lunes, 31 de marzo de 2014

La fatal hipocresía

Las diversas causas de violencia son de origen cultural, es decir, dependen bastante de la influencia que un individuo recibe de su medio social, como es el caso de una sociedad en la que predomina la hipocresía, ya que resulta ser el marco propicio para que se instale luego el odio colectivo. “La biología nos hace agresivos; pero es la cultura la que nos hace pacíficos o violentos” (De “La violencia y sus claves” de José Sanmartín-Editorial Planeta SA-Barcelona 2013).

El hipócrita es quien poco o nada hace por los demás, aunque trata de mostrarse socialmente como un interesado y comprometido con el sufrimiento humano. Supone que sólo los pobres son los que sufren. Luego, cuando aumenta el nivel de hipocresía, se convierte en odio hacia los ricos, a quienes culpa por el sufrimiento del pobre. François de la Rochefoucauld escribió: “Los hipócritas disimulan sus defectos ante los demás y ante ellos mismos, pero los hombres honrados conocen y confiesan sus faltas”. “La hipocresía es un homenaje que el vicio rinde a la virtud”.

Si en la Argentina alguien propone la pena de muerte para los delincuentes peligrosos, tendrá un fuerte rechazo de la sociedad, ya que se apelará a la vigencia de los “derechos humanos”. Sin embargo, cuando los delincuentes “decretan” la pena de muerte para el ciudadano común, parece no existir ningún inconveniente en tal decisión, al menos en los hechos concretos. Parte de la ciudadanía y de la política acepta tácitamente que la gente decente no tiene los mismos derechos que el delincuente. Incluso, si a alguien se le ocurre decir que a éste se lo “debe encerrar” para evitar que mate a inocentes, no faltarán quienes lo acusarán de no tener sensibilidad social por cuanto no tiene en cuenta el derecho a la “reinserción social”, es decir, la reinserción aun a costa de la pérdida de vidas inocentes ya que, mientras se adapta a la sociedad, el delincuente ha de continuar por un tiempo, y quizás por mucho tiempo, cometiendo asesinatos motivado por cierto “espíritu deportivo”; incluso jactándose de sus andanzas.

Resulta importante conocer las opiniones de los especialistas en seguridad, aunque también es importante conocer las reacciones del ciudadano común ante los asesinatos cotidianos que su sector social ha de padecer, ya que las respuestas no serán las mismas. Así, cuando muere en un intento de robo la mujer de un bodeguero de Mendoza, alguien dijo de dicho empresario, sin conocerlo: “Robó antes o robó ahora”; en cierta forma justificando el asesinato como una especie de justicia tardía ante el supuesto accionar deshonesto que necesariamente se asocia a todo empresario por el solo hecho de serlo.

En otra circunstancia, luego de un brutal asesinato de una victima elegida al azar, alguien comentó, para justificar al delincuente, que su acción se debió a la “desigualdad social”. Se supone que, quien trabaja honestamente y logra una aceptable posición económica, crea “desigualdad social” y que quien, por alguna razón, no pudo lograrla, padece de pobreza material atribuida necesariamente al que tuvo éxito. Puede decirse que la “ley de Marx” surge de la hipocresía y se consolida con el odio, ya que dicha “ley” presupone una maldad natural del empresario y una bondad natural del pobre.

En estos casos se advierte la presencia de la “fatal hipocresía”, ya que el hipócrita se compadece del que sufre de carencias materiales, incluso del delincuente, atribuyéndose por ello, y a si mismo, el atributo de ser una “buena persona”. De esa forma favorece la instauración de una mentalidad generalizada que promueve el delito ya que esa información, tarde o temprano, llegará hasta quienes están en condiciones de cometerlo.

La aceptación y la tolerancia de actitudes agresivas comienzan en la escuela primaria, donde los maestros deben soportar todo tipo de faltas de respeto cuando aparece algún alumno violento. La quita de sanciones, como la expulsión, promueve en el alumno violento una gradual inadaptación social, ya que luego, tampoco se lo penalizará por ser menor. Sin embargo, en lugar de ser considerado como un autoexcluido por su propia conducta y excluido por la permisividad que otorgan las leyes vigentes en la escuela y en el medio social, se culpará a la sociedad por haberlo rechazado. Luego, el adolescente, considera haber adquirido plenos derechos a vengarse de la sociedad que no lo aceptó, siendo éste el proceso mental promovido por los sectores que apuntan hacia la destrucción del sistema capitalista, supuesto responsable de todas las desdichas humanas.

De la misma manera en que un porcentaje (quizás del 25 al 30%) de la población simpatiza mucho más con el peligroso delincuente que con sus victimas inocentes, concuerda bastante más con los terroristas de los setenta que con sus victimas de entonces. Alguna vez Aldous Huxley expresó: “Si hay guerra, es porque la gente quiere que haya guerra”. Con un razonamiento similar puede decirse que “si hay inseguridad, es porque la gente quiere que la haya”.

Previendo cierto apoyo electoral, el kirchnerismo se identificó con los sectores mencionados. Pepe Eliaschev se pregunta: “¿Por qué razón, políticamente, un gobierno como el del presidente Kirchner ha dicho estar espiritualmente unido a los ideales de los años setenta?”. Para tener indicios de lo que significaban esos “ideales”, se mencionan algunos escritos del ex guerrillero Sergio Bufano: “El revolucionario deja de pertenecer a si mismo, su vida es de la Revolución y ella, la Revolución, decide, casi como un dios devorador de hombres, quién vivirá y quién no. Y mientras se vive, la intensidad es de tal magnitud que bien vale la pena el riesgo; exuberantes, alegres pero también frenéticos, los minutos del guerrillero son febriles. Por lo tanto, inolvidables”.

“No sería aventurado preguntarse ahora si la voluptuosidad de la vida revolucionaria no influyó en la obcecación por proseguir con la guerrilla. Cuando todos los mensajes que lanzaba la realidad social indicaban que era el momento de acallar las armas, las distintas organizaciones armadas insistieron en el proyecto y se negaron a volcar sus energías en la acción política” (Citado en “La intemperie” de Pepe Eliaschev-Fondo de Cultura Económica-Buenos Aires 2005).

La pena de muerte impuesta por los Montoneros y ERP a los ciudadanos comunes, viene implícita en la expresión “La Revolución decide quién vivirá y quién no”, haciendo recordar a los fanáticos religiosos que se consideraban “instrumentos de Dios” para justificar cualquier tipo de violencia. A las victimas no se las consideró “humanas”, tal es así que han sido olvidadas e ignoradas por las instituciones oficiales de derechos humanos, ya que, en la Argentina, cuando se habla de tales derechos, se hace referencia principalmente a los guerrilleros de los setenta o a los actuales delincuentes urbanos.

Si se tratara sólo de un error histórico, sin proyecciones hacia el futuro, no habría más que un olvido parcial por parte del sector que inició, promovió, y promueve, la violencia. Lo grave de la situación es que, tanto a través de la televisión oficial y partidaria, como del revisionismo histórico, se trata de difundir masivamente la misma ideología que produjo la violencia de los setenta. De ahí que resulte conveniente difundir los “ideales” de Montoneros y el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo) ante los ciudadanos desprevenidos. Sergio Bufano prosigue:

“La vida plena, alcanzable sólo a través de la relación física, voluptuosa con la muerte, se confunde con la mística de la violencia, de la guerra, con la exaltación de las armas como metálicos instrumentos de poder sobre el resto de los hombres. El combatiente, autorizado por la ideología a quebrar todas las convenciones sociales, es dueño de una libertad que no conocen quienes no participan de esa agitada vida. Es fundamentalmente un trasgresor, un libertario que puede fracturar el orden establecido porque lo hace con una intención superior. Y si esa intención no es reconocida por algunos miembros de la comunidad –aun aquellos aliados-, no importa; es apenas un lapso el que los separará: el lapso que va desde la incomprensión hasta la toma de conciencia que inevitablemente se producirá en algún momento. Tiempo, el guerrillero lucha contra el tiempo y lo hace con la convicción de que la historia ya está definida en cuanto al rumbo a tomar. Con la historia de su parte, con la verdad de los maestros que ya señalaron el camino, no hay impedimento alguno para que tarde o temprano se descubra el rol que debe cumplir la clase obrera. Se trata de que los hombres entiendan que deben ser libres”.

Pepe Eliaschev escribe como comentario: “¿Camino sólo de ida? Claro que no. La máquina de matar enemigos pagará un precio imposible en su afán por aniquilar a ese enemigo. Aun en cuadros revolucionarios que conocían al dedillo los detalles del terror stalinista en la Rusia soviética se impondrá una personalidad aparentemente contradictoria que parece terminar siendo la inversión simétrica del proyecto transformador”.

Sigue Bufano: “Pero al hacerlo, al lanzarse a la gran aventura que significa la lucha con las armas contra el formidable enemigo, el combatiente cae en la trampa –antigua trampa, por cierto-, de ser subyugado por la guerra, de ser atrapado por el vértigo que ella produce, seducido por los «gritos de guerra y victoria» a los que se refería –también subyugado-, el Che Guevara […] El combate es, por lo tanto, una fiesta, una gratificación de los sentidos. El bautismo de fuego es el primer contacto con el límite de la excitación. A partir de ese momento, conocido ese acto de exaltación, comenzará a producirse en muchos hombres el enamoramiento por la acción, la necesidad de repetir ese vértigo tan fácilmente confundible con el vértigo del amor”.

“Y a medida que se repita ese contacto con el combate se producirá un sentimiento místico que invariablemente distinguirá a los combatientes de aquellos que no lo son. Los primeros serán los que juegan con el riesgo, los que se acercan peligrosamente al límite de la vida y la muerte, los que conocen el placer de las grandes emociones, los que escuchan la música de guerra que el Che Guevara describió como «los cantos luctuosos». Guerra y fiesta se equiparan como actos en los cuales los hombres eliminan falsos temores para recuperar el regocijo y la alegría […] Todo revolucionario debe estar dispuesto a morir; esa es la regla del juego. Una vez iniciado el proceso que conducirá a la conquista del poder no existe retorno; se alcanza la victoria o el costo de la derrota será altísimo para los protagonistas”.

“En el instante en que asume el compromiso de tomar las armas para alcanzar el poder, adopta a la muerte como compañera de los próximos años, como dama que permanecerá a su lado y provocará en el revolucionario temor, seducción y en muchas ocasiones un irresistible deseo de poseerla. O mejor dicho, de ser poseído por ella […] Consciente de que la empresa es considerablemente grande el revolucionario sabe que la guerra que se inicie será larga y exigirá una cuota de sangre muy alta. Ofrece su vida como un sacrificio necesario para pagar el precio que reclama ese formidable objetivo final”.

De la misma manera en que los guerrilleros valoran poco sus vidas, o menos que sus ambiciones de poder, tampoco valoran las vidas de quienes se oponen a sus planes, de ahí su elevada peligrosidad. De haber triunfado en la faz militar, muchas más habrían sido las victimas inocentes en el proceso de imposición del socialismo en la Argentina. Al menos en todos los países en que fue implantado, fueron muchos los seres humanos que perdieron la vida al oponerse a la pérdida de libertad y de dignidad, ya que en forma natural se opusieron al despojo y a la servidumbre.

Cuando en procesos electorales el ciudadano vota a partidos políticos que se identifican con los “ideales” de los setenta, debe al menos conocer esas ideas junto a las ambiciones asociadas. Al menos, se espera que el votante tenga la dignidad suficiente como para aceptar luego su responsabilidad como elector haciéndose cargo en caso de que observe que el rumbo del país no es precisamente el que esperaba.

viernes, 28 de marzo de 2014

Epistemología de la ciencia económica

De la misma forma en que la evolución le da sentido a la biología, el mercado le da sentido a la ciencia económica siendo, ambos, procesos autoorganizados, ya que son considerados sistemas complejos adaptativos. Mientras que la evolución biológica por selección natural fue propuesta a mediados del siglo XIX, el proceso del mercado aparece, como la “mano invisible” de Adam Smith, a fines del siglo XVIII. El propio proceso de la ciencia experimental puede también describirse mediante un sistema de realimentación negativa. Murray Gell-Mann escribió:

“La empresa científica humana constituye una hermosa ilustración del concepto de sistema complejo adaptativo. Los esquemas son en este caso las teorías, y lo que tiene lugar en el mundo real es la confrontación entre la teoría y la observación. Las nuevas teorías tienen que competir con las ya existentes, en parte en cuanto a coherencia y generalidad, pero en último término en cuanto a su capacidad de explicar las observaciones existentes y predecir correctamente otras nuevas. Cada teoría es una descripción altamente condensada de toda una clase de situaciones, y como tal tiene que suplementarse con los detalles de una o más de estas situaciones a fin de poder hacer predicciones concretas” (De “El quark y el jaguar”-Tusquets Editores SA-Barcelona 1995).

