mundo está bien hecho y que, por lo tanto, es conveniente adaptarse a sus leyes, el marxismo presupone que el mundo está mal hecho y que por ello es necesario transformarlo. Mientras el cristianismo le propone al “hombre nuevo” cumplir con los mandamientos bíblicos, cuya consecuencia inmediata será el establecimiento del Reino de Dios, el marxismo propone un modelo de sociedad, el socialismo, para cuya realización se requiere del “hombre nuevo soviético”, una nueva “especie” creada por la ideología y adaptada a la sociedad diseñada previamente. Brian Crozier escribió:

“Nunca debe olvidarse que Lenin estaba convencido de que su revolución generaría un nuevo tipo de hombre –el Homo Sovieticus- cuyo comportamiento estaría inspirado por consideraciones de orden social y no personal. Su teoría de la «decadencia del Estado» se asentaba sobre este frágil y optimista cimiento ya que el Homo Sovieticus, al ser una nueva especie de hombre, no iba a necesitar el aparato coercitivo de la autoridad central y, en consecuencia, el Estado iba a resultar innecesario” (De “Teoría del conflicto”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1977).

Si hemos de definir, en términos objetivos, la diferencia entre creyente y ateo, debemos decir que creyente es quien tiene confianza, o fe, en Dios, o en la naturaleza, y de que el mundo está bien hecho, y que es el hombre quien debe hacer el esfuerzo necesario para adaptarse al mismo. Cualquiera sea el sufrimiento padecido, existe la esperanza de que se podrá disponer, al menos, de una solución parcial. El ateo, por el contrario, es el que tiene una fe o confianza negativa, tal la que le hace sospechar que el mundo está mal hecho, que no tiene finalidad ni sentido, y que debemos proponer modelos de sociedad de diseño humano a los cuales deberá adaptarse todo hombre. De ahí la violencia generada por los marxistas, cuando llegan al poder, dirigida contra los cristianos y contra quienes no aceptan la ideología transformadora de hombres impuesta por la violencia.

La soberbia es la actitud predominante en quienes se sienten designados por poderes superiores o bien capacitados por ideologías políticas, para decidir la vida de otros hombres, o incluso de toda la humanidad. En ambos casos tienden a reemplazar las leyes de Dios por sus propios criterios personales. De ahí que el Reino del hombre se oponga al Reino de Dios. Tage Lindbom escribió:

“No es por azar por lo que el orgullo espiritual, «superbia», se menciona en cabeza de todos los pecados mortales. Es primordial en que se dirige como una acción belicosa directamente contra la orden divina. Es un desafío al mismo tiempo que una tentativa de establecer un poder, de instituir un «mundo» donde reinará el hombre y el hombre solo. Los otros seis pecados capitales, la avaricia, la lujuria, la envidia, la gula, la cólera y la pereza, no implican ese ataque directo contra la orden divina. Lo que la Biblia describe como una caída es dramático no solamente porque resulta de ello una separación entre Dios y la más elevada de sus obras creadas, el hombre. También es dramático en que el orgullo espiritual, «superbia», interviene en una situación donde se ha ofrecido una elección: obedecer la orden de Dios o seguir la propia inclinación a autoglorificarse. Es este segundo término el que el hombre ha elegido” (De “La semilla y la cizaña”-Taurus Ediciones SA-Madrid 1980).

En nuestra época, si hemos de tratar de interpretar el significado del Reino de Dios a la luz del conocimiento surgido desde las ciencias sociales, debemos considerar la existencia de la actitud característica en todo ser humano y sus componentes afectivas, de las cuales “elegimos” al amor, interpretando al “amarás al prójimo como a ti mismo” como “compartirás como propias las penas y las alegrías ajenas”. Luego, el Reino de Dios ha de ser lo que resulte de lograr que tal actitud predomine en la mayor parte de las personas. De ahí el sentido de la expresión cristiana: “Busca el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura”, siendo tal añadidura el orden social emergente.

Se advierte, además, que el Reino de Dios no implica la imitación de un orden sobrenatural exterior al hombre, como se pensaba en la Edad Media, sino que, como lo dijo el propio Cristo, “El Reino de Dios está dentro de vosotros”, es decir, si bien gran parte de sus seguidores adoptaron una postura religiosa trascendente (el Dios personal es exterior al hombre), es posible interpretar al cristianismo como una postura religiosa inmanente (un Dios cuya esencia impregna todo lo existente). De todas formas, la validez de la actitud cooperativa señalada resulta independiente de las creencias particulares o sectoriales, debiendo predominar como objetivo de todos los seres humanos si es que en realidad buscamos una mejora esencial en las distintas sociedades.

El “hombre nuevo” propuesto en los Evangelios es, justamente, el que entra en el Reino de Dios, o el que está predispuesto a formar parte de una sociedad que gozará de un mayor nivel de felicidad que el vigente en la mayoría de las sociedades actuales. La interpretación, bastante más simple, que surge en la actualidad, resultará, seguramente, más efectiva que las interpretaciones predominantes en la Edad Media, y que incluso perduran parcialmente en las iglesias cristianas de la actualidad.

viernes, 27 de junio de 2014

Empresarios capitalistas, y de los otros

En una economía de mercado, son los empresarios los principales actores, ya que desempeñan la importante función social de reunir y organizar los factores de la producción para la posterior creación de riquezas, además de otorgar puestos de trabajo productivo. El éxito de tal tipo de economía se logra a partir de la competencia empresarial. De ahí que, para el establecimiento de una economía de mercado, hace falta una adecuada cantidad de empresarios en cada rubro, de lo contrario, si hay muy pocos, se establecerán monopolios parciales que impiden establecer la competencia promotora de la innovación y la posterior reducción de precios como la mejora de la calidad de los productos.

Si se dispone de una cantidad suficiente de empresarios, debe lograrse luego una aceptable efectividad en su desempeño, lo que implica responder adecuadamente en la dura lucha establecida en el mercado. Sin embargo, cuando ello no ocurre, la economía resultante no puede denominarse “de mercado” por cuanto, por la falta de cantidad o de calidad empresarial, no se cumple con las condiciones básicas para la competencia, lo que da lugar a la aparición de monopolios naturales (falta la cantidad), o bien voluntarios (falta la calidad).

La falta de empresarios se debe seguramente a la difamación del sector por parte de la izquierda política, y por la negligencia predominante en una sociedad en la cual la mayoría prefiere desempeñar un puesto de trabajo en el Estado en donde la principal preocupación sea la de cumplir horarios. También son los empresarios que han logrado una posición dominante en el mercado los que menor predisposición por la competencia muestran, recurriendo por lo general a los políticos a cargo del Estado para obtener algún tipo de ventaja que les facilite mantener sus privilegios. Ernesto Sandler escribió:

“El orden económico abierto exige a las empresas tener una elevada eficiencia organizativa y una óptima utilización de los factores de producción. Las obliga a permanecer alertas y pendientes de los nuevos emprendimientos que ingresan constantemente en el mercado para competir y superarlas en su rendimiento”. “Esta tensión generada por la competitividad y la necesidad de rentabilidad empresarial no se detiene jamás en un orden económico abierto. La interconectividad, la globalización, la expansión del conocimiento, las franquicias de empresas exitosas, el acceso al financiamiento y la capacitación de los recursos humanos, entre otras decenas de factores, no dejan que las empresas se distraigan un segundo. El mundo moderno obliga a las empresas a emprender constantemente nuevos proyectos de negocios a nivel nacional e internacional a fin de mantenerse actualizadas y competitivas”.

“Esa tensa situación genera una paradoja económica: las empresas, que quieren ingresar en el mercado, exigen libertad e igualdad para realizar sus actividades. No quieren limitaciones para participar en un orden económico. Exigen igualdad de oportunidades y libertad para competir. Consideran que su único límite debe ser su talento y su capacidad para lograr mayor productividad”. “En la contracara de la misma moneda están las empresas instaladas desde hace tiempo en el mercado. Estas reclaman lo contrario. Exigen a los gobiernos que pongan límites o barreras a los nuevos emprendedores empresariales. Solicitan que se los proteja para mantener el empleo de los trabajadores y sus beneficios”. “A pesar de que públicamente pregonan como esencial la constitución y el desarrollo de una economía abierta y con iguales oportunidades, en su fuero íntimo la combaten” (De “Economía sin barreras”-Mucho Gusto Editores-Buenos Aires 2012).

Los políticos a cargo del Estado, que favorecen a las empresas existentes “protegiéndolas” de todo posible competidor que pueda surgir, “cobran” por sus servicios; ya que nada es gratis. Esta es una forma de corrupción cuyos montos salen siempre de los bolsillos de los consumidores. Cuando, desde el liberalismo, se sugiere la “no intervención estatal en la economía”, se tiene en cuenta este caso, ya que implica una forma de distorsionar la economía capitalista, o de mercado. Luego, los consumidores tienen que pagar precios altos por productos de mediocre calidad por cuanto son producidos por monopolios amparados por el gobierno de turno. Sin embargo, son los propios políticos intervencionistas los que difaman socialmente al sector “neoliberal”, por lo cual gran parte de la población argentina se opone a la economía de mercado, al menos según lo que puede extraerse de sus decisiones y preferencias electorales. Javier González Fraga escribió:

“El Estado debe reducir sus funciones para centrarse sobre aquellas verdaderamente indelegables: la administración de la justicia, la salud, la vivienda, la educación y la seguridad. Pero debe limitar sus actividades en lo posible, ya que cuanto más interviene el Estado más oportunidad de corrupción hay. No debería ser una función estatal, por ejemplo, qué sector económico crece o cuál está expuesto a la competencia” (De “La corrupción” de Mariano Grondona-Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 1993).

Los sindicatos, por otra parte, en una economía de mercado verdadera, tienen inconvenientes en lograr mejoras salariales por cuanto todo empresario verá elevarse sus costos no pudiéndolos trasladar de inmediato a los precios por cuanto podrán resentirse sus ventas. Por el contrario, las empresas monopólicas, amparadas por el Estado, no tienen mayores inconvenientes en acceder a los pedidos de los sindicalistas por cuanto sus demandas serán satisfechas trasladando a los precios, en forma rápida, las ventajas acordadas. Así, todo resulta más caro reduciéndose el poder adquisitivo de los sueldos.

Demás está decir que los empresarios no competitivos presionan al gobierno para que pongan trabas o directamente impidan que ingresen desde el exterior mercaderías de mejor calidad, de mejor precio, o de ambos. Para ello se establecen argumentos de tipo nacionalista sugiriendo el slogan “compre nacional”. En realidad, si las ventajas obtenidas por las empresas beneficiarán al consumidor y a la economía nacional, no habría mayores inconvenientes con el nacionalismo económico. Sin embargo, se sabe que en realidad el empresario no competitivo, ante la protección estatal, buscará optimizar sus ganancias subiendo los precios y reduciendo los sueldos de sus empleados lo más posible. El empresario patriota, no nacionalista, será el que prefiere el desarrollo integral de su país no impidiendo que los más capaces puedan desarrollar sus potencialidades libremente, ya sea argentino o extranjero.

Del monopolio surge la posibilidad de explotación laboral, ya que el trabajador no tiene la posibilidad de trabajar en otra empresa. Por el contrario, en una economía competitiva, todo empleador tratará de cuidar a sus empleados para no perder parte de su capital humano, y para no cederlo a la competencia.

El liberalismo aboga por la competencia entre empresas y, por lo tanto, se opone a la formación de monopolios y a la consiguiente posibilidad de explotación laboral. Sin embargo, en forma tendenciosa, quienes promueven el intervencionismo estatal (y los monopolios protegidos por el Estado), culpan al liberalismo de promover tal explotación. Para ello se necesita una fuerte dosis de cinismo. De ahí que los problemas de la política y de la economía sean esencialmente problemas éticos. Si se dijera la verdad, cumpliendo con el antiguo mandamiento bíblico, se aclararía bastante el turbio ambiente de la política.

