jueves, 20 de febrero de 2014

El sentido de la vida

Gran parte de los conflictos individuales y colectivos son descriptos por Víktor Frankl como los efectos o las consecuencias de la falta de un sentido de la vida. De ahí que la felicidad habría de lograrse luego de la posesión de una orientación adecuada. Incluso relata su propia experiencia, como prisionero en un campo de concentración nazi, favorecido aun en tales circunstancias por la posibilidad de un futuro importante. Tanto el aburrimiento como la indiferencia son síntomas que aparecen en el individuo que “tiene todo” menos un adecuado sentido de la vida. Esta carencia constituye el “vacío existencial”. Al respecto escribió: “Lo más profundo del hombre no es el deseo de poder ni el deseo de placer, sino el deseo de sentido”.

Debemos distinguir entre el sentido de la vida aparente asociado al orden natural y a la humanidad, y el sentido de la vida individual que adoptamos como integrantes de la misma, pudiendo resumirse en el siguiente esquema:

I) Sentido de la vida impuesto por el orden natural a toda la humanidad
II) Sentido de la vida elegido por cada individuo para adaptarse a la sociedad

En el primer caso, debemos contemplar la existencia de un orden natural que nos impone la obligación de adaptarnos a sus leyes mediante la adaptación cultural, como una prolongación de la adaptación biológica. Julian Huxley escribió: “Es como si el hombre hubiese sido designado, de repente, director general de la más grande de todas las empresas, la empresa de la evolución, y designado sin preguntarle si necesitaba ese puesto, y sin aviso ni preparación de ninguna clase. Más aún: no puede rechazar ese puesto. Precíselo o no, conozca o no lo que está haciendo, el hecho es que está determinando la futura orientación de la evolución en este mundo. Este es su destino, al que no puede escapar, y cuanto más pronto se dé cuenta de ello y empiece a creer en ello, mejor para todos los interesados” (De “Nuevos odres para el vino nuevo”–Editorial Hermes-Buenos Aires 1959).

Desde un punto de vista religioso, puede decirse que, luego de esa imposición, el hombre ha de tomar parte en el proceso de la formación de la humanidad, vislumbrándose un sentido de la vida impuesto por el orden natural a todos los que la constituimos. Henri Bergson escribió: “Lo más sublime que Dios ha creado es haber hecho al hombre cooperador suyo en la creación”.

Cuando nos sentimos parte de la humanidad y tenemos en cuenta el sentido aparente del universo, como una sucesión de etapas evolutivas que conduce a la aparición de la vida inteligente, respondemos tratando de adecuar nuestras aptitudes espirituales, que podemos sintetizar bajo el siguiente esquema:

Espiritualidad = Aptitudes afectivas (ética) + Aptitudes cognitivas (intelectualidad)

El desarrollo y avance de la humanidad, hacia mayores niveles de adaptación, requiere de cada uno de nosotros la adopción de una actitud cooperativa, de ahí que el bien, asociado a la ética individual, puede considerarse como el requisito básico que responde al mencionado sentido de la vida. Podemos definir entonces al bien y a la felicidad como la consecuencia de aceptar, en un grado adecuado, al sentido de la vida que nos impone el orden natural, mientras que el mal y la infelicidad serian las consecuencias de haber ignorado o rechazado tal sentido. Víktor Frankl escribió: “Tarde o temprano nos veremos obligados, no ya a moralizar, sino a ontologizar la moral; habrá que definir el bien y el mal, no como algo que debamos o no hacer, sino el bien como aquello que favorece la realización del sentido que se encomienda a un ente y se le exige, y el mal como aquello que impide esa realización”.

“La mera supervivencia no puede ser el valor supremo. Ser hombre significa estar orientado y ordenado a algo que no es uno mismo. La existencia humana se caracteriza por su autotrascendencia. Cuando la existencia humana no apunta más allá de sí misma, la permanencia en la vida deja de tener sentido, es imposible. Ésta fue al menos la lección que yo aprendí en los tres años que hube de pasar en Auschwitz y en Dachau, y los psiquiatras militares pudieron confirmar en el mundo entero que los prisioneros de guerra más capacitados para sobrevivir eran aquellos que se orientaban hacia el futuro, hacia una meta de futuro, hacia un sentido que debían cumplir en el futuro. ¿No puede aplicarse esto, por analogía, al tema de la supervivencia de la humanidad?”. “Pero si la humanidad quiere encontrar un sentido que sea válido para todos, debe dar un nuevo paso. Después de haber alcanzado, hace miles de años, el monoteísmo, la fe en un solo Dios, debe llegar a creer en una sola humanidad. Hoy necesitamos más que nunca un monantropismo” (De “El hombre doliente”-Editorial Herder SA-Barcelona 1987).

El sentido de la vida que nos impone el orden natural, puede considerarse como un colectivismo en el cual resulta importante la vida de todo individuo, distinguiéndose de los colectivismos parciales, creados por los lideres totalitarios, en los cuales la vida de los individuos poco importa. Así como muchos encuentran en la militancia política colectivista el sentido de la vida que mucho les hacia falta, el colectivismo asociado a toda la humanidad puede ofrecer el sentido carecido todavía por muchos.