En el mercado, toda innovación compite con lo existente previamente, mientras que en el ámbito de lo viviente, cada mutación actúa como una “innovación biológica” que compite con las variedades anteriores produciendo una mejora adaptativa de la especie en cuestión. William Beveridge escribió: “La economía es el estudio de los métodos generales con los cuales los hombres cooperan para satisfacer sus necesidades materiales”.

La ventaja de constituir tales sistemas el fundamento de diversas ramas de la ciencia radica en que todos los aportes hechos por los distintos científicos han de agregarse de la misma forma en que lo hacen los ladrillos que conformarán un edificio. De lo contrario, cuando ello no se logra, o cuando el tema no permite esta conjunción de aportes, no puede establecerse el avance continuo que es deseable lograr. Es lo que sucede en filosofía, ya que, por lo general, los distintos pensadores no construyen sobre el pensamiento previo, sino que comienzan todo nuevamente desde un principio.

Si la ciencia económica resulta ser una descripción objetiva del mercado, las posturas que lo invalidan tienden a quedar fuera del ámbito científico. Este es el caso de las planificaciones que establecen procesos económicos “artificiales” que sólo tienen interés histórico, tal el caso del socialismo. Mientras que el creyente creacionista se rebela contra la evolución biológica, por cuanto no admite dejar de lado la posible acción del Creador, el socialista rechaza al mercado autoorganizado por cuanto no admite dejar de lado la acción del político a cargo del Estado. No existe una coincidencia de opiniones sobre la forma en que el Estado debe actuar respecto del mercado, ya que unos sugieren que debe “cuidarlo” para que siga funcionando sin perturbaciones, mientras que otros sostienen que el Estado debe intervenirlo para evitar las perturbaciones. James W. Dean escribió: “Hay una premisa fundamental de la economía prekeynesiana del laissez faire, a saber, que el sector privado es autoestabilizador. La inestabilidad del mundo real resulta principalmente de acciones fiscales, monetarias y reguladoras del gobierno. Keynes, por supuesto, sugería justamente lo opuesto” (De “La crisis en la Teoría Económica” de D. Bell e I. Kristol-El Cronista Comercial-Buenos Aires 1983).

Al igual que otras ciencias sociales, la economía admite dos facetas; una descriptiva (economía positiva) y la otra normativa. La primera describe el comportamiento económico de los seres humanos en libertad, mientras que la segunda indica las acciones a realizar para lograr una optimización del mismo, ya que ha de conformar, con las demás ramas de la ciencia y de la técnica, una parte importante del proceso de adaptación cultural del hombre a la ley natural; exigencia que el propio orden natural nos impone como precio para lograr nuestra supervivencia. Milton Friedman escribió: “No existe una relación de uno a uno entre las conclusiones de política económica y las conclusiones de la economía positiva; si la hubiese, no existiría una ciencia normativa separada”.

El actor principal del proceso económico es el individuo, que demanda cierto bien material o lo produce para ofrecerlo en intercambio. Existe una valoración de lo que desea adquirir que depende de sus atributos personales, lo que conduce a la “elección racional”, un supuesto básico de la teoría económica. Sin embargo, la labor de la ciencia económica consiste en encontrar la manera óptima de traducir las necesidades humanas a productos que las han de satisfacer; necesidades que dependen tanto de las actitudes racionales como de las otras. Mario Bunge escribió:

“En cuanto a las fuentes no racionales de la acción, subestimadas por la teoría de la acción racional, no hace falta más que recordar que no sólo el egoísmo ilustrado puede motivar la acción prosocial. También pueden impulsarla la tradición, el miedo al castigo (social o divino), el deseo de reconocimiento por parte de los pares, el sentido del deber, [etc.]”. “La teoría de la acción de la elección racional es en líneas generales falsa y amoral, cuando no inmoral. Esto es así porque está bajo el conjuro de una estrecha noción economicista de la acción humana, a saber, la que maximiza la utilidad subjetiva esperada o bien la relación beneficio/costo para un agente situado en el vacío social” (De “Las ciencias sociales en discusión”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1999).

La economía no es la rama de la ciencia que promueve en los hombres el predominio de las actitudes cooperativas sobre las demás, que es justamente la tarea propia de la ética, la religión o la psicología. Sin embargo, cuando el empresario debe afrontar el riesgo de realizar una importante inversión, debe al menos tener una idea del posible comportamiento de los futuros clientes. De ahí la idea simplificadora que caracteriza al “hombre económico” como un ser racional que apunta a obtener la mayor ganancia o a obtener al menor precio todo lo que desea. Lionel Robbins escribió: “El absurdo generalizado de creer que el mundo de que se ocupa el economista se halla poblado de egoístas o de «máquinas de placer» debiera quedar aclarado…El concepto fundamental del análisis económico es la idea de las valoraciones relativas. Si suponemos que los diferentes bienes tienen distintos valores en diversos márgenes, no consideramos como parte de nuestro problema explicar por qué existen esas valoraciones. Las tomamos como datos. Por lo que a nosotros se refiere, nuestros sujetos económicos pueden ser egoístas puros, altruistas puros, ascetas puros, sensuales puros o, lo que es más probable, una mezcla de todos esos impulsos. Las escalas de las valoraciones relativas son tan sólo un medio formal conveniente de presentar características permanentes del hombre tal como es en realidad. La renuencia a conocer la primacía de estas valoraciones es simplemente negarse a entender el significado de los últimos sesenta años de la Ciencia Económica” (De “Ensayo sobre la naturaleza y significación de la Ciencia Económica”-Fondo de Cultura Económica-México 1944).

El intento de Ludwig von Mises de fundamentar la economía en la acción humana (praxeología) consiste en una estructura lógica coherente, aunque no resulta contrastable con la propia realidad. Al respecto escribió: “La ciencia de la acción humana que busca el conocimiento universalmente válido es el sistema teórico cuya rama mejor elaborada hasta ahora es la economía. En todas sus ramas, esta ciencia es apriorística, no empírica. Como la lógica y la matemática, no deriva de la experiencia; es previa a la experiencia. Es, por decirlo así, la lógica de la acción y el hecho” (De “Filosofía y teoría económica”).

Si bien el intento de von Mises de describir la acción humana en forma independiente del tiempo y del espacio, en oposición a las descripciones historicistas, no resulta convincente por cuanto lo esencial de una teoría científica es el vínculo con la propia realidad, no ha de ser necesariamente errado. Tampoco por ello se han de ignorar sus importantes y esclarecedores aportes. Toda teoría de la acción ha de provenir de la psicología, ya se trate de la psicología social a través de las actitudes básicas del hombre, o bien de los trabajos de Daniel Kahneman, que distingue entre el pensamiento rápido (asociado a la lógica analógica) y el pensamiento lento (asociado a la lógica simbólica). Incluso desde la neurociencia se ha encontrado un vínculo entre los afectos y la capacidad de un individuo de tomar decisiones, a través de los trabajos de Antonio Damasio.

Por lo general, se supone que el empresario es un ser inhumano y materialista, que sólo piensa en sus ganancias, y que está rodeado de seres espirituales entre los cuales se encuentran varios socialistas que esperan algún día poder contemplar la expropiación de su empresa. Milton Friedman escribió: “Si el comportamiento de los empresarios no se aproxima de algún modo al comportamiento consistente con la maximización de los rendimientos, parece improbable que permanezcan mucho tiempo en el mercado” (De “Filosofía y teoría económica” de F. Hahn y M. Hollis-Fondo de Cultura Económica-México 1986).

Debido a que existe un flujo de bienes y servicios desde los productores hacia los consumidores, y un flujo monetario en sentido inverso, pueden establecerse, en principio, dos formas descriptivas distintas, y equivalentes, según se considere a uno u a otro, y que han sido denominados como economía real y simbólica, respectivamente. Sin embargo, la economía simbólica en cierta forma parece inducir en los distintos actores económicos que el dinero es lo importante y la producción lo secundario, favoreciendo la tendencia a la especulación. Peter Drucker escribió:

“En la economía keynesiana, la oferta es una función de la demanda y está controlada por ésta. Por sobre todo –la más grande innovación-, Keynes redefinió la realidad económica. En lugar de bienes, servicios y realidades laborales del mundo físico y de las «cosas», las realidades económicas de Keynes son símbolos: dinero y crédito. Para los mercantilistas, también, el dinero daba control, pero político antes que económico: Keynes fue el primero es postular que el dinero y el crédito dan completo control económico”. “Bienes, servicios, producción, productividad, demanda, empleo y finalmente precios, son todas variables dependientes de los acontecimientos macroeconómicos de la economía monetaria, del símbolo”.

También Milton Friedman fundamenta su visión en la economía simbólica. El citado autor escribe: “La economía de Friedman se centra por completo en la demanda. El dinero y el crédito son la realidad económica que lo penetra todo, y en verdad, la única” (De “La crisis en la Teoría Económica”).

El inconveniente que observa Drucker en la economía del símbolo es que en ella no aparece en forma explicita la productividad y la formación de capital, que son las causas del crecimiento económico. Recordemos que en la mecánica aparecen tres versiones distintas de una misma teoría, como son las formulaciones de Newton, Lagrange y Hamilton. La primera utiliza como variables básicas a la fuerza y la masa; la segunda a las energías cinética y potencial; la tercera a la posición y la cantidad de movimiento. Existen algunos descubrimientos teóricos que son dificultosos o imposibles de establecer a partir de las restantes versiones. Adoptar distintas variables implica cambiar la perspectiva para describir el mismo “paisaje”. De ahí la ventaja de su formulación. Volviendo a la economía, Drucker escribe: “Dentro del sistema keynesiano no hay lugar para la productividad, ningún modo de estimularla o incentivarla, ningún medio para hacer más productiva la economía”. “Tampoco puede encararse la formación de capital dentro del universo económico keynesiano”.

Los teóricos de la economía no pierden la esperanza de establecer un vínculo firme entre micro y macroeconomía. Lo importante del caso es hacer que la economía real tienda a fundamentarse en la microeconomía. Peter Drucker escribió: “La «revolución científica» futura, el derrocamiento de los paradigmas que subyacieron en la teoría y en la política económicas estos últimos treinta años, puede iniciarse con la productividad o con la formación de capital. Hay comienzos en ambas áreas. Pero que exista tanto una crisis de la productividad como una crisis de la formación de capital, torna seguro que la próxima economía tendrá que ser nuevamente microeconómica, y centrarse en la oferta. Tanto la productividad como la formación de capital son microacontecimientos. Ambas se ocupan también de los factores de producción, antes que de ser funciones de la demanda”.

Es oportuno decir que no sólo el economista o el inversor tienden a pensar que el dinero es lo prioritario bajo el pensamiento asociado a la economía simbólica, sino el ciudadano común que cree y admite que toda su seguridad y su bienestar dependen exclusivamente de la macroeconomía y que ésta, a su vez, depende del Estado. De ahí que busque algún tipo de protección estatal antes de pensar en cómo producir y en cómo formar capital.

martes, 25 de marzo de 2014

Cuando la patria no es lo importante

La persistente decadencia de la Argentina se advierte en la ausencia de patriotismo, tanto en el ciudadano común como en quienes se dedican a la función pública. Son minoritarios los ejemplos de quienes se dedicaron seriamente a mejorar el bienestar y la seguridad de toda la población en lugar de hacerlo respecto a sus ventajas personales en su desempeño público. Esta conclusión se extrae al considerar las acciones de los hombres y no así sus repetidas declamaciones a favor de los pobres, o de la patria, supuestos destinatarios de su labor. Nicolás Berdiaeff escribió: “En el patriotismo, la vida emocional es más espontánea, más natural; representa, ante todo, una expresión del amor de los hombres por su patria, su tierra, su pueblo. Incontestablemente, el patriotismo es un valor emocional que no exige racionalización. La ausencia total de patriotismo es un fenómeno anormal, un defecto” (De “Reino del espíritu y Reino del César”-Aguilar SA de Ediciones-Madrid 1953).