Si bien en las sociedades reales no existen los casos puros, éstos existen como tendencias que se tratan de alcanzar o bien que se tratan de evitar. Podemos, entonces, considerar dos escenarios posibles. En uno existe una buena cantidad de empresarios, de aceptable eficacia, que compiten en el mercado, cumpliendo el Estado con su presencia en el ámbito de la seguridad y la justicia, principalmente. Luego, los empresarios junto a sus empleados compiten cooperativamente ante otros empresarios junto a sus respectivos empleados. No existe posibilidad de la “lucha de clases” mencionada por los marxistas. Este es el escenario propuesto por el liberalismo.

La otra posibilidad es la de las economías intervencionistas, promovidas por la socialdemocracia y los populismos, en las cuales el Estado protege a las empresas ineficientes de la competencia que podría relegarlas. Se forman monopolios que incluso pueden establecer cierta explotación laboral, ya que están dadas las condiciones favorables. En ese caso, es posible la “lucha de clases” por cuanto los empresarios monopólicos tienen la posibilidad de aprovecharse de sus empleados cautivos formando una clase económicamente privilegiada que perjudica a la otra clase, dependiente de la primera. Por lo tanto, las cosas son exactamente al revés de lo que indica el relato marxista. Incluso la “solución” propuesta por el marxismo, para combatir los monopolios, es establecer un gran monopolio estatal, el socialismo.

Los grupos empresarios, algunas veces, hacen “arreglos” para no competir entre ellos formando monopolios encubiertos, ya que en conjunto actúan de esa forma. También esta práctica es combatida por el liberalismo por cuanto se deforma el proceso competitivo del mercado. Ernesto Sandler escribió: “En nuestro país es común que existan entidades tipo «cárteles» que agrupan a varias empresas hegemónicas que se distribuyen el dominio del mercado sobre el que participan. A veces esas agrupaciones se presentan como Cámaras empresariales y otras veces como grupos informales de presión. En uno u otro caso las empresas hegemónicas de cada sector de la economía actúan de manera conjunta para dominar la oferta y la demanda. Actúan como una corporación de intereses. No quieren que su rentabilidad esté atada a las fuerzas incontrolables de un mercado competitivo, a la apertura del comercio internacional o al sistema abierto de precios. Prefieren controlar con «criterios razonables» al mercado y el sector económico donde focalizan sus actividades para defender sus intereses”.

“Las empresas con intenciones monopólicas saben que hay que elegir un camino seguro y efectivo para dominar el mercado. Ese camino siempre conduce directamente a los gobiernos. No hay mejor colaboración para dominar el mercado que la que puede ofrecer el más poderoso de todos los poderes en la actualidad: el Estado”. “El Estado tiene un poder único. A través de la legalidad que ofrece el derecho positivo puede garantizar privilegios, proteger empresas, eliminar la competencia, acordar con los sindicatos, conseguir créditos, impedir importaciones y abrir cientos de posibilidades para dominar el mercado. Con la colaboración de los gobiernos, las empresas evitan los vaivenes del mercado, controlan los sindicatos, eluden la competencia y obtienen alta rentabilidad”.

Puede decirse que, a mayor intervención estatal en la economía, mayor corrupción, mayor socialismo y menor liberalismo. El economista Robert Kliegaard estableció una fórmula para la corrupción, en la cual no es extraña la presencia del factor principal, que es el monopolio:

Corrupción = Monopolio + Discrecionalidad – Transparencia

miércoles, 25 de junio de 2014

Riesgo económico vs. seguridad

Podemos encontrar personas cuyo comportamiento económico admite el riesgo y la incertidumbre como otras que optan por la seguridad y la certeza. Mientras que los primeros podrán transitar por los extremos de la riqueza o de la pobreza, los otros lograrán una situación económica intermedia. Las economías nacionales tienden también a orientarse en esas formas. Rubén Zorrilla escribió:

“Las grandes máquinas, coordinadas en vastas organizaciones (pensemos en el ferrocarril), fueron caracterizadas como demonios. La tecnología, y la misma ciencia, han sido reiteradamente desestimadas por creadoras de incertidumbre y problemas (lo que es cierto) como si ésas no fueran las consecuencias necesarias de elegir entre opciones perentorias –realizadas por millones de personas-, todas las cuales tienen los mismos resultados inciertos y problemáticos. Pero mientras la tecnología y la ciencia nos lanzan al itinerario azaroso de vivir y aun exprimir lo desconocido y misterioso de la sociedad y la historia, su quiebra, o la abstención de producirlas, nos llevaría a la estabilidad de la inacción y a la nada, sin superar o enfrentar los problemas de vivir. Rifaríamos la propuesta imprevisible de crear y saber frente a lo desconocido que nos asedia. Dejaríamos de ser los astronautas del misterio, para gozar de la seguridad –por completo ilusoria- en el nicho de la ignorancia”.

Mientras que el capitalismo es la economía del riesgo y de la incertidumbre, el socialismo lo es de la seguridad y de la certeza. El citado autor agrega: “Es indudable que la segunda mitad del siglo XX ha deparado un admirable progreso –en todos los planos- de la sociedad de alta complejidad, allí donde el capitalismo pudo desarrollarse. No obstante, cubre una porción minoritaria del planeta, aunque sin duda está en la proyección de todos los países que cuentan con una economía dineraria en crecimiento. Además, las resistencias a tolerar su expansión han desatado terribles oposiciones, como el comunismo, el nacional-socialismo, el anarquismo, los nacionalismos populares, el terrorismo y sus diversas mezclas” (De “Sociedad de alta complejidad”-Grupo Editor Latinoamericano SRL-Buenos Aires 2005).

El carácter incierto del futuro, observado desde la óptica capitalista, proviene esencialmente de la innovación empresarial y tecnológica. Implica un proceso similar al de la evolución biológica, por cuanto la innovación tiende a reemplazar lo obsoleto produciendo una mejora productiva en beneficio de toda la sociedad, siendo denominado como la “destrucción creativa”, que cumple un papel similar a la “evolución creadora”, por lo que también podría denominarse la “innovación creativa”. Joseph Schumpeter escribió: “El proceso de mutación industrial revoluciona incesantemente la estructura económica desde dentro, destruyendo sin cesar la vieja y creando sin cesar una nuevo. Este proceso de destrucción creativa es el hecho esencial del capitalismo”.

Los avances vertiginosos de la tecnología informática es una consecuencia directa del capitalismo por cuanto, al existir una tenaz competencia entre las empresas, éstas se ven obligadas a investigar y a innovar constantemente para no verse relegadas en el mercado. Resulta ser una lucha por la “supervivencia del más apto”, ya que las mejores sobreviven y las otras desaparecen, o se ven obligadas a reestructurarse. Ello explica el comportamiento de los empresarios que tratan de reducir costos y mejorar la calidad de sus productos. Sin embargo, no son ellos los que dictaminan el éxito o el fracaso de las empresas, ya que son los consumidores quienes dan la espalda a quienes no satisfacen sus demandas, o las satisfacen en menor medida que otras.

Algunos economistas afirman que las crisis económicas sirven para castigar a las empresas ineficientes y que ello resulta finalmente favorable a la economía. Sin embargo, las crisis también producen efectos devastadores a nivel social, por lo que resulta mejor esperar una evolución económica gradual y continua que una asociada a las crisis. Es un caso similar a la evolución de las especies promovida por cataclismos (como la desaparición de los dinosaurios) o bien por la lenta y continua selección derivada de la herencia genética, que se va instalando sin cambios abruptos. Edmund Conway escribió: “El escepticismo acerca de la propuesta [de la destrucción creativa] se ha visto reforzado recientemente debido a los estudios que demuestran que las empresas tienden a reestructurarse y modernizarse más durante un periodo de auge que en tiempos de crisis” (De “50 cosas que hay que saber sobre Economía”-Ariel-Buenos Aires 2011).

La innovación tecnológica trae como consecuencia inmediata la desocupación tecnológica. Sin embargo, es un problema circunstancial y de corto plazo por cuanto, al reducirse los costos (lo que justifica la innovación) el consumidor tendrá dinero disponible para gastarlo en otras necesidades, por lo aparecerán nuevas ofertas de trabajo. Martín Krause escribió: “La nueva inversión desplazaba puestos de trabajo, pero ahora, como resultado de ella, se genera una nueva inversión que crea nuevos puestos de trabajo y absorbe a los trabajadores desplazados”. “En los países que no restringen ese movimiento laboral, el paso de un empleo a otro no demanda mayor tiempo y el desempleo es bajo. Se genera un circuito por el cual se invierte, aumenta la productividad de los trabajadores, crecen las ganancias, bajan los precios de los productos, aumenta el poder adquisitivo y la creación de fuentes de empleo” (De “La Economía explicada a mis hijos”-Aguilar SA de Ediciones-Buenos Aires 2003).

Como ejemplo de innovación tecnológica puede mencionarse el caso de Boeing, empresa pionera en la utilización comercial de aviones a reacción, antes usados sólo para fines militares, cuando arriesgó gran parte de su capital en la realización del 707 cuya inversión inicial fue de “casi el triple de las utilidades medias anuales de los cinco últimos años –aproximadamente la cuarta parte del valor neto de la compañía”. Al tener éxito, “lleva al mundo comercial a la era del jet”. James C. Collins y Jerry I. Porras agregan: “Este modo de actuar no terminó en los años 50 con el 707”. “En 1965, Boeing tomó una de las decisiones más audaces en la historia de los negocios: la de seguir adelante con el jumbo-jet 747, decisión que por poco acaba con la compañía” (De “Empresas que perduran”-Grupo Editorial Norma-Bogotá 2005).

En las economías socialistas, por el contrario, se trata de aumentar las fuentes de trabajo a cualquier costo y a mantener incluso las deficitarias, por lo cual resultan ser economías ineficientes. En lugar de estar al servicio del consumidor, es el pueblo el que debe soportar la pesada carga del déficit conjunto de las empresas obsoletas. Recordemos que en el socialismo el vínculo de unión social propuesto no son los afectos, sino los medios de producción, que tienen un significado tan importante como las vacas sagradas para los hindúes, por lo que los resultados económicos pasan a un segundo plano. Vladimir Bukovski escribió respecto de la etapa soviética:

“Se permite a los campesinos tener una vaca sin pagar impuestos por ello. Pero, lamentablemente, se les prohíbe producir el forraje. Una equivocación que el Partido corrigió tiempo después: se pudo disponer del forraje, pero no de la vaca, ya que ésta, obsérvese bien, se consideraba como un «medio de producción» y, en el socialismo, los medios de producción no podrían pertenecer a los particulares. Desde entonces ya nadie quiso tener una vaca”. “La economía de «mando» descansa sobre la obediencia. Una rígida planificación, una burocracia enorme, el poder discrecional del movimiento en materia de promoción o expulsión, crean la ilusión de un control absoluto. En forma paralela, se pierde todo interés en el trabajo, declinan la calificación y la productividad y el mercado negro florece. En la práctica, el gobierno ignora qué es lo que realmente se produce y cómo reglamentar la producción” (De “URSS: de la utopía al desastre”-Editorial Atlántida SA-Buenos Aires 1991).

Todas las actividades humanas deben tener como finalidad mejorar nuestro nivel de adaptación al orden natural, lo que involucra tanto a la religión, como a la ciencia y la tecnología. De ahí que la economía de la innovación, el riesgo, la incertidumbre, la competencia y el progreso se encuentre en este camino, mientras que la economía de la planificación centralizada, la seguridad, la certidumbre, la obediencia y el estancamiento se encuentra alejada de la tendencia adaptativa mencionada. Martín Krause escribió: “La competencia es la emulación entre distintas personas para sobrepasarse unas a otras. No es una pelea ni un combate, y por tal razón el uso de terminología militar para describir lo que sucede en el mercado es claramente inapropiado”.

