martes, 20 de mayo de 2014

La burocracia

Por lo general, cuando se hace referencia, en forma favorable, a los distintos organismos del Estado, se habla de la Administración Pública, mientras que se la denomina “burocracia” cuando se desea hacerlo en forma peyorativa. El economista George Stigler dijo: “Rechazo la opinión popular de que los burócratas son por naturaleza incompetentes o vagos o tímidos en la conducción de los negocios públicos. Esta opinión se basa con frecuencia en viejos prejuicios pero su único fundamento es el argumento de que la organización no lucrativa carece de medidas e incentivos suficientes para una gestión eficaz”.

La tendencia a la burocratización de las instituciones, es decir, a un exceso de administración y control, no sólo es un inconveniente que afrontan los Estados sino también las grandes empresas. John Stuart Mill manifestaba: “La Administración oficial es, no cabe duda, proverbialmente embrollada, descuidada e ineficaz; pero también lo ha sido casi siempre la dirección de las sociedades por acciones. Así no me parece que los defectos de la acción gubernamental tengan que ser por necesidad mucho mayores, si acaso lo son, que los de la dirección de las sociedades anónimas”.

De mayor interés resulta el predominio de las burocracias sobre la población, por cuanto existe la posibilidad de asentamiento de un poder fuera de control que hace peligrar incluso las estructuras democráticas. Mill escribía al respecto: “La experiencia enseña que los depositarios del poder que son meros delegados del pueblo, esto es, de una mayoría, están tan dispuestos como cualesquiera órganos de la oligarquía a arrogarse poderes arbitrarios y a mermar indebidamente las libertades de la vida privada…Y la civilización actual tiene una tendencia tan marcada a convertir la influencia de las personas que actúan sobre las masas en la única fuerza importante de la sociedad, que nunca fue mayor que ahora la necesidad de rodear la independencia individual de pensamiento, palabra y conducta de las más poderosas defensas con objeto de mantener la originalidad del espíritu y la individualidad del carácter que son las únicas fuentes de todo progreso real y de casi todas las cualidades que hacen que la especie humana sea muy superior a cualquier rebaño de animales”.

José Antonio Aguirre escribió al respecto: “Muchas burocracias modernas lo que quieren convertirnos es precisamente en su rebaño y utilizan el principio de la libertad política formal para conquistar el poder, manipulando nuestros votos para decirnos después que hemos querido, democráticamente, convertirnos en ovejas. No es nada nuevo, las palabras de Mill están escritas hace más de cien años y no necesitaríamos mucho esfuerzo para encontrar testimonios anteriores” (Del Prólogo de “Cara y cruz de la burocracia” de W. A. Niskanen-Editorial Espasa-Calpe SA-Madrid 1980).

La masiva adhesión a la socialdemocracia, por parte de los sectores políticos de varios países, despierta el interés por los distintos experimentos socialistas, ya que entre socialismo y socialdemocracia existen diferencias de grados, o de tácticas, para llegar a objetivos similares. Respecto a las diferencias entre las burocracias occidentales y las socialistas, Vladimir Bukovsky escribió: “Otro «descubrimiento», para nosotros, es la monstruosa burocracia que hay en Occidente y la increíble docilidad con la que la población la acepta. Por supuesto, no es nada en comparación con la burocracia soviética. Allá la burocracia sencillamente lo llena todo y, por encima, está entrelazada con la del partido. Por cada persona hay, como mínimo, una docena de dossiers («expedientes personales») y, si tienes algún roce con esta burocracia, todo el Estado, desde el administrador de la casa y el policía del barrio, hasta los tribunales y lo más alto del gobierno, se levanta como un monolito en contra de ti”.

Mientras que, según la teoría marxista, en el escenario social actúan dos clases en conflicto, burguesía y proletariado, con la sugerencia explícita de que éstos deben imponerse violentamente sobre los primeros para establecer la “dictadura del proletariado”, en el socialismo real aparece una “nueva clase”, los burócratas, que dominan tanto a la burguesía como al proletariado. Milovan Djilas, quien llegó a desempeñar altos cargos jerárquicos en el comunismo yugoslavo, escribió: “En la Unión Soviética y otros países comunistas ha sucedido todo de una manera distinta de cómo pronosticaron sus dirigentes…Éstos esperaban que el Estado desapareciera rápidamente y se fortaleciera la democracia. Ha sucedido lo contrario. Esperaban un rápido mejoramiento del nivel de vida, y a este respecto apenas se ha producido cambio alguno, y en los países subyugados de la Europa oriental ese nivel incluso ha empeorado”.

“El monopolio que la nueva clase establece en nombre de la clase trabajadora sobre toda la sociedad es, ante todo, un monopolio sobre la clase trabajadora misma. Este monopolio es en primer término intelectual, sobre el llamado proletariado de avant-garde, y luego sobre todo el proletariado. Esta es la mayor decepción que puede causar la nueva clase, pero pone de manifiesto que su fuerza y su interés radican principalmente en la industria. Sin industria, la nueva clase no puede consolidar su posición o autoridad”. “Los hijos de la clase obrera son los miembros más resueltos de la nueva clase. El destino de los esclavos ha consistido siempre en proporcionar a sus amos los representantes más inteligentes y capaces. En este caso ha nacido de la clase explotada una nueva clase explotadora y gobernante” (De “La nueva clase”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1957).

