domingo, 4 de mayo de 2014

La mentalidad socialista

Cuando se lee un libro sobre el socialismo, escrito algunas decenas de años atrás, en un país distante del propio, el lector advertirá muchas coincidencias sobre las ideas y las actitudes de quienes mantienen tal preferencia ideológica. Ello se debe simplemente a que las posturas políticas dependen bastante de las actitudes predominantes en los distintos individuos, siendo un tema adecuado para la Psicología Social. En realidad, no sólo encontraremos coincidencias en el caso de la mentalidad socialista sino también en el caso de las restantes tendencias.

Entre quienes han profundizado sus observaciones sobre el socialismo y sus dirigentes, encontramos a los antiguos disidentes soviéticos Andrei Sajarov y Alexander Solyenitsin. También ha desempeñado una labor en ese aspecto Vladimir Bukovsky, quien participara de un canje de prisioneros políticos entre la URSS y Chile en épocas de Pinochet.

Alguien puede aducir que en la actualidad, una vez que cayó el comunismo, rememorar épocas pasadas tiene sentido sólo para los historiadores y los curiosos. Sin embargo, debe tenerse presente que el socialismo sigue parcialmente vigente, en distintas sociedades, bajo sistemas democráticos, impulsados por las socialdemocracias. Si bien éstas no han adoptado la forma totalitaria que existió en la URSS, su profundización podrá llegar a resultados similares, de ahí la conveniencia de tenerlo presente. Vladimir Bukovsky escribió:

“En la actualidad se ha consumado prácticamente la edificación del socialismo de modelo occidental. Lo que seguirá, depende por entero de los especialistas. Para lograr que el sistema creado funcione, hace falta: a) cerrar la frontera; b) convertir al trabajo en obligatorio; c) reforzar las represalias contra los «elementos antisocialistas», incluyendo la creación de los campos de concentración para poder utilizar su trabajo; d) prohibir la actividad política, los partidos de oposición y la prensa demasiado independiente. No se preocupen, el conjunto no conducirá a la revolución. El pueblo lo entenderá, porque hay que salvar al país de su desastrosa situación económica. Verá usted, todo esto se hace en interés de los trabajadores…”.

“Como toda religión, el comunismo no necesita pruebas lógicas y es inamovible ante ellas. Muy al contrario, cuanto más inverosímil parece, tanto más fuerte es la fe, mientras los ejemplos de algunos fracasos, claro está, jamás destruirán la propia idea: si el sacerdote comete pecados, ello no es prueba de que Dios no existe. Si el socialismo no es un éxito en la URSS, lo será en Cuba, si no es en Cuba, será en China o, en último caso, en la cara oculta de la Luna. Digan lo que digan los astrónomos reaccionarios o los cosmonautas, sus cuentos no pueden alterar su radiante fe en la Sociedad Lunar de nuevo tipo, sin inflación, sin paro, sin pobreza y sin conflictos. En todo caso, para el partido de los lunáticos nada será un motivo de duda. El conocimiento, si es asequible, supera a duras penas esta barrera psicológica, introduciendo tan sólo rectificaciones irrelevantes en su vida principal”.

La idea que a muchos sugiere la palabra “socialismo” es el de cooperación con el próximo motivada por nobles sentimientos, o algo parecido, mientras que la realidad es bastante distinta. Bukovsky escribe: “El socialismo es una idea que ahora está en el candelero, pero que carece de sentido. Simplemente, la gente tiene el antojo de llamar con este nombre a todo lo bueno e inasequible. Incluso se ha llegado a decir que los primeros cristianos también fueron socialistas. ¿Cómo no, si estuvieron luchando por la igualdad?”. “Como decía un amigo mío, el parecido es puramente superficial: porque los cristianos proponían repartir lo que tenían ellos mismos y voluntariamente, mientras los socialistas tienen sus miras puestas en lo que tienen los otros y quieren obtenerlo por la fuerza. Para hacer donaciones voluntarias, no hace falta ningún socialismo. Podría prescindirse por completo de la burocracia y el mundo sería mucho mejor”.