Entre los personajes más populares y representativos del país encontramos a Eva Duarte de Perón, quien alguna vez compró en Holanda, para “obsequiar” a sus amados obreros, 5.000 pistolas y 1.500 ametralladoras, previendo una eventual defensa del gobierno peronista. El odio hacia el sector opositor era tan grande que justificaba incluso la violencia a gran escala. Desde el otro sector, la respuesta llegó, en cierta ocasión, con bombardeos indiscriminados en Plaza de Mayo, que tenían como objetivo la Casa de Gobierno, pudiéndose haber procedido de una forma menos violenta, o no violenta.

Se puede seguir enumerando toda una serie de errores cometidos en el pasado, lo cual puede resultar instructivo para no seguir cometiéndolos, si bien lo importante consiste en encontrar la causa principal de tal decadencia, que podemos sintetizarla en el predominio del egoísmo sobre la actitud cooperativa destinada al resto de la sociedad, ya que patriotismo no implica amar a un suelo o a un paisaje, sino a los seres humanos que lo habitan.

Resulta oportuno observar ejemplos positivos que nos brindan otros países que atravesaron circunstancias similares en las que las divisiones internas fueron superadas una vez que el sentimiento patriótico significó más que el efímero éxito personal de los políticos de turno. Podemos tomar como ejemplo a la India de Gandhi y de Nehru, quienes supieron conquistar la Independencia de su país del dominio británico para luego conducirlo. En un primer momento, y luego de observar muchas escenas en donde ambos líderes aparecen juntos, nos da la sensación de que pensaban cosas similares y que por ello pudieron alcanzar el éxito en su emprendimiento. Sin embargo, ocurrió lo contrario; ya que hubo serias divergencias ideológicas que pudieron superarse gracias a que el patriotismo predominaba en ellos por encima del egoísmo que pudieran tener. En la Argentina, no debemos esperar que todos los políticos piensen idénticas cosas, ni que dejen de lado todo egoísmo personal, sino que anhelamos que el patriotismo lo supere ampliamente.

Respecto de los líderes mencionados, Jorge Fontevecchia escribió: “Para modificar tanto atraso, lucharon dos hombres a los que todo separaba: Nehru y Gandhi. Nehru era un racionalista al que consternaba la costumbre de sus compatriotas de no salir de sus casas los días de malos augurios. Era un idealista que soñaba en conciliar dos regimenes contrapuestos: la democracia parlamentaria inglesa y el socialismo económico de Marx”.

“Nehru era un gentleman que, a regañadientes, vestía un sencillo khadi de algodón por deferencia a Gandhi. Odiaba a la religión, cuando la esencia misma de Gandhi era su inquebrantable fe en Dios. Su carácter ardiente estaba en la antípoda de la no violencia que prescribía Gandhi. Profesaba un verdadero culto a la literatura, la ciencia y la técnica, que para Gandhi eran «las brujas responsables de la infelicidad de toda la humanidad». Y siempre había considerado irracionales las grandes iniciativas de Gandhi, como la desobediencia civil o la Marcha de la Sal (procesiones populares a las costas en búsqueda de sal marítima casera para boicotear la que vendían los ingleses), a las que había acatado sólo por afecto a él, pero reconociendo más tarde que el Mahatma terminaba teniendo razón aunque no pudiese comprender por qué. Nehru necesitaba apoyarse en la presencia tranquilizadora de Gandhi para superar las crisis que generaba su ardiente personalidad”.

“El darshan, esa transmisión de influencia espiritual benéfica a través de una corriente indefinible, también era lo que, pese a todo, unía a Nehru con Gandhi. Nehru se amargaba cuando Gandhi sostenía que «la ciencia no debe regir los valores humanos, la verdadera civilización no es la multiplicación indefinida de las necesidades del hombre sino, por el contrario, su deliberada limitación». «La salvación de la India –sostenía Gandhi- reside en desaprender todo lo que [la ciencia] ha descubierto en los últimos cincuenta años». Nehru quedaba perplejo cuando le decía a Gandhi: «Bapujui [padre], no comprendo, ¿cómo puedes haber dicho esto la semana pasada y afirmar hoy todo lo contrario?». «Ah –contestaba Gandhi-, es que he aprendido mucho desde la semana pasada»”.

Quizás no exista actitud más deshonesta que la de pedir dinero prestado para luego no devolverlo, incluso culpando al prestamista por haber obrado de “mala fe”. Esta es la actitud predominante en un importante sector de políticos y ciudadanos argentinos. Incluso se considera legítimo tergiversar las estadísticas oficiales de la inflación para pagar menos intereses a los accionistas que compraron bonos estatales ajustados por el índice de precios. Gandhi, como era de esperar, actuaba en una forma opuesta en ocasiones similares. El citado autor escribió: “El concepto de disciplina es diferente en la India que en la Argentina: Mahatma Gandhi realizó su última huelga de hambre para que su país cumpliese el compromiso de pagarle a Pakistán una deuda de quinientos millones de dólares en 1947, porque el gobierno indio, ya independiente, se negaba a hacerlo con el razonable argumento de que con ese dinero Pakistán compraría más armas para la guerra que enfrentaba a ambos países por Cachemira (y los sigue enfrentando casi sesenta años después). Gandhi sostenía que la India debía dar un ejemplo moral y cumplir con la deuda. El gobierno indio, con tal de que no falleciera su padre de la patria, aceptó realizar el pago” (De “Entretiempo”-Editorial Aguilar-Buenos Aires 2005).

Para la mentalidad argentina, Gandhi sería considerado un anti-patria, o un traidor, lo que no debería asombrarnos si se tiene en cuenta que un importante sector de la sociedad admira a Perón, Eva Perón y al Che Guevara. Si se rechaza a quienes predican la no violencia y la moral, necesariamente se acepta a los que promueven los antagonismos y la violencia. Mientras que la India logró revertir la situación de extrema pobreza que sufría su población (aunque no del todo), la Argentina mantiene la tendencia decadente propia del subdesarrollo cultural.

Mientras que en los países serios se sobreentiende que las decisiones gubernamentales deben ser compatibles con la moral elemental, en los países conducidos por gobiernos populistas se actúa según el criterio de la legitimidad que otorga “el menor nivel delictivo”, o “la menor incapacidad de gobierno”. Cuando se le preguntó al ex diputado venezolano, chavista, Modesto Guerrero acerca de si existía independencia de la justicia en su país, afirmó tranquilamente: “No hay justicia independiente, pero nunca antes la hubo”. De ahí que no se considera que sea un síntoma de tiranía tal dependencia, ya que se puede justificar por comparación con otras situaciones supuestamente peores. En la Argentina, cuando se habla de la inflación, que puede llegar a niveles muy elevados si no se hace nada, se la justifica aduciendo que “es mucho menor que la de los años 80”, o que “estamos mejor que durante la seria crisis del 2001”.

Cuando predomina el egoísmo sobre el patriotismo, puede existir un débil nivel de patriotismo, aunque no el suficiente para las exigencias del momento. En cambio, los gobiernos populistas, como el peronismo y el kirchnerismo, al promover el odio colectivo, utilizan a medio país para que ataque a la otra mitad; porcentajes más, porcentajes menos. Es decir, no sólo predomina el odio y el egoísmo, sino que ni siquiera existe nivel alguno de patriotismo. Por algo la propia Constitución califica de “infames traidores a la patria” a quienes pretendan dominar desde el Poder Ejecutivo al Legislativo y al Judicial. El citado autor escribió: “Las democracias primitivas e imperfectas, donde el presidente acumula un poder omnímodo en detrimento del Congreso y la Justicia, producen ciertas similitudes con los sistemas totalitarios que se dieron en el mundo marxista, donde se desarrollaron en mayor proporción personalidades como Stalin, Mao, Ho Chi Minh o Fidel Castro”.

Para colmo, los líderes populistas tratan de convencer a la población que se preocupan mucho por ella. Jorge Fontevecchia agrega: “El colmo de la omnipotencia es la semiomnipotencia. No sólo pretende esclavizar a su dependiente sino que le reclama que lo llame liberador y le agradezca lo mucho que hace por él”. “El resentimiento –volver a sentir- es la falta de capacidad para dejar atrás el pasado, envenenando el presente y corrompiendo el futuro. Si se derrocha el tiempo, se derrocha el capital más precioso. No hay ejercicio de mayor soberanía que ejercer soberanía sobre el tiempo”.

Mientras que el patriotismo impulsa las acciones del político que busca orientar la vida social de los individuos pensantes y racionales, la ausencia de patriotismo motiva las acciones del demagogo que busca dirigir la vida del hombre-masa, a quien se supone exento de atributos individuales. Nicolás Berdiaeff escribió:

“El mundo entra en la era del cesarismo, el cual, como todo cesarismo, tendrá un carácter plebeyo muy marcado, representando el levantamiento plebeyo contra el principio aristocrático en la cultura. Un líder contemporáneo puede ser el precursor de un nuevo César; es un líder de las masas populares y ha sido exaltado psicológicamente por las colectividades contemporáneas. El líder gobierna a las masas mediante la demagogia y, sin ella como instrumento, es completamente impotente y puede ser derrocado; sin ella nunca habría llegado al poder. El líder depende por completo de las masas, a las que gobierna despóticamente, depende de la psicología de la colectividad, de su emotividad y de sus instintos. El poder de los líderes descansa por entero sobre el subconsciente, juega siempre un papel preponderante en las relaciones de gobierno. Pero lo sorprendente es que en el mundo contemporáneo el poder que se basa en el subconsciente y lo irracional usa métodos de extrema racionalización y tecnización de la vida humana; realiza una planificación racional estatal no solamente de la economía, sino del pensamiento humano, de la conciencia humana e incluso de la vida privada, sexual y erótica. La racionalización y tecnización contemporáneas están dominadas por instintos subconscientes e irracionales, instintos de violación y de dominación” (De “El destino del hombre contemporáneo”-Editorial Pomaire-Santiago 1959)

domingo, 23 de marzo de 2014

La desmemoria colectiva

La tergiversación histórica de los setenta ha tenido, como efecto principal, prolongar y acentuar la división de la sociedad argentina. Tal división se proyecta desde los medios masivos de comunicación, oficiales y partidarios, hacia el resto de la sociedad. Se trata de mantener vivo el resentimiento y el desprecio entre sectores antagónicos, ya que se ha excluido de toda culpa al bando agresor que intentaba instaurar en el país un régimen carcelario similar al de la URSS o de Cuba.

La desmemoria colectiva ha sido sintetizada por el historiador Agustín Laje Arrigoni en algo más de una veintena de mitos que han sido puestos en circulación para su instauración en la sociedad para que se transmitan como se transmite un rumor. Tales relatos aparecen en el libro “Los mitos setentistas: Mentiras fundamentales sobre la década de los setenta” (Buenos Aires 2011), que aquí se mencionan junto a un breve comentario por parte del autor del presente escrito.

Mito 1: “En la década de los setenta no hubo una guerra”. Los grupos marxistas llegaron a disponer de más de 15.000 efectivos armados. Como realizaban acciones terroristas, puede tenerse una idea de su peligrosidad, considerando los daños que puede hacer uno solo de ellos. Para el adiestramiento militar, por Cuba pasaron unos 6.000 de ellos.

Mito 2: “Los militantes de las organizaciones armadas eran «jóvenes idealistas»”. El “ritual de iniciación” de Montoneros, para el ingreso de un nuevo guerrillero, consistía en asesinar, a traición, a un agente de policía, para robarle el arma y el uniforme. En todo el país asesinaron a unos 372 policías. Eran “idealistas”, pero con el ideal marxista en la mente, que implicaba exterminar a todo el que se opusiera a sus planes de conquista del poder.