Los distintos actores de la economía se mueven en ella entre dos sentimientos extremos de miedo y euforia. El primero está ligado a la búsqueda de la seguridad, mientras el segundo es el que admite al riesgo. Edmund Conway escribió: “Las economías son, por su misma naturaleza, propensas a los ciclos de auge y crisis: los mercados oscilan de la confianza al pesimismo y los consumidores de la codicia al miedo”.

¿Qué sucede en una sociedad en donde no hay gente optimista que quiera correr riesgos en forma similar al caso de Boeing? Sin gente emprendedora (empresarios) no puede haber desarrollo económico. Y si los hay, no debe haber políticos socialistas que les impidan desarrollar sus potencialidades.

Es conveniente distinguir entre el empresario que pone en riesgo su propio patrimonio a aquellos que, especialmente en el mercado financiero, arriesgan temeraria e ilegalmente los patrimonios ajenos que les son dados para administrar, provocando serios trastornos que afectan las economías nacionales e incluso de todo el planeta. Entre las principales causas de las crisis financieras aparece la codicia desmedida, asociada a la especulación, de quienes buscan optimizar sus ganancias sin apenas importarle los efectos negativos que sus decisiones podrán producir. Tal comportamiento se ve favorecido por una valoración social exagerada tanto de los bienes materiales como del poder económico. Puede decirse que es la propia sociedad la que crea un pedestal imaginario que ha de ser ocupado por los especuladores exitosos y que son confundidos por la sociedad con quienes obtuvieron éxito empresarial a través de la producción de bienes y servicios útiles a la sociedad.

Como causa secundaria puede mencionarse la falta de controles adecuados para eliminar los posibles descalabros financieros promovidos por la especulación desmedida, carencia que se debe tanto a las dificultades al establecer controles eficientes ante el avance de las nuevas tecnologías informáticas como a la excesiva confianza en la honestidad de los actores en el ámbito de las finanzas.

Cada vez que se trata un tema asociado a la economía, debe invertirse cierto tiempo en desestimar las versiones inexactas de los marxistas que no pierden oportunidad alguna para culpar al “sistema capitalista” de todos los inconvenientes surgidos, incluso afirmando que el liberalismo “promueve la no intervención del Estado” en el control de las actividades financieras. En realidad, lo que proponen las figuras más representativas del liberalismo es la no intervención estatal cuando ha de perturbar los mercados, pero promueve y apoya la necesaria intervención del Estado en el campo del derecho y la justicia para proteger a los actores de la economía ante posibles actos ilícitos que pueden entorpecer las transacciones o los distintos intercambios, perjudicando a toda la sociedad. Frank Partnoy escribió:

“En la actualidad, los puntos clave que se ocultan tras los recientes escándalos financieros son los instrumentos complejos utilizados para eludir normas legales; los empleados deshonestos que los gerentes y accionistas no pudieron controlar; y los incentivos de los ejecutivos para involucrarse en malversaciones financieras, dados los mercados desregulados. El anticuado sistema de regulación financiera, desarrollado en la década del treinta y diseñado para prevenir otro crac como el de 1929, ya no se adapta a los mercados modernos. Los intentos por desregular los «huecos» a instancias de los lobbystas financieros crearon una suma de reglas estrictas sólo para algunas transacciones. El resultado: los mercados de la actualidad son como el queso gruyère: los huecos –los sitios desregulados- se hacen más grandes cada año, porque quienes eluden las reglas legales corroen el sistema regulador desde el interior”.

“El gran vacío de información entre los inversores comunes y las compañías cuyas acciones compran es, en la actualidad, aún mayor, gracias a los cambios en los mercados, las leyes y la cultura imperante desde fines de la década del ochenta. Contadores, banqueros y abogados continúan utilizando derivados para evadir regulaciones; ejecutivos corporativos, analistas de títulos e inversores están más concentrados en alcanzar los cálculos trimestrales de las ganancias que en la realidad económica de sus negocios”.

Los mercados financieros funcionan en base a la confianza, o no, de los inversores. De ahí que se trata de esconder parte de la realidad para evitar caídas de las cotizaciones accionarias. El citado autor agrega: “La cobertura de los medios de lo que ocurre en el mercado de acciones sigue siendo tan intensa como siempre; no obstante, los inversores son incapaces de filtrar información que reciben, o de encontrar a alguien que diga la verdad sobre una empresa en particular”. “A los inversores les llevó gran parte del 2002 abandonar la costumbre de comprar acciones por un capricho, mito o rumor. El «crac» del mercado de acciones el año anterior se produjo en cámara lenta, una compañía por vez, hasta que los inversores supieron que les resultaba prácticamente imposible comprender a muchas firmas cuyas acciones habían adquirido” (De “Codicia contagiosa”-Editorial El Ateneo-Buenos Aires 2003).

lunes, 23 de junio de 2014

El futuro de la economía y la política

De igual forma en que, al vislumbrar el futuro de la religión, tal visión podrá ayudarnos a perfeccionarla, al vislumbrar la economía y la política del futuro, tal planteo podrá aclararnos la naturaleza de los problemas del presente. En todos los casos podemos intuir que las actividades cognitivas mencionadas serán en el futuro, no sólo compatibles con la ciencia experimental, sino también partes de ella.

En la actualidad persiste la falta de entendimiento entre liberalismo y marxismo, ya que constituyen dos formas distintas de buscar mejorar (en el mejor de los casos) la sociedad. Como si fuesen dos religiones antagónicas, se espera que en el futuro predomine la que resulte compatible con la ciencia. Además, tal compatibilidad deberá ser aceptada por la mayor parte de la sociedad. La falta de entendimiento se debe esencialmente a que el primero busca optimizar el libre comportamiento del hombre, mientras que el segundo trata de destruir el orden social emergente para reemplazarlo posteriormente por un orden social “artificial”. Podemos entonces sintetizar la causa esencial de discordancia entre ambos:

a) Liberalismo: propone la descripción del ordenamiento social surgido de la libre determinación de los individuos (respecto del Estado) para, posteriormente, optimizar dicho ordenamiento, tanto económico como político, dándole cabida a las restantes ramas de la ciencia y del conocimiento, como religión, ética, derecho y educación, principalmente.
b) Marxismo: propone esencialmente la destrucción del ordenamiento social espontáneo surgido de la libre iniciativa individual para reemplazarlo por un orden social “artificial” (aplicado por el Estado) que determinará a su vez el reemplazo de la religión, ética, derecho y educación tradicional, por otras que mejor convengan a la adaptación del individuo al socialismo.

Si las ciencias sociales tienen como misión describir el comportamiento humano para una posterior mejora, se advierte que el liberalismo es esencialmente científico, no así el marxismo. De hecho, la postura económica del liberalismo se identifica con el conocimiento derivado de la ciencia económica, y en ella, toda divergencia de opiniones ocurre de manera similar a la que surge en el ámbito de la física teórica, en donde pugnan por vencer varias teorías propuestas hasta que la experimentación, directa o indirecta, convalide una de ellas y rechace las demás.

Por el contrario, para los marxistas no existe tal veredicto de la realidad, por cuanto atribuyen al modelo socialista una validez independiente de toda confrontación, ya que no buscan que el modelo se adapte a la realidad, sino que la realidad se adapte al modelo. La búsqueda del “hombre nuevo soviético” implicó establecer, por medio de la educación y la propaganda, un hombre adaptado al modelo económico propuesto, y no al que surge espontáneamente del individuo en libertad.

Todo planteamiento científico debe mostrar tanto una compatibilidad con la realidad como una coherencia lógica interna, es decir, libre de contradicciones. La falta de coherencia implica una forma de advertir la incompatibilidad con la realidad. Es un caso similar a la manera en que un juez descubre las mentiras de un sospechoso que trata de encubrir una acción ilegal describiendo falsamente la realidad. Luego de escuchar las declaraciones, el juez podrá advertir, no la falsedad puntual de la declaración, sino la existencia de contradicciones entre las distintas fases del relato. De ahí que no sean solamente los distintos fracasos del socialismo los que denotan su debilidad, sino también las evidentes incoherencias lógicas de su propuesta.

Una de esas contradicciones radica en la aparente búsqueda de la eliminación de la concentración de poder económico en manos de una limitada clase social, ya que para ello proponen la expropiación estatal de los medios de producción (o bien de sus ganancias, en algunas variantes de socialismo). Resulta fácil advertir que tal decisión conduce a un aumento considerable de la concentración de poder, esta vez en manos de quienes dirigen el Estado, y no sólo en cuanto a poder económico, sino también político, militar, policial, judicial, cultural, etc. De ahí que puede afirmarse que, si la economía libre produce concentración de poder económico y explotación laboral, la economía socialista acentúa notablemente esos defectos.

Como este es un hecho evidente e innegable, toda discusión deberá finalizar ahí. Sin embargo, para solucionar la incoherencia, el marxista argumenta que todo empresario, en una economía de mercado, es egoísta y explotador “por naturaleza”, mientras que todo seguidor de Marx es éticamente superior, por lo cual resulta ser la persona idónea para redistribuir la producción de las empresas, siendo éste el origen de la discriminación social hacia el sector productivo de una nación. Jean-Françoise Revel escribió:

“La operación que, en este fin de siglo, y probablemente durante varios años más, absorbe más energía a la izquierda internacional tiene como objetivo impedir que se examine, e incluso que se plantee, su participación activa o su adhesión pasiva, según los casos, al totalitarismo comunista. Mientras finge repudiar al socialismo totalitario, algo que sólo hace a disgusto y con la boca pequeña, la izquierda se niega a examinar a fondo la validez del socialismo en cuanto a tal, de todo socialismo, por miedo a verse abocada a descubrir, o más bien a reconocer explícitamente, que su esencia misma es totalitaria. Los partidos socialistas, en los regímenes de libertad, son democráticos en la misma medida en que son menos socialistas”.

El derrumbe del comunismo en la URSS y su abandono por parte de la China, hacen creer a muchos que la falsa ideología ha pasado a formar parte del museo de los errores, sin advertir que existen todavía esfuerzos por mantenerla vigente, con la consecuencia inmediata del mantenimiento de los conflictos que dividen sociedades y naciones. Puede decirse que, mientras siga vigente la “falsa religión”, los esfuerzos necesarios para mejorar la “religión verdadera” se verán postergados ante la necesidad de emplear nuestras energías y nuestro tiempo en un debate infructuoso en el cual uno de los contendientes ni siquiera adopta la realidad como referencia.

Como ejemplo de tal postura puede mencionarse la oposición marxista hacia el establecimiento de un mercado mundial único (globalización económica), por cuanto este modelo de intercambio comercial entre todos los países se opone a las economías cerradas promovidas por el marxismo. Sin embargo, critican a los EEUU por el bloqueo comercial a Cuba en lugar de felicitarlos por ayudarla a acentuar su socialismo. Jean-François Revel escribió: “Otro detalle divertido: esos energúmenos que manifiestan a través de la violencia su hostilidad hacia la libertad de comercio militan, con el mismo ardor, a favor del levantamiento del embargo que sufre el comercio entre Estados Unidos y Cuba. ¿Por qué el libre intercambio, encarnación diabólica del capitalismo mundial, se convierte de repente en un bien cuando se trata de que funcione a favor de Cuba….? ¡Curioso! Si la libertad de comercio internacional es para ellos una plaga, ¿no sería conveniente actuar a la inversa, es decir, extender el embargo a todos los países?”.

Las evidentes contradicciones hacen sospechar que el marxismo tiene sentido sólo como ideología destructiva que se opone a todo lo que promueve el liberalismo. El citado autor agrega: “No es posible entender esa serie de contradicciones de que hacen alarde colectivamente personas que, tomadas de una en una tienen sin duda una inteligencia normal, si no se tiene en cuenta el hechizo del fantasma añorado del comunismo que ha condicionado todavía por mucho tiempo algunos sentimientos y comportamientos políticos. Según esos residuos comunistas, el capitalismo sigue siendo el mal absoluto y el único medio de combatirlo es la revolución; incluso si el socialismo ha muerto y si la «revolución» ya sólo consiste en romper los cristales de los escaparates, pillando, eventualmente, algo de lo que hay detrás”.