En principio, habría cierta equivalencia entre socialismo real y burocracia, ya que ésta es necesaria para dirigir y controlar todos los movimientos y decisiones que en una sociedad libre surgían de las distintas iniciativas individuales. Vladimir Bukovsky agrega:

“Un rasgo inevitable del socialismo es el crecimiento de la burocracia. Parece que dejamos de tener confianza en nosotros mismos, en nuestro sentido del deber, en la justicia, en la capacidad para resolver nuestros problemas. El Estado, personificado en la burocracia, se convierte en nuestro árbitro, en nuestro controlador y, por fin, en nuestro opresor. ¿De qué otra forma se puede establecer una justicia mayor o una igualdad mayor, si no es por mediación de personas «neutrales», los funcionarios? La burocracia tiene la propiedad de tender a un crecimiento de proporciones geométricas. Es el Frankestein de nuestro tiempo que empieza a cobrar una existencia independiente, obedeciendo a unas leyes que desconocemos y proponiéndose unos objetivos que desconocemos también. El funcionario es igual en todas partes. No se interesa por el trabajo que debería hacer. Su interés se centra en su propia existencia. De ahí vienen la ineficacia y la corrupción. Para hacerlo trabajar y mantener al mismo tiempo su condición de «neutralidad» hay que formar «organismos de control», o sea, más funcionarios. Es curioso, que ya Mommsen, en su «Historia de la Roma Antigua», destaca con mucha razón la característica básica de todos los organismos de control, a saber, su tendencia a encubrir a los que controlan. Porque un organismo de control no sólo controla, sino asume la responsabilidad de que sus controlados lo tengan todo en orden. De descubrirse algunos defectos serios, los controladores comparten la responsabilidad. De este modo, se tiene que seguir creando nuevos organismos de control que se controlen unos a otros respectivamente. La máquina burocrática crece de día en día, sin que se llegue a tener más igualdad o justicia. Lo ideal sería (como está ocurriendo en la URSS) que toda la población se convirtiera en funcionarios, y que surgieran países de burocracia total; bajo el socialismo, la nacionalización contribuye a ello especialmente”.

“Todo esto, lógicamente, cuesta mucho dinero y, por lo tanto, es inevitable que los impuestos suban, perjudicando a la parte más sana de la sociedad. ¿Y en esto consiste la igualdad? Es curioso ver que, al alcanzar cierto volumen, el aparato burocrático intenta controlarlo todo y a todos: será porque alguna ley de la cibernética le impide cumplir con sus funciones de otra forma. Ahora ya es usted quien con toda su alma desea que haya corrupción, porque sino, vivir sería imposible. Las cosas andan muy mal, cuando, bajo el socialismo, un funcionario se deja sobornar. Cualquier problema cotidiano, hasta el más leve, se convierte en prácticamente insoluble”.

“El Estado burocrático procura convertir en burócratas a todos. Hay que pasar mucho tiempo reuniendo papelitos, resguardos, comprobantes de gastos e ingresos, dedicar horas a redactar documentos y llenar infinitos impresos, sintiéndose presa de una sensación constante de ser sospechoso y de necesitar justificarse. Una pregunta, ¿por qué? ¿Por qué para cumplir con un elemental deber cívico, el hombre debe contratar a un funcionario o convertirse él mismo en tal? Pues en nombre de la justicia y la igualdad” (De “El dolor de la libertad”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1983).

Andrei Sajarov también advertía que, sin acceder al soborno, la vida del ciudadano soviético se tornaba muy dura. Al respecto escribió: “En nuestro país hay un número extraordinario de personas desdichadas a las que la fortuna ha vuelto su espalda: ancianos solitarios con pensiones exiguas; personas sin oficio ni beneficio, privadas, también, de la posibilidad de adquirir conocimientos y que carecen, incluso desde el punto de vista de nuestro pobre estilo de vida, de una morada decente; enfermos crónicos que no logran ingresar en un hospital; una cantidad formidable de borrachos habituales y de gentes a las que la vida ha degradado…y, por último, lo que no cabe llamar sino hombres fracasados: seres que no supieron sobornar a tiempo a la persona idónea” (De “Mi país y el mundo”-Editorial Noguer SA-Barcelona 1976).

En la Argentina, la “nueva clase” se ha ido perfilando, en otros, con el grupo kirchnerista denominado La Cámpora, que domina a Aerolíneas Argentinas, con funcionarios de alto rango y también en cargos menores. Como era de esperar, la empresa tiene una pérdida diaria de alrededor de 2 a 3 millones de dólares. El diputado nacional Federico Sturzenegger afirmaba (en “Hora Clave”) que la empresa ni siquiera presenta balances de su gestión, por lo cual surgen dudas acerca de si esas pérdidas se deben sólo a la mala gestión o bien a la tradicional concreción de los políticos (si así se les puede llamar) argentinos, que consiste en convertirse en millonarios, “trabajando” muy poco tiempo en el Estado, y predicando en voz alta “la igualdad y la justicia social”, apurando las labores de saqueo mientras llega el próximo gobierno.

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