Mito 3: “Los «militantes de la lucha popular» peleaban por un mundo mejor”. La implantación del socialismo en la Argentina no iba a establecer “un mundo mejor”. Las experiencias de la URSS, China, Camboya, etc., muestran que la seguridad y la integridad del ciudadano normal corren serios peligros cuando se lo tilda de “burgués”, por lo que las ventajas del socialismo son para los que detentan el poder.

Mito 4: “Las guerrillas resistieron la dictadura para reinstaurar la democracia”. La dictadura del 76 tuvo incluso el apoyo del sector político que advirtió el peligro que corría la nación ante el avance de los guerrilleros. Los inicios de Montoneros y ERP son bastante anteriores al gobierno militar, ya que actuaron en épocas democráticas. La vuelta a la democracia se estableció finalmente, mientras que, de haber triunfado el sector marxista, estaríamos bajo la tutela de un tirano similar a Fidel Castro.

Mito 5: “La guerrilla estaba constituida por sectores humildes y populares”. La mayor parte de sus integrantes pertenecían a familias socialmente reconocidas, de clase media y alta, y estaban motivados por sus ansias de poder antes que por lograr el bienestar de los pobres.

Mito 6: “Las organizaciones armadas tenían amplio apoyo popular”. Las veces en que tales sectores actuaron en política, lograron muy poco apoyo, excepto durante el kirchnerismo, cuando la deformación de la verdad histórica adquirió bastante importancia.

Mito 7: “Los guerrilleros sólo atacaban a miembros de las «fuerzas represivas»”. También asesinaron a unos 54 empresarios, o empleados jerárquicos de empresas, a dirigentes sindicales, intelectuales, o a quien fuera considerado opositor.

Mito 8: “Las organizaciones armadas, a diferencia de las del Estado, no torturaban a sus enemigos”. Hay muchos casos comprobados de tortura, como la de un militar encerrado durante mucho tiempo en un espacio muy reducido.

Mito 9: “El poder de la guerrilla argentina fue insignificante”. Los grupos que actuaban en Tucumán no pudieron son controlados por las fuerzas policiales, por lo que tuvo que actuar el Ejército. Incluso tenían el proyecto de “liberar” a tal provincia para luego buscar el reconocimiento internacional como región “independiente” (socialista). Mientras que los argentinos esperamos la anexión de las Islas Malvinas al territorio nacional, los marxistas trataban de hacer todo lo contrario con Tucumán.

Mito 10: “Los sacerdotes tercermundistas eran filántropos que estaban al servicio de la opción por los pobres”. El marxismo fue siempre un enemigo acérrimo de la religión, especialmente la cristiana. De ahí la necesidad de usurparla para destruirla en aquellos países con tradición católica. El amor y el odio son actitudes completamente opuestas, tanto como lo es el cristianismo con el marxismo. Los pobres son siempre usados como pretextos para ejercer la violencia. Quien más hace por los pobres es el empresario que puede ofrecer puestos de trabajo; justamente quien más es denigrado y calumniado por los marxistas.

Mito 11: “El gobierno constitucional ordenó «aniquilar» a la guerrilla pero eso no implicaba matar a los guerrilleros”. Luego de la creación de la Triple A, organización paramilitar dependiente del Ministerio de Bienestar Social, dirigido por José López Rega, puede afirmarse que el “exterminio” de los terroristas era “la voluntad del General Perón”.

Mito 12: “El golpe se pudo haber evitado porque faltaba poco para las elecciones y la sociedad reclamaba una salida democrática”. Debido al estado de guerra interno y a la evidente debilidad del gobierno de Isabel Martínez de Perón, la sociedad, incluso muchos dirigentes políticos de diversos partidos, veían como única alternativa viable que las Fuerzas Armadas se hicieran cargo del gobierno.

Mito 13: “La guerrilla fue una excusa de los militares para hacer el golpe, pues mucho antes del 24 de marzo la subversión ya estaba liquidada”. La guerrilla marxista fue la iniciadora y causante de la violencia terrorista, y generadora de las condiciones que favorecieron el posterior ascenso de los militares al poder. El año 1975 fue el año cumbre de Montoneros, disponiendo de unos 5.000 combatientes.

Mito 14: “El 24 de marzo de 1976 se inició una política sistemática de desaparición forzada de personas y represión ilegal a la guerrilla”. Debido a que había una “guerra sucia”, especialmente por parte de los terroristas, los métodos de represión tuvieron características similares, ya que era muy difícil contener la reacción espontánea de policías y militares que a lo largo y a lo ancho del país debían afrontar el riesgo cotidiano de ser asesinados a traición, es decir, fuera de toda acción bélica.

Mito 15: “Los «represores» implementaron un plan sistemático de exterminio contra todo aquel que pensara distinto”. La represión apuntaba concretamente hacia quienes participaban en forma directa de la guerrilla, incluso los ideólogos marxistas, que fueron el primer eslabón de la secuencia de la violencia, no descartándose excesos en la represión, como ocurre en toda guerra.

Mito 16: “Las Fuerzas Armadas practicaron «terrorismo de Estado»”. Las Fuerzas Armadas se limitaron a cumplir con sus obligaciones, tales la de defender la nación contra ataques a su integridad, especialmente cuando se trata de ataques foráneos (recordemos que la guerrilla era apoyada por el Imperialismo soviético a través de Cuba). No se les puede criticar su actuación, excepto por los casos concretos en que no se respetaron las leyes de guerra vigentes. Gran parte de la tergiversación histórica proviene de considerar que “no hubo una guerra” y que, por lo tanto, deberían aplicarse a los militares los reglamentos asociados a la vida civil en épocas de paz.

Mito 17: “El gobierno militar se llevó la vida de 30.000 «compañeros desaparecidos»”. Según las listas de la CONADEP, sólo 4.905 desaparecidos son identificados por el número de documento. La cifra resulta mayor si se tiene en cuenta que ningún terrorista utilizada su nombre verdadero, sino un pseudónimo. Al recibir una importante indemnización por parte del Estado, la nómina se agrandó.

Mito 18: “La mayoría de los desaparecidos pertenecía a sectores humildes y de origen obrero”. Como la guerrilla surgió de gente de clase media y alta, los desaparecidos pertenecían a estas clases. Pocas veces se ha escuchado decir que las Fuerzas Armadas atacaban a alguien que no tuviese nada que ver con la acción guerrillera.

Mito 19: “Las Fuerzas Armadas diezmaron una joven generación con ideales”. Si se habla de una “generación con ideales”, debe hacerse referencia a los jóvenes que estudian o trabajan, y no a un grupo que se dedicaba a asesinar, a secuestrar personas y a colocar bombas. A menos que la destrucción de una nación, incluidos sus habitantes, sean considerados como “un ideal”.

Mito 20: “Un caso emblemático de persecución a los jóvenes se conoció como «La noche de los lápices»”. Algunos ex Montoneros, como Martín Caparrós, han desmentido tal situación ya que, en realidad, durante tal manifestación de estudiantes, que pedían la rebaja del precio del boleto estudiantil, se procedió a la detención de algunos que formaban parte de los grupos terroristas.

Mito 21: “La política represiva del Gobierno militar fue un genocidio”. La palabra “genocidio” se utiliza generalmente para describir la matanza generalizada de gente perteneciente a un grupo étnico o social, mientras que la acción militar se desarrolló en el marco de una guerra contra grupos subversivos.

Mito 22: “El accionar de las «fuerzas represivas» fue similar al accionar del nazismo en Alemania”. Muchos autores afirman que la ideología marxista-leninista se identifica bastante con el nazismo, y que en la Alemania de la primera posguerra, muchos marxistas se pasaban a las filas del nazismo. La táctica de la eliminación de toda oposición fue implantada por Montoneros y el ERP, mientras que los organismos estatales de seguridad adoptaron luego una táctica similar.

Mito 23: “El Proceso de la Reorganización Nacional inauguró la censura en la Argentina”. En épocas de la segunda presidencia de Perón, especialmente, se cerraron diarios y emisoras radiales opositoras. Luego, el gobierno militar que lo derrocó “prohibió” al peronismo. También los militares del 76 prohibieron toda la información que promoviera la violencia política, es decir, los asesinatos, los secuestros, los atentados, etc., tal como lo promueve el marxismo-leninismo.

Mito 24: “Los guerrilleros ni siquiera tuvieron derecho a juicio justo”. Muchos guerrilleros fueron encarcelados luego de ser juzgados por sus acciones ilegales. Durante la presidencia de Héctor Cámpora, se los liberó, y volvieron a delinquir.

Mito 25: “Se está haciendo justicia al juzgar a los «genocidas»”. Los militares están siendo juzgados principalmente por cumplir con sus obligaciones de defender a la nación ante el embate de fuerzas que la pretendían destruir. Esto resulta evidente cuando se juzga a militares, policías y jueces que nunca participaron en acciones bélicas, es decir, se los juzga por actuar en defensa de la nación. Esto tiene cierta coherencia lógica al advertir que un sector de la sociedad considera como héroes a quienes cometieron asesinatos, secuestros y atentados tratando de imponer un gobierno totalitario.

Estos mitos, ampliamente difundidos, permiten advertir que el odio marxista de los setenta sigue intacto. Afortunadamente, muchos ex guerrilleros reconocieron sus graves errores, y son los que equivocaron el rumbo de sus vidas por cuanto los ideólogos marxistas les hicieron creer que mediante la violencia se consigue mejorar una sociedad. Como consecuencia de la tergiversación histórica, en la Argentina seguimos mirando hacia atrás, y no hacia el futuro.

jueves, 20 de marzo de 2014

La vida política

Se ha dicho del hombre que es una animal social, o político, por cuanto lo esencial de su naturaleza es la forma en que se vincula con los demás integrantes de su comunidad; es decir, el hombre en interacción con sus semejantes. Por ello, cuando se habla del hombre libre, no implica alguien aislado y sin interacción social, sino alguien que puede orientar sus acciones y elegir su futuro en una forma autónoma. La idea de libertad, respecto de otros hombres, implica también la idea de igualdad, y ambas se consolidan con el cristianismo. Aristóteles escribió: “El hombre es, por naturaleza, un animal político”.

Si se considera que los demás poseen los mismos derechos y son afectados por los mismos deberes, no se les debería restringir su autonomía respecto a sus elecciones mediatas e inmediatas. Henry Kamen escribió: “La libertad proclamada por los apóstoles era tanto externa como interna. Internamente, la gracia de Cristo había redimido y absuelto al hombre, dándole la libertad absoluta de los hijos de Dios. En correspondencia, el cristiano debe respetar a los demás con un espíritu de caridad basado en la libertad: no se debe herir la conciencia del prójimo”. “Externamente, los cristianos tenían que estar libres de represiones y persecuciones políticas, ya que, según Cristo, debían cumplir irreprochablemente todas sus obligaciones conforme al «da al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». En otras palabras, las esferas del gobierno secular y de la religión estaban separadas, y el Estado no tenía derecho a imponer la aceptación de la religión con tal que uno cumpliese fielmente todas las obligaciones con él. La diferenciación absoluta de la Iglesia y el Estado, prescrita con tanta claridad por Cristo, se convirtió en el código de las reclamaciones cristianas de tolerancia bajo el Imperio Romano” (De “Los caminos de la tolerancia”-Ediciones Guadarrama SA-Madrid 1967).

Los valores asociados a la vida en sociedad son la libertad y la igualdad. Puede decirse que la interacción entre dos individuos es libre cuando también es igualitaria. Son dos valores que se cumplen, o no, juntos. En el caso del cristianismo, la libertad se logra como consecuencia de haber previamente adoptado una actitud predispuesta a compartir las penas y las alegrías de los demás como si fuesen propias (o al menos haberlo intentado), tal el significado del amor al prójimo. El hombre se siente libre cuando advierte que es tratado igualitariamente, y cuando es considerado importante para los demás, ya que se respetan sus derechos y se lo obliga moralmente a cumplir con sus deberes.