“Ese cómodo simplismo exime de todo esfuerzo intelectual. Es la ideología la que piensa en vuestro lugar. Suprimidla y os veréis obligados a estudiar la complejidad de la economía libre y de la democracia, los dos enemigos declarados de la «revolución». El problema es que esas migajas ideológicas y mimos revolucionarios que inspiran sirven de pantalla para la defensa de unos intereses corporativistas muy concretos. Tras esa barahúnda de bramidos incoherentes se ocultaban en Seattle los viejos grupos de presión proteccionistas de los sindicatos agrícolas e industriales de los países ricos que sí sabían muy bien lo que querían: el mantenimiento de sus subvenciones, de sus privilegios, de las ayudas a la exportación bajo el pretexto, en apariencia generoso, de luchar contra «el mercado generador de desigualdades»” (De “La gran mascarada”-Ediciones Taurus-Madrid 2000).

La tarea destructiva destinada a las sociedades capitalistas implica una oposición al progreso, ya que uno de los aspectos básicos de las economías actuales es la innovación tecnológica y empresarial. “¿Cómo y por qué han podido aparecer, cómo y por qué pueden perpetuarse, en cierto modo a título póstumo, esas tres características de las ideologías totalitarias y, especialmente, de la ideología comunista: la ignorancia voluntaria de los hechos, la capacidad de vivir inmerso en la contradicción respecto a sus propios principios; la negativa a analizar las causas de los fracasos? No se puede entrever la respuesta a estas cuestiones si se excluye la paradoja: el odio socialista al progreso”. “Los teóricos del Partido Comunista y los de la ultraizquierda marxista condenan todos los medios modernos de comunicación por considerarlos «mercancías» fabricadas por «industrias culturales». Esos supuestos progresos no tendrían, según ellos, otro fin que el beneficio capitalista y la sumisión de las masas. El mundo editorial, la televisión, la radio, el periodismo, Internet, ¿y por qué no la imprenta?, no habrían sido jamás instrumentos de difusión del saber y medios de liberación de las mentes. Sólo habrían servido para el engaño y la leva”.

Si asociamos a la palabra “ideología” el significado de “ciencia de las ideas”, el futuro estará orientado por alguna ideología de adaptación, esencialmente ética, que sea capaz de promover en todo individuo una mejora sustancial, ya que toda actividad orientada a nuestra adaptación tanto al orden natural como al orden social podrá reducirse a la siguiente igualdad:

Acción humana = Libertad + Ética natural

José Ortega y Gasset escribió: “La actividad política, que es de toda la vida pública la más eficiente y la más visible, es, en cambio, la postrera, resultante de otras más íntimas e impalpables. Así, la indocilidad política no sería grave si no proviniese de una más honda y decisiva indocilidad intelectual y moral” (De “La rebelión de las masas”).

sábado, 21 de junio de 2014

Decisiones electorales y consecuencias

Es frecuente que las decisiones electorales adoptadas por ciertos sectores de la población argentina tengan consecuencias negativas para todos, y que, simultáneamente, tales sectores mantengan su apoyo posterior a pesar de los resultados logrados. Ello se debe a dos motivos principales:

1- Por cuestiones ideológicas, mantienen una misma postura sin tener en cuenta las consecuencias
2- Al estar engañados por la propaganda política partidaria, terminan apoyando lo que los perjudica

En cuanto a la actitud del ciudadano común respecto de la propiedad, puede apreciarse que, en general, todo propietario exige ante los demás un respeto excesivo de sus derechos. El argentino es renuente a ceder un alfiler de su propiedad con tal de no favorecer al vecino que lo necesita. Incluso se ha de negar a recibir algún beneficio si también beneficiará a quien se lo otorga. En ello se observa el origen del “nacional populismo”, ya que, esta vez como integrante de una nación, tiende a adoptar la misma predisposición mostrada a nivel individual. Esta actitud, respecto del extranjero, puede sintetizarse así:

1- No favorecer al extranjero en lo más mínimo
2- Rechazar todo beneficio propuesto por el extranjero aunque ello implique perder la oportunidad de beneficiarnos nosotros mismos

El excesivo celo por la propiedad individual junto a la falta generalizada de respeto por las leyes vigentes, denotan la tendencia de cada uno a hacer lo que le venga en ganas sin someterse a ningún tutelaje, excepto del que proviene de un líder del “nacional populismo”. También aspira a poseer un automóvil, tanto para disfrutar de la comodidad que brinda como para no quedar rezagado en la escala de valoración social generalizada.

Cualquiera diría que tales individuos habrán de oponerse a un sistema de gobierno que restrinja totalmente los derechos de propiedad, que los obligue a compartir su patrimonio con extraños y que reduzca notoriamente sus libertades individuales. Sin embargo, en dos ocasiones la nación estuvo cerca de caer en el socialismo por mayoritaria voluntad de la población.

Algunos historiadores se preguntan acerca de lo que hubiese pasado en el futuro si hubiere cambiado, o no existido, algún hecho histórico, alterando esencialmente la secuencia de causas y efectos. Mediante este planteo podemos advertir que si Juan D. Perón hubiese fallecido dos años antes, algo probable debido a su edad, posiblemente hubiese continuado Héctor J. Cámpora en el gobierno, rodeado de guerrilleros y terroristas, habiéndose instalado un gobierno comunista surgido de un acto electoral libre. Como tal deceso anticipado no ocurrió, Cámpora fue desplazado en forma voluntaria y se llamó nuevamente a elecciones, accediendo Perón a la presidencia por tercera vez. Este acontecimiento, que “salvó la nación”, no se debió al patriotismo de Perón, quien no tuvo el menor inconveniente en apoyar la labor destructiva de los guerrilleros, ya que se debió simplemente a una estrategia motivada por sus propias e ilimitadas ambiciones de poder. Carlos Acuña escribió:

“La mayoría [de los dirigentes seguidores de Cámpora] procesados o sentenciados por los más diversos delitos –especialmente asociación ilícita, terrorismo, asesinato, secuestro, asaltos y robos- lo que había desarticulado la acción de las guerrillas, detenido su crecimiento y en los hechos, casi paralizada su acción organizada. Éstas –especialmente el ERP- trataban de compensar esa decadencia mediante la intensificación de secuestros extorsivos –entre ellos una decena de niños y jóvenes- para aparentar una capacidad operativa que no tenían aunque y simultáneamente les servía para hacerse de dinero. Multiplicaban los operativos pero los guerrilleros comenzaban a caer y consecuentemente, a poblar las cárceles. Con ello, surgió el reclamo político para que el futuro gobierno los libere. Cuando Cámpora lo hizo, junto con el Congreso que convalidó el indulto presidencial con la ley de amnistía, se puso en marcha la nueva etapa terrorista que ensangrentó a la república, cuyas consecuencias todavía se pretende instrumentar políticamente. El túnel del tiempo existe en la Argentina” (De “Por amor al odio” Tomo II-Ediciones del Pórtico-Buenos Aires 2003).

La segunda ocasión en que el país se orientó hacia un gobierno de tipo socialista fue en el caso del kirchnerismo que, aunque todavía no ha finalizado su gestión, pareciera que su ciclo está terminando. Si Néstor Kirchner no hubiese fallecido prematuramente, posiblemente la alternancia matrimonial en el poder se hubiese extendido por unos veinte años, intención que alguna vez manifestó, siendo un tiempo más que suficiente para quedarse con todos los medios de comunicación, con la mayor parte de las empresas y hasta con la “máquina para imprimir billetes”. Hubiese hecho realidad el lema “vamos por todo”, con lo que el país se hubiese parecido bastante a la Venezuela chavista y a la Cuba castrista.

En realidad, el país ya había caído, durante el peronismo de los 40 y 50, bajo un régimen totalitario con un masivo apoyo electoral. Es la etapa en que se va consolidando el subdesarrollo argentino con una pobreza en ascenso, por cuanto los gobiernos que le siguieron mantuvieron varios de los lineamientos básicos del peronismo. José Ignacio García Hamilton escribió: “En 1946 ganó las elecciones el candidato oficialista Juan Domingo Perón, quien asumió el poder y fue restringiendo las libertades y sometiendo a la oposición. En el plano económico acentuó las políticas intervencionistas iniciadas después de 1930 y nacionalizó el comercio exterior, los ferrocarriles, el transporte automotor urbano, los teléfonos, la energía eléctrica y el gas. La actividad privada quedó limitada a esferas determinadas y, en algunos casos como la industria azucarera cuyo epicentro era Tucumán, sometida a regulaciones muy estrictas”.

“Varias décadas después, aludiendo a que su política de nacionalizaciones había obligado a la empresa multinacional de origen argentino Bunge y Born a abandonar la comercialización de cereales y dedicarse a su fábrica de telas (Grafa), Perón se enorgullecía: «Los dejé fabricando sábanas», solía decir en alusión a dichos empresarios”.

“En 1947 el Poder Ejecutivo forzó a los propietarios de emisoras de radio a venderlas al Estado (mediante sanciones que prohibían difundir avisos, única fuente de ingresos de las emisoras) y formó cadenas oficiales a las que los partidos o políticos de la oposición no podían tener acceso”.

La mentalidad anti-empresarial predomina en los países subdesarrollados, mientras que, en los países prósperos, la economía se fundamenta en la existencia de un plantel adecuado de gente emprendedora que favorece tanto la producción como la oferta de puestos de trabajo. Cuando en los primeros se calumnia al empresario, por el solo hecho de serlo, se logra favorecer la dependencia económica respecto de las empresas extranjeras, aunque la propaganda “nacional populista” afirme todo lo contrario. El citado autor escribió:

“Mi educación primaria y secundaria se desenvolvió en el Colegio del Sagrado Corazón, de sacerdotes lourdistas de origen francés, y recuerdo que nuestro maestro de tercer grado (era 1952 y yo era un niño de ocho años), mientras me miraba particularmente, dedicó toda una hora de clase a explicar que los ricos eran malos, a menos que regalaran parte de sus bienes a los pobres”. “Desde ese momento percibí en el colegio un ambiente contrario a la labor empresarial y a la ganancia en las actividades privadas”. (De “Por qué crecen los países”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2006).

Debe advertirse que en los países económicamente exitosos, los empresarios otorgan puestos de trabajo que favorecen la producción nacional, mientras que en los países subdesarrollados entregan limosnas a los pobres en forma ocasional, o bien es el propio Estado que se ve obligado por las circunstancias adversas a tener que ayudar a una gran cantidad de pobres luego de haber perjudicado y limitado la labor empresarial. “El gobierno utilizaba las escuelas para adoctrinar políticamente a los niños y fui obligado a realizar trabajos sobre el libro «La Razón de mi Vida», firmado por Eva Perón, la esposa del presidente de la nación”.

Luego de la Segunda Guerra Mundial, y gracias a la bonanza del comercio exterior, la población tuvo que decidir electoralmente entre afianzar económicamente al país, buscando acentuar el desarrollo económico por medio de una economía libre, o bien orientarse hacia el “nacional populismo” encarnado en el peronismo. El apoyo electoral favoreció esta última alternativa. “Al finalizar la guerra mundial, en la cual la Argentina había vendido cereales y carnes a los dos grupos contendientes, el país nadaba en la abundancia y era acreedor de las naciones europeas. Había un clima de riqueza y el gobierno alentaba un proceso de redistribución de ingresos con una retórica en contra de la «oligarquía», término que comprendía a los grandes empresarios pero que también podía alcanzar a los comerciantes medianos e incluso pequeños. El peronismo celebraba actos masivos y la marcha partidaria mencionaba que el partido y el gobierno «combatían el capital»”.