“En el fondo, jamás he podido entender del todo a los socialistas”. “¿Por qué esta reacción enfermiza ante la desigualdad material? ¿De dónde les viene a los socialistas tanta envidia, tanto espíritu mercantil? La mayor parte de ellos son intelectuales, se supone que viven en un mundo de ideas y no de cosas. Su teoría asombra por su incoherencia: por una parte, no dejan de criticar el consumismo, el materialismo y los intereses creados; por otra, es precisamente este aspecto de la vida el que más los emociona, es precisamente en el consumismo donde pretenden establecer la igualdad. ¿Acaso creen que si se da a todos una ración igual de pan, en el acto se convierten en hermanos? A los hombres los hacen hermanos los sufrimientos y esperanzas compartidos, la ayuda y el respeto mutuos, el reconocimiento de la personalidad del otro. ¿Pueden ser hermanos los que cuentan celosamente los ingresos de los demás, los que no apartan su envidiosa mirada de cada bocado engullido por el vecino? No, yo no quisiera tener por hermano a un socialista”.

“Ésta es la igualdad social que, por algún motivo, siempre se ha de conseguir al precio de destruir lo bueno sin mejorar lo malo. No sé porqué será así. Por lo visto, es más fácil. Destruir no es lo mismo que construir. Si usted tiene una buena casa y la de su vecino es mala, para ser iguales es más fácil destruir la casa de usted que reformar la de su vecino. Si usted tiene más dinero que su prójimo, es más fácil quitárselo a usted que dar más al otro. ¿Dirá que estoy exagerando? En absoluto. Por ejemplo, en Inglaterra hay educación privada que es considerada como buena, y la estatal, que tiene la fama de ser mala. ¿Qué nos proponen los socialistas? Claro, suprimir la buena. Mejor si no es para nadie que sólo para unos cuantos. Esto también es igualdad. Al fin y al cabo, de esta forma se estableció la igualdad en todos los países socialistas, a costa de una penuria total y uniforme” (De “El dolor de la libertad”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1983).

Luego de tantos intentos y tantos fracasos, es conveniente advertir que las mejoras sociales sólo se conseguirán a través de una mejora ética individual, y que ningún modelo social puede ignorar las actitudes dominantes en cada hombre. “Porque todo lo que a los socialistas de aquí se les antoja una novedad, una idea progresista nueva, ya ha sido probado en Rusia. Si allí acabaron por resignarse, no fue a causa de las tergiversaciones del socialismo, según suele creerse aquí, sino porque las «novedades» resultaron absolutamente inviables. El cruel experimento de medio siglo de duración no ha transformado la naturaleza humana. También la ciencia admite ahora que la «existencia determina la conciencia» sólo en un veinticinco por ciento”.

“Una igualación social artificial conduce a la degeneración. Parece empujar hacia el parasitismo. En la vida occidental moderna todo induce a ello. Ahora es muy fácil vivir de subsidios, en plena dependencia del Estado. Pero apenas un hombre intenta levantarse sobre sus propios pies, conquistar su independencia, todo se vuelve contra él. El monstruo de mil cabezas –el Estado- inmediatamente se pone a perseguirlo como si fuese un criminal, lo roba a cada paso y no vuelve a estar tranquilo hasta que la dependencia está restablecida. El papel de nuestra KGB lo desempeña aquí [Inglaterra], en parte, el gigantesco aparato del departamento fiscal, con el cual cada ciudadano que se gana la vida con su propio trabajo, se halla en estado de guerra permanente. Ya no se trata del dinero ni de las riquezas; el hombre libra una lucha a muerte por su independencia, tan insoportable para el socialismo”.