Cuando no aparece el sentimiento de igualdad, la persona advierte que es poco importante para el otro. Es tratado como un ser inferior ya que no se respetan sus derechos esenciales mientras se lo presiona compulsivamente para que cumpla con sus deberes. Quien hace sentir inferiores a los demás es el que presupone su propia superioridad, aunque muchas veces trate de compensar con ello un previo complejo de inferioridad.

Existe, por cierto, una superioridad parcial y circunstancial, que podríamos denominar natural, y es la del docente respecto al alumno, o del médico frente al paciente. Sin embargo, el trato igualitario, aun en las situaciones mencionadas, implica que el docente no descarta la posibilidad de que el alumno lo hubiese superado si pudiera haber compartido la etapa adolescente del docente, o bien que lo superará en el futuro cuando sea adulto. En todos los casos, el trato igualitario surge al priorizar los valores éticos antes que los intelectuales o los materiales.

La conclusión importante es, entonces, que la igualdad se logra junto a la libertad cuando predomina determinada escala de valores, mientras que no se logran en los otros casos. Así, la “igualdad artificial” que se trató de imponer en los sistemas socialistas, resultó ser una igualdad ficticia que incluso se estableció a costa del enorme costo que implicó la pérdida de la libertad. Tampoco se consiguió la igualdad económica, aunque de haberse logrado sólo hubiese servido para aliviar la vida del envidioso, es decir, la revolución socialista implicó cambios destinados a la adaptación de gran parte de la sociedad a las necesidades psicológicas de quienes tenían la peor falla moral, que por cierto tampoco se beneficiaron con los cambios, ya que la eliminación de la envidia se logra por medios distintos. De la misma manera en que se puede definir tanto al socialismo como al liberalismo según sus objetivos perseguidos, se los puede caracterizar también por los resultados concretos que posibilitan sus respectivas directivas. De ahí que pueda decirse que el socialismo es el sistema que impide lograr tanto la libertad como la igualdad. Michael Voslensky escribió:

“Steinberg, socialista revolucionario de izquierda, comisario del pueblo de Justicia del primer gobierno de Lenin, describe así a los dominadores y a los dominados de la Rusia soviética: «Por una parte, embriaguez del poder, insolencia triunfante, calumnias y pequeñas maldades, venganzas de baja estofa y desconfianzas sectarias, desprecio cada vez mayor hacia los subordinados. En una palabra, un nuevo poder. Y por otra parte, desaliento, miedo a las represalias, cólera impotente, odios silenciosos, adulaciones, mentiras perpetuas. El resultado: dos nuevas clases a las que separa un enorme foso psicológico y social»” (De “La Nomenklatura”-Editorial Crea SA-Buenos Aires 1981).

Según el criterio anterior, puede decirse que el liberalismo permite lograr la libertad a partir de la igualdad personal o afectiva (no económica) por cuanto, al establecerse la igualdad económica, se restringen o se limitan las potencialidades productivas individuales. Es decir, el liberalismo permite lograr los objetivos mencionados siempre y cuando exista en la población una aceptable predisposición para el trabajo, la inversión y la innovación, mientras que en el socialismo tales predisposiciones son ignoradas y reemplazadas por la obediencia y la obsecuencia, necesarias para la supervivencia bajo tal sistema.

Las distintas sociedades apuntan hacia el futuro en forma no unánime, ya que existen diferentes opiniones respecto a la elección del camino a seguir. Existen tres orientaciones principales que en cierta forma se identifican con las posturas conservadora, socialista y liberal. Eduardo Briancesco escribió en referencia a la opinión de Víctor Massuh: “Así, pues, el conservador, fijo en el pasado, quiere preservar el orden tradicional a todo precio. El destructor pretende acabar, liquidar lo pasado y presente, abriéndose al futuro que él piensa preparar mediante la destrucción. El innovador, en fin –que goza indudablemente de las preferencias de Massuh- espera ardientemente ese futuro, atisbándolo a través de las mil formas que encuentra en el presente inmediato, y gracias a esa búsqueda apasionada cree preparar el descubrimiento de un nuevo principio, capaz de dar al mundo un sentido y alegría inéditos” (De “Cristianismo y política”-Cuadernos de encuentro-Buenos Aires 1972).

Los dos problemas centrales de la ciencia política consisten en evitar la falta de gobierno, por una parte, y el exceso de gobierno, por otra parte. En el primer caso, se pierde toda posible seguridad personal y predomina el caos; por lo que se afirma que es mejor un mal gobierno que su ausencia. En el segundo caso se pierde tanto la libertad como la igualdad, predominando la servidumbre colectiva. Diego Tatián escribió: “La filosofía política reconoce en su historia una tradición que tiene por motivo fundamental la defensa del orden o la unidad contra la anarquía, y otra que procura la libertad contra la opresión”.

El vínculo que une a los distintos integrantes libres de una sociedad ha de ser de tipo afectivo, implicando un vínculo moral. Por el contrario, los vínculos materiales, como los medios de producción, propuestos por el socialismo, nos llevan a pensar en una colmena o en un hormiguero. El citado autor escribió: “La construcción de la vida buena en tanto vida política remite en Aristóteles –de manera compleja- a la amistad; en efecto, «la obra propia de la política consiste en producir la mayor cantidad posible de amistad». Pero la vida buena, como así también la amistad, está vedada a los malos, a los malvivientes; quienes se hallan sumidos en la vida mala, los malintencionados, no pueden ser amigos ni pueden formar parte de una «koina ta philon», de una comunidad de amigos –tampoco podrán ser buenos ciudadanos”.

“Aristóteles adjudica a los malos, a quienes llevan una vida mala, la desemejanza, la multiplicidad, el carácter polimorfo: «El hombre bueno es siempre semejante a sí mismo…el malo y el insensato no se parecen en nada por la tarde a lo que eran por la mañana»; pero, sobre todo, los malos son quienes no pueden dejar de preferir las cosas (prágmata) a las personas, quienes subordinan la amistad a los bienes, es decir aquellos para quienes «el amigo resulta ser un accesorio de las cosas y no las cosas de los amigos», Podríamos pensar que estas características de los malos –el polimorfismo y la ambición- los vuelve propensos a la adulación más que a la amistad” (De “La cautela del salvaje”-Adriana Hidalgo Editora SA-Buenos Aires 2001).

Ante lo expuesto, nos da la impresión que sólo se establecerá una sociedad éticamente aceptable cuando predomine la amistad sobre la ambición y los demás defectos de los hombres. Sin embargo, algunos autores sostienen que, debido a la parcial neutralización de los defectos, será posible establecer una sociedad que resulte aceptable a pesar de las fallas de muchos de sus integrantes. Immanuel Kant escribió:

“El problema de la constitución de un Estado puede ser solucionado, por muy extraño que parezca, aun cuando se trate de un pueblo de demonios, siempre y cuando estén dotados de inteligencia. El problema se reduce a esto: cómo organizar una multitud de seres razonables que desean, todos, leyes universales para su propia conservación, aun cuando cada uno de ellos, en el secreto de su ánimo, se inclina siempre a eludir la ley. Se trata de ordenar su vida en una constitución de tal modo que aunque sus sentimientos íntimos sean opuestos y hostiles unos a otros, se neutralicen entre sí y el resultado público de esos seres sea exactamente el mismo que si no tuvieran malas intenciones”.

Diego Tatián agrega: “Como podrá verse, se trata en esencia del programa político de Hobbes, en el que resultan cruciales los conceptos de obediencia e interés. Es decir, sólo el interés, el autointerés, el egoísmo, podrían motivar a un «demonio» o a un «lobo» a obedecer, no obstante su íntima «inclinación a eludir la ley». De manera que el problema a resolver es aquí el de cómo crear las condiciones políticas para que el interés en obedecer sea mayor que la inclinación a transgredir”.

Se advierte en este razonamiento, aplicado a la política, cierta similitud al razonamiento manifestado por Adam Smith para la economía, cuando establece que el proceso económico puede funcionar bien a pesar del egoísmo de los integrantes del grupo social. Ello no significa, como maliciosamente aduce la izquierda política, que el liberalismo “promueve el egoísmo”. Lo que en realidad afirma es que la economía de mercado funciona aceptablemente a pesar del egoísmo existente en muchos ciudadanos. Si el egoísmo se convierte en amistad y virtud, la economía funcionará mejor.

martes, 18 de marzo de 2014

Virus y anticuerpos en política

Cuando aparece un organismo extraño, que ataca nuestro cuerpo, surgen los anticuerpos para defenderlo. Si, por algún error, los anticuerpos reaccionan sin que nadie ataque, se producirán reacciones alérgicas, que ocasionarán efectos poco deseables. En política sucede algo similar, ya que, cuando aparece un sector que ataca de alguna forma a la sociedad, surgirán en su defensa otros sectores. Incluso algunos de ellos tomarán el poder con el pretexto de que alguien ataca a la sociedad, cuando no es así, constituyendo una especie de reacción alérgica sin legitimidad, haciendo indistinguible el virus del anticuerpo.

Gran parte de los movimientos de tipo fascista, surgidos en Europa, fueron promovidos por el peligro que significaba el comunismo, aunque en algunos casos quedó la duda acerca de quien era más peligroso: la enfermedad o los anticuerpos. La culpa por los males acontecidos debe recaer, no sólo ante los excesos de los “anticuerpos”, sino también en el sector que intentó tomar el poder bajo un gobierno de tipo totalitario. Los países democráticos, sin necesidad de dictaduras, se defienden con sus leyes ante los embates de ese tipo.

Las peores circunstancias por las que pasa una sociedad son generadas por sectores que promueven divisiones irreconciliables, situación que tarde o temprano conducirá a algún tipo de violencia, tal el caso del marxismo. Ante sus explícitos proyectos de expropiación de los medios privados de producción (y de otros medios), y ante la segura pérdida de la libertad personal, surge en la población la tendencia a apoyar a sectores políticos, o militares, que se opongan a esos proyectos. Así, el fascismo, al mostrarse como un anticuerpo ante el virus comunista, recibió inicialmente mucho apoyo, hasta que mostró sus serias debilidades. De no haber existido el marxismo, posiblemente no hubiesen existido tanto el fascismo como el nazismo. Walter Theimer escribió respecto del fascismo:

“Las antiguas fuerzas de la sociedad, y ante todo los grandes propietarios de las ciudades y el campo, habían llamado a Mussolini en su ayuda contra el radicalismo de izquierda, esperando siempre poder poner freno a su ímpetu: se equivocaron en eso, y fue él finalmente quien los desbordó. El proceso había de repetirse en Alemania, donde no quedaba institución alguna que, siquiera en el último momento, pudiera intervenir para salvar al país” (De “Historia de las ideas políticas”-Ediciones Ariel SL-Barcelona 1960).

Todo virus social produce una enfermedad social; siendo la peor de todas el odio colectivo, que puede incluso conducir a una guerra civil. Podemos mencionar, como ejemplo de sus síntomas, el caso de Enrique Santos Discepolo, autor del conocido tango “Cambalache”, quien condujo un programa radial, en la época de Perón, adhiriendo políticamente al tirano. Sus amigos dejaron de saludarlo y la gente en la calle lo insultaba. Durante la última etapa de su vida padeció una amarga soledad. En el tango nombrado relata y critica la crisis moral del siglo XX, por lo que resulta sorprendente su adhesión al peronismo.

Otro ejemplo es el del filósofo Miguel de Unamuno quien, pretendiendo ser neutral durante la Guerra Civil española, no le fue reconocida tal postura, por lo que fue calumniado por la gente que le rodeaba. En un discurso expresó: “Millán Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero, desgraciadamente, en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán Astray pudiera dictar las normas de la psicología de la masa. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor”.

Hugh Thomas relata lo que sigue a ese hecho: “Aquella noche, Unamuno fue al casino de Salamanca, del que era presidente. Cuando los miembros del casino, algo intimidados por estos acontecimientos, vieron la venerable figura del rector subiendo las escaleras, algunos gritaron: «¡Fuera! ¡Es un rojo, y no un español! ¡Rojo traidor!»”. “A partir de entonces, el rector ya no salió casi nunca de su casa, y la guardia armada que le acompañaba tal vez era necesaria para garantizar su seguridad. La junta de la universidad «pidió» y obtuvo su dimisión del cargo de rector. Murió con el corazón roto de pena el último día de 1936” (De “La guerra civil española” (2)-Ediciones Grijalbo SA-Barcelona 1976).