Recordando la elección del color de los Ford T, se dice que la empresa recomendaba al cliente: “Usted puede elegir cualquier color, siempre que sea negro”. Análogamente, en la Argentina existe un tácito acuerdo de que todo político con pretensiones de llegar al poder tiene que adherir al “nacional populismo”, en alguna de sus variantes, de lo contrario será rechazado electoralmente. Sin embargo, la mayoría pretende que alguna vez se reduzca la creciente cantidad de pobres e indigentes, aunque para ello ha impuesto el requisito de que la única forma de realizarlo será a través de la “redistribución estatal de las ganancias empresariales” sin contraprestación laboral (justicia social), en lugar de la distribución del trabajo productivo vía mercado y empresarios. Jean-Françoise Revel escribió: “Habría que acordarse de que, durante los nueve años de su dictadura (1946-1955) Juan Perón transformó un país que, en 1939, tenía la misma renta per cápita que Gran Bretaña en un país subdesarrollado. Alabar esta hazaña que golpeó sobre todo a los pobres revela un extraño concepto de lo que es una política social” (De “La gran mascarada”-Taurus Ediciones-Madrid 2000).

En la Argentina, bajo la creencia de que la “fe mueve montañas”, se supone que aun con los métodos económicos que fracasaron en todas partes, se cumplirán todos nuestros deseos. No se tiene en cuenta que, para toda mejora social, se necesita adoptar un nivel moral adecuado y que los distintos populismos se basan en alguna forma de falta de respeto a la moral elemental.

miércoles, 18 de junio de 2014

Emulación vs. envidia

La emulación es, posiblemente, uno de los mecanismos que favorecen al proceso cultural adaptativo ya que implica adoptar como referencia a un personaje destacado en la ciencia, el arte, el deporte, u otra actividad, para tratar de llegar a ser algún día como él. En lugar de tener ideales un tanto difusos, respecto del futuro, el personaje considerado aparece como un ideal concreto. Jean de La Bruyère escribió: “Por relacionadas que parezcan la envidia y la emulación, hay entre ellas la misma distancia que hayamos entre el vicio y la virtud; ésta es un sentimiento voluntario, valeroso, sincero, que fecundiza el alma, que la hace aprovechar los grandes ejemplos, la lleva con frecuencia a superar aquello que admira”.

Los pueblos adoptan posturas similares a las de los individuos, existiendo también para ellos otros pueblos a los que podrán emular. Mariano Grondona escribió: “Defino «desarrollo» como la visión que se obtiene de las naciones desarrolladas desde la perspectiva de las naciones subdesarrolladas”. “Las naciones desarrolladas están en otra cosa que el desarrollo; es que ya lo tienen. Ellas no son modelos de ellas mismas porque aquello que buscan está más allá de ellas, alojado en un horizonte difuso que ninguna de ellas discierne todavía. Es que el mundo desarrollado vive una doble y perturbadora transición: en lo político, económico y militar, el paso de la guerra a la posguerra fría; en el plano más alto de la historia de las civilizaciones, el paso de la edad moderna a la edad posmoderna”.

“Las naciones subdesarrolladas tienen en cambio un modelo visible: el de las naciones desarrolladas. Quizás, en ocasiones, lo idealizan: la vida no es tan maravillosa en el Primer Mundo como se lo percibe desde el Tercer Mundo. El Tercer Mundo es aquella porción del mundo que idealiza al Primer Mundo. Pero esta idealización motiva y moviliza a las naciones subdesarrolladas. Pasa aquí lo mismo que en la relación entre las clases sociales dentro de una nación. En una vena similar a los famosos estudios de Thorstein Veblen sobre la clase ociosa, Ortega y Gasset ironizó una vez que ninguna clase es más productiva que la clase ociosa, ya que ella, al irradiar un estilo de vida brillante y placentero hacia el resto de las clases sociales, incita a éstas a trabajar duro y parejo para alcanzar un día el supuesto paraíso de la clase ociosa. El paraíso no es tal, pero la desilusión del que llega, cuando ocurre, no anula la inmensa productividad de su ilusionada búsqueda anterior; al contrario, probablemente el nuevo miembro de la clase ociosa refuerce aún más la ilusión de los que todavía no llegaron, escondiendo su propio desencanto para asegurarse la admiración de los demás” (De “La Argentina como vocación”-Editorial Planeta Argentina SAIC-Buenos Aires 1995).

Por lo general, el emulador mantendrá la admiración por su referente aun cuando no pueda lograr plenamente sus objetivos, por cuanto nadie podrá asegurarle el éxito futuro, especialmente en actividades que requieran cierta creatividad. Esta es la actitud imperante en las ramas del conocimiento en las que la cooperación reinante permite la realización de una empresa conjunta capaz de aunar todos los esfuerzos individuales. Sören Kierkegaard mostró su propia actitud en el ámbito de la filosofía:

“A juicio mío, quien se disponga a escribir un libro hará muy bien en tener consideradas de antemano todas las diversas facetas del asunto que quiere tratar. Tampoco estará nada mal que, cuando ello sea posible, entable conocimiento con todo lo que hasta la fecha se haya escrito sobre el mismo tema. Y si nuestro escritor en ciernes se topa por este camino con alguien que de una manera exhaustiva y satisfactoria haya tratado una que otra parte del asunto, entonces hará muy bien en alegrarse como se alegra el amigo del Esposo, quedándose parado y escuchando con toda atención la voz de éste. Hecho lo cual, con mucha calma y con el entusiasmo propio del enamoramiento, que siempre busca la soledad, ya no necesita más. Nuestro escritor se pone definitivamente a escribir su libro, lo hace con el primor característico del pájaro que canta su canción –si hay alguno que saque provecho o encuentre placer en él, entonces miel sobre hojuelas- y lo edita sin mayores cuidados y preocupaciones, aunque también sin darse la menor importancia, pensando, por ejemplo, que ha agotado todo el asunto o que todas las generaciones de la tierra han de ser bendecidas por su dichoso libro. Porque cada generación tiene su tarea y no necesita cohibirse con la extraordinaria empresa de pretender serlo todo para las generaciones pasadas y para las venideras. Y cada individuo, dentro de la respectiva generación, tiene su propio afán –como también lo tiene cada día- y le basta y le sobra con cuidarse de sí mismo, no necesitando para nada abarcar toda la contemporaneidad con su paternal y pueblerina preocupación” (De “El concepto de la angustia”-Ediciones Libertador-Buenos Aires 2004).

El emulador es el que necesita el estimulo del medio social para construir su propia personalidad y su propio éxito. Por el contrario, el envidioso es el que renuncia al esfuerzo requerido para lograr sus ambiciones, por cuanto invierte su tiempo y sus pensamientos maldiciendo interiormente a quienes las alcanzaron. Incluso algunos autores designan como “resentido social” al que, para no tener que soportar los efectos nefastos de la envidia, degradan sistemáticamente todo aquello que implique éxito personal. De ahí que el socialismo sea el “paraíso liberador” del envidioso y del resentido, ya que suponen que la igualdad prometida anulará todo posible éxito individual, desapareciendo las causas aparentes de su malestar. Sin embargo, así como “el Reino de Dios está dentro de vosotros”, el Reino de la Envidia también “está dentro de vosotros”, por lo que ningún marco social permitirá eliminar los defectos propios de la personalidad. La envidia ante el éxito de los demás, se transformará en el socialismo en una actitud de venganza hacia los antes exitosos manteniendo vigente la envidia, esta vez hacia quienes lograron ascender a un peldaño superior en la escala de la burocracia estatal. Tal individuo se caracteriza por ser un calumniador social. Benjamín Constant escribió: “La calumnia es el asesinato moral”.

No existe para él palabra de mayor atractivo que “igualdad” ni palabra más detestable que “competencia”. Como se trata de alguien sumamente competitivo, pero que carece de suficiente confianza para competir exitosamente, anhelará la anulación de toda posibilidad de competencia, lo que le asegurará que no habrá posibilidades para los más capaces. Cuando pretende la anulación de la competencia en el mercado, promueve el surgimiento de monopolios, que perjudicarán principalmente a los sectores más pobres, advirtiéndose la contradicción esencial de quienes utilizan un disfraz que los hace aparecer como individuos que realizan sus vidas “a favor de los más pobres”.

La idolatría difiere de la emulación, ya que, mientras ésta implica motivos para la acción cooperativa, quien idolatra a un personaje comparte la alegría de sus éxitos y las penas por sus fracasos, aunque en ningún momento trata de llegar a ser como el personaje admirado. Cuando la idolatría entra en el ámbito de la política, se producen conflictos importantes. En realidad, la palabra idolatría proviene de la religión (adoración de imágenes de la divinidad, o bien, culto rendido a los falsos dioses), aunque la actitud se generaliza hacia las personas corrientes que tengan cierta popularidad.

También la imitación resulta negativa por cuando implica ser una falsa emulación. En el caso de los pueblos, consiste en adoptar posturas intelectuales, vestimentas o costumbres cotidianas de los habitantes de los pueblos a imitar, pero dejando de lado, en otras cosas, su laboriosidad y el respeto a las leyes. Agustín Álvarez escribió: “Proponerle, pues, a un individuo, a un partido, a un pueblo la imitación de otro reconocidamente mejor que él, es pedirle que vea las cosas bajo una luz que no es la suya, porque sólo viéndolas de la misma manera podría tomar en los mismos casos las mismas determinaciones de sus mejores. Darle esa luz es la cuestión, pues entonces hará lo mismo porque verá lo mismo, y lo imitará sin propósito de imitarlo. Por consiguiente, crear y aumentar por la educación la conciencia moral de todos o en la mejor parte de los individuos es levantar los individuos, los partidos y los pueblos, porque es levantar en la medida de lo justo, lo recto, lo honesto, lo noble y lo sensato. Lo demás, el temor al infierno, la mera ilustración, con vapor y electricidad, y prensa libre, y bicamarismo, y sermones, y ejemplos sacados de la historia, sólo puede conducir a las tropelías de guante blanco” (De “Ensayo sobre la educación”-Ediciones Peuser-Buenos Aires 1901).

Mientras que la imitación, en los adultos, no es una buena práctica, en el caso de los niños resulta recomendable. Jean Jacques Rousseau escribió: “Sé que todas esas virtudes por imitación son virtudes de mono, y que una buena acción sólo es moralmente buena cuando la hacemos como tal, y no porque otros la hacen. Pero, a una edad en la que el corazón aún no siente nada, es necesario hacer que los niños imiten los actos cuyo hábito queremos que adquieran, en espera de que puedan hacerlos por discernimiento y amor al bien” (Del “Emilio”).

Por lo general, los pueblos tienen en sus próceres históricos a las personas concretas a quienes emular, especialmente en su predisposición a la cooperación social, En la Argentina, tal lugar es ocupado por el Gral. José de San Martín, sobre quien es oportuno citar algunos de sus “renunciamientos personales a la gloria, al poder y a la riqueza”. Lamentablemente, su ejemplo es poco tenido en cuenta, incluso se ha incurrido en el sacrilegio de colocar su nombre al lado de tiranos y ladrones compulsivos que ocuparon la Presidencia de la Nación como consecuencia de ciertos “accidentes de la democracia”. El Gral. Carlos A. Salas escribió una lista más extensa de la cual se extraen los siguientes casos:

a) El Teniente Coronel D. José de San Martín, después de veintidós años de servicios en el Ejército español, renuncia a continuar su brillante carrera militar.
b) Renuncia a ocupar la casa que le tenía preparada el Cabildo de la Ciudad de Mendoza, cuando llega por primera vez a esa ciudad, para desempeñar el cargo de Gobernador Intendente de la Provincia de Cuyo.
c) San Martín, que ya había renunciado a la mitad del sueldo que por su grado le correspondía, no acepta que el Cabildo de la Ciudad de Mendoza, le abone la diferencia que dejaba de percibir, no obstante las necesidades que atravesaba.
d) El Gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata, después de la gloriosa jornada de Chacabuco, promueve a San Martín al grado de Brigadier de los Ejércitos de la Patria, ascenso que el Libertador rechaza.
e) San Martín renuncia al sueldo que tenía señalado como General en Jefe del Ejército de Chile y devuelve la vajilla de plata que le habían obsequiado.
(De “Renunciamientos del Capitán General Don José de San Martín”-Instituto Nacional Sanmartiniano-Buenos Aires 1973).