“Ya va siendo hora de entender que ninguna reestructuración social nos podrá librar de los problemas engendrados por nuestras cualidades, defectos y virtudes naturales. Va siendo hora de pensar como adultos y de quitarnos de encima las ilusiones infantiles del siglo XIX. Tenemos ante nuestros ojos un ejemplo de su materialización; las consecuencias se pueden predecir fácilmente”. “Dos fenómenos aparecen, tarde o temprano, pero inevitables, en un país socialista: el mercado negro y la extinción completa del hábito laboral. Una parte de la población pierde la costumbre de trabajar porque, sencillamente, no tiene sentido hacerlo: la igualdad no les permite ganar más de lo establecido, ni autoriza a la administración a despedirlos o a obligarles a trabajar. La otra parte de la población, más emprendedora, se mueve en busca de ganancias extralegales”. “Cuanto más socialismo hay en un país, tanto más amplio es el mercado negro”.

Las huellas del socialismo no son tan fáciles de borrar y se requiere mucho esfuerzo para ello; algo que vale también para los populismos argentinos. Bukovsky agrega: “Desde luego, los socialistas occidentales son personas prudentes y mesuradas. No irán tan lejos. Los partidos de oposición tratarán de salvar al país por otros procedimientos. Pero –y aquí se aclara el detalle más importante del experimento socialista-, se trata de un proceso irreversible. Es imposible volver a crear en la gente el hábito de trabajar, requeriría esperar a que se renueve toda una generación. Es imposible quitar a la gente lo que cree ser suyo. Somos así: repartir leche gratis es fácil, pero es imposible suprimirla. Será impopular. Es imposible despedir del trabajo a los que sobran o no sirven. Admitirlos es posible, pero despedirlos, no, los puestos de trabajo no deben perderse. ¿Para qué, sino, existe la economía?”.

El socialismo está impulsado principalmente por gente que busca poder, que no son precisamente los obreros, sino por gente de clase media y alta, como fue el caso del movimiento Montoneros. El citado autor agrega: “Es curioso que en nuestro tiempo la mayoría de los comunistas –y de los socialistas también- no tienen nada que ver con los obreros. Son intelectuales, gente de «clase media», como aquí [Inglaterra] se acostumbra decir, a menudo muy ricos o hijos de los ricos, y cuanto más ricos, más de la izquierda…En general, es una especie de norma de Occidente. Al principio yo experimentaba cierto placer estético al escuchar sus discursos sobre los sufrimientos de los «trabajadores». ¿Qué será, complejo de culpabilidad o una pose, mera tontería o afición a las sensaciones fuertes?”.

El aparente sentido de la cooperación socialista desaparece en el socialismo real. El citado autor escribe: “Una de sus consecuencias más negativas es, sin duda, la virtual entrega de las responsabilidades personales en las manos del Estado, lo cual equivale a renunciar a toda responsabilidad y a la libertad, a la vez. Porque las dos cosas están profundamente vinculadas. Por ejemplo, una persona normal entiende que debe socorrer a los que están peor que ellas. Pero en nuestra ansia por una igualdad institucional remitimos esta función al Estado, de forma que ahora es éste el que se compromete a socorrer a los necesitados. Si pago impuestos por ello, deja de ser asunto mío. Como resultado, la obligación moral de ayudar se ha convertido en una obligación jurídica, y yo he perdido el derecho a decidir si quiero o no ayudar a alguien. Primero, las desdichas humanas me resultan indiferentes, pues he pagado por ellas un rescate. Segundo, ahora el necesitado no espera ayuda, sino exige lo que se le debe, y que es algo que pertenece a todos, es decir, a nadie. De esta forma, en número de los necesitados va en alza. Tercero, mi participación en la vida de la sociedad se convierte en mera formalidad, porque no soy yo quien controla la distribución del dinero procedente de los impuestos. Cuarto, lo peor, es que la burocracia crece en forma monstruosa, se fortalece el papel del Estado y ello absorbe una parte considerable del dinero (y como consecuencia, los impuestos suben)”.

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