El surgimiento del peronismo resultó análogo a una reacción alérgica, por cuanto la situación previa a su aparición era aceptable; al menos no atravesaba ningún tipo de crisis. El deterioro posterior del país evidenció que se trataba, en realidad, de un virus político que hizo surgir los respectivos anticuerpos que provocaron posteriormente su destitución. Quienes aducen la legitimidad del acceso al poder que tuvo el peronismo, se les debe recordar que existen otras leyes adicionales, no menos importantes, las leyes naturales, que implican el respeto a los derechos que todo habitante tiene en su condición y dignidad de ser humano, que muy poco se valoraron durante la tiranía. El permanente acicateo para mantener vigente el odio colectivo hizo que la sociedad estuviera dividida y debilitada con el absurdo objetivo de engrandecer la popularidad del tirano. La explicación del apoyo de un importante sector de la población puede hallarse en que existen individuos que sólo se sienten importantes cuando forman parte de una agrupación política que promueve el odio, ya sea hacia los ricos, la oligarquía o el imperialismo yankee, tratando de justificar el fracaso económico personal asignando culpas a tales “enemigos”.

La venganza de Perón contra la nación se concretó cuando promovió sin interrupciones todo tipo de violencia, luego de su destitución; incluso estableciendo pactos con la guerrilla marxista para lograr su retorno “triunfal” al poder. Dicha guerrilla se convirtió así en un peligroso virus que amenazaba la salud de la nación, ya que buscaba imponer un gobierno totalitario, similar al de Fidel Castro, por lo que no faltaron los anticuerpos, constituidos por los organismos de seguridad del Estado.

El subdesarrollo sigue vigente por cuanto un país fracturado raramente logra encaminarse por la senda del desarrollo. El kirchnerismo, fiel a la tradición de usar a toda una nación buscando objetivos personales o sectoriales, ha mantenido y reavivado la división promovida anteriormente por el peronismo y luego por el marxismo, dándole un aspecto nuevo a un viejo problema.

Una gran parte de los conflictos ocurridos durante el siglo XX, se debieron al marxismo, por cuanto estaba presente en casi toda guerra civil o en toda fractura social. Tanto las dos Españas, como las dos Alemanias, como las dos Chinas, como los dos Vietnam, como las dos Coreas, los dos Chiles, etc., implicaban que uno de los sectores fue dominado por el “virus” mencionado. En caso de que el “sistema inmunológico” no esté bien desarrollado, triunfa definitivamente la enfermedad, como fue el caso de Cuba, cuyo invasor ocupa el poder desde 1959. Los calificativos de “virus” y “anticuerpos” son considerados en forma opuesta por el marxismo, de lo contrario, el conflicto ideológico ya se habría resuelto. Para el marxista, la enfermedad es el capitalismo y los anticuerpos los marxistas.

El fracaso y caída posterior del comunismo, abre esperanzas acerca de su definitiva superación, si bien no es de esperar que los propios marxistas acepten alguna vez la realidad. Puede decirse que la reacción anticomunista surge como una natural respuesta ante la mentira, el robo y el asesinato, acciones que caracterizan al marxismo activo, siendo las dos primeras de cumplimento “obligatorio”, mientras que la última surge en caso de “desobediencia ante el sometimiento”.

Al buscar la expropiación de los medios de producción, por parte del Estado, acusan al sector empresarial de robar parte del salario de los trabajadores (plusvalía), lo que no siempre es cierto. De ahí que fundamenten sus razonamientos con una mentira inicial. Luego, justifican la acción expropiadora sin ningún cargo de conciencia, porque aducen que es justo robarle a un ladrón. Este método de atacar primero, incluso con los mismos calificativos recibidos (por los atributos poseídos), es algo común en los movimientos totalitarios. Así, podemos mencionar el principios nazi correspondiente, que implica “cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo al ataque con el ataque”. La lista completa de los “mandamientos” de Joseph Goebbels es la siguiente:

1. Principio de simplificación y del enemigo único: adoptar una única idea, un único símbolo. Individualizar al adversario en un único enemigo
2. Principio del método del contagio: reunir diversos adversarios en una sola categoría o individuo. Los adversarios han de constituirse en suma individualizada
3. Principio de la transposición: cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo al ataque con el ataque
4. Principio de la exageración y desfiguración: inflar hechos y datos
5. Principio de vulgarización: toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar
6. Principio de orquestación: la propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentarlas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto
7. Principio de renovación: hay que emitir constantemente informaciones y argumentos
8. Principio de verisimilitud: construir argumentos a partir de fuentes diversas
9. Principio de la silenciación: acallar las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos
10. Principio de la transfusión: la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales
11. Principio de la unanimidad: llegar a convencer a mucha gente de que piensa “como todo el mundo”, creando una falsa impresión de unanimidad
(Citado en “Los mitos setentistas” de Agustín Laje Arrigoni-Buenos Aires 2011)

Queda la duda acerca de si los Kirchner adoptaron con mucha fidelidad el mencionado método de Goebbels o bien si éste surgió de sus mentes como una elaboración propia.

lunes, 17 de marzo de 2014

La teología de la liberación

Aunque resulte evidente que el amor al prójimo, predicado por el cristianismo, sea una actitud totalmente opuesta al odio colectivo, promovido por el marxismo, un sector importante de la Iglesia Católica dedica todos sus esfuerzos a la propagación de esta nefasta ideología. No deberíamos, sin embargo, sorprendernos demasiado por cuanto incluso varios sacerdotes se consideran “cristianos” aun cuando cometan abusos contra los niños o cuando el narcotraficante Pablo Escobar, cuya cantidad de asesinatos por él promovidos se estima en unos diez mil, se consideraba “creyente” y “cristiano”. De ahí que deba decirse que cristiano ha de ser quien cumpla con el mandamiento del amor al prójimo, o al menos, haga el esfuerzo por cumplirlo, en forma independiente de la fe o la creencia que pueda tener en materia filosófica o religiosa.

En épocas pasadas, quienes no estaban de acuerdo con la Iglesia, una vez que formaban parte de ella, simplemente se retiraban de la institución. En la actualidad, por el contrario, tratan de utilizarla para predicar el marxismo. Carlos A. Sacheri escribió al respecto: “Ahora, el hereje «hace voto» de permanecer dentro de la Iglesia, cueste lo que costare, no por un último lazo doctrinal o afectivo, sino en el convencimiento de que le será mucho más fácil ganar adeptos permaneciendo dentro de la comunidad cristiana, que marginándose de ella. Es innegable que la táctica subversiva así desplegada es mucho más eficaz que las anteriores, y trasunta esa duplicidad de procederes que los últimos Papas han asignado siempre al modernismo como característica esencial” (De “La Iglesia clandestina”-Ediciones del Cruzamante-Buenos Aires 1970).

El citado autor fue asesinado por la guerrilla marxista por cuanto no se le perdonó haber denunciado el accionar de grupos de “sacerdotes” que intentaban tergiversar el cristianismo para afianzar la penetración totalitaria en sociedades tradicionalmente católicas, siendo dicha religión considerada por el marxismo como el principal enemigo ideológico. Nikita Kruschev expresó: “Permanecemos ateos como siempre lo hemos sido; hacemos todo lo posible por liberar de la religión a aquellos pueblos que todavía la sufren”, mientras que Vladimir Lenin dijo: “La religión, este opio que idiotiza al pueblo” (Citado en “Marxismo; mito y realidad”-La Nación-Buenos Aires 1985).

El socialismo se presenta al ciudadano común como una solución simple para todos los problemas de la vida. Se supone que, luego de la transformación económica de la sociedad, e ignorando los demás “detalles”, surgirá mágicamente un hombre y un mundo nuevos. Wanda Bronska-Pampuch escribió: “La teoría comunista mostraba el camino, por el cual lo bueno podía introducirse en el mundo en forma rápida y efectiva. La palabra mágica era: eliminación de la propiedad privada de los medios de producción. En el mismo momento en que todas las fábricas y toda la tierra pertenecieran a los hombres en conjunto, cuando ya no hubiera propietarios individuales que explotaran a los demás en su afán de usufructo propio, entonces –así creíamos- los seres humanos se volverían automáticamente buenos. Ya no se engañarían ni se mentirían mutuamente. Nadie tendría ya puesta su mirada en la propiedad del prójimo”.

Esta confianza en la solución socialista deriva de una creencia previa: la de la existencia de dos tipos de hombres, los buenos (el proletariado) y los malos (la burguesía). Ya que tanto el bien como el mal están tan bien definidos, la solución evidente implica que los buenos destruyan a los malos. Luego, una vez destruido el mal, surgirá una sociedad óptima. Tal división implica promover una acción destructiva a realizar por quienes se consideran exentos de culpa, y en contra de aquellos sobre los cuales se asigna toda la responsabilidad por los males sociales. Nicolás Berdiaeff escribió:

“Los adeptos convencidos de esta doctrina no admiten discusión alguna, exactamente como los representantes convencidos de las ortodoxias religiosas. Cualquier crítica es considerada por ellos como un complot, como un ataque de las fuerzas perversas de la reacción capitalista. Siguiendo una concepción maniquea, los marxistas-comunistas dividen al mundo en dos partes; para ellos, el mundo que quieren destruir está gobernado por un Dios perverso; de este modo, todos los medios son permisibles a sus ojos”.

“Existen dos mundos, dos campos, dos religiones, dos partidos. Esta es una división militar. No existe ninguna pluralidad de formas; la pluralidad de las formas es una invención y un ardid del enemigo. También es un ardid del enemigo, que trata de debilitar la lucha, toda referencia a una moral universal, valedera para toda la humanidad, sea la moral cristiana o la moral humanista. De esta forma, se traza un círculo vicioso, sin salida” (De “Reino del espíritu y Reino del César”-Aguilar SA de Ediciones-Madrid 1953).

La diferencia esencial del marxismo, respecto del cristianismo, es que este último considera que la sociedad está compuesta por justos y pecadores, considerando que “todos somos pecadores”, sin atribuir su existencia a sectores sociales determinados, por lo cual promueve una mejora individual excluyendo todo tipo de violencia. De ahí que el marxismo adopte ciertas posturas similares a una religión. El citado autor escribió: “La filosofía de la historia ha incluido siempre un elemento profético y mesiánico. El descubrimiento del sentido de la historia es siempre profético y mesiánico. Este es el profetismo y mesianismo que penetra la filosofía de Hegel, de Marx, de Comte. Cuando se divide a la historia en tres épocas y en la última de estas épocas se ve el advenimiento de un orden perfecto, siempre es esto expresión de un mesianismo secularizado”.

“El determinismo económico no puede suscitar el entusiasmo revolucionario e incitar a la lucha. Este entusiasmo está suscitado por la idea mesiánica del proletariado y de la liberación de la humanidad. Al proletariado se le transfieren todas las cualidades del pueblo elegido”. “La idea del proletariado, que no tiene nada de común con el proletariado de la realidad empírica, es una idea místico-mesiánica. Esta idea del proletariado, y no el proletariado empírico, es la que debe ser investida de la autoridad dictatorial. Se trata, pues, de una dictadura mesiánica”.

Si bien las prédicas cristianas alaban la sencillez y la pobreza, rechazando simultáneamente la búsqueda de las riquezas, sobre todo porque se valora y se promueve principalmente a los valores éticos, cuando se interpreta que el pobre está libre de pecado y se supone que todas las culpas están en los ricos, se desvirtúa el mensaje cristiano y se difunde, no el espíritu de los Evangelios, sino frases fuera de contexto que se adaptan a la ideología marxista; la de la clase social “elegida”. P.A. Mendoza, C.A. Montaner y A. Vargas Llosa escribieron:

“[El sacerdote Gustavo Gutiérrez] buscó los libros sagrados y encontró la lectura adecuada para convertir a los pobres en el sujeto histórico del cristianismo. Estaba en los orígenes, en los salmos, en diferentes pasajes bíblicos, en anécdotas del Viejo y del Nuevo Testamento. Resultaba perfectamente posible, sin incurrir en herejía, afirmar que la misión principal de la Iglesia era redimir a los pobres, pero no sólo de sus carencias materiales, sino también de las espirituales. El concepto de liberación era para Gutiérrez mucho más que dar de comer al hambriento o de beber al sediento: era –como el «hombre nuevo» del Che y de Castro, a quienes cita- construir una criatura solidaria y desinteresada, despojada de viles ambiciones mundanas”.