El prócer emulado debe ser accesible a la persona corriente, de lo contrario sólo podrá ser admirado. Si bien muy pocos estarán en condiciones de adoptar una conducta semejante, es necesario resaltar que tales renunciamientos se debieron posiblemente al amor propio, a la búsqueda de exaltar ante sí mismo su dignidad humana para poder mirarse en el espejo cada día teniendo la certeza de haber actuado como alguien que alcanzó los niveles éticos óptimos accesibles a nuestra naturaleza humana. Luego, intentó amar al prójimo como a sí mismo.

lunes, 16 de junio de 2014

La cultura de la gratitud

Existen dos actitudes extremas ante la sociedad y ante la vida, y son la del que agradece y la del que exige. El primero piensa siempre en sus deberes, el segundo en sus derechos. En los últimos tiempos se advierte el predomino del hombre masa, de quien Ortega y Gasset expresó: “Nunca agradece, sino que exige”, siendo su complemento necesario el populismo, que confisca los deberes individuales desde el Estado dejando para el pueblo sólo uno: el de obedecer. De ahí que los gobiernos totalitarios culpen al sector opositor por todos los males existentes aduciendo, como causa principal, la desobediencia.

La violencia generalizada se ve favorecida por la creencia del hombre masa de que todo deseo personal es un derecho, y que si no son satisfechos sus deseos, o lo que es lo mismo, sus derechos, debe protestar y exigir. Si no son escuchadas sus demandas, siente como legítima la posibilidad de descargar su malestar destruyendo todo lo que está a su alcance, incluso cometiendo delitos que luego les serán perdonados por la propia sociedad y por las autoridades, aduciendo la culpabilidad implícita del “injusto sistema económico”. Es el predominio de la cultura de la ingratitud.

Por lo general, tendemos a responder ante los entes impersonales y ante las instituciones, es decir, Dios y el Estado, como si fuesen personas. De ahí que proyectemos tanto la cultura de la gratitud, como la de la ingratitud, hacia los entes impersonales. Mariano Grondona escribió al respecto: “Quien tiene una conciencia, está equipado con una doble columna, de debe y haber, en la cual irá anotando sus faltas y sus méritos después del consiguiente «examen de conciencia». En este punto, Heidegger le da un giro decisivo a su razonamiento: ese libro de contabilidad moral con el cual nacemos no viene en blanco. Ya tiene una anotación cuando partimos a vivir. Está en la columna del rojo. Nacemos deudores. ¿Qué es el hombre en efecto? Una flecha lanzada a la plena realización de sus posibilidades”. “Por sus propias fuerzas el hombre es nada. Lo que tiene, la vida misma, le ha sido dada”. “Nos la dieron gratuitamente. Nacemos, por lo tanto, deudores”. “Para aquellos que hayan decidido asumir la vida en su auténtica profundidad, para aquellos que escuchan la voz de la conciencia, vivir es un constante esfuerzo por igualar las cuentas”.

A partir de la mencionada creencia, adoptamos ante la vida una actitud de permanente gratitud, con el objetivo siempre presente de cumplir con los deberes impuestos. De no hacerlo, sentiremos culpa por no haber podido saldar nuestra deuda. “La conciencia nos habla «antes» de que hagamos algo, para que no cometamos el mal, o «después», si ya lo cometimos, en este caso bajo la forma del remordimiento. La voz de la conciencia aparece ligada a la idea de «culpa». Pero la culpa está ligada, a su vez, a la palabra «deuda»: por tener alguna culpa, somos deudores”.

La cultura de la gratitud proviene de la existencia previa de nuestra conciencia moral, y ella explica el “comportamiento extraño” (para nuestra época) de aquellas personas desinteresadas por los valores materiales pero, a su vez, interesadas por los valores espirituales. Han conducido sus vidas bajo la idea de pagar con sus acciones el don de la vida recibido. El citado autor agrega: “¿Qué puedo hacer entonces cuando tomo conciencia del don de la vida? La debo, pero nadie me demanda el pago en este mundo. Yo me lo demando. La deuda por la vida no es una demanda jurídica, sino una deuda moral”. “«En rojo» frente al don de la vida, mi primer deber moral es gozarla, ya que nada agrada tanto al donante como el hecho de que aprecien su don. Mi segundo deber moral es esforzarme por igualar las cuentas. ¿Me dieron? Daré. La amplia disposición en favor de donar tiempo o dinero a los demás que se advierte todos los días en maestros que enseñan sin cobrar, en médicos que curan por nada, en los benefactores que se movilizan allí donde haya dolor proviene, en lo profundo, de un impulso en la conciencia por igualar las cuentas”. “El espíritu de aquellos que viven la vida como una vocación, que se sienten citados en el ámbito de su conciencia a devolver de algún modo lo que recibieron, conforma lo que podríamos llamar una cultura de la gratitud” (De “La Argentina como vocación”-Editorial Planeta Argentina SAIC-Buenos Aires 1995).

Pero no todos poseen esa cultura, sino que, por el contrario, en lugar de agradecer lo que reciben, se quejan de todo. “Pero en vez de agradecer, otros se quejan. ¿Qué ha pasado? Quizás sin advertirlo, el quejoso confisca el don de la vida y pasa a considerarlo como algo suyo, que le era debido. Invierte entonces el peso de la deuda. Si la vida que le dieron le era debida, ¿por qué se la dieron así y no de otra manera? La deuda original, incluso la culpa original, en este caso es de otro u otros: en última instancia, del Dador de la vida imperfecta. Al caballo regalado, el quejoso le mira el diente”.

La capacidad para soportar los contratiempos de la vida, incluso el sufrimiento, es diferente en el agradecido que en el quejoso, siendo bastante mayor en el primero. “Cuando las quejas ante el don de la vida se multiplican hasta formar un hábito social, podría pensarse en la existencia de una cultura de la queja, opuesta a la cultura de la gratitud”. “El dolor aprieta, «aqueja». Pero no bien quien lo sufre, en vez de soportarlo serenamente porque lo compara con los múltiples dones recibidos, lo saca afuera bajo la forma de una protesta, se queja. La coacción que le venía de fuera, se la apropia y la lanza contra otros: los presuntos culpables de su dolor”.

Cristo resume la actitud a adoptar mediante la expresión: “Habéis recibido por gracia, dad por gracia”. Quienes, por el contrario, adoptan el camino de la protesta y de la violencia, malogran sus vidas. Si no conocemos exactamente la realidad, adoptamos una de las dos posturas como si fuese nuestra elección en una apuesta. La primera alternativa es optimista, mientras que la segunda es pesimista. Mariano Grondona escribe al respecto: “«Antes» de vivirla, no sé si mi vida valdrá la pena. No hay razones decisivas a favor. Tampoco hay razones decisivas en contra. Mi opción inicial no es, por lo tanto, racional. Tendré que jugarme. Pero la apuesta inicial determinará el resultado. Si decido que la vida vale la pena, que hay que valorizarla aun cuando no se sepa si alcanzará a compensar la deuda original, viviré para respaldar mi apuesta inicial: positiva, constructivamente. Si decido, en cambio, que la vida es absurda…la viviré de tal manera que lo poco o nada que resulte de ella confirmará, también, la apuesta inicial. El optimismo y el pesimismo son dos profecías que se autocumplen”.

“A la virtud gracias a la cual partimos con brío a pagar lo impagable podríamos darle el nombre de «alegría». Esta palabra está conectada etimológicamente con el francés «aller» («ir»); ambas provienen del mismo tronco. El alegre está de ida. El alegre «va». No sabe cómo le irá, no prefigura las dificultades del camino, ignora si en algún punto se acabarán las vituallas o lo asaltarán. Sin embargo, va. El pesimista, al contrario «está de vuelta». Su arquetipo es el Viejo Vizcacha de José Hernández. Se las sabe todas. Las vivió todas. Aprendió a no esperar”. “Está de vuelta de lo que alguna vez fue la alegría”.

Las personas agradecidas, que buscan realizar acciones positivas, son las que colaboran con el Creador en la realización del mundo. “Si el Cosmos o Creación es un gigantesco cuadro en el cual cada uno de nosotros ha sido llamado a poner su pincelada, es a todos los seres humanos, por el solo hecho de ser tales, a quienes se dirige la citación. ¿Quién la dirige, quién es el gran Citador? La respuesta dependerá de la religión o la ausencia de religión de cada cual. Sabemos, sí, que cualquiera sea su origen, la citación resuena en el ámbito de la conciencia”.

“Pero, si bien la citación es universal, lo que llama a cada uno de los que la reciben es estrictamente individual. Cada pincelada es diferente, única, irremplazable. Lo cual quiere decir que la vocación que hemos examinado hasta ahora es no sólo universal sino, además, personal. «Qué tú existas», ha escrito Nozick, «hace una diferencia». Cada ser humano está llamada o llamado a poner su pincelada en el gran cuadro. Pero, porque es única o único, esa pincelada no será como la de ningún otro ser humano”.

Mientras que las sociedades utópicas, tienden a ser completas y perfectas, el mundo real es incompleto e imperfecto, ya que el Creador espera la colaboración de todos los hombres, aunque muchos de ellos son extraviados por el camino de la vida siguiendo a los ideólogos que proponen utopías o bien el sinsentido del mundo. “La crítica que se le hace a La República de Platón y a las demás utopías como la de Tomás Moro es justamente ésta: que «cierran» el sistema político, volviéndolo perfecto, con lo cual anulan la diversidad de las individualidades. Por el contrario: la paradoja es que el Cosmos o Creación, para permitir el florecimiento de las vocaciones individuales, ha de ser imperfecto. Si se permite que haya vocaciones únicas e irrepetibles, es inevitable permitir también que los responsables de ellas las puedan construir libre y originariamente, con lo cual se acepta de antemano la posibilidad de que algunos, desviándose de su vocación en ejercicio de su libertad, en vez de valores generen desvalores. He aquí una explicación posible del más inquietante de los problemas teológicos: la existencia del mal”.

El citado autor se pregunta por la posible existencia de vocaciones intermedias; las de aquellos que no dejan impresa ninguna “pincelada”, dándole así cabida a una posible “vocación nacional”. Escribe al respecto: “Es aquí, en el medio, donde calza la pregunta por la existencia de una vocación «nacional»”. “Esta vocación, de existir, tendría características diferenciales respecto de las vocaciones universal e individual ya mencionadas. Sería, de un lado, una vocación común a los argentinos. Sería, del otro, exclusiva de los argentinos. Si cada persona está llamada a poner su pincelada en el vasto cuadro, de existir una vocación nacional al lado de esta vocación personal, ello querría decir que la Argentina, como nación, está a su vez llamada a pintar no ya una pincelada sino un pasaje del cuadro, una dimensión de la Historia. La vocación nacional se proyecta, de tal modo, en una zona intermedia entre el individuo y la Humanidad”.

