martes, 21 de enero de 2014

La utopía socialista

Para justificar la imposición de una sociedad utópica, se establece un diagnóstico de la sociedad tradicional que se busca reemplazar, exagerando sus errores y debilidades. Además, poco se tiene en cuenta una posible mejora ética individual, ya que se sobreentiende que todo individuo mejorará una vez que cambien las reglas del juego de la sociedad. Al promover todo lo contrario a la sociedad tradicional, y al ignorar al ser humano real, se establece una sociedad inviable que empeora las cosas en lugar de mejorarlas.

Por lo general, se trata de diferenciar las utopías socialistas del socialismo científico, aunque en realidad este último debería ser denominado “utopía socialista con disfraz científico”, por cuanto resulta ser poco compatible con los resultados de las ciencias sociales. Si bien son pocos los países que adhieren al socialismo en una forma explícita, son muchos los movimientos políticos que conservan inalterable su confianza en la posibilidad de la utopía socialista. Rubén Zorrilla escribió: “Los socialistas se obstinan –y consuelan- en creer que el fracaso del socialismo real (que es el fracaso del teórico) se debe a «traiciones, fallas casuales o errores»-que sin duda siempre existen. No: los problemas del socialismo y su necesaria planificación son absolutamente sistémicos. La dictadura del «proletariado» (en rigor, ejecutada por intelectuales de extracción social privilegiada), el trabajo obligatorio, y los mandatos imperativos en todos los órdenes de la vida social –inclusive en las áreas no económicas- constituyen exigencias funcionales ineludibles de la planificación y su control (no pueden existir múltiples planificaciones independientes), como lo vieron con claridad Marx, Lenin, Trostki y Stalin” (De “Sociedad de alta complejidad”-Grupo Editor Latinoamericano SRL-Buenos Aires 2005).

Los políticos y los intelectuales, por lo general, tienden a asignar al sector empresarial la misión de producir todos los bienes necesarios para la población. Cuando los empresarios son escasos, habrá una insuficiente producción y una pobre disponibilidad de puestos de trabajo. Luego, en lugar de efectuar críticas a quienes no son capaces de sumarse al sector empresarial, culparán al reducido número existente por las deficiencias de la economía. Los pocos empresarios disponibles seguramente tendrán un nivel de vida bastante mejor que el resto, por lo que serán acusados de egoístas, surgiendo proclamas a favor del socialismo. Puede decirse que, mientras la sociedad no se decida a mirar con buenos ojos a las personas que favorecen la producción, incluso haciéndose una de ellas, pocas posibilidades de mejora económica habrá. El citado autor escribió:

“Los intelectuales sienten las humillaciones de esos seres inoperantes e insufribles que son los empresarios y los capitalistas, miserables sólo dedicados a ganar dinero exclusivamente…..Gente que compra y vende, que trabaja para comprar nuevas máquinas y que, para colmo, además de explotar sin piedad a sus trabajadores, crea niños desvalidos, villas de emergencia, incrementa la mortalidad infantil y aumenta el número de indigentes. Esto se torna trágico cuando el intelectual va a las editoriales a ofrecer el resultado de sus elucubraciones y esos empresarios carentes de todo criterio le aseguran que sus originales no se venderán (lo que la mayoría de las veces es cierto)”.

“Los intelectuales socialistas –y los que lo son sin saberlo o sin darse cuenta- intentan escapar a los veredictos inapelables del mercado, ese monstruo impersonal, integrado solamente por personas que eligen, como ocurre en las contiendas democráticas, e imposible de dominar. La otra salida es destruir el mercado, eliminar la posibilidad de que la gente elija, o coaccionar y aherrojarlo, y ampararse en los recursos del Estado. Esta es, sin embargo, para los intelectuales –a pesar de sus atractivos aparentes- una puerta falsa, porque se convertirán en sirvientes de los que dominan el poder absoluto, con lo que perderán el tesoro del libre pensamiento, tal como lo demuestran terminantemente las implacables peripecias de los socialismos reales, o de las dictaduras populistas. Reemplazarán las incertidumbres e incomprensiones del mercado –en el que los consumidores pueden optar por lo peor- por la certidumbre de obedecer sin chistar, porque es allí donde toda creación es un problema de Estado, es decir, político”.