“El problema se complica cuando Gutiérrez pasa de la teología a la economía y propone a su Iglesia el análisis convencional de la izquierda marxista para lograr el cambio. Dice el cura peruano: «Los países pobres toman conciencia cada vez más clara de que su subdesarrollo no es sino el subproducto del desarrollo de otros países debido al tipo de relación que mantienen actualmente con ellos. Y, por lo tanto, que su propio desarrollo no se hará sino luchando por romper la dominación que sobre ellos ejercen los países ricos»”. “Quien lo haya leído con cuidado [al libro “Hacia una teología de la liberación”], no puede ignorar su inmenso, doloroso y –seguramente sin proponérselo- sangriento disparate. Al final, su teología no ha servido a los pobres ni a la Iglesia” (Del “Manual del perfecto idiota latinoamericano”-Plaza & Janés Editores SA-Barcelona 1996).

Respecto a la “religiosidad” del marxismo, Nicolás Berdiaeff escribió: “Pueden distinguirse en el marxismo los siguientes rasgos religiosos: un estricto sistema dogmático, a pesar de su flexibilidad práctica; la distinción entre ortodoxia y herejía; la inmutabilidad de la filosofía de la ciencia: las santas escrituras de Marx, Engels, Lenin y Stalin, que pueden ser interpretadas, pero no puestas en duda; la división del mundo en dos partes: los creyentes-fieles y los descreídos-infieles; la iglesia comunista organizada jerárquicamente, con sus directrices procedentes de lo alto; la consciencia transferida al órgano supremo del partido comunista: el concilio; un totalitarismo que no es propio más que de las religiones; el fanatismo de los creyentes; la excomunión y la ejecución de los heréticos; la oposición a toda secularización en el seno de la colectividad de los fieles; el reconocimiento de un pecado original (la explotación). La enseñanza relativa al salto del mundo de la necesidad al mundo de la libertad es también de orden religioso. Es la esperanza de la transformación del mundo y el advenimiento del reino de Dios. La teoría marxista anticuada según la cual la situación de los obreros no hace más que empeorar y toda la economía camina hacia inevitables catástrofes, recuerda la explosión apocalíptica del mundo. Esta teoría no procede sólo a partir de la observación y del análisis del proceso económico real, sino también de un estado de espíritu escatológico, de la espera en la destrucción del mundo”.

Muy ligada a la teología de la liberación se encuentra la teoría de la dependencia, por la cual se atribuyen las culpas por el subdesarrollo latinoamericano a los EEUU. Sin embargo, si se tiene en cuenta el porcentaje del PBI de ese país vinculado al comercio con los países de la región mencionada, se observará que los motivos del subdesarrollo son otros. Michael Novak escribió:

“La teología de la liberación se ve especialmente obstaculizada por una antigua tradición latina que tiende a echarle la culpa a los de afuera, liberándose uno mismo de toda responsabilidad por su propio futuro. La forma actual de dicha tradición es aspirar a los beneficios del capitalismo negándose al mismo tiempo a reconocer la validez moral de sus costumbres e instituciones necesarias: las de la invención, la prudencia, el ahorro, la inversión, la puntualidad, la pericia, etc. Se trata quizá de un prejuicio étnico, en el fondo, basado en el desprecio por la cultura angloestadounidense (y japonesa)” (De “Libertad con justicia”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1992).

sábado, 15 de marzo de 2014

Iglesia y democracia económica

Existe una contradicción evidente cuando alguien afirma adherir a la democracia política mientras que rechaza, simultáneamente, a la democracia económica (economía de mercado), actitud que en realidad pone en duda la primera adhesión. Las ideas que justifican la democracia política son similares a las que justifican a la democracia económica, algo que puede intuirse si se hace una analogía entre la elección cotidiana que realiza todo comprador en un mercado con la elección política durante una votación. Álvaro Alsogaray advertía tal situación en la década de los sesenta:

“Los líderes políticos carecían de fuerza y de convicción porque estaban ellos mismos sujetos a fundamentales contradicciones. Actuaban en un determinado sentido al considerar los problemas políticos y procedían de una manera diametralmente opuesta o por lo menos absolutamente incongruente al referirse a los problemas económicos. Por ejemplo, los radicales eran indudablemente demócratas y liberales en política, pero no vacilaban en aplicar métodos totalitarios en el manejo de la economía. Gobernaron sin estado de sitio respetando las libertades cívicas, pero establecieron como sistema permanente un «estado de emergencia económica» que no era otra cosa que una verdadera dictadura de la burocracia sobre la mayor parte de los problemas de la vida diaria del ciudadano corriente. De la misma manera pensaba la mayoría de los dirigentes políticos que actuaron durante los últimos tiempos” (De “Bases para la acción política futura”-Editorial Atlántida-Buenos Aires 1969).

Mientras que los políticos semi-democráticos (o semi-totalitarios) consideran que el votante tiene la madurez suficiente para elegir las autoridades del Estado, e incluso capacidad para premiarlas o castigarlas con el voto según el accionar mostrado, en cuestiones de economía aducen que esos mismos ciudadanos no tienen la capacidad suficiente para elegir con libertad lo que les conviene consumir, invertir y producir, y que sólo ellos, los políticos a cargo del Estado, saben cómo redistribuir lo que otros han generado (generosidad para repartir lo ajeno). Todavía tiene plena vigencia la “ley de Marx”, que puede simbolizarse de la siguiente manera: [Virtud = 1 / $], es decir, la virtud de las personas resulta inversamente proporcional al dinero que poseen, de donde se concluye que los pobres son todos virtuosos, los ricos todos delincuentes, mientras que la clase media sería éticamente neutra. De ahí que la misión del Estado sea la de proteger a los pobres de la maldad del sector productivo, por lo que debe dirigir la economía aun a costa de distorsionar el mercado ahuyentando inversiones y capitales.

El retroceso de la Nación desde el desarrollo, que duró hasta las primeras décadas del siglo XX, hasta el posterior subdesarrollo, puede describirse en forma simple considerando que el país adoptó la postura semi-democrática en la mayoría de los casos, con periodos totalitarios y dictatoriales intermedios; de ahí el declive permanente. Los partidos políticos caracterizados como “socialdemócratas”, están en un punto intermedio entre democracia y totalitarismo, ya que coinciden con el liberalismo en lo político y con el socialismo en lo económico. La China actual muestra que las mejoras económicas son establecidas esencialmente bajo una democracia económica, aun cuando no haya adhesión a la democracia política.

En cuanto a la postura de la Iglesia Católica, si tenemos en cuenta algunos escritos de Juan Pablo II, puede advertirse una compatibilidad entre el pensamiento dominante en esa institución con la democracia, tanto política como económica. No resulta extraña esta postura por cuanto el mencionado Papa procedía de un país que, por entonces, era socialista. En uno de sus escritos expresa:

“Incapaz de quedar al margen del hecho universal del pecado, el gobierno es simultáneamente un agente de bien común y una amenaza para el bien común. Por lo tanto, el gobierno debe tener límites. El Estado es un subsidium, una asistencia, y no un fin en sí mismo. A fin de proteger la dignidad de la persona y las libres asociaciones a través de las cuales la naturaleza social de los seres humanos se ve normalmente expresada, se le prohíbe expresamente al Estado hacer aquellas cosas que las personas y las asociaciones libres pueden hacer por sí mismas. Está facultado a acudir en su ayuda (subsidium) sólo en aquellas cuestiones en las que sus facultades resultan necesarias para el bien común. El Estado en la enseñanza católica es un Estado limitado. Pierde legitimidad si viola la libertad y la dignidad humana a las que está destinado a servir. Las personas humanas no están hechas para el Estado sino el Estado para las personas” (Citado en “Libertad con Justicia” de Michael Novak-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1992).

Adviértase la diferencia esencial entre marxismo y cristianismo en estos aspectos. Mientras que para el primero existe una clase social “buena” y otra “mala”, se sigue con que los “buenos” (proletariado) deben dominar, a través del Estado, a los “malos” (burguesía). Luego de un tiempo, necesario para que todos sean “buenos”, el Estado debe desaparecer (aunque en realidad nunca se llegó a esa etapa). Para el segundo, “somos todos pecadores”, de ahí que el orden legal debe contemplar que existen buenos y malos tanto en el Estado como fuera de él, por lo cual la pluralidad distributiva del poder debe imperar tanto en lo político como en lo económico, lo que constituye la base del liberalismo.

Los EEUU es una nación que se adaptó tanto a la democracia política como a la económica, y que además adoptó al cristianismo, mostrando coherencia entre pensamiento y acción. Michael Novak escribió: “Cada uno de estos principios fundamentales de la enseñanza social católica está de hecho incorporado en los documentos fundamentales de los Estados Unidos tales como la Declaración de la Independencia, la Constitución, El Federalista y otros clásicos de la tradición estadounidense. Tal como lo hicieron los fundadores estadounidenses, el papa Juan Pablo II –y, en general, la tradición católica de la ley natural favorecida por los papas modernos desde León XIII- recurre al Génesis y a su visión universalista de toda la humanidad como una. Los fundadores estadounidenses no apelaron en forma específica a derechos estadounidenses, sino solamente a derechos humanos pertenecientes a cualquier ser humano del mundo. Por ello hablaron de un Nuevo Orden «de los Tiempos», escribieron acerca del sistema de libertad natural (y no meramente de libertad «estadounidense»), velaron por los derechos inalienables concedidos a los seres humanos «por su Creador» y se aventuraron a confiar su destino al cuidado de la Providencia. Su experimento puso a prueba ciertas proposiciones para toda la humanidad, y no solamente para ellos”.

En cuanto al derecho de la iniciativa económica, Juan Pablo II escribió: “La experiencia nos demuestra que la negación de tal derecho o su limitación en nombre de una pretendida «igualdad» de todos en la sociedad, reduce o, sin más, destruye de hecho el espíritu de iniciativa, es decir, la subjetividad creativa del ciudadano. En consecuencia, surge, de este modo, no sólo una verdadera igualdad, sino una «nivelación descendente». En lugar de iniciativa creadora nace la pasividad, la dependencia y la sumisión al aparato burocrático que, como único órgano que «dispone» y «decide» -aunque no sea «poseedor»- de la totalidad de los bienes y medios de producción, pone a todos en una disposición de dependencia casi absoluta, similar a la tradicional dependencia del obrero-proletario en el sistema capitalista. Esto provoca un sentido de frustración o desesperación y predispone a la despreocupación de la vida nacional, empujando a muchos a la emigración y favoreciendo, a la vez, una forma de emigración «psicológica»”.

La limitación de la libertad económica, tanto bajo el socialismo como, en menor grado, en las socialdemocracias, constituye una pérdida de los derechos esenciales de todo individuo. Al respecto, el citado Papa escribió: “La negación o limitación de los derechos humanos –como, por ejemplo, el derecho a la libertad religiosa, el derecho a participar en la construcción de la sociedad, la libertad de asociación o de formar sindicatos o de tomar iniciativas en materia económica -¿no empobrecen tal vez a la persona humana igual o más que la privación de los bienes materiales? Y un desarrollo que no tenga en cuenta la plena afirmación de estos derechos, ¿es verdaderamente desarrollo humano?”.

“De hecho, donde el interés individual es suprimido violentamente, queda sustituido por un oneroso y opresivo sistema de control burocrático que esteriliza toda iniciativa y creatividad. Cuando los hombres se creen en posesión del secreto de una organización social perfecta que haga imposible el mal, piensan también que pueden utilizar todos los medios, incluso la violencia o la mentira, para realizarla. La política se convierte entonces en una «religión secular», que cree ilusoriamente que puede construir el paraíso en este mundo. De ahí que cualquier sociedad política, que tiene su propia autonomía y sus propias leyes, nunca podrá confundirse con el Reino de Dios”.