También Alfred Adler considera al vínculo entre el orden natural y el hombre como el destinatario de nuestros pensamientos orientados a la búsqueda de sentido. Al respecto escribió: “Preguntar por el sentido de la vida no tiene valor ni interés, sino teniendo en cuenta el sistema correlativo Hombre-Cosmos. Es fácil comprender que el Cosmos posee en esta correlación una fuerza formadora; es, por así decirlo, el padre de todo lo viviente y toda vida está en continua pugna para satisfacer debidamente las exigencias cósmicas”. “El hecho global de la evolución creadora de todo cuanto vive nos enseñará que la orientación del desarrollo evolutivo persigue en toda especie un fin determinado: el de la perfección y adaptación activa a las exigencias cósmicas”.

Para Adler, la plena adaptación implicará, no sólo la obtención del sentido de la vida de todo hombre, sino la formación de una sociedad basada en el “sentimiento de comunidad”. Al respecto escribió: “Hablamos de adaptación activa excluyendo así todas aquellas concepciones fantásticas que asocian esa adaptación a la situación momentánea o al cese de toda vida; aquí, muy al contrario, se trata de una adaptación «sub specie aeternitatis» [bajo una perspectiva de eternidad], puesto que no es «verdadera» sino aquella evolución corporal y psíquica susceptible de conservar su validez por un futuro imprevisible. Este concepto de adaptación activa significa, además, que tanto el cuerpo y el alma como toda la organización de la vida deben tender hacia esa adaptación última, hacia la superación de todas las ventajas y desventajas que el Cosmos nos ofrece”.

“Nuestra idea de sentimiento de comunidad ha de llevar en sí el objeto de una comunidad ideal como forma definitiva de la humanidad, como un estado en que todos los problemas que nos plantea la vida y nuestras relaciones con el mundo se nos parecen como ya resueltos. Pues todo aquello que encontremos valioso en nuestra vida, todo lo que subsiste y subsistirá, es siempre un producto de este sentimiento de comunidad, de este ideal orientador, de esta final meta de perfección” (De “El sentido de la vida”-Luis Miracle Editor-Barcelona 1959).

Mientras que la religión, en el pasado, ofrecía y satisfacía la necesidad de sentido en los hombres, el abandono de la misma, junto a otras tradiciones, en cierta forma provocó en ellos un desamparo existencial. Joseph B. Fabry escribió: “Los antiguos valores, los mismos que sirvieron de inspiración a muchas generaciones anteriores para vencer su desesperación y dotar a sus vidas de un sentido, no eran dignos ya de su confianza, ni siquiera para quienes en otro tiempo creyeron encontrar sus principios en la religión. Por otra parte, estas personas aún no habían aprendido a confiar en sus propios valores interiores para orientar sus vidas en una dirección satisfactoria. Situados entre el rechazo de los valores tradicionales y su incapacidad para descubrir el sentido individual de su existencia, en su interior se había abierto el vacío” (De “La búsqueda de significado”-Fondo de Cultura Económica-México 1977).

El sentido individual de la vida está asociado al rol social que hemos elegido, o aceptado. Las metas personales definidas (ser músico, jugador de fútbol, escritor, médico, empresario, etc.) constituyen una parte importante del sentido de la vida de cada hombre.

Cuando las acciones, ideas y sentimientos de un individuo son compatibles con el sentido de la vida que el orden natural nos ha impuesto, el placer constituye la última etapa de la felicidad. Por el contrario, quien carece de tal sentido básico, buscará la felicidad en forma compulsiva, pero sin éxito. Así, quien trabaja arduamente durante una jornada completa, disfrutará plenamente de la comida, la bebida y el descanso reparador, mientras que quien vive ociosamente tiende, en muchos casos, a comer y a beber en forma excesiva deteriorando su salud y apenas logrando un pequeño nivel de felicidad.

Algo similar ocurre con las vacaciones y los días feriados, que son muy valorados por la gente trabajadora pero apenas disfrutados por quienes poco trabajan. En el sexo sin amor ocurre otro tanto. Viktor Frankl escribió al respecto: “En este vacío existencial prolifera la libido sexual. Sólo de este modo se puede explicar la inflación sexual que se produce en nuestro tiempo. Como toda inflación, incluida la del mercado de dinero, conduce a una devaluación. La sexualidad, en efecto, se va desvalorizando en el curso de la inflación sexual a medida que se deshumaniza”.

Quienes tienen mucha necesidad de diversión son generalmente aquellos que no encontraron todavía un sentido para sus vidas. También quienes caen en el vicio, desde el alcohol a las drogas, carecen de un sentido definido. Viktor Frankl escribió: “La prueba de que en el 90% de los casos crónicos de alcoholismo agudo por ella analizados [una alumna] aparecía un acusado complejo de vacío existencial”. “Lo mismo cabe decir, en términos análogos, de la esclavitud de las drogas. De creer a Stanley Krippner, en los drogadictos aparece el complejo de vacuidad en el cien por cien de los casos. Al preguntárseles si para ellos todo había dejado de tener sentido, la respuesta fue afirmativa, sin una sola excepción [en los casos estudiados]” (De “Ante el vacío existencial”-Editorial Herder SA-Barcelona 1986).

Es oportuno decir que, siguiendo un razonamiento elemental, como el aquí expuesto, se puede vislumbrar la posibilidad de adoptar un sentido de la vida objetivo, llegándose a conclusiones similares al obtenido mediante la fe, asociada a la religión tradicional. La utilización del razonamiento, vinculado a la religión natural y a la ciencia experimental, brinda una alternativa para quienes todavía no encontraron un sentido para sus vidas.

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