La ideología marxista está constituida por ciertos principios que, si bien no son fáciles de verificar, con un poco de observación y algo de esfuerzo mental, podrá advertirse su falsedad. Uno de ellos es el que afirma que “El trabajador se vuelve más pobre a medida que produce más riqueza y a medida que su producción crece en poder y cantidad”. Tal expresión tiene poco que ver con el capitalismo real ya que este sistema, a diferencia de los reducidos mercados que existían en la antigüedad, tiene como atributo principal el de realizar una producción para un consumo masivo, es decir, destinado incluso a las personas de condiciones precarias. Zorrilla escribe al respecto:

“Desde la diversificación y expansión de la economía dineraria se ha elevado a niveles extraordinarios la cantidad de productos y de nuevos productos, han mejorado tanto las condiciones de vida como de trabajo, sobre todo desde la segunda mitad del siglo XIX, en EEUU y Europa occidental, justamente donde la economía de mercado se fortaleció, la estructura institucional se complejizó, y creció la importancia práctica y teórica de la actividad científica y tecnológica. El trabajador no se volvió más pobre, como dice Marx, sino todo lo contrario”.

Otra de las creencias marxistas es la de que “El trabajador se convierte en una mercancía aún más barata cuanto más bienes crea”. Al respecto, el citado autor escribe: “En primer lugar; puesto que es una persona libre, el trabajador no es una mercancía, aunque sí lo es su trabajo. En segundo lugar; el trabajo no es de ninguna manera más barato: si hubiera sido así, las máquinas probablemente no se hubieran perfeccionado y multiplicado como lo hicieron. Cuando los productos sean más numerosos, de más calidad, y las máquinas más valiosas y sofisticadas, el salario del trabajador será más alto. Esto es lo que demuestra la experiencia del capitalismo”.

“«La devaluación del mundo humano aumenta en relación directa con el incremento –dice Marx-de valor del mundo de las cosas». Esta idea, que es común a todos los reaccionarios en su crítica a la modernidad, a la ciencia y a la tecnología desde Thomas Carlyle (1795-1881) hasta Oswald Spengler (1880-1936), entre otros, es totalmente contraria a los testimonios de la realidad. Es cierto que han aumentado la cantidad, variedad y valor de las cosas de una manera fabulosa, pero esto ha sido trascendental para que el mundo humano fuera –a la inversa de lo que piensa Marx- más valorado. La gente que vive en el capitalismo tiene más posibilidades de vida, tiene una existencia de más goces, más ocio y vida más prolongada”.

Además del disfraz científico, el marxismo utiliza el disfraz ético, es decir, no descuidan el hecho de que la supuesta verdad debe siempre ir junto con el supuesto bien. En el histórico enfrentamiento del Bien y la Verdad en contra del Mal y la Mentira, al tratar de mentir siempre, quienes adhieren al Mal, emiten mensajes que sonarán similares a los emitidos por quienes dicen siempre la verdad. Rubén Zorrilla escribió: “Obsérvese un rasgo común en todos los textos de Marx: da un contenido ético a lo que debe ser una característica de procesos naturales. Eso es lo que revela el empleo del término «avaricia», típico de una concepción clerical en el examen de los problemas. Es como si dijéramos que los glóbulos rojos son «buenos» y los blancos, en cambio, «salvajes», y eso tuviera algún significado práctico o tuviera que ver con un conocimiento. Este es un método demagógico, además de perverso, porque busca desatar odio o inquina contra argumentos contrarios e inclusive contra personas o grupos, en el entendimiento de la historia o los procesos sociales. Es una forma encubierta de dirigir la emocionalidad del lector para eludir la tarea de dar razones convincentes en el sostenimiento de sus hipótesis. Este mecanismo aparece también cada vez que Marx identifica «trabajador» y «mercancía»”.

“Este último término es utilizado por Marx en sentido claramente peyorativo, con énfasis de clérigo y como ocurre casi siempre en la cosmovisión de la cultura tradicional. «Mercader» y «mercancía», en la boca de señores, guerreros, escritores, artistas y a veces en la gente común, tienen significado denigrante. Si algo se convierte en «mercancía» o se «vende», es «malo». ¡Qué lástima que un libro, una obra de arte, una sonata, sean mercancías! Deberíamos vivir en un mundo en el que todo fuera gratis, como hermanos que se amaran tiernamente, y no todo fuera resultado de la maldita necesidad, que desgraciadamente se traduce en trabajo. Soñamos en ese mundo imaginario, que jamás existió y que nunca existirá a menos que las condiciones que dieron origen a la vida, la nuestra y la de todos los seres, desaparezca”.