En cuanto al subdesarrollo, destaca Juan Pablo II que la salida hacia el desarrollo depende esencialmente de los propios países afectados: “El desarrollo requiere sobre todo espíritu de iniciativa por parte de los mismos países que lo necesitan. Cada uno de ellos ha de actuar según sus propias responsabilidades, sin esperarlo todo de los países más favorecidos y actuando en colaboración con los que se encuentran en la misma situación. Cada uno debe descubrir y aprovechar lo mejor posible el espacio de su propia libertad…Es importante además, que las mismas naciones en vías de desarrollo favorezcan la autoafirmación de cada uno de sus ciudadanos mediante el acceso a una mayor cultura y a una libre circulación de las informaciones”.

Finalmente, como era de esperar, Juan Pablo II es partidario de la economía libre, siempre y cuando tal libertad se fundamente en valores éticos: “Si por «capitalismo» se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta es ciertamente positiva, aunque quizás sería más apropiado hablar de «economía de empresa», «economía de mercado» o simplemente de «economía libre». Pero si por «capitalismo» se entiende un sistema en el cual la libertad, en el ámbito económico, no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral y la considere como una particular dimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso, entonces la respuesta es absolutamente negativa”.

Mientras que la Iglesia está constituida por católicos cristianos, lo que puede resultar algo obvio, existe también un sector que podría considerarse constituido por “católicos marxistas”, contradicción que no es otra cosa que el resultado de los intentos marxistas por destruir a la Iglesia, tendencia que se suma a la propia corrupción interna cuya limitación y supresión constituye una de los objetivos que se ha impuesto el actual Papa Francisco.

miércoles, 12 de marzo de 2014

Poder ¿para qué?

El antagonismo existente entre liberalismo y socialismo se caracteriza, entre otros aspectos, por las intenciones de cada bando de convencer al ciudadano común respecto de las bondades de los respectivos sistemas propuestos, aunque existe una tácita renuncia a intentar convencer al opositor, por cuanto los objetivos perseguidos resultan incompatibles; dando pocas esperanzas de futuros acuerdos. La incomprensión puede caracterizarse mediante la pregunta que hace Vladimir Lenin: “Libertad, ¿para qué?”, mientras que desde el otro sector imaginamos la pregunta “Poder, ¿para qué?”, ya que ambos sectores cuestionan y descalifican el objetivo supremo perseguido por el rival.

La libertad resulta esencial para la vida del hombre; ya que implica independencia respecto de la tutela y del mando de otros hombres. El poder, al implicar una capacidad para influir sobre la vida de otros hombres, resulta incompatible con la libertad, excepto cuando se trata de una buena influencia y promueve dicho valor. De ahí que, mientras el liberalismo propone dividir todo tipo de poder existente en la mayor cantidad posible de partes, como un factor de seguridad, para evitar excesos, el socialismo busca la concentración total y absoluta del poder en el Estado. También habrá posiciones intermedias, aunque se orientarán hacia uno u otro sector. Carlos S. Fayt escribió: “La Política es la actividad humana de la que deriva el gobierno de los hombres en la comunidad organizada. Esa actividad consiste en acciones que realiza y ejecuta el hombre con intenciones de influir, obtener, conservar, crear, extinguir o modificar el Poder, la organización o el ordenamiento de la comunidad” (De “Teoría de la Política”-Abeledo-Perrot-Buenos Aires 1966).

Mientras que, para el liberal, resulta positivo que el poder esté asociado tanto al Estado, como a las instituciones religiosas, a las empresas, a los medios de comunicación, a las organizaciones no gubernamentales, etc., el socialista denuncia como algo indebido, por ejemplo, al “poder de la Iglesia”, por cuanto le resulta inadmisible la existencia de poder fuera del Estado, especialmente fuera del dirigido por socialistas. También critica severamente la concentración de poder económico de las empresas, ya que aduce que todo el poder debe pertenecer al Estado. Adviértase que en países como Cuba o Corea del Norte, el poder del Estado no sólo involucra lo económico, sino también lo político, militar, periodístico, cultural, legislativo, etc. Puede decirse que, a mayor concentración de poder, menor libertad y mayor esclavitud, siendo la muralla de Berlín el símbolo inequívoco del socialismo.

El objetivo apuntado implica, como meta final, el Estado totalitario (todo en el Estado), lo que significa lograr la calma y la paz carcelaria en la cual el sector socialista dirige y comanda al resto de la sociedad. Históricamente, el logro del poder total siempre ha implicado lucha y destrucción del rival, por lo cual el ascenso al totalitarismo consiste en una acción típicamente destructiva. Dicha lucha, promovida por líderes o sectores que sólo buscan el éxito y la grandeza personal, ha conducido a las peores tragedias y sufrimientos, por cuanto, a mayor ambición, mayor violencia desatada. Nicolás Maquiavelo escribió: “Debe notarse, pues, que a los hombres hay que halagarlos, o de lo contrario aniquilarlos; se vengarán por pequeñas injurias pero no podrán hacerlo por las grandes; la herida que inflijamos a un hombre debe ser, pues, tan grande que no tengamos necesidad de temer su venganza”.

Mientras que la Revolución Francesa implicó la transferencia del poder desde la nobleza a los revolucionarios, y luego a Napoleón, sin mayores cambios en el nivel de su concentración, la Revolución Norteamericana implicó la distribución pluralista del poder, acorde con el criterio liberal. La Revolución rusa, por el contrario, implicó la concentración absoluta de poder que, como señalan muchos autores, no pudo lograrse sino mediante una inusitada violencia. Para mantener el dominio logrado, se necesitó luego de la mentira y del terror. Lenin dijo: “Decir la verdad es una virtud de la pequeña burguesía. Mentir, y mentir de una manera convincente, es un imperativo para el desarrollo de la causa revolucionaria” (Citado en “Ideas sobre la libertad”-Centro de Estudios sobre la libertad-Buenos Aires 1985).

La distribución pluralista del poder implica un ordenamiento social establecido por un orden legal que predomina sobre las posibles decisiones de los gobernantes, mientras que la concentración socialista del poder implica que las decisiones del líder máximo predominan sobre el marco legal que pueda existir. Alex Comfort escribió: “La tradición independiente del psiquiatra debe llevarlo a decidir en qué punto la psicopatía del individuo sobrepasa a la de la sociedad, que él debería tratar de fortificar, y por qué normas. Más importante quizás es la creciente certidumbre de que, por grande que sea el valor-perjuicio del criminal en la sociedad urbana, el esquema centralizado de gobierno depende actualmente para su función continua de una provisión de individuos cuyas personalidades y actitudes no difieren de modo alguno de aquellas de los delincuentes psicópatas reconocidos. Lejos de penar la conducta antisocial per se, la sociedad selecciona las formas, a menudo indiscernibles, que castigará y las formas que debe fomentar en virtud de su pauta. El psicópata egocéntrico que estafa en el campo financiero es punible, pero si sus actividades son políticas, goza de inmunidad y estima y puede participar en el establecimiento de las leyes” (De “Autoridad y delincuencia en el Estado moderno”-Editorial Americalee-Buenos Aires 1960).

De la misma forma en que los políticos se dividen entre los que buscan optimizar el poder personal o sectorial, y los que buscan el beneficio de la sociedad y del país, existen sectores de la población que están motivados por alguna forma de resentimiento y odio hacia otro sector, y gente que busca lograr una vida con cierta seguridad y comodidad. Dependiendo de los porcentajes respectivos, es de esperar que una nación se oriente hacia alguna forma de socialismo o bien hacia una acentuación de la democracia. El citado autor escribió: “Las sociedades primitivas se dividen bastante fácilmente en dos grupos, uno que se conforma a este esquema, con una forma de vida guerrera, rapaz, y a menudo –aunque no siempre- tiránica, y otro en el cual la orientación es predominantemente pacifica y social. Factores económicos, culturales y familiares desempeñan un rol importante en la determinación de tales tradiciones de grupo. En muchos casos se puede hablar de culturas «centradas en el poder» y «centradas en la vida»”.

Si la opción entre poder o libertad depende no sólo de los políticos, sino también del pueblo que los ha de elegir, ya que el comportamiento de la gente depende de cuestiones emocionales antes que racionales, no debe pensarse que el fracaso del socialismo a nivel mundial altere demasiado las conductas individuales, de ahí que sea de esperar que el socialismo haya cambiado su rostro y sus estrategias, pero no así sus objetivos. Por ello, las nuevas tendencias radican en la adopción de posturas pseudo-democráticas, es decir, pseudo-liberales, ya que el liberalismo implica tanto democracia política como económica (mercado), algo totalmente opuesto a la búsqueda prioritaria de poder. “Las sorprendentes diferencias entre culturas «centradas en el poder» y «centradas en la vida» son estrechamente análogas a las diferencias entre individuos que buscan el poder e individuos que buscan la vida”.

La búsqueda de poder, con el efecto inmediato de la pérdida de libertad de quienes ocuparán la posición de dominados, resulta ser un defecto psicológico serio, ya que se parte de la suposición de que existe cierta desigualdad básica que ha de justificar tal distribución de roles. De ahí que el socialista se considere parte de una clase social elegida, actitud comparable con la idea religiosa del “pueblo elegido”, o a la de las “razas superiores” que han de gobernar, mediante colonizaciones, a los supuestos inferiores.

Lo que por lo general no advierte el ciudadano desprevenido es que el énfasis con que algún político o sector busca el poder, es el mismo énfasis que le imprime a la tendencia destructiva de todo aquello que pretende dominar. Incluso hasta un proceso inflacionario puede deberse, no sólo a una desafortunada gestión de la economía, sino a una deliberada forma destructiva que apunta a establecer el poder absoluto. Robert Moss, refiriéndose al socialismo chileno de la época de Allende, cita la declaración de un ex-ministro: “La inflación fue usada para destruir la clase media. El hecho de que la inflación parecía escaparse de las manos no era un desatino administrativo sino una consciente estrategia política. Nosotros entendimos, y es de la verdadera esencia de las enseñanzas marxistas leninistas, que el poder económico es la llave del poder político. Usted empieza por restringir las libertades del sector privado; continúa por la redistribución de la riqueza mediante un impuesto a las rentas progresivo, luego impuesto a la salud, impuesto a la transferencia gratuita de bienes, etc.; prosigue con la confiscación de tierras y animando a los trabajadores a ocupar los comercios bajo el primer pretexto que encuentren; puede estar seguro de que la inflación que usted desata daña a sus enemigos sociales y no a sus propios sostenedores, y termina con un control a través del estómago. Nos estaremos casi aproximando al nivel cuando, tal como dijo Trotsky, la oposición sea una forma de lenta inanición…” (De “El colapso de la democracia”-Editorial Atlántida SA-Buenos Aires 1977).

Las coincidencias del socialismo chileno de los 70 con el chavismo, o con el kirchnerismo, pueden no deberse a una simple casualidad. El proceso inflacionario, la fuga de capitales, las expropiaciones, las leyes permisivas con la violencia y el narcotráfico, el odio entre sectores, no pueden ser fácilmente atribuidas a una ignorancia por parte de los gobernantes. La realidad argentina puede muy bien describirse como un proceso destructivo que resulta ser una consecuencia directa de las aspiraciones de poder económico y político de tal sector, que ni siquiera han sido disimuladas.

Ya que hubo en el pasado otros gobiernos que prácticamente destruyeron la economía nacional (peronismo, radicalismo, militarismo), el kirchnerismo reclama un “trato igualitario” sosteniendo que también ellos tienen derecho para destruir, sin que se les acuse de una acción premeditada. Mientras tanto, se espera que el ciudadano común padezca en silencio otra más de las recurrentes crisis que afronta el país. En realidad, la falta de capacidad, de patriotismo o las malas intenciones, producen similares efectos, de ahí que todo ciudadano tenga el derecho de criticar y aun de creer lo peor.