La vocación nacional mencionada no ha de ser muy distinta de un país a otro, pudiendo generalizarse en la búsqueda de aportes a la cultura universal. Sin embargo, el objetivo prioritario y evidente es el de promover en cada nación la cultura de la gratitud, para alejar a todo individuo de la masificación y del colectivismo. De esa manera todos los pueblos se sentirán partes del proceso general de la adaptación cultural del hombre a la ley natural, haciéndose participes necesarios e imprescindibles en el proceso de creación y conformación de la humanidad llegando a niveles cercanos a lo que potencialmente nuestras aptitudes nos permitirán lograr. Al adoptar un carácter prioritario, es posible que nos dirijamos hacia una etapa de cooperación entre los pueblos dejando de lado los conflictos que surgen tanto del egoísmo individual como del colectivo.

viernes, 13 de junio de 2014

La propiedad privada

En épocas primitivas, predominaba la propiedad colectiva, ya que todo era de todos (o nadie era dueño de nada). Mientras las poblaciones eran pequeñas, no surgían inconvenientes. El aumento de la densidad poblacional implicó un aumento de los conflictos y el requerimiento de alguna innovación, como fue la propiedad privada.

Durante la colonización de Sudamérica, se reproduce el proceso mencionado; ya que el ganado existente, al no tener dueño, fue consumido casi hasta su extinción. Se advirtió entonces la necesidad de la propiedad privada, cuya aplicación revirtió esa tendencia. Martín Krause escribió: “En algún momento de la colonización del Río de la Plata, los españoles trajeron a esta región algunos ejemplares de ganado equino y vacuno, los que encontraron un hábitat fértil para su reproducción”. “No resulta extraño que se reprodujeran con facilidad y dieran origen al «ganado cimarrón». Pero la cacería indiscriminada de vacunos y equinos provocó la disminución drástica de su número”. “En ese momento, el ganado cimarrón era una «propiedad común». Al no existir un dueño específico, nadie tenía el incentivo de cuidarlo y el ganado era objeto de depredación (como ocurre hoy con las ballenas). El ganado cimarrón era un recurso móvil y la extensión de la pampa hacía imposible controlarlo”. “Esto fue así hasta que los incentivos generados por la propiedad de la tierra y el interés de los dueños de manejar racionalmente el recurso dieron paso al avance tecnológico que permitió la delimitación clara de derechos de propiedad: el alambrado”.

“A partir de la difusión de esa innovación tan simple para nosotros hoy, nunca hubo ya problemas de depredación del ganado y los propietarios se encargaron de cuidar atentamente su producción. Pero hubo un momento en que en la Argentina hubiera debido considerarse a las vacas como una especie «en peligro de extinción». Pocos ejemplos resultan tan claros como éste para comprender el papel que cumplen los derechos de propiedad”.

Durante la colonización de América del Norte hubo un caso similar. “Con la llegada de los europeos se abrió la posibilidad de que la caza de pieles de castor fuera un lucrativo negocio para los indios: surge entonces un precio para las pieles, y sube y aumenta su caza. La caza indiscriminada amenaza ahora llevar a una situación que ha sido descripta por Garret Hardin como la «tragedia de la propiedad común». Cada cazador se ocupa de obtener la mayor cantidad de pieles posible, pero ninguno de ellos se ocupa de cuidar que los animales se reproduzcan. Resultado: la depredación, la desaparición de la especie”. “Los indios resolvieron este problema asignando derechos de propiedad, y comenta un relato anónimo de 1723, donde se muestra que el principio de los indios es marcar los límites del terreno de caza seleccionado por medio de marcas en los árboles realizadas con sus propias vinchas tribales, de modo que nadie ingrese en las zonas de otros. Hacia la mitad del siglo, estos territorios de caza estaban relativamente estabilizados”.

Si nos retrotraemos a la secuencia básica del intercambio económico, puede decirse que se establece a partir de la posesión de algún bien útil que se ha de cambiar por otro, previa valoración comparativa. Si no existe la posibilidad de disponer libremente de un bien, no puede haber un intercambio posterior. Sin propiedad privada no existe la posibilidad de establecer una economía de mercado. Gumersindo de Azcárate escribió: “El socialista o anarquista que intenta cambiar las condiciones presentes, debe ser considerado como reo de atentado contra los cimientos sobre los que descansa la civilización misma, pues ésta tuvo su punto de partida el día en que el obrero inteligente dijo a su compañero incompetente y perezoso: si no siembras, no cosecharás; y así acabó el comunismo primitivo, separando a las abejas de los zánganos. No mal, sino bien ha venido a la humanidad la acumulación de la riqueza por los que han tenido la energía y la habilidad necesarias para producirla”.

Puede establecerse una secuencia que va desde las etapas iniciales de la evolución económica seguidas por las distintas innovaciones que se fueron estableciendo:

a) No hay propiedad privada, sino colectiva (comunismo)
b) Se establece la propiedad privada
c) Aparece la división, o especialización, del trabajo
d) Aparecen los intercambios y el mercado

Se advierte que el marxismo, al ubicar al comunismo en el final de la evolución cultural, tanto en el aspecto económico como en el social, lo que hace en realidad es retrotraernos a las etapas primitivas de la civilización. La propiedad privada se inicia cuando alguien va tomando posesión de lo que no tiene dueño; de lo contrario habría de ser una posesión indebida, o robo. Martín Krause escribió:

“La propiedad, en realidad, no significa que el propietario disfrute solamente de los beneficios que ésta pueda darle, sino que debe también soportar todas las cargas y responsabilidades de lo que haga con ella. La creciente extensión de la propiedad privada favoreció e impulsó el avance de la civilización en dos sentidos. El primero de ellos es el incentivo del progreso: está claro que pondré mis mayores esfuerzos en cualquier tipo de actividad en la medida en que pueda gozar plenamente de los frutos del esfuerzo realizado en el aprovechamiento de mis recursos. En otros términos, si mi único recurso es mi capacidad de trabajo, está claro que sólo me esforzaré si tengo la seguridad de que el fruto de mi esfuerzo me pertenece, es mi propiedad”. “Vano resulta tratar de inducir a las personas a esforzarse al máximo si luego el resultado de esta acción es utilizado por otro, si no ejercen sobre ese esfuerzo su derecho de propiedad”.

Mientras mayor sea la valoración o la extensión de la propiedad de un individuo, mayores han de ser las actividades de control, administración y, en general, de trabajo requerido para su mantenimiento. De ahí que, pasado cierto límite, en lugar de disfrutar de los beneficios y de la seguridad que brinda la propiedad, su dueño puede convertirse en un esclavo de la misma. Todos sus pensamientos y preocupaciones quedarán absorbidos por las decisiones necesarias y cotidianas que deba adoptar. Es por ello que la mayor parte de la sociedad rehuye de toda actividad empresarial, por lo que una economía con pocos de ellos tendrá un nivel insuficiente para satisfacer las necesidades de la población. En general, la carencia de un plantel adecuado de empresarios, tanto en cantidad como en calidad, implica el consiguiente subdesarrollo de una nación.

Existe un relato en el cual se describe un diálogo entre un empresario y un hombre pobre, quien disfruta pescando en las orillas de un arroyo. El primero comenta que trata de ampliar la producción de su empresa, por lo que su interlocutor le pregunta: ¿para qué? Le explica que quiere asegurar su porvenir, recibiendo como respuesta: ¿para qué? Finalmente el empresario afirma que todo ello lo hace pensando en el futuro, para poder algún día ir a pescar tranquilo en un arroyo, siendo justamente lo que está haciendo el hombre pobre en ese momento.

Existen quienes desarrollan sus actividades laborales sin grandes expectativas y sin excesivas ambiciones, siendo el éxito económico la consecuencia de una adecuada capacidad empresarial. Tales empresarios serán altamente beneficiosos para la sociedad. Por el contrario, cuando alguien busca el éxito económico pensando en el poder, el lujo y la ostentación, su actividad empresarial podrá estar signada por actitudes egoístas y acciones ilegales. De ahí que no conviene realizar generalizaciones suponiendo que todo empresario se identifica con este último. La generalización injustificada no es otra cosa que una discriminación social. Gumersindo de Azcárate escribió:

“Por esto, son los deberes del hombre de fortuna: primero, dar ejemplo de una vida modesta y sin ostentación; segundo, satisfacer con moderación las legítimas necesidades de los que dependen de él, y tercero, considerar todos los ingresos como un depósito o fideicomiso, que tiene la obligación de administrar del modo adecuado para que produzca a la comunidad los frutos más beneficiosos que sea posible; viniendo a ser así el hombre rico mero agente de sus hermanos pobres, a cuyo servicio pone sus luces superiores, su experiencia y su habilidad, obteniendo de ese modo para ellos un bien mucho mayor que el que les sería dado alcanzar por sí mismos” (De “Los deberes de la riqueza”-Editorial Tor-Buenos Aires 1960).

Debido a la discriminación social mencionada, y a la envidia, se les niega a los empresarios cierto reconocimiento por cumplir con las responsabilidades sociales señaladas. De ahí que se apoye masivamente la alternativa de que los políticos a cargo del Estado expropien las empresas, o sus ganancias, para redistribuirlas entre los pobres. Se supone que tales políticos carecen de defectos y de egoísmo (todo lo contrario de los empresarios), por lo cual serian las personas indicadas para tal tarea social. Por esta razón, en los países subdesarrollados, el que genera riquezas es mirado como sospechoso y es considerado culpable hasta que demuestre lo contrario, mientras que al que no produce, pero que se muestra generoso al expropiar y distribuir lo ajeno (nunca lo propio), se lo considera inocente sin tener siquiera que demostrarlo.

Por lo general, la mayor parte de la redistribución termina en manos de los redistribuidores, que son hábiles calumniadores, capaces de convencer a poblaciones enteras tanto de la maldad empresarial como de la bondad socialista. El citado autor escribió: “El administrador prudente ha de ser sensato, pues uno de los obstáculos mayores que se oponen a la mejora de la especie es la caridad indiscreta. De cada 1.000 pesos gastados en la llamada hoy caridad, 950 se invierten probablemente en producir los mismos males que los donantes se proponían mitigar o curar. El que entrega una peseta al primer mendigo que pasa por la calle, puede hacer con ella un mal, y al dar satisfacción a sus sentimientos y evitarse la molestia de enterarse de la necesidad, resulta su acción egoísta. La primera condición que se ha de tener presente al ejercer la caridad, es la ayuda a los que se ayudan a sí mismos; auxiliar, pero raras veces, o nunca, hacerlo todo. Ni el individuo ni la especie se mejoran con limosnas”.

El problema ecológico, por el cual el hombre tiende a extinguir distintas especies animales, se debe esencialmente a que todavía existen resabios de la propiedad colectiva. Adviértase la diferencia que existe entre las especies que tienen dueño, y las que no lo tienen: las primeras tienden a aumentar, mientras que las últimas tienden a extinguirse. Martín Krause escribió: “Un propietario que tala su bosque irracionalmente destruye su propiedad y es sancionado por el mercado pues su precio, basado en los rendimientos futuros, caerá irremediablemente. No es de extrañar que los recursos que presentan problemas de subsistencia sean los que no cuentan con propietarios (protectores), en particular especies como las ballenas, los elefantes y tigres, mientras que los que sí los tienen (vacas, gallinas, chinchillas o visones) prosperen” (De “La economía explicada a mis hijos”-Aguilar SA de Ediciones-Buenos Aires 2010).

Un niño quizás comprenda perfectamente las ventajas de la propiedad privada y las desventajas de la propiedad colectiva. Sin embargo, ello no ha sido comprendido por uno de los “fundadores” de la sociología, Karl Marx. Lo lamentable no es que una persona, o unas cuantas, ignoren aspectos evidentes de la realidad, sino que son muchos los seguidores que, por no razonar, optan por repetir y aceptar todo lo que les dijo el “profeta máximo”. Esto nos hace recordar la expresión de Cristo que agradecía a Dios por haber permitido que lo importante haya sido comprendido por quienes son como los niños y haberlo ocultado de los “sabios y fariseos”.