A partir de un diagnóstico poco cercano a la realidad se la trata de “solucionar” dando lugar a la disparatada utopía socialista que consiste, esencialmente, en la abolición de la propiedad privada de los medios de producción, la eliminación de la división del trabajo y del intercambio bajo el mecanismo del mercado. Para llevarlo a cabo promueve la dictadura del proletariado por lo que se logra establecer un sistema totalitario y opresivo del cual no puede salirse fácilmente.

“«Enajenación», como término teórico, sólo nos llama a fijar los ojos sobre una característica universal de la acción humana. Siempre estamos «enajenados» porque nunca sabremos el significado último de nuestra acción. Marx creyó –por eso lo quiso con pasión- que creaba el esbozo de un sistema social que inevitablemente vendría (inclusive independientemente de él y los socialistas): como lo hizo notar Bakunin (1814-1876), ese sistema sería una dictadura feroz en la que los trabajadores serían los más perjudicados, lo que efectivamente ocurrió en la experiencia de todos los socialismos reales. En otras palabras: Marx no se libró de la alienación o enajenación. Tampoco Lenin, como millones de comunistas y camaradas de ruta: pensaban que estaban promocionando o construyendo una sociedad mejor y el resultado de su acción fue el primer Estado totalitario de la historia, prontamente imitado por Benito Mussolini en Italia y el nacional-socialismo de Alemania, si bien modificado por las peculiaridades culturales e históricas de cada uno de esos países”.

Mientras que en el socialismo teórico pueden encontrarse muchos errores, y quizás varias mentiras, en el socialismo práctico pueden encontrarse muchas mentiras, y quizás varios errores. Pablo Giussani escribió: “Todas las políticas revolucionarias en el campo de la información –que es el mecanismo a través del cual se pone la verdad al alcance de la gente- han coincidido monótonamente y sin fisuras en una invariable necesidad de desnaturalizarla. La información, bajo regímenes revolucionarios, no es una vía de acceso a la verdad sino un instrumento de motivación. Tanto en la Unión Soviética como en Cuba, en China como en Albania, informar significa no ya servir al inalienable derecho de la gente a conocer la verdad, sino condicionar a la gente a desarrollar determinados compartimientos. Los hechos son mostrados, ocultados, dosificados, tergiversados, afeados o embellecidos de acuerdo con el tipo de conducta que se desea generar en la gente mediante la información acerca de ellos” (De “Montoneros. La soberbia armada”-Editorial Sudamericana-Planeta SA-Buenos Aires 1984).

Luego de unos pocos años de la Revolución rusa de octubre de 1917, el propio Lenin debió acudir a la economía de mercado, aunque fue sólo por un tiempo, ya que para él la imposición del socialismo, aun con sus pobres resultados, era más importante que el bienestar de la población. Zorrilla escribió al respecto: “Lo que sabemos es que ese plan económico que debía ser obedecido con rigurosidad militar desde 1920, terminó en un fracaso calamitoso: en 1921 se declaró una hambruna espantosa que terminó con la vida de millones de personas. Lenin logró establecer lo que se llamó la Nueva Política Económica (NEP), que significó una vuelta a la economía de mercado. Con esta medida se palió la crisis rápidamente, por lo menos en sus aspectos más trágicos. Sin embargo, su éxito extraordinario planteó un problema crucial a la elite dominante de la dictadura: la reanimación de la economía de mercado, para seguir siendo exitosa, llevaba indefectiblemente a la expansión de la economía dineraria y al fortalecimiento de la propiedad privada y a un perfeccionamiento de la justicia que conducía a su vez a la reapertura de los derechos individuales. Este proceso sería –como lo fue históricamente-imparable, además de aniquilador para el monopolio existente….La lucha entre Trotski y Stalin refleja el problema de quién, cómo y cuándo se procedería a conjurar esta amenaza mortal”.

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