Si bien la propiedad privada tiende a producir conflictos, la propiedad colectiva los produce necesariamente y en mayor cuantía. Mientras la primera puede considerarse como una enfermedad social, la segunda implica la muerte social. De ahí que el capitalismo sea, comparado con el socialismo, el menor de los males.

miércoles, 11 de junio de 2014

Semejanzas y diferencias de los totalitarismos

El análisis histórico de los totalitarismos, como el nazismo y el comunismo, muestra algunas semejanzas y también diferencias. Su conocimiento ha de ser de interés en el presente por cuanto, especialmente en el caso del segundo, la ideología que lo impulsa tiene todavía bastante aceptación. Podemos considerar los siguientes aspectos para establecer una comparación:

a) Necesidad del totalitarismo
b) Sinceridad o engaño respecto de sus objetivos
c) Resultados concretos

En cuanto a la “necesidad” que el totalitarismo despierta en algunos integrantes de la sociedad, parece provenir de la creencia de que sólo el Estado totalitario le puede poner orden a una sociedad caótica. Esto puede asociarse al caso de algunas personas con severa confusión mental que buscan establecer un orden meticuloso en su propio hogar, quizás para compensar la mencionada confusión. Jean-François Revel escribió: “En toda sociedad, incluidas las sociedades democráticas, hay una proporción importante de hombres y mujeres que odian la libertad –y, por tanto, la verdad-. La aspiración a vivir en un sistema tiránico, ya sea para ser partícipe del ejercicio de dicha tiranía, ya sea, lo que es más curioso, para sufrirla, es algo sin lo cual no se explica el surgimiento y la duración de los regímenes totalitarios en el seno de los países más civilizados, como Alemania, Italia, China o la Rusia de comienzos del siglo XX, que no era en absoluto la nación de salvajes pintada por la propaganda comunista”.

En cuanto a su difusión, encontramos una gran diferencia, ya que los nazis muestran sus objetivos inmediatos en una forma explícita, como es el caso de Adolf Hitler y el antisemitismo promovido mediante sus propios escritos. Por el contrario, los marxistas los revisten de un disfraz humanista que los hacen más peligrosos. El citado autor escribe al respecto: “Hay que distinguir dos clases de sistemas totalitarios. Aquellos cuya ideología es lo que yo denominaría directa y salta a la vista –Mussolini y Hitler dijeron siempre que eran hostiles a la democracia, a la libertad de expresión y de cultura, al pluralismo político y sindical-. Hitler, además, expuso ampliamente, antes de llegar al poder, su ideología racista y, especialmente, antisemita. Por ello, los partidarios y adversarios de esos tipos de totalitarismo se sitúan desde el primer momento a un lado y a otro de una línea divisoria netamente cruzada. No habido «decepcionados» por el hitlerismo porque Hitler hizo lo que había prometido. Su caída se debió a causas externas”.

“El comunismo es diferente de esos totalitarismos directos, pues utiliza la disimulación ideológica, que definiré recurriendo al vocabulario hegeliano, como «mediatizada por la utopía». Ese desvío a través de la utopía permite a una ideología y al sistema de poder que de ella se deriva anunciar sin cesar éxitos cuando ejecutan exactamente lo contrario de su programa. El comunismo promete la abundancia y engendra la miseria, promueve la libertad e impone la servidumbre, promete la igualdad y desemboca en la menos igualitaria de las sociedades, con la nomenklatura, clase privilegiada hasta un nivel desconocido incluso en las sociedades feudales. Promete el respeto a la vida humana y procede a ejecuciones en masa; el acceso de todos a la cultura y engendra un embrutecimiento generalizado; el «hombre nuevo» y fosiliza al hombre”.

“Pero durante mucho tiempo, muchos creyentes aceptaron esa contradicción porque la utopía se sitúa siempre en el futuro. La trampa intelectual de una ideología mediatizada por la utopía es, pues, mucho más difícil de desmontar que la ideología directa porque, en el pensamiento utópico, los hechos que se producen realmente no prueban jamás, a los ojos de los creyentes, que la ideología sea falsa. Francia ya conocía, incluso la había inventado, esa configuración ideológico-política, en 1793-94, con Robespierre y la dictadura jacobina. Esa sutil estratagema utópico-totalitaria ha sido desenmascarada en las obras de los escritores rusos disidentes con una precisión tanto más cruel cuanto que fue hecha por aquellos a los que quería alienar para siempre” (De “La gran mascarada”-Ediciones Taurus-Madrid 2000).

En cuanto a los resultados concretos, si se considera el número de victimas ocasionadas por uno y otro totalitarismo, se confirma que el que usa disfraz fue el más peligroso. En ambos casos se trataba de una criminalidad sistemática. El citado autor agrega: “En 1945, el fiscal general francés en Nuremberg, Françoise de Menton, decía, subrayando la motivación ideológica de los crímenes nazis: «No nos enfrentamos a una criminalidad accidental, ocasional, nos hallamos ante una criminalidad sistemática derivada directa y necesariamente de una doctrina». Esta definición de crimen contra la humanidad, enunciada a propósito de los crímenes nazis es válida palabra por palabra para los de los comunistas”. “Toda la historia del comunismo está jalonada de masacres y deportaciones sistemáticas de grupos sociales o étnicos por lo que son y no por lo que hacen. Por ejemplo, el 27 de diciembre de 1929, Stalin anunció «una política de liquidación de los kulaks como clase»”.

“El rasgo fundamental de los dos sistemas, es que los dirigentes, convencidos de estar en posesión de la verdad absoluta y de dirigir el transcurso de la historia para toda la humanidad, se sienten con derecho a destruir a los disidentes, reales o potenciales, a las razas, clases, categorías profesionales o culturales, que consideran que entorpecen, o pueden llegar un día a entorpecer, la ejecución del designio supremo. Por eso es muy curiosa la pretensión de los «socialistas» de hacer una distinción entre los totalitarismos, atribuyéndoles méritos diferentes en función de las diferencias de sus respectivas superestructuras ideológicas, en lugar de constatar la identidad de sus comportamientos efectivos”.

La aparente diferencia entre nazismo y comunismo, desde el punto de vista de sus posibles victimas, es la misma diferencia que advierte un ciudadano que teme caer en manos de la mafia china o de la siciliana. Las ambiciones de nazis y marxistas eran similares, aunque la derrota militar de los nazis favoreció el predominio del comunismo. Ludwig von Mises escribió:

“Los marxistas tuvieron que encarar el hecho de que, aunque el socialismo es en muchos países el credo de la gran mayoría, no hay unanimidad respecto a la clase de socialismo que debería ser adoptado. Han aprendido que hay muchas clases de socialismo y muchos partidos que se combaten acerbamente. Ya no esperan que un solo modelo de socialismo encuentre la aprobación de la mayoría ni que su propio ideal sea apoyado por todo el proletariado. Están convencidos de que sólo una elite tiene capacidad intelectual para ver la bienaventuranza del auténtico socialismo. De ello deducen que esa elite –la llamada vanguardia del proletariado, no la masa- tiene el sagrado deber de conquistar el poder por la violencia, exterminar a los adversarios y establecer el milenio socialista. En cuestión de procedimiento hay un perfecto acuerdo entre Lenin y Werner Sombart, entre Stalin y Hitler. No difieren sino acerca de quiénes forman esa elite” (De “Omnipotencia gubernamental”-Editorial Hermes-México 1946).

Jean-Françoise Revel comenta al respecto: “En su «Omnipotencia gubernamental» Ludwig von Mises…se divierte en relacionar las diez medidas de urgencia preconizadas por Marx en el «Manifiesto comunista» (1847) con el programa económico de Hitler: «Ocho sobre diez de esos puntos –observa irónicamente Von Mises- han sido ejecutados por los nazis con un radicalismo que hubiera encantado a Marx»” (De “El conocimiento inútil”-Editorial Planeta SA-Barcelona 1989).

Con la aparición del “Libro negro del comunismo”, que sintetiza la acción comunista en varios países, se esperaba de los marxistas un reconocimiento, al menos, del error ideológico y de sus nefastas consecuencias. Sin embargo, muchos de ellos se niegan a aceptar que han formado parte de un proceso de alta criminalidad. Stéphane Courtois escribió: “Podemos establecer un primer balance numérico que aún sigue siendo una aproximación mínima y que necesitaría largas precisiones pero que, según estimaciones personales, proporciona un aspecto de considerable magnitud y permite señalar de manera directa la gravedad del tema”. Luego de dar un listado de víctimas por país (URSS: 20 millones de muertos, China: 65 millones de muertos, etc.), concluye: “El total se acerca a la cifra de cien millones de muertos” (De “El libro negro del comunismo”-S. Courtois y otros-Ediciones B SA-Barcelona 2010).

El citado autor agrega: “Así, los mecanismos de segregación y de exclusión del «totalitarismo de clase» se asemejan singularmente a los del «totalitarismo de raza». La sociedad nazi futura debía ser construida alrededor de la «raza pura», la sociedad comunista futura alrededor de un pueblo proletario purificado de toda escoria burguesa”. “La diferencia reside en que la poda por estratos (clases) reemplaza a la poda racial y territorial de los nazis”.

A manera de ejemplo, puede mencionarse el proceso destructivo del Tíbet por parte de la China comunista. Jean-Françoise Revel escribió: “En el Tíbet, por ejemplo, se calcula en al menos 1,2 millones el número de tibetanos que han perdido la vida debido a la ocupación de su país por parte de China, tras la invasión. Y no es sólo la aniquilación o la esclavitud físicas del pueblo tibetano lo que el comunismo ha perpetuado, sino también su aniquilación cultural, con la destrucción de casi todos sus monasterios y bibliotecas, la prohibición, lograda en gran parte, de hablar y enseñar la lengua tibetana. El Tíbet cuenta actualmente con ocho millones de colonos chinos transportados a la fuerza frente a seis millones de tibetanos” (De “La gran mascarada”).

Otro aspecto coincidente implica las “lógicas totalitarias”, ya que en un caso se considera una lógica y una ciencia aria distinta de las “razas inferiores”, mientras en el otro caso se considera una lógica y una ciencia proletaria distinta de la burguesa. Ludwig von Mises escribe al respecto: “Hasta mediados del siglo XIX nadie se atrevió a discutir el hecho de que la estructura lógica de la mente es inmutable y común a todos los seres humanos”. “Sin embargo, Marx y los marxistas, principalmente el «filósofo proletario» Dietzgen, enseñaron que el pensamiento lo determina la clase a la cual pertenece el que piensa. El pensamiento no produce la verdad, sino «ideologías», palabra que en la filosofía marxista significa disfraz egoísta del interés de la clase social a que pertenece el individuo que piensa”. “Las ideologías no hay que refutarlas mediante el razonamiento discursivo; hay que desenmascararlas denunciando la posición y el ambiente social de los autores. Por eso los marxistas no analizan los méritos de las teorías físicas; se limitan a revelar el origen «burgués» de los físicos”.

“Los nacionalistas alemanes se encontraron con el mismo problema que los marxistas. Tampoco ellos podían demostrar la certidumbre de sus afirmaciones ni la falsedad de las teorías económicas y praxeológicas. Y se refugiaron bajo el techo del polilogismo que les habían preparado los marxistas. La estructura lógica de la razón, dicen, es distinta en unas naciones y razas y en otras. Cada raza o nación tiene su propia lógica y por tanto su propia ciencia económica, matemática, física, etc.”.

En nuestro siglo, se trata de extirpar de la sociedad todo tipo de discriminación, ya sea étnica, racial, social, económica, y de otros tipos. Sin embargo, persiste y se acentúa la discriminación marxista respecto del empresariado. Así, no faltan nunca los ejemplos reales y concretos que se utilizan para generalizar, y fundamentar luego, la discriminación social, aseverando que “todos” los empresarios son delincuentes. Para mantener vigente el “fuego sagrado” del totalitarismo socialista, es imprescindible la plena vigencia de esta “discriminación buena” que, junto con la difamación sistemática, son el combustible necesario para mantener encendida la llama de la revolución, para que no desaparezca la posibilidad de reeditar en el futuro alguna de las catástrofes sociales del siglo XX.